El
padre Rentería y el discurso religioso en Pedro
Páramo
Yoon
Bong Seo
Universidad
Nacional de Seúl
La palabra cultura es muy usual entre sociólogos y antropólogos para señalar el
conjunto de modos de vida creados, aprendidos y transmitidos de una generación a otra
entre los miembros de una sociedad particular. Este significado de cultura surge en el
siglo XVIII, durante la Ilustración. En los siglos anteriores, cultura significaba sólo
"la formación del hombre, su mejoramiento y perfeccionamiento".[1]
Esta primera definición se refería, entonces, al cultivo del alma, en un sentido más
próximo a su significado etimológico, cultura,
culturae: cultivo de la tierra. De hecho, Leo Frobenius, etnólogo alemán de fines
del siglo XIX y principios del siglo XX, decía: "la Cultura es la tierra que el
hombre hace orgánica".[2]
A propósito de esa cita podríamos comentar que, en efecto, toda cultura nace por la
tierra como producto de las relaciones del hombre con su medio ambiente: paisaje, clima,
temperaturas, estaciones. A partir de la definición primaria de cultura, han surgido
innumerables modificaciones que pretenden expresarla y describirla en su forma más cabal.
El antropólogo E. Adamson Hoebel señala que en su sentido más pleno, la cultura
"es una serie de patrones integrados de conducta desarrollados a partir de los
hábitos de las masas". Esta definición la deriva de señalar que los seres humanos
son únicos entre todas las criaturas del reino animal por su capacidad para crear y
sustentar una cultura. Cada sociedad de hombres posee su propia cultura distintiva. Sin
embargo, agrega: "la cultura es algo más que una colección de simples fracciones
aisladas de conducta. Es la suma total integrada de rasgos de conducta aprendida que son
manifestados y compartidos por los miembros de una sociedad".[3]
En esta definición, la cultura es un resultado total de la invención social, y debe
considerarse como una herencia social, ya que se transmite por precepto a cada nueva
generación.
José Pascual Buxó señala que lo que intuitiva y genéricamente llamamos cultura
es todo aquello que nos hace sentirnos, primero, miembros de una comunidad, a pesar de que
tal comunidad se halle socialmente descompuesta y dividida por las más radicales
diferencias económicas o intelectuales; segundo, que por encima de tales diferencias, e
incluso cuando éstas son aprovechadas por intereses particulares o extranacionales,
sentimos y vivimos la cultura como un vasto sistema que nos permite interpretar el mundo,
insertarnos satisfactoriamente en él, y como un sutil pero firme lazo que hace posible
que nos reconozcamos como humanos, esto es, como herederos de la especie.[4]
Helena Beristáin, por su parte, define cultura, dentro del marco de la poética y
la retórica, como el "conjunto organizado de sistemas de comunicación de gran
complejidad estructural debido a que concierne a lo social. Entre tales sistemas el más
importante y poderoso es la lengua, debido a que la sociedad sólo es posible gracias a la
existencia de la lengua, y viceversa".[5]
Beristáin dice que cada cultura construye un aparato simbólico que la caracteriza
conformado a partir de símbolos lingüísticos y no lingüísticos, y que el aprendizaje
de una cultura convierte a un individuo en miembro de un determinado grupo humano, pues la
cultura
es
un generador de estructura, [que] actúa organizando estructuralmente el entorno del
hombre, y determina el modo como el individuo piensa, se expresa, reacciona, se viste, se
divierte, se enfrenta a problemas, construye ciudades, objetos, sistemas, herramientas,
mecanismos, y determina también aquello que sabe, lo que cree, lo que hace por costumbre:
religión, valores, rituales, arte, comportamiento en general.[6]
El núcleo esencial de la cultura, concluye, son las ideas tradicionales y éstas
son producto de acciones que a su vez condicionan acciones futuras que modifican
constantemente el ambiente en que vive el hombre".
Podríamos continuar interminablemente agregando definiciones que en la suma de sus
conceptos pudieran darnos una definición más precisa de lo que es el complejo llamado
cultura y que tan fácilmente parece ser identificado en cualquier grupo social humano.
Monsiváis, por ejemplo, habla de "alta cultura" en oposición o complementaria
a "cultura popular", y habla también de "cultura de la Revolución
Mexicana".[7]
Sin embargo, con las que hemos seleccionado hasta aquí procurando obtener la variedad que
significa la opinión de un antropólogo, un etnólogo, un sociólogo y un crítico de
literatura, podemos formar una definición más amplia de lo que pretendemos tomar como
campo de estudio para este estudio.
Hablar de cultura en la obra de Rulfo será movernos en ese terreno que se abre
inmenso ante nosotros, en combinación con el terreno no menos problemático, por
inasible, de la obra rulfiana. La obra de Rulfo ha sido ejemplo de la narración del
retorno a las fuentes, "al pueblito varado en la historia donde la realidad y la
fantasmagoría se confunden e interpenetran, a la intimidad de su sistema cultural que
articula una organización social primitiva, mitos, creencias, costumbres desprendidos de
la piel de las criaturas";[8]
una obra que es capaz de despertar los sentidos a formas de contar y de imaginar
privativas de la cultura propia.
Ángel Rama señaló que la diferencia fundamental de Rulfo con Yáñez es "la
evicción del autor y de su background
intelectual, para asumir la visión del universo perteneciente a las formas culturales que
comparten los hombres de una determinada tradición en una determinada circunstancia
histórica que la trastorna".[9]
La religión es una matriz productora de sentido; uno de los esquemas ordenadores
de mayor importancia en todas las culturas.[10]
En América Latina, la religión fue el único vínculo universal de socialización
durante mucho tiempo, aun por encima de la lengua, la raza y el territorio. Porque
mientras el territorio era irregular, las lenguas eran diversas y las razas eran varias,
el dogma cristiano era uno solamente y el mismo para todos.
La religión, dotada de preceptos, jerarquías y rituales, configuró un imaginario
integrador y un factor de identidad homogeneizador que a lo largo de 450 años se
conservó sin mayores alteraciones. Anclada en una sociedad agraria y en una comunidad
tradicional, la Iglesia penetró lo más íntimo de las almas y estructuró formas de
relación psicosocial en los individuos, en las familias y en la sociedad.[11]
La vivencia en comunidad de los rituales religiosos afirma el sentido de
pertenencia y la identidad de los feligreses como algo más concreto que el sentido
de pertenencia a una nación, y consolida, a la vez, esa dimensión de lo sagrado
como una instancia mediadora en la comprensión y la reconstrucción de lo real. Sin
embargo, han surgido crisis que han traído consigo lo que Alejandro Ulloa llama "una
profanación de lo sagrado", la cual se traduce en la pérdida de distancias que
garantizaban el aura de los misterios religiosos, para dar paso a la masificación de las
prácticas, los símbolos y los objetos.[12]
Así pues, en un principio, la religión fue el único elemento cultural que
permitió un espacio y un lenguaje comunes para el encuentro de las culturas; pero, en Pedro Páramo, esto se cuestiona porque ya no
ofrece un espacio de diálogo, ni la posibilidad de identificación.
El
padre Rentería: Una conciencia en crisis
El padre Rentería es un personaje que vive una de las crisis más profundas en Pedro Páramo.[13]
Podríamos decir que él es el único que está plenamente consciente de su problema de
identidad como individuo y como representante de una institución social. Es de los pocos
que el relato no cuenta su muerte; por lo tanto, no tiene acceso al tiempoespacio propicio de la muerte como lugar de reflexión y de
toma de conciencia, que es común a la mayoría de los personajes y, además, es el único
personaje al que podríamos calificar de intelectual en la novela.
Con la afirmación anterior dejamos fuera al licenciado Gerardo Trujillo, que si
bien es un profesionista, la carrera de contaduría no supone un estudio tan profundo en
el área de las humanidades como el que cursan los sacerdotes un promedio de quince
años de estudios filosóficos y teológicos.
Cuando el personaje aparece por primera vez en el discurso, se nos presenta ya en
ese estado de crisis, aunque abierto a la esperanza: "Hay aire y sol, hay nubes.
Allá arriba un cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores
voces... Hay esperanza, en suma. (p. 34). Se encuentra ante la disyuntiva de ignorar
los hechos y conceder sin cuestionamientos la bendición al difunto Miguel Páramo, o de
actuar según su conciencia y negarse a darle el perdón (a quien nunca se arrepintió) y
denunciar así los atropellos que cometió en vida. Sin embargo, cuando el pueblo le pide:
¡Padre,
queremos que nos lo bendiga!
¡No!
dijo moviendo negativamente la cabeza. No lo haré. Fue un mal hombre y no
entrará al Reino de los Cielos. Dios me tomará a mal que interceda por él.
Lo
decía, mientras trataba de retener sus manos para que no enseñaran su temblor. Pero fue.
(p. 34)
En la cita anterior, pone en evidencia ante todo el pueblo su conflicto interno;
desea actuar de una manera y actúa de otra forma, dice que no lo hará y lo bendice,
aunque el pueblo no parece darse cuenta de ello, a excepción de Pedro Páramo. Esta
indecisión se presenta de nuevo igualmente ante el pueblo, cuando al regresar de una
caminata nocturna:
Comenzaron
a pasar las carretas rumbo a la Media Luna. Él se agachó, escondiéndose en el galápago
que bordeaba
el río. "¿De quién te escondes?", se preguntó a sí mismo.
¡Adiós,
padre! oyó que le decían. [...]
¿Adónde
tan temprano, padre?
¿Dónde
está el moribundo, padre?
¿Ha
muerto alguien en Contla, padre? Hubiera querido responderles: "Yo. Yo soy el
muerto." Pero se conformó con sonreír. (pp. 90-91)
De nuevo, se contradice en su propia intención y queda solo. Nadie percibe su
turbación ni su conflicto, de ahí la necesidad de apoyarse en el narrador omnisciente.
El padre Rentería se niega a dar la bendición a Miguel Páramo, aunque sólo sea
de palabra. Más adelante llegará el momento en que se decida a unir la teoría con la
práctica al incorporarse a la Revolución cristera. Tal vez el sufrimiento se agudiza
tanto por las contradicciones que existen en esa sociedad llamada Comala, como por la
pérdida de la identidad. Y nos atrevemos a hablar de una pérdida de la identidad en
tanto que Pedro Páramo utiliza y somete la autoridad del padre Rentería: El asunto
comenzó pensó cuando Pedro Páramo, de cosa baja que era, se alzó a mayor.
Fue creciendo como una mala yerba. Lo malo de esto es que todo lo obtuvo de mí. (p.
89).
El
padre Rentería
debe ser un mediador entre la gente de Comala y Pedro Páramo, pero ha descendido a una
condición en la que no puede hacer nada, cambio de limosnas:
El
padre cura quiere sesenta pesos por pasar por alto lo de las amonestaciones. Le dije que
se le darían a su debido tiempo. Él dice que le hace falta componer el altar y que la
mesa de su comedor está toda desconchinflada.
Le prometí que le mandaríamos una mesa nueva. [...]
Y desde que murió su abuela ya no le han dado los diezmos. Le dije que no se
preocupara. Está conforme. (pp. 52-53)
Yo sé que
usted lo odiaba, padre. Y con razón. El asesinato de su hermano, que según rumores fue
cometido por mi hijo; el caso de su sobrina Ana, violada por él según el juicio de usted
[...] Pero olvídese ahora, padre. Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya
perdonado. Puso sobre el reclinatorio un puño de monedas de oro y se levantó:
Reciba eso como una limosna para su iglesia. (p. 35)
El padre Rentería tiene una función que le viene implícita en el oficio; es el
padre de la comunidad de feligreses a su cargo y el único que tendría la capacidad moral
de enfrentarse al otro personaje que se ha constituido en padre despótico del mismo
pueblo como cacique, ya que ambos "padre" y "patrón" tienen la
misión de protectores que les confiere la etimología de sus títulos.
Por otra parte, la misma problemática económica que lo lleva a someterse a Pedro
Páramo hace que surja un muro entre él y el pueblo, como ocurre con María Dyada cuando
se suicida su hermana Eduviges:
"Pero ella se suicidó. Obró
contra la mano de Dios.
"No
le quedaba otro camino. Se resolvió a eso también por bondad. [...]
"Tal
vez rezando mucho.
"Vamos
rezando mucho, padre.
"Digo
tal vez, si acaso, con las misas gregorianas; pero para eso necesitamos pedir ayuda,
mandar traer sacerdotes. Y eso cuesta dinero.
"Allí
estaba frente a mis ojos la mirada de María Dyada, una pobre mujer llena de hijos.
"No
tengo dinero. Eso usted lo sabe, padre.
"Dejemos
las cosas como están. Esperemos en Dios.
"Sí,
padre." (pp. 41-42)
La actitud de resignación de la hermana de Eduviges contrasta visiblemente con la
que asume Susana San Juan:
Tocaron la aldaba. Tú saliste. Ve tú
te dije. Yo veo borrosa la cara de la gente. Y haz que se vayan. ¿Que vienen
por el dinero de las misas gregorianas? Ella no dejó ningún dinero. Díselos, Justina.
¿Que no saldrá del Purgatorio si no le rezan esas misas? ¿Quiénes son ellos para hacer
la justicia, Justina? (p. 99)
Susana, un personaje dueño de sí mismo y dueño de una voz, asume la voz del
otro, en este caso, de María Dyada y del padre Rentería y juzga por ellos.
El padre Rentería es consciente de que ha perdido la capacidad de juicio que como
sacerdote y confesor se le había conferido en el momento de ser consagrado, y necesita de
la voz del narrador para que exprese un juicio semejante al que, páginas después,
habría de dictar Susana San Juan:
¿Por
qué aquella mirada se volvía valiente ante la resignación? Qué le costaba a él
perdonar, cuando era tan fácil decir una palabra o dos, o cien palabras si éstas fueran
necesarias para salvar el alma. ¿Qué sabía él del cielo y del infierno? Y sin embargo,
él, perdido en un pueblo sin nombre, sabía los que habían merecido el cielo. (p. 42)
Por todo ello, sólo desea poder decir: "Yo. Yo soy el muerto." Pero la
muerte no llega a su encuentro, es el personaje más solo de la novela, el único que
permanecerá vivo en un mundo de muertos. Si quiere encontrar a otro de su misma
condición con quien poder contrastar sus ideas en conflicto deberá buscarlo fuera de
Comala.
La charla con el párroco de Contla pone en evidencia otros rumbos de
significación muy interesantes. El señor cura de Contla asume en su propio discurso la
reflexión que antes había hecho el padre Rentería respecto de ciertos problemas
religiosos. Comparemos los dos fragmentos. El padre Rentería dice:
"Todo
esto que sucede es por mi culpa se dijo. El temor de ofender a quienes me
sostienen. Porque ésta es la verdad; ellos me dan mi mantenimiento. De los pobres no
consigo nada; las oraciones no llenan el estómago. Así ha sido hasta ahora. Y éstas son
las consecuencias. Mi culpa. He traicionado a aquellos que me quieren y que me han dado su
fe y me buscan para que yo interceda por ellos para con Dios. ¿Pero qué han logrado con
su fe? ¿La ganancia del cielo? ¿O la purificación de sus almas? Y para qué purifican
su alma, si en el último momento... (pp. 40-41)
La reflexión del padre Rentería rebasa su propia crisis. El conflicto no es sólo
suyo, sino que está comprendido en otra crisis mayor: la de lo religioso. Y el párroco
de Contla le responde:
Quiero
creer que todos siguen siendo creyentes; pero no eres tú quien mantiene su fe; lo hacen
por superstición y por miedo. Quiero aún más estar contigo en la pobreza en que vives y
en el trabajo y cuidados que libras todos los días en tu Cumplimiento. Sé lo difícil
que es nuestra tarea en estos pueblos donde nos tienen relegados; pero eso mismo me da
derecho a decirte que no hay que entregar
nuestro servicio a unos cuantos, que te darán un poco a cambio de tu alma, y con tu alma
en manos de ellos ¿qué podrás hacer para ser mejor que aquellos que son mejores que
tú? (pp. 91-92)
El problema de lo religioso
se abre en dos dimensiones: como elemento de una cultura y como institución de poder. Una
de las constantes en los temas rulfianos es el sentimiento de pecado y culpa que ha
llevado a la crítica a interpretar los textos de Rulfo en un sentido pesimista e infeliz
de la vida.
Dos cuentos serían los mejores ejemplos de la culpa como motivo temático de la
historia: Talpa y Macario.[14]
El primero, desde los remordimientos del hermano de Tanilo y del sentido de culpa y las
lágrimas de Natalia,
Vino
a llorar hasta aquí, arrimada a su madre; sólo para acongojarla y que supiera que
sufría, acongojándonos de paso a todos, porque yo también sentí ese llanto de ella
dentro de mí como si estuviera exprimiendo el trapo de nuestros pecados. (Talpa, pp. 56-57)
Yo
sé ahora que Natalia está arrepentida de lo que pasó. Y yo también lo estoy; pero eso
no nos salvará del remordimiento ni nos dará ninguna paz ya nunca. (Ibíd., p. 58)
El segundo cuento, desde el relato inocente de Macario, se maneja el concepto de
pecado como una fuerza que se impone sobre el hombre, sea o no culpable del mismo:
Felipa
dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que ella le contará al Señor todos mis
pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda
la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo. [...] Por eso se confiesa todos
los días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y
tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días. Todas
las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. (Macario, p. 73)
Enseguida
que me dan de comer enseguida me encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que
no den conmigo los pecados mirando que aquello está a oscuras. (Ibíd., p. 74)
La cuestión del pecado y del perdón que otorga la Iglesia es un problema que se
debate en varios niveles de conciencia en Pedro
Páramo. María Dyada y Susana San Juan opinan a su manera respecto del ritual de las
"misas gregorianas" para conseguir la salvación del difunto, según vimos
antes. Por otro lado se encuentra la hermana de Donis que se siente marcada para siempre
por el pecado:
Era una cara común y corriente.
¿Qué
es lo que quiere que le mire?
¿No
me ve el pecado? ¿No ve esas manchas moradas como de jiote que me llenan de arriba abajo?
Y eso es sólo por fuera;
por dentro estoy hecha un mar de lodo. (p. 67)
La postura que asume ante su situación la más alta autoridad eclesiástica, la
hunde en un conflicto en el que luego parece conformarse cuando no encuentra salida
posible:
Luego
están nuestros pecados de por medio. Ninguno de los que todavía vivimos está en gracia
de Dios. Nadie podrá alzar sus ojos al cielo sin sentirlos sucios de vergüenza. Y la
vergüenza no cura. Al menos eso me dijo el obispo que pasó por aquí hace algún tiempo
dando confirmaciones. (p. 67)
La hermana de Donis termina por interpretar su mundo desde la negación del perdón
para ella y para el pueblo:
Y
se fue, montado en su macho, la cara dura, sin mirar hacia atrás, como si hubiera dejado
aquí la imagen de la perdición. Nunca ha vuelto. Y ésa es la cosa por la que esto está
lleno de ánimas; un puro vagabundear de gente que murió sin perdón y que no lo
conseguirá de ningún modo, mucho menos
valiéndose de nosotros. (p. 68)
Así pues, la perspectiva de los otros ministros de la Iglesia, el padre Rentería
y el párroco de Contla, se aleja de la postura de la jerarquía que los tiene
"relegados" en Contla y en Comala:
No, padre, mis manos no son lo suficientemente
limpias para darte la absolución. Tendrás que buscarla en otro lugar.
¿Quiere usted decir, señor cura, que tengo
que ir a buscar la confesión a otra parte?
Tienes que ir. No puedes seguir consagrando a
los demás si tú mismo estás en pecado. (p. 92)
Tanto el padre Rentería como el párroco de Contla sí tienen voz para expresar
sus propias opiniones; no así el obispo, que aunque posee una mayor dignidad jerárquica,
sólo puede hacernos llegar su voz a través de la conciencia de la hermana de Donis. Hay,
pues, una escisión en el plano de las autoridades eclesiásticas que podría ser signo
del resquebrajamiento del poder de la Iglesia como institución.
Es posible encontrar en el texto numerosas citas además de las que ya antes
hemos mencionado que dan cuenta de un cuestionamiento a nivel de conciencia sobre lo
religioso. Nos concretaremos a dos casos:
1)
Eduviges
Dyada y la justificación del suicidio
Sólo
yo entiendo lo lejos que está el cielo de nosotros; pero conozco cómo acortar las
veredas. Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera y no cuando Él lo
disponga. O, si tú quieres, forzarlo a disponer antes de tiempo. (pp. 16-17)
2)
Discurso
religioso y discurso erótico
Se abrió la puerta y entró el padre Rentería en
silencio moviendo brevemente los labios:
Te voy a dar la comunión, hija mía.
Esperó a que Pedro Páramo la levantara
recostándola contra el respaldo de la cama. Susana San Juan, semidormida, estiró la
lengua y se tragó la hostia. Después dijo: "Hemos pasado un rato muy feliz,
Florencio." Y se volvió a hundir entre la sepultura de sus sábanas. (pp. 141-142)
El padre Rentería, al aplicar los últimos auxilios espirituales a Susana, le pide
que repita con él las palabras que éste vaya diciendo:
"Tengo la boca llena de tierra." Luego se
detuvo [...]
"Tengo la boca llena de ti, de tu boca. Tus
labios apretados, duros como si mordieran oprimiendo mis labios..." Se detuvo
también. [...]
Aún falta más. La visión de Dios. La luz
suave de su cielo infinito. El gozo de los querubines y el canto de los serafines. La
alegría de los ojos de Dios, última y fugaz visión de los condenados a la pena eterna.
[...]
"Él me cobijaba entre sus brazos. Me daba
amor." (pp. 145-146)
Si el caso del suicidio puede parecer atrevido en tanto que incluye en la
justificación la venia de Dios "Dios mediante", el segundo sería
calificado como una deconstrucción que profana el discurso religioso. Y el
cuestionamiento se agudiza, ya que se trata de una desacralización de los rituales de
mayor sentido trascendental del cristianismo: los sacramentos, en este caso, la comunión
y la extrema unción.
De nueva cuenta vemos aparecer a Susana San Juan portadora de un discurso muy
propio, profundamente cuestionador de los principios religiosos. Aquí el cuestionamiento
viene desde dentro, desde la misma conciencia de los personajes y, por lo tanto, tiene un
valor distinto del que podemos observar en el cuento más desmitificador de lo religioso: Anacleto Morones.
El cuento Anacleto Morones, que aparece
desde la primera publicación de El Llano en llamas,
en 1953, es una desmistificación a través de la postura de Lucas Lucatero y del discurso
religioso pueblerino, encarnado en el grupo de mujeres "diez mujeres, sentadas
en hilera, con sus negros vestidos puercos de tierra", que como dice Clara
Passafari, constituyen "una sátira de la superstición y la hipocresía donde se ven
claramente los vicios ancestrales de un pueblo, ahogado por esquemas imbatibles".[15]
También en este cuento encontramos un enfrentamiento entre el discurso religioso y
el erótico:
No sigas diciendo cosas, Lucas. Ayer me
confesé y tú me estás despertando malos pensamientos y me estás echando el pecado
encima.
Me acuerdo que te besaba las corvas. Y que
tú decías que allí no, porque sentías cosquillas. (Anacleto Morones, p. 177)
Y, más adelante, sobre el sacramento de la confesión:
Te confiesas primero y todo queda arreglado.
¿Desde cuándo no te confiesas?
¡Uh!, desde hace como quince años. Desde
que me iban a fusilar los cristeros. Me pusieron una carabina en la espalda y me hincaron
delante del cura y dije allí hasta lo que no había hecho. Entonces me confesé hasta por
adelantado. (Anacleto Morones, p. 180)
Particularmente, la configuración de los personajes femeninos deja sentir la
presencia de una instancia superior ordenadora del sentido, gracias al efecto de la
ironía. Hablamos de ironía y no de "sátira", como dice Passafari, porque la
sátira es una forma literaria "que tiene como finalidad corregir, ridiculizándolos,
algunos vicios e ineptitudes del comportamiento humano"; y la ironía se trata,
según Linda Hutcheon, de un género que "está investido de una intención de
corregir, que debe centrarse sobre una evaluación negativa para que se asegure la
eficacia de su ataque".[16] Más
que el manejo específico del género satírico, en este cuento percibimos la presencia de
la ironía como figura literaria que nos permite encontrar, en el plano semántico, un
juego en la significación por la "superposición estructural de contextos
semánticos (lo que se dice/lo que se quiere que se entienda)", esto es, un
significante y dos significados.[17] Se establece un
canal de comunicación entre el autor y el lector en el que éste último no puede
sustraerse a la crítica implícita en la caracterización del grupo de mujeres
fanatismo, ignorancia, superstición, lujuria disfrazada de prejuicios, pero
sin llegar al juicio correctivo. Por el contrario, hasta parece que el lector estaría
conforme con justificar el asesinato de Lucas Lucatero. Rulfo dice:
La
cuestión religiosa la fui entendiendo demasiado tarde y vi que era teatro, puro teatro, y
más o menos quise hacer cierta ironía en la cuestión esta de los milagros que hacen las
Vírgenes y los Santos. Por eso escribí Talpa.[18]
Y nosotros diríamos que también Anacleto
Morones, en donde se percibe más claramente el montaje de una escena teatral. Y
aunque el juicio sobre lo religioso es muy duro, lo cierto es que, consciente o
inconscientemente, los textos rulfianos consiguen dar cuenta también de la riqueza
cultural de ciertos sectores, desde el ámbito de lo religioso.
Podemos hablar de que en Pedro Páramo se
cuestiona el discurso religioso en términos de un diálogo que surge por el encuentro de
conciencias de los personajes, y que en Anacleto
Morones se realiza a través del diálogo en el nivel de conciencias exteriores al
relato autor y lector. No obstante, ambas estrategias tienen el mismo fin:
cuestionar lo que parecía intocable, desacralizar el discurso canónico religioso.
Conclusión:
La religión como elemento clave de la cultura popular
En el caso de la religiosidad popular hay que destacar una cuestión de suma
importancia: este tipo de fenómenos conforma un tejido de relaciones regionales no
impuestas sino surgidas y ejercidas por los propios actores sociales, y en ellas se
reflejan sus esperanzas y carencias, sus utopías y frustraciones, esto es, su visión del
mundo.
Macario es un personaje que estaría en un nivel muy semejante a Tanilo, el
protagonista de Talpa pasando por alto la
ironía que subyace en el segundo, en tanto que sus perspectivas se basan plenamente
en su concepción de lo religioso. A uno le sirve para justificar su vida:
Y
mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy
a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza.
(Macario, pp. 73-74)
Y al otro, para justificar su muerte:
Le
decía que sólo la Virgen de Talpa lo curaría. Ella era la única que podía hacer que
él se aliviara para siempre. Ella nada más. Había otras muchas Vírgenes. Pero sólo la
de Talpa era la buena. Eso le decía Natalia. (Talpa,
p. 64)
Desde la lógica de la religiosidad
popular, no es lo mismo entregar la limosna en el templo de cualquier otro lugar ante una
imagen de la Virgen, que en Talpa, ante la imagen "verdadera". La gente de
Jalisco ha ido y seguirá yendo a Talpa; así lo atestigua la vigencia y vitalidad de las
romerías que año con año se dirigen hacia ese santuario mariano.
En Es que somos muy pobres, la
prostitución de las hijas se ve como consecuencia de algún pecado cometido por alguien
de la familia:
Todos
fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a
nadie. Todos fueron por el estilo. Quién sabe de dónde les vendría a ese par de hijas
suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vuelta a todos sus recuerdos y no ve
claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala
costumbre. (Es que somos muy pobres, p. 33)
En Acuérdate, los rituales marcan el tiempo en el pueblo: "Ya de noche, poquito después de las ocho y cuando todavía estaban tocando las campanas el toque de Ánimas." (Acuérdate, p. 143). En Pedro Páramo, el mundo de los muertos por excelencia, la visión del pueblo tiene siempre presente el culto a los difuntos como parte vital de su identidad:
"¡Válgame!
Si no serán los tres toques de San Pascual Bailón, que viene a avisarle a algún devoto
suyo que ha llegado la hora de su muerte." Y como ella había perdido el novenario
desde hacía tiempo, a causa de sus reumas, no se preocupó; pero le entró miedo y, más
que miedo, curiosidad. (p. 135)
El pueblo establece con sus muertos una relación que rebasa cualquier límite
temporal y espacial:
Ve diciéndole entretanto a la difuntita que
yo siempre la aprecié y que me tome en cuenta cuando llegue a la gloria.
Sí, madre Villa.
Díselo antes de que se acabe de enfriar.
[...]
Pero no se te olvide pedirle a la Refugio que
ruegue a Dios por mí, que tanto lo necesito.
No se mortifique. Se lo diré en llegando. Y
hasta le sacaré la promesa de palabra, por si es necesario y pa que usté se deje de
apuraciones.
Eso, eso mero debes hacer. Porque tú sabes
cómo son las mujeres. Así que hay que exigirles el cumplimiento en seguida. (pp.
153-154)
Si hubiera una respuesta para contestar al padre Rentería cuando se pregunta:
"¿Qué han logrado con su fe?", sería que esa fe ha logrado constituir el
mundo en el que viven y son, y en donde encuentran una razón de vivir más allá de la
muerte, más allá de la miseria, la pobreza, el sacrificio, la desigualdad.
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Bibliografía
Abbagnano,
Nicola, Diccionario de filosofía, trad. Alfredo
N. Galletti. FCE, México, 1987.
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México, 1980.
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narrativa", Escritura, núm. 2, 1976, pp.
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Beristáin,
Helena, Diccionario de retórica y poética, 2a.
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Bonfil
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Guillermo Bonfil Batalla (coord.). CONACULTA, México, 1993.
Buxó,
José Pascual, "Consideraciones finales", La
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[1] Nicola
Abbagnano, Diccionario de filosofía, trad.
Alfredo N. Galletti, FCE, México, 1987, p. 272.
[2] Citado
por Juan Liscano Velutini, Vida, folklore y poesía.
Las fiestas del Solsticio de Verano en el folklore de Venezuela, Ministerio de
Educación Nacional, Caracas, 1947, p. 6.
[3] E.
Adamson Hoebel, "La naturaleza de la cultura", en Hombre, cultura y sociedad, trad. Mayo Antonio
Sánchez, Harry L. Shapiro (comp.), FCE, México, 1980, p. 235.
[4] Cf.
José Pascual Buxó, "Consideraciones finales", en La cultura nacional, UNAM, México, 1984, p. 107.
[5] Helena
Beristáin, Diccionario de retórica y poética,
2a. ed., Porrúa, México, 1988, pp. 130-131.
[7] Cf.
Carlos Monsiváis, "Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX", en Historia general de México, El
Colegio de México, México, 2000, pp.
1375-1548.
[10]
Guillermo Bonfil Batalla, "Nuevos perfiles de nuestra cultura", en Nuevas identidades culturales en México, Guillermo
Bonfil Batalla (coord.), CONACULTA, México, 1993, p. 11.
[11]
Alejandro Ulloa Sanmiguel, "Identidad cultural e integración en América Latina,
desafíos y perspectivas", En torno a la
identidad latinoamericana, Beatriz Solis Leree y Luis Núñez Gornés (eds.),
CONEICC-FELAFACS, México, 1992, p. 112.
[14]
Juan Rulfo, El Llano en llamas, 3ª ed. (1980), FCE, México,
1992. Cito por esta edición.
[15] Clara
Passafari, Los cambios en la concepción y
estructura de la narrativa mexicana desde 1947, Universidad Nacional del Litoral,
Rosario (Argentina), 1968, p.77.