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El
cuestionamiento social en Otilia Rauda,
de Sergio Galindo
Yoon, Bong-Seo
Universidad Nacional de Seúl
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Resumen
Sergio
Galindo, gran promotor de los escritores noveles, presenta en Otilia Rauda, la mejor de sus novelas
un mundo en donde se cuestionan los valores de una sociedad que parece no
haberse transformado casi en nada después de la Revolución Mexicana.
Cuestionadora de mitos como el machismo, su personaje femenino reúne la fuerza
varonil sumada a la exuberante belleza de la mujer mexicana, que enfrenta los
prejuicios de una sociedad a costa de su felicidad y de su propia vida.
Palabras
claves: cuestionamiento sociopolítico, rural, prejuicios
sociales, Revolución Mexicana
Otilia
Rauda nos permite disfrutar
el ejercicio de un narrador de
gran madurez,
dueño de su oficio, cuya prosa conserva,
de principio a fin, dos certeras brújulas:
la claridad y la eficacia.
Fabienne Bradú
Poco
se conoce del mexicano Sergio Galindo (1926-1993) en Corea, sólo un libro suyo
se encuentra en la biblioteca del Departamento de Lengua y Literatura Hispánica
de la Universidad Nacional de Seúl: El hombre
de los hongos (1976) en la edición de Joaquín Mortiz, gracias al
conocimiento de la película del mismo nombre en Corea, siempre interesada en el
cine mexicano. Pocos saben que la prestigiada revista La Palabra y el Hombre, que muchos estudiantes de literatura
hispanoamericana consultan en la biblioteca central de la Universidad Nacional
de Seúl, fue fundada también por Sergio Galindo.
En este
acercamiento veremos una de sus más famosas novelas: Otilia Rauda, publicada en 1986 y que le mereciera el Premio Xavier
Villaurrutia, concedido por los mismos escritores en ese año. Llevada al cine
por Alfredo Ripstein bajo la dirección de Dana Rotberg en 2000, ha ganado
numerosos premios en todo el mundo.
En
una entrevista realizada por Víctor Ronquillo, Galindo declara: “En estos
momentos estoy escribiendo una novela que se llama Los encuentros y será la más larga de mis obras; he terminado apenas
la primera parte, así que creo me faltarían alrededor de cien páginas por
escribir. [...] Creo que ésta es mi novela más ambiciosa pero no sabría decir
si esto es cierto hasta que esté terminada.” (Ronquillo, 112-113). Tiempo después,
Vicente Francisco Torres le pregunta: “¿Qué puedes decirme de Otilia Rauda, tu novedad que está por
aparecer?”, a lo que Galindo responde: “es el libro que más he trabajado y
pensado a lo largo de toda mi vida. Lo considero el mejor.” (Torres, 141).
Otilia Rauda presenta
una visión desmitificadora de la sociedad de provincia en torno a los sucesos
de la Revolución que conformaron el ámbito social del presente. Y si el autor
mismo la considera la mejor de sus obras es porque sintetiza y rompe, a la vez,
la temática que había venido desarrollando a lo largo de su obra: el personaje
femenino de carácter dominante, el tema de la solterona, el problema de la
posesión de la tierra, el carnaval, la iniciación. Con Otilia crea un personaje
diferente en la narrativa mexicana por su comportamiento liberador de mitos
sociales, aunque desde una
perspectiva masculina. El mundo de Otilia que ofrece un tiempo y un espacio en
donde se quiebran los valores de la sociedad o donde se exhiben sus prejuicios.
Fabienne Bradú señala a propósito de su estructura: “Otilia Rauda logra mantener un feliz
equilibrio de composición; explota sin nunca cargar la nota tres facetas que se
conjugan con
naturalidad: novela histórica, novela rural, novela
psicológica o de caracteres.” (Bradú, 61).
El
anterior nombre de la novela era Los
encuentros, así lo expresa en repetidas ocasiones, encuentros que adquieren
una connotación especial por las circunstancias en que se realizan, como ya lo
había anunciado en su novela El bordo
cuando dice: “pero un día me di cuenta de que jamás me encontrían [subrayado del autor], había sido un verdadero
accidente su aparición en el cuarto elegido y de no mediar la necesidad de
alquilar a alguien ese sitio no hubiera llegado jamás a buscarme” (El bordo, 26). Es decir, el encuentro
surge por algo más que la sola necesidad, interviene el azar como destino y
obedece a un fin trascendente, según la perspectiva de la presente novela: el
encuentro de Otilia con Rubén Lazcano cambia la vida de ambos por un deseo del
destino, el encuentro de Tomás con Otilia y más tarde con Rubén Lazcano
determina el final de sus vidas, y esta vez, sin mediar del todo el azar. El
encuentro de Rubén Lazcano con Isauro Cedillo, tan buscado por ambos, en el que
pretenden destruir el mundo representado por cada uno: el militar revolucionario
oportunista contra el mundo campesino despojado y traicionado, el encuentro
final de Melquíades con Isidro Peña que simboliza el fin de una sociedad
corrupta. Recordemos que Isidro llega a ser el presidente municipal de Las
Vigas y el principio de un mundo en donde reinará la muerte.
Sin embargo, como el mismo Sergio Galindo dice: “no
podría yo haber escrito Otilia Rauda sin antes haber publicado mis demás libros” (Torres,
141). En su novela El bordo, “casi todo
el año la niebla cubre el pueblo de Las Vigas, una niebla húmeda y espesa que
elimina la distancia del cielo y lo hace descender hasta tocar el escaso
empedrado de las calles” (El bordo,
8), es decir, el mismo pueblo en que vivirá y se desarrollará tilia Otilia Rauda.
Ahora bien, su obra no sólo se inscribe dentro de la línea
de sus escritos anteriores, sino que
elige inscribirla dentro de
la línea de textos como Pedro Páramo y
de Al filo del agua, por la
recreación del mundo de provincia, por el sometimiento de un pueblo a la
dictadura social e ideológica que fue combatida en la Revolución Mexicana,
porque Las Vigas es un pueblo que vive también ‘al filo del agua’, y que
termina bajo el dominio de la muerte.
Sergio Galindo, en su discurso de ingreso a la
Academia Mexicana de la Lengua en 1976, enfatizó: “Por fortuna, el ser humano
posee valores indestructibles, como por ejemplo, la capacidad de amar y la
capacidad de crear; esto nos lleva a un área que es patrimonio del hombre de
cualquier latitud: el arte. [...] Los gobiernos pueden cometer muchos errores;
el arte no, o no es arte
[subrayado del autor]. El arte es la esencia más profunda de lo humano; y el
vínculo más fuerte de hermandad y de amor entre los hombres, es la amistad.” (Discurso de ingreso, 9). En otras
palabras, para Sergio Galindo la tarea del artista está por encima de cualquier
interés político o social, sin despojarla por ello del compromiso que supone la
escritura. Respecto a lo anterior, Galindo responde a las cuestiones de Roman
Samsel sobre este aspecto: “Considero que el Estado debería más bien dejar al
escritor en paz. Como escritor nada quiero del Estado, ni tampoco necesito.
[...] La literatura constituye un poderoso instrumento de cambio. Aun la más
inocente historia, narrada por un escritor, injerta determinadas ideas y opiniones,
y con ello influye sobre la forma de la realidad. De esto estoy completamente
convencido.” (Samsel, 28).
El
compromiso histórico-social adquiere relevancia en la novela, así como los
conflictos humanos derivados de las relaciones de amor y de amistad. Casi al
final, Otilia se cuestiona: “Por qué no me bastó el don de amar?” (354), y el grito
que desgarrara lo más profundo de su ser, grito que traspasa su propio mundo,
surge no de su muerte sino del saber que Rubén la amaba: “él era bueno,
Otilia... y te quería... Hoy iba a venir por ti”. Conflictos humanos que se ven
enmarcados en los conflictos socio-políticos que trajo consigo el movimiento revolucionario.
La
novela se ubica históricamente entre los años 1933 y 1941 en la primera parte,
época en la que “se persigue a los agraristas y [en donde] las malditas
guardias blancas tienen de nuevo fuerza” (56). La segunda parte ocurre entre
1910 y 1932, fecha en que termina su segundo periodo como gobernador Adalberto
Tejeda. En la entrevista que le hiciera Víctor Ronquillo, Galindo expresa su interés
por el periodo gubernamental de Tejeda, sobre el cual señala: “a pesar de ser
una figura muy importante de nuestra historia, no ha tenido el reconocimiento
ni el estudio que merece” (Ronquillo, 112).
Ahora
bien, las juicios políticos se presentan abiertamente sólo en la segunda parte,
mientras que en la primera, la de mayor extensión, no se hace necesario
explicitarlos, están presentes en el enfrentamiento del pueblo en contra de la
casa de los padres de Otilia, al margen por su ubicación y por los principios
que la rigen; están presentes asimismo en la persona de Luis Montes, quien “no tuvo
ningún empacho en ser de ideas avanzadas y de unirse a los revolucionarios, teóricamente,
para conservar su patrimonio con subterfugios y trampas” (68), en la municipalía
en manos de Isidro Peña, y en el deseo de Prudencio de “adherirse a la nueva causa
para trabajar al lado de Tejeda, por ejemplo” (75).
Simultáneamente
a la aparición de Otilia Rauda, la
Universidad Veracruzana editó los primeros resultados de la investigación socio-histórica
sobre el periodo de Adalberto Tejeda, figura dominante en el tiempo de Álvaro
Obregón y de Plutarco Elías Calles, “capaz de conjugar, en un juego político
arbitral, las diversas expresiones colectivas; las que habían reaccionado
contra la oligarquía porfirista y las que aún guardaban silencio.” (Domínguez,
17).
La realidad
histórica concreta y las fuerzas sociales que dinamizaban la sociedad dieron a
Tejeda su significación histórica, señala la crítica. Sólo dentro de lo real
posible puede comprenderse su obra: política educativa jacobina y con tintes
socialistas; política agraria que iba en busca de transformaciones estructurales
que rompieran el cerco construido por el dominio de los terratenientes
oligarcas; política laboral corporativista y mediadora de los conflictos entre
el capital y el trabajo; política mediadora y gestora de soluciones claves para
los problemas que enfrentaban las ciudades en expansión. No pretendemos señalar
de ninguna manera que se trata de una novela de propaganda política o de una
novela histórica, simplemente, que en el marco ideológico de Tejeda quedan
enmarcados los juicios que sobre el gobierno del momento se emitían,
obedeciendo a la idea que Sergio Galindo tenía de la “literatura como
instrumento de cambio”. Por ejemplo, podemos señalar lo que se dice sobre el
porfirismo: “el boato de estas celebraciones -remató el doctor Buendía- dará la
puntilla a la dictadura; la vanidad ha perdido a ese hombre, ¿ignora acaso la
miseria que padece el pueblo?” (254), y más adelante: “Ojalá que Carranza
domine pronto la situación!” (297). Una cita más: “el ejemplo lo tenemos bien
claro en ese canalla de Henry Lane”, y abundando sobre el país vecino del
norte, el texto dice: “Por el lado de la justicia y el honor no se podía
confiar en esa nación.” (303). El juicio más favorable es para Tejeda: “Tejeda
fue hombre apasionado e incorruptible, y fueron sus méritos y honestidad los
que finalmente lo antagonizaron con derechas e izquierdas y sólo conservó la
idolatría de miles de campesinos y obreros que vieron en él al único verdadero
ejecutor de un cambio social acorde con los principios revolucionarios por los
que tantos mexicanos habían muerto durante la contienda fraticida.” (317).
Por
otra parte, el mundo de Otilia se presenta en un marco de plasticidad pictórica
que recuerda la obra de muralismo mexicano. Sergio Galindo ingresa a la
Academia Mexicana ocupando el lugar que dejara vacante a su muerte Justino Fernández,
y del gran maestro Galindo dijo: “Justino me enseñó a ver [subrayado del autor] a Picasso, a Braque, me descubrió a
Modigliani, y, lo más importante, me hizo admirar el muralismo mexicano.” (Discurso de ingreso, 10). Desde el
inicio de la novela se establece la importancia que la visión tendrá en el
relato. Otilia habla consigo misma y contempla Las Vigas desde “la cúspide de
la colina, en la casa de sus padres, en las afueras del pueblo”. Los cambios en
el temperamento, principalmente de Isidro, están marcados por los cambios de tonalidad
de su figura, como si se tratara de un muñeco pintado: “el rostro de Isidro Peña
había pasado de moreno a verde, sus ojos tomaron un color amarilloso” (36). Y qué
decir del mural que pinta Otilia ante los ojos de Rubén Lazcano: “y realizó un retrato
de Isidro Peña, de líneas tan despiadadas y llenas de exageración, que fue más
bien una caricatura, bastante sangrienta. La figura de Isidro, formaba parte de
un cuadro mayor: el pueblo, pintado con duros trazos, como sólo el resentimiento
y la amargura pueden darlos. En ese mural Silvina Montes, la familia Pérez y el
cura Juvencio tenían la líneas más duras” (48). Cuando Rubén recuerda a
Genoveva: “ve su piel con el tono rojizo del cobre en la que un buril trazaría
con paciencia, de pies a cabeza, el recorrido del tiempo” (213); pero es sin duda
la figura misma de Otilia, la belleza escultural de su cuerpo en contraste con
los rasgos duros de su cara que nos hacen pensar en la silueta femenina de los
murales de Diego Rivera.
Las
Vigas constituye una pintura en la que se ofrecen el tiempo y el espacio
propicios para la desmitificación del mundo que representa Rubén Lazcano: el
machismo, la primogenitura, la posesión de la tierra. En Otilia Rauda, los
protagonistas son seres marginados por la sociedad, y si bien se intenta dejar
oír sus voces por medio de la acción protagónica que se les confiere, la
presencia del narrador quiebra cualquier intento de dialogismo posible. Sin
embargo, los matices
dialógicos son evidentes, a
la manera del muralismo mexicano, en el cual las formas hablan por sí mismas sin
necesidad de voz: la presencia de Otilia se yergue en medio de su mundo y lo
domina; la figura de Lazcano ingresa al mundo de la Rauda y adquiere sentido
propio; la mano férrea de la protagonista encuentra su extensión en el gigante
Melquíades, el cual se enfrenta con toda conciencia de su naturaleza gigantesca
al tirano.
Los personajes de Otilia
Rauda adquieren vida propia. Otro acierto
de Galindo. Los tres protagonistas viven bajo un parámetro de evolución
semejante: sus características físicas determinan el primer factor de rechazo,
su belleza y su presencia gigantesca, y su inserción en el ámbito social marca
su marginalidad y, simultáneamente, el inicio de un proceso mitificador. De
Rubén Lazcano se jurará, por ejemplo, que “un anciano, de la impresión de
verlo, quedó ciego” (40), y Tomás lo identificará con el símbolo mágico del árbol:
“se conforma con contemplarlo extasiado; lo siente como si fuese un árbol, un
inmenso cedro, majestuoso y sereno” (232), comparación que se presenta en dos ocasiones.
La interrelación entre ellos, Otilia/Lazcano, Otilia/Melquíades, les permitirá dar
sentido a sus vidas y romper el esquema estático mitificado que podría
convertirlos en arquetipos, la interrelació que funge como un rito iniciático por
medio del encuentro sexual les abrirá las puertas a otra dimensión de su
personalidad. Es decir, la Otilia venerada por Isidro perderá su poder y le
causará repulsión al mostrar la debilidad del enamoramiento. Rubén Lazcano,
siempre alerta a todo peligro, caerá en manos de la muerte por ceder al
sentimiento del amor y de la amistad. Melquíades adquirirá la fortaleza que
nunca poseyó al ver muerta a su amada. Una relación que alcanzará dimensiones míticas
en el sentido de Eros y Tánatos: “La relación con Rubén Lazcano fue de una
intensidad muy cercana a la violencia, y por primera vez sintió lo próximo que
está el orgasmo de la muerte. Ninguna otra célula albergó para ella, ese deseperado
convencimiento de que, desbordante de vida, iba a morir en ese momento.” (129).
Otilia,
Rubén y Melquíades se ven condenados a vivir en el presente y en el pasado.
Otilia, a la muerte de sus padres, regresa a la casa de ellos y “poco a poco
coloca cada cosa en el lugar que ocupaba en sus recuerdos más remotos” (24),
mientras que en Rubén encuentra por primera vez “a quién contarle sus recuerdos
sin ninguna reticencia” (47). Lazcano vive como forajido por la marca que
imprimió en él su pasado, y cuando reconoce que “la única que lo hacía soñar en
el futuro” (313) era Otilia, ésta ha dictado ya su sentencia de muerte. Melquíades
ni siquiera llegamos a conocerlo. Mediante este proceso, Sergio Galindo presenta
de manera simbólica el problema de México donde “el pasado resulta un tanto
misterioso y no se puede acabar por descubrirlo; por lo que no estamos seguros
de nuestro futuro” (Samsel, 24). A este respecto, la estructura de la obra
ofrece un engranaje muy interesante: la primera parte (15 capítulos) ofrece un
tiempo-espacio para romper la estaticidad del de la segunda parte (10 capítulo),
el cual está inmerso en un pasado en donde se presentan todos los prejuicios ‘sacralizados’
de esa sociedad, así como la relación de los hechos históricos que bajo la
perspectiva de Galindo adquieren un valor simbólico; y la tercera, (un capítulo)
parte del tiempo-espacio de la primera y se proyecta hacia una dimensión
atemporal, fuera del control racional por la exaltación de los sentidos: “la
lujuria no había tenido nada que ver con Melquíades, pero un día llegó a él”,
dicha exaltación obliga a decir al narrador que “el mundo de Melquíades se
ensombreció siniestramente” y que quedaba sin respuesta a los conflictos -“por
qué gritaste antes de que él sacara el puñal y después
no?”-, en un ambiente en el
que “a pesar de la densidad del silencio y de que estaban cerradas y a oscuras
las casas, sentíase espiado” (361), frase que no puede menos que recordarnos la
Comala de Pedro Páramo por la
delineación de un mundo que sigue en la misma “gran confusión” (56).
Debemos considerar también el hecho de haber decidido
el cambio del título. El mundo de la
protagonista adquiere tal
relevancia que sustituye el nombre y el mundo de la obra, y el nombre pensado originalmente
para la novela pasa a ser el de una sección. Otilia, Rubén y Melquíades, tres
nombres no escogidos por azar: Otilia, por la homofonía con “otear”, que alude
al trabajo de focalización que hace el autor, la preferencia por lo visual. Además,
Sergio Galindo en entrevista dirá: “El nombre de mi personaje es el de una
costurera de mi madre. No sé que edad tendría cuando lo escuché por primera
vez. Ese nombre me decía muchas cosas y me abría posibilidades” (Torres, 141).
Ese nombre, como los otros, nos dicen ‘muchas cosas’. Rubén, nombre del primogénito
bíblico por inversión, es el representante del machismo y por ello es
cuestionado en su persona. Su imagen se divide con Tomás, es significativa la
cita del primer encuentro de Otilia y Tomás cuando se dice: “hacía tiempo que
no gozaba de un cuerpo tan grato y lozano” (28), y más claramente en el sueño
de Otilia: “Tomás se convertía en Rubén; o
Rubén perdía sus rasgos y
tomaba los de Tomás” (38), aunque la validación más precisa estaría en el
proceso de iniciación que viven en la cueva (230) que los enlazará en la amistad
y en la muerte, por lo cual se puede decir que muere traicionado por sí mismo y
sin dejar descendencia.
Melquíades, como en Cien años de soledad, tiene el futuro en sus manos. Sus
proporciones coinciden con la desmesura de los personajes de García Márquez en
varios de sus cuentos; en su sabiduría rudimentaria diría como Ema en El hombre de los hongos: “se puede amar
a un animal sin mesura y con la confianza de que ese amor será siempre
correspondido” (33), por la correspondencia que establece entre Otilia y la
Monina, y por la que Otilia establece de él como un perro: “abres bien los ojos
y paras las orejas; si oyes algo importante, regresas rápido”. Y con ellos,
Isaac, sin descendencia, en contraste con la tradición bíblica de su nombre. Andrés,
el viril por el significado de su nombre, que se siente extraño cuando no se encuentra
montado en su caballo y por no traer su pistola.
El tema de la solterona, tan presente en la narrativa
de Galindo, se encarna en la figura de Irenita. En esta ocasión, el personaje
vive bajo un mundo de torbellino para los principios tradicionales de la sociedad,
que son los de ella misma, y por ello al dejar la tranquilidad de su propio
entorno en Jalapa se ve envuelta en el ambiente de su querida y admirada
ahijada Otilia. Galindo sigue también su línea de experimentación estilística,
en el uso de las cursivas y de los paréntesis así como en el tono poético de ciertos
momentos cumbres de sus relatos, presente al final de la primera parte en esta
novela con el recurso del “tam tam tam”, en combinación con el manejo de la
naturaleza que ya había desarrollado en sus novelas anteriores, principalmente
en El bordo: “La calle. La niebla.
Tam, tam, tam, la cabeza, el pecho, los pasos hasta llegar a la recámara de
Rosenda. [...] Tam, tam. Otilia avanza con dificultad sobre el lodoso camino.
Siente como si jugase un doble juego. Ahora esa desagradable sensación la persigue.
[...] Otilia es de piedra. Tam, tam. Habla: la herida... quedó bien [...] Tam,
tam, tam, rápidas sus pisadas. Rapida la sorpresa de Celdonio por las órdenes
que recibe [...] Otilia habla más de una hora, lenta, triste,
amarga.” (204-210).
La novela abre, asimismo, un sinnúmero de caminos de
estudio que no hemos mencionado, como el análisis de la sociedad a lo largo del
relato, las relaciones de los protagonistas con la sociedad a la que
pertenecen, especialmente en la familia Lozano, los elementos que adquieren
valor simbólico, como el carnaval en donde se destaca que “los colgajos
apolillados representaban el estado de dictador y dictadura: símbolos decrépitos
que bajo penumbra favorecedora negaban su inminente aniquilamiento” (267), así como
el ambiente de fiesta que propicia la evación de los problemas socio-políticos;
la culpa, las alianzas, los oficios de carnicero, por ejemplo, los cuerpos, la
música, la contraposición mar y tierra como símbolos de desestabilidad y de seguridad,
respectivamente; y el estudio del narrador que se adueña de los hilos de la
narración y de las vidas de los personajes. La crítica tiene aún deuda con la
obra de Sergio Galindo y con Otilia Rauda para desentrañar la pluralidad de
su significación.
El
gran difusor de las letras hispanoamericanas, fundador de la editorial de la
prestigiada Universidad Veracruzana, ha merecido que su nombre denomine premio
significativo, el Premio Latinoamericano de Primera Novela “Sergio Galindo”,
que otorga un impulso decisivo en la carrera de los noveles escritores. Con
orgullo, la Universidad Veracruzana señala en varios sitios de su página web: “Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Sergio Pitol,
Elena Poniatowska, Juan Carlos Onetti, Juan García Ponce, Blanca Varela, José
de la Colina fueron algunas de las grandes plumas a las cuales Sergio Galindo
les abrió las puertas para publicar sus obras por primera vez bajo el sello de
la Editorial de la UV.” Los cuatro primeros se han traducido ya al
coreano, nos queda la deuda de hacer la misma tarea con la obra de Sergio
Galindo.
Cerraremos este acercamiento con una cita de Margo
Glantz que elogia la gran labor de Galindo como impulsor de escritores jóvenes
o desconocidos, tomada de “La labor de Sergio Galindo”: “Sergio dirigió la
colección Ficción. Gracias a él se
publicaron autores fundamentales, algunos ahora célebres y no sólo célebres
sino galardonados con el Nobel. Cuando mucha gente aún se reía con sorna de las
aventuras de Aureliano Buendía unidas a la interminable escrituración dirigida a
los generales colombianos, Sergio Galindo publicaba Los funerales de mamá grande de García Márquez y El diario de Lecumberri de Alvaro Mutis,
el teatro de Emilio Carballido y el de Luisa Josefina Hernández, los textos de
Rosario Castellanos, Lolita Castro, Jaime Sabines, Eraclio Zepeda, los cuentos
de José de la Colina y de Juan Vicente Melo, los de Max Aub, y los de Cardoza y
Aragón y claro, no podían faltar, los cuentos de José Revueltas, nada menos que
Dormir en tierra.” (Glantz, 1986: 5).
Sergio Galindo es bien recordado por el impulso a
escritores que nadie parecía descubrir en su genialidad, y por su visión para
fundar instituciones claves en la difusión de la literatura hispanoamericana.
Pero queda la tarea de profundizar más en su obra que abre caminos a la
reflexión en torno al destino que se ha trazado México desde que se iniciara la
época contemporánea.
Bibliografía
Bradú, Fabienne, “Crónica de
narrativa”, Vuelta, núms 133-134,
diciembre de 1987-enero de 1988.
Domínguez Pérez, Olivia, Política y movimientos sociales en el
tejedismo. Universidad Veracruzana, Centro de Investigaciones Históricas, México,
1986.
Glantz, Margo, “La labor de
Sergio Galindo”, La Palabra y el Hombre,
núms. 59-60, 1986.
Galindo, Sergio, El bordo, Fondo de Cultura Económica,
México, 1980.
Galindo, Sergio, Otilia Rauda. Grijalbo, México, 1986.
Ronquillo, Víctor, “Desde las
casas flotantes”, La Palabra y el Hombre,
núms. 59-60, 1986.
Samsel, Roman, “La magia de México:
Habla Sergio Galindo”, Plural, núm.
210, marzo de 1989, trad. del polaco Aleksander Bugajski.
Torres, Vicente Francisco, “Otilia Rauda, la novela que he trabajado
a lo largo de mi vida”, La Palabra y el
Hombre, núms. 59-60, 1986.
Universidad Veracruzana, “Premio Latinoamericano de Primera Novela “Sergio Galindo”, http://www.uv.mx/eventos/sergiogalindo/index.html
[citado el 29 de noviembre de 2009].
Universidad Veracruzana, La Palabra y el Hombre, en Biblioteca
central de la Universidad Nacional de Seúl, clasificada en [P 378.72 V58p].
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