Sincronía Spring 2008


LA PRIMERA CARTA DE RELACIÓN DE HERNÁN CORTÉS  EN LOS ALBORES DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA: ALGUNOS ASPECTOS DISCURSIVOS

 

Joanna Magdalena Zeromska

Universidad de Guadalajara

México


 

Hernán Cortés, personaje polifacético y polémico, nacido en 1485 en la ciudad extremeña de Medellín, asistió por dos años a la Universidad de Salamanca. Hizo sus primeras armas a las órdenes de Diego de Velázquez, y partió en febrero de 1619 (contando con treinta y cuatro años de edad) rumbo a lo que terminaría llamándose –gracias a él–  la “Nueva España”. Murió el 2 de diciembre de 1547, habiendo querido hacerlo en México. Sus exploraciones y conquistas fueron descritas por él mismo en varias “cartas de relación”. Es a través de ellas que resulta posible acceder tanto a la visión de lo nuevo que tuvieron los primeros conquistadores, como los a los medios literarios que emplearon para fijarlo y difundirlo a los que esperaban noticias al respecto en el Viejo Mundo.

 

El propósito del presente estudio es hacer un análisis de los elementos discursivos –entendiendo por éstos las técnicas literarias específicas empleadas por un autor, dentro de un marco ideológico e idiosincrásico específico– de lo que se podría denominar “épica cortesiana”: ello, mediante la revisión de fragmentos selectos de uno de los escritos dejados por este conquistador español. Para comprender mejor el marco literario en el que fueron creados estos textos, previamente al análisis se hará una descripción general de las características de la literatura que surgió a la par del descubrimiento del Nuevo Mundo.

 

I

 

Las crónicas del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo inician, prácticamente sin proponérselo, una nueva literatura: la hispanoamericana[1] (ello, al enfrentarse a  un nuevo objeto de descripción, totalmente desconocido hasta aquel entonces[2]). Por otra parte, hay que recordar que el propósito literario en las crónicas que constituyen la primera manifestación de esta nueva literatura siempre fue secundario, y que cada una de ellas servía un propósito de comunicación concreto (aceptando lo cual, la identificación de los motivos personales e ideológicos subyacentes se vuelve posible). En la multiplicidad de dichos textos –mismos que constituyen, en su inmensa mayoría, informes de actividades específicas–, una de sus características más importantes es, tal vez, el deseo de autenticidad[3], principalmente en lo que atañe a la descripción de “lo maravilloso” y “lo extraordinario” existente en las nuevas tierras.

 

         La misión de los que han de consignar la novedad consistirá entonces en la “adaptación a un nuevo espacio vital que ha de ser designado con la palabra que no le pertenece”[4]. Hasta el descubrimiento del nuevo continente, los escritores de la península no tenían otro punto de referencia conocido mas que el de Castilla –no eran navegantes, y si habían viajado por Europa, ello podía considerarse un hecho excepcional–, o bien, el de las relaciones de otros descubridores, como el caso de Marco Polo.

 

         La exploración del Nuevo Mundo permite la concreción física de los “topos imaginarios”[5], motivos fantásticos rectores de la literatura occidental hasta aquel momento, y su empleo en la descripción –mejor dicho, definición o construcción– de lo que constituía y caracterizaba a los nuevos territorios. Como ya se ha señalado, el desconocimiento era absoluto: los exploradores y conquistadores tenían que asirse a cualquier medio que les permitiera referirse –aunque fuera someramente– a lo que veían, para poder esbozar las líneas generales de lo que estaban percibiendo. La incapacidad primera de los cronistas es la falta de referentes conocidos para relacionar e interpretar la experiencia de lo nuevo. A través de su invención, los descubridores se explican y asimilan (aunque tan solo parcialmente) la novedad primero ante sí mismos, y posteriormente la dan a conocer a los que se encuentran en el Viejo Mundo. Es en este sentido que el descubrimiento de América es considerado el acontecimiento que inicia la Edad Moderna de la historia, al permitir llegar a un conocimiento acabado de la configuración geográfica del mundo, y con ello expandir la conciencia del ser humano en direcciones no previstas hasta ese entonces.

 

         Es importante señalar que de los descubrimientos y conquistas existieron tanto cronistas como historiadores: mientras que para aquéllos el objeto de sus escritos era el testimonio de los acontecimientos vividos y experimentados, para los segundos, su tarea era la reconstrucción reflexiva de dichos sucesos[6]:

 

La crónica se supone más parcial; es un relato sin pretensión de explicaciones reflexivas. Dentro de este tipo de escritos tienen cabida las relaciones, los memoriales que los particulares dirigirán, por decisión personal, al rey o algún noble principal con objeto de obtener honores y prebendas. En ellos el autor se mostraba en su sincera parcialidad, en contra de algo y a favor de algo.[7]

 

         En lo que a las características de estos textos se refiere, muchos se escriben en el lugar mismo del descubrimiento; otros, por su parte, son generados en la Península, a partir tanto de lo vivido como también de lo oído de boca de los conquistadores. Parece haber una constante tanto en las crónicas como en las historias propiamente dichas (ya fuera hubieran sido escritas en España o en el Nuevo Mundo): “hay más orden y menos vida en lo que se escribe desde allá; hay más humanidad y menos pulimento en lo que desde aquí [desde América] se escribe”[8]. Es este tipo de literatura la que habrán de originar textos como del que se trata en esta ocasión.

 

III

 

Hecha una somera descripción de las características de la literatura surgida –entendiendo el término en un sentido amplio– en la época del descubrimiento del Nuevo Mundo, es necesario señalar las que distinguen al documento que nos atañe: la Carta de la Justicia y Regimiento de la Rica Villa de la Veracruz a la Reina doña Juana y al Emperador Carlos V, su hijo[9]; la más breve de las que se conservan, y en la cual se puede apreciar la empresa conquistadora desde el punto de vista del hombre que la diseñó y llevó a cabo. En ella, se narran y describen los primeros descubrimientos realizados en tierra firme desde 1517[10], y se justifica la constitución del Cabildo de la Villa de la Veracruz (hábil manera de informar de la desobediencia a Diego de Velázquez, al decidir el asentamiento en las nuevas tierras). El género dado a la misiva se justifica en las palabras de su propio autor: “[…] y el capitán les habló con los intérpretes que teníamos, y les dio a entender que en ninguna manera él se había de partir de aquella tierra sin saber el secreto della, para poder escribir a vuestra majestad verdadera relación de ella […]”[11].

 

         A continuación, se transcriben in extenso algunos trozos de la primera Carta de relación, con el fin de comentar posteriormente algunas de las peculiaridades referentes al discurso sobre el Nuevo Mundo que la misma entraña. Se trata de parte de la descripción de las nuevas tierras y de sus habitantes que hace Hernán Cortés al Emperador:

 

         […] En un capítulo desta carta dijimos de suso que haríamos a vuestras reales altezas relación, para que mejor vuestras majestades fuesen informados, de las cosas desta tierra y de la manera y riquezas della, y de la gente que la posee, y de la ley o secta, ritos y ceremonias en que viven; y esta tierra, muy poderosos señores, donde ahora en nombre de vuestras majestades estamos, tiene cincuenta leguas de costa de la una parte y de la otra deste pueblo […]. La tierra adentro y fuera […] es tierra muy llana y de muy hermosas vegas y riberas en ellas, tales y tan hermosas, que en toda España no pueden ser mejores, ansí de apacibles a la vista, como de fructíferas cosas que en ellas siembran, y muy aparejadas y convenibles, y para andar por ellas y se apacentar toda manera de ganados. Hay en esta tierra todo género de caza y animales y aves conforme a los de nuestra naturaleza […]; por manera de que en aves y animales no hay diferencia desta tierra a España, y hay leones y tigres a cinco leguas de la mar por unas partes, y por otras a menos. A más va una gran cordillera de sierras muy hermosas, y algunas dellas son en gran manera muy altas […], y algunas veces, cuando hace muy claro, se ve por encima de las nubes lo alto della, y está tan blanca, que lo juzgamos nieve, y aun los naturales de la tierra nos dicen que es nieve; mas porque no lo hemos bien visto, aunque hemos llegado muy cerca, y por ser esta región tan cálida, no lo afirmamos ser nieve; trabajaremos de saber y ver aquello y otras cosas de que tenemos noticia, para dellas hacer a vuestras altezas verdadera relación de las riquezas de oro y plata y piedras […]. A nuestro parecer se debe creer que hay en esta tierra tanto cuanto en aquella de donde se dice haber llevado Salomón el oro para el templo […].

         La gente desta tierra que habita desde la isla de Cozumel y punta de Yucatán hasta donde nosotros estamos es una gente de mediana estatura, de cuerpos y gestos bien proporcionada, excepto que en cada provincia se diferencian ellos mismos los gestos, unos horadándose las orejas y poniéndose en ellas muy grandes y feas cosas […], y los vestidos que traen es como de almaizales muy pintados, y los hombres traen tapadas sus vergüenzas y encima del cuerpo unas mantas muy delgadas y pintadas a manera de alquizales moriscos, y las mujeres y de la gente común traen unas mantas muy pintadas desde la cintura hasta los pies y otras que les cubren las tetas, y todo lo demás traen descubierto […]; y los mantenimientos que tienen es maíz y algunos ajís […] y patata yuca como la que comen en la isla de Cuba, y cómenla asada, porque no hacen pan della […].

         Hay algunos pueblos grandes y bien concertados; las casas, en las partes que alcanzan piedra son de cal y canto, y los aposentos dellas, pequeños y bajos, muy amoriscados […]. Hay de cinco patios dentro de una sola casa […]; cada uno de estos principales tienen a la entrada de sus casas, fuera della, un patio muy grande […], y son muy bien hechos, y con éstos tienen sus mezquitas y adoratorios y sus andenes […], y allí tienen a sus ídolos que adoran, dellos de piedra, y dellos de barro, y dellos de palos a los cuales honran y sirven en tanta manera y con tantas ceremonias, que en mucho papel no se podría hacer de todo ello a vuestras reales altezas entera y particular relación […].

         Y tienen otra cosa horrible y abominable y digna de ser punida, que hasta hoy no habíamos visto en ninguna parte, y es que todas las veces que alguna cosa quieren pedir a sus ídolos, para que más aceptación tenga su petición, toman muchas niñas y niños y aun hombres y mujeres de más mayor edad, y en presencia de aquellos ídolos los abren vivos por los pechos y les sacan el corazón y las entrañas, y queman las dichas entrañas y corazones delante de sus ídolos, ofreciéndoles en sacrificio aquel humo. Esto habemos visto algunos de nosotros, y los que los han visto dicen que es la más terrible y más espantosa cosa de ver que jamás han visto. […]

         Vean vuestras reales majestades si deben evitar tan gran mal y daño, y si cierto Dios Nuestro Señor será servido si por mano de vuestras reales altezas estas gentes fueran introducidas e instruidas en nuestra muy santa fe católica, y conmutada la devoción, fe y esperanza que en estos sus ídolos tienen, en la divina potencia de Dios; porque es cierto que si con tanta fe y fervor y diligencia a Dios sirviesen, ellos harían muchos milagros […]; creemos que […] muchos dellos, y aun todos, se apartarían muy brevemente de aquella errónea secta que tienen y vendrían al verdadero conocimiento, porque viven más política y razonablemente que ninguna de las gentes que hasta hoy en estas partes se ha visto. Querer dar a vuestra majestad todas las particularidades desta tierra y gente della podría ser que en algo se errase la relación, porque muchas dellas no se han visto más que por informaciones que los naturales della, y por esto no nos entremetemos a dar más de aquello que por muy cierto y verdadero vuestras reales altezas podrán mandar tener dello […].[12]

 

 

         Para señalar algunos de los aspectos de lo que se podría llamar el “discurso cortesiano de la Conquista”[13] manifestado en esta Carta de relación se utilizará, principalmente, la descripción de los recursos narrativos de los primeros cronistas del Nuevo Mundo establecidos por Alicia Llarena[14].

 

IV

 

Lo primero que salta a la vista es el afán inquisitivo del autor: la relación, si bien tiene el propósito de justificar lo hecho por el conquistador, y afirmar su derecho de dominio de las tierras conquistadas[15], ha de contener, fielmente reflejadas, “[…] las cosas desta tierra y de la mano y riquezas della, y de la gente que la posee, y de la ley o secta, ritos y ceremonias en que viven”. Cortés se enfrenta a los nuevos territorios tanto en plan de conquistador como de investigador, y su deseo de no partir de las tierras recién descubiertas hasta haber conocido todos sus secretos será el principio rector de todas sus acciones[16].

 

         Cortés utiliza el recurso de la comparación al momento de afirmar que, en cuanto a fauna, no difiere la del Nuevo Mundo de la de España: que los animales son “conforme a los de nuestra naturaleza”; sin embargo, las características propias de la que será llamada “Nueva España” –nombre en el cual se advierten, por cierto, los resultados de una “macrocomparación”– empiezan ya a manifestarse, a preconizar una vida propia en la expresión: “[las tierras] en toda España no pueden ser mejores”. Es decir, las tierras españolas parecen no cumplir ya (y esto dentro de un mismo documento) con el papel de referente “estándar” para lo considerado rico, bello y bueno. El mecanismo comparativo, reduccionista al principio, terminará por aceptar el valor de las nuevas tierras per se, en virtud de la riqueza de su diversidad.

 

         La comparación continúa, ya hiperbolizada, al momento de estimar Cortés que en las nuevas tierras ha de haber tanto oro como en aquellas de donde lo tomó Salomón para el templo de Jerusalén. El uso de este recurso se origina –tal vez inconscientemente– en el asombro que provoca lo encontrado. Es debido a ello, en parte, que la descripción de Cortés sea tan minuciosa: parece que gozara en detenerse en la caracterización de los más nimios detalles. Esto se debe claramente al deseo de resaltar la riqueza de los recursos del Nuevo Mundo (y mientras más cosas se descubrían, mayor era la fama resultante del conquistador). Empero, el propósito personal subyacente no desmerece la descripción misma: a fin de cuentas, lo que se logra es despertar la curiosidad de los demás ante la grandeza de lo descubierto.

 

         Cortés no puede evitar utilizar en sus comparaciones el elemento arábigo, parte integral de los referentes culturales de “lo español”: la vestimenta de los naturales se parece a los “almaizales”, y está pintada como los “alquizales moriscos”; además, sus casas –cuyos aposentos son “muy amoriscados”– cuentan con patios, en los cuales se encuentran las “mezquitas” y los adoratorios. Sin embargo, hay que señalar que los puntos de referencia para las semejanzas y las diferencias empiezan a incorporar ya elementos propios del Nuevo Mundo. La “patata yuca” la comen asada, “porque no hacen pan della” (elemento de comparación netamente europeo); pero sí la preparan “como la que comen en la isla de Cuba” (elemento americano).

 

         El asombro mayor lo manifiesta Hernán Cortés con la descripción de los sacrificios humanos que hacían los naturales: lo presenciado se opone absolutamente a lo permitido por la cosmovisión europea, y el rechazo ante la novedad es tajante. No obstante, los indígenas, a pesar de llevar a cabo “[…] tan grandes males y daños como son los que en servicio del demonio hacen […]”, aún tienen esperanza de redención. Sostiene Cortés que si los nativos son bautizados e instruidos en la fe católica (y considerando la fe y el ardor con que profesan sus creencias paganas), seguramente “[…] si con tanta fe y fervor y diligencia a Dios sirviesen, ellos harían muchos milagros”. Cortés enfatiza que “[…] viven más política y razonablemente que ninguna de las gentes que hasta hoy en estas partes se ha visto”, y en ello se pone en evidencia su visión humanista: el reconocimiento de las virtudes del otro le permite conceder al pueblo indígena los derechos que concedería a cualquier pueblo civilizado. Además, el hecho de considerarlos “dignos” de profesar el cristianismo, indica el reconocimiento por parte de Cortés de la cualidad de “personas” en los nativos. En el conquistador español convergen así las dos tendencias de una época de transición: Cortés se inscribe en la misión de eliminar el paganismo y extender el reino de Cristo por el Nuevo Mundo, a la par que reconoce –en todas las implicaciones de tal término– la grandeza de lo que habrá de destruir para imponer el nuevo orden.

 

         La búsqueda de la nueva identidad, fincada en el mestizaje en que finalmente desembocará el encuentro entre las dos culturas totalmente diferentes, inicia en el momento en que se admite la imposibilidad de la descripción de lo nuevo a partir de las líneas de pensamiento originales: la novedad encontrada es tan distinta de lo conocido, que los marcos conceptuales que poseen los exploradores y colonizadores son incapaces de permitir su asimilación. Las sucesivas fases de asombro, así como la renuncia a la fidelidad en la descripción de lo visto, la exageración, la identificación –mediante comparaciones superficiales– de lo recién descubierto con lugares míticos y fantásticos propios del imaginario de la época, constituyen el principio de la constitución de una nueva manera de narrar los hechos y las cosas.

 

Se suele decir que una cosa es efectivamente poseída solo si el que afirma ser su dueño es capaz de describirla. En los albores de la Colonia –como lo demuestra el caso de la carta de relación comentada–, este procedimiento de descripción / apropiación fue necesario para dar fe de lo descubierto, así como para justificar la posesión de tierras y objetos. Ahora bien: en las fases subsecuentes del desarrollo de la naciente literatura hispanoamericana –surgida a partir de la constatación de la existencia de una realidad nunca antes vista, y la necesidad de comunicarla a otros–, la descripción, en sus múltiples modalidades y concreciones, pasará del acotamiento de lo que los ojos ven a la definición de una postura personal nueva ante lo visto (descripción de un ver que se vuelve la descripción del ser). Al respecto, la relación de Cortés se sitúa claramente en la fase inicial de este proceso.

 

 

        

 

 

 

 



[1] Germán Arciniegas, “Estudio preliminar” en Historiadores de Indias, México, Consejo General para la cultura y las Artes / Océano, 1998, pág. IX.

[2] De hecho, la denominación “Nuevo Mundo”, empleada para referirse a los territorios descubiertos, es utilizada por primera vez en las crónicas de Pedro Mártir de Anglería, tituladas, precisamente, Décadas del Nuevo Mundo.

[3] Alicia Llarena González, “Un asombro verbal para un descubrimiento: los cronistas de Indias (Colón, Cortés, Bernal, Las Casas)” en Julio Ortega y José Amor y Vázquez (eds.), Conquista y contraconquista. La escritura del Nuevo Mundo, El Colegio de México / Brown University, 1994, pág. 118.

[4] Idem.

[5] Expresión de Fernando Ainsa que cita Llarena González, op. cit., pág. 117.

[6] Emma Martinell Gifre, La comunicación entre españoles e indios: palabras y gestos, Madrid, Mapfre, 1992, pág. 51.

[7] Ídem. Como parte de este tipo de documentos es que se puede clasificar el texto del cual se trata en este artículo.

[8] Arciniegas, op. cit., pág. XIV.

[9] Hay que aclarar que, en realidad, la verdadera “primera Carta” se encuentra perdida hasta el día de hoy, y ha sido reemplazada en la secuencia de los documentos cortesianos por una que elaborara el Cabildo de la Villa Rica de la Vera Cruz; en la cual, no obstante lo anterior, se puede apreciar claramente la mano de Cortés. (El título consignado aquí es el que aparece en la nota preliminar de Manuel Alcalá, en la edición de las Cartas de relación hecha por Porrúa [México, 1967], pág. XIV.)

[10] La carta fue escrita en 1519.

[11] Véase la referencia bibliográfica que se especifica en la siguiente nota; el texto ha sido tomado de la pág. 50 (las cursivas, tanto en la presente cita textual como en las siguientes, son nuestras).

[12] De la Primera carta enviada a la reina Doña Juana y al emperador Carlos V, su hijo, por la justicia y regimiento de la Rica Villa de la Veracruz, incluida en el capítulo “De Cartas de relación” en El lector novohispano. Una antología de la literatura mexicana colonial, de José Joaquín Blanco (México, Cal y Arena, 1996), págs. 60-65.

[13] El cual tendrá que ver grandemente tanto con las características estilísticas como con las posturas ideológicas de lo que será la literatura hispanoamericana, al constituir estos primeros documentos coloniales los orígenes de la misma.

[14] Vid. Alicia Llarena González, op. cit., págs. 120-123.

[15] Objetivo –como ya se ha mencionado– de la mayoría de los documentos escritos al inicio de la Colonia.

[16] Cfr. Luis Villoro, “Hernán Cortés” en  Los grandes momentos del indigenismo en México, El Colegio de México / El Colegio Nacional / Fondo de Cultura Económica, 1996, especialmente las págs. 23 y 24.


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