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Un decodificador de la cultura contemporánea: Octavio Paz | ||||||||||||
Rafael Torres Sánchez |
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Departamento de Estudios Literarios |
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RESUMEN PALABRAS CLAVE: decodificador, cultura, modernidad y tradición. ABSTRACT KEY WORDS: decoder, culture, modernity and tradition. |
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En la obra de Octavio Paz, los caminos del arte y la historia se acercan y se alejan, se intersectan y vuelven a separarse justo el tiempo que dura la siguiente aproximación, sin soltar el gis con el que trazan la raya borrosa y fecunda que los delimita.[1] Una y otra vez, a obra tan vasta, diversa y señera entran y salen los conceptos de modernidad y tradición referidos a la poesía y a las relaciones internacionales, al pasado mexicano y al pretérito de otros países, alejados o cercanos en el tiempo y en el espacio (España, Estados Unidos, Japón, La India), a la pintura y a las artes gráficas, a la fotografía, a la escultura, a la política, a la biografía como género ambivalente capaz de ser resumido en un perfil al vuelo o en un estudio de varios cientos de páginas que es a la vez ensayo histórico y crítica literaria (Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe). Ni la crónica quedó al margen de la creativa reflexión desplegada por Paz a lo largo de su vida, ni la antropología simbólica transfigurada en una prosa potente y poética, lúcida y lúdica aun en el retruécano que ocasionalmente descontrola, ese recurso tan imitado por muchos pero por pocos de forma que reconozca el modelo original: resumir un largo pensamiento en lugar de suplirlo con gimnasia verbal; pensamiento que es propuesta que es imaginación desbordada y contenida que es riesgo de alambrista sin red, pues aun en el equilibrio sinuoso a varios metros de altura de la polémica y los ajustes de cuentas políticos y culturales, el autor de El laberinto de la soledad, con el que acaso deban comenzarse a destorcer los lazos que anudan modernidad y tradición, inclusive en el terreno resbaladizo de la conjetura, tiene en la historia y en el arte las dos venas nutricias que riegan por debajo, como los ríos subterráneos a ciertos jardines, la anchura de una argumentación que también considera el artículo periodístico hebdomadario o mensual y la viñeta, no por trazada a vuela pluma, carente de crítica. _____ De principio a fin, uno de los estandartes más visibles de Paz bate el viento con esta advertencia crucial: sin crítica no hay modernidad ni tradición sino una esclerosis cultural múltiple que desemboca en la intolerancia y el autoritarismo, fistoles y mancuernillas de la petrificación, hoy como antes, entonces como hoy. “Los pueblos hispánicos no hemos logrado ser realmente modernos porque, a diferencia del resto de los occidentales, no tuvimos una edad crítica”.[2] _____ ¿La tenemos hoy? ¿En qué medida? A juzgar por los usos y costumbres “académicos”, en el caso que mejor conozco la situación dista de ser la óptima. “Entre científicos, disentir públicamente es de mal gusto y hasta una violación de las buenas maneras”, advirtió hace más de treinta años un periodista, al que no le faltaba la razón.[3] Pocos años después, a fines de los ochenta y principios de los noventa, Paz se mostró optimista respecto a la inversión de esta tendencia de larga duración; acaso demasiado optimista. Corrían los principios del salinismo y de una proyectada reforma política que pronto mostró el verdadero rostro de la simulación, una máscara más en la atávica danza de máscaras expuesta desde fines de los cuarenta por Paz en El laberinto de la soledad, como rasgo definitorio de identidad y señas particulares del mexicano. En una conversación con Tetsuji Yamamoto y Yumio Awa,[4] el poeta y ensayista declaró a fines de los ochenta del siglo pasado, echando, como suele decirse, las campanas al vuelo: “La literatura mexicana hoy es muy rica. Tal vez sea la más rica de la lengua, pues tiene una gran variedad de obras y autores: dos o tres novelistas muy buenos –sin contar a Rulfo y a Ibargüengoitia, recién desaparecidos–, varios poetas excelentes –el movimiento poético de México es notable– y algunos ensayistas de primera. Lo más importante es el temple crítico de la nueva literatura: crítica de la realidad nacional, crítica del Estado, crítica de la historia de México y crítica de sí misma”. _____ Es de tal importancia la crítica en el tema enunciado por el título de estas notas, que Octavio Paz no lo dejará al margen del discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, en 1990. “¿Qué es la modernidad? –se preguntará en diciembre de aquel año– Ante todo, es un término equívoco: hay tantas modernidades como sociedades. Cada una tiene la suya. Su significado es incierto y arbitrario, como el del período que la precede, la Edad Media. Si somos modernos frente al Medievo, ¿seremos acaso la Edad Media de una futura modernidad? Un hombre que cambia con el tiempo, ¿es un verdadero hombre? La modernidad es una palabra en busca de su significado: ¿es una idea, un espejismo o un momento de la historia? ¿Somos hijos de la modernidad o ella es nuestra creación? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Poco importa: la seguimos, la perseguimos”.[5] Cabe preguntar desde cuándo venimos haciendo esto, enfatizando que la realidad mexicana de los últimos treinta años no permite avalar aquel optimismo exultante. La revolución tecnológica de las comunicaciones ha acercado en ese lapso a los países tanto que pocos ignoran que un presidente con botas dice tonterías en el momento mismo en que lo hace, o, al otro día, que un rey se rompe la cadera en una cacería furtiva de elefantes o, en fin, que un retrógrada se va a dar clases a Harvard dejando atrás un país sembrado de cruces mortuorias antes de que su sucesor se aplique a troquelar dislates cada vez que se asoma a las cámaras, o casi. Es que las redes sociales retienen menos –a pesar de la crítica de que hacen gala, con la permisibilidad de los poderes fácticos diestros en la tolerancia de válvulas de escape– la ausencia alarmante de lo que Paz señala como el principal componente de la modernidad, sin el que las sociedades tienden hacia la intolerancia y el autoritarismo: la crítica, que, casi es obvio decirlo, no hay que confundir con la protesta. Se puede salir a las calles gritando consignas incendiarias y defender, en la intimidad del hogar, el control remoto como si se tratara de un cetro. Mientras esto no se modifique sustancialmente, seguirá siendo difícil que se cimbren las estructuras sociales cimentadas en la intolerancia, el autoritarismo, el dominio del capital. _____ La palabra modernidad surgió en Europa hacia la mitad del siglo XIX, cuando el proceso al que designa tenía metida la nariz en la larga duración desde hacía varios siglos, con un instrumento musical diseñado por Leonardo en una mano y El elogio de la locura en la otra.[6] Años después, el modernismo lo hizo en Hispanoamérica, hacia 1880, como respuesta al positivismo y al afán cientificista de la modernidad.[7] Por eso, la significación histórica del modernismo semeja la reacción romántica sobrevenida en los albores de aquella centuria. De acuerdo con Paz, el modernismo fue el verdadero romanticismo de Hispanoamérica y, como en el caso del simbolismo francés, su trasplante no se redujo a una mera repetición, sino que devino otro romanticismo. En una serie de conferencias dictadas en la Universidad de Harvard durante el primer semestre de 1972 (Charles Eliot Norton Lectures), Octavio Paz procura describir, “desde la perspectiva de un poeta hispanoamericano”, el movimiento poético moderno y sus relaciones contradictorias con la modernidad, declarándose seguidor de la “tradición moderna” de la poesía.[8] Al oxímoron lo justifican la concurrencia del inaugural romanticismo alemán e inglés perfeccionado posteriormente por el simbolismo francés, antes de prolongarse éste en el modernismo hispanoamericano, que cruza de regreso el mar para aclimatarse en la Península Ibérica y al otro lado del Canal de la Mancha, en Inglaterra, encontrando más tarde una reformulación notable en el surrealismo francés, según la paráfrasis del historiador David Brading. “Lo que unía a todos estos movimientos y generaciones fue su repudio común a la ‘modernidad’, sus esfuerzos para enlazar la vida y la obra, y la crítica constante a sus propios predecesores poéticos”.[9] _____ Secularización y todo tipo de estallidos sociales a partir de la Revolución francesa, abrazada al principio por los románticos y luego velada por la niebla del desencanto; creciente aplicación de la ciencia y la técnica a la vida cotidiana –constante perfeccionamiento de las fuerzas productivas, dijera el viejo aguafiestas–;[10] industrialización; crecimiento demográfico sin paralelo en la historia y, con todo, mínimo respecto a la catástrofe que germina en el porvenir: modernidad. A su turno, Ortega y Gasset la percibirá como una reducción del espacio.[11] _____ El hecho de que Paz apele a la historia para elaborar su visión de la modernidad y la tradición justifica la concurrencia de historiadores y filósofos de la historia en estas notas. Citemos sólo a dos de ellos, destacados por los paralelismos que guardan con la argumentación de Paz que no deja al margen a los partidos políticos como elementos modernizadores de doble filo. Para Reinhart Koselleck, “un signo distintivo de la modernidad de los partidos políticos estriba en que no sólo se delimitan entre sí social o políticamente con programas de contenido, sino que la determinación de los límites contiene también un factor temporal de transformación. Se asigna una categoría determinada en la realización de una historia permanentemente cambiante: delante = progresista, en el centro o detrás = conservador”.[12] Por su parte, Franklin R. Ankersmit aventura con desencanto que la separación entre lo individual y el orden social –y la consecuente escisión del individuo en un yo público y en uno privado– es otro de los componentes de la modernidad.[13] Lo que va de la sala de estar a la calle, diríamos nosotros, recordando una vez más a Antonio Machado: con el pueblo, aunque estén mal escritas las pancartas. _____ En varios de los textos que integran los tres primeros volúmenes de sus Obras completas, Octavio Paz aborda el modernismo, la tradición y la modernidad, ampliando el binomio a tres miembros. “No es difícil advertir que la tradición es lo que da unidad a todas esas voces y direcciones –anota en uno de ellos–: no sólo el hecho de escribir en la misma lengua sino el de compartir una herencia literaria […] La literatura moderna está hecha de sucesivas negaciones de la tradición; al mismo tiempo una de esas negaciones perpetúa a esa misma tradición. Cada autor nuevo necesita, en algún momento, negar a sus predecesores: así los imita y los prolonga. Sobre, o más bien: debajo de esa ruptura, la tradición da unidad y continuidad a nuestra literatura. Aclaro: no anula su diversidad, la hace posible, la sustenta […] Para oírnos a nosotros mismos debemos, antes, oír las voces de la tradición”.[14] Paz también oye las voces de los jóvenes, siempre críticamente, señalando que uno de los rasgos inquietantes de su producción literaria es que, a veces, no se percibe en sus libros la presencia de nuestra tradición, “como si sus autores hubiesen leído únicamente traducciones”. ¿A qué jóvenes se refiere el autor de los textos agrupados en Fundación y disidencia? A los de España y América, desde luego, porque son América y España los territorios que atraen de manera preferente su reflexión cuando se trata de desentrañar, hasta donde ello es posible, la dialéctica de la modernidad y la tradición. “Nuestros sueños nos esperan a la vuelta de la esquina. Desarraigada y cosmopolita, la literatura hispanoamericana es regreso y búsqueda de una tradición –reitera Paz–. Al buscarla, la inventa. Pero invención y descubrimiento no son los términos que convienen a sus creaciones más puras. Voluntad de encarnación, literatura de fundación”.[15] Cuando el estudioso de las afinidades y oposiciones entre los términos del binomio que nos reúne reduzca la escala de observación para dirigir la lente a México, aparecerá el vecino distante, ogro que amenaza y faro que atrae con su cono de luz horizontal e intermitente: Estados Unidos, país del que nos separa lo mismo que nos une, paradójicamente: ser dos versiones distintas de la civilización de Occidente. ¿Y qué es una civilización sino una realidad refractaria a las definiciones unívocas? Por el acento que pone en la vida cotidiana y en su objetivación artística, la aproximación del poeta viene al caso: “Es la visión del mundo de cada sociedad pero asimismo es su sentimiento del tiempo: hay pueblos lanzados hacia el futuro y otros que tienen los ojos fijos en el pasado –anota Paz–. Civilización es el estilo, la manera que tiene una sociedad de vivir, convivir y morir. Comprende a las artes eróticas y a las culinarias; a la danza y al entierro; a la cortesía y a la injuria; al trabajo y al ocio; a los ritos y a las fiestas; a los castigos y a los premios; al trato con los muertos y con los fantasmas que pueblan nuestros sueños; a las actitudes ante las mujeres y los niños, los viejos y los extraños, los enemigos y los aliados; a la eternidad y al instante; al aquí y al allá… Una civilización no sólo es un sistema de valores: es un mundo de formas y de conductas, de reglas y excepciones. Es la parte visible de una sociedad –instituciones, monumentos, ideas, obras, cosas– pero sobre todo es su parte sumergida, invisible: las creencias, los deseos, los miedos, las represiones, los sueños”.[16] El laberinto de la soledad y su continuación, Posdata, guardan una coherencia nítida con la civilización, tal y como la entiende Octavio Paz. En estos libros, su autor despliega ampliamente la dialéctica de la modernidad y la tradición en calidad de marca de origen y tarjeta de presentación de la nación mexicana, de manera parecida a como la encuentra en la historia de España.[17] En este sentido, emplea la palabra tradición en calidad de programa o proyecto común que inserte a la nación en el mundo moderno. “La Revolución, por una parte, es una revelación del subsuelo histórico de México; por la otra, una tentativa de hacer de nuestro país una nación realmente moderna y así, mediante un salto –el salto que no pudieron dar los liberales– suprimir lo que llaman nuestro ‘retraso histórico’ “.[18] En la aspiración a la Independencia había un elemento –observa Paz– que no aparecía en el proyecto imperial, vagamente acariciado por algunos criollos bajo la influencia de los jesuitas, idea que pasará en el siglo XIX al pensamiento conservador. Al ser expulsados los jesuitas, un segmento importante de los criollos volvió los ojos hacia la otra tradición, la de la Reforma, fundadora del mundo moderno, ellos, que pertenecían a la otra tradición, la de habla castellana y portuguesa, hija de la monarquía universal católica y la Contrarreforma. Eso significó la muerte de Nueva España y el nacimiento de México.[19] Desde entonces, México ha intentado –sigue haciéndolo– alcanzar la modernización, o modernidad, social, política y económica viendo hacia os Estados Unidos con admiración o con rencor, pero sin salir de la sombra gigantesca que proyecta el vecino norteño. “Desde el siglo XVI nuestra historia, fragmento de la de España, había sido una apasionada negación de la modernidad naciente: Reforma, Ilustración y todo lo demás. Al principiar el siglo XIX decidimos que seríamos lo que eran ya los Estados Unidos: una nación moderna. El ingreso a la modernidad exigía un sacrificio: el de nosotros mismos. Es conocido el resultado de ese sacrificio: todavía no somos modernos pero desde entonces andamos en busca de nosotros mismos”.[20] En esa búsqueda, la tradición que se renueva hace las veces de correa de transmisión, porque, valga la pregunta que se formula George Steiner: “¿Qué significa transmitir (tradendere)? ¿De quién a quién es legítima esta transmisión? Las relaciones entre traditio, ‘lo que se ha entregado’, y lo que los griegos denominaron paradidomena, ‘lo que se está entregando ahora’, no son nunca transparentes. Tal vez no sea accidental que la semántica de ‘traición’ y ‘traducción’ no esté enteramente ausente de la de ‘tradición’ ”.[21] Llevar esta analogía, de tan extendido uso en el mundo editorial, a la creación y la producción artísticas, elucida por qué Paz llega a un concepto de tradición más dinámico, para decirlo en términos del movimiento, al que el poeta concede una función de primer orden en la ruta hacia la modernidad. “Frente a la concepción de la obra como imitación de los modelos de la Antigüedad, la Edad Moderna exaltó los valores de originalidad y novedad: la excelencia de un texto no depende de su parecido con los del pasado sino de su carácter único. A partir del romanticismo, tradición no significa ya continuidad por repetición y variaciones dentro de la repetición; la continuidad asume la forma del salto y tradición se vuelve un sinónimo de sucesión de cambios y rupturas”, advierte el ensayista algo que, al paso, ayuda a vislumbrar las diferencias entre artesanía y arte, recordando, desde luego, que la religión es inseparable de la producción artesanal, cosa que no necesariamente sucede en la creación artística.[22] _____ La tradición se resigna, conserva, atesora, cuida más allá, acaso, de lo prudente, dejara de ser una abuela aprehensiva. Hace bien, como la modernidad lo hace críticamente, inquieta y trepidante, según se explaye abuhardillada o se junte en la plaza con los puños cerrados. Ahí donde la inconformidad brilla por su ausencia, como se dice, el conformismo aprovecha hasta las rendijas minimalistas de la vida cotidiana a fin de engarrotar los músculos de la sociedad civil y de la sociedad política. La esclerosis de la cultura arroja grandes ganancias para el capital. Por más que en los tiempos que corren se rehúyan los sustantivos y los adjetivos más adecuados, por reveladores y significantes, bueno es recordar las palabras viejas que han de volver a sonar, dice Antonio Machado, releído por Octavio Paz para nuestro provecho en El arco y la lira y en otros textos. _____ Sin crítica no hay modernidad: he ahí la idea que abona por abajo, como el agua subterránea a los jardines, la obra que nos reúne, si bien en prosa más que en verso. No es difícil hallar esa crítica, por lo tanto, referida a la literatura lo mismo que a la política. Si de algo adolecieron las élites coloniales novohispanas fue de autocrítica, revela el autor de Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe.[23] Y tal carencia redunda en la intolerancia, lo mismo en aquellos siglos lejanos que en los insufribles tiempos del estalinismo, no tan remotos, o en los actuales, en los que la intolerancia y el autoritarismo cambian de atuendo, optando por las galas financieras y, cada que lo necesita, por el cañón de agua y demás herramientas de la criminalización de la protesta social. Debido a la intolerancia y al autoritarismo, precisamente, ni la sociedad colonial novohispana ni la Rusia posrevolucionaria cruzaron el umbral que conduce a la modernidad, más allá, en el segundo caso, de la industrialización, condición necesaria pero no suficiente para alcanzar la modernidad. Desde esta perspectiva puede afirmar Paz que los países hispanoamericanos no tuvieron siglo XVIII o, mejor dicho, no tuvieron lo que el siglo XVIII significó para los países europeos: filosofía, crítica, Ilustración. De ahí que la historia de los países hispanoamericanos sea una historia “excéntrica”. “Allí está la gran ruptura –dice Paz–: allí donde comienza la era moderna, comienza también nuestra separación. Por eso la historia moderna de nuestros países ha sido una historia excéntrica. Como no tuvimos Ilustración ni revolución burguesa –ni Crítica ni Guillotina– tampoco tuvimos esa reacción pasional y espiritual contra la Crítica y sus construcciones que fue el romanticismo. El nuestro fue declamatorio y externo”.[24] _____ Hay que decirlo todo: al criticar la modernidad atrofiada de México, que ha sido incapaz de adaptar la tradición a las condiciones modernas, Octavio Paz señala a la cultura popular como una tabla de salvación: “Sin embargo, no todo ha sido negativo: la otra cara de la incompleta y bárbara modernidad de nuestras clases acomodadas y de nuestros intelectuales ‘progresistas’ es la cultura popular. Gracias al tradicionalismo del pueblo no somos simples caricaturas de las naciones avanzadas”.[25] _____ La dialéctica de la tradición y la modernidad cruza las páginas de otro de los libros emblemáticos de Paz, al que he aludido antes: El laberinto de la soledad. Epítome de la crítica y de la autocrítica, estudio que lleva a su autor a revisar la historia de México para encontrar en ella, si no todas, sí muchas de las trabas que impiden la plena modernización de la sociedad mexicana. ¿Trabas o máscaras? Ambas, por tratarse de procesos individuales y, al mismo tiempo, sociales. Las actitudes y los comportamientos contemporáneos arrastran ritos y símbolos, gestos y actitudes inconfundibles en su abigarramiento barroco, prehispánico, liberal y conservador, desparpajado y austero, ahorrativo y derrochador. Por encima –o por debajo– de lo que sugiere, muestra y oculta, El laberinto de la soledad es un ensayo sobre el arte de perseguir formas inaprehensibles, por más que nos rocen con su aliento. David Brading advierte que Paz escribió ese libro emblemático desde el interior de la tradición, negándose a ofrecerles a sus compatriotas un momento ideal en el pasado. Era más importante confrontar y apropiarse de una modernidad que les permitiera elevarse a contemporáneos de todos los hombres, “sin importar las limitaciones del pasado”.[26] Negarse a ello era echarse en brazos del aislamiento y la soledad, glotones de siglos, por más que la aceptación conduzca al parado de manos. Paz concluyó que la Revolución mexicana derivó de un movimiento dialéctico de la soledad hacia la comunión. ¿Y después? “Nuevamente, con cierta patética y plástica fatalidad, se presenta la imagen del cohete que sube al cielo, se dispersa en chispas y cae obscuramente”.[27] Imagen sobrecogedora; hoy simboliza el desmantelamiento de la Revolución que dio comienzo con el salinismo y han consumado los últimos dos sexenios desastrosos del panismo.[28] _____ Octavio Paz vuelve una y otra vez a lo largo de su vasta obra al problema de la modernidad de la literatura hispanoamericana –y por lo tanto al problema de la tradición–. No hay literaturas nacionales, sostiene, sino partes de un todo en permanente relación. Lo mismo en Hispanoamérica que en Europa. “Cada una de las unidades que llamamos literatura inglesa, alemana, italiana o polaca, no es una entidad independiente y aislada sino en continua relación con las otras”, observa Paz.[29] Lo propio cabe extender a las regiones, recordando que algo similar sucede con los géneros literarios: la modernidad no reconoce más fronteras entre ellos que la sutileza del zurcido fino y la inventiva de cada autor. De ahí que una tradición poética no se define por el concepto político de nacionalidad sino por la lengua y por las relaciones que se tejen entre los estilos y los creadores.[30] _____ Sólo las ficciones sobrevuelan, como las nubes, el terreno cultivado por el poeta y ensayista. Las ficciones propias, quiero decir, porque las ajenas sí encontraron acomodo en su atención, para salir de ella convertidas en lecturas que invitan a las relecturas de textos y de imágenes, de formas y de evanescencias. La obra de Octavio Paz es, ante todo, un decodificador de la cultura contemporánea, en lo que ésta tiene de pasado que se prolonga en el presente y en lo que éste tiene de futuro que sale a su encuentro o se aleja de él, desdeñado, en la medida en que las garras de la costumbre y de la tradición –dijera Hobsbawm– se hincan en la garganta de la crítica que llama a renovarse o morir, poniendo en predicamento el acto de respirar. Negar, sí, pero conociendo antes la herencia, aprovechando lo esencial de ella, indispensable para no desfigurarse. “La tradición está hecha de ruptura y de continuidad –dice Paz–; los agentes de este doble movimiento son las generaciones literarias”.[31] Ocasionalmente, el presentismo, como le dice cierta filosofía de la historia al acomodo del pasado de acuerdo a los intereses del presente, asoma a su reflexión: “La tradición es un invento de la modernidad. O dicho de otro modo: la modernidad construye su pasado con la misma violencia con que edifica su futuro”.[32] _____ Tal vez la paradoja que Thomas Kuhn traza para explicarse el avance científico, tenga lugar en los procesos históricos, donde la tradición prepara el cambio mediante la aparición de anomalías.[33] Y tal vez ocurra algo similar en el arte. “El secreto de la inagotable creatividad de la naturaleza es muy simple y nosotros no deberíamos olvidarlo nunca: la invención no es la enemiga sino el complemento de la tradición. Los viejos tratados de estética decían: si quieres crear como los antiguos debes, primero, imitarlos”.[34] Esta idea la repite varias veces; he aquí sólo una de ellas: “Tradición no es continuidad sino ruptura y de ahí que no sea inexacto llamar a la tradición moderna: tradición de la ruptura”.[35] _____ A la pregunta de si sus ensayos son el complemento de sus poemas, Octavio Paz respondió una vez a Tetsuji Yamamoto y Yumio Awa con un programa de vida y obra cumplidos: “Sí y no. El tema de la poesía me llevó a escribir muchos ensayos y dos libros: El arco y la lira y Los hijos del limo. Pero otro tema –otro misterio– me interesó tanto o más: ¿qué significa ser mexicano? Esta pregunta sobre México y sobre los mexicanos era también una pregunta sobre mí mismo. Y así surgieron mis dos primeros libros de ensayos; El laberinto de la soledad y El arco y la lira: dos respuestas a dos preguntas. Todo lo que he escrito después ha sido, en cierto modo, el desarrollo de estos dos libros. Así como en mi respuesta sobre la poesía me vi como parte del movimiento poético moderno –un movimiento que comienza con el romanticismo– al tratar de responder a la pregunta sobre México me di cuenta, en el camino, de que ser mexicano era ser Latinoamericano y vecino de los Estados Unidos. En mi reflexión sobre la historia de México la vi como un fragmento de la historia de América Latina, que a su vez es ininteligible sin la historia de España y Portugal, por una parte, y por la otra sin la de Estados Unidos. Así, la pregunta sobre México me abrió las puertas de la historia universal. Además, mi juventud coincidió con la guerra de España, el ascenso de Hitler, el estalinismo y la segunda guerra, de modo que la pregunta sobre México también me llevó a la realidad contemporánea mundial y sus dramas y problemas”.[36] La convicción y la coherencia de semejante programa de vida y obra es confirmada por el autor de Piedra de sol en la presentación de su obra poética: “¿No estamos condenados a escribir siempre el mismo poema? Una obra, si lo es de veras, no es sino la terca reiteración de dos o tres obsesiones”.[37] _____ El primero en tocar la modernidad, dice Paz, descubriendo que no es sino tiempo que se deshace entre las manos, fue Charles Baudelaire. “La modernidad ha sido una pasión universal. Desde 1850 ha sido nuestra diosa y nuestro demonio. En los últimos años se ha pretendido exorcizarla y se habla mucho de la ‘postmodernidad’. ¿Pero qué es la postmodernidad sino una modernidad aún más moderna. _____ Para nosotros, latinoamericanos, la búsqueda de la modernidad poética tiene un paralelo histórico en las repetidas y diversas tentativas de modernización de nuestras naciones. Es una tendencia que nace a fines del siglo XVIII y que abarca a la misma España […] En la historia de México el proceso comienza un poco antes de las guerras de la Independencia; más tarde se convierte en un gran debate ideológico y político que divide y apasiona a los mexicanos durante el siglo XIX”.[38] Y así hasta hoy, con los matices que distribuye el curso del tiempo sobre el mismo cuadro, sin borrar el conjunto. “Por encima de logros y fracasos, el México contemporáneo se enfrenta a la misma pregunta que, desde fines del siglo XVIII, no han cesado de hacerse los mexicanos más lúcidos: la pregunta sobre la modernización”.[39] El “alma” moderna, anota Paz, está en lucha consigo misma.[40] _____ Por donde se le abra, la obra de Octavio Paz muestra una solidez brillante de cristal cortado. Eso justifica que el final de estas notas –o, mejor dicho, su punto y seguido– pueda fácilmente atraer un poema del bosque versificado para dar a entender que esa coherencia está hecha de historia y literatura, de modernidad y tradición, de ensayo y poesía, de arte y de reflexión política puesta al servicio, en todo momento, de la elucidación propositiva:
[1] Cuando digo “obra”, me refiero a las Obras completas de Octavio Paz, publicadas en México por el Fondo de Cultura Económica durante varios años, entre 2001 y 2010, en 15 vols. |
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