Las características singulares de Esteban Montejo y el espíritu revolucionario
The unique characteristics of Esteban Montejo and revolutionary spirit
Recibido: 01/09/2016
Revisado: 01/09/2016
Aprobado: 25/10/2016
Jongeun Yun
Universidad Nacional de Seúl
(COREA DEL SUR)
jong081@snu.ac.kr
Resumen
Biografía de un cimarrón (1966)se considera como modelo de la novela testimonio, que Miguel Barnet propuso como un género que representa la identidad colectiva del pueblo. Sin embargo, el narrador-personaje de la obra, Esteban Montejo, tiene características singulares que lo distinguen del pueblo por su inclinación individualista. En el prólogo del texto, el autor trata de identificar dichas características con el espíritu revolucionario, destacando el hecho de que Montejo fue un cimarrón que escapó de la esclavitud y participó en la guerra de Independencia. Con base en la idea de que el texto se enfoca en la representación del protagonista como un modelo revolucionario, el presente trabajo analiza la singularidad del narrador-personaje y la estrategia textual de relacionarlo con la Revolución cubana.
Palabras clave: Cimarrón. Revolución cubana. Libertad. Identidad masculina. Representación.
Abstract
The Autobiography of a Run Away Slave (1966) is considered as a model of the testimonial novel that Miguel Barnet proposed as a genre that represents the collective identity of the people. However, the narrator/character of the novel, Esteban Montejo, has unique characteristics that distinguish him from the people such as an individualistic inclination. In the prologue of the text, the author tries to identify those characteristics with the revolutionary spirit highlighting the fact that Montejo was a runaway slave who escaped from slavery and participated in the war of independence. Based on the assumption that the text focuses on representing the protagonist as a revolutionary model, this paper analyzes the uniqueness of narrator/character and the textual strategy that relate it to the Cuban Revolution.
Keywords: Run away Slave. Cuban Revolution. Liberty. Masculine Identity. Representation.
Introducción
Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet logró gran éxito casi inmediatamente después de haberse publicado en 1966, y luego empezó a considerarse como modelo del género de ‘la novela testimonio’ que el autor propuso. Como señala la denominación, en el subgénero se superponen al menos dos voces: la del testigo que narrar su historia y la del autor que convierte el testimonio en un texto literario. Además, ambos actores representan las culturas respectivas a las que pertenecen y sus voces reflejan distintas visiones del mundo. En consecuencia, el subgénero plantea una pregunta a la que no se puede contestar con seguridad: ¿quién habla? Es la pregunta fundamental que define el género como una forma de transición que se ubica en el intersticio entre las culturas del opresor y del oprimido, como afirma John Beverley (1987). Según Elzbieta Sklodowska (2002, p. 801), este esquema nos hace percibir la potencial discrepancia en las intenciones de las voces: “Mientras que para Montejo el destinatario de su confesión es el editor, éste, a su vez, se propone dirigir el texto a un círculo más amplio de lectores, con el objetivo de testimoniar y reivindicar”.
Sin embargo, aunque varias voces se registran entrelazadas, la del autor nunca pierde la posición privilegiada. Como antropólogo, Barnet investiga el caso de Esteban Montejo y, como escritor, reorganiza la narración y convierte al informante en un personaje de novela. En apariencia, hace hablar al narrador en vez de expresar directamente su propia voz y reduce su papel solo al de redactor. Pero, al fin y al cabo, tiene la autoridad definitiva sobre la obra y la voz del narrador no puede transmitirse al lector sin la elaboración del autor. Es el escritor quien convierte una narración ilegible en una obra legible. Barnet (1992, p. 76) también reconoce alusivamente ese privilegio definiendo el papel doble que desempeña el autor:
No soy un escritor puro. Soy algo así como un híbrido de halcón y jicotea. He intentado conciliar las tendencias sociológicas y antropológicas con la literarias, convencido de que andan juntas por cavernas subterráneas, buscándose y nutriéndose en jubilosa reciprocidad. Si ando a caballo entre estas dos corrientes es porque creo, que ya es hora de que ellas vayan de la mano sin negarse la una de la otra.
Como se aprecia en esta definición, el género se basa en la combinación entre la imaginación y la memoria, o la literatura y las ciencias sociales. A través de un eclecticismo que sintetiza ambos campos, el autor trata de otorgarse a sí mismo la objetividad científica, pero al mismo tiempo la libertad de la creación artística.
Desde este punto de vista, nos enfocaremos en el estudio de cómo la voz privilegiada del autor influye en la del otro, Esteban Montejo. Aunque sea imposible distinguir con exactitud sus voces, podemos acercarnos al objetivo a través del enfoque en los indicios que muestra la obra. Como señala William Luis (1989, p. 481), el intento del autor se impone a la voz del narrador-personaje en el proceso de la representación literaria:
Aware of the lack of historical information on the subject of slavery, Barnet, the ethnologist, was guided by a concern to fill a void in literature and history. Writing or rewriting history was indeed an important component of Barnet’s project which he completed successfully. As the creator of memory, Barnet intervenes most noticeably as he reconstructs Montejo’s language and paraphrases much of his story, though he is careful to maintain the informant’s syntax. When transforming him into a literary figure, Barnet could no longer be loyal to Montejo, the person. Barnet set out to recreate not only what Montejo was, but, also and even more important, what he should have been.
En efecto, Montejo se describe como un personaje que tiene ciertas características singulares que lo distinguen de sus vecinos. Además, a medida que se desarrolla el texto, la peculiaridad del narrador-personaje se convierte en una personalidad extraordinaria y hasta heroica. En el prólogo a la edición de la Biblioteca Ayacucho, el autor expresa cuál es el motivo de esta representación:
El espíritu revolucionario se ilustra no solo en el propio relato sino en su actitud actual. Esteban Montejo, a los ciento cinco años de edad, constituye un buen ejemplo de conducta y calidad revolucionarias. Su tradición de revolucionario, cimarrón primero, luego libertador, miembro del Partido Socialista Popular más tarde, se vivifican nuestros días en su identificación con la Revolución Cubana. (Barnet, 2012, p. 9)
Así, Barnet trata de definir a Esteban Montejo como un modelo revolucionario, lo cual nos hace pensar que sus características tienen que ver con la intención de justificar la Revolución. Con base en esta premisa, el presente trabajo definirá la singularidad de la caracterización del narrador-personaje, y luego analizará cómo el texto la relaciona con el espíritu revolucionario.
1. La inclinación individualista y la aspiración a la libertad
Miguel Barnet (1992, p. 75) define que el papel del autor de la novela testimonio es representar las voces que se excluyen de la historia oficial: “El rico arsenal de leyendas, mitos y refranes creados por esta llamada «gente sin historia» quedaría anónimo esperando un siglo vindicador, una revolución de la voluntad y la fundación, por la fuerza del testimonio”. Según Barnet (1992), a través de esta estrategia, el género puede reivindicar los valores ocultos y revelar la identidad colectiva del pueblo cubano. Esta justificación revela una grieta principal del texto. Se puede suponer que, para representar la psiquis colectiva, el narrador-personaje de la obra necesite identificarse con el pueblo o, al menos, que tenga suficientes puntos comunes con él. Sin embargo, Montejo se destaca no por los puntos de contacto con su vecindad sino por las diferencias, y tampoco muestra la conciencia de comunidad. Aunque participó en varios momentos importantes de la historia cubana, su vida es excepcional y solitaria, como afirma Lindsay Puente (2012, p. 35).
En efecto, entre las características singulares de Montejo, lo que más se destaca es la inclinación individualista. Como se señala en el prólogo de la novela, Montejo tiene “un firme sentimiento individualista” que lo inclina “a vivir aislado” y “despegado de sus semejantes” (p. 5).[1] El protagonista mismo menciona esa tendencia repetidas veces a lo largo de todo el relato y expresa sin cesar el deseo de estar solo con varias expresiones, como “separatista”, “independencia”, “espíritu de cimarrón”, etc. Pareciera que tiene ganas de destacar de manera especial cuánto le gusta la vida solitaria. Además, como se expresa en sus alocuciones, siempre toma una actitud indiferente ante sus vecinos y no quiere tener relaciones amigables con ellos. Hasta en la fiesta, se queda afuera como un forastero. Tampoco le interesa formar una familia ni le importa si existen o no los hijos que pudo haber engendrado.
El individualismo firme se expresa de manera extrema en la vida como cimarrón. A pesar de todas las dificultades de la vida en el monte, Montejo mantiene su estado de aislamiento sin ninguna ayuda de otros. Otros cimarrones andan de dos o tres, pero él no confía en nadie y considera peligroso acompañarse con otros. Su incredulidad no es ilógica porque los cimarrones siempre corrían el riesgo de ser atrapados y de ser esclavizados de nuevo. Sin embargo, es insólito que mantenga una vida tan solitaria sin conversar con nadie por varios años y que nunca sienta soledad. Más bien, parece que le resulta más feliz vivir en el monte sin tener ninguna relación con otros: “Como a mí siempre me ha gustado gobernarme, me mantenía aislado de ellos. De todos. Hasta de los bichos me aislaba yo. [...] Por eso digo que me sentía bien de cimarrón. Ahí me gobernaba yo solo y me defendía igual.” (p. 23).
Esta inclinación individualista tan fuerte no parece común entre el pueblo, pero en el texto, el individualismo de Montejo no se identifica como excentricidad ni se considera inaceptable. El protagonista se representa no solo como un hombre singular, sino también como un personaje fuerte y resistente que puede aguantar una vida dura y solitaria para ser libre de la opresión de la esclavitud. La libertad es la palabra clave que explica su carácter peculiar y que, además, le otorga a Montejo una posición superior a otros:
En Ariosa había dos negros que me conocían de muchacho. Un día le dijeron a Lucas: “Este vivía como un perro en el monte”. Y yo los vide después y les dije: “Oigan, los que vivían así eran ustedes que recibían cuero”. Y es que toda esa gente que no se huyó, creía que los cimarrones éramos animales. Siempre ha habido gente ignorante en el mundo. Para saber algo hay que estar viviéndolo. Yo no sé cómo es un ingenio por dentro si no lo miro. Eso es lo que les pasaba a ellos. (p. 38)
El excimarrón es sensible a la represión y siempre trata de rehuir a todo lo que pueda oprimir su libertad. Por eso, se siente orgulloso de haber escapado de la vida en los barracones donde vivían los esclavos y de haber alcanzado su independencia. Por el contrario, la mayoría de sus compañeros no expresan el deseo de ser libres y sufren la esclavitud con paciencia. Aun después de la abolición de la esclavitud, los afrocubanos que están acostumbrados a la vida como esclavos tienen miedo de disfrutar la libertad pero, a diferencia de ellos, Montejo no comprende ese miedo y actúa con valentía como dueño de su vida:
Los negros que trabajaban en Purio habían sido esclavos casi todos. Y estaban acostumbrados a la vida del barracón, por eso no salían ni a comer. Cuando llegaba la hora del almuerzo, se metían en el cuarto con sus mujeres y almorzaban. En la comida era igual. Por la noche no salían. Ellos le tenían miedo a la gente y decían que se iban a perder. Siempre estaban con esa idea. Yo no podía pensar así, porque si me perdía, me encontraba. ¡Cuántas veces no me perdí en el monte sin hallar un río! (p. 27)
Así, el narrador-personaje se distancia de otros en un doble sentido. Primero, no se relaciona afectivamente con nadie y vive aislado por su propia voluntad. Segundo, destacando las diferencias entre el ‘yo’ y el ‘ellos’, en la aspiración a la libertad y el espíritu de resistencia, se distingue de sus compañeros. A través de este doble distanciamiento, se representa a Montejo como un personaje más valiente y firme que otros, y hasta como un hombre heroico que resiste a la opresión injusta e inhumana, como la esclavitud o el colonialismo.
Por otra parte, además de insinuar su preeminencia, el narrador-personaje trata de definir el carácter rebelde como su característica innata: “Pero yo tenía un espíritu de cimarrón arriba de mí, que no se alejaba. Y me callaba las cosas para que nadie hiciera traición porque yo siempre estaban pensando en eso, me rodeaba la cabeza y no me dejaba tranquilo.” (p. 19). Así, el narrador-personaje explica su singularidad desde el punto de vista de la narración, lo cual no sería una mirada retrospectiva sobre el pasado, sino una estrategia del texto para imponerle un atributo invariable. La explicación que se remonta a su niñez muestra esta intención:
Cuando un negrito era lindo y gracioso lo mandaba para adentro. Para la casa de los amos. Ahí lo empezaban a endulzar y... ¡qué sé yo! El caso es que el negrito se tenía que pasar la vida espantando moscas, porque los amos comían mucho. Y al negrito lo ponían en la punta de la mesa mientras ellos comían. [...] Yo nunca hice eso porque a mí no me gustaba emparentarme con los amos. Yo era cimarrón de nacimiento. (p. 8)
Esta mención tendría un aspecto inverosímil. Aunque no le hubiera gustado emparentarse con los amos, no habría podido rechazar el mandato de ellos porque era solo un esclavo pequeño; a pesar de esa contradicción, dice que no hizo el trabajo de servir como si hubiera resistido por su propia voluntad. Montejo afirma que siempre había anhelado la libertad desde niño y sigue destacando que esa aspiración era el motivo de su naturaleza independiente.
Como se ha mencionado en el apartado anterior, el autor trata de representar la vida entera de Montejo como un modelo de la Revolución cubana. Para que la definición se justifique, la identidad del narrador-personaje tiene que ser consistente, y que pueda expresarse por algunas cualidades extraordinarias. Así, en el texto, el espíritu de resistencia de Montejo se describe como naturaleza invariable e invencible que le otorga superioridad. Además, ese carácter innato se destaca naturalmente por la vida del excimarrón que siempre se representa en situaciones que oprimen la libertad, como la esclavitud y el dominio imperialista de España.
2. La identidad masculina como base del espíritu revolucionario
El apego a la libertad del protagonista se relaciona con otra característica: la actitud ambivalente hacia las mujeres y la sexualidad. En el texto, Esteban Montejo se describe como un hombre mujeriego. Siempre anda buscando mujeres para seducir y a veces vive con algunas de ellas. Declara que las mujeres son importantes en su vida: “una mujer es una cosa muy grande” (p. 29) y que “las mujeres son lo más grande de la vida” (p. 59). Pero, al contrario de estos comentarios, nunca busca reciprocidad o relaciones íntimas de afecto con ellas, solo se jacta de su atracción sexual y de cómo las ha seducido fácilmente: “La verdad es que lo que a mí me han gustado en la vida han sido las mujeres. […] Y a veces sin tener que llegar a los pueblos me conseguía una mujer. Yo era muy atrevido; a cualquier prieta linda le sacaba conversación y ellas se dejaban enamorar.” (p. 29). Confiesa con orgullo -y posiblemente exagerando- que, al terminar la guerra, se acostó con más de cincuenta mujeres solo en una semana en el ambiente de fiesta de La Habana. A juzgar por estas actitudes, se puede suponer que lo único que quiere de las mujeres es saciar el apetito sexual. Su admiración hacia las mujeres como “una cosa muy grande” (p. 29), no es más que una expresión que insinúa que el protagonista las reduce al objeto de su deseo.
El narrador-personaje justifica ese carácter describiendo a otros personajes disolutos, como si la vida licenciosa no hubiera sido rara en aquella época. Sin embargo, la justificación más significativa se realiza de manera inversa: la renuncia al deseo sexual. Montejo confiesa que cuando vivió en el monte, lo único que le faltó fue el sexo: “La pura verdad es que a mí nunca me faltó nada en el monte. La única cosa que no podía hacer era el sexo. Como no había mujeres, tenía que quedarme con el gusto recogido.” (p. 23). A pesar de la falta, estaba satisfecho con la vida de cimarrón como si no le hubiera importado el problema, solo por la razón de que pudo disfrutar su soledad y sin explicar cómo contuvo el deseo sexual en aquel tiempo. Aunque parezca contradictoria, la actitud hacia la sexualidad se basa en una premisa: para Montejo, la libertad es el valor supremo. Por eso, el protagonista abandona todo tipo de relaciones sexuales para liberarse de la esclavitud y, al mismo tiempo, puede entregarse solo al sexo rechazando la intimidad afectiva con las mujeres, con el pretexto de la vida independiente.
Lindsay Puente (2012, p. 38) argumenta que el celibato consistente de Montejo implica una estrategia textual para justificar la identidad masculina como base principal del espíritu de resistencia:
Thus Montejo is forced to sacrifice all forms of sexual intercourse for his freedom quest. His impulses to hetero-normative masculinity urge him to opt for celibacy rather than homosexual sex or bestiality, and thus ensure that his audience is able to continue to fully esteem him. In this way, his celibacy actually increases his masculine identity and creates a figure that is almost unimaginably dedicated to the cause of personal freedom.
Montejo puede disfrutar y abandonar la sexualidad a su albedrío porque no le interesa tener relaciones recíprocas, ya que considera a las mujeres como un objeto que añade cierto placer a su vida y, por consiguiente, la libertad que excusa su actitud se puede calificar como egoísta o machista. Sin embargo, el texto trata de identificar la libertad personal con valores sublimes, como la resistencia a la injusticia o el espíritu revolucionario.
La visión androcéntrica que se relaciona con la intención textual de justificar la Revolución ya se revela en el proceso de seleccionar a Montejo como informante:
Dos de los entrevistados nos llamaron la atención. Uno era una mujer de 100 años; el otro, un hombre de 104. La mujer había sido esclava. Era además santera y espiritista. El hombre, aunque no se refería directamente a tópicos religiosos, reflejaba en sus palabras una inclinación a las supersticiones y a las creencias populares. Su vida era interesante. Contaba aspectos de la esclavitud y de la Guerra de Independencia. Pero lo que más nos impresionó fue su declaración de haber sido esclavo fugitivo, cimarrón, en los montes de la provincia de Las Villas. Olvidamos a la anciana y a los pocos días nos dirigimos al Hogar del Veterano, donde estaba albergado Esteban Montejo. (p. 3)
Barnet dice que su interés primordial radicaba en los aspectos generales de las religiones de origen africano que se conservaban en Cuba. Si el autor hubiera querido investigar la religión afrocubana, habría sido mejor entrevistar a la mujer porque había sido santera y espiritista. No obstante, elige a Esteban Montejo porque le llama la atención otro hecho: fue un cimarrón y participó en la Guerra de Independencia. Estas experiencias no se pueden separar del hecho de que Montejo es un hombre fuerte y rebelde.
El texto destaca la identidad masculina del narrador-personaje a lo largo de la historia basado en ese motivo de selección. La tendencia machista se muestra más evidentemente cuando el protagonista se convierte en un hombre heroico luchando por la Independencia. La última parte de la historia que trata de la guerra se centra en describir el mundo masculino y sangriento. Todos los personajes principales son hombres belicosos y valientes, y el narrador-personaje ensalza a los héroes guerreros: “Maceo se portó como un hombre entero en Mal Tiempo. Iba al frente siempre. Llevaba un caballo moro más bravo que él mismo.” (p. 72). En cambio, las mujeres están excluidas o marginadas al servicio de los hombres de alta categoría y, en el mismo sentido, los hombres que no son varoniles también se marginan: “Nadie puede ir a la guerra y cruzarse de brazos, porque hace el papel de maricón.” (p. 72).[2]
3. Narración objetiva y científica
La singularidad de Montejo también se expresa en el estilo de narración. El narrador-personaje tiene conocimiento extenso sobre la cultura y la religión de los afrocubanos, y describe la vida en los barracones y en los ingenios con todo detalle. Por eso, en el prólogo del texto, el autor menciona la importancia de la información que ofrece el testimonio de Montejo: “En Cuba son escasos los documentos que reconstruyan estos aspectos de la vida en la esclavitud. De ahí que más que una descripción detallada de la arquitectura de los barracones, nos llamara la atención la vida social dentro de estas viviendas-cárceles.” (p. 4). Pero Montejo es un informante ideal no solo porque los datos que ofrece son de gran valor, sino también porque tiene una buena capacidad de observación y testimonia lo que ha observado con su memoria excelente, facultades que destacan su carácter excepcional. Sin embargo, como la inclinación individualista no es una idiosincrasia simple, el punto de vista de narrar la historia también tiene una función más profunda.
A pesar de la indiferencia ante la vida ajena, el narrador siempre observa lo que está ocurriendo en su entorno y lo graba en su memoria. Por eso, en toda la historia, se usan frecuentemente expresiones como “yo vide”, o “me acuerdo”. Por ejemplo, en la parte que trata de la vida en los barracones, Montejo describe minuciosamente una ceremonia de brujería de los congos:
Para los trabajos de la religión de los congos se usaban los muertos y los animales. A los muertos les decían nkise y a los majases, emboba. Preparaban unas cazuelas que caminaban y todo, y ahí estaba el secreto para trabajar. Se llamaban ngangas. Todos los congos tenían sus ngangas para mayombe. Las ngangas tenían que jugar con el sol. Porque él siempre ha sido la inteligencia y la fuerza de los hombres. [...] Cuando tenían algún problema con alguna persona, ellos seguían a esa persona por un trillo cualquiera y recogían el polvo que ella pisaba. Lo guardaban y lo ponían en la nganga o en un rinconcito. Según el sol iba bajando, la vida de la persona se iba yendo. Y a la puesta del sol la persona estaba muertecita. Yo digo esto porque da por resultado que yo lo vide mucho en la esclavitud. (p. 14, las cursivas son del texto.)
Como se puede ver en la cita, el narrador-personaje sabe las palabras de origen africano y explica sistemáticamente el rito destacando el hecho de que lo vio en persona. Así, la narración objetiva que se basa en la observación y la memoria domina en toda la historia.
En cambio, a pesar de que mira con atención lo que pasa a su alrededor, el narrador-personaje no interviene activamente. Como no le interesa meterse en la vida de otros, casi siempre se queda fuera de la escena que describe y reduce su papel solamente al de observador externo. La perspectiva hacia las religiones muestra esa actitud. Aunque no se pueda explicar racionalmente, la brujería es importante para la vida cotidiana de la comunidad afrocubana y el narrador-personaje también cree que existe el poder misterioso. Pero, al contrario de esa creencia, nunca participa voluntariamente en las ceremonias religiosas y se mantiene a distancia de ellas. En vez de tomar parte en los ritos, solo los observa y aumenta sus conocimientos como si fuera un investigador que viene del exterior.
La distancia entre Montejo y la religión afrocubana también se muestra por medio de la mención de que nadie trató de hacerle brujería al narrador: “A mí nunca nadie trató de hacerme brujería, porque yo he sido siempre separatista y no me ha gustado conocer demasiado la vida ajena” (p. 14). Como menciona el narrador-personaje, la primera razón de la indiferencia se relaciona con su estilo de vida porque hacer brujería significa ejercer influencia sobre otros. Pero esa no es la única razón. En otra parte, Montejo hace una descripción detallada sobre varias hechicerías de los congos, y dice que sabe cómo usar los amuletos y hasta cómo llamar y controlar al diablo. Pero tampoco le interesa la gran fuerza que puede ejercer el diablo y explica por qué no tiene interés en la brujería:
Los hombres como yo no somos muy dados a la brujería, porque no tenemos paciencia. A mí me gustaba mucho la maldad y la jodedera. Y así no se puede llevar la brujería. Me gustaba ver y oír para desengañarme. Lo que me fastidiaba era que me dijeran que tal o cual cosa no se podía tocar o conocer. Entonces yo me ponía subido y quería salirme con las mías. (p. 56)
La mención de que le gusta ver y oír para desengañarse significa que tiene aspiración al conocer el mundo. Para Montejo, la religión afrocubana no es más que una parte del mundo. Si practicara la brujería y fuera adicto a ella, tendría que compenetrarse con la comunidad y su conocimiento sería limitado. Por esa razón, manteniendo distancia, solo observa las hechicerías para obtener un conocimiento más amplio. Además, como consecuencia lógica del distanciamiento, Montejo considera que todas las religiones son iguales y respetables:
Hoy mismo hay mucha gente que le dice a uno: “Yo soy católico y apostólico.” ¡Qué va! ese cuento que se lo hagan a otro. Aquí el que más y el que menos tiene su librito, su regla. Nadie es puro así de llano. Todas las religiones se han mezclado aquí en esta tierra. El africano trajo la suya, la más fuerte, y el español también trajo la suya, pero no tan fuerte. Hay que respetarlas todas. Esa es mi política. (p. 58)
Si se considera la situación religiosa de Cuba en la que varias religiones se mezclan, el juicio de Montejo es justo. Sin embargo, aunque sea convincente su visión, no parece que el pueblo afrocubano de aquella época también pensara así, renunciando a su fe. La actitud del narrador-personaje se puede calificar como objetiva o científica, y obviamente, es diferente de la del resto de los personajes en el texto. Más bien, como señala González Echevarría (1980, p. 261), Montejo se acerca más a un antropólogo, como el autor, a través de la mentalidad científica y de la actitud observadora: “He was a true skeptic who rarely established lasting affective or social bonds. When Montejo returned to society after abolition he was able to look upon it not with the eyes of the future informant of Miguel Barnet, but as a sort of social anthropologist in his own right”.
La perspectiva objetiva y científica reduce la distancia entre la cultura afrocubana y los lectores que no la conocen. Las explicaciones que se acompañan con las descripciones de la brujería neutralizan el aspecto misterioso que no se entiende racionalmente y que puede irritar a los lectores. En consecuencia, la singularidad cultural se reduce al exotismo inocuo. Hasta cuando menciona su experiencia de haber visto algunas fantasmas espantosas, el narrador-personaje añade comentarios adicionales diciendo que ya esas visiones no aparecen más y que en realidad los vivos son más peligrosos. En el prólogo, el autor confiesa que tuvo que parafrasear lo que Montejo le contaba para que el libro fuera fácil de entender. Sin embargo, para que la historia se acepte sin reparos, el protagonista también tiene que ser un personaje que puede entenderse ante los ojos de los lectores. En consecuencia, la similitud entre el autor y el narrador-personaje se extiende hasta incluir a los contemporáneos de la obra.
Por otra parte, el texto consolida la semejanza no solo por el estilo de narración, sino también por las opiniones que expresa el protagonista. Por ejemplo, Montejo cuenta una anécdota relacionada con su inclinación política:
Llegó a decir en la misma misa que a los comunistas había que exterminarlos y que eran hijos del demonio. Me encabroné, porque por aquellos años yo estaba afiliado al Partido Socialista Popular; por las formas que tenía y por las ideas. Sobre todo por las ideas, que eran para bienestar de los obreros. (p. 62)
A diferencia de su actitud indiferente hacia la actividad colectiva, se afilia al Partido Socialista Popular sosteniendo sus ideas principales y se enfada ante la crítica que juzga de injusta contra los comunistas. Además, usa la frase “bienestar de los obreros” con la que se apropia más del contexto histórico después de la Revolución. De esta manera, el narrador-personaje se acerca gradualmente a los contemporáneos de la obra, lo cual es una de las bases sobre las que se representa el espíritu revolucionario.
4. La expresión del espíritu revolucionario
La historia de Montejo se compone de tres capítulos: ‘La esclavitud’, ‘La abolición de la esclavitud’ y ‘La guerra de independencia’. Si el primero y el segundo representan las características del protagonista como la singularidad esencial, el tercero muestra cuál es el objeto de la representación. A medida que se traslada el centro de la narración a la guerra, la actitud del narrador-personaje cambia dramáticamente. Por ejemplo, en el fin del segundo capítulo, Montejo justifica la guerra de Independencia con un tono elocuente:
Hacía falta la guerra. No era justo que tantos puestos y tantos privilegios fueran a caer en manos de los españoles nada más. No era justo que las mujeres para trabajar tuvieran que ser hijas de los españoles. Nada de eso era justo. No se veía un negro abogado, porque decían que los negros nada más que servían para el monte. No se veía un maestro negro. Todo era para los blancos españoles. Los mismos criollos blancos eran tirados a un lado. Eso lo vide yo. […] No había libertad. Por eso hacía falta la guerra. (p. 69)
En contra de su actitud habitual, el narrador-personaje muestra un espíritu colectivo suponiendo una comunidad contra los españoles que puede abarcar a los marginados, como los negros y las mujeres. En este sentido, Nérida Segura-Rico (1999, p.160) señala que Montejo muestra la conciencia nacional en esa escena:
In this paragraph, the voice of a cimarrón looses some of its locution, and illocution, of personal autonomy to include other men or women as his fellow “brethren” in the haughty enterprise of the creation of a nation that will provide everybody opportunities for personal development as citizens but not subjects.
Este cambio podríamos considerar que tiene como base las características singulares de Montejo que se han analizado en los apartados anteriores. El narrador-personaje siempre rechazaba meterse en una situación complicada y prefería estar solo hasta entonces. Sin embargo, como el autor menciona en el prólogo, la inclinación individualista no es obstáculo para la integración en hechos colectivos, como la guerra, porque es una expresión de la aspiración a la libertad. La vida como cimarrón es un ejemplo más significante, pero al mismo tiempo, es una rebeldía que se limita a la dimensión pasiva y personal. En cambio, la participación en la guerra significa la resistencia más activa y colectiva. A pesar de la diferencia, el texto trata de equiparar ambas actitudes resistentes bajo el nombre del espíritu de cimarrón e identifica la libertad individual con la Independencia nacional.
Con base en el proceso de identificación el protagonista se convierte en un soldado heroico que lucha por la Independencia de Cuba con riesgo de su vida y que comparte el espíritu comunitario. En consecuencia, expresa el sentimiento de pertenencia por primera vez y usa la palabra ‘nosotros’ más frecuentemente que en los capítulos anteriores:
La clase de tropa nuestra sirvió de ejemplo; eso lo sabe todo el que peleó en la guerra. Por eso fue que se aguantó la Revolución. Yo estoy seguro que casi todas las tropas hubieron hecho igual en esa situación. Nosotros tuvimos coraje y pusimos a la revolución por arriba de todo. Esa es la verdad. (p. 81)
Pero, al mismo tiempo, también se destaca su aspecto sobresaliente que lo distingue de otros. Por ejemplo, a diferencia de los hombres crueles que matan los soldados españoles sin piedad, el narrador-personaje muestra generosidad y hasta perdona al enemigo:
A mí en Mal Tiempo me quisieron matar. Fue un galleguito que me vio de lejos y me apuntó. Yo lo tomé por el cuello y le perdoné la vida. A los pocos minutos lo mataron a él. Lo que hice fue quitarle las municiones, el fusil y no recuerdo si la ropa. Creo que no, porque la ropa nuestra no estaba tan mala. (p. 71)
Además, mantiene una perspectiva crítica hacia sus jefes y resiste al mandato injusto aunque lo castiguen. Hasta en la situación confusa de la guerra, nunca pierde el dominio de sí mismo, y por eso dice que estuvo con unas personas degeneradas en el ejército, pero pudo salir limpio. Así, las características del narrador-personaje, como la inclinación independiente y la identidad masculina, se convierten en aspectos heroicos y, a través de este proceso, Montejo se representa como un ejemplo que muestra el espíritu de resistencia que se hereda de la época colonial a la Revolución.
Pero no es la única estrategia de representar al protagonista como modelo revolucionario. Si la vida como cimarrón y la participación en la guerra simbolizan las experiencias de enfrentar opresiones, la perspectiva objetiva y crítica hacia la realidad que tiene el narrador-personaje refleja la vista histórica de la Revolución. En este sentido, la situación de posguerra es significante, aunque no se describe detalladamente en el texto. A pesar de la independencia, la realidad injusta no se cambia radicalmente y, además, aparece nueva amenaza para la libertad nacional, la intervención de los Estados Unidos, y por eso la historia de posguerra también se llena de resistencias ante la tiranía y la invasión exterior. Desde el punto de vista después de la Revolución, la Independencia no fue la liberación verdadera sino el comienzo de nueva subordinación.
Como se revela en los comentarios negativos sobre el desorden de la capital y la discriminación constante contra los negros, el narrador-personaje comparte esa visión crítica hacia la situación después de la guerra. Además, sus críticas más severas se dirigen hacia los invasores estadounidenses: “Los de los americanos sí que era el colmo. Abrían un hoyo y tiraban la comida dentro. Todo el pueblo conoció eso, lo vivió. Wood, Teodoro Roosevelt, fue otro, que no me acuerdo ya ni como se llamaba; en fin, la partida de degenerados esos que hundieron este país.” (p. 87). Al mismo tiempo, el protagonista atribuye la realidad injusta no solo a la influencia exterior sino también a la clase dirigente de Cuba: “Después la mayoría de la gente dice que los americanos eran lo más podrido. Y yo estoy de acuerdo; eran lo más podrido. Pero hay que pensar que los blancos criollos fueron tan culpables como ellos, porque se dejaron mangonear en su propia tierra.” (p. 87, las cursivas son del texto).
En el mismo contexto, Antonio Vera-León (1989, p. 13) argumenta que la condición invariable de vida del protagonista es una interpretación crítica de la historia de subordinación de Cuba porque el excimarrón también se implica continuamente en situaciones opresivas e injustas a lo largo de toda la historia:
Retomar el lenguaje de la fuga es una estrategia narrativa y crítica para representar el movimiento de la historia nacional. Al nivel de la enunciación se produce una circularidad discursiva cuyo proyecto es resaltar las semejanzas entre la situación del esclavo antes y después de la fundación de la república para cuestionar el triunfo del movimiento independentista y el proyecto nacional republicano. Montejo queda encerrado en su condición de esclavo en fuga ya sea de los barracones de la esclavitud o de la ciudad de La Habana.
La visión crítica hacia la historia cubana se expresa no solo por la voz del narrador-personaje sino también por la condición general de su vida. Por consiguiente, el protagonista no puede sentirse tranquilo aún después de haber luchado heroicamente en la guerra. Más bien, hasta en el último momento de la historia muestra la voluntad de resistencia en vez de conformarse con la realidad: “Por eso digo que no quiero morirme, para echar todas las batallas que vengan. Ahora, yo no me meto en trincheras ni cojo armas de ésas de hoy. Con un machete me basta.” (p. 90). La conclusión del texto insinúa que la situación opresiva se continuará mientras que se mantenga vigente la historia de subordinación, lo cual es la base de la circularidad textual que señala Antonio Vera-León (1989). Pero, al mismo tiempo, la realidad injusta requiere inevitablemente una nueva oposición porque la estructura circular se compone de dos series: la de resistencias y la de opresiones. Por eso, el desenlace también implica otra resistencia que sigue a la situación de posguerra: la Revolución cubana.
Conclusión
En el prólogo, Miguel Barnet expone el objetivo de la obra: “Este libro no hace más que narrar vivencias comunes a muchos hombres de su misma nacionalidad. La etnología las recoge para los estudiosos del medio social, historiadores y folcloristas. Nuestra satisfacción mayor es la de reflejarlas a través de un legítimo actor del proceso histórico cubano.” (p. 5). No obstante, narrar vivencias comunes o el hecho de que el testigo ha pasado por una historia llena de vicisitudes no garantiza la legitimidad como el actor principal del texto. En cambio, la vida del testigo se elabora según el intento textual y, a través de este proceso, Esteban Montejo se convierte en un personaje que representa el espíritu revolucionario.
En consecuencia, como hemos analizado en los apartados anteriores, cuando se le da voz en el texto, el narrador-personaje empieza a hablar no solo de las historias ocultas sino también de las opiniones oficiales de la Cuba revolucionaria. Al contrario del argumento de que el autor de la novela-testimonio tiene que reducir su papel a un gestor, el autor ejerce una gran influencia desde una posición privilegiada.
Sin embargo, no podemos concluir que el narrador-personaje pierde completamente su propia voz. A pesar de que la voz del autor prevalece en el texto, es el narrador-personaje quien puede revelar esa influencia opresiva. Así, las voces del autor y del narrador-personaje interactúan entre sí, aunque la interacción se componga de opresiones y resistencias. La representación completa de la voz del otro parece imposible.
Bibliografía
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Luis, W. (1989). The Politics of Memory and Miguel Barnet’s The Autobiography of a Run away Slave. MLN 104 (2), 475-491.
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Vera-León, A. (1989). Montejo, Barnet, el cimarronaje y la escritura de la historia. Inti: Revista de Literatura Hispánica 29, 3-16
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1. Miguel Barnet (1977), Biografía de un cimarrón. Citaremos por esta edición y solo indicaremos entre
paréntesis las páginas en las citas correspondientes.
2. En este sentido, la perspectiva textual hacia la homosexualidad es un tema interesante. El narrador-personaje menciona una vez a algunos homosexuales que vio en los barracones: “Otros hacían el sexo entre ellos y no querían saber nada de las mujeres. Esa era su vida: la sodomía. Lavaban la ropa y si tenían algún marido también le cocinaban. Eran buenos trabajadores y se ocupaban de sembrar conucos. Les daban los frutos a sus maridos para que los vendieran a los guajiros. Después de la esclavitud fue que vino esa palabra de afeminado, porque ese asunto siguió. Para mí que no vino de África; a los viejos no les gustaba nada. Se llevaban de fuera a fuera con ellos. A mí, para ser sincero, no me importó nada. Yo tengo la consideración de que cada uno hace de su barriga un tambor.” (p. 17). Si consideramos la tendencia individualista de Montejo, su actitud indiferente hacia ellos puede ser natural. Sin embargo, el autor añade una nota que concluye con una mención significativa: “…La vida sexual del ingenio estaba limitada por muchas razones y la primera de ellas era el profundo desequilibrio existente entre ambos sexos. […] Algunos hacendados trataron de ofrecer una excusa religiosa por este desequilibrio y afirmaron que no llevaban negras para evitar el pecado de contacto sexual entre personas no casadas. A esta argumentación, el padre Caballero dio la respuesta exacta: ‘¡Peor pecado sería que todos fueran masturbadores, nefandistas y sodomitas!’.” (p. 17).