La función del padre en el malestar de la cultura

The paternal function in the culture discomfort

Recibido: 11/07/2016
Revisado: 22/08/2016
Aprobado: 13/10/2016

Israel Alejandro Romero Ramírez
Universidad de Guadalajara
Centro Universitario de Lagos (México)
israel.alejandro.rr@gmail.com

Resumen
El siguiente trabajo es una revisión sobre tres libros fundamentales de Freud: El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura y Moisés y la religión monoteísta. Estas obras tienen algo en común, que es el estudio del origen de la religión, mismo que no podrá dejar de lado la función del padre. Para Freud, la religión y el padre anudan a su vez el origen de la civilización, la ley y la moral.  A Freud en ningún momento le interesó que su estudio tuviera un valor sociológico o antropológico; y sería un error hacer una lectura desde estos campos. [1] En realidad, Freud siempre incluyó en las obras anteriormente mencionadas,  la clínica y los efectos subjetivos que tiene la religión sobre los hombres. Por lo tanto, lo que debemos ver en el nudo que se hace entre ley y moral,  es la exigencia que tiene la cultura de cada uno de nosotros. La exigencia de aquel ideal, que proviene tanto de la cultura y también del sujeto, es lo que llamaremos neurosis
.

Palabras clave: Resistencia. Identificación. Inconciente. Pulsión.

Abstract
The next paper consists in a revision about three fundamental Freud’s text: The Future of an Illusion, Civilization and its Discontents and Moses and Monotheism. This Works have something in common, which is the study of religion origins, who can’t set aside the function of the father. To Freud, religion and Father are knotting at same time the origin of civilization. Freud at no time was interested in their study had a sociological or anthropological value and would be a mistake to make a reading since this study fields. Actually, Freud always includes at works mentioned the clinic job and the subjective effects that religion have about mankind. Therefore, the thing what we must see in the knot it is made between law and moral is the requirement that culture has over everyone of us. The requirement of that ideal, which comes from both culture and subject, is what we call neurosis.

Keywords: Resistance. Identification. Unconscious. Drive.

 

El porvenir
Freud escribe El porvenir de una ilusión en 1927. Ernest Jones nos dice que en este libro Freud se ocupará más por el futuro de la religión que por su origen. Aunque creo que no es del todo cierto, ya que desde las primeras páginas del texto, Freud deja muy claro que el punto central es el efecto de la religión en la subjetividad. Freud aborda este punto desde el concepto de desvalimiento. El hombre se ve a sí mismo desvalido frente a la naturaleza, y también lo sentirá frente a la cultura. Ciertos filósofos ven la cultura como algo necesario y que tiene como fin salvaguardar al hombre de la naturaleza; entre estos filósofos se encuentra Thomas Hobbes. Sin embargo, el pensamiento de Freud se dirige hacia una cultura que si bien es desde su origen artificial, exige en demasía al hombre: “Es notable que, teniendo tan escasas posibilidades de existir aislados, los seres humanos sientan como gravosa opresión los sacrificios a que los insta la cultura a fin de permitir una convivencia”. (Freud, 2007: 6)
            Con esto, Freud intenta hacernos ver que no cree en un proceso evolutivo de la cultura. A pesar de que podamos observar el desarrollo de la ciencia en todas sus dimensiones, la cultura siempre exige distintos grados de renuncia a la satisfacción. [2] Freud va a distinguir entre denegación, prohibición y privación. La denegación es la pulsión insatisfecha por alguna prohibición que proviene de la exterioridad. La privación será el efecto de la prohibición. Ahora bien, la prohibición que proviene de la exterioridad puede ser que en momentos la acatemos según sea el contexto; pero Freud nos dirá que el superyó será la instancia que interiorice en su momento la moral social. [3] Detengámonos un momento y tratemos de esclarecer un poco qué es el superyó.
            Para Freud, las investiduras de objeto provienen del ello. Quiere decir que la pulsión fija su meta en un objeto. Ahora bien, podemos decir que el goce queda ligado a un objeto; y frente a la pérdida de este podemos sentir melancolía por el objeto (recuerdo). El mecanismo del yo frente a la pérdida del objeto será la represión. El superyó en Freud es una fuerza reactiva frente al ello (frente al goce ilimitado). Puede aparecer de dos maneras: como prohibición y deber ser. Para Freud, esa interiorización que asumirá la moral social no puede venir sino del padre. El superyó es, por tanto, la interiorización de la ley del padre:

“El superyó conservará el carácter del padre, y cuanto más intenso fue el complejo de Edipo y más rápido se produjo su represión (por el influjo de la autoridad, la doctrina religiosa, la enseñanza), tanto más riguroso devendrá después el imperio del superyó como conciencia moral, quizá también como sentimiento de culpa, sobre el yo”. (Freud, 2006: 36)

Por lo comentado arriba, podemos aventurarnos a decir que el niño fantasea dos cosas: una, la figura de un padre omnipotente, que todo lo puede hacer; otra, que el padre goza con prohibirle a él de gozar. Es fácil ver estos dos momentos en las pláticas y reproches que los niños hacen: “Mi papá es mejor que el tuyo”, “Mi padre puede hacer tal o cual cosa; cuando sea grande podré hacer lo que quiera”, “Gozas con hacerme sufrir”  (cuando un padre inflige un castigo). La religión estaría fundada bajo esta misma idea: Dios es un ser omnipotente. Bajo esta premisa se funda la siguiente: “Yo soy muy poca cosa”. San Agustín, en su  libro las Confesiones, no hace otra cosa que reconocer la grandeza de Dios en todo momento; frente a la insignificancia del hombre para hacer su voluntad. Todo el tiempo nos hace ver que es necesario tenerlo de nuestro lado si es que queremos encontrar seguridad y estabilidad. Leamos la siguiente cita:

“Encomienda a la Verdad todo lo que tú tienes de verdad, y no perderás nada, y florecerán tus podredumbres, y sanarán todas tus dolencias, y lo que hay de ti de caduco se volverá a formar y se renovará y se ajustará estrechamente a ti, lejos de arrastrarte a donde desciende, permanecerá estable y permanente contigo, cabe el ser siempre estable y permanente, Dios”. (San Agustín, 2001: 68)

Nos muestra que solamente con Dios podemos encontrar la estabilidad. Pero, para San Agustín, el hombre es un ser vulnerable, es un ser en falta. No por nada tanto para San Agustín, como para Santo Tomás de Aquino, la soberbia es uno de los peores males:

“San Gregorio: los soberbios perciben ciertos misterios que deben ser penetrados, y no son capaces de experimentar su dulzura; y si alguna vez saben cómo son las cosas, no las saben catar. Con razón dijo el Proverbio “que donde está la humildad, allí está la sabiduría”. (Tomás de Aquino, 1955: 350)

Ambos pensadores aceptan que la creencia es fundamental para poder vivir a (en) Dios. No obstante, para Freud las representaciones religiosas son producto del proceso mismo de la cultura; estas provienen de generaciones y los humanos asumen estas creencias como verdades últimas. Es por eso que estas representaciones tienen contenidos afectivos muy fuertes, que preparan al sujeto o lo advierten precisamente de su naturaleza humana: la vulnerabilidad.
            Según Freud, la religión no es más que la añoranza del padre: en aquella añoranza el hombre busca protección frente a los desvalimientos y las aflicciones que nos da la vida. De ahí que la añoranza se relaciona con la creencia o la ilusión en una vida sin sufrimientos. Por eso Freud pondrá a prueba, en todo momento, la debilidad de los argumentos religiosos. Por lo tanto, el origen de las creencias religiosas, no puede ser motivado por ningún tipo de racionalidad sino que las encontramos en afectos inconscientes. De igual modo, Freud establece que las creencias guardan un poder colectivo que hizo que las mentes más pensantes no se atrevieran  a cuestionar o poner en duda sus enunciados a pesar de que pudieran ver en ellos simplezas o inconsistencias:

“En todo tiempo se le notó, aun en el de los lejanos antepasados que nos legaron esa herencia. Es probable que muchos de ellos alimentaran la misma duda que nosotros, pero se encontraban bajo una presión tan intensa que no habrían osado exteriorizarla. Y desde entonces, innumerables individuos se han torturado con la misma duda, que querían sofocar porque se consideraban obligados a creer; muchos intelectos brillantes naufragaron en ese conflicto, y muchos caracteres resultaron dañados por los compromisos en que buscaban una salida”. (Freud, 2007: 27). [4]

Freud entenderá que una creencia es siempre una vivencia personal, pero no entiende por qué todos tendríamos que aceptar aquellos preceptos. Incluso, llegará a decir más tarde que él mismo nunca ha experimentado ninguna vivencia de ese tipo. Podemos encontrar este tipo de casos en  personas que han sufrido un percance grave en sus vidas: accidentes, pérdidas o adicciones. A  partir de dichas experiencias sienten la necesidad, no solamente de compartir su cambio, sino que buscan que los demás acepten sus preceptos y los apliquen en sus vidas. Quiero decir, se sienten autorizados a cambiar las vidas de los demás a través de su experiencia.
            Freud se preguntará: ¿En qué radica la fuerza que ejerce la religión sobre la vida humana? Para él la religión es una ilusión, y en ello encuentra su fuerza. A pesar de que la religión no prive a los hombres de sufrir, en ella muchos encuentran consolación. Esto está presente en muchas frases de la vida cotidiana: “Dios se lo quiso llevar”, “Los designios de Dios son inescrutables”, “Se lo ofrezco a Dios”. Quiere decir que frente a la resignación se proyecta una ilusión. Es precisamente lo que puede leerse en cada una de las frases. Giovanni Reale lo explica de una manera inteligible: El Dios de los filósofos (Platón/Aristóteles) era una abstracción. Era ante todo una figura formal que servía para explicar el devenir, pero que no se hacía cargo de los problemas de los hombres, así menos le daba un lugar a su singularidad. Esta singularidad Reale la encuentra en el concepto de persona: “En efecto, el concepto de persona tiene una estructura triangular. El Yo se realiza y por tanto se reconoce solamente en la relación con el Tú. Y cada Yo lleva el signo indeleble de un Tú” (Reale, 2005: 122). Con esto, Reale nos muestra que es  comprensible que el Dios de los cristianos es una deidad que atiende los problemas de cada uno, que nos escucha, y que en él se puede encontrar consuelo. Esto lo podemos encontrar como una constante en las Confesiones, de San Agustín, sobre todo en sus plegarias.
            El lugar de la religión en el proceso histórico es, para Freud, algo evidente; pues el hombre ha buscado encontrar en la ilusión todo aquello que se le muestra como amenazante. Pero es cierto que ella misma exige al sujeto muchas renuncias que a la larga parecen ser costos grandes para la economía psíquica. Por ejemplo, la neurosis obsesiva, que tiene una relación muy directa con el orden religioso. [5] Al final del libro, Freud da cuenta de que el desarrollo de la ciencia le quita protagonismo a la religión. Su relación es muy ambigua con estos dos polos, pues sabemos que Freud también era escéptico sobre el papel de la ciencia en el dolor humano. La ciencia no tendría por qué ocupar o resolver el lugar de la ilusión humana. La ciencia no es una ilusión:

“Creemos que el trabajo científico puede averiguar algo acerca de la realidad del mundo, a partir de lo cual podemos aumentar nuestro poder y organizar nuestra vida. Si esta creencia es una ilusión, estamos en la misma situación que usted, pero la ciencia, por medio de éxitos numerosos y sustantivos, nos ha probado que no es una ilusión”. (Freud, 2007: 54)

Pareciera que Freud toma al final una postura muy cercana a la del siglo XIX, en la que se veía a la ciencia como progreso y evolución; sin embargo, sabemos que con el tiempo tomará una posición ambigua entre ambos polos: religión y ciencia.

El malestar
Freud terminó El malestar de la cultura en el otoño de 1929-1931. Definitivamente es un libro  más ambicioso que el anterior. En este libro aborda el tema de la cultura en casi todas sus manifestaciones: políticas, artísticas y religiosas,  sin perder de vista la clínica y al sujeto; quiero decir, los efectos subjetivos que ella tiene sobre el hombre. Más allá de ver a la religión como una ilusión, la idea que organiza gran parte del ensayo es el sentimiento de culpa, como aquello que hace posible la vida en comunidad. Freud da un paso adelante en relación al tema del desvalimiento (Porvenir de una ilusión, 1927) que aborda dos años antes, y ahora lo traslada al Yo. El Yo sería una instancia sin un conocimiento claro de sus límites; estos se enlazarían con los del ello:

“La patología nos da a conocer un gran número de estados en que el deslinde del yo respecto del mundo exterior se vuelve incierto, o en que los límites se trazan de manera efectivamente incorrecta…” (Freud, 2007: 67).

Reconoce la complejidad del yo en relación a sus límites, no nada más en su relación con el ello, sino con los objetos también. [6]
            Esta relación entre Yo-Mundo es una trama compleja que se desenvuelve en la medida que el principio de placer y el principio de realidad se van diferenciando. Claro es que el segundo terminará imponiéndose en gran medida sobre el primero. Por eso el mundo exterior se presenta como algo que se opone a un goce ilimitado; de ahí que el sujeto pueda experimentar el mundo como displacer. Con esto nos podemos acercar al título del ensayo freudiano: el sujeto experimenta la cultura como malestar, como algo incierto, porque el yotambién lo es. Podemos decir que el yono es más que una fachada del ello. San Agustín nos lo dice en sus Confesiones de manera sencilla:

“(…) ni yo mismo puedo comprender todo lo que soy. De manera que el espíritu es demasiado estrecho para poseerse a sí mismo. Pero entonces, ¿dónde está lo que de si no puede abarcar? ¿Estará fuera de él y no en él mismo? ¿Cómo es, pues, que no lo abarca? Esta cuestión despierta en mí una gran admiración y me sobrecoge de estupor”. (Agustín, 2001: 203)

Para Freud, el desvalimiento que los niños experimentan de pequeños es algo que no se pierde en lo que llamamos madurez (si es que exista tal estado), sino que se conserva durante toda la vida humana. El sentimiento religioso es la necesidad de arraigarse a algo; puesto que nacemos y morimos desarraigados (ilusión). En la religión encontramos la necesidad de experimentar una unidad con el todo. Palabras que podemos escuchar en múltiples sujetos son: estabilidad, fraternidad, unidad, amor al prójimo, equilibrio, etc. Todas ellas reflejan la búsqueda de las personas por un estado en donde no exista sufrimiento. Es allí donde podemos encontrar la naturaleza del sentimiento religioso.
            Freud nos muestra tres momentos distintos en donde el hombre encuentra el sufrimiento:

“(…) desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos. Al padecer que viene de esta fuente lo sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro”. (Freud, 2007: 76-77) 

Ahora abordaremos el mandamiento “no mataras”. Todo nos hace ver que para Freud, esta orden también fue de mucha importancia; sin temor a equivocarnos, es uno de los mandamientos religiosos más importantes. Para el psicoanalista vienés, este mandamiento entraña uno de los placeres más grandes en los humanos (de manera inconciente). Constantemente damos cuenta en nuestra vida cotidiana que el placer por matar se expresa de múltiples maneras: asesinatos, guerras, sobajamiento, humillaciones. [7] Hemos construido históricamente los argumentos más racionales para justificar en su momento dichos crímenes, así como hemos construido también distintos argumentos para que no se lleven a cabo; aunque parece que sus efectos han sido de muy corto alcance. Es por eso que uno de los momentos más importantes del Malestar en la cultura es cuando Freud aborda el precepto de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Este mandato encarna de manera muy profunda la vida en comunidad. En innumerables culturas y religiones se encuentra esta disposición; aunque pueda cambiar la forma de representarlo, la idea sigue siendo la misma. El amor a Dios es el amor entre los hombres. Ahora bien, ¿cómo podemos amar de manera universal si el amor es siempre una elección? ¿Todos los seres humanos deben de amarse de la misma manera, incluso aquellos que me han hecho mal? Desde una perspectiva muy romántica podríamos defender que sí, pero la vida cotidiana siempre nos mostraría lo contrario: “Nos parece que un amor que no se elige pierde una parte de su propio valor, pues comete una injusticia con el objeto. Y además: no todos los seres humanos son merecedores de amor”. (Freud, 2007: 100).
            Freud nos va a mostrar que si se llevara a cabo, el amor al prójimo sería un acto cruel. El tema de la elección de amor es sumamente complejo. Implicaría un trabajo específico sobre este asunto, pero podemos decir que la elección tiene que ver con la identificación. Un ejemplo memorable es el que nos regala Homero en la Ilíada: Aquiles es un héroe que lucha por su honor, y no por los griegos. Cuando él decide irse de Troya, el poeta nos muestra, cómo se desmoraliza el ejército griego. Sabemos que en otro escenario Patroclo se enfrenta a Héctor –cuando el héroe troyano pensaba que con quien peleaba era con Aquiles–. Una vez que Héctor le da muerte a Patroclo, se da cuenta de que no era Aquiles con quien había peleado. Sabemos que cuando Aquiles se da cuenta de la muerte de Patroclo, asume la guerra por primera vez como suya.  Algo se nos revela en Aquiles, para él, Patroclo no significaba lo mismo que los demás griegos. De ahí que la exigencia de amar a todos los hombres se vuelva un precepto imposible y cruel.
            Hannah Arendt, en su tesis doctoral sobre El concepto de amor en San Agustín, muestra que dicho precepto,  el amor al prójimo, es incomprensible, puesto que amar al otro implica negarme a mí mismo. Amarme a mí mismo es negar al otro. Si el concepto de persona implica que somos diferentes, ¿cómo se podría amar a otro como a mí mismo? Para Hannah Arendt lo que llama comunidad de fe se constituye en la idea de Adán:

“Existe la igualdad porque la raza humana se instituyó en Adán, como radicándose [tamquam radicaliter] en él. “Radica en él” quiere decir que nadie puede escapar de esta descendencia y que en ella ha quedado instituida por siempre la determinación más esencial de la existencia humana”. (Arendt, 2001: 135)

El parentesco crearía una igualdad; se sea creyente o no. El rasgo que los humanos compartirían no sería un rasgo biológico, ni étnico. Lo que todos los seres humanos compartimos, según Arendt, es que todos tenemos un destino en común: la muerte. Pero lo que tendríamos también en común los hombres con respecto a Adán, no es también el pecado por la desobediencia al padre. 
            Lo que hemos podido ver es que para Freud el precepto del amor al prójimo es difícil de llevar a cabo. Por lo tanto, ese precepto no hace en sí mismo comunidad. Sabemos qué es el sentimiento de culpa, pero la pregunta queda sin responder: ¿En qué radica el sentimiento de culpa? ¿Cuál es su origen?
            Podríamos decir que el no reconocimiento del otro es la indiferencia. Ni siquiera el odio, que es una forma de amor, y que muestra en un momento el lazo con ese otro, aunque sea a través del dolor y el sufrimiento. La indiferencia reduce al otro a la nada. Así afirmamos que en la indiferencia también no se reconoce ninguna ley. Uno de los puntos que Freud analiza en el “Hombre de los lobos” es que en el amor al padre también el niño experimenta sentimientos de odio. A esto lo llamaremos ambivalencia: quiere decir que los niños pueden experimentar ambos sentimientos. Habíamos dicho más arriba, cuando dábamos una explicación sobre el superyó, que el padre es quien introduce la (su) ley. Es por eso que en la prohibición es en donde experimentamos el odio hacia la ley y a quien la impone. [8] ¿Cómo se puede llevar a cabo esta ambivalencia? En la prohibición, como vimos, aparece el sentimiento de odio; pero la imagen del padre que ama y protege, la encontramos en el padre ideal: ya veíamos en varios casos cómo es que los niños magnifican muchas cosas que hacen sus padres. Hay que mencionar que la ley que el sujeto asume del padre, se desdoblará en otros momentos a espacios más abarcantes de la cultura: las normas de una casa, las normas de una escuela, las normas del Estado. Cuando hablamos que hay algo que el sujeto introyectará del padre, es lo que designaremos como el rasgo. Rasgo que podemos amar u odiar. El rasgo es la marca de la identificación con Él. [9] Lo que queda por fuera de ese rasgo es el ideal del padre.
            En Carta al padre, Kafka, de manera angustiante, muestra la demanda del padre. Demanda que enloquece y que no deja lugar al deseo del otro (en este caso a Kafka). Todo lo que hace el hijo es, para el padre, acusación, reproche, maltrato. El padre de Kafka no es el padre que quiere que su hijo sea disciplinado, no es el padre estricto; sino que es el padre de la impunidad. Kafka solamente le puede reprochar en una carta que él nunca la leerá: “Me hubiera hecho feliz tenerte como amigo, como jefe, como tío o como abuelo, e incluso (aunque ya con alguna duda), como suegro. Sin embargo como padre, has resultado demasiado fuerte para mí…”. (Kafka, 2003: 63).  
            El padre de la impunidad radica en que solo él tiene la palabra: no repliques nada. Quizás el rasgo que guardan ambos sea el del desamparo, que se traduce, en su relación, en un ideal que se exigen ambos: “Es muy probable que, en caso de haber crecido totalmente fuera de tu influencia, tampoco hubiera podido llegar a ser tal como tú hubieras querido” (Kafka, 2003: 62). Son dos relaciones que se funden en el (des)encuentro. Con lo que hemos escrito podemos ver que en los sentimientos de ambivalencia el niño experimenta sentimientos de amor y odio hacia la figura paterna; sentimientos que pueden culminar en fantasías como: “Si te murieras”, “Si no hubieras sido mi padre”, etc. El origen del sentimiento de culpa, tendría que ser, por tanto, la muerte del padre. Aunque aquí hay una diferencia entre quien lo fantasea, y quien hace de aquello un acto. De hecho, como veremos, para Freud será necesario que se lleve a cabo esa muerte, para que pueda surgir en un momento el ideal del padre.

Los dos Moisés
A la edad de 81 años, Freud escribió Moisés y la religión monoteísta en el año de 1939.  Para él, este libro fue importante dentro de toda su obra, ya que en él muestra un tema crucial dentro de la religión judía y cristiana; nos referimos al origen de la religión judía. La búsqueda del origen del judaísmo remitirá al propio origen de Freud. Recordemos que en esa época el antisemitismo ya era un problema muy visible. Hitler había subido al poder en Alemania (1933). Hoy se sabe que Freud se encontraba en la lista de la SS; también hay que tener en cuenta que para finales de los años treinta ya estaban operando los campos de concentración NAZI. Es curioso que a la edad de 81 años, próximo a su muerte, sea cuando más se interese él por su origen, siendo que Freud siempre se había declarado ateo. Podemos creer que fue el contexto social lo que influyó de manera decisiva para que tratara de indagar el odio histórico hacia los judíos, cosa que aunque fuera ateo le competía por su origen. Es por eso que podemos afirmar, que el origen es algo que no es posible borrar, ni tampoco se puede huir de él.
            Carl Amery nos muestra que para Hitler el judaísmo era una enfermedad que se encontraba dentro del proceso histórico, y por lo mismo era necesario cambiar el rumbo de la historia. Por eso es que la lucha de Hitler era, en el fondo, contra el origen mismo:

“Ésta es la premisa lógica de los enemigos imaginarios de Hitler, de su a primera vista demente guerra de múltiples frentes contra el humanismo, el liberalismo, el marxismo y (aunque esto no se formulara abiertamente) contra el cristianismo consecuente. Todos ellos han sido y son encarnaciones históricas de la misma arrogancia antinatural, de ese alzamiento de judía insolencia…”. (Amery, 2002: 71)

Para Freud, el origen del judaísmo figura en torno a la historia de los dos Moisés. [10] La historia tradicional en torno a Moisés cuenta que el niño fue abandonado y luego fue rescatado en el Nilo por una princesa egipcia, la cual lo educa. Freud trata de ver que hay una incongruencia entre la palabra Mosche (el que recoge), la cual proviene del hebreo; por otro lado, la palabra Mose que significa (hijo) en egipcio. Para Freud, era erróneo pensar que una princesa egipcia derivara el nombre de Moisés de la lengua hebrea. Ahora bien, la historia tiene algunos cambios sustanciales en relación a otros mitos: En Edipo rey, el niño proviene de una familia poderosa, y tiene que ser abandonado por las desgracias que este traerá; en el caso de Moisés, proviene de una familia pobre; se le abandona para que sea criado por una familia poderosa. Ambos mitos invierten la historia. [11] Esta inversión se justifica, porque Moisés tendría que volver (origen) algún día a rescatar a su pueblo. Freud da cuenta de que si la historia se contara de la misma forma que Edipo, entonces Moisés tendría que haber oído una historia egipcia, lo que no tendría ningún sentido.
            Es en ese punto del mito donde Freud introduce la proposición  que defiende en su libro: la existencia histórica de dos Moisés. Para este autor, Moisés el madianita, introdujo una religión rígida, que tenía como único fin la de salvar a un pueblo. Con esta religión se construiría una teología profunda y compleja, plagada de un animismo abstracto. La abstracción, para esta religión, no solamente radica en la idea misma de Dios: como unidad, como ser omnisciente, como ser omnipotente, o como un ser sin representación; sino que se encuentra también en la idea de alma, que en sí misma, contiene el germen de una dualidad que cambiará muchas cosas en nuestra manera de pensar; una de ellas es, sin duda, la noción del tiempo visto como algo lineal y ya no como circular. La relación alma /cuerpo será otra idea que tendrá un amplio recorrido y una penetración muy profunda en nuestra manera de pensar (a través de la metafísica): “…esta dualidad no excluye, sino al contrario, implica una unidad profunda y una penetración íntima de los dos seres así diferenciados” (Émile Durkheim, 2000: 60). 
            Pero la pregunta fundamental que Freud quiere hacerse es si Moisés, el madianita, es quien imagina esta religión. Freud atribuye el monoteísmo al Rey Amenhotep IV. Este rey que su reinado duró al menos 17 años, logró cambios radicales en religión, política y arte; su imperio data del año 1375 a. de C. Fue un faraón joven que introdujo el culto al Sol. Otro punto importante es que este faraón sostenía que había un único Dios, y que él era la representación del mismo en la tierra. Sin embargo, los rituales que se hacían en torno al Sol (Atón) no seguían ningún recorrido solar. Por eso, se puede afirmar que era un Dios abstracto. El faraón se dedicó a destruir, por otro lado, todas las deidades antropomórficas y totémicas. Parece que Amenhotep IV construyó a lo largo de su corto reinado una teología compleja en torno al Dios Atón; aparte de que él se consideraba como el único representante o profeta de Atón sobre la tierra: “…alababa al Sol como creador y conservador de todo lo vivo, tanto en Egipto como fuera de él, y lo hace con un fervor que solo muchos siglos después retornaría en los Salmos en loor del Dios judío Yahvé” (Freud, 2006: 21).
            La suma de todos estos cambios produjo estremecimiento, entre aquellos, que se resistían al olvido de la vieja religión ahora remplazada.  La historia de este faraón no podía terminar de otra manera más que con una conspiración en contra de su persona:

“Ya su yerno Tutankhatón se vio constreñido a volver a Tebas y a sustituir en su nombre al dios Atón por Amón. Siguió un período de anarquía, hasta que en 1350 a. de C. el general Haremhab logró restablecer el orden. Así se extinguía la gloriosa dinastía decimoctava, al tiempo que se perdían sus conquistas en Nubia y Asia. En este turbio interregno fueron reinstituidas las antiguas religiones de Egipto. La religión de Atón fue suprimida, destruida y saqueada la residencia de Ikhnatón, y proscrita su memoria como la de un criminal”. (Freud, 2006: 23)

Sin embargo, para Freud, aunque muerto el faraón y su religión, tuvo que haber gente que de alguna manera conservó la religión, y posteriormente el Moisés madianita, fue quien al cambiar el culto al sol –entre otras cosas–, introdujo la nueva teología. [12] La nueva religión de Moisés sería más inclinada al sentimentalismo que a la razón. Aquel sentimentalismo recaía en la función del padre (Dios). En un principio fue la figura de un Dios castigador que exigía tributos, y solamente con el tiempo devendrá en un Dios de amor y perdón. Es sobre esta base que podremos hablar de una comunidad judía.
            Ahora bien, ¿tales sentimientos de cólera y amor de dónde fueron tomados? Esos sentimientos tendrían que proceder de su salvador. Moisés será quien a través de la religión imponga una moral, la cual dignificaba sus vidas, y les permitiría, al pueblo judío, construir un lazo social que los hermanaría a todos de por vida. La fuerza del pueblo tendría, por lo tanto,  que venir del carácter de Moisés. Así pues,  nos dice Freud,  este carácter en algunos momentos era apacible, tranquilo y reflexivo; pero en otros nos muestra un carácter violento y agresivo.  El primero del que se tiene conocimiento, es cuando en su juventud, un día, al caminar, se da cuenta de cómo un capataz egipcio golpea a un hebreo de nombre Datán; Moisés, al ver el acto injusto, no duda en darle muerte al capataz egipcio, acto por el cual tendrá que huir de Egipto. Otro momento es cuando en su estancia en el monte Sinaí, mientras hablaba con Yahvé, Moisés se percata que los judíos alaban a un becerro de oro. Por ese hecho desata su furia en contra de su  pueblo. Dicha escena Freud la va a estudiar en el “Moisés” de Miguel Ángel. 
            Por lo tanto, la figura paterna tiene dos momentos ambivalentes: el Dios que castiga y el Dios que protege. Esto visto desde un plano muy extenso –nos referimos al de la cultura–, el fin sería que solo el padre, a final de cuentas, podría legitimar la violencia; y, por lo tanto, a los seres humanos nos toca reprimir ese sentimiento del querer tomar la justicia por nosotros mismos. [13] Es por eso que Freud ve en el mandamiento “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, algo incumplible, y en eso radica su fuerza. La función del padre, con todo el recorrido que hemos hecho, es la de imponer su ley. Esta ley simbólica es la que hace posible la relación de los unos con los otros. Pero ese lazo, nos muestra Freud, tiene y tendrá siempre un costo, que será gran frustración en la medida que haya progreso. Lo que nos quiere decir Freud, es que la cultura no puede ser apreciada como sinónimo de plenitud. Claro que esta frustración que viven los sujetos de una sociedad, no todos la experimentan de la misma manera; y es en este punto en donde la clínica hará su aparición. La clínica le dará al sujeto una escucha a su malestar. No cabe duda que todos sus problemas, sus limitaciones, sus desencantos con los otros provienen precisamente de la cultura.

Conclusiones
Hemos recorrido tres libros fundamentales de Freud: El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, Moisés y la religión monoteísta. De estos tres libros hemos podido apreciar que en Freud la figura del padre es sumamente relevante. Esta figura le permitió a Freud entender el sentimiento en el cual se fundan las religiones monoteístas. Este sentimiento del que hemos hablado se basa en la relación del padre con el hijo (nos referimos al padre biológico), y este tipo de relación se proyectará casi de manera simultánea en la figura religiosa del padre y el hijo. Dicha relación se desdoblará en capas más complejas que culminarán con la invención del Estado moderno. [14] Nos atrevemos a insinuar que ambos puntos se dan a la par; me refiero a que el Estado moderno se construye bajo un modelo de familia que a Freud le va a tocar analizar. La pregunta que salta a la vista es si este modelo puede sostenerse hoy en día. Podríamos percatarnos de que el modelo de familia en la que Freud vivió es casi ya inexistente, los cambios sociales y subjetivos han hecho que la figura del  padre ya no sea tan relevante como lo fue en algún tiempo. Con esta figura han caído también en algunos contextos sociales los referentes de Dios y el Estado. Hoy hablamos de Estados fallidos, como podemos hablar de padres fallidos (que no tienen ninguna autoridad, o en donde simplemente son ausentes).
            La caída de los referentes es el nuevo malestar en la cultura: Dios ha muerto, el padre contemporáneo es ausente. Vimos que también Freud toma una posición muy ambigua frente al tema de la religión. Por una parte, piensa que la religión será superada por el desarrollo de la ciencia, y en ese sentido sigue siendo un ilustrado; pero en otro momento piensa que la ciencia no podrá resolver los problemas que aquejan la subjetividad humana. El porvenir de una ilusión y El malestar en la cultura son dos libros que, más que llegar a un fin en común, pareciese que Freud nos deja en el mismo lugar de incertidumbre frente al futuro; en ambos libros se disculpa por no mostrarnos un camino verificable, sino que nos muestra un camino árido y complicado de entender. Definitivamente no podemos culparlo, y no tendríamos por qué haber esperado algo más de lo que nos muestra. 
            Psicoanalistas -posteriores a Freud- como Lacan, nos mostrarán que el padre freudiano es ya insostenible. Hay un desvalimiento de la ley en nuestro tiempo. Y ese desvalimiento se transforma en un malestar subjetivo; y aunque parezca paradójico es en esa caída cuando más religiones y nuevos cultos aparecen. Cambiamos del monismo a la multiplicidad como regla. Hemos cambiado a una multiplicidad de ritos, de creencias, de interpretaciones, etc. Hay un punto en donde Freud y Lacan convergen, este se refiere a que la ciencia ignora el malestar subjetivo. [15] Pero hay un punto en el que ambos no se encuentran: la religión. Esta ha perdido bastante su poder (cristianismo), pero no así la religión (es). Estas  buscan ilusionar al sujeto con respecto a su malestar subjetivo. Ofrecen soluciones descabelladas, simples, irracionales a sus problemas. Hoy en día el psicoanálisis ocupa un lugar de resistencia frente a estas prácticas. Hay algo que muchas de estas religiones y sectas no hacen y que el psicoanálisis sostiene como una práctica: nos referimos a que el análisis escucha el malestar subjetivo, mientras que las religiones saturan al sujeto negándole la necesidad de ser escuchado. Dice el sacerdote o el pastor a sus feligreses: “Déjeme hablar”, “Usted tiene que hacer”, “Usted no entiende”, “Déjeselo a Dios”, “Debe aprender a perdonar”. ¿A qué se resiste el psicoanálisis? Lo que apuesta en su práctica el psicoanalista es a que el deseo del analizado hable y que el deseo del analista no hable de más:

“Cuando se es analista, siempre estamos tentados de patinar, deslizarnos, dejarnos deslizar en la escalera sobre el trasero, y esto es, sin embargo, muy poco digno de la función de analista. Es preciso saber permanecer riguroso, de manera de no intervenir más que de forma sobria y preferentemente eficaz”. (Lacan, 2005: 99)

El sujeto va a análisis porque tiene mucho que decir y, en nuestro contexto, es callado por diversos ruidos que lo dejan en un mutismo para luego quedarse con su angustia: medios de comunicación, instituciones, etc. Una de las ilusiones que más promovió las religiones monoteístas era la de un Padre que escuchaba; tal vez nunca nos dimos cuenta que ese Dios era sordo de origen. ¿Cuál era entonces la función del Padre? Su función siempre fue enunciar leyes que exigían ser cumplidas con miras a  ser castigados por Él. Obedecerlas tenían un costo, la identidad de su deseo con el mío: “¿Eso que Él me pide es lo que yo deseo?”, “¿Cómo le puedo decir a Él, a quien tanto le debo, que no deseo hacer lo que me pide?”.  El Padre que Freud encuentra es el de alguien que exige pero no escucha al hombre, pues este Padre permite el mal. La relación que tenemos con Él es por la vía del sentimiento de culpa: por una deuda. La apuesta de Freud es la de esclarecer esta relación y anudarla con la neurosis y su síntoma. La cultura y el progreso exigen bastante al sujeto, tal vez más de lo que puede dar. Pero Freud nunca nos pudo advertir que esa función del Padre se podría caer, que se podía multiplicar y por ese mismo efecto podía hacerse delirio.

Referencias
Agustín, S. (2001). Confesiones. México: Porrúa.
Aquino, T. (1955). Suma teológica, Tomo X. España: Editorial Católica.
Amery, C. (2002). Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? México: FCE.
Arendt, H. (1996). El concepto de amor en san Agustín. Madrid: Ediciones Encuentro.
Durkheim, É. (2000). Las formas elementales de la vida religiosa. México: Colofón.
Jones, E. (1997). Vida y obra de Sigmund Freud. Buenos Aires: LUMEN.
Freud, S. (2007). El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura y otras obras. Tomo XXI. Argentina: Amorrortu.
_____________. (2006). El yo y el ello y otras obras. Tomo XIX. Argentina: Amorrortu.
_____________. (1990). De la historia de una neurosis infantil (caso del “hombre de los lobos”, y otras obras. Tomo XVII.Argentina: Amorrortu.
_____________. (2006). Moisés y la religión monoteísta, Esquema del psicoanálisis y otras obras. Tomo XIII. Argentina: Amorrortu.
Kafka, F. (2003). La metamorfosis y otras historias. México: Editorial Tomo.
Lacan, J. (2005). El triunfo de la religión. Buenos Aires: Paidós.
Reale, G. (2005). Raíces culturales y espirituales de Europa. España: Herder.

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1. Lo que no excluye de ninguna manera una lectura indirecta desde estas disciplinas.
2. Tanto en El porvenir de una ilusión, como en El malestar de la cultura,  Freud ve con bastante escepticismo el comunismo que se gestaba en Rusia.
3. Este punto será de mucha importancia porque nos llevará en El malestar de la cultura al sentimiento de culpa: punto nodal para poder entender la función del padre.
4. Un caso muy notable  es el de Johannes Kepler.
5. Véase el caso del “Hombre de los lobos”, donde Freud nos comenta que el niño (Sergei Pankejeff), veía a su padre como modelo. Sin embargo, el padre siempre mostró una atención más grande hacia la hermana. Una vez fallecida la hermana, él piensa que de ahora en adelante ocupará el lugar de amor del padre. Freud dará cuenta que frente a esa fantasía aparecerá el sentimiento de culpa, que se desplazará en la idea de un Dios cruel con su hijo. Todo esto culminaba con rituales que cito: “Al ceremonial beato con que al fin espiaba sus blasfemias pertenecía, asimismo, el mandamiento de respirar en ciertas condiciones de una manera solemne. Cada vez que se persignaba debía inspirar profundamente o soltar el aire con fuerza. En su idioma, aliento equivale a espíritu. Ese era el papel del Espíritu Santo. Debía inspirar el Espíritu Santo, o espirar los malos espíritus de que tenía noticia por haber escuchado o leído. A esos malos espíritus atribuía también los pensamientos blasfemos que lo forzaron a imponerse otras penitencias. Estaba constreñido a soltar el aliento cuando veía pordioseros, tullidos, gente horrible y miserable; y no sabía cómo relacionar esta compulsión con los espíritus. Sólo se daba a sí mismo la explicación de que lo hacía para no devenir como ellos”. (Freud, 1990: 63)  
6. Uno de los casos más recurrentes en donde se puede evidenciar lo mencionado arriba es en las relaciones de pareja, en donde la relación yo-tú se vuelve indiferenciada (celos).
7. Freud escribe en 1919 un artículo que en su momento fue muy cuestionado: Pegan a un niño. En este trabajo Freud muestra el carácter masoquista y sádico del niño. El poder de la fantasía y las trasmudaciones de un niño que fantasea ser azotado por el padre; o que fantasea con cómo otro niño es azotado por el padre mientras él goza por ver la escena: “La situación originaria, simple y monótona, del ser azotado puede experimentar las más diversas variaciones y adornos, y el azotar mismo puede ser sustituido por castigos y humillaciones de otra índole” (Freud, 1990: 183).
8. En numerosos casos podemos observar que cuando un padre prohíbe algo a un hijo; éste aparte de llorar lo patea o le pega. Momento después el niño buscará hacer todo lo posible por congraciarse con el padre, ya sea haciendo muecas, o se cae para ser rescatado, o hace algo para despertar su ternura.
9. Cuando hablamos de identificación no se debe pensar nunca en identidad.
10. Ernest Jones, nos dice en la biografía de Freud, que el libro de Moisés y la religión monoteísta fue duramente criticado por algunos estudiosos del judaísmo que vieron en el estudio freudiano una falta de conocimiento sobre el tema. Otro punto, que vieron criticable, es que Freud no tenía conocimiento sobre la lengua hebrea y egipcia. Ahora bien, la idea de los dos Moisés, Freud la retoma de Brugsch y Flinders Petrie, quienes habían llegado a las mismas conclusiones muchos años atrás. Solamente la idea de que Moisés fue asesinado, fue una idea de Freud, la cual sabía que tenía un riesgo. La muerte de Moisés era el nudo que le permitía ligar la idea de la muerte del padre, la cual sostiene en su libro Tótem y Tabú.
11. Leamos a continuación una interpretación de Freud acerca de la forma en que aparece abandonado Moisés: “El abandono en la cesta es una inequívoca figuración simbólica del nacimiento; la cesta es el seno materno, el agua es el líquido amniótico. Son innumerables los sueños en que la relación padres-hijo se figura mediante un sacar—del—agua o un rescatar—del—agua” (Freud, 2006: 11).
12. Freud retomando una fuente de Herodoto nos dice que la circuncisión no era una práctica judía, sino que esta práctica provenía de los egipcios. También sostiene que se han encontrado  momias con dicha práctica. 
13. Podríamos rastrear en su momento si este sentimiento con el tiempo se racionalizaría en las ciencias políticas cuando se dice que es el Estado el único que puede legitimar la violencia.
14. En este punto el Estado funge como el padre que instaura las normas, que a su vez protege al ciudadano de los males que otros le puedan infligir.
15. Cuando hablo de ciencia me refiero a la Psicología. La Psicología Positivista solamente le interesa el sujeto de la ciencia: el sujeto que pasa por el registro de la medición, de lo calculable.

 

 
 
 
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