Terremotos y piratas en la literatura virreinal: las hojas volantes del siglo XVI

Earthquakes and pirates in the viceroyal literature: the leaflets sixteenth century

Recibido: 29/07/2016
Revisado: 22/08/2016
Aprobado: 27/09/2016

Víctor Manuel Sanchis Amat
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Alicante (ESPAÑA)
victor.sachis@ua.es

Resumen
El artículo rescata los testimonios de dos valiosas hojas volantes del siglo XVI publicadas en los virreinatos de la Nueva España y del Perú que narran las noticias del terremoto que asoló Guatemala en 1541, donde murió la segunda mujer de Alvarado, y la captura del pirata inglés Richard Hawkins por parte de la flotilla limeña encabezada por Beltrán de Castro. Las hojas volantes descritas, insertas en la tradición de la historiografía indiana, se convirtieron en fuente documental de una serie de reescrituras literarias a lo largo de los siglos del virreinato vinculadas con los procesos de ficcionalización de la Crónica de Indias y de la poesía épica, desde el Arauco Domado de Pedro de Oña hasta La batalla naval peruntina.

Palabras clave: Hojas volantes. Richard Hawkins. Pirata. Terremoto. Guatemala. Siglo XVI.

Abstract
The article recover the testimony of two appreciated leaflets sixteenth century published in the viceroys of New Spain and Peru recounting the news of the earthquake that struck Guatemala in 1541, where the second woman Alvarado died, and capturing the English pirate Richard Hawkins by Lima fleet led by Beltran de Castro. The leaflets describe, embedded in the tradition of Indian historiography, became documentary source of a series of literary rewrites over the viceroyalty centuries related processes fictionalization of the Chronicle of Indies and epic poetry, from the Arauco Domado of Pedro de Oña to La batalla naval peruntina.

Keywords: Leaflets. Richard Hawkins. Pirate. Earthquake. Guatemala. Sixteenth Century.

Las hojas volantes del siglo XVI
Se propone en las líneas que siguen una lectura crítica de algunos impresos virreinales que hoy no solo se consideran como los primeros antecedentes del periodismo americano, sino que además se convirtieron, por su formato y por la temática que abordaban, en difusores y generadores de las primeras manifestaciones literarias americanas que se alejaban de los asuntos y las formas de la evangelización o el academicismo universitario.
            Las hojas volantes, o volanderas, breves impresos de tema misceláneo que surgieron al amparo de la imprenta para informar de sucesos extraordinarios (Millares Carlo 394), son consideradas como las primeras manifestaciones del periodismo europeo y americano. Torre Revello, en su conocido trabajo sobre el periodismo en América, las considera “como precursoras del verdadero periodismo” (Torre Revello 161) y las excluye de su estudio precisamente por una de sus características fundamentales, la de carecer de periodicidad. Las hojas volantes circularon en las ciudades americanas como textos de actualidad, relacionadas generalmente con motivo de las disputas por el territorio, con el objetivo de dar a conocer entre la población una noticia importante para la comunidad.
            Las primeras hojas volantes que se conservan en América datan del siglo XVI y narran dos de los acontecimientos más sonados de la nueva sociedad americana: un terremoto que asoló la ciudad de Guatemala en 1541, en el que perecieron entre otros la esposa de Pedro de Alvarado, y la prisión de uno de los piratas ingleses más temidos en las costas del Pacífico, Richard Hawkins, capturado por una flotilla limeña capitaneada por Beltrán de Castro en 1594.
            Tanto la Relación del espantable terremoto como las relaciones del episodio en las costas limeñas difundieron por todo el continente noticias que generaron un discurso de interés historiográfico -y propagandístico- que al igual que las Crónicas de Indias germinaron las proyecciones literarias que fueron conformando la incipiente sociedad del virreinato. Ambos textos no sólo filtraron elementos míticos propios de la narrativa de ficción, resquebrajando en cierta medida la circulación de literatura de aventuras, prohibida por mandato real, sino que tuvieron una amplia resonancia, como veremos, en la producción literaria de su siglo.
            En este sentido, José Carlos Rovira expone en un trabajo sobre la persecución  del libro y el periodismo americano en el siglo XVIII la evolución de pensamiento de los órganos de gobierno virreinal con respecto a la consideración de la literatura de ficción y de asuntos cuya temática se alejaran de la difusión de la doctrina cristiana, desde la expresa prohibición de “libros de Romance de Historias vanas y de profanidad como son el Amadís y otros de esta calidad” de 1531, hasta las palabras del virrey Matías Gálvez, dos siglos después, cuando en una misiva a la corte española  fechada el 27 de agosto de 1784, hablando de la reciente publicación de la Gazeta de México de Manuel Antonio Valdés, afirmaba que era importante “dar materia inocente en que se cebe la curiosidad del público” (Rovira 34; Torre Revello 165).
            Trabajos clásicos como el de Irving Leonard o el más reciente de Eva Valero han demostrado que durante las décadas decisivas de la evangelización circularon por los virreinatos esos libros de fábulas y de historias vanas que primero desde España, y más tarde también desde los virreinatos, fueron denostados por los humanistas y perseguidos por la Inquisición  El comercio de libros con América, desde la conocida anécdota del viaje de buena parte de la edición príncipe del Quijote, fluyó de manera evidente ante una censura que no alcanzaba los medios para verificar infinidad de títulos que viajaron en equipajes personales, en barriles de doble fondo o entre encargos eclesiásticos, o que como en el caso de las hojas volantes, pasaron de mano en mano con una inmediatez que habla de las rutas de difusión de correos y noticias que pronto se instauró en el continente americano.
            Las motivaciones del éxito de la circulación de estas hojas volanderas en los años de prohibición de la literatura de ficción debemos buscarla, además de en el impacto de las noticias que estas narran, en la vinculación que tenían con personajes y episodios de la historiografía indiana. Tanto la Relación del terremoto como los documentos de la captura de Richard Hawkins vienen a completar capítulos importantes de la conquista, como fueron la muerte de los herederos de Pedro de Alvarado en Guatemala o la confrontación por la supremacía marítima del continente americano, que tenían en los conquistadores un público entregado, muchas veces por placer, pero otras tantas por intereses en la petición de prebendas familiares en la corte. Muchos fueron los memoriales y los relatos de los méritos de los protagonistas, insertados algunos en las crónicas conocidas y perdidos otros tantos, los que no tuvieron la fortuna de pasar por las prensas.
            En este sentido, la publicación de estas hojas volanderas en el siglo XVI nos sitúa ante una de las primeras paradojas americanas: la prohibición de un tipo de discurso de ficción que pudiera desviar de la virtud y el aprendizaje de la fe tanto a los naturales como a los pobladores españoles de Indias que, precisamente, se estaba construyendo en el discurso historiográfico de los crónicas y documentos afines. Los principales discursos de la historia indiana, las crónicas de Cortés, de López de Gómara, de Bernal Díaz del Castillo o de Cervantes de Salazar, al igual que las informaciones de Beltrán de Castro o de Richard Hawkins, se construyeron a partir de referentes míticos y de recursos retóricos que tanto historiadores como escritores utilizaron en la composición de sus historias, que tuvo en la épica y en sus derivaciones, como la novela de caballerías, su máximo exponente (Esteve Barba).  
            La diferencia entre el discurso épico y el historiográfico, claro, y de ahí la conveniencia de su circulación, radicaba en la noción de historia verdadera. La confusión, sin embargo, vendrá de la mano de la complicada comprensión de una realidad marcada por unas culturas y una naturaleza diferentes, que provocaron aventuras y sucesos reales que superaban la imaginación de cualquier escritor de ficción. Los cronistas de Indias buscaron en los mitos sus referentes. Y las crónicas de sucesos de la conquista, como las hojas volanderas conservadas, pese al control ideológico y las prohibiciones, vertebraron sin duda el discurso literario americano.

El terremoto de Guatemala de 1541: el mal fin de los conquistadores.
El más antiguo de los impresos volantes conservados en América salió de la imprenta de Juan Pablos en la ciudad de México en el año de 1541 (Torre Revello 161; Millares Carlo 395), y tiene por título, un tanto truculento y bastante significativo, Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontescido en las yndias en una ciudad llamada Guatimala, es cosa de grande admiracion y de grande exemplo para que todos nos enmendemos de nuestros peccados y estemos apercibidos para quando dios fuere servido de nos llamar.
            La relación, firmada por el escribano Juan Rodríguez, narra el desastre natural que los días 10 y 11 de septiembre de 1541 asoló el fuerte de Guatemala, que hasta hacía unos meses gobernaba Pedro Alvarado, uno de los soldados más cercanos a Hernán Cortés en la expedición mesoamericana que acabó con la conquista de la gran Tenochtitlán. El Adelantado había muerto trágicamente meses atrás en una contienda militar al caer su caballo, y en su casa de Guatemala, la tarde del sábado 10 de septiembre, residía su segunda mujer, Beatriz de la Cueva, hermana de la que había sido su esposa, y algunas de sus hijas. La tormenta de agua y piedras fue tanta “que los que lo vimos quedamos admirados” (Toribio Medina, Imprenta 7), como afirma el escribano. El terremoto sorprendió desprevenidos a los vecinos de la villa, que fueron desbordados por la magnitud del fenómeno.
            El relato narra la trágica muerte de Beatriz de la Cueva, sus doncellas y una de sus hijas, encerradas en la capilla de la casa. La escena, espectacular, sitúa a la mujer de Alvarado encima del altar, agarrada a una imagen divina y a una de sus hijas pequeñas en el momento en el que la tormenta de piedras arrolla las paredes de la casa, muriendo al instante.[1] No solo destaca el tono novelesco de la noticia, sino que además la narración introduce elementos ficcionales de carácter fantástico, propios de relatos míticos y épicos que serán aprovechados más tarde por los intérpretes del texto para sus intereses moralizadores. Durante los momentos previos a la muerte de Beatriz de la Cueva y sus doncellas, algunos vecinos trataron de entrar a rescatar a la familia del Adelantado. El testimonio de Francisco Caba sitúa en la misma casa

una vaca, que dice que tenía medio cuerno y en el otro una soga, y que arremetió a él y lo tuvo debajo del cieno dos veces, que pensó morir; y es de creer que era el diablo, porque en los corredores andaba tan gran ruido que ponía temor y espanto a los que lo oían; y esta misma vaca se puso en la plaza y no dexaba pasar hombre ninguno a socorrer a nadie  (Toribio Medina, Imprenta 9).

Una relación de este tipo, que buscaba la explicación del fenómeno natural en la ira de dios (“Hémoslo atribuido a nuestros pecados, porque tan gran tempestad no podemos saber de dónde nos vino” (Toribio Medina, Imprenta 9)) y en la que se narraban otros acontecimientos fantásticos como la repentina aparición de un hombre de raza negra, seco en mitad de la tormenta, que es capaz de levantar una viga que había sepultado al regidor Francisco López, no podía pasar desapercibida en la ciudad de los conquistadores.
            La difusión de la noticia, tanto en México como en España, fue fulgurante. Millares Carlo ofrece en un trabajo de 1961 las noticias bibliográficas más completas acerca de la relación, consignando hasta cuatro impresiones diferentes. La primera, la mexicana de Juan Pablos, en 1541 continúa hoy perdida. No obstante, la noticia se difundió rápidamente por la corte española, donde ya en 1542 se reimprimió el texto que hoy conocemos (Millares Carlo 399). Además, existe otra edición diferente en la Biblioteca de El Escorial (Millares Carlo 401) impresa en Medina del Campo por Pedro Castro y otra versión sevillana en la que varían el título y se adorna el texto (Millares Carlo 403), que muestran el interés que suscitó la noticia del terremoto y sus detalles maravillosos en los dos continentes.
            La relación, tras su publicación en la ciudad de México, cumplió el objetivo principal de este tipo de impresiones, informando a la población, probablemente a partir de lecturas públicas (Díez-Canedo), del trágico suceso de la ciudad de Guatemala. No deja de sorprender, no obstante, que un texto de las características temáticas de la Relación del espantable terremoto apareciera en las prensas mexicanas en pleno apogeo de la labor editorial franciscana. Sin embargo, en una sociedad en construcción como era la novohispana de la década de 1540, cuyo discurso principal giraba en torno a la formación de una moralidad religiosa que combatiera las supersticiones de los nuevos y de los viejos moradores del continente, la noticia del terremoto y sus consecuencias se utilizó por algunos de los intérpretes del texto, marcado ya desde el propio título de la Relación, como ejemplo evidente (“para que todos enmendemos de nuestros pecados”) del poder de dios ante los pecados de los hombres. Y nada menos que con la figura de Pedro de Alvarado, uno de los capitanes más sangrientos de la expedición cortesiana, que como sabemos, entre otras cosas, orquestó la masacre del Templo Mayor en ausencia de Hernán Cortés durante la batalla por la ciudad de Tenochtitlán.
            Aurora Díez-Canedo ha trabajado algunas de las interpretaciones que la Relación del terremoto de Guatemala suscitó entre los principales cronistas de indias, en un interesante estudio que incide en el papel de estas hojas volantes en la distracción de asuntos políticos de mayor trascendencia, como el miedo a posibles rebeliones indígenas, precisamente como la que supuso la muerte del propio Pedro de Alvarado. Además, el trabajo de Díez-Canedo insiste en el papel generador de discursos literarios de esta hoja volante, sobre todo en las principales crónicas historiográficas novohispanas del siglo XVI, ya que, como decíamos, el suceso afectó a personajes principales de los episodios de conquista y colonización mesoamericana.
            Es sintomático observar cómo cada cronista utiliza la noticia del terremoto para justificar aspectos ideológicos muy concretos de las intenciones de sus textos. Bartolomé de las Casas, en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, inaugura la leyenda del mal fin de los conquistadores (Díez-Canedo) y arremete sin ninguna piedad contra la figura de Alvarado y sus atrocidades, aludiendo brevemente al suceso del terremoto como demostración de la justicia divina:

Los españoles hacen en ellos grandes estragos y matanzas y tórnanse a Guatimala, donde edificaron una ciudad, la que agora con justo juicio con tres diluvios juntamente: uno de agua y otro de tierra y otro de piedras más gruesas que diez y veinte bueyes, destruyó la justicia divinal (Cit en Díez-Canedo).

Motolinía, más comedido con la figura de Alvarado, al que caracteriza como persona “próspera y sublimada” (Díez-Canedo), dedica el capítulo LXIX de los Memoriales a resumir la relación del terremoto, de la que tuvo extensa noticia. El franciscano, más preocupado por la significación doctrinal del fenómeno, utiliza la relación para moralizar acerca de determinados comportamientos personales vinculados con la fe de los protagonistas y advertir de las consecuencias. Si bien alaba al Adelantado en las primeras líneas, fray Toribio lanza un ataque velado a Alvarado y a Beatriz de la Cueva por actitudes morales alejadas de los mandamientos de dios que motivaron la ira divina, como fueron las bodas con la hermana de su anterior mujer o el luto desmedido de Beatriz de la Cueva tras la muerte de su marido. Otros cronistas posteriores como fray Jerónimo de Mendieta, también franciscano, relató también en la Historia eclesiástica indiana las noticias del terremoto siguiendo la interpretación de los Memoriales de Motolinía.
            Fernández de Oviedo, en el capítulo III del libro cuadragésimo de la Historia general y natural de las Indias, por su parte, da buena cuenta del episodio del terremoto de Guatemala. Parece que conoció también de primera mano la Relación, y ajeno a los intereses ideológicos impone su visión de humanista ante los hechos que narra: ni el terremoto es un acto de justicia divina: “Todos estos terremotos e tempestades se causan de las concavidades e cavernas que las tales montañas en sus interiores, e porque son mineros de azufre o de alumbre, e los vientes reinclusos en aquellos vacíos, cuando espiran, revientan e hacen esos daños” (Díez-Canedo); ni la vaca con la soga en el cuerno que impedía la entrada a la casa de Beatriz de la Cueva era una manifestación del demonio: “Otras muchas vacas e ganados, con temor de la tempestad vinieron con grandes bramidos a la cibdad (e de ésas me paresce a mí que debiera ser esa vaca que les pareció demonio)” (Díez-Canedo).
            Por útlimo, Francisco López de Gómara en los capítulos CCVII a CCX de la Historia General demuestra conocer la Relación,  -también leyó a Motolinía- y  aunque la visión de Alvarado es del todo negativa a lo largo de la obra debido a su enemistad con Cortés, el humanista no entra en este capítulo en ningún tipo de juicio de valor acerca de los hechos y se limita a narrar los acontencimientos. Así, recoge además la noticia de la muerte de Pedro de Alvarado, y ante la tempestad en Guatemala focaliza su atención en el pasaje del terremoto sobre la muerte de Beatriz de la Cueva, el episodio del hombre de raza negra y el de la vaca furiosa con un cuerno y una soga, cambiando la interpretación sobre la procedencia demoníaca del animal por la explicación, más fantástica todavía, de que la vaca era la transposición de Agustina, mujer del capitán Francisco Cava, cuya madre había sido acusada de hechicería en España y en la Nueva España.
            La noticia, además, ha tenido un eco importante en la historiografía guatemalteca posterior, como consigna Millares Carlo (393) a partir de las historias de los franciscanos Antonio de Remesal, Francisco Vázquez y Francisco Jiménez, y del capitán Francisco de Fuentes y Guzmán. En este sentido, en la gran lectura contemporánea del pasado guatemalteco, la que plantea Miguel Ángel Asturias en textos como el de las Leyendas de Guatemala, uno de los elementos míticos con mayor resonancia en la reinterpretación del pasado maya es la fuerza telúrica de la tierra y del volcán (Bellini, Mundo mágico 376) que asoló a los habitantes de la región no sólo en 1541, sino también antes y después, durante la hegemonía maya, durante la dominación española y también a principios del siglo XX.

Una de piratas: la captura de Richard Hawkins en las costas del Pacífico.
Uno de los acontecimientos más sonados de la segunda mitad de siglo XVI en el virreinato del Perú fue la captura por parte de una flotilla española de la expedición que capitaneaba el corsario inglés Richard Hawkins, uno de los capitanes más temidos de la corona inglesa, participante entre otros acontecimientos en la campaña caribeña de Francis Drake y soldado de las tropas inglesas que derrotaron a la Armada Invencible de Felipe II. A bordo del Dainty, en junio de 1593, partió desde las Islas Británicas en otra campaña americana que le llevó a sembrar el miedo en las costas brasileñas, a bordear el continente por el Estrecho de Magallanes y atacar Valparaíso en junio de 1594. Una flotilla capitaneada por Beltrán de Castro, cuñado del virrey del Perú, García Hurtado de Mendoza, se enfrentó a la mermada tripulación del Dainty durante cinco días. Así lo narra Julio César Santoyo, uno de los editores contemporáneos de la carta que Richard Hawkins envió a su padre tras la captura:

El 22 de junio, al cabo de tres días y tres noches de combate, Hawkins tuvo que rendirse, malherido él (“passado un bracço, y el pesqueço, con balas”), y diezmada y malherida también toda la tripulación, el Dainty, con tres metros de agua en la sentina, desarbolado y apunto de irse a pique.  (...) Como “fue forçoso buscar algun puerto para adereçar el Daynti”, los españoles remolcaron la nave inglesa, con su capitán y su tripulación, hasta el puerto de Perico, en Panamá, donde llegaron a finales de junio (Santoyo 1).

A partir de este momento, la noticia corrió rápidamente por el territorio americano, y la entrada en Lima del capitán y su flota, el 14 de septiembre de 1594, se realizó con honores y grandes festejos por toda la ciudad. La noticia, de nuevo, voló a partir de una serie de breves relaciones que salieron de la imprenta limeña de Antonio Ricardo que regentaban los jesuitas. El propio Beltrán de Castro envió una Relación (Toribio, un incunable 11-24) al virrey desde Panamá, relatando las aventuras de la flotilla española, que parece levantó la ira de los demás participantes en la empresa por el personalismo de los hechos narrados. En este sentido, existe otro testimonio interesante del episodio en forma de carta firmada por el propio Richard Hawkins el 6 de agosto de 1594 desde el Galeón San Andrés, todavía apresado por Beltrán de Castro, y traducido al castellano probablemente por algún miembro de la flota española (Santoyo 2) en el que el corsario inglés relata a su padre los pormenores de su apresamiento. La carta (Santoyo 582-587) pasó por la prensa de Antonio Ricardo en Lima y viajó a España a nombre del cardenal Rodrigo de Castro, hermano del capitán de la expedición española. Los grandilocuentes elogios a Beltrán de Castro (Santoyo 584) o la advertencia del propio Hawkins del poderío naval español en el Mar del Sur (Santoyo 585) parecen indicar que el relato pudo haber sido escrito bajo coacción y como escarmiento público para el pirata inglés. Lo cierto es que de nuevo Beltrán de Castro se convierte en protagonista desmedido de la hazaña en un momento en el que la probanza de méritos debía mucho a estas crónicas, que viajaron al viejo continente con los nombres y apellidos de personajes que no solo buscaban el rumor de la fama. El descontento entre los demás participantes de la flotilla propició que el virrey encargara a Pedro Balaguer y Salzedo, Correo Mayor del Perú, la redacción de una síntesis de los hechos a partir de las diferentes redacciones que se imprimió en el otoño de 1594. El título original de esta descripción fue Relación de lo sucedido desde diez y siete de mayo de mil y quinientos noventa y cuatro años, que don García Hurtado de mendoza, marqués de Cañete y visorrey y capitán general de estos reinos y provincias del Perú, Tierra Firme y Chile por el Rey nuestro señor, tuvo aviso de haber desembocado por el Estrecho, y entrado en esta Mar del Sur Richarte Aquines, de nación inglesa, pirata, con un navío, hasta dos de julio, día de la Visitación de Nuestra Señora, que don Beltrán de Castro y de la Cueva, que fue por general de la Real Armada, le desbarató, venció y rindió, y de las pervenciones de mar y tierra que para ello se hicieron.
            La hoja volante de Balaguer y Salzedo, descrita y editada por Toribio Medina en 1916, difundió por toda la cristiandad la noticia y motivó una larga lista de interpretaciones historiográficas contemporáneas y modernas, entre las que destacan, por ejemplo, relaciones españolas como la de Suárez de Figueroa en 1613 en los Hechos de don García Hurtado de Mendoza, cuarto marqués de Cañete, o la de Fray Reginaldo de Lizárraga, capellán de la primera flota, en Descripción breve de toda la tierra del Perú.
            Pero sin duda, la relación sirvió de fuente documental para una serie de textos literarios, casi todos de carácter épico, como indica Julio César Santoyo (4), de la talla del Arauco domado de Pedro de Oña, publicado en 1596, tan sólo dos años después de la noticia o del poema épico de Lope de Vega, La Dragontea, de 1598.
            Pedro de Oña escribía en 1594 un poema épico sobre la conquista de Chile, en la línea de Ercilla, encargado por la familia de García Hurtado de Mendoza ante la ausencia de alabanzas a los méritos del virrey en La Araucana (Bellini, visión chile 17-18). El texto concluye con la profecía de la pastora Llarea, en los cantos XVIII y XIX, que el autor aprovecha para narrar extensamente, al ritmo de las octavas reales, la relación de la expedición de Hawkins y su captura en las costas de Panamá. Pedro de Oña estaba en Lima durante el episodio, debió conocer a los protagonistas y manejó sin duda las hojas volantes que salieron de las prensas de Antonio Ricardo, tanto la relación de Balaguer y Salzedo como el testimonio del propio Richard Hawkins pues la narración está repleta de referencias en clave histórica que coinciden con el relato de las hojas volantes.
            También conoció las relaciones de 1594, además del Arauco domado, Lope de Vega (Sánchez Jiménez), quien en 1598 publica en Valencia La Dragontea, poema épico en diez cantos que narra las aventuras de los piratas ingleses, Francis Drake, John Hawkins y Richard Hawkins en América, con la intención de “exponer el rencor que el pueblo sentía contra Inglaterra y contra las expediciones piratas que alteraban la buena marcha de las flotas a Indias” (Zamora Vicente 151).
            Además de estos dos testimonios conocidos, existen varios poemas virreinales más que se hacen eco del episodio de la prisión de Hawkins. Por un lado, el poema épico titulado Armas Antárticas, compuesto por Juan de Miramontes Zuázola, entre 1608 y 1615 (Miró XVIII). Este militar español, del que apenas sabemos algún dato biográfico, fue alférez en la expedición de Diego Frías contra el pirata John Oxenham, aventuras que junto a las campañas de Pizarro y Almagro, plasmó en este extenso poema épico, en el que también narra como acción secundaria la captura de Hawkins por Beltrán de Castro.
            Además, existen noticias del episodio en la parte V de la Continuación de la Araucana (1597), de Diego Santisteban Osorio, en los textos del siglo XVIII de Luis Antonio Oviedo y Herrera, Vida de la esclarecida virgen Santa Rosa de Santa María, natural de Lima y patrona del Perú (1711) y en el canto V de la Lima fundada o conquista del Perú (1732) de Pedro de Peralta Barnuevo (Almanza 306).
            La historia de Hawkins, además, es el asunto principal de otro poema épico virreinal, coetáneo al de Juan de Miramontes, conocido como Beltraneja o La victoria naval peruntina, de  tono satírico, que se define como:

una sátira de la victoria obtenida por el noble español Beltrán de Castro y de la Cueva frente al corsario inglés Richard Hawkins en el puerto del Callao en 1594. El autor condena la validez del triunfo de Castro, debido a las circunstancias que lo favorecieron y, sobre todo, al apoyo que le brindó García Hurtado de Mendoza (Almanza 288).

El texto, asociado a Mateo Rosas de Oquendo, pertenece a un códice manuscrito de 1631. Consta de más de 700 versos burlescos, y frente a la seriedad de los testimonios históricos de la épica virreinal, el anónimo poeta utiliza la prisión de Hawkins para denigrar y parodiar el género épico, que tras la publicación de La Araucana había tenido una extensa nómina de continuadores.
            Además de las versiones castellanas, quedan también testimonios del episodio narrados por los piratas capturados. El propio Richard Hawkins, “mozo, gallardo, próspero, valiente, / de proceder hidalgo en cuanto hacía, / y acá, según moral filosofía, / dejado lo que allá su ley consiente, / afable, generoso, noble, humano, / no crudo, riguroso ni tirano” (Pedro de Oña 623),  malherido y apresado en el galeón San Andrés, en el puerto de Perico, como citábamos anteriormente, escribió una carta a su padre, John Hawkins, fechada el 6 de agosto 1594, en la que, como hiciera Colón, narra el fracaso de su expedición y pide ayuda para un posible rescate. La carta fue rápidamente traducida e impresa por Antonio Ricardo (Santoyo) como hoja volante que circuló por Lima y completó la narración del episodio. La flota de Hawkins fue juzgada por el nuevo inquisidor del Perú, ávido de proezas, y Richard Hawkins fue deportado a España, donde fue liberado después del pago de un rescate millonario. Antes de su muerte, en 1622, escribió su propia relación del viaje por el continente americano, titulada The observations of sir Richard Hawkins, knight, in his voyage into the South Sea, Anno Domini, 1593, London.
            ¿Cómo no pensar en la historia de Hawkins, en la de Drake y las demás aventuras entre piratas en los mares del Sur como inspiradoras de la narrativa de piratas y de aventuras de la literatura moderna? Aventuras como las de Robinson Crusoe, los piratas de Scott, de Salguieri, de Byron, de Stevenson, cuyo protagonista en La isla del tesoro se apellida Hawkins, o la narrativa hispanoamericana de piratas surgida en el siglo XIX, con títulos como La novia del hereje, de Vicente Fidel, El filibustero (1851), de Justo Sierra, El pirata, de Márquez Coronel, Los piratas del golfo (1869) de Vicente Riva Palacio o Los piratas de Cartagena (1885), de Soledad Acosta de Samper (Varela 17-18) o incluso el maravilloso inicio de Cien años de soledad, cuando el asalto de Francis Drake provoca el inicio de la estirpe, por eso “cada vez que Úrsula se salía de casillas con las locuras de su marido, saltaba por encima de trescientos años de casualidades, y maldecía la hora en que Francis Drake asaltó Riohacha” (García Márquez 32), que insertaron en el imaginario literario contemporáneo temas e historias que habían tenido su fundamento histórico en las Crónicas de Indias y en hojas volanderas como las que salieron de la imprenta mexicana de Juan Pablos en 1541 o en la limeña de Antonio Ricardo en 1594.

Referencias
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Zamora Vicente, Alonso. Lope de Vega: su vida y su obra. Madrid: Gredos, 1961.

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1. La Relación lo narra en estos términos: “é la desdichada de doña Beatriz, que estaba con sus doncellas y dueñas, é como oyó el ruido y turbillino, fuéle dicho como el agua llegaba á la recámara donde dormía, y levantóse en camisa con una colcha, y llamó sus doncellas que se metiesen en una capilla que ella hacía, y ellas hiciéronlo así, y ella se subió encima de un altar, encomendándose con mucha devoción á Dios, y abrazóse con una imagen y con una hija del Adelantado, niña, y la gran tormenta que vino de piedra a dar derecho á la misma capilla, é del primer golpe cayó la pared, y todas las tomó debaxo, donde dieron las ánimas á su Criador" (Toribio Medina, Imprenta 7).

 
 
 
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