La pedagogía jesuita de las “religiosas” entre los siglos XVI y XIX: de las Ursulinas a la Sociedad del Sacré Cœur [1] Jesuit Pedagogy of Religious Women between Sixteenth and Nineteenth century: from the Ursulines to the Society of Sacré Cœur Javier Espino Martín Recibido: 18/11/2016
Introducción A partir del siglo XV se produce la inquietud de que las monjas reciban una formación más completa, al menos en la lengua latina; por eso mismo, la reina Isabel la Católica encarga al gramático Elio Antonio de Nebrija que escriba una edición bilingüe de sus Introductiones Latinæ (c. 1488), para que las monjas pudieran entender lo que leían y recitaban de la lengua de Cicerón. [2] A pesar de que, en alguna órdenes monacales, las religiosas podían recibir una instrucción humanística de cierto nivel, no será hasta el Renacimiento, cuando las monjas adquirirán un tipo de aprendizaje más sistemático, denso y regularizado; y ello se deberá, principalmente, a las guerras de religión entre católicos y protestantes, que se iniciarán en la segunda mitad del siglo XVI. Tanto unos como otros serán conscientes de que la educación será substancial para configurar una religiosidad en los respectivos enfoques que van a defender, por lo cual se dirigirán a todos los sectores de la sociedad, incluido el de las mujeres, tanto en el ámbito religioso, que participarán de la nueva espiritualidad, como no religioso, que harán partícipes a su familia e hijos de ella. La pedagogía jesuita en el contexto de la Contrarreforma y la enseñanza para mujeres: ursulinas, la Congregación de Notre Dame y la Compañia de Nuestra Señora A mediados del siglo XVI se produce un acontecimiento fundamental en la historia de la Iglesia: la “herejía protestante”, iniciada por Martín Lutero y promocionada posteriormente por Juan Calvino (Hertling, 1993). Esta fractura producirá que la institución eclesiástica requiera de un reforzamiento de su ortodoxia para poder combatir la “secesión” religiosa del pensamiento reformista. Con ello, adquiere gran importancia la educación, pero una nueva educación abierta a la sociedad y que se adapte a los métodos modernos procedentes del humanismo tanto italiano como nórdico (el erasmista principalmente), el cual ha tenido gran éxito en el mundo protestante, como demuestran claramente las figuras pedagógicas de Melanchton (1497-1560) o de Johannes Sturm (1507-1589). Por ello, es necesario que se transforme la educación y enseñanza, adscrita exclusivamente a conventos y monasterios, organizada en torno a un método complejo y oscuro, como fue el escolasticismo tardío, lleno de silogismos y vericuetos lógicos que confirman premisas ya establecidas de antemano. Los nuevos métodos educativos han de ser más pragmáticos y centrados en apuntalar religiosamente al católico en todas las clases sociales. No se puede ya concebir la enseñanza como un elemento elitista de religiosos encerrados en “fortalezas” aisladas de la realidad. Y, esto es así, porque, en gran medida, esa actitud ha generado la secesión reformista (Sáenz y Santamaría, 1941). En este contexto nace la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola y aprobada por el papa Paulo III en 1540. Los jesuitas van a tener como principal misión la labor de “recatolizar” Europa y de expandir el catolicismo institucional en América y los territorios del lejano Oriente. Uno de los instrumentos fundamentales para dicha “recatolización” será, como hemos dicho, la educación. Precisamente, los jesuitas romperán con un tipo de enseñanza monacal y se abrirán al método humanista que resulta mucho más flexible y ajustable al entorno social,. Por otro lado, el método “humanista” ha de estar asentado en una fuerte disciplina didáctica que organice todas las etapas de la enseñanza, de modo que una sólida estructura siempre asienta los principios que ella misma inserta. Con ello los jesuitas concentran su pedagogía en torno a dos principios fundamentales:
Para que la enseñanza de la Compañía resultara más efectiva en el entorno social, se inserta en la etapa que denominaríamos ahora como enseñanza secundaria o pre-universitaria, entre los doce y veinte años aproximadamente, un periodo fundamental para moldear y dirigir las “tiernas” mientes de un alumnado adolescente. La reconfirmación tanto del método didáctico como de la ordenación por ciclos educativos de la enseñanza jesuita quedará confirmado por escrito, después de varios intentos previos, en la Ratio atque Institutio Studiorum de 1599. Precisamente, la Ratio Studiorum jesuita será uno de los primeros planes de estudio de enseñanza media y, desde luego, el más completo y consolidado que se hubiera hecho hasta ese entonces. Los jesuitas aplicaron su didáctica, especialmente, a la clase noble, una parte importante de la clase burguesa y de la baja nobleza; con ello, se cumplía uno de los objetivos de la Iglesia de la Contrarreforma y del pensamiento barroco (Maceiras Fabián et al., 2000): asentar la religiosidad en sectores que son claves para lidiar la batalla ideológica contra el protestantismo. Era necesario asentar el funcionariado burocrático monárquico, así como la elite nobiliaria para afianzar el convencimiento de ser católico precisamente frente a aquellos nobles y altos cargos de la burguesía alemana, suiza y holandesa en los que las fallas de la ortodoxia permitieron que se separaran del entorno católico. Pero si los jesuitas ponen su atención en la capas más altas de la sociedad, se requiere también un tipo de educación que asista a las más bajas, a los desfavorecidos, en los que se incluirían dos sectores fundamentales: niños pobres y mujeres. Para ellos, durante este periodo se fundó toda una serie de órdenes, congregaciones y agrupaciones religiosas católicas para asistir a este sector de la población. Así, por ejemplo, en el caso de los pobres destacan tanto el Oratorio de San Felipe Neri (1575), como más adelante la orden de las Escuelas Pías de San José de Calasanz (1617), entre otras muchas. Precisamente en este entorno también se fundan órdenes para mujeres, como un sector débil y desfavorecido, una de ellas, quizá la más destacada será la de las ursulinas, fundada en Brescia por la madre Angela Merici, en 1535 (en 1572, fue elevada a Congregación), precisamente cinco años antes que los jesuitas de San Ignacio. El gran mérito de estas monjas no será dar clases y asistir educativamente a las mujeres, sino el salto cualitativo que ofrecerá su didáctica cuando abracen el método pedagógico de los jesuitas de manos de la madre de Xaintonge (1567-1621), quien sugirió que debía “crearse una escuela al estilo de las que los jesuitas tenían para varones” (Bowen, 1992, p. 154). Inicialmente, su pedagogía era de carácter muy religioso y muy franciscano, con una mentalidad casi monacal, del estilo de la enseñanza de la citada Hildegarda de Bingen y de Sor Juana Inés de la Cruz. Por eso, la verdadera importancia “pedagógica” que sucederá en esta orden será cuando cambien a un tipo de enseñanza más “masculinizada”, al seguir el modelo de los jesuitas. Esto se producirá después de que, entre finales del siglo XVI y principios del XVII, se extiendan por toda Francia, hecho relevante porque precisamente Francia será un territorio muy disputado por protestantes, los calvinistas franceses o hugonotes quienes llegaron a extenderse a medio país (recordemos que Enrique de Borbón o de Navarra tuvo que abandonar su adscripción hugonote por ser rey de Francia: “París bien vale una misa” [1593]) Las líneas educativas que caracterizan la pedagogía de las ursulinas ya “jesuitizadas” fueron las siguientes: a) aprendizaje del alfabeto; b) saber contar, leer y escribir; c) enseñar francés con un cierto componente literario; y d) el latín como segunda lengua. El tipo de aprendizaje de las ursulinas era más estructurado, conforme al carácter jesuita, y promovía una didáctica más variada y rica que aquella puramente monacal, como queda de manifiesto en la enseñanza de la gramática, textos franceses y, en menor medida, los latinos. En ambos aspectos, ya se puede apreciar la impronta ignaciana como modelo pedagógico que contribuyó a elevar el contenido didáctico. Junto a las ursulinas, otra de las congregaciones religiosas que seguirá su ejemplo fue la Compañía de Notre Dame, fundada en 1597, que se asienta en un método educativo elaborado por el Padre Fourier y la hermana Alix Le Clerc. Fourier estudió en el colegio jesuita de Pont-à-Mousson y siempre mostró su inquietud por los vacíos que existían en la enseñanza femenina, por lo que reforzó, en su plan educativo, la escritura, la lectura, trabajos manuales e instrucción cristiana, además de organizarlas por grupos del mismo nivel educativo (y como dato anecdótico, inventaron la pizarra). La Congregación de Nôtre Dame tiene mucha afinidad con la Compañía de Nuestra Señora, otra congregación femenina fundada por Jeanne de Lestonnac, sobrina de Michel de Montaigne, y que se aprueba por el papa Pablo V en 1607. El nombre se puede ver precisamente como una conjunción de “La Compañía” de Jesús y la de “Ntre Dame”. Esta congregación, dentro del modelo ignaciano, hacía más hincapié en la contemplación y desarrollo íntimo de la mujer; se resaltaba, de este modo, el plano más espiritual jesuita de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, adaptados, de algún modo, al género femenino. Tanto la Congregación de Notre Dame, como la de Nuestra Señora María, emplearon la jerarquización educativa jesuita y la aplicaron en elementos organizativos como eran las “bandas”, que diferenciaban a las alumnas de cada curso, cargos honoríficos y un sistema de premios, que “recompensaba el mérito e impulsaba la noble emulación de las alumnas” (Carreel, 2001, p. 145). Por último, y según esto, tanto ursulinas, como el Notre Dame o la Congregación de Nuestra Señora María, prácticamente coincidían con el método jesuita en los siguientes factores:
Todas estas congregaciones femeninas asentarán la base para el edificio educativo que alcanzará su máximo desarrollo con el Sacré Cœur; no obstante, a partir de la segunda mitad del siglo XVII la fundación de las escuelas de Port Royal significará un giro del método educativo que modificará la pedagogía jesuita que venimos analizando y que estudiaremos en el siguiente capítulo. El jansenismo pedagógico y la portroyalización del método jesuita en la enseñanza a mujeres: Fenelon y la escuela de Saint-Cyr. Si los jesuitas adaptaron el modelo educativo religioso a un carácter humanista, los jansenistas [3] de Port Royal harán lo mismo con el cartesianismo y el pensamiento científico moderno. Las escuelas de Port Royal se fundan en 1632, precisamente junto a un convento de monjas que fue fundando en 1204 y que alcanzó buena fama bajo el mando de la abadesa Jacqueline Arnauld, quien aplicó la reforma de la disciplina cisterciense sobre la que se va a basar la instrucción de las monjas (Saint Beuve, 1954). No obstante, nos interesan las escuelas que se fundaron alrededor de este convento que van a estar protegidas por la familia Arnauld, de la que proviene Antoine Arnauld (1612-1694) y quien se convertirá en un destacado instructor e intelectual portroyalista. Como ya dijimos, la espiritualidad de las escuelas de Port Royal es de carácter jansenista que busca, al modo protestante, la pureza del mensaje textual y que, además, va a tener gran influencia del pensamiento cartesiano. Con estos espíritus educativos organizarán un tipo de enseñanza particular de carácter más racionalista y hermenéutico. Por eso mismo, el portroyalismo va a ser importante en cuanto que va a impregnar una “modernización” del modelo educativo, o mejor dicho, un “aggiornamento” a un criterio más cartesiano y racional (Cadet, 1887). Si la enseñanza jesuita estaba muy marcada por un estilo barroco y retórico que recargaba y reglamentaba, el aprendizaje de la lengua y los textos, con preceptos, ejemplos y figuras literarias; el portroyalismo va a aplicar una enseñanza más ligera, menos ampulosa, más analítica y reflexiva. Las materias que más van a desarrollar este enfoque educativo serán la Historia, la Geografía y la Cronología, a la vez que la manera de enseñar los textos en lenguas ya sea latina, como modernas, se realizará mediante un modo más interpretativo y sin las fragmentaciones que empleaban los jesuitas con tal de evitar los ataques contra la moral (la ya mencionada virtus litterata jesuita). Los portroyalistas desarrollan una forma “filológica” y “comentada” de analizar y enseñar los textos literarios (Espino Martín 2010, pp. 261-284). Por otra parte, aplicarán las lenguas modernas, especialmente el francés, frente a la preponderancia del latín en las escuelas jesuitas; también, darán relevancia a la “fábula” como importante núcleo de aprendizaje moral; destacarán el estudio de materias científicas como las matemáticas, y aritmética, entre otras; y en ese aspecto, a caballo entre la ciencia y la filosofía cartesiana, adquirirá gran relevancia la lógica, que acabará sustituyendo prácticamente a la retórica, que constituía las “columna vertebral” de la educación de La Compañía; y, por último aplicarán un método más “lúdico”, del aprendizaje, con una tendencia hacia la recompensa y el estímulo que en el castigo y la infracción, como sucedía en el modelo educativo ignaciano (Cognet, 1950). Por todo ello y por sus improntas “ideológicas”, las escuelas jansenistas se van a oponer tanto política como religiosamente a la Compañía de Jesús, que verán en ellos sus acérrimos enemigos. De hecho, sus integrantes preceptores se van a aliar, de algún modo, a los enemigos de los jesuitas, tales como una parte de la baja nobleza y de la burguesía (aquella que no fue educada por los jesuitas y que eran defensores de los parlamentos frente al absolutismo real), y gran parte de los intelectuales que acabarán por marcar el paso de los futuros enciclopedistas y philosophes del siglo XVIII. A pesar de la enemistad que la Compañía guardaba hacia Port Royal, se percató de que esa pedagogía alineada con las tesis cartesianas empezaba a tener gran predicamento y comenzó a extenderse con gran profusión. Por otro lado, los jesuitas también eran muy conscientes de que habían caído en un proceso de degradación educativa al exceder el método barroquizante y hacer de la enseñanza de las humanidades un tipo de pedagogía abstrusa, compleja y obscura. Por ello mismo, en la Congregación General XIV, celebrada en 1696, decidieron darle un nuevo rumbo a su didáctica y recuperar sus inicios humanistas de claridad y transparencia, por lo que le encargaron al padre Joseph de Jouvancy (1643-1719) que elaborase un libro de pedagogía para maestros, el cual fuera una guía de cómo aplicar el aprendizaje humanista en sus distintas etapas (Dainville 1978). Esta obra fue el De ratione discendi et docendi (1691) (Jouvancy, 1692, pp. 831-902), que acabó volviéndose en un complemento ideal y necesario para la Ratio Studiorum (Dainville 1951, pp. 3-58). A pesar de que el jesuita francés vuelve a los orígenes humanistas de la Ratio, conoce la importancia de adecuar el aprendizaje a los nuevos rumbos que estaba tomando el conocimiento y los métodos educativos, por lo que aplica elementos portroyalistas en su tratado. [4] De este modo, se reafirma la historia y la geografía, se enseñan los textos de forma más interpretativa y racionalista, y se busca claridad y distinción, al modo cartesiano, tanto en las explicaciones del propio Jouvancy como en las que él pretende que utilicen los maestros a quienes está dirigida su obra. La obra de Jouvancy supone una cierta “port-royalización” de la base y entramado pedagógico jesuita. Esta port-royalización para “alumnos” tendrá su referente adecuado en el ámbito femenino a través de la obra del abate Fenelon, Tratado sobre la educación de las niñas (1687). El método educativo de Fenelon sigue, en líneas generales, el enfoque y las asignaturas propias del portroyalismo y las aplica a la enseñanza femenina; éstas son: catecismo, escritura, ortografía, gramática francesa, operaciones básicas de aritmética, derecho civil, labores y trabajos manuales sencillos, poesía y música. Por otro lado, para estudios superiores propone que se aprenda la historia griega y romana, y nociones de lengua latina. En el portroyalismo de Fenelon se aprecia también que hace más hincapié en el estudio de la lengua y literatura francesa frente a la latina, que, además no consideraba práctica para la educación femenina; y, también, la importancia pedagógica del juego y diversión que le aproxima al método lúdico portroyalista. Con este tipo de didáctica, el abate francés buscaba la formación educativa de la mujer “burguesa” o de “nobleza” frente a la “monacal”. Todas sus asignaturas se centraban en un pragmatismo educativo moderno (derecho, aritmética, administración, etc.), con la idea de asentar una forma de comportarse en el ambiente hogareño de las clases altas y que se amolde a una forma de actuar adecuada a la Francia protocolaria y ampulosa de los reinados de Luis XIV y Luis XV. Del mismo modo que Fenelon será el teórico “portroyalista” para la enseñanza de las mujeres, se formarán congregaciones para su aplicación práctica, aunque se organizaron sobre una base jesuita ya establecida, a la que se añadirá el sesgo portroyalista. Precisamente, una de ellas será la de la Escuela de Saint-Cyr, fundada en 1686 por Madame de Maintenon, esposa morganática del rey Luis XIV. Precisamente Madame de Maintenon recibió su formación educativa por parte de las ursulinas, y funda su escuela con el propósito de acoger y convertir a las hijas de hugonotes al catolicismo, quienes a partir del Edicto de Nantes (1598) debían exiliarse de Francia o convertirse a la religión católica. [5] Maintenon desempeñará el papel de Jouvancy en su contraparte femenina, puesto que será la encargada de “port-royalizar” el aprendizaje femenino a través del método de Fenelon, que hará las veces del Port Royal para mujeres. La Escuela de Saint Cyr tenía inicialmente 250 niñas y aplicaba tal cual el método pedagógico de Fenelon, pero, sobre una estructura propia del modelo jesuita, ya que estaba dividida por edades, en cuatro grupos, que se les distinguía por distintos colores de los cinturones que llevaban:
En comparación con la estructuración y la enseñanza ursulina que recibió Maintenon, la escuela que ella organiza y funda se presenta mucho más detallada y responde a los ideales estéticos y culturales de la Francia de su tiempo. Si las ursulinas todavía se basaban en un modelo jesuita barroco y contrarreformista, la escuela de Saint-Cyr se asienta en una pedagogía jesuita más refinada y propia de una mentalidad que se acerca y entra en el modelo dieciochesco ilustrado. La pedagogía jesuita portroyalizada de la Congregación del Sacré Cœur de Santa Magdalena Sofía La siguiente fase relevante en la enseñanza femenina con pedagogía jesuita, será la que se organice en torno a la Congregación del Sacré Cœur en la Francia postrevolucionaria y de principios del siglo XIX. Precisamente, estos colegios representarán la etapa más clara de conjunción del método jesuita con el portroyalista que tiene como antecedente directo las citadas escuelas de Saint-Cyr. Con el Sacré Cœur, la educación femenina alcanza la plena madurez de la pedagogía tanto jesuita como port-royalista. Los colegios del Sagrado Corazón abarcan dos siglos de historia, lo que ha marcado y dejado una poderosa impronta en su estilo educativo. La historia de la pedagogía de esta congregación de religiosas ha estado profundamente ligada a la propia historia de la Iglesia y de los papas mismos, quienes con sus actuaciones y encíclicas han condicionado profundamente la evolución educativa de la sociedad. La congregación que fundara Santa Magdalena Sofía en 1800 tiene como fin glorificar al Sagrado Corazón, por medio de la enseñanza y potenciar la educación dentro del ámbito de la fe de la religión cristiana, que por motivo de la Revolución Francesa había recibido un duro golpe debido a una política anticatólica radicalmente persecutoria. Por este motivo, siguiendo el modelo de otras congregaciones religiosas, como las anteriormente analizadas, Magdalena Sofía Barat va a fundar una congregación cuya tarea principal consistiría en la educación de la mujer en todos sus ámbitos. La santa pretendía que la formación femenina adquiriera casi el mismo nivel que la masculina, (“formar mujeres fuertes y viriles”, llego a decir en alguna de sus cartas). A causa de ello y por influencia de su hermano Luis, tendrá como principal modelo educativo la Ratio Studiorum jesuítica que para la familia Barat constituía el referente más importante de la enseñanza religiosa masculina. Así pues, la pedagogía del Sagrado Corazón absorberá muchos de los conceptos educativos ignacianos, como el fortalecimiento de la memoria, la emulación, la retórica, las composiciones escritas, las lecturas, las competiciones entre alumnas y sobre todo, la ordenación en cuatro cursos, además de imprimir en las alumnas una intensa espiritualidad religiosa por el Sagrado Corazón al estilo de los Ejercicios Espirituales ignacianos que combatieran la impiedad revolucionaria y postrevolucionaria. No obstante, si la pedagogía jesuítica fue el estilo educativo que, en un primer momento, más influyó en el modelo educativo del Sagrado Corazón, no hemos de olvidar la decisiva impronta del cartesianismo y de las jansenistas escuelas de Port Royal. Con el jansenismo los colegios del Sacré Cœur compartían criterios teológicos, como la destacada importancia de la gracia divina para alcanzar la salvación, así como la búsqueda de una religiosidad pura e interior envuelta en una cierta mortificación del espíritu (Williams, 1981, p.90). Magdalena Sofía vivió en el centro de las luchas ideológicas entre jesuitas y jansenistas, y rechazó la doctrina moral y oficial del jansenismo, poniéndose del lado jesuita. Esta postura marcaría a la congregación como fuerte defensora y seguidora de la ortodoxia papal. No obstante, el jansenismo logró influir tanto en el plano ideológico, como en el educativo. Las escuelas de Port Royal sirvieron de base educativa para el Sagrado Corazón a través de la modernización cartesiana, que incluye una mentalidad que tiene a la razón y al juicio como centro de la enseñanza. Por este motivo, promovieron el comentario filológico de los textos, el aprendizaje de asignaturas como la historia y la lengua francesa, así como un método basado en una mayor comprensión del alumno evitando el exceso de castigos. La impronta jesuita unida a la portroyalista se verá presente en la “tutela” pedagógica que darán los Pères de la foi, orden fundada por Nicolás Paccanari en 1798, a las primeras religiosas maestras del Sacré Cœur. Los padres de la fe constituirán una orden heredera de la Compañía de Jesús, suprimida en el año 1773. Precisamente, muchos de ellos fundarán nuevas órdenes y mantendrán la tarea educativa abriendo colegios y centros de enseñanza. Entre ellos destacan la orden de los Padres del Sagrado Corazón, del que Joseph Varin fue su Superior, y que se fundirá en 1799 con los Padres de la Fe. Los Padres de la Fe tendrán como colegio de relevancia el de la ciudad de Amiens, y precisamente uno de los principales organizadores del plan de estudios de este colegio, el padre Loriquet, fue el que supervisó y apoyó la estructuración del primer plan de estudios de 1804 del colegio de Amiens del Sacré Cœur. Posteriormente, esta tutela se mantendría con cierta constancia, y destaca la que el padre Druilhet ofreció a las maestras que van a ser educadoras, en forma de conferencias, impartidas en 1827. En ellas, también se puede apreciar que en el seno de una mentalidad otrora jesuita, se inserta la semilla de la pedagogía port-royalista, en las que defendía una serie de pautas pedagógicas y académicas de profundo calado cartesiano y racionalista. Por todo ello, la pedagogía en la que se basará el primer modelo educativo de santa Magdalena Sofía une ambas corrientes citadas, por un lado, la ignaciana y, por otro lado, la port-royalista. Lógicamente por su tradición jesuita la enseñanza humanística pesaba mucho más que la técnica y científica, no obstante las religiosas del Sagrado Corazón, impulsadas también por los “exjesuitas”, se amoldaron a su tiempo y, a través de la aplicación de asignaturas más científicas gracias el modelo cartesiano de las escuelas de Port Royal (Villacañas, 1994). El Plan de 1805 más que un plan de estudios como tal, consistía en una guía académica con explicaciones de cómo se debía estudiar cada asignatura. Tanto por su ordenación, como por las asignaturas y explicaciones, se podía notar tanto la impronta jesuita como la portroyalista. Junto a las claves jesuíticas citadas se añadía la importancia de formar el juicio y el discernimiento, el estudio filológico de los textos, el francés, la historia y la importancia de estimular a la alumna más con la recompensa que con el castigo. También se empezaban a incluir asignaturas científicas como las matemáticas. A pesar de que el Plan de 1805 es más que una completa guía de ordenación académica le falta espíritu pedagógico, una tendencia y estilo educativo que se pueda identificar con una agrupación religiosa determinada; le falta, en definitiva, ideología educativa. De todos modos, ya se establecen las asignaturas que van a ser básicas en los sucesivos planes de estudio: “escritura”, “catecismo”, “gramática francesa” y “ortografía”, “cronología e historia”, “geografía general e histórica”, “obras manuales”, “economía doméstica” y “artes de recreo”. Por último, es muy destacado resaltar la inclusión de la asignatura de “retórica”, ya que resulta una materia muy significativa del plan educativo jesuita. Precisamente, la retórica como tal, configuró toda la enseñanza ignaciana desde la base hasta los últimos ciclos de aprendizaje. La retórica quedaba tan identificada con la educación masculina de los ignacianos, que en los sucesivos planes de estudio de 1808 y 1820, el sector más moderado de la religiosas que tomaron las riendas de la congregación cuando Santa Magdalena Sofía lo dejó, vieron prudente suprimirla, puesto que suscitó muchas críticas por parte de los padres que pensaban que se estaba impartiendo a sus hijas una enseñanza de hombres. Es de suponer que la retórica es una asignatura para formar básicamente funcionarios imperiales, diplomáticos y sacerdotes de cierto nivel; no se entiende para qué una mujer debía aprenderla, teniendo en cuenta su limitado campo de acción al ámbito doméstico. Dado que las religiosas pretendían que su congregación tuviera la aceptación del emperador Napoleón, cuya opinión sobre la enseñanza de la mujer era muy básica y, por otro lado, debía recibir el refrendo papal, (el cual, a su vez, también estaba bajo el control de Napoleón), optaron por no tener problemas con esta asignatura que provocaba conflictos, así que la suprimieron. Este acto concitó la rabia de santa Magdalena Sofía, puesto que ella había fundado la congregación para formar, como hemos dicho “mujeres viriles”, y no para ceder ante la visión de la educación que tienen los hombres para las mujeres. Para Sofía Barat, este acto resultó una cesión a un tipo de enseñanza “blanda” que no se identificaba con sus objetivos educativos, que buscaban proporcionar el mismo nivel de enseñanza a hombres y mujeres, de tal manera que si un hombre podía aprender retórica, una mujer también. Una vez ratificada la congregación por el Papa en 1820, santa Magdalena Sofía vuelve a tomar las riendas de la congregación, de modo que retoma su idea inicial de formar “mujeres viriles”, y aunque no restaura la asignatura de retórica, porque ya había quedado obsoleta con el decurso de los tiempos, [6] sí deja su impronta para que se refuercen los sucesivos planes de estudio cuya base académica se irá ampliando progresivamente y volviéndose más compleja. Con ello llegamos, después de varias revisiones, al Plan de 1852, en el que, por un lado, se percibe una identidad educativa sólida y, por otro, se advierte un asentamiento académico a través de la considerable ampliación de las asignaturas presentadas en el de 1805. Por ejemplo, además de la gramática se centrará y se profundizará en el estudio del texto y de la literatura, que acabarán siendo primordiales; la historia se ampliará con historia antigua, historia sagrada, y de los diversos países de Europa; se impartirá la lengua latina completa (tanto morfología como sintaxis) y, sobre todo, se irá haciendo más plausible la presencia de las asignaturas científicas para lo que se incluía botánica, ciencias naturales, cosmografía, etc. Este plan de estudios es mucho más completo y en él se puede apreciar la mentalidad educativa del Sagrado Corazón, que iba a marcar para un futuro el espíritu de enseñanza de la congregación. El Plan de 1852 se adapta a las vicisitudes históricas a las que obedece, por lo que la conformación de una mayor vigilancia estatal obliga a la Sociedad a citar explícitamente los libros de texto que ha de emplear, así como también la ordenación académica se vuelve mucho más rigurosa y explícita. Pero si algo caracteriza a este Plan es el hecho de ser el primero que marque con claridad la llamada espiritualidad pedagógica del Sagrado Corazón, que sentará las bases para la conformación del estilo educativo de la congregación. Esta espiritualidad pedagógica va a estar profundamente influida por la mentalidad romántica que le dará su contenido filosófico e ideológico (García, 2005, pp. 27-46). El jesuitismo, por su parte, se irá difuminando a partir del plan de 1852 y se vendrá sustituyendo por un tipo de mentalidad educativa más romántica y espiritualista, [7] y así pasará con el sucesivo de 1899 que tendrá una tendencia más positivista y cientificista, [8] con los de 1922 y de 1954 que adquirirán un claro enfoque naturalista (Tiana, 2002). A pesar de que se siga conservando una cierta base jesuita, ésta quedará “asfixiada” por las distintas tendencias pedagógicas modernas que se irán desenvolviendo en el transcurso de los siglos XIX y XX. No obstante, no debemos pensar que los colegios del Sacré Cœur van sustituyendo las etapas educativas anteriores por las nuevas, sino que resulta un fenómeno de acumulación como si de una cebolla se tratara, donde el núcleo sigue siendo la pedagogía jesuita, a la que se adhiere una primera capa de pedagogía portroyalista; luego, vendría una romántica, una positivista y por último, una naturalista. No se produce, en definitiva, un proceso de sustitución, sino de adición. Después del Concilio Vaticano II (1962-1965) (Schatz 1992; Lortz, 2000), a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, las religiosas del Sagrado Corazón, así como las congregaciones femeninas citadas que han pervivido, como la de las ursulinas, tendrán que adaptar sus planes de estudios a los estatales de cada país, por lo que la “pedagogía jesuita” quedará desplazada por la pedagogía “laica” que establecen los planes educativos oficiales de cada nación. Ya no existirá una pedagogía jesuita, ni portroyalista, ni ursulina, ni del Sacré Cœur, propiamente dicha, sino que quedarán absorbidas y configuradas por la que establezca el Ministerio de Educación correspondiente. Las pedagogías de cada orden y congregación tanto masculinas como femeninas se reducirán a los carismas religiosos de su “carácter propio”, que se plasmarán en clases de religión; en momentos puntuales fuera de las clases; en pastorales y en actividades y actos concretos que organicen los distintos colegios (Volpe, 2000). En definitiva, la “pedagogía jesuita” para hombres y mujeres se verá sustituida por las ordenadas en los estudios reglamentados oficiales, que, en buena medida, tuvieron su origen remoto en aquella Ratio Studiorum de 1599. Conclusiones En el presente estudio hemos podido analizar la relevancia del método jesuita en una enseñanza dedicada a las mujeres más organizada, estricta y rica académicamente, que el que se había planteado en la anterior educación medieval dirigida a las monjas. La enseñanza ignaciana no fue siempre monolítica, sino que fue variando con el transcurso de los siglos, desde el siglo XVI cuando se aplicó con las ursulinas hasta el siglo XIX con su última aplicación con el Sacré Cœur. Esa variación fue mayor, si tenemos en cuenta que quienes aplicaron el método educativo de la Compañía fueron otros y no estrictamente los jesuitas; como el caso de la madre de Xainctonge, de Jeanne de Lestonnac, del abate Fenelon, o del padre Loriquet, entre otros. Aparte de las modificaciones que todos ellos pudieran realizar en la adaptación del método jesuita para la enseñanza de las mujeres, resulta muy relevante en la evolución de esta misma la influencia sustancial del pensamiento pedagógico y didáctico portroyalista que supuso una reformulación de la enseñanza ignaciana, incluso desde dentro de la propia Compañía. Por eso mismo, si hablamos de un antes y un después de la historia de la educación para mujeres a causa de la pedagogía jesuita, también se debe establecer un antes y un después con la formación de las escuelas de Port Royal y la difusión de su método de aprendizaje y educativo. Podríamos afirmar sin objeciones que todas las vicisitudes y problemáticas que se fueron acumulando en el despliegue histórico-educativo de la enseñanza “jesuita femenina” a lo largo de dos siglos acabaron por concentrarse y desarrollarse ampliamente en el modelo educativo del Sacré Cœur de santa Magdalena Sofía. Si las ursulinas, llamadas cariñosamente “jesuitinas”, comenzaron un “proyecto” de educación ignaciana para mujeres, el Sacré Cœur, con sus planes de estudio estructurados, sólidos, y muy completos académicamente, terminaron por constituir las respectivas Rationes Studiorum de la educación femenina; las “mujeres viriles” de las que hablaba santa Magadalena Sofía acabaron por emular en igualdad de condiciones a los alumnos procedentes de los jesuitas. Por eso mismo, podemos afirmar que el modelo jesuita bajo el filtro de aquellos y aquellas protagonistas que lo pudieron hacer factible en la enseñanza de la mujer, a la vez que el enfoque último de Sofía Barat, acabaría por contribuir enormemente a desarrollar un proveso lento del aprendizaje madurativo de las féminas que constituirían la base y los cimientos perfectos para su futura emancipación del poder masculino y su igualación educativa con la enseñanza para los varones. Referencias ____________________________ 1 Este libro se inserta en el Proyecto de Investigación PAPIIT IA-400915: “Recepción clásica y modernidad. Autores de la Antigüedad clásica en la configuración del pensamiento ilustrado y romántico”, cuyo investigador responsable soy yo mismo. Se trata de un estudio exahustivo que se relaciona con la monografía titulada, Historia de las ideas educativas modernas através de los planes de estudio de los colegios del Sacré Coeur. Pedagogía humanista para mesdemoiselles, de la que yo soy el autor y que se encuentra actualmente en proceso de edición dentro de la colección Cuadernos del Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
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