El humanismo literario y la novelística de Lee Byeong-Ju [1]

The Literary Humanism and the Novels of Lee Byeong-Ju

Claudia Macías
Universidad Nacional de Seúl
(COREA DEL SUR)
maciascl@snu.ac.kr

Recibido: 18/03/2017
Revisado: 22/03/2017
Aprobado: 26/05/2017

 

RESUMEN

Este artículo analiza el carácter humanista en la obra narrativa de Lee Byeong-Ju (1921-1992). A partir de la relación entre humanismo y literatura hacia el contexto de la narrativa hispanoamericana contemporánea, que tuvo su origen en el género del periodismo y del testimonio, el presente estudio destaca la figura de Lee Byeong-Ju, el primer escritor coreano en combinar el periodismo con la literatura, en su narrativa histórica y testimonial del periodo de la dominación japonesa sobre Corea, y bajo la dictadura militar de los años sesenta.

Palabras clave: Narrativa coreana. Testimonio. Novela histórica. Alejandría. Guernica. 

ABSTRACT

This article analyzes the humanistic character in the novels of Lee Byeong-Ju (1921-1992). Following on from the relation between humanism and literature towards the context of the contemporary Latin American narrative, which had originated in the genre of journalism and testimony, the present study will emphasize the figure of Lee Byeong-Ju, who was the first Korean writer to combine the journalism with the literature, into his historical and testimonial narrative of the period of Japanese domination over Korea, and under the military dictatorship during the 1960s.

Keywords: Korean Narrative. Testimony. Historical Novel. Alejandría. Guernica.

 

Lee Byeong-Ju es un autor prácticamente desconocido en lengua española, no obstante su gran prestigio en Corea que lo valora como el último gran novelista que supo combinar una visión moderna de la historia coreana con temas universales. Nació el 16 de marzo de 1921 en Hadong, en una provincia al sur de Corea, y estudió literatura en Japón en la Universidad de Meiji, en 1941. Ingresó después al Departamento de Literatura Francesa de la Universidad de Waseda, pero abandonó sus estudios obligado por el servicio militar a participar como soldado en la campaña japonesa en el Pacífico. Es el momento del totalitarismo, bajo el colonialismo japonés, la guerra y el gobierno dictatorial que sometía a Corea. Con la derrota de Japón y la liberación de su patria, regresó a Corea para desempeñarse como profesor en la Universidad de Jinju, en 1948, y en la Universidad Hae-in, en 1951. Director del diario Kookje, en 1955, destacará como prominente académico y periodista antes de ser reconocido como novelista. Considerado un intelectual con un amplio conocimiento de la historia de su país, en los años setenta, publicó historias en serie en los periódicos, forma usual de divulgar la literatura en esa época, con un estilo enérgico que mantendría en la década siguiente hasta alcanzar más de sesenta obras de ficción. Murió en Seúl, el 3 de abril de 1992. En el presente artículo, analizaremos el carácter humanista en su obra narrativa. A partir de la relación entre humanismo y literatura hacia el contexto de la narrativa hispanoamericana contemporánea, en especial la que tuvo su origen en el género del periodismo y del testimonio, destacaremos la figura de Lee Byeong-Ju, el primer escritor coreano en combinar el periodismo con la literatura, en su narrativa histórica y testimonial del periodo de la dominación japonesa sobre Corea.

             Humanismo y literatura. Estamos ante dos términos que se han redefinido en todos los tiempos. El humanismo renacentista con la vuelta a los clásicos, la cultura humanista apoyada en la academia y la educación, el humanismo donde el individuo cambia la sociedad, el humanismo marxista donde la sociedad cambia al individuo, el humanismo que se proclama como existencialista, ¿cuál dirección sería la más válida? Tal vez nos convendría, de entrada, quedarnos con el concepto de que la idea fuerza del humanismo es la preocupación por el hombre en sí mismo, que tiene como tarea universal proteger y restaurar los valores humanos mediante el arte y las actividades humanas, en general. En oposición, diríamos que el humanismo está en contra de lo que no es propio de la dignidad humana y contra todo aquello que atenta su desarrollo integral.

             En cuanto a la literatura, tendríamos la amplia gama de tendencias que irían desde el placer y la contemplación como práctica estética hasta la literatura de compromiso que, según Ariel Dorfman, tiene un poder especial derivado de la relación entre el proceso creativo y la liberación social (McClennen, 2010, p. 81).

             No pocos pensadores han vinculado la consolidación de las identidades nacionales al desarrollo de la educación y, dentro de ella, a la lectura de los clásicos de cada cultura. Desde el siglo XV, el humanismo amplió su área conceptual y el término se transformó para definir un modelo de sociedad literaria, de ahí que el humanismo, modernamente hablando, provenga del Renacimiento, y que el humanismo literario propusiera la vuelta a los clásicos grecorromanos. La literatura es, entonces, una expresión del humanismo; ideas y testimonios de la cultura en una dimensión histórica, creación que permite comprender el comportamiento humano en la historia.

             Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, la revolución mediática con sus ya infinitas redes sociales gracias al Internet y los actuales conflictos causantes del desplazamiento de millones de refugiados, han vuelto a cuestionar los principios de pertenencia a las sociedades contemporáneas, así como las justificaciones que sostienen el belicismo de fundamentalismos religiosos que están provocando un verdadero terrorismo cultural. Por ello, la historia de crímenes contra la humanidad a manos de sujetos instruidos, cultos -como Hitler y Stalin-, lectores asiduos de literatura sin duda, hace difícil seguir sosteniendo la “premisa idealizada de que la educación y la lectura, por sí solas, pueden erradicar la barbarie” (Díaz Álvarez, 2011, p. 78). En nuestro contexto histórico actual, el concepto de humanismo va mucho más allá de la sola definición como una rama del saber especializado o un campo de estudios particular. Los filósofos destacan entre los elementos que lo caracterizan los siguientes: el ser humano es una totalidad formada de alma y cuerpo, el hombre es un ser natural y en relación con la naturaleza como proceso necesario para la valoración de sí mismo, el ser humano es histórico, el estudio de las letras clásicas es propio del valor humano (Abbagnano, 1987, p. 629).

             El siglo XX fue sin duda el gran siglo de la tecnología. Pero resulta irónico que dichos descubrimientos tecnológicos en vez de haber servido para mejorar las circunstancias básicas de la vida humana, también hayan coadyuvado para despojar a los individuos de su estatus como personas, al integrarlos “dentro de un sistema mecanicista que los utiliza como piezas de una enorme maquinaria, negándoles -en no pocas circunstancias- su capacidad de razonamiento o acción individual” (Velasco, 2000). Un siglo deshumanizado que rebasa con creces lo cuestionado por José Ortega y Gasset en su célebre ensayo La deshumanización del arte, de 1925. De ahí que a partir de la Guerra Fría, donde Corea y Vietnam vieron divididos su pueblo y su territorio, se hayan intensificado las críticas al proyecto del humanismo ilustrado.

             Pero la literatura entra siempre al rescate del hombre. A través del arte, mejor que ningún otro recurso, es posible conocer la forma en que los humanos de determinada cultura perciben su realidad e interactúan con ella. Así, tenemos en el contexto latinoamericano, por ejemplo, obras que abordan temas sobre los excesos del desarrollo tecnológico, como El delirio de Turing (2003) novela de Edmundo Paz-Soldán sobre la crisis del neoliberalismo y la guerra electrónica, y No será la Tierra (2006) de Jorge Volpi, novela política sobre la inteligencia artificial y el genoma humano, al tiempo que otras representan los excesos del autoritarismo y que registran masacres que no se deben olvidar.

             En otra dirección, tendríamos la novela de dictaduras con obras de grandes escritores como Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Alejo Carpentier (los tres primeros, galardonados con el Premio Nobel). Sobre masacres y violencia sociopolítica, estarían Abril rojo (2006) de Santiago Roncagliolo, que formó parte de la Comisión de la Verdad y Reconciliación para esclarecer responsabilidades en la época de violencia en Perú que dejó 70 mil muertos; La Virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo y Delirio (2004) de Laura Restrepo sobre la crisis sociopolítica derivada del narcotráfico. Pero habría que destacar Operación masacre (1957) del argentino Rodolfo Walsh por su temprana edición y que su autor pagó con su vida la escritura de esta obra que dio origen al género del testimonio. Walsh fue inicialmente periodista, uno más de los desaparecidos por el régimen militar de Argentina. López Badano (2007) afirma que:

la violencia dictatorial y su secuela de crímenes políticos convierte a la literatura que se le asocia en humanística apelación a la justicia, a la memoria, al compromiso con las víctimas, y al lector, en testigo comprometido con la construcción democrática de la historia política futura. (Badano 2007, p. 252)

El arte toma como base la realidad de la sociedad en donde surge, de ahí que la presencia de la violencia en las obras literarias contemporáneas sea inevitable y en esta literatura resaltará el humanismo como carácter inherente al individuo. Como afirma David Grossman (2010)

cuando leo un buen libro, experimento una aclaración interior: mi sentido de singularidad como persona se vuelve más lúcido. La voz mesurada y precisa que me llega del exterior estimula otras voces en mi interior, algunas de las cuales podían haber estado mudas hasta que esa voz, o ese libro en particular, las despertara. (Grossman 2010, p. 136)

La literatura y las artes en general nos acercan a una mejor comprensión del ser humano, ahora que enfrentamos la tendencia globalizadora que pretende estandarizarlo todo, diluyendo fronteras mediante los modernos sistemas de comunicación que nos permiten saber con mayor rapidez lo que está ocurriendo al otro lado del mundo. Dicha tendencia refuerza aspectos que se podrían definir como deshumanizantes, “al obligar a los individuos a abdicar de muchos aspectos de su personalidad en beneficio de la integración dentro de un bloque que se asemeja más a una colmena o a un hormiguero que a una sociedad realmente humana” (Velasco, 2000).

             Ante esta realidad, Julia Kristeva enuncia diez principios del humanismo en el siglo XXI, entre los que destacaremos el tercero que dice: “El humanismo es el encuentro de diferencias culturalesfavorecidas por la globalización y la digitalización. El humanismo respeta, traduce y reevalúa las variantes de la necesidad de creer y los deseos de saber que son universales en todas las civilizaciones” (Kristeva, 2013, p. 410). Y el décimo, que señala:

El ser humano no hace la historia, la historia somos nosotros. Por primera vez, el Homo Sapiens es capaz de destruir la Tierra y a sí mismo en nombre de su religión, sus creencias y sus ideologías. [Pero] la hipótesis de la destrucción no es la única posible. [...] Ni dogma providencial, ni juego del espíritu, la refundación del humanismo es una apuesta. (Kristeva, 2013, p. 412).

Por su parte, Leon Wieseltier habla de las cantidades enormes de datos que generan las nuevas tecnologías y que han invadido la cultura contemporánea:

             esto suscita una cuestión básica: qué relación debe haber entre cuantificación y cultura, qué puede captar un número y qué no. Se les pide a los números que capten fenómenos humanos que no pueden captar. Se inventan medidas para dimensiones de la experiencia humana para las que no existen medidas (Bassets, 2016).

             Y agrega que si bien el 99.9 por ciento de una persona podría explicarse con los métodos de las ciencias naturales, el 0.1 por ciento restante correspondería a lo que se escapa de la persona humana a las cifras de los científicos: “¿cómo puede el humanista contar y medir el arte, la música, la literatura?” (Bassets, 2016).

             Sin embargo, trataremos de explicar con números una realidad patente en cuanto al reconocimiento y a la influencia de la literatura en lengua española, en el contexto universal. Nos referimos a los Premios Nobel que comenzaron a entregarse a principios del siglo XX. La literatura en lengua española ha merecido once: cinco de España, dos de Chile, uno para Colombia, uno de Guatemala, uno para México y uno de Perú. Por géneros, cinco fueron para poetas (Mistral, Jiménez, Neruda, Aleixandre y Paz), les siguen los novelistas con cuatro (Asturias, García Márquez, Cela y Vargas Llosa), más dos dramaturgos (Echegaray y Benavente).

             Los cuatro novelistas fueron periodistas en sus primeros tiempos y escribieron todos contra las dictaduras: El Señor Presidente (1946), que se publicó 13 años después de terminada, por problemas con la censura; Cela sobre el miedo durante el franquismo en La colmena (1951), publicada en Buenos Aires por problemas con la censura española, y hasta 1955 en España; El otoño del patriarca (1975), Conversación en La Catedral (1969) y La fiesta del Chivo (2000).

             El jurado señaló que Asturias merecía el Nobel “por sus logros literarios vivos, fuertemente arraigados en los rasgos nacionales y las tradiciones de los pueblos indígenas de América Latina” (García de la Riva, 2015). Eran los tiempos de la reflexión sobre la identidad hispanoamericana. Samuel Ramos, en Hacia un nuevo humanismo de 1940, hablaba de un humanismo de “abajo hacia arriba”, como proceso intelectual que partiera de la experiencia de las raíces para situar a los hispanoamericanos frente al mundo occidental europeo, a fin de “rescatar los valores humanos y ponerlos en su sitio” (Ramos, 1940, p. 423). A Gabriel García Márquez, se le concedió el Nobel “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente” (García de la Riva, 2015). Camilo José Cela mereció el Nobel “por la riqueza e intensidad de su prosa, que con refrenada compasión encarna una visión provocadora del desamparo de todo ser humano” (Mimmi, 2015, p. 124). Y Vargas Llosa, “por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, la rebelión y la derrota” (García de la Riva, 2015). Todos coinciden con el tema de la identidad o de la resistencia, de la literatura como baluarte de los principios y de los derechos del hombre. Todos fueron periodistas y utilizaron la técnica del reportaje en su literatura. Características que coinciden con Lee Byeong-Ju, su contemporáneo. La influencia del reportaje dio como resultado el auge de la novela de testimonio, escritura que busca representar la verdad del hombre, con sus fragilidades y sus sufrimientos, al tiempo que eleva la grandeza del ser humano al nivel del arte.

             En 2016, el mundo entero celebró los 400 años de la muerte de Cervantes y de Shakespeare, dos clásicos de la literatura creadores de caracteres universales. Hamlet, la duda y el encuentro del hombre consigo mismo; Romeo y Julieta, el amor y el destino; Otelo, los celos; Macbeth, la ambición de poder y el odio. Los humanistas del Renacimiento pensaban que para construir una sociedad justa primero debían conocer a fondo las características de la naturaleza humana. En el Renacimiento, la literatura funcionaba como un espejo de los vicios y las virtudes más característicos:

El humanismo renacentista se preocupaba por promover los valores positivos de una civilización, y al mismo tiempo, prevenirnos en contra de los defectos más comunes y atroces que estaban latentes en todos nosotros. Las obras de Shakespeare son representaciones literarias de la tensión que ambas cuestiones producen (Piña, 2014a, p. 44).

 
Shakespeare está considerado como el mayor escritor en lengua inglesa, por la visión crítica de su entorno inmediato. Gerardo Piña afirma que

“representar por medio de una obra de teatro las inquietudes del pueblo en cuestiones políticas [...], con el fin de mostrar el alcance de los defectos de un gobernante presupone la idea de algo común a los nobles y al pueblo llano: una naturaleza humana” (Piña, 2014b, p. 34)

y que en Ricardo III, por ejemplo, “Shakespeare subraya el lado negativo de la naturaleza humana” (Piña, 2014b, p. 36), en el personaje del rey que representa el más alto puesto del poder. El humanismo renacentista promovía los valores positivos, al mismo tiempo que prevenía en contra de los defectos que estaban latentes en los seres humanos, y las obras de Shakespeare son ejemplo clásico de dicha tensión.

             El Quijote, por su parte, representa el encuentro del hombre con la cultura, con la república de las letras, los libros culpables de la locura de don Quijote, necesaria para poder hablar de las grandezas y de las miserias de la existencia humana. Schelling afirmaba que Cervantes “representa[ba] en su obra la lucha simbólica entre lo ideal y lo real” (Larroque Allende, 2001, p. 103), y el crítico que cita al filósofo alemán deduce que, precisamente, la contradicción entre los ideales humanistas y la realidad que primaba en su época, comprometió a Cervantes “para generar propuestas políticas, sociales y morales de su idealismo y humanismo universalista que tuvieron su origen en las amplias y profundas lecturas clásicas e históricas [...] realizadas en sus estudios preuniversitarios y juveniles en España y en Italia” (Larroque Allende, 2001, p. 103).

             ¿Cómo no recordar la célebre reflexión de Don Quijote frente al Caballero del Verde Gabán en defensa de la poesía que había preferido su hijo, en vez de “estudiar otras ciencias” que Don Quijote subordina a la literatura:

La Poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella. [...] Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio. (Cervantes, 1605, p. 574).

Y un poco más adelante, añade:

el primer escalón de las ciencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mismo subirá a la cumbre de las letras humanas [...]. Pero hay poetas que a trueco de decir una malicia [entiéndase ‘denunciar’], se pondrán en peligro de que los destierren a las islas del Ponto. Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma (Cervantes, 1605, p. 575).

En estas citas podemos ver la supremacía que el humanismo renacentista le concedía a la literatura por sobre todas las ciencias y el compromiso del escritor que no debía temer el destierro cuando escribía con la verdad. No está de más recordar que antes de publicarse como un todo, la novela se leyó en folletines que el pueblo esperaba con ansia, porque sentía la solidaridad del protagonista con la causa de los pobres y los desvalidos.

             El humanismo, finalmente, es un proceso intelectual, social e histórico. Cada nación ha contribuido aportando “su cuota de letras o de sangre, para que el hombre sea cada vez más hombre y cada vez más humana la humanidad entera. Oriente, Grecia, Europa han levantado, paciente y lentamente, al hombre” (Mejía Quintana, 1993, p. 10). Los principios fundamentales del humanismo son la razón y la historia, las cuales se han impuesto desde el siglo XIII hasta el presente. Pero también es principio básico tanto del humanismo como del arte, la libertad.

             Es tarea del hombre interpretar y reescribir la historia de cada época. No es casual que se publique al menos una nota biográfica y hasta el retrato del autor en todo libro de cualquier género para darle autoridad al texto y, sobre todo, para proveer del marco contextual requerido por el lector común y hasta por el especializado (Majfud, 2014, p. 63).

             Lee Byeong-Ju es un autor que reúne las principales características del humanismo que hemos destacado: su actividad como periodista que influyó en su narrativa histórica y testimonial, su compromiso con la escritura que lo llevó hasta la cárcel y la influencia de sus lecturas de los clásicos del Renacimiento inauguraron una nueva tendencia en la literatura coreana (Rho, 2012, p. 358). El carácter humanista universal se ve más claramente reflejado en su novela Alejandría (1965). Considerada como la primera por la mayoría de la crítica, sería realmente la segunda si nos sumamos a los que rescatan como su primera novela El día sin mañana, publicada en folletines entre 1957 y 1958, en la cual se incorporan hechos que no registra la historia hegemónica, en una trama con referencias autobiográficas: “Lee Byeong-Ju attempted to escape from the guilty sense that he was recruited as a student soldier during the Japanese colonial period” (Chu, 2012, p. 297). En esta novela, aparece ya el carácter singular de la venganza que desarrollará en profundidad en Alejandría, novela a la que volveremos más adelante.

             Igualmente, destaca El ferry Gwanbu (Gwanbu-yeolakseon) publicada en partes entre abril de 1968 y marzo de 1970. Esta novela integra la historia en el gran marco de los recuerdos personales que se combinan con la memoria colectiva, para configurar hechos históricos también excluidos del registro oficial. De esta manera, la conciencia histórica de Lee Byeong-Ju con la que trata de recuperar la historia eliminada o ignorada a través de la dialéctica de la memoria y del olvido, “appears in the relationship among the explication of the past, the present, and the vision of the future” (Son, 2013, p. 392), explorando el significado positivo de la realidad sobre el periodo colonial como base para registrar la historia contemporánea.

             El ferry Gwanbu está considerada como una novela representativa del poscolonialismo. Con un estilo realista, muestra las experiencias del coreano Yoo Tae-Rim como soldado al servicio de Japón en la lucha contra China, por la educación paramilitar que recibió bajo la dominación del Imperio japonés. Después de que Corea consigue su independencia, se convierte en profesor de secundaria. La novela destaca el esfuerzo de los intelectuales y de los estudiantes para establecer un Estado-nación independiente, con base en la educación del pueblo. El símbolo de la ruta del ferry que trazó una vía entre Corea y Japón, actualmente en funciones todavía, representa la doble vía que desencadena “the motivation to expand the closed field of education toward the social-political field” (Choi, 2011, p. 173), la cual permitirá descubrir en el protagonista el carácter universal de la educación y los derechos por los que luchará para liberarse de su condición de esclavitud.

             Habría una clave en el título de la ruta del ferry Gwanbu, iniciada originalmente en 1905 bajo la colonización japonesa, ya que en 1969, Corea inaugura una compañía que cubre hasta la fecha la misma ruta Pusán-Shimonoseki, con el nombre Pukwan Ferry (Pukwan Ferry Co., 2016), un año antes de que Japón abriera la nueva empresa para la misma ruta, bajo el nombre de Kampu Ferry, en 1970 (Port of Shimonoseki, 2016). El nombre es ahora el mismo: Pu-Kwan / Kam-Pu, con la sola variación lingüística de la denominación del puerto de Japón. En coreano, va en primer término el que se refiere a Pusán (Pu-), y en japonés, la partícula que corresponde a Shimonoseki (Kam-). La publicación de la novela entre 1968 y 1970, está en el contexto de dichas fundaciones e, irónicamente, la historia favoreció en esta nueva vía de comunicación a los coreanos, que con un año de diferencia se adelantaron a sus antiguos colonizadores para mantener una vía de ida y vuelta como muestra de la actual cooperación entre ambos países.

             La novela Alejandría presenta igualmente características del humanismo, pero con metáforas  universales. Publicada en 1965, Alejandría transcurre en dos espacios: la cárcel de la dictadura militar, desde donde escribe las cartas el hermano mayor del protagonista, y la ciudad de Alejandría, representada como un espacio utópico en una vuelta a los clásicos. Ahí confluyen personajes sobrevivientes de hechos históricos que han atentado contra el humanismo: el bombardeo alemán en Guernica (la villa Gernika del País Vasco) durante la Guerra Civil Española, donde muere la familia de Sara Ángel cuando era niña, y el régimen del nazismo que asesina al hermano de Hans Zeller. El protagonista, coincidirá en Alejandría con estos dos personajes, la española y el alemán que se unen bajo el leitmotiv de la venganza.

             En Alejandría, se pone a prueba la justicia como valor universal y la libertad como elemento imprescindible del humanismo. Las cartas del hermano mayor encarcelado orientan y modelan ética e ideológicamente el carácter de Prince, su hermano menor, durante la época de dictadura militar en Corea. Prince Kim es un coreano común y corriente, un ciudadano al que no le interesa la política. Artista de vocación, le gusta tocar flauta y clarinete, sale de Corea hacia la ciudad de Alejandría recomendado por su hermano, donde conoce y trabaja como músico en la banda junto con Sara Ángel, la bailarina del espectáculo principal del cabaret Andrómeda (Lee, 1965, pp. 47, 58). Prince Kim le explica a sus compañeros sobre su apellido que tiene su origen en el del rey Kim. Sumado a Prince, nos da un nombre simbólico de la grandeza de la nación coreana. La ausencia de nombre en el hermano encarcelado es también simbólica, ya que se identifica como alter ego de Lee Byeong-Ju, igualmente escritor, educado en Japón, encarcelado por sus ideas y por haber escrito en contra de la dictadura militar en Corea. Prince Kim narra en primera persona, y su caracterización como personaje va evolucionando desde la apatía por todo lo político hasta la solidaridad con Sara y Hans para encontrar al asesino nazi.

             El proceso se inicia desde su viaje en barco, donde se encuentra con Gabriel Marcel (Lee, 1965, p. 29), aunque entonces solo muestra interés por su música. La novela inicia en la noche, como metáfora de la oscuridad en la mente del protagonista que tendrá que crecer durante la novela para asumir su futuro. Llega a Alejandría y en un plano se ubica al personaje entre la constelación Andrómeda y la ciudad de Alejandría, en el hotel Napoleón (Lee, 1965, p. 43), todos ellos símbolos de la historia clásica y moderna, se suman a la biblioteca de Alejandría que fue el modelo del sueño literario, creada pocos años después de la fundación de la ciudad por Alejandro Magno.

             Sin embargo, en la novela se incluirán símbolos como el cuadro Guernica de Picasso, que recordará siempre el horror de la guerra: “¿Picasso? No lo conozco. [...] ¿Por qué me preguntas tanto del Guernica?” (Lee, 1965, pp. 70-71). [2] El joven coreano que desconocía tanto al insigne pintor como a la famosa pintura comenzará a interesarse por las tragedias que envuelven la vida de sus amigos. Las referencias al Guernica ya sea como hecho histórico o como cuadro de Picasso se mantendrán a lo largo del relato. A su vez, casi a la mitad de la novela, Prince Kim “lee a Sara, por primera vez, una de las cartas” de su hermano (Lee, 1965, p. 78), ejercicio que se repetirá siete veces (número simbólico) por interés de la propia Sara, mediante el cual las ideas y los consejos del hermano mayor repercutirán en esos jóvenes a través de la lectura.

             La novela pretende mezclar y fundir la conciencia y el deseo de venganza de los amigos del protagonista, los cuales ahorran para financiar un ataque terrorista contra Alemania, que fue la causante del bombardeo en Guernica y del asesinato del hermano de Hans. Pero también mezcla lo clásico con lo medieval, lo moderno con el futuro, la utopía con la realidad. Los defectos y problemas de la sociedad que están representados van desde la prostitución y la comparación con Sodoma y Gomorra hasta el mundo del arte y la política; son defectos ciertamente, pero en un ambiente donde el hombre posee y ejerce su libertad. De ahí, la configuración utópica de la ciudad Alejandría aunque basada en un marco realista.

             Por su parte, el hermano prisionero ve a la gente desde las rejas de la cárcel y le cuenta a su hermano en la cuarta carta, que Prince Kim le comparte a Sara:

A través de la ventana puedo ver la montaña. A veces se ven las personas de afuera al pie de la montaña. [...] Yo denomino a esas personas ‘la libertad’. No solamente son seres libres, sino que ellos mismos son la libertad. Por eso, si se ven tres personas, digo que ahí están tres libertades. Si se ven cinco, declaro que ahí se encuentran cinco libertades.” (Lee, 1965, p. 84).

Para Lee Byeong-Ju, la libertad es sinónimo del individuo y es la meta que espera alcanzar a través de su escritura, la cual sale desde su cautiverio en forma de cartas para fecundar el espíritu de su hermano que lo espera en Alejandría, mientras aprende a cuestionar su realidad a través de dichas cartas que tratan temas sobre ética, moral, justicia, ley, gobierno y, especialmente, del derecho a la libertad.

             La trama de la historia sigue y Hans descubre que Endret, el asesino de su hermano, vive escondido en Alejandría. Se provoca una pelea, el alemán cae y muere accidentalmente. Para ese momento, Hans ya no deseaba matarlo sino entregarlo a la justicia. En cambio, los detenidos son Sara y Hans acusados de asesinato. Durante el proceso, Hans y Sara se enamoran, pero no hay escenas románticas. Se destaca más la conjunción de almas que descubren otra cara de la justicia que, finalmente, los libera al encontrarlos inocentes. Sin embargo, el dictamen del juez ordena: “Hans Zeller y Sara Ángel deberán abandonar Alejandría en el plazo de un mes, a partir de esta sentencia” (Lee, 1965, p. 165). La orden los obliga a repensar su deseo de venganza. La justicia divina ha castigado al culpable y la justicia humana los ha declarado libres de culpa. Deciden, entonces, invertir sus ahorros en la compra de una pequeña isla que se llamará Alejandría, adonde se irán a vivir Hans y Sara. Alejandría será el lugar ideal para los recién casados, a la vez que en la otra Alejandría Prince Kim esperará a su hermano mayor que desea alcanzarlo cuando salga de la prisión.

             Las preguntas verdaderas no son solamente las formuladas por la ciencia, sino las preguntas que los hombres comunes todavía pueden hacerse, como decía Max Weber (1919, p. 207), las relativas “hacia el verdadero ser, hacia el arte verdadero, hacia la verdadera naturaleza, hacia el verdadero Dios, hacia la felicidad verdadera”. Muchos siglos antes, San Pablo había escrito a los corintios: “¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él mismo?” (1 Corintios, cap. 2, v. 11).

             Lee Byeong-Ju es un modelo de escritor humanista. Aprendió de los clásicos a representar caracteres en conflicto y abrió el camino en Corea hacia una nueva escritura donde los valores humanos, especialmente la justicia y la libertad, se constituyen como los pilares de una sociedad justa que puede conformar una conciencia histórica en los individuos, como garantía del humanismo universal. Alejandría es la metáfora del mundo posible, donde las víctimas pueden encontrar la justicia. En esta ciudad confluyeron ideas, filosofías, culturas y formas de vivir en la época clásica. Era un espacio de fusión propicio para la libertad. Por otra parte, la Guerra Civil Española es metáfora de la Guerra Civil Coreana que dividió ideológicamente a la nación.

             Sin embargo, entre los rasgos más originales de esta novela estarían, en primer término, el dialogismo que se establece en el texto mediante las voces de los hermanos, con un narrador que no domina la historia ni a los personajes. Y en segundo lugar, el concepto de justicia que se contrapone al de la venganza. El escritor y activista israelí David Grossman (Jerusalén, 1954) aprendió una lección tras la muerte de su hijo Uri, alcanzado por un misil de Hezbolá al sur del Líbano en 2006, cuando tenía 20 años y una prometedora carrera militar:

Sentí que debía vengarme de quienes habían propiciado que aquello ocurriera. Pero noté algo extraño, noté que en esa tesitura la habilidad para estar en contacto con mi hijo quedaba bloqueada. No era capaz de sentirlo. Y pensé que era un precio demasiado elevado que pagar. Nos convertimos en víctimas de la necesidad de vengarnos. (Marín, 2016).

Lee Byeong-Ju escribe en un momento de totalitarismo y cargaba en su memoria la experiencia de vivir y crecer bajo el régimen despótico del imperialismo japonés: “A totalitarian society, where individual dignity and freedom were ignored, in a word, was a period when justice was absent” (Kim, 2014, p. 94). En términos de la violencia de ese tiempo asimilada como propia experiencia y desde su visión de la historia, la justicia se impone en la sociedad representada en sus obras que rescata la dignidad individual y la libertad por encima de cualquier otro valor. De ahí que sus novelas critiquen los límites y las contradicciones del sistema judicial: “Lee Byeong-Ju searched for the power to realize this ideal society in the law” (Kim, 2014, p. 94).

             Alejandría es la primera novela coreana en hablar de España, su historia y su cultura, como metáforas de lo ocurrido en Corea durante la Guerra Civil y durante el periodo de la dictadura militar. Un homenaje que debemos reconocer para brindar el nuestro propio a este escritor que ha llegado a miles de lectores que han encontrado en su obra a un nuevo clásico y a un humanista comprometido con su realidad, con su arte y con su historia.
 
Referencias
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1 Agradezco al Byeong-Ju Lee Commemorative Committee por la invitación para participar en el “11th Byeong-Ju Lee Hadong International Literary Symposium” (30 septiembre-2 octubre, 2016). El avance presentado como ponencia se publica ahora en versión completa e inédita.
2 Paloma Esteban Leal, conservadora del museo donde se encuentra el cuadro desde 1992 bajo estrictas medidas de conservación y seguridad, explica: “En ‘Guernica’ no hay bombas, ni aviones, ni nada por el estilo porque no es una guerra u otra guerra, ni esta ni aquella; es la manera en que Picasso muestra su rechazo a cualquier tipo de violencia de la guerra” (Aparicio, 2011). En la novela Alejandría, se habla con frecuencia del enorme cuadro de 8 metros, depositado en el Museo Reina Sofía, así como del suceso histórico que lo motivó.

 

 
 
 
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