El espíritu de la nación en el poema “La suave patria” de López Velarde

The spirit of the nation in the poem "La suave patria" by Lopez Velarde

Luis Medina Gutiérrez
Universidad de Guadalajara
(MÉXICO)
luismeguz@yahoo.com.mx

Juan Manuel Sánchez Ocampo
Universidad de Guadalajara
(MÉXICO)
ocampojm2000@yahoo.com.mx

Francisco Javier Ponce Martínez
Universidad de Guadalajara
(MÉXICO)
javponce1@hotmail.com

Recibido: 29/03/2017
Revisado: 30/03/2017
Aprobado: 26/05/2017

 

RESUMEN

La suave patria, del poeta Ramón López Velarde, es uno de los poemas más representativos del periodo nacionalista mexicano de principios del Siglo XX. En este ensayo se hace un acercamiento crítico a varios aspectos del texto en los que se ve el espíritu de la nación y cómo se manifiesta éste. Se muestran aspectos culturales de la época en que se desarrolló; así mismo se expone La suave patria como un poema de enigmas y de claves amorosas, políticas y sociales. Estas claves se irán develando gracias a la ayuda de agudos lectores del texto como Juan José Arreola, Jorge Luis Borges y Agustín Yáñez.

Palabras clave: La suave patria. Ramón López Velarde. Nacionalismo mexicano. Espíritu nacionalista. 

ABSTRACT

La suave patria (Sweet land) by Ramón López Velarde, is one of the most representative poems during the Mexican nationalist period in the twentieth century. In this essay, there is a critical approach to different cultural aspects that reflect the spirit of the nation and how it manifests itself.  It shows cultural aspects of the time in which it developed and likewise is presented La suave patria as an enigmatic poem, with love, political and social codes. These codes can be deciphered thanks to Juan José Arreola, Jorge Luis Borges and Agustín Yáñez, who were sharp readers of the poem.                

Keywords: Sweet land. Ramón López Velarde. Mexican nationalism. Nationalist spirit.

 

Ya en el siglo XIX existía un impulso nacionalista por crear una gran obra representativa de nuestra tierra, con sus costumbres, colores, paisajes. Por lo que artistas y escritores de nuestro país se unieron en una sola mirada plástica y literaria en la búsqueda representativa de una identidad propia, el resultado: la publicación de Los mexicanos pintados por sí mismos, espléndida obra publicada entre 1854 y 1855, con grabados formidables de Hesiquio Iriarte y Andrés Campillo, que ilustran los textos de escritores como Hilarión Frías y Soto, Juan de Dios Arias, José María Rivera e Ignacio Ramírez “El Nigromante”. No hay que olvidar, sin embargo, el latente llamado por el glorioso pasado indígena. Se añoraba ese imperio desaparecido que debía emular a los imperios de Europa; se volteó el rostro hacia el pasado prehispánico, hacia el mundo indígena legendario, no se volcó la mirada al indígena decimonónico, desposeído y menospreciado por el nuevo criollo liberal o conservador.

             Desde el siglo XVIII Clavijero exclamaba orgulloso de ese pasado prehispánico que los criollos tomaban como propio en diálogo íntimo con sus raíces ibéricas en su lucha por la independencia. Muchos creían ver en ese pasado una una grandeza cultural que nos hacía diferentes y superiores al hostil vecino anglosajón del norte. José Vasconcelos prefería la fusión del pasado glorioso español con el pasado indígena, veía como esperanza de nación  una fortaleza mestiza -libre de la barbarie azteca y de la sangrienta colonización española-, para enfrentar la ambición norteamericana.

             México a fines del siglo XIX y principios del XX, era un país fragmentado: una mayoría campesina aislada y oprimida ante una minoría porfirista cuyo símbolo era la capital, la urbe cosmopolita afrancesada. Los poetas nacionales tomaban la pluma para configurar ese México de provincia y ese México moderno de la capital. El paisaje, la geografía fue el inmenso cuadro viviente en el pincel de José María Velasco y el Doctor Atl. Los poetas románticos encarnaron el paisaje mexicano, lo idealizaron, lo antepusieron a la barbarie suntuosa de la urbe. Una ciudad frívola, de bailes y lujosos salones, de espíritu afrancesado, pecaminosa, polis encarnada en los versos modernistas de Gutiérrez Nájera, poesía enfrentada al idilio pastoril y tropical de Manuel José Othón. La patria conservadora, moderna y urbana enfrentada a la patria bucólica.

             Sólo un poeta pudo unir en un solo poema estas patrias confrontadas: Ramón López Velarde. Nacido en la provincia, en Jerez, Zacatecas, empezó a escribir cuando ingresó en el seminario escolar, estudió derecho y se desempeñó como juez en San Luis Potosí. El vendaval político de la revolución mexicana hizo que se trasladara a la ciudad de México, en donde trabajó al lado del secretario del gobierno carrancista hasta 1920, cuando Carranza fue muerto en Tlaxacalantongo. Al decepcionarse de la política, se alejó del trabajo en el gobierno y en medio de un país convulso escribió el famoso poema: La suave Patria y en 1921, el mismo año en que apareció el poema nacional por excelencia, muere el poeta zacatecano. El poema fue publicado por la Secretaría de Educación Pública cuando su titular era José Vasconcelos, cuentan que el entonces presidente Álvaro Obregón lo aprendió de memoria.

             La suave patria está dividida en un proemio, un intermedio y dos actos. Poema escrito en verso endecasílabo con rima sencilla; verso que para aquel tiempo, de fuertes asonadas de vanguardia, Gullaume Apollinaire llamó “verso dantesco luciente y cadavérico” (Apollinaire, 1984, p. 216); López Velarde estaba muy lejos de esas barricadas, a las que sólo saltaron en aquel tiempo con inusitado fusil de palabras en la mano, José Juan Tablada y los aventurados estridentistas. Sin embargo, en el fondo del poema hay innovación, hay novedad intensa. El poeta de la sensualidad erótica provinciana cohesiona polos de tradiciones opuestas mexicanas: la patria de la “honda música de selva” (López, 1983, p. 264) y de “relámpago verde de los loros” (1983, p. 265) con la patria “ojerosa y pintada” (1983, p. 265) de la Capital. Y sobre ambas está una tercera, la deseada, la desnuda, la indefensa ante los ojos lascivos de los intereses extranjeros: “El Niño Dios te escrituró un establo / y los veneros de petróleo el diablo” (1983, p.265); la patria que ha heredado una belleza maldita que nos remite a una cuarta, la de nuestro pasado, la de nuestros orígenes prehispánicos en una elegía digna de llorarse, la caída de nuestro gran guerreo sin mácula: Cuauhtémoc. “Joven abuelo: escúchame loarte, / único héroe a la altura del arte” (1983, p. 267). Este héroe es estatua, es historia, e irónicamente es olvido, sólo es una moneda de cambio: “No como a César el rubor patricio / te cubre el rostro en medio del suplicio: / tu cabeza desnuda se nos queda, / hemisféricamente, de moneda” (1983, p. 268). Del gran joven abuelo sólo ha quedado la triste estampa, utilizada al gusto de los políticos en turno.

             Al igual que otros poemas de corte romántico o neoclásico donde se personifica a la patria como diosa, La suave patria es la figura maternal de tez suave, o la muchachita de pueblo asomándose por la ventana, cuyas carnes escondidas no se pueden mirar: “[…] te amo no cual mito, / sino por tu verdad de pan bendito, / como a niña que asoma por la reja / con la blusa corrida hasta la oreja / y la falda bajada hasta el huesito” (1983, p. 268).

             Ironía y ternura velan el fondo del poema, suntuosidad y deseo también:

Si me ahogo en tus julios, a mí baja 
desde el vergel de tu peinado  denso 
frescura de reboso y de tinaja, 
y si tirito, dejas que me arrope 
en tu  respiración azul de incienso 
y en tus carnosos labios de rompope
(1983, pp. 269-270)

La pródiga tierra, con su verano ardiente y sus frescas lluvias son una comparación con el cuerpo exuberante femenino que, López Velarde pinta en el sutil aroma del erotismo de provincia.

             La suave patria es un poema de enigmas y de claves amorosas, claves políticas y sociales. Un poema mural que despliega la grandeza del cielo y del territorio mexicano: “¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena / de deleites frenéticos nos llena! / Trueno de nuestras nubes, que nos baña de locura, enloquece a la montaña” (1983, p. 267). Un gajo de epopeya que como bien dice en el proemio, canta las hazañas gloriosas inolvidables de un guerrero dormido o de una amazona que cabalga “sobre un garañón y con matraca”. López Velarde arropa con amor a la tierra provinciana y a la ciudad vejada por los catrines porfiristas y por los revolucionarios, le devuelve sus notas de ingenuidad, de inocencia pueblerina con olor a panadería.
                                                                                                         
Tres lectores de La suave patria

Debe existir un nombre para el síndrome del lector, nativo de un lugar orgulloso de ser la cuna de algún autor literario muy reconocido y, sin embargo, que este lector nativo no lea a la mayor gloria de su región por una especie resistencia a lo reiterativo; el síndrome se empezó a desarrollar cuando desde niño escucha hablar tanto y a tantos del tal autor que finalmente creció leyendo a otros sin conocer directamente al de su tierra. No necesariamente los lectores más agudos de una determinada obra provienen del lugar de donde son los escritores.

             José Emilio Pacheco y Octavio Paz, grandes conocedores y comentadores de la obra de Ramón López Velarde, han dado luz a varios de los versos oscuros que componen La suave patria, a ellos se agrega un comentador más, lector ávido de bellezas verbales, Juan José Arreola. En su libro Ramón López Velarde, el poeta revolucionario, dedica varias páginas a glosar este poema. Antes de ello nos cuenta cómo fue su primer encuentro con el texto y por tanto el inicio de una perpetua admiración por el poeta:

Fue allá en Zapotlán y en 1930, creo que por el mes de junio cuando la milpa está ansinita de grande: “Mañana vas a recitar este poema, apréndetelo ahora mismo de memoria”. Así me dijo mi padre al darme un viejo ejemplar de Revista de Revistas: a doble página vi La suave patria publicada por primera vez para el gran público, ya que antes sólo apareció en El Maestro, revista idónea, creada por Vasconcelos cuando fue ministro de educación. (Arreola, 1997, p. 128)

El testimonio nos informa cómo fue que el poema se volvió conocido tan rápido en muchos lugares alejados de la capital y luego Arreola, en su estilo sutil de crítico, envuelve en el velo de la anécdota una característica de este poema, la complejidad que los lectores más diversos han confirmado con el paso de los años; Juanito el recitador  pregunta a su padre: “-¿Pero cómo voy a decir esos versos? -Cómo si los hubieras escrito tú mismo. -Pero si hay muchas cosas que no entiendo… -Ni yo tampoco. Ni creo que López Velarde…” (Arreola, 1997, p. 128).

             En esta viñeta se nos dice otra gran verdad, los poemas más grandes no necesariamente se entienden estrofa por estrofa y, en el caso de los poemas patrióticos, diremos que nuestro Himno nacional ya nos tenía acostumbrados a ello, sin que eso fuera obstáculo para cantarlo todas las mañanas de clases en cada escuela primaria del país. No sólo en esta ocasión Arreola dice no entender todo el poema, lo reitera en otras partes de su libro dedicado al jerezano: “Esa lección de amor que todavía repito sin entender […] este poema que ahora trato de leer con ustedes, de todo corazón. Para ver si llego a entenderlo” (1997, p. 129).

             Sin embargo, nos da una lección de hermenéutica ante uno de los pasajes más oscuros del poema, nos referimos a la parte del Intermedio, donde, en las loas a Cuauhtémoc, dice lo siguiente: “Anacrónicamente, absurdamente, / a tu nopal inclínase el rosal; / al idioma del blanco tú lo imantas […]”

             Así interpreta Arreola los versos anotados:

El rosal que florece todas las rosas de Occidente, ya sean caballerescas, místicas, y amorosas o frívolas y ardientes, a partir de aquel “ayer naciste y morirás mañana”, debe callar sus retóricas floridas ante el cacto, el erizado  y mexicano nopal que nos dio la flor instantánea de Cuauhtémoc duradera como una piedra de rayo, como una rosa oscura labrada en el pedernal de la obsidiana, esa mirada de transparente oscuridad (1997, p. 132).

Como es fácil observar, aunque Arreola se permite algunos vuelos líricos que lo alejan del meollo, [1] siempre tiene en la mira al texto y ayuda a afinar la mirada de otros lectores.

             El siguiente receptor de La suave patria que comentaremos es citado por el mismo Arreola, se trata de Borges, el cual conoció temprano a Velarde y su gusto fue tal que lo incluyó en una antología de poesía que le encargó un editor de Buenos Aires, además, dejó constancias de que se lo sabía de memoria y gustó a lo largo de su vida repetir algunas estrofas. Arreola, también de memoria, repite la conversación que al respecto sostuvieron el autor argentino y él, comenta y pregunta Borges:

sobre un garañón y con matraca, y entre los tiros de la policía… es maravilloso jugarse la vida por un mujer, porque da la casualidad de que esa mujer es la patria, como un mujer de cuerpo entero… Pero dígame usted eso de la chía… eso de que la patria es vendedora (1997, p. 138).

Arreola le explica qué es la chía y cómo es que se prepara con ella un agua fresca que se vende en México. El contexto de la conversación es el siguiente: Borges fue invitado a nuestro país a una serie de eventos culturales y se convocó a varios escritores para acompañarlo, esto podría sugerir que el argentino, en un acto de amabilidad, elogió un poema muy nuestro por cortesía a sus anfitriones, por ello y porque con los juicios de obras y autores emitidos por Borges debemos andarnos con cuidado, es recomendable cotejar éstos con lo que Bioy Casares anotó en su libro, titulado precisamente Borges. En estas memorias, Borges matiza y a veces hasta contradice mucho de lo que enuncia en público, [2] revisamos lo concerniente a nuestro tema y vemos que el juicio positivo hacia el poeta de Jerez no difiere, y la minuciosidad de Casares nos permite conocer un poco más de cómo fue en Argentina la recepción de nuestro poeta:

El momento en que conocí “La suave patria” fue uno de los de mayor exultación de mi vida. Estábamos en mi casa, en avenida de Quintana, y vos recitaste las estrofas de “paraíso de compotas” y de “quiero raptarte en la cuaresma opaca” (Casares, 2006, p. 406),

le recuerda al mismo Borges.

             Pocos poemas que exalten la patria tienen el éxito del poema escrito por Velarde, fiel al estilo que desarrolló en sus últimos libros, llenó sus versos de imágenes no asibles a la primera lectura.

El tercer receptor de La suave patria que comentaremos es Agustín Yáñez. En este caso, sabemos que el Autor de Al filo del agua estaba empapado de los poemas de Velarde, del estro de Velarde, el maestro Alfonso Rangel Guerra, lector cuidadoso de la obra del escritor jalisciense, recuerda unas palabras que utiliza Yáñez para hablar de Gabriel, su personaje predilecto: [3]aspiraba a expresar con la música la esencial peculiaridad exhalada por la poesía de Ramón López Velarde, con quien sentía el parentesco en cuyas diversas ramas la misma savia reventaba en símbolos idénticos de liturgia y concupiscencia, lugareños y universales” (1998, p. 85). Líneas adelante agrega Rangel lo siguiente: “Estos parentescos y afinidades entre Ramón López Velarde y Agustín Yáñez son patentes” (1998, p. 85). El culto de este último por López Velarde se reitera en Ojerosa y pintada, novela donde, a partir de dos versos de La suave patria, que utiliza como epígrafe, el novelista realiza una eclosión verbal que genera esta obra llena de novedades técnicas. Los versos en cuestión son los que dicen: “Sobre tu capital cada hora vuela/-ojerosa y pintada- en carretela”. En estos dos endecasílabos encontramos el plan narrativo de la novela: el tiempo veloz de la ciudad, comparado con el lento de la provincia, se materializa sobre un vehículo, ya no la cómplice carretela que usaban para sus encuentros clandestinos las cortesanas y Emma Bovary, no, ya en la mitad del siglo XX no puede ser un automóvil de uso público sino un taxi, y cada hora da muestra la ciudad de que nunca duerme mientras ejerce su oficio, para lo cual requiere ir pintada. Un acierto notable de la novela fue describir con delicadeza a las mujeres que tienen por oficio vender su cuerpo, tema reiterado de la poesía de Velarde. Por ello, en la novela de Yáñez, estas mujeres aparecen en sus diferentes modalidades de llevar a cabo su trabajo. Es de notar el retrato que Yáñez nos hace de una de ellas. En la madrugada, el taxista ve a una mujer saliendo de un hotelucho, ella se disculpa con el ruletero, le cuenta a grandes rasgos que se prostituye porque le está dando estudios a un hijo que mantiene ella sola y que, para completar el gasto, en el día vende fruta (Yáñez, 2000, pp. 394-395). Todo esto cabe en el poema de Ramón López Velarde.

************

Mientras la historia patria nos haga testigos de cómo sus suavidades se convierten en rugosidades, proceso que detenta La suave patria, este poema será motivo de relecturas y sus imágenes de reinterpretaciones. Viva, agonizante o muerta la gallina de los huevos de oro, fluyentes o secos los veneros de petróleo que contiene siempre aceptaremos que nos los heredó el diablo y que son guía del destino de la nación.

Los lectores de Velarde, Yáñez y Arreola, hermanados con el autor, nos dan muestra de cómo la buena literatura genera nueva literatura. A Arreola le motivó un libro dentro de su escasa bibliografía.

El mismo Rangel Guerra, con una brevedad contundente, remarca las afinidades entre Velarde y Yáñez: “en su libro Los sentidos del aire, la página inicial lleva la dedicatoria: ‘A Ramón López Velarde: afín’” (Rangel, 1998, p. 85).

El caso más alejado, geográficamente, Borges, supo ver parte de los intersticios de un poema lleno de vetas nutricias, identificó en él la fortaleza técnica de un poeta telúrico que pulió con su sinceridad los posibles riscos de un poema escrito por encargo.
 
Referencias
Apollinaire, G. (1984). Poesía de Apollinaire, México: Joaquín Mortiz.
Arreola, J. J. (1997). Ramón López Velarde: el poeta, el revolucionario. México: Alfaguara.
Casares, B. (2006). Borges. Buenos Aires, Argentina: Destino.
Carballo, E. (1986). Protagonistas de la literatura mexicana. México: SEP y Ediciones el Ermitaño.
López Velarde, R. (1983). Poesías completas y El minutero. México: Porrúa.
Los mexicanos pintados por sí mismos. Tipos y costumbres nacionales. (2011). México: Miguel Ángel Porrúa.
Paz, O. (2001). El camino de la pasión: López Velarde. México: Seix Barral.
Preciado Zacarías, V. (2014). Apuntes de Arreola en Zapotlán. Municipio de Zapotlán el Grande, Jalisco, México. MZG.
Rangel Guerra, A. (1998). Prólogo. En Yáñez, A., Obras Uno, Narrativa 1. Las edades y los afectos 1. Flor de juegos antiguos. Archipiélago de mujeres (pp. 5-111). México: El Colegio Nacional.
Yáñez, A. (1988). Obras Uno, Narrativa 1. Las edades y los afectos 1. Flor de juegos antiguos. Archipiélago de mujeres. México: El Colegio Nacional.
Yáñez, A. (2000). Obras Cuatro. Narrativa 1. El país y la gente 2. Al filo del agua. Ojerosa y pintada. México: El Colegio Nacional

__________________________

1 El libro de Arreola, fuente de este artículo, le causó muchos dolores de cabeza, a Vicente Preciado Zacarías le confesó lo siguiente: Todo empezó cuando me llamó por teléfono el licenciado José Antonio Conde, funcionario de Bancentro en San Luis Potosí. Me pidieron que escribiera un libro, un estudio sobre López Velarde para el centenario de su nacimiento. No entiende esta gente que ya no puedo, ni debo escribir… (Preciado, 214, p. 332).
2 El libro Borges y México matizaría muchos de sus artículos que lo conforman si se escribieran hoy que conocemos los juicios destilados por Borges en la intimidad de la confidencia amistosa con Bioy Casares, especialmente aquellos artículos que se refieren a la constancia en la admiración que, públicamente, declaró el argentino por Alfonso Reyes.
3 Aparece en Al filo del agua, fugazmente en Ojerosa y pintada, para luego ser personaje principal en La creación. Todo esto lo hace notar Rangel (1998).

 

 
 
 
® UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades
Av. de los Maestros Pta. N° 3, esquina, Mariano Bárcena.
Col. La Normal, Guadalajara, Jal., México.
3819-3388 y 3819-3377
sincronia@csh.udg.mx
Criterio para publicaciones
Cintillo legal
Consejo editorial
Directorio
Números anteriores
Contacto
Convocatorias y avisos
Objetivos de la revista

Comité de Dictaminación

Proceso editorial

Código de ética y prácticas editoriales

Sitio elaborado por:

 

Universidad de Guadalajara. Derechos reservados ©1997 - 2012. ® El escudo de la Universidad de Guadalajara es una marca registrada.
Revista Sincronía. Todos los derechos reservados © 2017
Departamento de Filosofía y Departamento de Letras