¿Qué se espera de la filosofía de universidad? What’s Expected From University Philosophy? Mauricio Ávila Barba Sara Elena Núñez Rodríguez Recibido: 16/01/2017
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La cerrazón casi total al mundo extrauniversitario, que se afirma con frecuencia como un rechazo electivo de los compromisos mundanos, sin duda es una manera de asumir una exclusión que se siente de modo cada vez más cruel a medida que aumenta el peso del periodismo en la vida intelectual. Más allá del testimonio de quienes poseen poder periodístico (cf. la declaración de Mona Ozouf en C. Sales, "L’intelligentsia, visite aux artisans de la culture", Le Monde de l'éducation, febrero de 1976, p. 8), se pueden invocar confesiones como la de ese profesor de Filosofía de París, después de haber declarado que había que “mantener una gran distancia entre el periodismo y la investigación filosófica”, deploraba no haber conseguido nunca, a pesar de todos sus esfuerzos, que se le publicase un artículo en Le Monde. (Bourdieu, 1984, p. 112) |
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I ¿En qué consiste este recelo? Como si fuera un error superado, muchos recordamos que en el artículo La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje, Rudolf Carnap (1993, pp. 66-87) se dio a la tarea de mostrar que los problemas de la metafísica se sustentaban en proposiciones y en conceptos bajo un análisis lógico riguroso, evidenciando que no tenían sentido. Carnap se preguntaba qué podían significar expresiones como “la nada, nadea” o “buscamos la nada”. Así, como un positivista lógico que se torna desconfiado cuando le asestan una retahíla de proposiciones y de conceptos, cuyo contenido es oscuro y cuya verdad no es falsable [2]; también nosotros somos desconfiados cuando en el marco de la filosofía en las universidades, se define a ésta por una serie de cualidades que se presuponen históricamente la han caracterizado, por ejemplo: ser una “actividad crítica y reflexiva”[3], consistir en el “amor a la sabiduría” o ser “la Madre de todas la ciencias” [4], ser la proveedora de los porqués de las cosas, de la existencia, etc. Consideramos que todas estas determinaciones de la filosofía, nada deleznables, omiten condiciones que actualmente constriñen a la filosofía de universidad; las cuales planteamos en el siguiente parágrafo. II Parecería que no tomamos en serio --por ser sólo un comentario inapropiado de un personaje que no entiende la situación-- la declaración hecha por el secretario del trabajo Francisco Xavier Salazar Sáenz, en el año 2004, en la cual él planteaba aspectos “deseables” para una agenda educativa nacional y señalaba que:
Esta “prioridad” nacional, recordemos, de alguna forma encontró cabida en el acuerdo número 444, impulsado por la exsecretaria de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Josefina Eugenia Vázquez Mota, en el que la filosofía desaparecía del marco curricular común del Sistema Nacional de Bachillerato. (Diario oficial de la Federación, 2008, p. 5) Afrenta a la filosofía que motivó uno de los esfuerzos más valiosos por pensarla en un marco institucional, social y político; labor que fue realizada por Gabriel Vargas Lozano y los integrantes del Observatorio filosófico, quienes insistieron en defender la pertinencia educativa y social de la filosofía, ante las autoridades educativas de la República Mexicana que pudieran ver en ésta una mala inversión del erario público. Así, dadas las circunstancias que actualmente atraviesan las universidades públicas (basta con echar una mirada a las reformas del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología [CONACYT] y a la asignación del presupuesto federal a la educación), el objetivo de este trabajo consiste en mostrar la pertinencia de repensar a la filosofía bajo un tamiz sociológico, el cual nos permita --al menos a todos aquellos que consideramos a la filosofía como indispensable en cualquier sociedad y que, además, vivimos de ella-- entender algunas implicaciones que conlleva que ésta en la actualidad sea un programa educativo condicionado, como cualquier otro, a su pertenencia social y laboral, a los índices de ingreso, egreso y titulación, entre otros aspectos. Afirmamos, entonces, que no sólo es necesario, al menos una vez en la vida, someter todas nuestras creencias a la duda hiperbólica; además, es indispensable pensar la filosofía en sus circunstancias concretas. [5] Para lograr nuestro objetivo, dividimos el trabajo en parágrafos. En los parágrafos III y IV, cuestionamos la idea de “filosofía de universidad” y destacamos la exigencia de re-definirla tomando en cuenta las circunstancias concretas que actualmente la definen. En los parágrafos V, VI y VII, exploramos algunas condiciones relevantes que consideramos definen actualmente a la filosofía: 1. ser un programa educativo que está sujeto a lineamientos de pertinencia social, laboral, entre otros, del cual se espera que contribuya en el mejoramiento de la sociedad; y 2. ser una actividad con un sesgo disciplinario, aunque con una incursión importante en el ámbito interdisciplinario y con la posibilidad de transitar a otro transdisciplinario. Finalmente, en el parágrafo VIII exponemos nuestras conclusiones. En términos de la epistemología tradicional de la ciencia, podría decirse que el contexto de surgimiento del discurso filosófico de Demócrito, Heidegger o Deleuze se revela como anécdota frente al contexto de justificación de las producciones teóricas de estos grandes autores. De este modo, se construye una filosofía eterna que permite la convivencia esencial de los grandes pensadores más allá de la distancia social e histórica entre los mismos. (Moreno, 2005, p.18) III Allende de esta exposición escueta que ahora hacemos sobre el parricidio originario, consideramos que en este pasaje Freud nos advierte una paradoja: con el parricidio, los hombres ganan su libertad política que les otorgará los privilegios del Patriarca y, por el contrario, como señaló María Teresa Orvañanos (2005, pp. 191 y 192), la deuda culpable de esa muerte une al hombre de por vida a la ley (la introyección de la autoridad parental, operación que Freud ubica como formadora del núcleo del superyó, el “Über Ich” freudiano cumple una función normativa). IV Siguiendo con esta analogía, a la filosofía -como la ley que se introyecta- se le asignó la tarea de decir los “porqués” de las cosas. Así, por ejemplo, la ley pretendía sentenciar los saberes en sus fundamentos últimos: recurramos a la filosofía, ella nos dirá el porqué de las cosas; ésta es una frase común entre los funcionarios de educación que, en su perplejidad, no saben en qué lugar poner esa “cosa” tan “misteriosa” y poco rentable -aquella no es tan productiva como una ingeniería, ésta sí elabora saberes y artefactos útiles para la vida-. Desafortunadamente, pronto esta tarea -decir los “porqués” de las cosas, empresa que ponía a la filosofía como un sujeto supuesto del saber que sentenciaba lo que sí y lo que no- se revelaría muy problemática y, quizá, ficticia. Por ejemplo, en su libro ¿Qué es la filosofía?, G. Deleuze y F. Guattari (1997, p. 12) advirtieron que:
Así, en este caso, fracasó la dichosa introyección de la ley o, quizá, ella duró muy poco. Podría ser que la filosofía sucumbió ante la tendencia o ante “la moda” de matar todo: se murió el hombre, se murió Dios y, por qué no, se murió la filosofía; quizá, esto se debió a que ésta no encontró cabida en muchos espacios académicos que se negaron a ser juzgados por ese juez orgulloso; o, seguramente, otro factor pudo haber sido que, en este mundo dominado por la técnica y la eficacia,la filosofía no se veía como un proyecto rentable. Como haya sido, a la filosofía hay que buscarle otras tareas, otras formas de trascender, quizá otros espacios o, al menos, afianzarla en los que ya existe. [9] Además, ya que es problemático mantener una imagen de la filosofía como la ley que sentencia los saberes (sin demeritar las disciplinas tradicionales que la han constituido: la ontología, la epistemología, entre otras), creemos que es necesario re-plantearla o re-definirla a través de vías alternas. De esta forma, consideramos que sociologizar a la filosofía nos permite entenderla en sus rasgos como programa educativo y en sus prácticas; asunto que planteamos en las siguientes secciones, correspondientes a los parágrafos V, VI y VII. |
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Ser filósofo es dominar lo necesario de la historia de la filosofía como para saber conducirse como filósofo dentro del campo filosófico. (Bourdieu, 1990, p. 113) ¿Qué es la ciencia? lo que hacen los científicos. |
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V
Siguiendo esta línea de investigación, se podría pensar a la filosofía desde la perspectiva de las comunidades y de las prácticas filosóficas histórico-concretas. Pensar a la filosofía de esta manera, no es un trabajo de poca monta, ni de ello se deriva una afirmación que manifieste su inutilidad. Ningún filósofo -sobre todo aquellos que, guardando toda diferencia, tienen una perspectiva social-historicista de la ciencia- ha propuesto que como la ciencia tiene implicaciones sociales, políticas, entre otros aspectos, ello supone un demérito de su potencial explicativo y restrictivo [10]. Al contrario, pensar la ciencia en sus prácticas, ha refrescado y ampliado los temas y las perspectivas sobre ésta. Desde hace varios años podemos encontrar estudios sobre la difusión y la percepción pública de la ciencia, el multiculturalismo y el pluralismo, las sociedades del conocimiento, entre otros tópicos. Lo anterior también ha impactado en las líneas de generación y de aplicación del conocimiento y en planes educativos. [11] Así, pensar la filosofía en sus condiciones y prácticas concretas, de manera similar como se ha hecho con la ciencia, no conlleva un demérito de ésta. En nuestra propuesta señalamos que para redefinir -reubicar- a la filosofía de universidad, es necesario tomar en cuenta, al menos, dos aspectos: 1. Su definición como programa educativo, lo cual la condiciona a cumplir, como cualquier otro programa, con los criterios de pertinencia (llámese social, laboral, etc.), y a intervenir en el mejoramiento de la sociedad (aspecto que es una de las razones de ser de las universidades); y 2. Considerar sus prácticas, no sólo en un marco disciplinario, sino en un interdisciplinario y, en la medida de lo posible, en uno transdisciplinario. VI Aclaramos que no estamos diciendo que la filosofía se reduzca a ser un programa educativo, ni mucho menos que ella desaparecería al cerrar su programa educativo; seguramente, si se cerraran todos los programas que la incluyen, las personas seguirían realizando muchas actividades que consideramos de índole filosófica. Pero nos interesa recalcar que queremos hablar de lo que se hace y de lo que se espera en estos espacios -en los universitarios-, no de la filosofía en abstracto. Así, la filosofía -o, si se quiere, las filosofías-, al menos de las que se habla en los espacios académicos de las universidades públicas, tiene condiciones concretas. Por ejemplo, ella debe responder a criterios de pertinencia social y laboral, lo cual implica:
Cada uno de estos puntos plantea un reto a la filosofía. Así, por ejemplo, podemos seguir creyendo que la filosofía es pertinente socialmente per se y argumentar de manera magistral que las universidades no tienen obligación alguna de prometer un empleo a los egresados de un programa educativo, que es el Estado -en todo caso- quien debe procurar esto. Con lo segundo, estamos totalmente de acuerdo; con lo primero no tanto, pues pese a nuestros eficaces argumentos, la pertinencia de los programas educativos en filosofía es y, en tanto cada vez sea más difícil justificar el gasto del presupuesto federal, seguirá siendo evaluada como se hace con toda licenciatura o posgrado subsidiado: por su pertinencia social, por su tasa de ingreso, de egreso y de titulación, incluso por la inserción laboral de los egresados, entre otros aspectos. Lo anterior nos conduce a una paradoja muy importante. Como lo señaló Jacques Rancière (2012) en su conferencia ¿De qué se trata la emancipación intelectual?, los programas educativos no deben pensarse ni acomodarse a la estructura del mercado, haciendo empatar los perfiles de los programas y de los egresados a las demandas laborales, pues éstas están sujetas más por la especulación financiera que por los avances de la ciencia. Empatar sin más la adquisición de conocimiento y las oportunidades de empleo, implica, por un lado, concebir a las universidades como una empresa que obedece a las reglas del manager y, por otro lado, a los grupos de investigación a la manera de compañías que deben vender servicios. Empero, como también lo señala Rancière (2012), las instituciones para asegurar sus recursos, deben reforzar la mentira oficial y fingir que hacen lo que se supone deberían de hacer. Aunque las universidades no tienen porque convertirse en agencias de colocación, como los señala Rancière, en la actualidad es inevitable el hacernos cargo de la exigencia laboral que se les impone a los programas educativos universitarios. La filosofía es un programa donde muchos jóvenes emprenden y encuentran un proyecto de vida. Generalmente, ellos ingresan con una genuina vocación; eligen estudiar filosofía a pesar de que sus padres siempre les pintan una visión sombría de la disciplina. Que no seamos ciudadanos que tenemos todas las condiciones materiales resueltas y así poder discutir en el Ágora -sin ninguna preocupación- las minucias del ser, plantea grandes problemas para la disciplina; pues, insistimos, los aspirantes no sólo desean aprender filosofía, les preocupa su porvenir laboral y material. Lo anterior, aunque sea una verdad de Perogrullo, nos permite advertir prácticas no muyclaras al interior de los programas educativos; prácticas paradójicas, como la que señalamos con Rànciere. Por ejemplo, desde nuestra perspectiva, habría que destacar que en muchos programas y facultades de filosofía estamos jugando, al menos, un doble juego: por un lado, nos sustraemos de toda exigencia institucional -laboral- para pensar a la filosofía y sus problemas en el más genuino sentido; y, por otro lado, jugamos a la pertinencia social. ¿A qué nos referimos? Damos un ejemplo relevante. Si revisamos el perfil de egreso y el mapa curricular de los programas en filosofía vigentes en las universidades públicas y privadas de la República Mexicana, registrados en la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES,) de México (2015), en la sección de Instituciones de educación superior, nos podemos dar cuenta que en muchas de ellos hay una tensión entre los dos aspectos mencionados (el perfil de egreso y el mapa curricular). Los mapas curriculares son disciplinares, esto es, ellos tienen como columna vertebral los conocimientos básicos de la disciplina: historia de la filosofía, la ontología, la epistemología, etcétera; por el contrario, los perfiles son profesionalizantes: se señala que los egresados podrán trabajar como asesores políticos, como editores, como asistentes en recursos humanos, entre otras labores. Sin embargo, uno nunca termina de entender cómo por aprender la política de Aristóteles, eso deriva en una habilitación como asesor político; o cómo por escribir ensayos, eso deriva en una habilitación como editor. No sabemos si esto sea una ingenuidad o si en realidad hay una conexión entre aprender la política de Aristóteles y la habilitación como asesor político. Así, nos parece que en muchos programas educativos no se quiere hacer frente a esta realidad, pues plantea un quiebre en la noción y en la práctica ideal de la filosofía: asumir que tenemos que ofertarnos en un mar de profesiones, y que eso -pese a los amantes de la filosofía perenne- es la realidad concreta de los programas de filosofía; asunto que no es de poca monta, pues si un programa no tiene ingreso ni egreso, o si no hay un campo laboral para sus egresados, simplemente, podría cerrase. [12] Sumada a la exigencia de pertinencia laboral, debemos insistir en que la filosofía, como programa educativo, está signada por los compromisos que marca la educación en México, descritos por la Secretaría de Educación Pública, y/o por los lineamientos señalados en la misión y en la visión de cada universidad. No se trata de sujetar a la filosofía en asuntos que la constriñan o que la dirijan necesariamente hacia una tarea y perspectiva específica; pero sí debemos reconocer las exigencias y hasta las obligaciones que tiene la o las filosofías de la universidad. Por dar un ejemplo, habría que señalar que la sociedad le apuesta a la educación y participa en ello, al menos, con sus impuestos; y esto lo hace no sólo para que nosotros nos regodeemos en lo que Kant llamaba el “uso público de la razón”: en el pensar libre sobre todo aquello que sea posible. Algún compromiso hay, también, alguna exigencia; incluso, se espera una suerte de repercusión social de los egresados de las diferentes licenciaturas de las universidades (esto se reafirma siempre en la toma de protesta). En este sentido, se debe seguir insistiendo con Gabriel Vargas Lozano (2010, p. 57) que:
Sin embargo, como señala Robert Frodeman (2014, p. 87), no se está discutiendo ni proponiendo que:
Cualquiera o todos estos desarrollos serían bienvenidos, [nuestros puntos de] vista opera a un nivel diferente: los filósofos deben convertirse en participantes activos en lugar de sólo comentaristas o manifestantes de los debates políticos en curso. Esto significa trabajar al lado y en el proyecto con científicos, ingenieros, responsables políticos y agencias públicas. Los filósofos, y los humanistas en general, necesitan salir del estudio e introducirse en el campo (field). Desde la perspectiva de Robert Frodeman (2014, p. 6) “nunca, como ahora, ha sido tan necesaria la filosofía -y las humanidades- y, sin embargo, ella nunca ha estado tan lejos de la sociedad como en este momento”. Los avances en la ciencia y en la tecnología, el enfrentamiento entre civilizaciones -expresión de Samuel Huntington-, los nuevos nacionalismos y la migración, los problemas ecológicos, la desigualdad, pobreza, entre otros asuntos, exhortan al filósofo burócrata -expresión de Frodeman- a transitar de su espacio de confort hacía la mutación en un filósofo de campo (field); conversión que se presupone indispensable para re-posicionar al filósofo en la sociedad. En concreto, con el reconocimiento de que la filosofía actualmente es un programa educativo y la afirmación de los compromisos que tienen las universidades con la sociedad, se podría repensar a la filosofía en un marco en el que no sólo se avalen las tareas tradicionales que ella a tenido, además que nos permita pensar y asumir las obligaciones que están inscritas en la misión y en la visión de la Secretaría de Educación Publica, las cuales no sólo implican la formación de “los ciudadanos en los valores de la libertad, la justicia, el diálogo y la democracia” (SEP, 2016), sobre todo, subrayan la obligación de proporcionar a los ciudadanos “herramientas suficientes para que puedan integrarse con éxito a la vida productiva”.(SEP, 2016) [13] VII Así, siguiendo con el horizonte interpretativo que nos ha dado la filosofía de la ciencia de impronta kuhniana, queremos destacar que en toda filosofía -institucionalizada- hay una agenda de trabajo que se desprende del (o de los) paradigmas aceptados por la comunidad (además, en ésta se puede incluir a los paradigmas adversos a los ya aceptados), pues como lo señaló Javier Echeverría (2002), citado por León Olivé (2013, p. 141) en su artículo La Estructura de las Revoluciones Científicas: cincuenta año:
Asumiendo el parangón que se hace de la filosofía con la ciencia, desde los presupuestos antes mencionados, se puede decir que la filosofía y los filósofos tienen agendas de trabajo que conviven -y se disputan- en los espacios académicos, llámese aulas, congresos, revistas, etc.; empero, también, se pueden valorar muchas acciones que se consideran deseables en los estudiantes y en los profesores: ser crítico, escribir y leer bien, pretender ser investigador, comprometido con la sociedad, etc. [16] Sugerimos, con Frodeman (2014, p. 4), que podríamos extender estas prácticas de la filosofía hacía un ámbito no-disciplinar (históricamente, lo disciplinar ha funcionado como “mercados internos y cárteles intelectuales”; condiciones que, según Frodeman [2014, pp. 6 y 7], quizá hagan a la filosofía cada vez más inadecuada para abordar otros asuntos académicos --interdisciplinarios o transdisciplinarios-- y los que aquejen a la sociedad). Con ello, señalamos que podríamos incorporar a la filosofía en las nuevas formas de producción del conocimiento, trasladándose por momentos de su ámbito disciplinar a uno transdisciplinar (los filósofos podrían incorporarse a grupos de trabajo dedicados al análisis y, de ser posible, a la resolución de problemas específicos), o, quizá, a uno interdisciplinar (desplazamiento que está más documentado). En el primer caso, por ejemplo, los problemas ambientales requieren de una cooperación transdisciplinar. En esta intervención, según Frodeman (2014, pp. 61 y 62), se reúnen diferentes especialistas para atender un problema concreto. Aquí el filósofo podría aportar elementos, éticos, lógicos y/o epistemológicos, entre otros, que posibiliten el planteamiento y, quizá, la solución del problema. [17] En el segundo caso, en el ámbito interdisciplinar, se puede mencionar dos ejemplos paradigmáticos: los filósofos que participan con médicos, abogados, entre otros profesionistas, en comités de bioética, dedicados al análisis y, en su caso, a la resolución de dilemas éticos derivados de las investigaciones científicas y de la práctica médica; y los filósofos que participan en las ciencias cognitivas (una zona de traslape que incorpora a la neurobiología, inteligencia artificial, etc.) en la tarea de investigar la naturaleza de los estados mentales. Si la filosofía de universidad transita hacía estos grupos de trabajo (interdisciplinar y transdisciplinar), entonces tendría consecuencias relevantes. Siguiendo a Gibbons, Limoges, Nowotny, Schwartzman, Scott y Trow (1997, pp. 16-21), éstas serían:
Duro ejercicio la realidad. La música, la pintura, el cine, la literatura, filosofía, la teología sobreviven como pasatiempos y están obligados a convertirse en industria de la diversión si quieren prosperar. También ellos, como todo animal, toda planta, toda superficie de tierra, movilizados, reducidos a su utilidad. La expresión “industria de la cultura” habla por sí sola […] (Juvin, 2011, p. 128) A la inversa de Hegel, para quien el arte “muere”, si es privado de su altísimo encargo metafísico -el de ser la figura más acabada del espíritu […]-, para Benjamin, el arte sólo comienza a ser tal una vez que se emancipa de su aura metafísica. (Echeverría, 2003, 13 y 14) VIII Con relación a la sujeción de la filosofía a condiciones históricas que han hecho de ella un programa educativo con exigencias sociales-laborales concretas -una sujeción a la oferta y demanda o a su pertenencia social-laboral-, si bien se podría decir con Jean-François Lyotard (2000, p.16) que:
En lugar de ser difundidos en virtud de su valor formativo o de su importancia política (administrativa, política, militar), puede imaginarse que los conocimientos sean puestos en circulación según las mismas redes que la moneda, y que la separación pertinente a ellos deje de ser “saber/ignorancia” para convertirse, como para la moneda en “conocimientos de pago/conocimientos de inversión”. Sin embargo, el constreñimiento de los saberes -y, con ellos, la filosofía- al que están vinculados como programas educativos universitarios, no tiene porque ser pensado sólo como algo negativo. Quizá Walter Benjamin, desde otros presupuestos, nos ayude a pensar en esto. Cuando él problematizó la pérdida del aura en la obra de arte, como efecto de su reproducción mecánica, no se concluye -necesariamente- con una actitud nostálgica y trágica: si perdió el hic et nunc de la obra, entonces el arte ha muerto. Por el contrario, puede pensarse que ésta -la obra de arte-, ante tales condiciones, se abre a nuevas posibilidades. Al respecto, Bolívar Echeverría (2003, p. 22) señaló que:
Así, la filosofía de universidad, sujeta a los lineamientos sociales y laborales que la definen hoy, se diversifica en muchas rutas: ella puede ser una actividad crítica y propositiva, un programa educativo adscrito a un proyecto de nación, un débito para el presupuesto federal o una justificación para el gasto del erario público mexicano, una profesión y un sustento de vida, una actividad que se abre interdisciplinariamente (como ya se hace en la bio-ética), incluso a la transdisciplina, en fin, una disciplina que se deja contaminar por otras disciplinas. No es necesario, entonces, que busquemos melancólicamente un origen perdido, ni se sigue -como lo señaló Schopenhauer (1991, pp. 70) [18]- que en la universidad haya una filosofía de broma, denigrada. No debiéramos huir de las condiciones actuales de la filosofía a través de la simulación o de una cerrazón a las cosas mundanas. La filosofía es un programa educativo y esto conlleva exigencias concretas -verdad de Perogrullo que se impone, aunque como avestruces metamos la cabeza en el agujero de la filosofía pura-. Por lo pronto, aquí nos tocó desarrollar sus posibilidades. ________________________ 1 Recordemos que, en la obra de Edgar Allan Poe, la carta que sustrae el Ministro D. a la reina de Francia, es escondida en un lugar de la casa de éste, a la vista de todos. Lo que se destaca en este cuento policiaco, entre otros aspectos, es que los policías encargados de recuperar la carta robada, cuando la buscan en la casa del Ministro D., a pesar de tenerla frente de sus ojos, no la ven. |
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