¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Sor Juana, entre lo profano y lo sacro What do we know women but cooking philosophies? Sor Juana, between the profane and the sacred Rafael Andrés Nieto Göller Recibido: 16/01/2017
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¿Por qué siempre resulta herético cuestionar No soy yo la que pensáis, |
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Los prolegómenos
Porque el principal enigma era y continúa siendo la propia Sor Juana. Dice el refrán genio y figura, hasta la sepultura. Donde, desde su precoz despertar intelectual, así como las complejas circunstancias que desde niña padeció, aunado a los usos y costumbres de la época, indujeron a Juana de Asbaje a optar por el mal menor, más que por una verdadera vocación monástica, a ingresar a la vida conventual.
Porque, “ella forjó su destino, más que ningún otro. Es cierto que concurrió la suerte, el hado, como ella la llama”, en palabras de Ballester, quien remarca, “Pero ella fue la que desde niña forzó constantemente, compulsó, violentó el acaecer de su existencia hasta lograr llevarla por derroteros de trascendencia” (s/f, pp.77-78). Siendo así las cosas, “Y ya que solamente existían dos caminos, pues […]”, sor Juana se inclinó por el convento; “no eligió, sino que más bien procedió por eliminación” (Ballester, s/f, p.93). Y así lo confirma y reafirma la propia Sor Juana:
Grandes y, en ocasiones, hasta desconcertantes enigmas que llevaron a Octavio Paz, por ejemplo, a realizar un estupendo ejercicio de malabarismo hermenéutico a través de Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1988), intentando conciliar lo sacro y lo profano en y de Sor Juana. Aspectos que, sin embargo, Sor Juana no tuvo dificultad alguna en amasar, ya que antes de ser monja –muy ilustre, por cierto-, fue mujer:
Sin embargo, tanto sus ideas filosóficas como teológicas han sido las que menos han llamado la atención de los estudiosos y académicos, e incluso de los legos, quizá también por ello mismo, por su grado de complejidad y erudición, de sacralidad y profanidad pero, y al mismo tiempo, entretejidas con ciertas dosis de sarcasmo y socarronería muy propios de Sor Juana, la Carta Atenagórica y la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, ambas piezas reputadas como las mejores obras en prosa de la autora y dos de las grandes disertaciones escritas en lengua castellana hasta los tiempos presentes. Tan es así, que a partir de estudios más recientes, las dos piezas han pasado a estimarse como imprescindibles pilares de los derechos de la mujer al estudio y a la cultura, la equidad de género, etc. Cabe aclarar, sin embargo, que debido a su contenido más científico y técnico –teológico y filosófico-, aunado al hecho concreto de ser una controversia entre posturas diferentes, la Carta Atenagórica ha sido la menos difundida y empleada. Mientras que la Respuesta, por su lenguaje más coloquial, dilemas de género, protagonismos biográficos, malos entendidos, dimes y diretes, etc. –digeribles, en una palabra-, ha sido el caso opuesto. Así pues, la “Carta atenagórica de la Madre Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa de velo y coro en el muy religioso convento de San Jerónimo de la Ciudad de Méjico cabeza de Nueva España. Que imprime y dedica a la misma, Sor Filotea de la Cruz, su estudiosa aficionada, en el convento de la Santísima Trinidad de Puebla de los Ángeles, también llamada o conocida como Crisis de un sermón de un orador grande entre los mayores [...]” –porque la Carta Atenagórica “tuvo otra edición en vida de la escritora, al incluirse en el segundo tomo de sus obras” (Sevilla, 1692), constituye la refutación teo-filosófica que hace Sor Juana al Sermón de Mandato de un renombradísimo jesuita, el padre Vieira. La segunda pieza, como ya se dijo, la constituye la Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz. Encomiables piezas, ambas, de esta Ave Raris, para quien “La magnífica transgresión del vuelo, la hybris prometeica del poema, la embriaguez del alma desprendida” (González, 1997, p. 98), fiel a la tradición agustiniana, de quien sabemos Sor Juana se encontraba entre sus más fervientes seguidoras, pertenece a ese selecto grupo de pensadores que ejercitan la filosofía como una tarea personal y de profundas convicciones, lo que ha dado en llamarse filosofía de la estufa. A este respecto, por ejemplo, dice Platón en la República: “Filósofos verdaderos son los que se dan así mismos como espectáculo propio el de la verdad”. Pues, como certeramente dijera de Sor Juana Miguel de Unamuno:
Por otro lado, aunque parezca paradójico y hasta risible –para los no doctos-, son también las filosofías de cocina que le tocó vivir y en las que intervino la monja jerónima, las que menos han sido atendidas, como refiere socarronamente la propia Sor Juana en sus cogitaciones de la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz:
A pesar de ello, Sor Juana era más conocida, reconocida y famosa por sus sorprendentes dotes de inteligencia, conocimiento y talento, que le permitían codearse y hasta superar a los más insignes intelectuales, obispos y frailes del reino, como sucedió en 1666, cuando el virrey Mancera hizo someter a examen a Juana ante cuarenta doctores de todas las facultades de la Universidad, y que ésta saliera airosa de esa prueba “a la manera que un Galeón Real se defendería de pocas chalupas” (Veiravé, 1978, p. 7). Un año después, Sor Juana ingresaría al convento de San José, de las Carmelitas Descalzas, cuya extremada rigidez no fue de sus apetencias; para finalmente profesar en 1669, en San Jerónimo. Siendo ello así, ya como religiosa del convento, cumplió con distintas funciones: administradora, tesorera… y al parecer, por el recetario publicado en 1979, también estuvo encargada de conservar la memoria gastronómica del convento de San Jerónimo (Lavín y Benítez, 2015, p. 52). Por ello dirá sobre ella María Rosa de Lera:
Así las cosas, el devenir de sor Juana se caracterizó por situarse constantemente entre lo profano y lo sacro. Recordemos, pues, que “Sor Juana no tiene padre, marido ni hermanos que la nombren, pero sí la nombra su director espiritual, el padre Núñez de Miranda, un carcelero del alma” (González, 1997, p.97) que, sin embargo, como refiere Paz:
Porque, así como los ludistas [1] del siglo XVIII se oponían con vehemencia al desarrollo industrial, tanto otrora como aún hoy entre los misóginos, el que una mujer fuera profesionista y se interesara por los estudios era inimaginable, dado que ello era visto como una herejía, como algo aberrante y a todas luces descabellado, “exótico, loco o cursi” (Gil, 2009, pp.7-17). ¡Inadmisible, en una palabra! Por eso el reclamo de Sor Juana: “¿cómo vemos que la Iglesia ha permitido que escriba una Gertrudis, una Teresa, una Brígida, la monja de Agreda y otras muchas?” (Cruz, 2013, p. 71). Ahora bien, reitera Paz sobre Sor Juana, “A pesar de que su amor a las letras ha sido tal que no habría necesitado de ejemplos que imitar, siempre tuvo en la mente los nombres de las mujeres que sobresalieron en los estudios humanos y divinos” (1988, pp.546-547). La misma Sor Juana, en la Respuesta, menciona entre algunos, los de Débora, la reina de Saba, Abigaíl, Ester, Rahab, Ana, madre de Samuel, Minerva, etc. (Cruz, 2013, pp. 58-60). A este respecto, David Blanco, por ejemplo, alude a esa pertinaz y autoritaria actitud patriarcal al señalar la vorágine en contra de las mentes brillantes femeninas:
Y todo ello era así, porque el lugar de las mujeres era su casa, la cocina y el cuidado de los hijos y la atención de su marido, así como apuntalar la estructura familiar; mientras que el de las otras, las de cascos ligeros, era el lecho, el retozo y la francachela. En este sentido, como refiere Octavio Paz, “su caso no era distinto al de las muchachas que hoy buscan una carrera que les dé al mismo tiempo sustento económico y respetabilidad social”, ya que “La vida religiosa, en el siglo XVI, era una profesión” (Lavín y Benítez, 2015, pp.55-56).
Pero Sor Juana era diferente. Siempre lo fue. Desde pequeña, cuando sólo era la niña del volcán, cuando apenas era Juana Inés Ramírez de Asbaje; desde entonces labró su impronta y su devenir; siguió su vocación, su arte. Así pues, siguiendo su vocación, ese algo “como una llamada que creemos percibir en una cierta época de nuestra vida, y que nos guía por algún camino determinado” (Bolio y Arciniega, 2012, p.19), ésta llevó a sor Juana por lugares, situaciones, experiencias y aconteceres insospechados. Por ejemplo, “Juana quiso ser carmelita descalza. Y naturalmente no aguantó y se salió [...]. Entonces entró en el convento de las Jerónimas, que era un convento completamente flexible. Entró Sor Juana en un convento de Jerónimas a los diecisiete años” (Ballester, s/f, p.94). Las controversias y la polémica
Donde “El sub specie aeternitatis de la escolástica se mezcla con el desengaño ascético de la época” (Picón-Salas, 1978, p.145). Razón y fe, confabulados, hibridados, pero, adicionalmente, dialécticas de desencuentro, ¿o de encuentro?, entre la realidad y el sueño, la lógica y la metafísica, el criollismo y el intelectualismo; porque, “¿Desde dónde nos ha llegado, sin darnos cuenta, tanta ambición de saber? Al fin y a la postre, tiene razón Sor Juana: «si es para vivir tan poco, ¿de qué sirve saber tanto»” (Silva, 1995, pp. i-iv). Así pues, como afirma García-Morente citado por Palacios y Rovira:
Y así fue como la misma Sor Juana lo consagra en la Respuesta,además de justificar su inclinación por las no menos importantes ancilas: Filosofía, Retórica, Lógica, Física, Aritmética, Geometría, Arquitectura, Derecho, Historia, Música, Astrología, ad infinitum.
Complacencia que bien pudo obedecer, entre otros motivos más, a lo que Asunción Lavrin, entre otras, ha indagado sobre el terreno de la obediencia debida de las monjas hacia sus superiores, hacia sus prioras: una mezcla de desafío y atrición. Por eso concluye: "el cuerpo de la Respuesta es una mezcla de expresión de libre albedrío y de reiteración de obediencia" (Lavrin, 1995, pp. 56-63). Ahora bien, el sermón de Vieira fue el predicado en la Capilla Real de Lisboa, el jueves santo de 1650 (Fernández, 1997, pp. 163-170), es decir, cuarenta años antes de que Sor Juana escribiera su refutación Crisis de un sermón de un orador grande entre los mayores..., y que más tarde adulteraría el mismísimo obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, bajo el seudónimo de Sor Filotes de la Cruz, al realizar la primera crítica conocida a la Crisis de un sermón,escribiendo un prólogo a la Carta Atenagórica y donde reprendía a Sor Juana por su atrevimiento y le reprochaba haber descuidado la literatura religiosa; apostillándola y mandándola publicar en 1690 –sin el conocimiento y consentimiento de Sor Juana-, bajo el título de Carta Atenagórica –en franca alusión a la sabiduría de la diosa Minerva o Atenea- que “Sor Filotea” buscaba se asociase con el de Sor Juana, señalando su condición profana (o pagana) como dijo primeramente Ezequiel Chávez (Gálvez, 1997, p. 150). Sor Juana lo expresa atinada y llanamente; ¡las cosas como son!: “Y así, en lo poco que se ha impreso mío, no sólo mi nombre, pero ni el consentimiento para la impresión ha sido dictamen propio, sino libertad ajena que no cae debajo de mi dominio [...]” (Cruz, 2013, p. 82). Cabe aquí mencionar que Antonio Vieira (Lisboa, 1608-San Salvador de Bahía, 1697), autor del aclamado sermón criticado en la Carta Atenagórica por Sor Juana, fue un sacerdote portugués de la Compañía de Jesús, con un enorme prestigio e influencia durante el siglo XVII; quien desarrolló su vida entre América y Europa, y cuya personalidad se proyectó, incluso, en los conflictos políticos, económicos y hasta bélicos de su tiempo. Era tal la fama y prestigio del litigante teológico Vieira, que para su predicación era incluso necesario menester colocar soldados en las puertas de los templos, con el objeto de impedir que el público molestara a las dignidades que llegaban a escucharlo. El Sermón del Mandato de Vieira pretende mostrar ¿cuál fineza de Cristo es la mayor de las mayores?, mediante la reflexión y el contraste que hace de tres opiniones de Padres de la Iglesia, la de San Agustín, la de San Juan Crisóstomo y la de Santo Tomas de Aquino, para terminar su Sermón razonando su postura en contra de los argumentos de los santos, y finalmente aportar su conclusión sobre cuál fue la mayor fineza de Cristo. Cabe aclarar que las finezas a las que se refiere Vieira, son términos con los que se quiere significar las demostraciones de amor, pero no de cualquier tipo de amor, sino del amor de Dios, en este caso, el de Cristo o Jesucristo, equivaliendo a signos externos del amor, del Caritas, a sus múltiples y diversas manifestaciones palpables exógenas: “Aquellos signos exteriores demostrativos, y acciones que ejercita el amante, siendo su causa motiva el amor, eso se llama fineza” (Alcibíades, 2004, pp. X-XIII). Por eso:
Así las cosas, como prologa Carlos Ruíz en Respuesta, Sor Juana, “con su genio incesante y su entendimiento privilegiado, captó algunas contradicciones a la ortodoxia religiosa en los mensajes del predicador” (Cruz, 2013, p. 11). Y ello es así, porque “Para dar un argumento se empieza reuniendo razones a favor y organizándolas clara y coherentemente” (Weston, 2013, p.19), cuestión que realizó Sor Juana magistralmente al rebatir el sermón del padre Vieira.
Fue así, entonces, como la Carta Atenagórica, desafío y controversia teológica encomendada a Sor Juana –por el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, alias Sor Filotea- sobre los postulados de Vieira en el Sermón, debía ir respaldada de sólidos argumentos y elegancia formal, que demostrara la presunción de éste al creerse superior a los antedichos santos –Agustín, Crisóstomo y Tomás- pero que, al mismo tiempo, derribara los fundamentos de las tres finezas propuestas vieiranas contra las de los Santos Padres, además de que a la vez que encontrara, no otra igual, sino mayor aún. Como es a todas luces claro, la Carta se convirtió en un escándalo al hacerse pública, como ya dijimos sin el conocimiento y consentimiento de Sor Juana y, en el fondo, tiene su explicación en el hecho de que fuera, precisamente, una figura femenina la que la pensara, refutara y escribiera. Cuestión improcedente si el hecho consumado hubiese por alguien del sexo masculino. La Carta, entonces, dio lugar a que Sor Juana escribiera su famosa Respuesta a Sor Filotea, una estupenda apología autobiográfica de su condición de mujer y de monja, y de su compulsión por un saber holístico donde convivieran las epístemes con las doxas. Como ella misma insiste en la Respuesta:
A pesar de la contundencia de su Respuesta, su autobiografía, en la que daba cuenta de su vida y reivindicaba el derecho de las mujeres al aprendizaje, la crítica del obispo la afectó profundamente, tanto, que poco después vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinando lo obtenido a beneficencia y consagrándose por completo a la vida religiosa. Lo que es innegable en sor Juana, pues, es su capacidad de reinventarse y recrearse así misma; de innovación y creatividad ante la adversidad y desafiar los determinismos. “Es reflejo, no sólo de su orgullo de mujer intelectual que es capaz de idear tan tremendo empeño a través de una erudición alcanzada por su propio esfuerzo, sino de mujer simple y llana [...]” (Sabat de Rivers, 1995, p.445). El legado
Sin embargo, y muy a pesar de ello o quizá por ello mismo, los críticos la apodaron la Décima Musa y Fénix de América en honor a su trascendental legado (Sánchez, 2015), cuya pervivencia llega hasta nuestros días. Dichos apelativos le fueron otorgados al haber sido considerada la mujer más destacada de su época, pero, asimismo, por la calidad de su amplia obra que, entre otros, incluyó poesías, ensayos, novelas y comedias. Dice sobre ella Larroyo: “[...] ocupa un sitio honroso en el desarrollo general de la cultura americana a fines del siglo XVII”, para a continuación agregar, “Se ejercitó en teología y filosofía, ciencias y música; pero en poesía logró hacerse un nombre universal. Es la mejor poetisa de Iberoamérica colonial, y como prosista, aunque su obra es reducida, moderó la locura culterana de la época” (2005, p. 68). Por ello, refrenda Beuchot, “ella reunió una notable erudición filosófica y teológica, que manifiesta en su poesía, tanto lírica como dramática. La antigüedad, la escolástica, el hermetismo y aun la modernidad, le dejan su huella” (1999, pp. 10-13).
Sin menoscabo de lo anterior, “Luego también estaba flotante en su tiempo y en su ambiente esa constante perplejidad del ser humano de que cómo es posible que una mujer no sea idiota. No es posible. Debe ser un monstruo [...]”, como alude Ballester, “De tal manera que el premio hasta suena a castigo, porque se le da el lugar –Décima Musa- de Safo de Lesbos, que es la Décima Musa”. Y agrega el maestro, “Eso está latente y ella sufrirá mucho por eso. Y eso no se puede ignorar en su biografía” (s/f, pp. 97-98). Ahora bien, si a ello sumamos que sor Juana fue considerada siempre L'enfant terrible (niño/a terrible), porque “La suya fue la rebeldía del autodidacta” (De Lera, 2009, p.101), temeridades que le permitieron “escribir sonetos de burla o de pie forzado”, a decir de Picón-Salas, “como aquellos en que no ahorra la palabra mal oliente o enumera al fin de cada verso una serie de vocablos relacionados con el acto de la digestión: «refocilo», «regodeo», «regüilo», «tufo», «atufo», «bofe», etcétera” (1978, p.129), descuella entonces “aquella mujer excepcional que tomó el velo para no verse expuesta a ser «perseguida por hermosa y desgraciada por discreta»” (Quillet, 1973, p.424), muy a pesar de que “En los conventos abundaba más la frustración que la verdadera vocación. Juana escribe: «Pensé que así me salvaba, pero trájeme a mí conmigo»” (De Lera, 2009, p.104). Así,
Corolario “Sor Juana y su mundo se nos presenta como un reto a nuestra capacidad de interpretación y de interrogación” (Poot, 1995b, pp.1-30; 1995a). De aquí, entonces, la importancia de recalcar que su impronta coincide, plenamente, con la configuración de lo que constituyó la Colonia novohispana pero, aún más importante, su persona, pensamiento y obra que, como ya decíamos, serán parteaguas de lo que hoy conocemos por derechos humanos, igualdad y equidad de género, así como el derecho primigenio a saber. _____________________________ 1 El ludismo (de Ned Ludd, su iniciador en 1779), fue un movimiento obrero británico, luego extendido al continente, caracterizado por la destrucción de máquinas industriales a las que se culpaba de la baja de los salarios y del crecimiento del paro. Diccionario Práctico de la Lengua Española, Grijalbo, México, 1988, p. 582. Véase también: https://es.wikipedia.org/wiki/Ludismo. |
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