Edith Stein y la mística de la frontera

Edith Stein and the border mystic

Cándida Elizabeth Vivero Marín
Universidad de Guadalajara
(MÉXICO)
elizabeth_vivero@hotmail.com

Recibido: 16/01/2017
Revisado: 22/02/2017
Aprobado: 12/04/2017

RESUMEN

La obra filosófica de Edith Stein ha sido ampliamente estudiada con sumo interés, del mismo modo que su obra de carácter mística que plantea al menos tres fronteras: la del yo, la de la comunicación y la de la libertad y la voluntad. Estas tres fronteras nos hablan de una manera de entender las cuestiones del espíritu como un fenómeno en movimiento que permite al yo comunicarse en múltiples niveles. En este trabajo, se analizan de manera breve cada una de estas tres fronteras.

Palabras clave: Frontera. Movimiento. Espíritu. Yo. Libertad. 

ABSTRACT

Edith Stein's philosophical work has been widely studied with great interest, just as her mystical work which suggests at least has three frontiers: that of the self, that of communication, and that of freedom and will. These three frontiers speak of a way of understanding the issues of the spirit as a moving phenomenon that allows the self to communicate on multiple levels. In this paper, each of these three frontiers is briefly analyzed.

Keywords: Border. Movement. Spirit. the self. Freedom.

La obra y vida de Edith Stein, judía conversa al catolicismo y quien fuera asesinada en Auschwitz en la cámara de gas junto con su hermana Rosa (a pesar de haber abrazado además el hábito de la Orden del Carmen), es considerada de gran influencia no sólo para el pensamiento y el desarrollo de la fenomenología, sino también para la mística.

             Discípula de Husserl, Stein aportó a la fenomenología nociones que su maestro había planteado en sus obras y que desarrolla magistralmente en su texto cumbre titulado Ser finito y ser eterno. Sin embargo, como religiosa carmelita y particularmente como mística, aporta una visión particular sobre la relación del alma con su creador.

             Así, en sus escritos místicos, habla del encuentro con la divinidad desde una espiritualidad que se ha nombrado de frontera en tanto que ella, primero como judía conversa, después como mujer religiosa y finalmente como monja carmelita, experimentó un movimiento constante del espíritu que la lleva finalmente a aceptar sin mayor oposición el martirio en Auschwitz.

             El objetivo de este artículo es, por lo tanto, hablar sobre la espiritualidad y la mística de frontera presente en los escritos de Edith Stein, conocida en el mundo católico como Santa Benedicta de la Cruz, en aras de conocer y reflexionar sobre las aportaciones que realizó en el terreno de la mística y, en consecuencia, del conocimiento de Dios.

La primera frontera: la del Yo
En su libro Edith Stein, una espiritualidad de frontera, Ciro García (1999, p. 3) señala que la espiritualidad de Stein se caracteriza como de “frontera” por el compromiso que asumió con el atormentado mundo del siglo XX, por su búsqueda de la verdad como servicio a la humanidad, por su profunda comprensión del “ser personal”, por su lucha a favor de la mujer, por su profundización en temas teológicos y por su experiencia mística. En ese sentido, sostiene García, la espiritualidad de Stein siempre estuvo articulada a partir de una entrega que la llevó a dar su vida durante el Holocausto judío (García, 1999).

             Pero, ¿quién fue Edith Stein? ¿Para qué dedicarle no sólo un libro sino varios Institutos de Filosofía como el de Granada, España, que lleva su nombre? En una síntesis muy esquemática de su vida, diré que Edith Stein fue una filósofa alemana judía que se convirtió al catolicismo, para profesar como monja carmelita y morir durante el Holocausto judío como mártir en tanto que fue arrestada el 02 de agosto de 1942 por la Gestapo, dentro del convento carmelita en Holanda (a donde habían sido enviadas ella, su hermana Rosa y otras religiosas ante el peligro inminente de los nazis en Alemania), para ser llevada del campo de concentración Amersfoort al de Westerbork y finalmente trasladada a Auschwitz donde muere junto con su hermana Rosa (también monja carmelita) en la cámara de gas a los 51 años de edad.

             Como discípula de Edmund Husserl, Stein se apasionó por la fenomenología, desempeñándose por varios años como su asistente; se tituló del Doctorado con su tesis Sobre el problema de la Empatía e impartió clases en la Universidad. Su obra cumbre en este terreno académico y filosófico fue Ser Finito y Ser eterno, donde desarrolló toda una metafísica inspirada en la filosofía de Santo Tomás y la fenomenología de Husserl.

             Sin embargo, ya como católica conversa, monja carmelita y mística, Stein siguió la vida espiritual a través de las enseñanzas de Santa Teresa de Ávila, en particular de su libro Castillo interior. Durante su estancia en el convento, ya con el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz, escribió otras obras católicas y, de forma muy particular, el apartado El alma en el reino del Espíritu y de los espíritus, dentro del libro Ciencia de la Cruz, donde nos revela una mística que va más allá de lo señalado por Ciro García, al revelar una unión y una comunión con Dios cuyo movimiento va justo de adentro hacia afuera y viceversa, colocándose así en la frontera entre el elemento interior y el exterior.

             A lo largo de su producción, encontramos que la noción del Yo, y sobre todo de ese yo en tanto ser personal, atraviesa su pensamiento desde su postura filosófica hasta su mística, es decir, su trato íntimo con Dios. Sin desprenderse de ese yo autónomo por medio del cual el alma conoce a Dios y a sí misma, el alma sale de sí cuando entran en actividad sus potencias, a saber: memoria, entendimiento y voluntad. Porque para Stein, el Yo infinito, representado por el Espíritu de Dios, no anula ni aniquila al Yo finito, representado por ese Yo autónomo personal, único e individual, de donde el sujeto (en este caso la persona, entendida como una totalidad de sentido pleno) puede alcanzar la trascendencia de su ser en cuanto el Ser la alcanza y la eleva a ese punto de trascendencia, a esa elevación por sobre la materia para llevarla a alcanzar la cima del Espíritu:

En su subida hacia Dios, el alma se levanta o es levantada sobre sí misma, y es entonces, cuando esto acaece, que consigue propiamente penetrar en su interior. Esto puede parecer una paradoja; sin embargo, responde a la realidad y se funda en la relación que existe entre el reino del espíritu y Dios. (Sancho, 2012, p. 1232)

He aquí donde encontramos de nuevo una frontera que, desde el pensamiento místico de Stein, vuelve a romperse: el adentro y el afuera, la elevación y el abajamiento; pues afirma que en cuanto más, el alma es elevada por el Espíritu, más se adentra, en cuanto más la abaja Dios al mostrarle no sólo sus miserias, sino también la realidad circundante. En ese ir y venir, ese adentrarse estando cada vez más afuera, es donde Stein concibe la gracia del Espíritu, puesto que, dice Stein, el alma no lo puede conseguir por sí misma, sino sólo por voluntad y obra divinas: “Lo que sube hasta Él, baja al mismo tiempo hasta su seguro lugar de descanso” (Stein, 2012, p. 1233).

             De nuevo, en esta percepción del Yo personal, autónomo y con conciencia, frente al Yo infinito del Ser de Dios, diferenciándose en todo a las creaturas mas todas las creaturas semejantes a Él en tanto imagen de quien las creó, encontramos un tercer quiebre o ruptura de las fronteras entre el conocimiento y lo que permanece oculto, es decir, dentro del misterio. El conocimiento del Ser de Dios, nos comenta Stein, es posible para los sujetos en la misma proporción que dichos sujetos tienen conocimiento o saben acerca de Dios. Es decir, en cuanto más el sujeto sabe de Dios por el entendimiento, cuanto más comprende el Ser de Dios que se le revela en el espíritu; sin embargo, la totalidad del conocimiento de Dios nunca puede llegar a ser plena o absoluta, puesto que, pese a todos los esfuerzos intelectivos y a todo el conocimiento adquirido o infundido por Dios, siempre habrá un misterio que impida al sujeto acceder a lo absoluto de lo desvelado:

[…] tenemos acceso a él [al conocimiento de Dios] desde todo ser, en cuanto que todo ser como algo espiritualmente aprensible y lleno de sentido tiene algo del ser espiritual. Pero se descubre más profundamente en proporción a nuestro conocimiento de Dios, sin que llegue jamás a ser completamente desvelado, es decir, sin que deje por ello de ser misterio. (Stein, 2012, pp. 1232-1233)

Así, en esta primera frontera entre el Yo personal, finito y autónomo, y el Yo infinito, se perciben varias paradojas que, desde la mística de Stein, no lo son: lo de afuera conecta con lo de adentro del ser, lo que permanece en lo alto hace elevar a lo que se abaja y permanece justo en el terreno de lo limitado, y el conocimiento pleno y total no abarca nunca el absoluto del Ser de Dios por más conocimiento que éste tenga a bien conceder al entendimiento del alma. Ahora, hablaremos de la segunda gran frontera: la frontera de la comunicación.

Segunda frontera: la frontera de la comunicación
Si bien, en este apartado Stein no se refiere a la comunicación verbal como la entendemos habitualmente, sino a la comunicación entre espíritus y espirituales, es decir, sujetos que han entrado en comunicación con Dios, sí podemos decir que aplican, en parte, nociones básicas de lingüística al hablar implícitamente de signos que son interpretados tanto por los sujetos afuera como por los espíritus adentro. Esto es, para Stein, la comunicación espiritual entre individuos materiales o que aún viven sobre la Tierra, se realiza sólo a partir de los signos visibles en cuanto acciones, actividades, palabras, actos o emociones que manifiesta el sujeto espiritual, pudiendo dificultarse la comprensión si quien observa dichos signos no está lo suficientemente avisado en reconocerlos. De igual forma, sostiene Stein, los signos espirituales que sólo son percibidos justamente en el terreno de los espíritus (tanto puros como impuros), deben ser interpretados por estos de donde sólo los espíritus puros son capaces de “escuchar” los pensamientos del corazón, es decir, las buenas intenciones que surgen del interior del sujeto por amor.

             En ese terreno, Stein sostiene que el diálogo entre seres espirituales (vivos o no), se produce realmente sólo cuando se logran entender adecuadamente dichos signos y que, si es cierto que San Juan de la Cruz afirma que sólo las cosas espirituales y divinas le son transmitidas al ser humano por medio de los mensajeros celestiales, también es verdad que en la naturaleza o lo natural, dichos signos se manifiestan, pudiendo así el ser humano interpretarlos por los sentidos externos, pero sobre todo internos (las potencias del alma ya referidas arriba), con lo cual la “vida sensitiva” se encuentra conformada tanto por los sentidos como por las potencias espirituales.

             Sólo, en esa comunicación espiritual, lo que no pasa por los sentidos o por las potencias del alma son lo que ella denomina “los pensamientos del corazón”, los cuales define de la siguiente manera:

Los “pensamientos del corazón” pertenecen a la vida originaria del alma, su ser más profundo, a una profundidad anterior a su división en distintas potencias y actos. El alma vive en estas profundidades tal como es en sí, al margen de todo lo que en ella se ha producido al contacto con las criaturas. Como esta parte íntima es la morada de Dios y el lugar donde se realiza la unión del alma con Él, resulta que es aquí donde brota la vida propia, antes de que comience la vida de unión; y esto aún en las almas que nunca llegarán a la unión. Toda alma tiene una parte más profunda cuya esencia es la vida. Pero esta vida originaria no solo está oculta a los demás espíritus, sino que el alma misma desconoce su existencia. (Stein, 2012, pp.1238-1239)

En este pasaje podemos observar que Stein conecta con la idea de Santa Teresa de Jesús, en cuanto a la séptima y última morada del Castillo interior, donde, refiere Santa Teresa, que habita el Señor del Castillo y a cuya morada sólo se entra una vez que el alma ha sido probada y ha transitado las otras moradas que le impedían acceder hasta ésta. De igual forma, observamos que para Stein, es en esta vida originaria donde brota la vida propia, es decir, en el interior del alma se encuentra la vida misma que hace vivir a la persona aun cuando ella no se dé cuenta, pues, como señala en la cita anterior, esta vida originaria puede permanecer oculta para el sujeto durante toda su existencia. No obstante, estos “pensamientos del corazón” sí pueden manifestarse en la conciencia del sujeto siempre y cuando éste, el sujeto, sea capaz de descifrar la “forma” que dichos pensamientos guardan, puesto que la vida originaria es informe. De ahí que el sujeto, para descubrirlos, debe saber que dichos pensamientos pasan por un proceso de formación dentro de sí mismo, atravesando diversos estratos que son:

  1. “Surgimiento” del corazón;
  2. Se hacen “perceptibles”, por medio de una conciencia más primitiva que el conocimiento intelectual;
  3. La decisión del sujeto de que lo que surge, y que es sentido como afectado con una índole de valor, debe y quiere permitirlo o no;
  4. La formación de figuras inteligibles, entre las que se encuentran las “palabras interiores”, los movimientos del sentimiento y determinaciones de la voluntad que en su conjunto operativo forman la “vida anímica”;
  5. Percepción interior, que es una manera de comprensión muy distinta de lo que surge de lo profundo, de donde el surgir del profundo es igualmente distinto al emerger de una figura ya formada que se conservó en la memoria y que vuelve a cobrar vida;
  6. El estar en casa, es decir, cuando el alma logra estar recogida en su interior, o sea, cuando logra vivir en su interior más profundo y desde ahí lo hace permanentemente. Llegar a este punto de unión con Dios, por medio de esta comunicación espiritual, no es fácil, en tanto que, sostiene Stein, las personas permanecen en las estancias exteriores del Castillo interior, por lo que se requiere de un llamado y un impulso constante de Dios para hacer perceptible dicha vida originaria.

Ahora bien, una vez que el alma ha entrado en la morada interior de la vida originaria ¿cómo puede permanecer a la vez como yo individual y consciente, un ser de libertad, estando unida a la voluntad divina? Ésta es la tercera frontera en la que nos detendremos.

La tercera frontera: la frontera de la libertad y la voluntad
En su texto, Stein comenta que una vez que el alma ha logrado no sólo captar, sino permanecer en la morada interior donde habita la vida originaria y es capaz de entender los pensamientos del corazón, puede llegar a ser verdaderamente libre en cuanto es capaz de “moverse” a voluntad hacia lo exterior, en el mundo afuera por medio de su cuerpo, sin perder o separarse por completo de su centro, es decir, de su interior. Puesto que el alma ha sabido y sabe permanecer de continuo en la centralidad que la funda y configura, es decir, en esa vida originaria que ha encontrado y que ha sabido percibir, cuando se mueve en el mundo exterior no se desprende o desliga de dicho centro sino que, digamos, sólo se separa un poco y por momentos de dicho centro. De ahí que cuando el alma decide “pasearse por el campo” del mundo afuera, lo hace en tanto puede concentrar todo ser y puede decidir hacerlo. Si las decisiones son tomadas únicamente de manera superficial o casualidades, entonces la decisión del sujeto no es tal, pues no parte del centro más profundo; contrario a lo que sucede cuando el sujeto, es decir, el yo autónomo, toma la decisión de hacerlo al medirlo todo con la regla última del pensamiento del corazón. Sólo quien es dueño absoluto de sí mismo puede disponer con verdadera libertad, sin dejarse determinar por las circunstancias o por otros sujetos.

             Sin embargo, quien ha logrado tal proeza y hazaña interior, tiene el deber de conservar dicha libertad como preciado bien que se le ha confiado:

El hombre está llamado a vivir en su interior más profundo y a ser tan dueño de sí mismo como solo puede serlo desde ahí; solo desde aquí es posible un trato correcto con el mundo; solo desde allí puede hallar el sitio que en el mundo le corresponde. (Stein, 2012, p. 1242).

De esta manera, Stein concibe la libertad del sujeto en cuanto es capaz de vivir en el centro de sí mismo de donde parte la vida propia a partir de la vida originaria depositada en su centro. Cuando el hombre y la mujer logran permanecer en esa libertad que les da el espíritu verdadero y auténtico, son capaces de conducirse en el mundo adecuadamente sin dejarse influenciar o manipular por las circunstancias, puesto que, dueños de sí, se mueven por el mundo desde el sitio que les corresponde, entrando en diálogo con las criaturas que los rodean y aun con los seres espirituales quienes, desde la mística de Stein, acompañan siempre al ser humano en esta comunicación y fluir continuo de los pensamientos del corazón.

A manera de cierre
Hasta aquí, he tratado de apuntar los tres momentos de ruptura o las tres fronteras que la mística de Edith Stein, o mejor dicho Santa Benedicta de la Cruz, ha establecido como propio de la vida del espíritu y su encuentro y dialogo amoroso con su Creador. En el resto del documento, El alma en el reino del Espíritu y de los espíritus habla del trato cotidiano de dicha alma con los espíritus angélicos, las distintas etapas o formas de unión con Dios y la visión Cristocéntrica a través de la Muerte y Resurrección.

             Estos últimos puntos no los toco en esta ocasión, puesto que mi interés principal consiste, en este trabajo, en recalcar esa espiritualidad que se ha denominado “de frontera”, por medio de lo arriba expuesto. Sirva entonces este texto para seguir profundizando en la mística de una filósofa y una santa que a partir del conocimiento y la reflexión, llegó a la experiencia de Dios a tal grado que aceptó su destino último: morir en la cámara de gases como mártir de la cristiandad.
 
Referencias
García, C. (1999). Edith Stein, una espiritualidad de frontera, España: Monte Carmelo.
Sancho. F. J. (2012). Santa Edith Stein. Obras Selectas. 2a. ed., Burgos: Monte Carmelo.

 

 
 
 
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