Edith Stein y la mística de la frontera Edith Stein and the border mystic Cándida Elizabeth Vivero Marín Recibido: 16/01/2017
La obra y vida de Edith Stein, judía conversa al catolicismo y quien fuera asesinada en Auschwitz en la cámara de gas junto con su hermana Rosa (a pesar de haber abrazado además el hábito de la Orden del Carmen), es considerada de gran influencia no sólo para el pensamiento y el desarrollo de la fenomenología, sino también para la mística. Discípula de Husserl, Stein aportó a la fenomenología nociones que su maestro había planteado en sus obras y que desarrolla magistralmente en su texto cumbre titulado Ser finito y ser eterno. Sin embargo, como religiosa carmelita y particularmente como mística, aporta una visión particular sobre la relación del alma con su creador. Así, en sus escritos místicos, habla del encuentro con la divinidad desde una espiritualidad que se ha nombrado de frontera en tanto que ella, primero como judía conversa, después como mujer religiosa y finalmente como monja carmelita, experimentó un movimiento constante del espíritu que la lleva finalmente a aceptar sin mayor oposición el martirio en Auschwitz. El objetivo de este artículo es, por lo tanto, hablar sobre la espiritualidad y la mística de frontera presente en los escritos de Edith Stein, conocida en el mundo católico como Santa Benedicta de la Cruz, en aras de conocer y reflexionar sobre las aportaciones que realizó en el terreno de la mística y, en consecuencia, del conocimiento de Dios. La primera frontera: la del Yo Pero, ¿quién fue Edith Stein? ¿Para qué dedicarle no sólo un libro sino varios Institutos de Filosofía como el de Granada, España, que lleva su nombre? En una síntesis muy esquemática de su vida, diré que Edith Stein fue una filósofa alemana judía que se convirtió al catolicismo, para profesar como monja carmelita y morir durante el Holocausto judío como mártir en tanto que fue arrestada el 02 de agosto de 1942 por la Gestapo, dentro del convento carmelita en Holanda (a donde habían sido enviadas ella, su hermana Rosa y otras religiosas ante el peligro inminente de los nazis en Alemania), para ser llevada del campo de concentración Amersfoort al de Westerbork y finalmente trasladada a Auschwitz donde muere junto con su hermana Rosa (también monja carmelita) en la cámara de gas a los 51 años de edad. Como discípula de Edmund Husserl, Stein se apasionó por la fenomenología, desempeñándose por varios años como su asistente; se tituló del Doctorado con su tesis Sobre el problema de la Empatía e impartió clases en la Universidad. Su obra cumbre en este terreno académico y filosófico fue Ser Finito y Ser eterno, donde desarrolló toda una metafísica inspirada en la filosofía de Santo Tomás y la fenomenología de Husserl. Sin embargo, ya como católica conversa, monja carmelita y mística, Stein siguió la vida espiritual a través de las enseñanzas de Santa Teresa de Ávila, en particular de su libro Castillo interior. Durante su estancia en el convento, ya con el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz, escribió otras obras católicas y, de forma muy particular, el apartado El alma en el reino del Espíritu y de los espíritus, dentro del libro Ciencia de la Cruz, donde nos revela una mística que va más allá de lo señalado por Ciro García, al revelar una unión y una comunión con Dios cuyo movimiento va justo de adentro hacia afuera y viceversa, colocándose así en la frontera entre el elemento interior y el exterior. A lo largo de su producción, encontramos que la noción del Yo, y sobre todo de ese yo en tanto ser personal, atraviesa su pensamiento desde su postura filosófica hasta su mística, es decir, su trato íntimo con Dios. Sin desprenderse de ese yo autónomo por medio del cual el alma conoce a Dios y a sí misma, el alma sale de sí cuando entran en actividad sus potencias, a saber: memoria, entendimiento y voluntad. Porque para Stein, el Yo infinito, representado por el Espíritu de Dios, no anula ni aniquila al Yo finito, representado por ese Yo autónomo personal, único e individual, de donde el sujeto (en este caso la persona, entendida como una totalidad de sentido pleno) puede alcanzar la trascendencia de su ser en cuanto el Ser la alcanza y la eleva a ese punto de trascendencia, a esa elevación por sobre la materia para llevarla a alcanzar la cima del Espíritu:
He aquí donde encontramos de nuevo una frontera que, desde el pensamiento místico de Stein, vuelve a romperse: el adentro y el afuera, la elevación y el abajamiento; pues afirma que en cuanto más, el alma es elevada por el Espíritu, más se adentra, en cuanto más la abaja Dios al mostrarle no sólo sus miserias, sino también la realidad circundante. En ese ir y venir, ese adentrarse estando cada vez más afuera, es donde Stein concibe la gracia del Espíritu, puesto que, dice Stein, el alma no lo puede conseguir por sí misma, sino sólo por voluntad y obra divinas: “Lo que sube hasta Él, baja al mismo tiempo hasta su seguro lugar de descanso” (Stein, 2012, p. 1233). De nuevo, en esta percepción del Yo personal, autónomo y con conciencia, frente al Yo infinito del Ser de Dios, diferenciándose en todo a las creaturas mas todas las creaturas semejantes a Él en tanto imagen de quien las creó, encontramos un tercer quiebre o ruptura de las fronteras entre el conocimiento y lo que permanece oculto, es decir, dentro del misterio. El conocimiento del Ser de Dios, nos comenta Stein, es posible para los sujetos en la misma proporción que dichos sujetos tienen conocimiento o saben acerca de Dios. Es decir, en cuanto más el sujeto sabe de Dios por el entendimiento, cuanto más comprende el Ser de Dios que se le revela en el espíritu; sin embargo, la totalidad del conocimiento de Dios nunca puede llegar a ser plena o absoluta, puesto que, pese a todos los esfuerzos intelectivos y a todo el conocimiento adquirido o infundido por Dios, siempre habrá un misterio que impida al sujeto acceder a lo absoluto de lo desvelado:
Así, en esta primera frontera entre el Yo personal, finito y autónomo, y el Yo infinito, se perciben varias paradojas que, desde la mística de Stein, no lo son: lo de afuera conecta con lo de adentro del ser, lo que permanece en lo alto hace elevar a lo que se abaja y permanece justo en el terreno de lo limitado, y el conocimiento pleno y total no abarca nunca el absoluto del Ser de Dios por más conocimiento que éste tenga a bien conceder al entendimiento del alma. Ahora, hablaremos de la segunda gran frontera: la frontera de la comunicación. Segunda frontera: la frontera de la comunicación En ese terreno, Stein sostiene que el diálogo entre seres espirituales (vivos o no), se produce realmente sólo cuando se logran entender adecuadamente dichos signos y que, si es cierto que San Juan de la Cruz afirma que sólo las cosas espirituales y divinas le son transmitidas al ser humano por medio de los mensajeros celestiales, también es verdad que en la naturaleza o lo natural, dichos signos se manifiestan, pudiendo así el ser humano interpretarlos por los sentidos externos, pero sobre todo internos (las potencias del alma ya referidas arriba), con lo cual la “vida sensitiva” se encuentra conformada tanto por los sentidos como por las potencias espirituales. Sólo, en esa comunicación espiritual, lo que no pasa por los sentidos o por las potencias del alma son lo que ella denomina “los pensamientos del corazón”, los cuales define de la siguiente manera:
En este pasaje podemos observar que Stein conecta con la idea de Santa Teresa de Jesús, en cuanto a la séptima y última morada del Castillo interior, donde, refiere Santa Teresa, que habita el Señor del Castillo y a cuya morada sólo se entra una vez que el alma ha sido probada y ha transitado las otras moradas que le impedían acceder hasta ésta. De igual forma, observamos que para Stein, es en esta vida originaria donde brota la vida propia, es decir, en el interior del alma se encuentra la vida misma que hace vivir a la persona aun cuando ella no se dé cuenta, pues, como señala en la cita anterior, esta vida originaria puede permanecer oculta para el sujeto durante toda su existencia. No obstante, estos “pensamientos del corazón” sí pueden manifestarse en la conciencia del sujeto siempre y cuando éste, el sujeto, sea capaz de descifrar la “forma” que dichos pensamientos guardan, puesto que la vida originaria es informe. De ahí que el sujeto, para descubrirlos, debe saber que dichos pensamientos pasan por un proceso de formación dentro de sí mismo, atravesando diversos estratos que son:
Ahora bien, una vez que el alma ha entrado en la morada interior de la vida originaria ¿cómo puede permanecer a la vez como yo individual y consciente, un ser de libertad, estando unida a la voluntad divina? Ésta es la tercera frontera en la que nos detendremos. La tercera frontera: la frontera de la libertad y la voluntad Sin embargo, quien ha logrado tal proeza y hazaña interior, tiene el deber de conservar dicha libertad como preciado bien que se le ha confiado:
De esta manera, Stein concibe la libertad del sujeto en cuanto es capaz de vivir en el centro de sí mismo de donde parte la vida propia a partir de la vida originaria depositada en su centro. Cuando el hombre y la mujer logran permanecer en esa libertad que les da el espíritu verdadero y auténtico, son capaces de conducirse en el mundo adecuadamente sin dejarse influenciar o manipular por las circunstancias, puesto que, dueños de sí, se mueven por el mundo desde el sitio que les corresponde, entrando en diálogo con las criaturas que los rodean y aun con los seres espirituales quienes, desde la mística de Stein, acompañan siempre al ser humano en esta comunicación y fluir continuo de los pensamientos del corazón. A manera de cierre Estos últimos puntos no los toco en esta ocasión, puesto que mi interés principal consiste, en este trabajo, en recalcar esa espiritualidad que se ha denominado “de frontera”, por medio de lo arriba expuesto. Sirva entonces este texto para seguir profundizando en la mística de una filósofa y una santa que a partir del conocimiento y la reflexión, llegó a la experiencia de Dios a tal grado que aceptó su destino último: morir en la cámara de gases como mártir de la cristiandad.
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