Sincronía Verano 2001


La frontera es el encuentro:

Una práctica de observación flotante en las calles de Barcelona

Gabriela de la Peña Astorga


 

Introducción

Las calles, en su aparente uniformidad, pueden desdoblarse en un sinfín de pequeñas y efímeras unidades; en ellas encontramos espacios con personalidad y funciones propias que se mueven y se recrean a una altísima velocidad. En ese sentido, una sola esquina del centro urbano de Barcelona, es a la vez un lugar de tránsito, de encuentro, de frontera, de espera, de apelación e indiferencia a la que dan forma las variadas y únicas historias que ahí confluyen en un momento cualquiera.

La descripción que se presenta en este trabajo constituye un esfuerzo por realizar un primer abordaje de esa multiplicidad de mundos fugaces que coexisten en la esquina de las calles Ronda St. Pere y Plaça Catalunya.

Tratando de ser fiel tanto a la subjetividad del investigador como a la realidad captada a través de este filtro, incluyo en el análisis mi posición como observadora-usuaria de la calle. Una observación mediada por mi recorrido profesional (como profesora y analista de medios audiovisuales), que trataré de utilizar en forma que no entorpezca la descripción; si no como herramienta que permita mostrar la complejidad de la realidad observada y mi dificultad de aprehenderla, dada su naturaleza escurridiza y su organización contraria a los esquemas de pensamiento tradicionales de quien trabaja en la reproducción de imágenes.

A diferencia del movimiento, de la velocidad y de la espontaneidad con que surgen y desaparecen los acontecimientos en el escenario de observación, en este trabajo los agrupo bajo la estructura que consideré más conveniente para su análisis. Así, los resultados se presentan a partir de los tres espacios y/o series de eventos más notables que sucedieron durante los 50 minutos de trabajo de campo; que han servido como experimento para acceder a una reflexión preliminar sobre los llamados "espacios públicos" y los retos metodológicos que presentan.

En cada uno de ellos, intentaré dar cuenta de varios aspectos. El primero consiste en una descripción lo más pormenorizada posible de los movimientos, interacciones y comportamientos llevados a cabo por los individuos observados durante la práctica. En un segundo nivel, se analiza lo anterior a la luz de las aportaciones realizadas por los antropólogos que han tenido como objeto de estudio la vida en la ciudad y las interacciones en los espacios públicos. Por último, quisiera presentar las dificultades y reflexiones a las que me enfrenté al realizar este trabajo.

Crónica del preludio

Lunes 3 de abril de 2000, 18.25 hs.

Ronda St. Pere y Plaça Catalunya, frente al Corte Inglés.

Siempre me ha parecido que las escaleras de ese mundo subterráneo y oscuro que son las estaciones de metro, conducen a una realidad contrastante con la anterior: la luz del sol, el vagabundeo... la gente que, cosa curiosa, me parece "más gente" allá afuera. Es lo primero que pienso al salir al punto de observación.

Vengo del trayecto en RENFE que va de Cerdanyola del Vallès a Plaça Catalunya. En el camino he venido pensando en lo que encontraré, y en cómo debo abordar aquello con lo que debo mezclarme en armonía. Llevo grabadora, cámara fotográfica; vengo "perfectamente armada", pienso. Es un hábito de reportera. No se puede llegar al "lugar de los hechos" sin tener listas las "municiones mínimas" (la cámara, la grabadora con pilas nuevas, libreta y bolígrafo; y la tarjeta de acreditación, por si es necesario).

Pienso, sin embargo, que ahora no se trata de cubrir una noticia, no al menos al estilo al que estoy acostumbrada: reconocimiento del lugar, identificación, saludo a los colegas, buscar la ubicación adecuada, esperar a la "presa" y "caerle encima" rápidamente. Un viandante no es un reportero, y yo busco ser un viandante en todo esto.

A la salida del metro, el movimiento que da vértigo. Todo se mueve, nada de lo que veo puede ser abordado como "fuente de información" –a la que, como tal, puedes detener para pedir explicaciones-, tampoco como "hechos" –¡porque aquí nada parece estar consumado!

¿Cómo detener este ritmo, aunque sea por un momento, para hacer unas preguntas?

De la grabadora, mejor me olvido. Imposible captar algo que tenga sentido, una conversación, unas declaraciones.

Todos parecen tener mucha prisa, todo se mueve tan rápido. "¿Cómo detenerse?" es lo único que me viene a la mente.

Hago un reconocimiento rápido del lugar: en la esquina, un kiosco, una caseta de lotería, otra de helados. El semáforo, la entrada a El Corte Inglés. Un rápido reconocimiento del lugar, al mejor estilo de "reportera en acción", que es como me siento en esos momentos, un poco por costumbre, pero más como mecanismo de defensa ante la realidad que parece estar desbordardándome.

Me recargo en la cerca que rodea a las escaleras de la boca del metro en busca de apoyo, miro alrededor. El Corte Inglés al frente, a la izquierda el kiosco. Este movimiento instintivo me llevó a un buen lugar de observación. Desde aquí se puede ver el panorama casi completo.

Veo alrededor de mí: la gente parece estar esperando algo o a alguien. ¡Vaya! Pues he acertado sin proponérmelo: estoy en un lugar de encuentro. Me recargo con mayor confianza y pienso en qué disfraz puedo utilizar para justificar mi estancia en este lugar. Haré como la gente a mi alrededor. Esperaré ficticiamente a alguien.

Hasta aquí llegaron mis pretensiones de periodista. En cuanto saque una cámara o una grabadora romperé la dinámica a mi alrededor. Me conformo con lo que mis ojos y unos apuntes a toda prisa puedan recoger.

¿Qué disfraces puedo ponerme una vez que he decidido ser "alguien que espera" en este lugar?

 

Personajes de la espera, la frontera es el encuentro

Lugar en el que todo puede ocurrir, las fronteras son esas "zonas cero" (Delgado, 1999: 122) que no sólo guardan lo mejor y lo peor de los mundos que unen, sino que son la síntesis creativa que se niega a perder su propia identidad, caracterizada por el movimiento, por el estar haciéndose sobre la marcha. Espacio neutral y ambiguo que podría gritar "no tengo dueño y soy aquello de lo que me quieran llenar"(Kant, De Certeau, Simmel, Arendt; cit. en Delgado, 1999). Esto es,

La frontera, cualquier frontera, por definición no tiene propietario, puesto que es un pasaje, un vacío concebido para los encuentros, los intercambios y los contrabandeos. Toda frontera es eso: un entre-deux (De Certeau, cit. en Delgado, 1999: 123).

Salir del metro, encontrarse con el reto de las calles y su movimiento.

Esta es la frontera entre dos espacios, marcada por el momento en que la luz natural hace su aparición por primera vez para quien ha experimentado previamente la realidad subterránea del metro -que es "reiterada, regular y sin sorpresas para todos aquellos que la observan o están relacionados con ella de manera más o menos pasiva, y es siempre única y singular para cada uno de aquellos que intervienen en ella más activamente" (Augé, 1998: 51).

Este punto que marca el fin del trayecto subterráneo, del recorrido que se ha hecho desde cualquier otro punto -que fue en su momento otro mundo simbólico-, es al mismo tiempo el inicio de una nueva secuencia de acción en la que habrá que cambiar de "máscara" (Goffman, 1979) y seguir otro trayecto.

Las escaleras que conectan el arriba de las calles con el abajo del metro –y que podrían simbolizar sin duda el "puente" del que habla Simmel (1986)- tienen su propia zona fronteriza, están resguardadas por una cerca que marca explícitamente los límites de ambos cosmos.

Es precisamente esta cerca la que se constituye, en la esquina de Ronda St. Pere y Plaça Catalunya, como espacio fronterizo y punto de encuentro al mismo tiempo.

Este punto parece ser favorecido por el usuario de las calles como referencia para encuentros; y en su perímetro, de aproximadamente 10 metros, se dan todo tipo de esperas; algunas culminadas con la efusividad del encuentro, otras con la frustración de no verlo concretado.

Las razones por las que se elige este punto pueden ser variadas y responder a lógicas distintas.

En primer lugar, podría tratarse de una lógica de comodidad, tanto material como social. Es decir, a la vez que proporciona un lugar en el que se puede esperar sin cansarse (a intervalos, los individuos se recargan en ella, dejan sus bolsas sobre la cerca y de este modo la conservan a la vista al tiempo que no tienen que soportar su peso), constituye un punto en el que se puede estar oficialmente "sin hacer nada, salvo esperar", sin despertar por esta razón las sospechas del resto de los peatones (Goffman, 1979). Es además, un punto en el que no se interrumpen las trayectorias de los demás.

En segundo término, este punto permite un amplio campo de visión a partir del cual se puede anticipar la llegada de la persona a la que se espera. Esta característica del lugar le permite a los individuos, además, estar en actitud de vigilancia sin ser percibidos como peligrosos. Justifica sus miradas furtivas, sus movimientos corporales para extender el campo de visión, su afincamiento en medio del movimiento apresurado.

Los individuos desarrollan una serie de movimientos corporales y de actividades visibles que les permitan exhibir su tarjeta de identificación como persona honorable.

Las características propias del lugar (como frontera, lugar de nadie, espacio neutro en el que se pueden encontrar todo tipo de comportamientos, incluidos los considerados permisivos para la sociedad) parecen llevarlos a tener que desplegar toda una serie de actividades que demuestren su inocencia y hagan patente su función en ese lugar: simplemente esperar.

Ya Goffman, en su libro "Relaciones en público" (1979), daba cuenta de la forma en que toda interacción humana se encuentra inserta en un juego de máscaras que gana quien tenga las habilidades para anticiparse a las reacciones y pensamientos de sus compañeros en el juego, sabedor de cuál antifaz es el correcto en cada momento y turno de la interacción. Fabbri lo describe en estos términos:

El curso de sus acciones [del actor social] se decide a la luz de lo que uno (sujeto individual o equipo) imagina que el otro imagina por su cuenta; todo proceso decisional está tomado dentro de esta recíproca evaluación de las evaluaciones recíprocas de los simulacros del otro (1988: 8).

Más allá, gana la partida quien realiza los movimientos adecuados que permitan que la interacción continúe, una vez que se ha percatado de que la imagen que cree que el otro imagina de él, corresponde a su despliegue de actuación. Este vínculo de coherencia entre imágenes (de él mismo en el otro, según imagina) parece ser buscado constantemente por nuestros individuos en espera de Ronda St. Pere y Plaça Catalunya.

Así, se les puede ver ocupados permanentemente en actividades del todo visibles para los demás y que denotan "inocencia" –en términos de no querer hacer daño a nadie y no estar extrañamente inmovilizados en un ambiente que es eminentemente de tránsito-, mismas que parecen exagerar por momentos para asegurarse de lanzar la señal a distancia y de una forma unívoca para cualquier usuario de ese espacio (lo ampliamente "abierto" del lugar, puede contribuir a dicha insistencia y exageración, pues no parece haber límites a la redonda tales como paredes o monumentos). De este modo, hablar por el móvil (como comúnmente se le llama en España al teléfono celular) o revisar sus mensajes, leer, fumar u observar atentamente unas notas son actividades generalizadas en este espacio.

Estas actividades, que por una parte son realizadas desde un ángulo muy visible para los demás (los actores se alejan un poco del conjunto de otros individuos para llevarlas a cabo bajo el criterio, quizás, de que aislados podrán ser más distinguibles y con ello su inocencia lanza la señal a mayor distancia), se ven intercaladas con otras propiamente de vigilancia o alerta.

Se intercalan así actividades de inocencia con actividades de vigilancia, compensando las últimas con las primeras, en búsqueda de un mensaje total que transmita efectivamente su condición de espera.

Las actividades de vigilancia incluyen lo que de otro modo podría ser sospechoso, pero que en conjunto puede ser percibido por los demás como lo que los actores quieren transmitir con exactitud: están ahí por una razón específica y no maliciosa, comprenden que la calle es un lugar de tránsito, así que adornan su pasividad con el hecho de ofrecer disculpas y explicaciones con su cuerpo y sus actitudes.

Las actividades de vigilancia a las que me he referido incluyen la utilización de la vista en dos modalidades. Una de miradas panorámicas no dirigidas a alguien en particular, sino al espacio mismo, sin fijarla en un elemento determinado. Otra de miradas furtivas a su alrededor inmediato. Un rápido ojeo que se inserta en lo que Goffman ha llamado la "desatención cortés". Otro movimiento de este tipo es el corporal: sucesivamente, se avanza un poco hacia delante o hacia los lados para mostrar que se quiere ampliar el campo de visión.

Prueba de esta preocupación por no enviar señales equivocadas puede ser tal vez la rapidez con que los movimientos corporales, de actividades, de cambio de locación, de llegada y de ida se suscitan en esta cerca. El tiempo de espera, en promedio, es de 3 minutos. Pasado este periodo, los individuos se alejan para integrarse de nuevo al tránsito de la calle y a algún otro mundo.

Durante la práctica de observación, sólo dos o tres individuos permanecieron en el lugar más de 15 minutos. E incluso ellos se dejaron llevar por un cambio frenético de actividades y movimientos circundantes en el mismo espacio, como lo muestran las siguientes notas:

Los que esperan se mueven, buscan con la mirada y con la posición del cuerpo, fuman, miran el reloj, miran hacia abajo por las escaleras, siguen leyendo.

LA MUJER DEL MÓVIL. Han pasado 7 minutos y la mujer cerca de mí no ha dejado de jugar con su móvil.

Otra de las mujeres a mi alrededor se ha ido. Tan pronto como me ocupé en mirar hacia otros puntos y perder de vista un momento a la gente a mi alrededor, la mujer se ha ido.

A mi alrededor se dan lugar encuentros, gente que llega, que espera, y que no espera durante mucho tiempo; de 3 a 5 minutos en promedio. Es un lugar de encuentro, de cierto reposo, pero no deja de tener una acción y movimientos extraordinarios.

Una tercera lógica de explicación para elegir este punto como lugar de encuentro podría estar relacionada con la idea de neutralidad de las fronteras; lugares que no tienen dueño, no están cargados de un simbolismo de poder particular (a-territorial), y son la zona cero desde la cual se puede iniciar cualquier trayecto conjunto independientemente del lugar desde el que lleguen los personajes involucrados (ya sea que arriben desde el metro u otra calle).

Antes de llegar al punto de observación, hice el trayecto en RENFE, como he comentado antes, desde Cerdanyola del Vallès. Una vez que me establecí en la cerca en cuestión, me percaté de la presencia de un hombre joven que había estado en el mismo vagón de tren en el que yo venía y que tenía la actitud de esperar a alguien más. Lo que particularmente llamó mi atención, fue el hecho de que mirara hacia abajo, a través de las escaleras, en busca de la persona con la que tendría que encontrarse. Si él venía de la estación de Plaça Catalunya y si esperaba encontrarse con alguien que al parecer también vendría del metro ¿porqué habría elegido como punto de reunión este sitio, que se encuentra no dentro de la estación, sino en su frontera, con un pié en el otro mundo que es la calle misma?

¿Se debe este hecho a la idea de neutralidad que existe alrededor de toda frontera?, ¿es porque resulta un punto de fácil localización y visibilidad?, ¿responde a una lógica de economía, en la que es más rápido movilizarse desde aquí hacia cualquier otro punto cercano? Tal vez la respuesta sea una mezcla de las tres.

Antes de pasar al siguiente acontecimiento destacable (el primero se ha referido a los personajes de la espera y a su comportamiento en el lugar de encuentro), considero importante no dejar pasar el análisis de las condiciones de espacio público que se construyen interminablemente alrededor del punto de reunión que he descrito.

Estas son rapidez, fragmentación, movimiento, tránsito. Ninguna de ellas aparece de forma aislada en la realidad observada; si en este reporte se analizan por separado, corresponde únicamente a facilidades de escrutinio teórico.

Así, nos encontramos en un espacio caracterizado por el movimiento en un intercambio de papeles y actividades que se despliegan a gran velocidad y que no es posible conocer en su totalidad; acaso se puede imaginar el inicio y la culminación de las mismas.

El observador, de este modo, se expone solamente a una parte de la historia, a una cápsula de actuación que es en sí misma fragmento de una leyenda mayor y capítulo completo. Sólo queda imaginar el resto: el punto geográfico y simbólico en que iniciaron los protagonistas su recorrido, el desenlace de una historia que puede ser de cualquier género, ya que la máscara requerida para transitar por el espacio público impide ver más allá de ella misma.

En el lugar de encuentro analizado en este trabajo, se hace explícito este proceso. Los personajes de la espera llegan al punto de reunión, esperan un momento apenas mientras realizan toda clase de despliegues, se alejan finalmente de la cerca y su lugar pasa a ser ocupado inmediatamente por otros rostros anónimos que siguen exactamente el mismo comportamiento de los actores que les han dejado su sitio. El lugar tiene entonces un ritmo, semejante a lo que plantea Hall en "Más allá de la cultura":

La sincronización, el tiempo y el ritmo están relacionados. Pero la mayor parte de la gente no se da cuenta cuando esto sucede (p. 71-72).

Lo primero que me sorprendió al trabajar con distintas culturas en distintas partes del mundo fue la forma de moverse de cada cual. Si uno quiere encajar o no destacar demasiado, lo adecuado es comenzar a moverse al ritmo local y adaptarse al compás local (p. 74).

Un escenario donde parece no importar si el actor es Joan, Alí, Patricia o Núria; siempre y cuando todos desempeñen el mismo rol con el mismo ritmo que otros actores han venido construyendo anteriormente y cuya coherencia depende ahora de ellos:

Cuando un individuo entra en el campo perceptivo de otras personas, una especie de responsabilidad le cae encima. Normalmente, debe presumir que su comportamiento se observará e interpretará como expresión de la opinión que tiene de aquellos que lo observan. Lo cual implica, en el mundo de la comunicación no dirigida, el esperarse de él que se comportará decorosamente, dando la importancia adecuada a la presencia del otro (Goffman, 1991: 100).

También Hannerz explora este tipo de interpretación al hablar del juego de repertorios de papeles que el urbícola desarrolla a partir de los ámbitos de interacción en que transita. Un tipo de papel especial en las relaciones típicas de la ciudad, es el que los individuos construyen en sus procesos de tránsito:

(...) el tipo de papel a través del cual el ego tratará con una sucesión relativamente rápida de alter, en contactos en los que sería muy poco práctico cambiar los términos de interacción cada vez (...) En tales casos, las relaciones se ordenan más por un control normativo que por la información personal, y los participantes son ampliamente sustituibles. Son relaciones del tipo que ocurren con frecuencia en las ciudades (1986: 282).

Asistimos entonces a la proyección de una película cualquiera, con sus protagonistas a la cabeza. Al igual que al actor de cine, al actor de la calle se le pide una representación convincente, verosímil; su público, el resto de transeúntes, saben de antemano que es a un actor a quien observan... pero da igual, es lo que se espera de un actor, ¿no es cierto?, que sea capaz de llevar a cabo un perfecto desempeño (performance) de un papel que tiene sentido en una historia determinada (contexto urbano). Fuera de esa película y en su vida privada, puede ser cualquier otra cosa; sin embargo, su éxito como "actor" (transeúnte, usuario del espacio público) estará determinado por sus habilidades camaleónicas para construir y representar el rol que exigen las circunstancias.

Se trata de una situación social, en la que presenciamos actividades de interacción, independientemente de que se haga uso o no del recurso del lenguaje hablado:

Yo definiría una situación social como un medio constituido por mutuas posibilidades de dominio, en el cual un individuo se encontrará por doquier asequible a las percepciones directas de todos los que están "presentes", y que le son similarmente asequibles (...) Quienes se hallan en una situación determinada pueden definirse como una reunión, aunque parezcan aislados, silenciados y distantes, o aun sólo presentes temporalmente. La manera como los individuos deben comportarse en virtud de su presencia en una reunión se rige por reglas culturales. Cuando se respetan estas reglas de orientación organizan socialmente la conducta de los implicados en la situación (Goffman, 1991: 132).

Las faltas de acierto en dicha representación son reconocidas por el resto de expertos actores. La "desatención cortés" se rompe, de manera casi imperceptible, cuando algún comportamiento no es coherente con el contexto de la situación para convertirse en una atención abiertamente dirigida.

Goffman lo explica de la siguiente manera:

Hay orden social donde la actividad distinta de diferentes actores se integra en un todo coherente, permitiendo el desarrollo, consciente o inconsciente, de ciertos fines o funciones globales (...) el que un actor contribuya (a la interacción) es una expectativa legítima por parte de los demás actores, que así pueden conocer de antemano los límites dentro de los cuales el actor se comportará probablemente, y tienen el derecho virtual a esperar de él que se comporte de acuerdo a estas limitaciones (...) Cuando no se respetan las reglas, o cuando ninguna regla parece aplicable, los participantes dejan de saber cómo comportarse y de saber lo que deben esperar de otro (...) La persona que infringe las reglas es un contraventor (...) debe sentirse culpable o lleno de remordimiento, y la persona ofendida debe sentirse justamente indignada. (1991)

Pueden entonces activarse esas "alarmas" de las que habla Goffman para detectar que algo anda mal y que determinado individuo en el contexto cercano no está haciendo lo que se espera de él.

La percepción de un supuesto peligro lleva a los usuarios de la calle a prestar una atención especial al origen de esa alarma.

El mismo autor menciona además que los actores, una vez que han aprendido a detectar cuáles son las señales de alarma en cada contexto, son más susceptibles a expandir sus sistemas de detección (a través de los sentidos).

Así mismo, que estos sistemas de detección funcionan a partir de la percepción de anormalidad. Es decir, el ser humano se acostumbra a percibir como típica o correcta cierta condición o estado de las cosas (objetos e individuos) a su alrededor.

Cuando el mundo inmediatamente en torno al individuo no presagia nada fuera de lo normal, cuando parece que el mundo le permite continuar con sus tareas rutinarias (es indiferente a sus propósitos y no constituye ni una gran ayuda ni un grave obstáculo), podemos decir que el individuo percibe que las apariencias son "naturales o "normales" (ibid. p. 241)

Cada vez que se interactúa con un nuevo contexto, se realiza una revisión rápida de las cosas y si no se detecta nada fuera de lo esperado, el sistema de alarma permanece apagado. Es a partir de la percepción de algo irregular que se detecta un posible peligro.

Si bien generalmente se piensa que los signos alarmantes son cosas que ocurren, la ausencia de un signo esperado puede desempeñar la misma función (ibid. p. 143).

Durante la práctica de observación, los personajes de la espera detectaron en mí, supuesta usuaria del mismo espacio, algo anómalo. La presencia de una mujer tomando notas a toda prisa, observando a todos lados (pero sobre todo a su alrededor inmediato), no pasó desapercibida para ellos y desencadenó una nueva serie de movimientos.

Poco a poco se fueron acercando, hasta estar en franca cercanía e inclusive se aventuraron (no sin tratar de disimularlo) a asomarse a la libreta. Los individuos más alejados, pero para los que yo estaba dentro de su campo de alerta o umwelt, me miraron abiertamente y realizaron leves movimientos corporales encaminados a focalizar su atención en mí por breves instantes, dentro del marco de la representación a la cual estaban llamados como usuarios de ese espacio público. Goffman da cuenta de las "tretas y maniobras" que desarrollan los participantes para alcanzar sus propios objetivos sin violar las reglas del lugar (1991).

Algunas notas que muestran lo anterior, son las siguientes:

¿Cómo tomar fotos sin llamar la atención?

La gente me observa escribir.

Han pasado 5 minutos.

O soy una reportera auténtica (y saco mi cámara y hago entrevistas) o dejo de escribir. Estoy levantando sospechas, la gente a mi alrededor me ve con curiosidad.

LA MUJER EN ESPERA. Cerca de mí, me mira escribir y observar. Parece interesada en lo que hago, aunque lo intenta disimular mirando hacia otras partes. Se ha acercado, se para a mi lado. De reojo mira el bolígrafo moviéndose.

He notado que LA MUJER DEL MÓVIL se interesa por lo que escribo. En cuanto dejo de hacerlo, se aleja un poco para disimular.

Mejor enciendo un cigarro y observo un momento sin tomar nota. Así pareceré más alguien de quien fiarse.

EL PROFESIONISTA está ahora con otros 2 acompañantes. Los tres parecen estar esperando a alguien más. Parecen estudiantes o profesionistas jóvenes. Me miran escribir.

La MUJER advierte mi presencia y, al paso de los minutos (mientras espera a que se resuelva su problema) se va acercando lenta y despistadamente hacia mí. Al final, la tengo en franca cercanía, se aventura a asomarse a mi libreta.

EL POLICÍA también ha intercambiado una mirada de reojo conmigo. Cambia su posición, se hace más rígida.

Tomo la foto y sé que esa es mi despedida de este lugar. En efecto, la gente me ha mirado con curiosidad por tomar una foto a "la nada". No parecía turista, no parecía reportera. Debe parecerles extraño.

El segundo tipo de acontecimiento destacable durante la práctica de observación lo constituye los encuentros. Los personajes en espera culminan su actuación dentro del escenario para iniciar en otro la representación de nuevos papeles.

Aquellos que no han abandonado la esperanza de encontrarse con quien esperan para reintegrarse a otro mundo sin el objetivo alcanzado, denotan la alegría del encuentro con disimulo.

Una vez localizada visualmente la persona a quien esperan, adelantan el cuerpo unos pasos en dirección hacia el encuentro. Este, sin embargo, se da lugar a unos cuantos metros de distancia del lugar en el que originalmente estaban. Una sonrisa sirve de indicación una vez que las miradas entre ambas partes se cruzan como señal de reconocimiento –y de entusiasmo las más de las veces.

La reunión corporal se manifiesta con un saludo y un beso. La cercanía de los cuerpos da la idea de conjunto. Después del rito de reunión, los individuos conversan un poco y hacen movimientos que podrían indicar que se está tomando la decisión acerca del nuevo rumbo compartido: miran alrededor, voltean a sus costados. Observan, evalúan, discuten. Este proceso no se alarga más de tres minutos, incluyendo el saludo y la toma de decisión. Finalmente se alejan con paso seguro sobre una dirección.

En este proceso destacan varios factores. Uno de ellos es el que corresponde al manejo de lo privado en un espacio público. De lo que se trata es de poder conservar en privado aquello que se considera íntimo, fuera de la incumbencia del resto de los usuarios de la calle.

Así, la señal de identificación emitida a distancia entre las dos partes que se reúnen, es sutil y dirigida. Una sonrisa apenas, unos pasos adelante. No hay llamadas sonoras –gritos de reconocimiento o de apelación- ni movimientos corporales bruscos.

Se presenta en ese momento la búsqueda de un nuevo espacio –por mínimo que materialmente sea- compartido, alejado al menos un poco del resto de los individuos, que pueda ser al mismo tiempo propio, neutral y de fácil acceso para ambos.

Desde ese punto, el movimiento posterior parece más cómodo, tanto porque está en un sitio a partir del cual se puede ir hacia cualquier dirección, como porque proporciona cierta privacidad con respecto al resto de individuos con los que cada uno de ellos ha compartido los últimos minutos y las últimas historias:

Dos hombres de edad media (uno de ellos, EL PROFESIONISTA), conversan, esperan a alguien más. Los encuentros parecen alejar a la gente de la cerca. La conversación de encuentro se da fuera del espacio de la cerca, aproximadamente a 3-5 metros de ella.

EL LECTOR encuentra a una mujer y se van caminando a otro sitio alrededor de la cerca. Los encuentros alejan a la gente del punto que previamente ocupaban en la cerca. Otros que llegan a "esperar a alguien" van ocupando esos lugares.

Descubro un patrón: las mujeres son las más, y cuando se encuentran, sucede lo siguiente: ven a lo lejos cuando se aproxima a quien esperan. Sonríen sin moverse o se acercan un poco en la dirección en la que viene esa persona. Las mujeres se abrazan y se besan, se saludan efusivamente, sube un poco su tono de voz al saludarse. Los hombres, por su parte, al encontrarse, se hablan de cerca y se anima su expresión facial.

ENCUENTROS DE GRUPO. 6 mujeres extranjeras, europeas, turistas, con bolsas de El Corte Inglés. Ríen en voz alta, Miran alrededor. Llega un hombre y las guía hacia algún lugar, se van (desde que llegaron hasta que se fueron, pasaron sólo 3 minutos).

¡Todo es tan rápido aquí!

Un nuevo encuentro: dos mujeres se abrazan efusivamente y se van.

Otro encuentro de mujeres. Dos adolescentes se envían señales desde lejos y se abrazan: "¡tía!..."

Otro encuentro de mujeres. Con el mismo patrón. Demuestran siempre que les agrada encontrarse.

LA MUJER DEL MÓVIL recibe a quien esperaba. Es otra mujer. Se alejan del punto de encuentro para visualizar todo el campo, se mueven un poco sin rumbo fijo y finalmente deciden a dónde ir.

Encuentro de pareja: no hacen aspavientos a la distancia, pero la cara refleja la alegría del encuentro así como lo hace el consiguiente abrazo. El habla por el móvil, ella lo abraza y lo besa en la mejilla.

El manejo de lo privado (en este caso, las emociones y expresiones asociadas al encuentro) en lo público, de esta manera, se ve interpretado por los actores bajo la misma rutina de máscaras ya que, como menciona Arendt:

(...) nuestra sensación de la realidad depende por entero de las apariencias, y por lo tanto, de la existencia de una esfera pública en la que las cosas surjan de la oscura y cobijada existencia, incluso en el crepúsculo que ilumina nuestras vidas privadas e íntimas deriva de la luz mucho más dura de la esfera pública. Sin embargo, hay muchas cosas que no pueden soportar la implacable, brillante luz de la constante presencia de los otros en la escena pública; allí, únicamente se tolera lo que es considerado apropiado, digno de verse u oírse, de manera que lo inapropiado se convierte automáticamente en asunto privado (1998: 60-61).

La presentación de actividades como ésta, que en teoría corresponderían a un espacio privado, se sucede sin cesar en las calles de cualquier ciudad. Una parte de lo íntimo -entendido como la expresión de sentimientos de un individuo a otro(s)- es llevado a la esfera de la público, porque es ahí donde adquiere su sentido:

Vivir una vida privada por completo significa por encima de todo estar privado de cosas esenciales a una verdadera vida humana: estar privado de la realidad que proviene de ser visto y oído por lo demás, estar privado de una "objetiva" relación con los otros que proviene de hallarse relacionado y separado de ellos a través del intermediario de un mundo común de cosas, estar privado de realizar algo más permanente que la propia vida. La privación de lo privado radica en la ausencia de los demás; hasta donde concierne a los otros, el hombre privado no aparece y, por lo tanto, es como si no existiera. (Arendt, 1998: 67)

La posibilidad de los encuentros con su consecuente demostración de la importancia que para cada individuo tiene, es posible además por la "individualización" del espacio público del que hablan Sennet (1997) y Augé (1994 y 1998).

Esto significa que la experiencia de lo urbano, en los "no lugares", sólo es posible a partir de la individualidad que toma sentido de lo social: "el sentido de la vida individual nace de las coacciones globales que son las de toda vida social" (Augé, 1998: 115).

Si Sennet lleva a cabo un recorrido histórico en el que muestra cómo aparecieron los conceptos de individualidad, comodidad y movimiento asociados a la modernidad en los espacios públicos, Augé reflexiona acerca de la forma en que estas ideas se ven plasmadas no sólo en la utilización de los espacios comunes, sino en la cultura de interacción humana y material que generan. Hablando específicamente acerca del viaje en metro –experiencia colectiva que podríamos transferir a cualquier otro espacio público o de tránsito- menciona:

(...) no hay nada tan individual, tan irremediablemente subjetivo como un trayecto en particular en el metro (...) sin embargo, nada es tan social como semejante trayecto, no sólo porque se desarrolla en un espacio-tiempo sobrecodificado sino también y sobre todo porque la subjetividad que en él se expresa y que lo define en cada caso (todo individuo tiene su punto de partida, sus combinaciones y su punto de llegada) forma parte integrante, como todas las demás, de su definición como hecho social total (1998: 64).

 

Al igual que las estaciones del metro o las salas de los aeropuertos que analiza Augé, en el lugar de encuentro observado se dan las interpretaciones (performances) personales; los microeventos de Goffman que al tiempo que marcan acontecimientos únicos son en su conjunto la materia de lo social en el espacio en que se desarrollan.

El encuentro, al igual que la llegada del metro de Augé, marcan el fin de las historias que han confluido por un instante en dicho punto.

Para el observador, para el acompañante anónimo del lugar de reunión, no se puede ir más allá. Imposible saber si ese punto de las trayectorias individuales es para cada uno de los actores el inicio de una nueva aventura, la culminación de una historia de encuentros y desencuentros o el plot point de cada argumento particular. Para el acompañante involuntario de ese transe momentáneo, la historia llegó a su fin; el resto queda libre a su especulación.

Otro escenario. Me nuevo un poco hacia la esquina. Decido sentarme en una farola justo bajo el semáforo. Este es otro buen punto. Se pueden observar varias cosas a la vez: la puerta de El Corte Inglés, la acera, la calle. Este parece ser un lugar de tránsito... resulta increíble que con caminar sólo unos pasos, se pueda percibir otro tipo de actividad y de interacción.

 

El vendedor de lotería y su perro, territorios fijos dentro del movimiento

Otro punto de observación, a unos ocho metros de la cerca de salida/entrada a la estación del metro, muestra un tipo de actividad y de personajes diferentes. En este lugar se ubican contiguamente un kiosco de revistas, una caseta de lotería y otra de helados. Sus ocupantes, fijados en un espacio determinado dentro del movimiento de la calle, muestran comportamientos diferentes tanto a los personajes de la espera como del resto de transeúntes que frente a ellos avanzan rápidamente.

Encontramos individuos que ofrecen diferentes bienes y permanecen estables mientras observan a su alrededor. Sus miradas son distintas a las de los personajes de la espera.

Observan fijamente un punto, que puede ser cualquiera de los que están a su alrededor, y parecen traspasar el objetivo; como si su mente estuviera muy lejos del lugar que focalizan con la vista. Son miradas retenidas por varios segundos, incluso minutos. Después de esto, voltean la cabeza en otra dirección y vuelven a fijar la vista en otro punto.

A pesar de su cercanía física, no hay interacción entre ellos. Son también personajes que esperan, pero de una manera distinta a los del punto de encuentro.

Deteniéndonos un momento en la actividad que se desarrolla en torno a la caseta de lotería, cabe destacar a sus personajes y su comportamiento.

Ahí se ubican un vendedor externo acompañado por su perro; en el interior, una mujer de edad avanzada. Entre ellos no hay comunicación alguna. El vendedor apela a la muchedumbre que pasa por el lugar a toda prisa. Sólo los turistas y los ancianos parecen tener el tiempo y el ánimo de detenerse ante sus ruegos:

El PERRO llama la atención de los turistas.

El VENDEDOR dice algo semejante a esto: "paré varé", es lo que entiendo desde donde estoy.

Nadie se detiene a observarme ahí sentada. Todos parecen saber a dónde van y estar seguros de que ese lugar es para transitarlo, no para detenerse. La gente pasa de largo del VENDEDOR y sus llamados, de su PERRO y de MÍ.

El VENDEDOR es ciego, mira al piso permanentemente. Dentro de la caseta, una mujer de edad avanzada, LA VENDEDORA, mira fijamente a puntos determinados, cambia la vista periódicamente y vuelve a fijarla en otro sitio; sin embargo, su mirada parece ir más allá de lo que observa.

Parece ser un parte de un transe en que mirar se hace sólo porque no se puede evitar, pero su mente podría estar en otros lados, en otros mundos.

¿Será esa mirada de "ver todo y no ver nada" a la vez, propia de los que tienen territorios fijos en la calle? ¿estarán con esta actitud "pasando" de las historias a su alrededor?

No hay conversación entre EL VENDEDOR y LA VENDEDORA. En este punto de la calle nadie habla con nadie, eso incluye a los que tienen territorios fijos contiguos: el vendedor del kiosco, LOS VENDEDORES DE LOTERÍA y la mujer en la heladería.

Una mujer se acerca a hablar con EL VENDEDOR. Le dice: "no tengo ná". Ríen, hablan. EL PERRO mueve la cola, la mujer que se ha acercado lo toca, también habla con él. Finalmente se acerca a la ventanilla de la caseta, compra un billete. EL VENDEDOR no deja de hablarle: "entonces, en este momento estoy imposibilitao", o algo por el estilo.

Un anciano se acerca al PERRO, lo mira y se aleja.

¿Y qué es lo que podrían observar estos personajes anclados a un territorio en medio del oleaje en el que están? Sin duda, sería el movimiento sincronizado de la gente que transita por cualquiera de sus costados. Este es un lugar de tránsito: el semáforo a un costado, la amplia acera al frente; detrás, el ir y venir de los coches por la calle.

Miles de historia se dan cita en ese punto, se movilizan, se pierden, se esfuman:

Un grupo de chicas (adolescentes) van tomadas del brazo, caminan rápidamente.

Un grupo de turistas japoneses deambulan con cámaras y bolsas firmemente sujetadas.

Algunos grupos regulares: turistas, parejas, amigos y el conjunto formado por niños y adultos.

Los extranjeros solos caminan con seguridad. No así cuando van en grupo (turistas).

Las rachas de gente vienen con el semáforo.

Por la acera, poca gente lleva las manos libres.

Dos latinoamericanos discuten a señas por dónde cruzar la calle. Se ven desorientados.

O MIRO, O TOMO NOTAS. Esto es más rápido que cualquier noticia de última hora, porque los "protagonistas de los hechos" son los miles de transeúntes que pasan por aquí. Es difícil enfocarse en un "ángulo de la noticia", los "ángulos" aquí surgen y desaparecen por segundos.

 

La mirada de estos seres inmóviles podría situarse, por contraste,

en el movimiento regulado por el semáforo.

Es una danza de sincronización en la que, desde un frente y otro de la calle, la gente se encuentra para seguir caminos contrarios. Durante el tiempo de observación, ninguno de ellos provocó algún choque o enfrentamiento, pasan por rendijas, hacen equilibrios; y con la mirada y el movimiento corporal envían una serie de señales que les permiten salir ilesos del encuentro.

Son las unidades vehiculares y los códigos de circulación a los que hace referencia Goffman (1979):

Una unidad vehicular es un caparazón de algún tipo controlado (por lo general desde dentro) por un piloto o un navegante humano. Un código de la circulación es un conjunto de normas cuyo mantenimiento permite a las unidades vehiculares utilizar de modo independiente una serie de avenidas con objeto de desplazarse de un punto a otro. Las cosas están dispuestas de modo que se eviten sistemáticamente el choque o la obstrucción mutua mediante determinadas limitaciones al desplazamiento que se aceptan voluntariamente. Cuando se respeta un código de circulación se establece una pauta de paso seguro (p. 26).

Son estas normas aprendidas y negociadas en el momento las que permiten al

usuario de las calles –especialmente en un acontecimiento que podría ser problemático si no se respetasen, como es el cruce de un semáforo- transitar libremente.

Es el estudio de los códigos de circulación lo que resulta de especial importancia para entender ese tipo de interacción no verbal, microscópica, veloz, que se da entre los distintos usuarios de la calle, que se dirigen todos a rumbos y objetivos diferentes al hacer uso de las aceras y los cruces peatonales.

Parte de ese aprendizaje consiste en poder identificar la lógica de los carriles, manejar y leer adecuadamente la externalización o glosa corporal, el ojeo, el display de intenciones, el finteo, el control de impresiones y las normas de contacto corporal (Goffman, 1979).

Estos códigos, que tienen algo de generalizado para el urbícola de cualquier ciudad, tienen además ciertos elementos propios de la cultura en la que se presentan. Así, vemos como el desconocimiento de los mismos, en el lugar de observación de este trabajo, traía inconvenientes para los turistas y los extranjeros. Entorpecía su tránsito y los llevaba a caminar a un ritmo marcadamente más lento que el de los individuos familiarizados con estas normas.

No puedo irme sin seguir el recorrido de alguien, al menos de uno de los protagonistas de estas historias a medias. Veo a un policía con su perro (lo llamaré REX, como el de la serie televisiva). Me parecen personajes especiales, despiertan mi curiosidad.

 

Rex y el policía, punto de referencia en el camino

 

Sigo al POLICÍA y a REX iniciando el recorrido desde el punto anterior. Bajan deprisa por las escaleras hacia el metro. Debo acelerar bastante el paso para alcanzarlos.

¿Adónde se dirigen con tanta prisa?

Finalmente se establecen frente a las máquinas de entrada a las líneas del metro. Me recargo en una columna y tomo notas a discreción. No han notado mi presencia.

Detiene a una MUJER por un problema con el billete. Ella espera a que le indique qué debe hacer. Mientras estoy en este punto, ha orientado a 6 personas más; ancianos y turistas, sobre todo.

Parece ser un distribuidor de caminos. A partir de su intervención, la gente toma decisiones sobre sus trayectorias. Después de hablar con él, se dirigen con seguridad sobre una ruta.

Esta, que parecía ser una historia cuyo final podría conocer si seguía el mismo recorrido, se esfuma como las otras; como los múltiples movimientos de espera y encuentro que presencié en la calle.

Aquí abajo, en el metro, donde en principio habría menos posibilidades de perder de vista a un objetivo, sucede lo mismo que allá arriba: es una red compuesta de micro unidades que se mueven con energía propia y cuyo aspecto/trayecto "completo" es imposible conocer salvo en el particular momento en que se intersecan ante la mirada del observador.

19.15 hrs. FIN DE LA JORNADA.

 

Conclusiones

La ciudad heterogenética a la que hacían alusión Redfield y Singer a mediados de los años cincuenta, podría ser la descripción más adecuada para las ciudades occidentalizadas e inclusive para cada uno de sus espacios públicos. Es una ciudad que se alimenta de y retroalimenta a la ciudad misma a partir de la diversidad de funciones, actividades, costumbres, religiones y visiones del mundo, entre otras categorías. Su supervivencia depende precisamente de estos flujos de diferencia que

crean formas originales de pensamiento que tienen autoridad más allá de las viejas culturas y civilizaciones o en conflicto con ellas [donde] por una parte, la conducta está gobernada por el interés, la rapidez y la conveniencia administrativa –lo que recuerda a Simmel y Wirth-; por la otra parte, hay una reacción contra tales rasgos urbanos bajo la forma de humanismo, ecumenismo o nativismo. La ciudad heterogenética es un centro de heterodoxia y disidencia, de desarraigo y anomia (Hannerz, 1986: 104-105).

La Escuela de Chicago, a través de los estudios de Park, Thomas, Thrasher, Wirth y Anderson, entre otros, realizó una serie de aportaciones que hoy día siguen vigentes para explicar la vida en las ciudades.

Sin embargo, su visión fatalista acerca de la forma en que las urbes como Chicago estaban condenadas a mantener las relaciones de marginación hacia los sectores más desfavorecidos –a través de su concepción de desarrollo de la ciudad a partir de la competencia y una ecología naturalista-, contrasta con la perspectiva de otros autores que, como Augé o De Certeau, retoman ideas como el anonimato y la individualización para caracterizar las relaciones de interacción en los espacios públicos: una interacción corporal, que hace uso de la comunicación no verbal y en cuyo transcurso los individuos construyen situaciones sociales microscópicas, instantáneas, donde domina la fragmentación y el movimiento.

Relaciones sociales construidas en parte "a la medida" o "ad hoc" para cada situación, pero, en parte también, hecha de los retazos que le proporcionan las experiencias semejantes anteriores y compartidas con otros seres anónimos.

Si bien a diferencia de las sociedades comunales, tradicionales o rurales, las relaciones en la ciudad podrían parecer desprovistas de vínculos relacionales que ligan estrechamente a sus participantes, existe en cambio un tipo de interacción

compuesta de episodios (...) y de más duraderas interdependencias entre las personas (los individuos) mantienen contactos con los demás; son entidades construidas por los papeles que desempeñan al participar en estas varias situaciones (Hannerz, 1986: 20).

La ciudad heterogenética da lugar a la construcción de nuevas formas de comportamiento público basado en los principios que Goffman ha destacado: interpretaciones de papeles para cada situación social, juego que se da en el contexto de las apariencias compartidas, de suposiciones y rectificaciones sobre la marcha.

Los espacios públicos son entonces aquellos que se componen del conjunto de movimientos moleculares –la vida en la gran ciudad, sugería Simmel, "es la intensificación de la estimulación nerviosa, el amontonamiento de imágenes rápidamente cambiantes, las discontinuidades perceptibles en una sola mirada y lo inesperado de las nuevas impresiones", (cit. en Hannerz, 1986: 78)-. Son fragmentos de historias que tienen su propia lógica y estructura, que son diseñadas y puestas en escena mediante un proceso de negociación simbólica que incluye miradas furtivas, movimientos corporales apenas perceptibles, señales abiertas para el resto de los participantes/actores/constructores.

Este movimiento molecular es especialmente constitutivo de los espacios públicos, en los que el todo se compone de espontáneos y fugaces intercambios realizados bajo la premisa de un contrato social encaminado a una ordenación de tiempos y espacios que permitan el libre tránsito de individuos anónimos cuyos trayectos confluyen por un momento en ese punto.

Dicho movimiento hace alusión a un ritmo que, en ocasiones más rápido o más lento, podría constituir la esencia de estos "no lugares". Espacios que están "por llenar" todo el tiempo con el flujo de las experiencias y encuentros que ahí se dan lugar.

Son

Estructuras estructurantes, puesto que proveen de un principio de vertebración, pero no aparecen estructuradas –esto es concluidas, rematadas-, sino estructurándose, en el sentido de estar elaborando y reelaborando constantemente sus definiciones y propiedades, a partir de los avatares de la negociación ininterrumpida a que se entregan unos componentes humanos y contextuales que raras veces se repiten (Delgado, 1999: 25).

Son, así mismo, los lugares intersticiales, liminales, de frontera a que han hecho referencia los expositores de la Escuela de Chicago en el sentido de ser espacios neutros en el que se dan todo tipo de ambigüedades –vs. códigos o comportamientos establecidos rígidamente- y componentes de los ritos de paso. Tránsito entre un mundo

-material y de representación- y otro. Son "espacios situados entre una cosa y otra (...) las materias extrañas tienden a reunirse y apelmazarse en todas las grietas, hendiduras y resquebrajaduras: los intersticios" (Thrasher, cit. en Hannerz, 1986: 49).

Los ritos de paso, si así consideramos a la experiencia de tiempo y espacio a la que se expone el usuario de los lugares de tránsito, incluirían entonces los procesos por los cuales los individuos se disfrazan de "nada", o más bien, de "nadie". Ambigüedad que caracterizaría su representación en público, con la "máscara en turno" puesta, el individuo tomaría el lugar que le corresponde en dicho escenario: exactamente el mismo que el de su vecino, lo que lleva a la situación del "otro generalizado":

En la calle, no sólo yo es otro, sino que todo el mundo es, en efecto, otro (...) Hay que repetirlo, el espacio público –baile de máscaras, juego expandido- lo es de la alteridad generalizada" (Delgado, 1999:120)

Es una alteridad que precisamente por serlo, se reconoce y afirma en los comportamientos de otros. Haciendo como el resto, como le corresponden a él y a cualquier otro en el espacio que comparten, es que ve satisfecha su conciencia social.

Lograr una actuación (performance) verosímil, coherente con el contexto de la situación y con las ideas que imagina en los demás acerca de sí mismo, es el objetivo detrás de su comportamiento (Goffman, 1979).

Esto no significa, sin embargo, que cada recorrido por un lugar de tránsito esté sujeto a unas reglas inamovibles por aprendidas. Todo lo contrario, el espacio público, bajo la conceptualización que aquí se ha retomado (de Augé, De Certeau, Delgado Goffman, Simmel, entre otros) es construido y reconstruido por sus usuarios en cada corte que de su continuo flujo pudiéramos hacer. Los interaccionistas simbólicos, en todo caso, ya lo habían dicho claramente:

La significación social de los objetos [en este caso aplicado a los cuerpos en movimiento y a las relaciones que de ahí se derivan] proviene del hecho de dar sentido al curso de nuestras interacciones. Y si algunas de estas significaciones son estables en el tiempo, tienen que ser negociadas en cada nueva interacción. La interacción se define como un orden negociado, temporal, frágil, que debe ser reconstruido permanentemente con el fin de interpretar el mundo (...) el mundo social no se da, sino que se construye "aquí" y "ahora" (Coulon, 1998: 18-19).

Antes de terminar, me parece pertinente retomar dos ideas que la práctica de este trabajo constató una vez más.

La primera se refiere a los "no lugares" que menciona Marc Augé, pues los tres escenarios de observación cuentan, en menor o mayor medida, con las características que el antropólogo francés identifica y estudia en lugares como el metro de París, los supermercados, las carreteras, las vías rápidas.

Las sociedades contemporáneas, sugiere, presentan una superabundancia de espacio y de acontecimientos. Con esto se refiere a la rápida sucesión de cambios en el devenir histórico y a las posibilidades de contacto con otros contextos que proporciona el adelanto de los medios de comunicación y transporte.

Esto, afirma, conduce a la creación de "no lugares", en el sentido contrario que se asigna al concepto sociológico de lugar –localizado en el tiempo y el espacio-

Los no lugares son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transporte mismo o los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta (Augé, 1994: 41).

O las calles como lugar de tránsito... que si bien no superan la velocidad del metro o del automóvil, sí son el vehículo de una vivencia cotidiana compuesta de imágenes en movimiento, de fragmentos fugaces y microacontecimientos experimentados en la individualidad (soledad, le llamará Augé) contextualizada bajo un marco social.

La otra mención se refiere a los conceptos propuestos por la escuela etnometodólogica para entender la práctica de los individuos en su vida cotidiana. Sólo a través del conocimiento de sus propios métodos y tácticas, reflexionan, es posible aprehender la naturaleza de lo social.

La visión de los etnometodólogos acerca de la realidad social, se perfila como una de las herramientas más útiles para el estudio de las interacciones en los espacios públicos:

Allí donde otros ven datos, hechos, cosas, el etnometodólogo ve un proceso por medio del cual los rasgos de aparente estabilidad de la organización social se están creando continuamente (Pollner, cit. en Coulon, 1998: 33).

Conceptos como la indexicabilidad del lenguaje, que sirvieron para explicar el carácter contextual de una conversación y la forma en que ésta se desarrolla a partir de la construcción activa de sus participantes, podrían también ser trasladados al campo de las interacciones en los espacios públicos.

Lo mismo sucede con la reflexividad a la que hacía referencia Garfinkel para designar el hecho de que producimos el sentido del mundo cuando lo decimos –tácita o prácticamente- cotidianamente bajo el supuesto de un sentido común que va más allá de una lógica científica:

Para los miembros de una sociedad, el conocimiento de sentido común de los hechos sociales está institucionalizado como conocimiento del mundo real. El conocimiento de sentido común no sólo pinta una sociedad real para sus miembros, sino que, a la manera de una profecía que se cumple, las características de la sociedad real son producidas por la conformidad motivada de las personas que han hecho ya estas previsiones (cit. en Coulon, 1998: 44).

Coulon agrega:

Las descripciones de lo social se convierten, en el momento de expresarlas, en partes constitutivas de lo que describen (...) Describir una situación es construirla (1998: 44).

Y si las descripciones fueran no verbales y estuvieran constituidas por un discurso corporal, de movimiento y tránsito; igualmente construirían el marco social de forma activa.

En resumen, el espacio público y los acontecimientos sociales que ahí se dan lugar constituyen un campo de estudio que habrá de dar cuenta de lo fugaz, lo fragmentado, lo negociado sobre la marcha –en el sentido de tránsito y de estructura estructurándose-, de las experiencias individuales dando forma a lo colectivo, de la ambigüedad y de las máscaras.

Hace falta, en palabras de Augé (1994: 41-42), "como en el siglo XIX, emprender el estudio de civilizaciones y de culturas nuevas (...) vivimos en un mundo que no hemos aprendido a mirar todavía. Tenemos que aprender de nuevo a pensar el espacio".

Apéndice: los problemas de una reportera

La primera pregunta a la que hay que buscar respuesta cuando se está cubriendo una noticia es "¿de qué se trata todo esto?". En el fondo y en la superficie, en pocas palabras, ¿qué está sucediendo aquí? Captar el sentido y las condiciones objetivas de lo que se está presenciando, es tener el trabajo hecho. De la respuesta a estas preguntas, surge el titular de la nota.

La segunda pregunta es ¿quiénes tienen la palabra en este acontecimiento? Es decir, ¿quiénes son los protagonistas? Acto seguido, la misión es conseguir sus declaraciones, sus explicaciones y opiniones. Una nota sin protagonistas que lo expliquen, no es una nota.

Las declaraciones se recogen por orden de importancia (una jerarquización que el propio reportero debe establecer con base en criterios de noticiabilidad, interés público, y enfoque editorial del periódico para el que trabaja, entre los factores más importantes).

"Una foto dice más que mil palabras", la lógica de la imagen (que desafortunadamente lleva en muchos casos a un malentendido de las representaciones así como a un sensacionalismo sin cuartel) se impone sobre las palabras. Si no hay registro gráfico, tampoco hay nota.

A lo largo de este proceso de registro, llevado a cabo a toda prisa por el reportero, éste va decidiendo el "ángulo" conforme avanza en su comprensión de la realidad que está cubriendo. La última pregunta, antes de dejar el lugar de los hechos, es ¿cuál es el ángulo que se dará a esta nota?

Hasta aquí llega su trabajo de campo, el resto se hace en una oficina o en una sala de documentación. La redacción, las negociaciones con el editor, constituyen la etapa final antes de su publicación.

Como bien se ve, el tipo de trabajo de campo que es necesario para entender la vida en las calles no corresponde en su totalidad a este patrón automatizado de periodismo; no obstante, algunas de sus prácticas pueden resultar de utilidad al momento de abordar (enfrentar) el movimiento y la vida social en dichos contextos bajo la perspectiva teórica antes discutida (Goffman, etnometodólogos, Simmel, Delgado, entre otros).

De lo que se trata entonces es de tender un puente entre la práctica periodística y el tipo de trabajo de campo que se propone con las observaciones flotante y participante. Desde mi punto de vista, una y otra área (el periodismo y el estudio de los espacios públicos) podrían verse sumamente enriquecidas a través del intercambio de sus herramientas, experiencias y perspectivas.

La primera dificultad para un reportero que trata de entender y dar cuenta de lo que sucede en las calles es encontrarse con historias "sin pies ni cabeza", verse condenado a construir un panorama de las cosas a partir de la nada. Esto es, mediante "material" que no está acabado y que es difícil de ubicar porque se mueve ante sus ojos como partículas de polvo.

La primera de sus preguntas de trabajo, "¿qué está sucediendo aquí?", se responde con una suerte de leyenda mágica: "Ahora lo ves, ahora no lo ves". Esto dificulta a su vez la identificación de protagonistas clave a la que está acostumbrado a abordar; no hay "vocero oficial" y las "víctimas, testigos, actores e involucrados de los hechos" entran y salen a gran velocidad del "lugar del suceso".

Está claro que para estas alturas el titular, las declaraciones y el testimonio gráfico se han ido ya por la borda.

Sin embargo, estas dificultades deberían llevarlo a echar mano no ya de su anquilosada rutina de trabajo, si no del espíritu de búsqueda del trasfondo que le recuerde los orígenes de su oficio y lo incite a empezar de nuevo una y otra vez con su mejor arma: la curiosidad.

En primer plano, una actitud, más que una rutina de trabajo. Reconocerse inhabilitado para reconstruir algo que escapa a sus procedimientos de recolección de información y a su visión de los hechos como historias con principio, desarrollo y fin claramente identificables y reproducibles.

Es a partir de entonces que sus herramientas de trabajo proporcionan nuevas oportunidades, pues en estos microeventos existen efectivamente los elementos con los que habitualmente labora: protagonistas, espacios, secuencias de acción, motivaciones, tiempos y desenlaces. Una panorámica hecha de fugaces y microscópicos eventos enlazados entre sí por unos espacio y tiempo determinados.

Si ya no es posible intervenir como entrevistador, eso se compensa con creces a partir de su posibilidad de asumirse como parte de la "noticia" y entender de esta forma lo que ocurre desde su perspectiva como un protagonista más. Y esto no es poca cosa, si se considera que desde el inicio mismo del periodismo –y con frecuencia aún hoy en nuestros días-, le ha sido negada la posibilidad de participar como actor en los sucesos que reporta, en aras de un periodismo objetivo y "realista". Un periodismo que desafortunadamente bajo dicha perspectiva resulta poco humanista.

Es esta aproximación como actor y observador de lo caótico la que verdaderamente le permite lograr sus objetivos últimos: llegar al fondo de los sucesos y entender el sentido de lo que está captando en dichos escenarios.

Por otra parte, la observación flotante puede verse enriquecida a su vez con la utilización de las herramientas del periodista. La cámara, como instrumento de recolección de planos secuencia, de escenas cortas, de primeros planos, de tomas abiertas que permitan visualizar el movimiento molecular de las calles, las mareas de gente y vehículos así como la dirección y velocidad de sus cauces. El montaje de las imágenes, por su lado, también podría aportar una perspectiva que efectivamente refleje la esencia de la realidad en las calles: movimiento, fugacidad, fragmentación, negociación e interacción a gran velocidad.

No se trata entonces de renunciar ni a los procesos de recolección de información del periodista, ni a los principios del etnógrafo de la calle; pues en uno y otro existen valiosas experiencias que permiten abordar escenarios hechos de movimiento y aparente caos.

La síntesis entre el olfato periodístico para reconocer tanto los elementos constitutivos de los hechos como el significado de los mismos, y las actitudes del etnógrafo de la calle que reconoce la necesidad de emplear nuevas estrategias para dar cuenta de una realidad en movimiento, constituyen un nicho valioso para el abordaje de la vida cotidiana en espacios públicos y en los lugares -cada vez más comunes en el mundo contemporáneo- caracterizados por el tránsito y la inestabilidad.

Bibliografía

Arendt, Hannah (1998). La condición humana. (2ª. Edición). España: Paidós Estado y Sociedad.

Augé, M. (1994). Los "no lugares". Espacios del anonimato. Barcelona: Gedisa Editorial.

------ (1998). El viajero subterráneo. Un etnólogo en el metro. (2ª edición). España: Gedisa Editorial, Colección El mamífero parlante.

Coulon, Alain (1998). La etnometodología. Madrid: Cátedra, Colección Teorema.

Delgado, Manuel (1999). El animal público. España: Anagrama, Colección Argumentos.

Fabbri, Paolo (1988). "Todos somos agentes dobles", en Revista de Occidente, No. 85 (junio).

Goffman, Erving (1979). Relaciones en público. España: Alianza Editorial.

------ (1991). Los momentos y sus hombres. España: Paidós Comunicación.

Hall, Edward T. (1978). Más allá de la cultura. Barcelona: Gustavo Gili, S. A.

Hannerz, Ulf (1986). Exploración de la ciudad. México: Fondo de Cultura Económica.

Sennet, Richard (1997). Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Madrid: Alianza Editorial.

Simmel, Georg (1986). El individuo y la libertad. Ensayos de crítica de la cultura. Barcelona: Península, Serie Historia, Ciencia, Sociedad.


 

Anexos

1 Panorámica de Plaça Catalunya, esquina con Ronda St. Pere; frente a El Corte Inglés.

anexo1.jpg (54664 bytes)

2 Escaleras que conectan la boca del Metro con Plaça Catalunya y Ronda St. Pere.

anexo2.jpg (44863 bytes)

3 Panorámica desde la farola en la esquina: Corte Inglés, kiosco, casetas de lotería y helados.

anexo3.jpg (39297 bytes)

4 El vendedor de lotería y su perro.

anexo4.jpg (39201 bytes)

5 Máquinas de acceso a los vagones del metro en la estación Catalunya.

anexo5.jpg (20553 bytes)


Regresar Sincronía Verano 2001

Regresar Sincronía Indice General