Sincronía Otoño 2001
El papel de la filosofía en la educación
María Guadalupe Avalos Ayala
lupita25_08@hotmail.com
¿Qué es la educación? ¿Cuáles son sus fines? ¿Educar es adoctrinar? ¿La libertad es esencial en el proceso educativo? ¿Se parte de un concepto de hombre al educar?
Yo no iré más lejos de este esbozo de reflexión. EDUCAR, en resumidas cuentas, es imponerse: El padre al hijo, el profesor al discípulo, el alcalde al vecino, el ministro al ciudadano, el catedrático al alumno, el médico al enfermo... La alternativa sería eludir tales amenazas. No existe esa alternativa. Hemos nacido para ser educados, educandos y educadores. Y así vamos tirando... (Fermoso Paciano, 1987)
Como seres humanos, a partir del nacimiento hemos formado parte de algo, de un todo estructurado que nos ha venido marcando algunas pautas de conducta que, de momento, no cuestionamos, únicamente seguimos.
¿Qué pasaría con el hombre que no sigue estas pautas de conducta? Podríamos decir, para empezar, que la educación ha sido el medio por excelencia para contribuir al desarrollo del individuo en cada una de sus potencialidades (o al menos, parece ser que es lo que se espera), aclarando que la educación no se limita al marco institucional en donde hay una relación formal maestro-alumno, sabemos que este proceso trasciende, va más allá de las aulas.
Inevitablemente, el individuo desde que nace y empieza a interactuar con los demás comienza un proceso de socialización, se integra o pertenece ya a un grupo social que, en primer instancia, es la familia.
Este proceso de socialización no es suficiente, el hombre va a ir construyendo su propia esencia, es decir, ahora ha entrado en un proceso de formación humana que podemos llamar PERSONALIZACIÓN.
Aunado a lo anterior, encontramos el papel que tiene que desempeñar el medio educativo para hacer que el individuo descubra y, posteriormente, viva sobre la base de su naturaleza espiritual.
La espiritualidad es exclusiva del hombre, es aquella cualidad que lo hace único, místico, inmortal, porque se fundamenta en un algo que no cambia, que es inmutable, válido para cualquier persona, independientemente del ámbito en el que se desarrolla. Esta idea responde a la posibilidad de establecer acciones universales que se dirigen a la formación humana en su esencia, es decir, el brindar al individuo la oportunidad y los medios para recorrer el camino de la perfección a través de la inteligencia y la voluntad, características básicas en un concepto de hombre.
Para Aristóteles el fin de la educación no pudo ser otro que la consecución de la felicidad mediante la perfección virtuosa (Fermoso, 1987) Me gustaría retomar esta postura, que pertenece a la teoría perennialista, como base, más que el pensamiento rusoniano que parte de la bondad del individuo considerando que la sociedad es la que corrompe o degenera. Si la educación es vista a través de la filosofía, no podemos entenderla como un acontecer espontáneo, natural, sino que es un fenómeno cultural porque encuentra expresión en la espiritualidad del hombre. Es una acción dirigida conscientemente hacia una meta que es alcanzar la perfección humana. El espíritu en el desarrollo de la cultura se da cuando el hombre ha creado los medios para dominar la naturaleza ya que esto le permite satisfacer las necesidades que son propias de su condición natural para, posteriormente, volver su preocupación sobre sí mismo.
Todo sistema de educación está basado en una filosofía de la vida, es decir, todas aquellas características dominantes de una civilización en todos sus aspectos, son parte de la herencia social para las próximas generaciones, por tanto, no puede hacerse una separación tajante entre filosofía y educación aunque existen algunas corrientes que así lo señalan como una necesidad. Entre estas posturas que niegan esta relación encontramos la interpretación científica, psicológica y pragmática (Fermoso, 1987), a las que se responde que todo sistema educativo que quiera comprender e interpretar la verdadera naturaleza del hombre ha de apoyarse en la filosofía y no sólo en la ciencia ya que hay una realidad que no puede ser apreciada con los métodos de las ciencias naturales; de igual forma, la psicología no constituye la fuente de conocimiento global respecto al hombre ya que éste no es sólo conducta y, la filosofía, otorga a la educación la noción de una conducta recta que no puede brindar la psicología.
El ser está integrado de esencia y existencia. La esencia es aquello por lo que se distingue un ser de otro. La existencia es lo que da realidad a la esencia en el orden de los seres realizados. El hombre es, por tanto, el soporte de la educación ya que podemos concebir al hombre sin educación pero no la educación sin el hombre. Ésta por ser forma accidental no tiene materia propia sino que tiene que darse en un sujeto ya constituido (De la Mora, 1976)
La esencia de la educación le viene de la esencia del hombre. La educación es un ser del ser del hombre. Y al tener como meta la formación del hombre no puede ser concebida sin un concepto del mismo que indique a dónde se van a dirigir las diversas acciones.
Nuestro modelo insiste en la intramundanidad y trascendencia, en la intemporalidad y la esperanza, en la dinámica auto realizadora, en la concepción realista de la vida y en la integración de los saberes científico-filosóficos (Fermoso Paciano, 1987)
Planteado de esta manera el concepto de hombre, no se puede separar definitivamente la educación de la filosofía, es el reconocimiento de la riqueza espiritual del ser humano que no deja de desvincularse de una realidad, de su propia realidad que se halla constituida por un cuerpo, no es sólo espíritu. Se ha desarrollado también dentro de un contexto histórico con una herencia social. A su vez, no podemos partir de un hombre estático sino en constante cambio, evolutivo.
Por otro lado, su misma naturaleza humana lo hace ser defectivo, que tiende a aniquilarse porque tiene la sensación de insuficiencia. Sin embargo, no se queda ahí, es un ser abierto que se comunica con los demás seres que lo rodean y esta misma condición le es dada por ser libre y esta misma capacidad de libertad es la que posibilita su desarrollo, el iniciar un camino hacia la trascendencia.
Emilia Elías de Ballesteros (1976) nos habla del hombre como sujeto de la educación y muestra un panorama amplio respecto a lo que se ha descuidado en la realidad de nuestro medio educativo ya que aborda el problema del hombre que se refiere a la búsqueda continua e incansable de la esencia peculiar del ser humano.
Este aspecto es importante porque no se está atribuyendo los conflictos de la educación a la existencia de estructuras que no pueden ser modificadas, ni a una realidad sin futuro sino todo lo contrario, la posibilidad de renovar y mejorar la práctica educativa partiendo del desarrollo del propio docente que, al ser visto como sujeto poseedor de una historia, realidad específica y, por supuesto, su espiritualidad, lo hace cambiar el rumbo que hasta ahora ha significado temores, fracasos y muy limitadas posibilidades de acompañar al educando en su proceso formativo. El hombre es un ser que puede llegar a conocerse mediante la introducción en su propio misterio, encontrar comunicación con ese ser interno que el mismo hombre teme, que no sabe si encontrará a sí mismo o no.
El docente se ve comprometido a iniciar y continuar una reflexión constante con el fin de que no empiece a verse ajeno a la realidad educativa y, por consecuencia, que deje de luchar. Se plantea una realidad actual muy desafortunada al afirmar que sólo una pequeña parte de los maestros logra establecer un contacto directo con sus alumnos a través de una actitud interrogadora respecto a los anhelos, sueños, dificultades y circunstancias particulares que están viviendo y que no deben ser algo que queda en segundo término. Es muy cierto que para poder lograr la meta que nos proponemos al educar, para que alumno alcance su máxima plenitud, sea primero descubrir al hombre que hay en él y no sólo eso sino que empiece por descubrirse a sí mismo a partir de un proceso de auto conocimiento en donde el maestro deberá reconocer e identificar muchos aspectos que están presentes en él y que no se ha percatado de ello y podrían estarle generando obstáculos para él y sus alumnos.
La teleología educativa nos permite partir de la necesidad de establecer el ideal de hombre concreto que lleva consigo una influencia en la determinación de los fines concretos. Entre ellos encontramos los valores filosóficos, culturales, sociales, políticos, prácticos y utilitarios, los individuales., constituyendo éstos la base para la formación humana en diferentes épocas históricas.
Wilhelm Dilthey (1972) plantea una pregunta básica con relación a si existe posibilidad de que los sistemas pedagógicos puedan realizar su pretensión de regular la educación sobre principios y de un modo universalmente válido. Menciona a su vez que para lograrlo, la pedagogía tiene que recibir de la ética el conocimiento de su meta y de la psicología aquellos procesos que contribuirán al logro de esa meta.
No obstante, ni la moral ni la ética pueden ser consideradas como universalmente válidas ya que el concepto que tiene el hombre de sí mismo y lo que quiere realizar en su vida se experimenta en el curso del desarrollo de su ser a través de las experiencias vivas que va teniendo. Es a partir de ella que el individuo va clarificando sus metas y, en palabras de Dilthey (1945): sólo partiendo de la meta de la vida se puede determinar la de la educación.
En el fundamento axiológico nos referimos a ideales que están representados por una fuerte carga afectiva o, al menos, como lo describe Fermoso (1987), es atractiva. Opuesto a esta idea encontramos la indiferencia. Un educador no puede adoptar una postura de no-participación en el proceso educativo, es una figura central en el aprendizaje de los alumnos y contribuye al mismo en la medida que su función es activa. Es importante mencionar la participación de dos elementos, que serán definidos para evitar confusiones. Estos conceptos son neutralidad y dogmatismo (Fermoso, 1987)
Hablando de educación, existen dos clases de neutralidad: una, tiene un sentido político y, la otra, un sentido estrictamente pedagógico. Me referiré a esta última.
Al hablar sobre la existencia, hay un fundamento axiológico que determina los fines educativos, veo al docente como un miembro básico que participa activamente empleando valores de forma explícita. Sin embargo, el neutralismo pedagógico se asocia a no-directividad, el profesor no interviene en el proceso del alumno, se abstiene de emitir juicios de valor, es decir, elimina aspectos axiológicos del proceso educativo.
Al respecto quiero mencionar que no se puede hacer ese corte o separación de la escala de valores del educador en el proceso. El maestro actúa sobre la base de su propio ser, sus sentimientos, afectos, etc., y, en la mayoría de las ocasiones, no puede hacer esa desvinculación entre su persona y lo que implica el estudio de la realidad en sí, es decir, esta realidad es objetivada o interpretada por el hombre y, esta interpretación, adopta un significado a partir de las experiencias y la propia historia del docente. Por otro lado, el neutralismo indica oposición al dogmatismo, entendiendo éste como: Una manera cerrada de pensar, independientemente de la ideología en la que se milite. El dogmatismo frente a creencias discrepantes con las propias: es una visión autoritaria de la vida (Fermoso, 1987)
Volviendo nuevamente al neutralismo pedagógico, éste ha sido considerado como algo ilusorio, como una utopía, es decir, se pretende llegar a ello pero no logra mantener contacto con la realidad. La misma postura neutral nos está indicando ya una tendencia, una posición o ideología.
De ahí deriva la enorme responsabilidad que tenemos los educadores y el compromiso que se adquiere al entrar en el medio educativo. El profesor es el reflejo de la cultura a la que pertenece, manifiesta una ideología, escala de valores y una serie de experiencias producto de su muy particular visión de la realidad. El docente no puede permanecer al margen del desarrollo de sus alumnos, mucho menos si partimos de un concepto de hombre espiritual que ha entrado en un proceso de perfeccionamiento humano que no será logrado sin ayuda o contribución de los demás.
El hombre como un ser vivo es un ser en movimiento, en progreso continuo y, además de estar vivo, adquiere una condición humana y, la educación debe estar en ese sentido y no sólo transmitir conocimientos por el conocimiento mismo sino que el alumno aprenda a vivir.
El vivir en el aspecto orgánico como cualquier otro ser inferior, no constituye la función del hombre, el vivir de forma irresponsable sólo siguiendo a los demás, es vegetar y, el hombre fue creado para vivir que es: Reaccionar ante cuanto nos envuelve en el medio, es actividad reflexiva e inteligente, es afectividad y ejercicio de la voluntad, es instinto y temperamento, es carácter y es también todo aquello que aunque no salga al exterior, está en nosotros y nos obliga a actuar de un modo determinado que puede convertirnos en dueños absolutos de nuestra voluntad o en juguetes de las fuerzas, aún bastante misteriosas de las capas profundas de nuestra conciencia (Elías de Ballesteros Emilia, 1976).
BIBLIOGRAFÍA:
BUXARRAIS María Rosa y otros (1997) La Educación moral en primaria y secundaria. Una experiencia española. España.
FRANKL, Víctor (1998) El hombre en busca de sentido. Herder. Barcelona.
TRILLA, Jaume (1992) El profesor y los valores controvertidos. Neutralidad y beligerancia en la educación. Paidós. Barcelona.
ROUSSEAU, Juan Jacabo (1997) Emilio o de la educación. Porrúa. México.
LONERGAN, Bernard. (1998) Filosofìa de la Educaciòn.Obras. Armando J. Bravo, traductor. Universidad Iberoamericana. Mèxico, D.F. pp. 11-160
FERMOSO, Paciano. (1987). Teoría de la Educación. Una interpretaciòn antropológica. Ediciones C.E.A.C.. Barcelona España. P. 249,327
DE LA MORA, Ledesma, José Guadalupe. (1976). Esencia de la filosofìa de la Educaciçon. 4ta. ed. Progreso. Mèxico D. F. P. 16-78
ELÍAS DE BALLESTEROS, Emilia. (1976). Ciencia de la Educaciòn. Edit. Patria. Mèxico D.F. pp. 310-343.
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