Sincronía Verano 2005

LA IDENTIDAD CRIOLLA EN LOS DOCUMENTOS INDEPENDENTISTAS DEL OCCIDENTE DE MÉXICO

Por: Carlos Fregoso Génnis

Universidad de Guadalajara

 

No es posible saber el momento preciso en el que la identidad criolla se constituye en un movimiento cultural nacionalista y reivindicatorio; exponente de las carencias y marginalidad de que fueron objeto los criollos hispanoamericanos y de manera particular la doble reclusión de aquellos alojados en los espacios regionales. Es así como en la Nueva Galicia ya desde el siglo XVII se fue acrisolando el sentido identitario de los grupos americanos que alcanzan su expresión más clara el nivel ideológico y propositivo unos cuantos años más tarde en obras y arengas encaminadas a “despertar” del letargo colonial a los habitantes americanos.

            La Ilustración en Hispanoamérica se acompaña de conciencia histórica y afianza las raíces de un patriotismo honesto y decoroso donde la dignidad del criollo crece en la idea de heredar la hacienda americana que por nacimiento le correspondía.

Pese a la importancia de estas nuevas corrientes ilustradas las condiciones de las colonias eran muy diferentes a las de las metrópolis europeas, de donde el proceso y asimilación de la Ilustración se vio evidentemente afectada por dichas peculiaridades. En primer término, la condición de colonia le sujetaba a un rol económico diferente al ostentado por la metrópoli, donde la función fue básicamente más que productor de insumos, consumidor de bienes provenientes de España. La limitación del acceso de los novohispanos a los puestos directivos también se vio reflejado en las nuevas y modernas instituciones creadas por la Corona al calor de las ideas ilustradas: “[…] la Escuela de Cirugía, 1767; la Academia de San Carlos 1784; el Real Estudio Botánico, 1788; y el Colegio de Minería 1792 […] [donde] se dieron todos los puestos de importancia a profesores peninsulares en vez de otorgarlos a los novohispanos”. [1] De tal suerte, la corriente ilustrada provocó una reacción de autoafirmación e independencia cultural, con una vuelta a las raíces que para el caso de México consistió en la exaltación de un pasado indígena glorioso y monumental. Esta exaltación del valor de la oriundez es claramente identificable en las obras de Clavijero, Alzate, Díaz de Gamarra y Revillagigedo, quienes se constituyen en exponentes de un tipo de nacionalismo intelectual, destacando los logros y aportes académicos en las diferentes áreas del conocimiento.

El término criollo americano define a los hijos de españoles nacidos en las Indias occidentales; sobre su filiación filológica algunos autores sugieren una derivación del francés créoles aplicado a personas de sangre española que vivían fuera de España. [2]

El criollismo se plantea como una dimensión particular del afianzamiento de lo autóctono americano, no completamente original ni de rasgos aborígenes, sino como forma de pertenencia a la tierra americana y derecho sobre ella.

            Pese a los múltiples filtros establecidos por la metrópoli, la ideología de la Ilustración dio frutos interesantes ya avanzado el siglo XVIII. Éstos se hacen  evidentes en el gran bagaje intelectual que, heredado, fortalece las jóvenes raíces de los novohispanos, quienes a la par de ser conscientes de desenvolverse en una época en transformación, vierten en sus documentos  estas nuevas concepciones; no dudan en resaltar  las capacidades de los oriundos americanos, su brillantez y dedicación; por tanto, su igual derecho a acceder a posiciones ocupadas por europeos.

Serán estas convicciones sobre el entorno de origen y los postulados de libertad, derechos individuales, valor de la democracia, etc., enarbolados por el siglo de las luces, los que al mezclarse darán por resultado la lucha insurgente de las colonias españolas en América.

            Si bien es cierto que la aristocracia criolla recibió la influencia de las ideas ilustradas y supo aplicar parte de ellas en la reivindicación de su posición frente a la metrópoli española, sería muy arriesgado asegurar que los criollos  se hicieron revolucionarios a causa de la Ilustración. En realidad ésta actuó como catalizador en un momento político e históricamente coyuntural; las condiciones estructurales coloniales en lo que compete al tiempo largo conformaron una identidad americana, que unida a las condiciones económicas y políticas desfavorables para los criollos, generó la respuesta independentista.

            Ciertamente la Ilustración proporcionó recursos ideológicos para legitimar la lucha emancipatoria, de los cuales los criollos asimilaron aquellos elementos que fortalecían su posición y aspiraciones de sustituir el poder peninsular en la América española.

            Las obras de John Locke, Jean Jacques Rousseau y Adam Smith tuvieron  una influencia importante en el desarrollo de las ideas revolucionarias y en la legitimación de la lucha reivindicatoria criolla. La aristocracia criolla se vio identificada con el crecimiento del comercio libre, la autodeterminación y el gobierno por los gobernados, el concepto de libertad económica, etc. Sin embargo, dichas aspiraciones se limitaban en un primer momento al grupo social criollo, que aspiraba no a un cambio radical del sistema, sino en todo caso a una sustitución en cargos y posición del grupo peninsular. En este sentido el origen español y el nacimiento americano daba a los grupos criollos la certeza de un destino por derecho natural sobre los peninsulares “extranjeros” y, por ende, carentes de derechos legítimos sobre la tierra americana.

            Lo que realmente marcaba la diferencia entre “criollo” y “español” era su arraigo a la tierra; algunos peninsulares retornaban a la metrópoli una vez que se veían satisfechas sus expectativas económicas o cubierto algún cargo. Los criollos en cambio, manifestaban siempre una mayor identificación a la tierra y consideraban su derecho a usufructuar las provincias ganadas por sus antepasados. Don José Miranda describe cabalmente este hecho al referir que: “La participación de los criollos y el gobierno despótico y egoísta de la metrópoli eran los más antiguos y considerables agravios de los americanos, y ahora en el comienzo de los movimientos de independencia, serán los inevitables ingredientes del discurso histórico que los revolucionarios mexicanos dirigirán contra España”.[3]

Más allá de las disputas por los cargos y las posiciones, el criollismo se proyectó en América como una actitud original ante la administración peninsular, un estado histórico y conciencia particular que se manifestó en una especial manera de reaccionar ante las políticas centralistas. Los grupos criollos llegaron a considerarse colonos en el sentido primigenio del término y con pleno derecho sobre los territorios, la administración y el gobierno. Por ser el criollismo una amalgama de elementos tradicionales europeos, condimentados con las condiciones particulares de las diversas regiones americanas, resulta un fenómeno complejo que presenta múltiples manifestaciones: en lo cultural un retorno a las raíces geográfico-regionales y aun populares en un entorno social americano; en lo político, se expresaría en la búsqueda de autonomía e independencia de la metrópoli española y tocaría las fibras del arte y la literatura, buscando en lo regional una fuente de inspiración, la búsqueda de lo popular, la defensa de las riquezas y posibilidades americanas, así como una revaloración del colono español, ya no como europeo sino como americano y como el verdadero detentador de la fortaleza económica.

            Si bien los criollos pretendían la seguridad de la vida económica, la libertad política y la garantía de propiedad, no por ello compartían estos derechos con el resto de los grupos sociales americanos, como sería la igualdad de los mestizos indígenas, negros y castas en general. Es decir, se trataba de una lucha de clase particular en busca de privilegios, donde la coincidencia de aspiraciones por parte del resto de la sociedad americana enlazó el respaldo de las clases populares al movimiento independentista, aunque sin dar a éstas una garantía de cambio social. De ahí que en plena lucha y ante los desbordamientos de violencia de las masas revolucionarias, los criollos buscaron pactar con grupos moderados, apartándose de los radicales, es decir, se identificaron cautelosamente con el movimiento inicial del mismo origen.

Pese a la identidad que brindó el espacio regional, los criollos de la Nueva Galicia no formaron un grupo homogéneo constante. La mayoría de las veces el criollo neogallego respondió de manera titubeante y aun contradictoria ante las presiones internas y externas de que era objeto y según soplaran los vientos políticos, demostrando una gran habilidad para la negociación. Esta debilidad en su cohesión como grupo debió dificultar a las autoridades virreinales la identificación y militancia de algunos personajes en las filas insurgentes al momento de la independencia y anterior a ésta aquellos simpatizantes de las nuevas ideas ilustradas y revolucionarias.

Tales simpatías encontraron su cause de expresión en las reuniones o tertulias de las elites novogalaicas, así como en los escritos de intelectuales y curas regionales que por su formación también dispusieron del acceso a las obras europeas, acrisolando aquellas ideas en la realidad particular de sus espacios de origen. Entre estos personajes un cura de pueblo de nombre Francisco Severo Maldonado y Ocampo llegó a afirmar por ejemplo que  “La piedra de toque en que habrán de probarse todas y cada una de las leyes publicadas por el Congreso Nacional, será la de la conveniencia o repugnancia con las verdaderas leyes naturales[…]”. [4]

Al igual que Maldonado otros destacados insurgentes asimilaron una formación ilustrada y  llevaron parte de sus estudios en colegios bajo el cobijo de la Compañía de Jesús  en la Nueva España, como el Colegio de San Francisco Javier (donde enseñó el padre Francisco Javier Clavijero, también criollo) y que al igual que en otras, en general, se dedicaron a instruir a sus alumnos en las novedosas ideas procedentes de Europa, como la existencia de la nueva  nacionalidad y, por ende, de la nacionalidad mexicana distinta de la española y de la indígena; [5] una nacionalidad procedente de la oriundez del continente y portadora del derecho a disfrutar de sus riquezas, de una nacionalidad mestiza, o de una nacionalidad criolla. En este ámbito se proyectaron los trabajos de Clavijero que constituyen una verdadera defensa de las riquezas y potenciales americanos, de Maneiro y otros más, cuyo interés principal fue resaltar las grandezas americanas.

Los puertos resultaron de gran importancia estratégica en la expansión de los dominios coloniales por la determinación de la ruta transpacífica hacia las islas Filipinas y el comercio con el Perú, logrando alcances no sólo de tipo económico sino que por efecto de la interacción humana, también culturales y sociales de gran trascendencia. Se tiene referido que en la Nueva Galicia los puertos de La Navidad, San Blas, Puerto Vallarta, Santiago de Buena Esperanza de la bahía de Manzanillo, etc. (en el litoral del occidente de México), se constituyeron en estaciones portuarias gracias a su ubicación geográfica estratégica. La Navidad, [6] por ejemplo, fue en sus inicios un puerto que funcionó como enlace entre California, la Nueva Galicia y la Nueva España; además, uno de los primeros donde se organizaron las empresas para explotación de bancos de perlas.

Si bien es cierto que algunos puertos del occidente mexicano no figuraron por su importancia económica, cubrieron una función de respaldo del comercio interoceánico, ya que se convirtieron en estaciones permanentes de abasto de agua y víveres para los recorridos marítimos. Por ejemplo, que la nao de China en el trayecto Acapulco-California contaba con estaciones donde podía arribar para reparaciones y descarga de sobrepeso. “Por tal motivo los puertos modestos como Salagua, La Navidad, Chacala, Matanchén, San Blas, etc., ejercieron una función complementaria muy importante en el comercio transpacífico”. [7]

En tales estaciones se aprovechaba posiblemente para el desembarco de enfermos y polizontes, pero también de artículos de contrabando. Desafortunadamente, por tratarse de un comercio ilícito no se cuenta con un documento de registro, pero se hace evidente por la diversidad de productos disponibles en los mercados locales.

Así, desde aquellas épocas de competencia comercial la vida portuaria asumió una nueva dinámica y con ella la región, no sólo en el rubro económico sino social y cultural, proyectando al occidente de México como un espacio de actividad y sinergia social donde no se dará únicamente la afluencia del contrabando de mercancías, sino también la llegada de nuevas ideologías por el tráfico de impresos que, vía Estados Unidos principalmente, harán su arribo al continente, a través del contrabando se incorporó el tráfico de las armas más peligrosas: “los libros” facilitándose por este espacio ingresar en la región del occidente novohispano y hacerse accesible a las manos insurgentes y a las mentes libertarias de la Nueva España y en particular las neogallegas.

La Nueva Galicia garantizaba particularidades estratégicas que durante la colonia se fortalecieron, pero al finalizar el siglo XVIII se acentuaron y fueron contundentes en la transformación del nuevo orden.

En esta circunscripción geográfica encontramos desde la época prehispánica a una región de tránsito de mercancías, explotación minera y actividades comerciales de toda índole que se continuó posterior a la conquista para también convertirse en centro de convergencia de las tendencias intelectuales que se acrisolaban merced al contacto que los grupos sociales laicos y religiosos, así como de quienes poseían los mecanismos económicos que generaban la dinámica de competencia y autonomía con el resto del virreinato.

En los albores del siglo XIX la Guadalajara novogalaica, sede de la Audiencia y la Mitra, se distinguía del resto de la colonia por las características antes señaladas; crónicas de la época la describen y constatan  la relevancia que en el contexto americano esta ciudad tenía. De igual manera investigadores actuales han acentuado su interés en estudiar las múltiples variables económicas que caracterizaban a esta región.

El comercio representaba una actividad de primera magnitud que distinguía a los criollos de esta vasta zona que comunicaba con la capital virreinal, incorporando ricas comarcas como el “Bajío”, región centro norte del país, así como a la norte semi-despoblada pero poseedora de valiosísimos recursos extractivos principalmente plata y oro;  por tanto, no es de extrañar a fines del s. XVII y principios del XIX respectivamente el establecimiento en la ciudad del  Consulado y la Casa de Moneda. De igual manera, las prósperas haciendas en cuyas tierras se cultivaban los más diversos productos agrícolas y se criaban las variedades ganaderas aclimatadas de manera sorprendente, marcaban el distintivo de un grupo económico con creciente presencia en las esferas de poder. Las artesanías y productos manufacturados habían ganado justa fama por su calidad y belleza.

En la gran capital Guadalajara, se concentraban múltiples actividades comerciales representativas de este auge;  curtidurías, herrerías, molinos, talleres textiles, zapateros, alfareros, carpinterías, ladrilleras, destilerías de mezcal agave etc., conformaban un mosaico de labores que convertían a la ciudad en el eje motriz de la vida colonial del occidente mexicano, que además contaba con puertos marítimos que daban la posibilidad de contacto con naves que arribaban desde latitudes lejanas del territorio.

Todo este auge se manifestaba en el creciente aumento de población que ya para  principios del siglo XIX superaban los 35 000 habitantes.

Las primeras órdenes religiosas contaban con grandes conventos y hermosos templos, éstas establecieron con  el clero secular, colegios y escuelas de arte y oficios; para 1792 por real cédula se fundó la Real y Literaria Universidad de Guadalajara y poco después la imprenta. Todo esto ubicaba a la urbe como un verdadero valuarte de la cultura criolla y mestiza.

Es importante detener la mirada en los aspectos relativos a la evolución del sentimiento de pertenencia en el territorio del occidente mexicano en los albores del siglo XIX. Principalmente aquellos que se presentaron como una respuesta a los acontecimientos externos unidos al descontento frente a la administración colonial y que desembocaron en una identificación con la tierra y el derecho a ejercer su gobierno, la afirmación de la identidad en una cultura criolla regional. Ésta surge como una expresión diferenciada de la tónica centralista de la Nueva España y que fue asumida bajo la apariencia del orgullo por la oriundez novogalaica.

La Ilustración con seguridad llegó a la Nueva Galicia en retazos: un libro ahora, una noticia después, una revista más tarde. Por las distancias, la censura o el idioma, las ideas ilustradas debieron ser pocas y fragmentadas y no obstante, de gran impacto. Los conceptos de libertad, intrínsecos en el ser humano, tuvieron avanzado el siglo XVII campo fértil en los inicialmente en pocos pero escogidos criollos de la Nueva España y, particularmente, novogallegos. Abandonando en círculos cerrados de colegas y amigos las abúlicas posturas provincianas, aderezadas de tradición y religión, se volcaban en ideas de cambio, soñaban con un feliz mundo futuro controlado por la razón y la libertad personal. Toda novedad, idea, libro o periódico que llegaba a la lejana Guadalajara, traída por aventurados viajeros o el rústico correo, era motivo de amplios comentarios en reuniones, tertulias o veladas muy exclusivas de los clubes de amigos, que no eran otra cosa sino el crisol en donde se fraguaban y consolidaban las directrices del nuevo mundo. La realidad cambiaba en boca de estos criollos de brillante cultura y mediana fortuna, entusiastas admiradores de las ideas ilustradas, de Estados Unidos y de la revolución francesa. Cuando lejos se encontraba la independencia, la clase media de la Nueva Galicia gozaba de los triunfos libertarios de otros. La emancipación norteamericana y la caída de la Bastilla eran celebradas en alegres pero reservadas fiestas, con muchos meses de retraso, con noticias fragmentadas y alteradas, pero que hacían evidentes los hechos: el mundo se estaba transformando en otro lado, porqué no en la Nueva España.

            A fines del siglo XVIII el sistema colonial español había dado de sí. El estatuto se presentaba caduco, decrépito e inoperante. Como lo comprenderían otras metrópolis más de cien años después, un sistema de explotación indiscriminada de los recursos naturales y humanos de un lugar terminan agotando la riqueza y la paciencia de los pobladores locales. No se puede depredar un lugar ni impune, ni permanentemente sin pagar un precio ante la humanidad y ante la historia. El viejo discurso de que a las colonias se les daba cultura y civilización a cambio de oro, ya no convencía a nadie y a la larga, la idea de mantener indefinidamente un ejército y un aparato burocrático en una colonia agotada, resultaba más una carga que un beneficio. Eso ocurrió con la Nueva España; el añejo propósito de evangelizar al indio y enriquecer al conquistador enfurecía a los criollos y mestizos que no obtenían nada de ver a fugaces señores españoles distantes y soberbios llegar empobrecidos a gobernar en puestos burocráticos como premios de lotería, para poco después irse del lugar con las arcas llenas de riquezas y su conciencia sin remordimientos. Fue así que fermentaron en los colonos, lenta pero irreversiblemente, el rencor por los colonizadores y el ansia de libertad, abstracta e indefinida; de ahí la identificación de los criollos y mestizos ilustrados con los ecos de lo sucedido al norte del continente y en la revuelta Europa.

            El criollismo tuvo vida propia en un mundo propio. El criollo dejó de querer a Europa y se identificó con la nueva tierra. Su pensamiento, con la gran carga ideológica de la religión, tomó el camino de la independencia cultural mucho antes de la política, por lo que los lugareños fueron, en cierto momento, los adalides del cambio y en contraposición, los peninsulares representaron la preservación del status quo. Resultó natural entonces la identificación de un amplio sector del criollismo con las convulsiones revolucionarias del norte y del viejo mundo, que basaban su transformación en las ideas de la Ilustración. La lucha por la libertad y contra la tiranía comenzó en la Nueva España mucho antes de la guerra de independencia, en las apacibles tertulias de los criollos, entre comentarios y discusiones en voz baja.

Que las ideas libertarias prosperaran en la Nueva Galicia no era extraño; esta provincia mantuvo durante toda la Colonia una lucha sorda pero constante por su autonomía de la ciudad de México y de Madrid. La palabra libertad era música al oído de los novogallegos cultos, que venía como anillo al dedo de sus propias aspiraciones, no tanto en la forma de una independencia política, sino más bien en un sentido de respeto territorial y autonomía gubernamental por parte de la burocracia española, junto con un sentido de libertad provincial e individual.

Es en este ambiente de curiosidad intelectual y entusiasmo libertario donde surge la figura del religioso Francisco Severo Maldonado, ejemplo sobresaliente de un criollismo activo y creativo. Hombre de la Ilustración, plasmó en su obra el tipo de nación, libre y sin tiranías, que soñaron los criollos, antes y después de la independencia.

            Maldonado era un hombre de la iglesia, pero eso no le impidió comulgar con las ideas más progresistas de su tiempo. Dedicó buena parte de su vida a escribir y alcanzó la plenitud intelectual en el momento de la consumación de la independencia mexicana, cuando elaboró un proyecto de constitución política magnífica, pero desairada por los primeros gobernantes del país. Sin embargo, antes de la independencia, Maldonado se forjó y maduró en un cerrado círculo de criollos cultivados de la Nueva Galicia, participando en sus tertulias y aportando sus ideas. Forzosamente, por lo fragmentario y escaso de las noticias, libros e ideas del extranjero, Maldonado y sus contemporáneos comentaban y complementaban lo que recibían de fuera, tomando su propio sentido, adecuado a la realidad local. Hacían lo que podían ante lo escueto de la bibliografía, con aportaciones personales de interpretación y ampliación, como el caso de Maldonado, con traducciones de libros que, ya en español, pasaba a sus alumnos y contertulios, para ser analizados y desmenuzados concienzudamente. Maldonado es una pieza más de un grupo de precursores de otros tiempos para México, que tuvo la suerte de sobresalir y brillar. Los nombres de sus contemporáneos se han perdido, quizá para siempre; a  Francisco Severo lo recordamos aún, en el entendido de que fue sólo una pieza del conjunto.

            La importancia de las traducciones de Maldonado en esa alborada del siglo XIX sólo se puede entender visto como un todo la labor sorda pero implacable de culturización de la sociedad criolla de Guadalajara, en la que oscuros abogados, comerciantes, médicos, maestros y curas se aglutinaban en un sector social que buscaba la interpretación de un mundo complejo y distante que cambiaba vertiginosamente, en contraste con la pasividad colonial novohispana que se acercaba “al filo del agua”.

            Estos nuevos americanos mexicanos crecerían intelectualmente en este ambiente de explosión cultural, y de  Maldonado su genio se sublimaría  hasta niveles insospechados aunque incomprendidos hasta hoy. Llegando a ser el exponente intelectual clave de la insurgencia en el occidente mexicano con “El Despertador Americano” primer periódico insurgente de América que permitió dar a la lucha independentista un fundamento ideológico  firme. Posteriormente contra las más extrañas vicisitudes, surgirían de su talento el Nuevo Pacto Social y El triunfo de la especie Humana, entre otras, que sin duda representan la más pura expresión de los anhelos de americanos identificados con un nuevo concepto de nación. Antes de llegar esos violentos tiempos de la independencia, pensemos en esas tardes de domingo en las que el  hombre de iglesia, metido todo el en su sotana de cura, espera su turno para hablar en la encendida tertulia, ante sus amigos del club, con la sonrisa misteriosa y pícara del sabio que sabe. 

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[1] José Antonio Alzate, tomado de Dorothy Tanck de Estrada, op. cit., pp. 16-17.

[2] Robert Harver. Los Libertadores; La lucha por la independencia de América Latina (1810-1830). RBA Libros. Barcelona 2002, p. 26.

[3] José Miranda. Las ideas y las instituciones políticas mexicanas. Imprenta Universitaria. UNAM. México, 1978, p. 283.

[4] Ibíd.,  p. 85.

[5] Cfr. José Manuel Villalpando. Miguel Hidalgo. Planeta  Agostini. México, 2002, p. 12.

[6] “La Navidad, enclavado en el valle de Cihuatlán, Jalisco quedó precisamente entre los límites de la Nueva España y la Nueva Galicia, descubierto por Juan Fernández de Híjar en 1535”, Jaime Olveda y Juan Carlos Reyes Garza (coord.), op. cit., p. 18.

[7] Ibíd., p. 25.

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