Sincronia General Index

Spring 1999

 

Hijos de desaparecidos, hilos de memoria para el futuro.


Ludmila da Silva Catela

PPGS-IFCS-UFRJ


"Di que no te quema el y que hubieras preferido mantenerte en un cuarto disfrutando de una cena la familia unida diarrea en tu plato la comida está servida de 30.000 son los ojos que no dejan de mirar al porcino escupiendo en el muerto. Hijo de desaparecido sangre dura coagulada hijo de desaparecido no le importan tus palabras"

Actitud María Marta (1996)

 

En Argentina aproximadamente 200 bebés nacieron en cautiverio y fueron apropiados por militares o amigos de estos. Los bebés eran retirados de los Centros Clandestinos de Detención y adoptados o directamente anotados como hijos propios. Las Abuelas de Plaza de Mayo, realizan un exhaustivo trabajo de investigación y denuncia a fin de encontrar a sus nietos. Actualmente, 59 chicos, nacidos en cautiverio, fueron restituidos a sus hogares. Lamentablemente la mayoría de los apropiadores cumplen penas irrisorias o no cumplen ninguna pena una vez que son descubiertos.

Estos hijos (de) desaparecidos son la demostración más cruel del modo de accionar que tuvieron las Fuerzas Armadas Argentinas durante el período que permanecieron en el poder (1976-1983). Estos hijos no solo perdieron a sus padres, sino también su identidad, sus referentes, sus lazos primordiales. Pero no es de ellos que trataremos en este texto. Otros hijos de desaparecidos, permanecieron en las redes familiares, pasaron a ser hijos de sus abuelos, hermanos de sus primos o simplemente hijos de la familia. Es sobre ellos que hablaremos, sobre los hijos de desaparecidos que a pesar de no tener a sus padres fueron criados por sus familiares verdaderos.

Familia. Madres, abuelas, hijos. Las metáforas de sangre son utilizadas, actualizadas y resignificadas una y otra vez, cuando es necesario hacerse escuchar, narrar el horror, expresar para un público hechos tan inexplicables como los 30.000 desaparecidos de la última dictadura militar argentina.

Madres, padres, abuelas, familiares en general fueron los primeros en denunciar, dar a conocer, internacionalizar el problema de los desaparecidos en Argentina. A lo largo de estos 22 años, durante y después de la dictadura militar, muchas fueron las estrategias utilizadas para denunciar-recordar-no olvidar la situación límite que significa tener un familiar desaparecido.

Veinte años después del golpe, una serie de factores se conjugaron (confesiones de torturadores, homenajes a desaparecidos, indemnizaciones) y una nueva crisis, entendida como un espacio performatico que posibilita la comunicación y expresión de los sufrimientos y las emociones guardados por años en las redes familiares y de amigos, volvió a crearse en Argentina. Este panorama posibilito que los desaparecidos apareciesen nuevamente como uno de los elementos constitutivos de la identidad nacional que clama constantemente por ser discutido, analizado, hablado, expuesto.

Los homenajes, de manera particular, representaron la actualización de espacios y modos de expresión creados por aquellos que siempre lucharon por esclarecer que pasó con los desaparecidos, con los muertos, los torturados, los presos. Sin embargo de estos rituales de conmemoración surgió un nuevo conjunto de personajes: los hijos de desaparecidos.

 

Dientes apretados, cara contraida.

Los hijos de desaparecidos son jóvenes argentinos que durante la última dictadura militar fueron separados de sus padres violentamente. Algunos presenciaron allanamientos clandestinos y vieron como se llevaban a sus padres. La mayoría nunca consiguió verlos de nuevo, ni saber que había pasado con ellos, ni recuperar sus cuerpos, enterrarlos, realizar el duelo.

También son hijos de desaparecidos aquellos que durante mucho tiempo creyeron que sus padres estaban de viaje por tierras extrañas, o que estaban trabajando lejos y un día volverían. De niños, estos hijos fueron a la escuela y ahí inventaron historias para sentirse iguales a sus compañeros. Contaban que sus padres estaban lejos, o que habían muerto en un accidente o simplemente no decían nada. En la escuela también se encontraron, casi por acaso, con otros compañeros que eran iguales a ellos con quienes, casi mágicamente, se confesaron que eran diferentes, que sus papás estaban desaparecidos, sin saber muy bien lo que esa palabra significaba.

Casi todos tenían y construían fantasías, pensaban que si cada vez que sonase el timbre ellos atendían, un día le abrirían la puerta a su papá o a su mamá. Que si siempre iban por el mismo lado de la calle un día se chocarían con ellos; que si antes de sentarse rozaban la silla, eso era tan mágico, que haría aparecer a sus viejos; o si se subían a todos los ómnibus en alguno se encontrarían con su mamá. Otros les pedían a sus abuelas y a sus tías, con las que la gran mayoría se crío, que muestre la foto de sus papás a todo el mundo, a ver si alguien los conocia o los habia visto.

Y las fotos estaban ahí, como en cualquier familia, haciendo referencia a los que ya no estaban. Pero, para estos hijos, sus padres ya no estaban? Una abuela recuerda: mi nieto un día me dijo: "Che abue, mi papá no tiene brazos?" , mirando una foto carnet. La abuela recorrió las casas de varios amigos de su hijo, hasta que encontró una foto donde su hijo aparecía de cuerpo entero. Su nieto dejo de preguntar por los brazos y comenzó a preguntar sobre su papá: donde estaba?. Esteban, 25 años, dice que si no fuera por las fotos él no conocería a sus padres, ya que cuando fueron secuestrados él tenía 3 años y medio y, si bien presenció la violencia del secuestro, no se acuerda de nada, "se me borró todo".

Todas las fiestas, todos los días del padre, de la madre, todos sus cumpleaños, estos hijos esperaban que la magia haga aparecer a sus padres. Las Navidades, momento donde toda la familia se reunía, había regalos para todos, hasta para los que no estaban. Todos los fines de año, los familiares esperaban un rasgo de humanidad de los dictadores, quienes siempre prometían soltar algunos presos, cosa que nunca sucedía.

Otros hijos no sólo tuvieron que aceptar la falta de sus padres desde su niñez, sino que también debieron adaptarse a cambios bruscos como los exilios, un constante recomenzar de escuelas, barrios, amigos, afectos. Las historias son muchas; los sufrimientos fueron desmenuzados, tragados, consumidos y expresados de las más diversas maneras: con silencio, con rebeldía, con desinterés, con búsquedas desesperadas. Pero, poco a poco fueron construyendo una identidad que, sobre afectos y dolores, los une y comunica con otros hijos de desaparecidos. No sólo por haber pasado por experiencias parecidas, sino también por que encontraron espacios donde no deben dar explicaciones ante los comentarios corrientes de "por algo será", "algo habrá hecho".

La escuela primaria fue la época de las rupturas, de las perdidas, del miedo, de aquello que la crueldad de la dictadura militar les ofreció: tener a sus padres desaparecidos y por esto tener que inventar historias o simplemente aprender a callar. Muchos de ellos empezaron la secundaria en el inicio de la democracia y, ahí sí, comenzaron a rescatar su historia, a juntar los pedazos, a preguntar y a hablar a pesar del dolor. Escuchar a los que hablaban bien de los militares los revelaba. Muchos por primera vez ante una discusión en el curso de historia o educación cívica, dijeron públicamente: yo soy hijo de desaparecidos. Otros prefirieron seguir guardando su secreto. Algunos por miedo, otros por que seguían esperando. Para estos era incomprensible imaginar que nunca más iban a poder ver a sus padres. Tenían tantas cosas para decirles, contarles, reclamarles, preguntarles. Otros querían pedir disculpas porque justo ese día, el último en el que estuvieron juntos, les habían respondido mal, se habían portado mal o estaban encaprichados con una bobada. Pero no iban a tener esa oportunidad nunca más, por que los militares y sus violencias extremas habían creado una nueva categoría, cruel, extraña y difícil de ser explicada: la de desaparecido.

Después vino la universidad. Los hijos crecieron llenos de preguntas, de dolores, de conflictos familiares y sobre todo cambiaron pensando que querían saber todo sobre sus padres. Algunos desearon encontrar alguien que les cuente cosas que otros no querían narrarles. Otros sabían que había amigos y amigas de sus padres que tenían cosas para contarles, pero no los querían ver, ni saber de ellos, estaban dolidos. Karina, 29 años, me contó que después de veinte años de la desaparición de su mamá y de su papá, un amigo de ellos quiso hablarle porque estaba haciendo un libro y deseaba incorporar el nombre de sus padres. Este señor le dijo: "estoy en deuda con vos". En un comienzo pensó: "qué bueno! Me va a contar cómo eran mis viejos"; pero después reflexionó: "porque ahora?. Lo vi como un interés de él. Cómo no se fijó en lo humano, en nuestro dolor? (...) Cuando me llamó le dije que si no le había interesado vernos antes, saber como estábamos, por qué ahora"?.

El tiempo de la facultad creó un espacio nuevo que inauguraba otras relaciones. Las palabras cambiaban y las preguntas ganaban otros significados. Muchos profesores habían sido compañeros de sus padres, o los amigos de esos profesores habían compartido largas horas de discusiones políticas sobre utopías y sueños de cambiar el mundo. Los hijos deseaban conocer irrefrenablemente quieren eran sus padres, pasando de la imagen idealizada construida en el seno familiar, a nuevos detalles de época como la militancia, la lucha armada, la vida clandestina.

 

Haciendo memoria.

Reconocerse en el otro. Esa fue la experiencia de muchos hijos que comenzaron a recordar colectivamente a sus padres, a enlazarse en los lugares de la memoria (Namer, 1987); en los actos conmemorativos a los desaparecidos, organizados en facultades argentinas a partir de 1994. Éstos abrieron espacios para colectivizar el dolor, para trasmitir experiencias y recuerdos.

Las facultades, simbolizadas como sitios nucleares de actualización de representaciones republicanas, del debate, el pluralismo, la tolerancia, el respeto, la democracia y la búsqueda de un justo "universal", se transformaron por un corto pero intenso período de tiempo, en lugares de ritos, de conmemoración: actos, festivales, debates, fotos de "sus" desaparecidos, placas recordatorias. Se inauguró así un lugar de celebración que sobrepasaba las fronteras familiares pero que no perdía su carácter íntimo, de conjunto y de pertenencia.

La actualización o la creación de este espacio-tiempo conjugó la movilización del pasado histórico, la referencia a un grupo de pertenencia y la invención de un nuevo ritual conmemorativo orientado hacia el futuro. Una vez instituidos los homenajes, los sitios pasaron a ser una "fuente" a partir de la cual cada espectador o participante retiraría su propia significación sobre el dilema de los desaparecidos.

Una vez que los homenajes fueron inaugurados al público, su modelo de memoria objetivada dejó de ser "privada" para devenir pública y, como tal, consumible, traducible y reproducible libremente. En este sentido, en el encuentro frente a un público, la conmemoración pasó a cumplir un rol que excedió a la planificación racional del acto: pasó a ser pedagógico y a crear otros públicos potenciales.

En 1994, después de la "Jornada de memoria, recuerdo y compromiso" en la Facultad de Arquitectura de La Plata, nació H.I.J.O.S. – Hijos por la identidad y la justicia, contra el olvido y el silencio-. A partir de ese momento los hijos sintieron que era necesario juntarse, no importaba para qué. Andrea, que tiene 32 años y su madre muerta por la Triple A, recuerda que,

"fui a esa jornada por una inquietud general, de ir a algo que tenía que ver con los derechos humanos, no por algo muy pensado, fui por estar sensible a eso ... ni porque iba a haber hijos, ni nada por el estilo. Fui porque el nombre me pareció que tenía que ver conmigo, pero no indagando demasiado. Cuando llego ahí me encuentro con fotos de escenas de los desaparecidos y desaparecidos en escenas familiares, con sus chiquitos en brazos y me desarmé de angustia, no podía creer que esa gente, la importancia de eso... fue el rescate, de uno por uno de los desaparecidos, en un lugar puntual que era la Facultad de Arquitectura. Fue muy fuerte, el reconocimiento generalizado de un número y a partir de un número de los 30 mil. Pero de uno por uno, un trabajo de hormiga, de reconstrucción a partir de la comunicación de la comisión con los padres, con los hijos, con quien estuviera, del desaparecido y una cosa masiva desde la alegría, y desde el reconocimiento. Y la alegría y el futuro y el presente y la vida porque estaban los hijos, no sólo desde la militancia, no en un lugar, en un local de un partido político, sino en un ámbito nacional como una Universidad. Además fue masivo, no sé, 1000 personas. Y cuando llego ahí y veo esas caras, esos gestos, que pasaban en dispositivas, no podía dejar de llorar, tenía una angustia terrible y dije no puede ser que mi mamá no esté acá, mi mamá pertenece a ese grupo de gente que no está y que son desaparecidos, y asesinados y muertos en el exilio, no puede ser, mamá está dentro de ese grupo, y no se si no fue la primera vez que ubico a mi mamá en un lugar puntual, dentro de la sociedad, digamos, y... bueno tal fue así que vi que figuraba una chica desaparecida, que es hermana de una profesora mía de la facultad y la busqué a la profesora, la encontré y le dije: "mi mamá es de Humanidades y usted también, yo fui su alumna, usted me tomó examen, no quiere hacer la comisión de memoria de Humanidades?, no le parece que hay que hacerla?". Y a partir de ahí hablamos con otra persona y las tres formamos la comisión y desde esa noche y desde ese día, de noviembre hasta abril del `95 trabajamos en la comisión de Humanidades, que empezamos siendo tres y llegamos a ser 35 personas".

Los actos se multiplicaron, los hijos comenzaron a ganar visibilidad: en cada acto hacían pública su historia, daban testimonios, eran entrevistados, sus palabras comenzaban a ser escuchadas en otras redes, fuera de las familiares. En octubre de 1995 se juntaron más de 300 hijos de varias provincias del país, en un campamento en la ciudad de Córdoba. Ahí nació el nombre de HIJOS y el proyecto de organizarse. Ahí sintieron algo que hacía mucho esperaban ver en los otros el reflejo de sus propias vidas, el horror vivido y la alegría de encontrarse, de entenderse. Así, comenzaron a definirse como grupo: qué eran?, qué querían?, para qué reunirse?.

Según su propia definición son "una organización de derechos humanos, que agrupa a los hijos de detenidos-desaparecidos, perseguidos políticos, exiliados y asesinados durante la última dictadura militar". "Como organización trabajamos con independencia partidaria y creemos que la memoria y la justicia no nos están esperando en un lugar, sino que se construyen día a día. Por eso los hijos, firmes en la lucha, estamos de pie". Los ejes que dan movilidad al grupo son el reclamo, la denuncia, las exigencias y las reivindicaciones. Estos elementos organizan las reuniones, acciones y actos de H.I.J.O.S.

Denuncian: las causas políticas y económicas del genocidio, a sus autores y cómplices como así también su continuidad en el modelo económico actual al que se oponen participando de las luchas populares.

Reclaman: por juicio y castigo a los responsables del terrorismo de Estado. Luchan por la condena social, teniendo en cuenta que la justicia institucional al servicio del poder decretó la impunidad con las Leyes de Punto Final, Obediencia Debida e Indulto presidencial.

Exigen: la reconstrucción histórica individual y colectiva. Para que cada uno pueda saber quién es, quienes fueron sus padres. Saber que pasó con sus padres, donde están, donde están sus hermanos, a donde se los llevaron, los que nacieron en cautiverio y nunca más fueron encontrados. Exigen la restitución de sus hermanos robados por los represores. Saber quiénes dieron las órdenes, quiénes las ejecutaron, quiénes son los responsables del genocidio.

Reivindican: el espíritu de lucha de sus padres. Porque por y para ellos es imprescindible reconstruir sus historias personales, no como una necesidad individual, sino como un medio de recuperar la memoria y conocer la indispensable verdad para toda la sociedad.

Estas definiciones que llenan editoriales, páginas en la internet, entrevistas y solicitadas en diarios y revistas, forman parte de los bordes de una identidad que constantemente precisa reforzar sus fronteras, oponiéndose a aquellos que prefieren el silencio o la "pacificación nacional" y que consideran que el pasado ya pasó y los desaparecidos quedaron sepultados por el olvido y la necesidad de reconciliación entre los argentinos.

Las acciones y creencias de estos hijos crean nuevos elementos constitutivos de sus identidades. Esta incluye no tener miedo de expresar sentimientos y sensaciones, de enfrentar y querer saber lo "prohibido" y censurado por las familias respecto a sus padres. De no temer y sobre todo, poder mostrar que pese a que hay una identidad que los une, esa identidad no es tranquila y homogénea, que las diferencias la constituyen. Y que a pesar de las dificultades que significa construir algo juntos, la simple posibilidad de conocerse y de compartir sus historias vale la pena.

Ante la pregunta, que significa ser hijos de desaparecidos, las respuestas generalmente se siguen de una pausa que acaba con la afirmación: es tener padres muertos sin poder decir que ellos están muertos. Cuando las preguntas se refieren a la importancia de estar en HIJOS, las imágenes se multiplican y casi en su mayoría aseguran: tener un lugar donde todos saben lo que es ser hijo de desaparecidos. Así las experiencias de participación en HIJOS son similares, a pesar de las diferencias de cada historia particular vivida. Verónica, 26 años, dice, "vos agarras y la mirás (a otros hijas) y no necesitas decirle nada", Clarisa, de 19 años, analiza, "lo que pasa es que nuestra historia no es una historia común. No es que mamá y papá murieron. Están desaparecidos. No era una historia que podía compartir del todo con mis amigos, por ejemplo. Y cuando empecé a venir a HIJOS, a todos nos pasó más o menos lo mismo; teníamos experiencias similares o sueños parecidos o esperanzas parecidas"; Esteban detrás de su timidez cuenta "después que entré a HIJOS me abrí mucho (...) eran chicos que habían pasado lo mismo que yo pasé".

Estos jóvenes pasan a usar la categoría hijo de ... como una carta de presentación, como una forma de oposición, como una justificación o un reconocimiento; como una fuente de la cual se puede retirar, de acuerdo al lugar y el espacio en que está siendo enunciada, fuerza, equilibrio, aceptación, afecto, reacciones positivas o negativas, rechazo o compasión.

 

Contra el silencio: lazos de identidad para el futuro.

Los individuos construyen su memoria social, cultural, individual abriendo espacios, creando sitios, explorando estrategias para ponerla en escena y narrarla, traducirla desde los recuerdos interiorizados hacia relatos para el exterior. Estas identidades se estructuran a partir de lógicas propias que cambian no sólo en relación a qué se está diciendo y ante quién se expresó; sino también a donde se está diciendo y quien es el que solicita esa narración (Pollak, 1994).

A partir del caso de H.I.J.O.S podemos pensar a la memoria social con tiempos diversos y con modos singulares de expresarse; como una forma de reescritura de la historia que abre espacios para el futuro, que transmite información, hechos y representaciones del mundo, de y para otros jóvenes que, a pesar de pertenecer a la misma generación, no saben o no vivieron esa historia.

La producción de esta memoria va más allá de la mera transmisión. Tal vez su función más importante no resida en el hecho de no-olvidar, de oponerse al silencio, sino en otorgar material, palabras y fuerza capaz de construir una nueva identidad.

En sus acciones los hijos trazan un plano de identidad que tiene fronteras, temas y ciclos definidos: el secuestro, la escuela primaria, la secundaria, el exilio, la vuelta la país. En la contención que significa pertenecer a HIJOS, ellos tratan de expresar, un repertorio de identidad donde aquellos que "sienten lo que ellos vivieron", que "hablan la misma lengua" y con los que "sólo hace falta mirarse", pasan a ser los referentes primordiales; fronteras hacia dentro de los bordes de su memoria, con los que buscan encontrar la mejor forma de expresar un tema que ya dejó de ser individual-familiar y pasó ser parte de un drama nacional: los desaparecidos.

Una identidad con personajes, lugares y acontecimientos que la sustentan; donde el simbolismo de la filiación cumple una función esencial ya que, por un lado, liga a las generaciones, asignando identidad y por otro construye, o mejor dicho, potencia la promesa de una continuidad en el tiempo. Como afirma Karina, "ser hija de desaparecidos es historia, es groso, es muy duro. Porque fue una época terrible y va a seguir siendo terrible de acá a doscientos mil años. Y mis hijos dirán: soy nieto de desaparecidos".

Una identidad que se inaugura en una etapa de la vida y en espacios específicos, que no es exclusiva pero si determinante. Una identidad que liga el pasado con el presente y costura a este con el futuro de aquellos que se socializan con actos, conmemoraciones y relatos sobre los desaparecidos donde incluirán sus visiones y perspectivas y discutirán y extenderán la memoria, por más leyes y monumentos de "pacificación nacional" que se intenten construir.

Bibliografía

Herzfeld, M. ( 1992 ) The social production of indifference. Chicago and London The University of Chicago Press. Introducción, Cap.I y II.

HOBSBAWM, E et all (1984) A invenção das tradições. Paz e Terra. Rio de Janeiro. Cap, I e VII.

MUXEL, A. (1997) Individu et mèmoire Familiale. Nathan. París.

Namer,G. (1987) "Les itinéraires sociaux de la mémoire", in: Memoire et Societe, Méridiens, pp.223-39. París

Pollak, M. (1989) "Memória, esquecimento, silêncio" in: Estudos Históricos,

nº3,pp.3-15. Rio de Janeiro..

------------- (1990) L'Expérience concentrationnaire. Métailié. Paris.

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