Modalidades
iniciáticas en Los ríos profundos, de José
María Arguedas
Hong
Jung-Euy
Universidad
Nacional de Seúl
I
José
María Arguedas fue uno de los escritores que integraron la corriente literaria
indigenista en Perú. Nos podemos
encontrar,
por ejemplo, con el nombre de José Carlos Mariátegui en la lista de sus lecturas.[1]
Arguedas exalta las virtudes indígenas en la narración como un punto de partida hacia el
destino humano. El autor de Yawar fiesta (1941)
se sitúa en una línea indigenista reivindicatoria como Mariátegui. Sus reacciones
divergían en el nivel práctico, ya que Mariátegui -que tomaba el criterio sociológico
como la base de su análisis- concedía mayor atención al problema de la tierra y a la
independencia económica de la población peruana, mientras que Arguedas se dedicaba a
enaltecer la victoria cultural de los quechuas.[2]
Sin
embargo, existe un vínculo entre los dos indigenistas. No dejaron sus creencias en el
nivel utópico, sino que se esforzaron por poner en práctica sus ideas. En la década de
los veinte, el fundador de la revista Amauta
indica el problema de la sociedad moderna. Según el crítico socialista, la falta de
mitos fue sinónimo de la pérdida de energía activa.[3] La civilización burguesa
basada en el racionalismo intentaba sustituir el mito por la razón y la ciencia. Y el
fracaso de dicho proyecto trajo consigo una crisis en la humanidad. Su idea propone una
resolución ideológica desde el punto de vista de la dicotomía de las clases sociales:
Lo que
más neta y claramente diferencia en esta época a la burguesía y al proletariado es el
mito. La burguesía no tiene ya mito alguno, se ha vuelto incrédula, escéptica,
nihilista. El mito liberal renacentista, ha envejecido demasiado. El proletariado tiene un
mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa. La
burguesía niega; el proletariado afirma. (Mariátegui, 1925: 311)
Desde
tiempos antiguos, los mitos han formado parte del sistema religioso de cualquier cultura;
los mitos son para la comunidad en la que se insertan historias verdaderas, de modo tal
que otorgan un respaldo narrativo a las creencias primordiales de la comunidad.[4]
Mariátegui propuso la animación histórica en voz alta para crear una fecundidad humana.
Y, precisamente, el mundo literario de Arguedas trata de la vitalidad en torno al
espíritu andino.
En la
novela Los ríos profundos (1958), se demuestra
el afán por la integración cultural en la sociedad peruana. El relato configura el
crecimiento del protagonista, Ernesto, que representa una versión del tema heroico. El
personaje adolescente vive un periodo de aprendizaje dentro de la novela. Es un novicio
que celebrará su iniciación para ingresar al universo simbólico de la sociedad y, al
mismo tiempo, para cumplir los ritos de paso al estatus de adulto. A lo largo de la
novela, el protagonita recibe instrucción social y pasa por una serie de pruebas y
ordalías. Mediante estos rituales se fortalece el interior del personaje. En el presente
estudio nos enfocaremos a este proceso iniciático en términos de la transición hacia el
crecimiento interno del protagonista. Para cumplir este objetivo, revisaremos la función
de la naturaleza mítica en el marco de la narración y la compararemos con la carga
sobrenatural del rito de iniciación. Indagaremos también el significado de la muerte en
virtud del renacimiento, dado que el conjunto de la naturaleza y la experiencia ritual
conforma una narración del rito que nos abre las puertas a la sensibilidad para percibir
de manera más profunda el espíritu peruano.
II
La
novela Los ríos profundos refleja rasgos
autobiográficos de la vida adolescente de Arguedas, y en el relato se incluye el periodo
de la iniciación en el marco del rito de paso.[5] Los rituales del ciclo vital
demarcan el paso de una fase a otra, según señala Mircea Eliade:
El
término iniciación, en el sentido más amplio, denota un cuerpo de ritos y enseñanzas
orales cuyo propósito es producir una alteración decisiva en la situación religiosa y
social de la persona iniciada. En términos filosóficos, la iniciación es el equivalente
a un cambio básico en la condición existencial; el novicio emerge de su dura experiencia
dotado con un ser totalmente diferente del que poseía antes de su iniciación; se ha
convertido en otro. (Eliade, 1958: 4).
El rito
de iniciación permite el paso de la juventud a la madurez que una persona debe efectuar
para ser miembro de una comunidad. Dicho rito implica una serie de desafíos que ponen a
prueba la capacidad del iniciando. Asimismo, se concibe con la noción de la muerte y el
renacimiento. En lo que se refiere al adolescente, al superar la prueba adquiere el
derecho de participar en las instituciones y de fundar una familia, en el caso de una
sociedad patriarcal. Esta etapa, a menudo, se relaciona también con el aprendizaje de la
vida sexual. Según señala el antropólogo Arnold Van Gennep, la iniciación, como un
rito de paso en el interior de un conjunto organizado, abarca los ritos de nacimiento y de
muerte, y agrega que los ritos de iniciación comprenden el momento psicológico en que el
niño se hace adulto: rites of separation from the asexual world, and they are
followed by rites of incoporation into the world of sexuality. (Gennep, 1960:
67).
En el
marco de los estudios simbólicos modernos podemos decir que la palabra
iniciación significa informar a un individuo sobre la cultura institucional
de la comunidad a la que pertenezca. En contraste, para las sociedades arcaicas dicha
palabra designaba el conjunto de ceremonias por las cuales se admitía al individuo al
conocimiento de ciertos misterios, y a través de los desafíos iniciáticos, el hombre
establecía contacto con el mundo de los seres sobrenaturales y participaba en sus fuerzas
creativas.
En Los ríos profundos, la iniciación del
protagonista experimenta estos dos significados paso a paso. La iniciación le procura la
adquisición de la creencia en el poder mágico y también le abre el acceso al mundo
adulto en la sociedad peruana. La interpretación atemporal de Arguedas, plasmada mediante
la doble dimensión moderna y arcaica sobre el rito de paso, alude al anhelo
de la integración de la dicotomía del Perú criollo e indígena. El conflicto entre dos
culturas fue un elemento esencial tanto de la vida de Arguedas como de su mundo literario.
A través de las palabras del autor en el acto de entrega del premio Inca Garcilaso
de la Vega, comprobamos la voz confesional:
Yo no
soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en
cristiano y en indio, en español y en quechua. Deseaba convertir esa realidad en lenguaje
artístico y tal parece, según cierto consenso más o menos general, que lo he
conseguido. (Arguedas, 1971: 14)
El
escritor peruano estaba atento al desarrollo de dicha dicotomía como portavoz del
espíritu andino. El Perú dividido entre dos culturas, dos lenguas, dos tradiciones era
su tema eterno dado que Arguedas tenía una relación entrañable con ambas realidades.
Por ende, la evolución de la función primitiva y la moderna tenía que converger en un
modo de integración. De allí renace un ser humano que conlleva la fraternidad comunal
del país.
III
Un
cuarto de siglo después del suicidio de Arguedas, Mario Vargas Llosa recopiló los
ensayos y las lecturas sobre el escritor de Los
ríos profundos y publicó un libro bajo el título La utopía arcaica: José María Arguedas y las
ficciones del indigenismo (1996). Vargas Llosa enfatiza la distancia del mundo en que
Arguedas estaba inmerso, puesto que ambos eran peruanos. La dedicatoria aclara: A la
memoria de Raúl Porras Barrenechea en cuya biblioteca de la calle Colina aprendí la
historia del Perú (Vargas Llosa, 1996: 7). Esta afirmación declara la gran
diferencia entre los dos escritores. Arguedas, nacido de padres blancos, creció en las
punas donde prevalecía la cultura india. Desde allí vinieron su sentimiento y
solidaridad con la cultura andina y el quechua. La formación indígena fue parte de su
propia experiencia durante la infancia. Al cotejo del caso anterior, Vargas Llosa
aprendió la historia peruana a través de los libros, vivió siempre en el medio urbano
del Perú y en la primera etapa de su juventud, se trasladó a vivir a París. Podríamos
afirmar que las posiciones culturales de estos dos literatos representan el conflicto
peruano a lo largo de su historia.
En la
vida de Arguedas, como dijimos antes, la cultura de los quechuas es un elemento
fundamental de su mentalidad gracias al contacto físico y a la experiencia vivida con la
gente de los Andes:
Como
si yo, criado entre la gente de don Felipe Maywa, metido en el oqullo mismo de los indios
durante algunos años de la infancia para luego volver a la esfera supra-india
de donde había descendido entre los quechuas, dijera que mejor, mucho más
esencialmente interpreto el espíritu, el apetito de don Felipe, que el propio don Felipe.
(Arguedas, 1971: 22).
Esta
experiencia se plasma en las páginas de la novela Los
ríos profundos transformándose
en una vida errante por la tierra de los indios:
Mi
padre me había hablado de su ciudad nativa, de los palacios y templos, y de las plazas,
durante los viajes que hicimos, cruzando el Perú de los Andes, de oriente a occidente y
de sur a norte. Yo había crecido en esos viajes. (Arguedas, 1958: 143-144)[6]
Con una
visión retrospectiva, en el segundo capítulo se configura el periodo del niño Ernesto
en el que ha vivido inmerso en la naturaleza rural de Perú entre los quechuas:
Siempre
junto a un río pequeño, sin bosques, con grandes piedras lúcidas y peces menudos. El
arrayán, los lambras, el sauce, el eucalipto, el capulí, la tara, son árboles de madera
limpia, cuyas ramas y hojas se recortan libremente. (173)
El
crecimiento interno del protagonista se realiza en relación con los recuerdos de la
naturaleza y la cultura andina. La naturaleza atrae al protagonista adolescente con una
sensación encantada que influye en la construcción de su identidad. La armonía cósmica
entre el hombre y la naturaleza aparece como una fusión poética en la novela:
Cuando
cayó la luz en la quebrada, las hojas de los lambras brillaron como la nieve; los
árboles y las yerbas parecían témpanos rígidos; el aire mismo adquirió una especie de
sólida transparencia. Mi corazón latía como dentro de una cavidad luminosa. Con luz
desconocida, la estrella siguió creciendo; el camino de tierra blanca ya no era visible
sino a lo lejos. Corrí hasta llegar junto a mi padre; él tenía el rostro agachado; su
caballo negro también tenía brillo, y su sombra caminaba como una mancha semioscura. Era
como si hubiéramos entrado en un campo de agua que reflejara el brillo de un mundo
nevado. «¡Lucero grande, werakocha,
lucero grande!», llamándonos, nos alcanzó el peón; sentía la misma exaltación ante
esa luz repentina. (183)
La visión arguediana percibe la dinámica del ser
a través del deleite mágico que proviene de la naturaleza andina. En este sentido, el
carácter mítico de la naturaleza supone una formación simbólica. Ernesto llega a Cuzco
a la edad de catorce años de la mano de su padre Gabriel, un abogado vagabundo, después
de viajar por las aldeas de los Andes. Nos damos cuenta de que el narrador-protagonista
está consciente de su estado físico y mental como en el umbral de una nueva etapa de la
vida, ya que marca la distancia entre el presente y la memoria del pasado durante su
infancia: Yo tenía catorce años; había pasado mi niñez en una casa ajena,
vigilado siempre por crueles personas. (160).
La
configuración del protagonista está encaminada hacia el perfil de un personaje
mitológico que apareciera en una epopeya.[7] Dicho
género, como sabemos, consiste en la narración extensa de acciones trascendentales o
dignas de memoria para un pueblo en torno a la figura de un héroe que representa sus
virtudes de más estima. El motivo del viaje se reconoce como un elemento típico del tema
del héroe. En la primera escena de la novela, el protagonista entra al mundo hostil de
noche:
Infundía
respeto, a pesar de su anticuada y sucia apariencia. Las personas principales del Cuzco lo
saludaban seriamente. [...] Mi
padre lo odiaba. Había trabajado como escribiente en las haciendas del Viejo. «Desde las
cumbre grita, con voz de condenado, advirtiendo a sus indios que él está en todas
partes. Almacena las frutas de las huertas, y las deja pudrir, cree que valen muy poco
para traerlas a vender al Cuzco o llevarlas a Abancay y que cuestan demasiado para
dejárselas a los colonos. ¡Irá al infierno!», decía de él mi padre. (137-138)
La
oscuridad y la presencia de un personaje con carácter negativo alude a un descenso al
inframundo. El ambiente de la hacienda que pertenece al Viejo presiona el ánimo del
muchacho, mientra que la presencia del muro incaico alimenta la sensibilidad del mismo:
Eran
más grandes y extrañas de cuanto había imaginado las piedras del muro incaico; bullían
bajo el segundo piso encalado que por el lado de la calle angosta, era ciego. Me acordé,
entonces, de las canciones quechuas que repiten una frase patética constante: «yawar
mayu», río de sangre; «yawar unu», agua sangrienta; «puktikyawar
kocha», lago de sangre que hierve; «yawar weke», lágrimas de sangre.
¿Acaso no podría decirse «yawar rumi», piedra de sangre, o «pukik yawar
rumi», piedra de sangre hirviente? (144)
El
narrador-protagonista narra la visión sobrenatural que se ha formado durante su vida nómada por la sierra andina acompañado
con su padre, al reconocer el presente y el pasado que están grabados en el monumento
antiguo. La aparición del muro incaico evidencia la cultura prehispánica y la historia
peruana. Los conocimientos sobrenaturales transmitidos de forma tradicional las
canciones en las primeras sociedades entran en correspondencia con el miedo y el
respeto de la humanidad hacia la naturaleza que muestra su poder superior al del hombre.
La percepción de la realidad del protagonista obedece a la creencia en el poder de lo
oculto que produce fenómenos extraordinarios. En las sociedades primitivas, el proceso de
iniciación procura la comprensión y la adquisición de poderes sobrenaturales en el
marco de la creación de una historia sagrada paradigmática para establecer la
legitimidad histórica:
Al
igual que el hombre moderno se autoproclama un ser histórico, constituido por toda la
historia de la humanidad, el hombre de las sociedades arcaicas se considera el producto
final de una historia mítica, es decir, de una serie de acontecimientos que tuvieron
lugar in illo tempore, al principio de los
tiempos. (Eliade, 1958: 5).
Desde el
punto de vista de un chico que había aceptado el poder mágico de la cultura antigua, el
muro simbolizaba la encarnación de un mundo legendario plasmado en su mente. Este paisaje
cuzqueño filtrado en las páginas de la novela no deja de implicar la fuerza primitiva.
Aunque el escritor también tenía talento de etnólogo y folclorista, ya que investigaba
y registraba la cultura andina, la fe en la espiritualidad de la naturaleza superaba al
conocimiento científico que se imponía al autor de un texto de antropología:
-¿Cantan
de noche las piedras?
-Es
posible.
-Como
las más grandes de los ríos o de los precipicios. Los incas tendrían la historia de
todas las piedras con «encanto» y las harían llevar para construir la fortaleza. ¿Y
éstas con que levantaron la catedral? (150)
Para
Ernesto, el encanto expresado en la cita anterior proviene de la armonía y la
correlación entre el agua y las piedras. La creencia en la fuerza de la naturaleza
proviene del mundo quechua y de la propia experiencia personal del protagonista que
también refleja la realidad vivida por Arguedas.
La
creación de un mundo imaginario se corresponde con los recuerdos, las nostalgias
personales y la realidad sociohistórica de los quechuas. La confianza en la naturaleza
aumenta de potencia a lo largo de la infancia de Ernesto, a través de las vivencias en
las aldeas de los Andes.
Por otra
parte, en la vida del Colegio, el muchacho aprende a ser un individuo entre la violencia y
las luchas por el poder. Durante este proceso de socialización se fortalece gracias a la
fe en la naturaleza y se persuade de la divinidad del mundo quechua por sí mismo:
Entonces,
mientras temblaba de vergüenza, vino a mi memoria, como un relámpago, la imagen del Apu Karwarasu. Y le hablé a él, como se
encomendaban los escolares de mi aldea nativa, cuando tenían que luchar o competir en
carreras y pruebas de valor.
-¡Sólo
tú, Apu y el «Markasks»! le
dije-. ¡ Apu Karwarasu, a ti voy a
dedicarte mi pelea! Mándame tu killincho para
que me vigile, para que me chille desde lo alto. ¡A patadas, carajo, en su culo, en su
costilla de perro hambriento, en su cuello de violín! ¡Ja caraya! ¡Yo soy lucana,
minero lucana! ¡Nakak! (257)
Según
la nota de Arguedas, killincho significa
cernícalo en quecha. Por ello, esta escena coincide con otra de unos capítulos antes
donde describe el tiempo de los viajes. El protagonista recuerda la ladera peligrosa de
Huancapi y las aves de su quebrada con una canción incaica:
En
Huancapi estuvimos sólo unos días. Es la capital de provincia más humilde de todas las
que he conocido. Está en una quebrada ancha y fría, cerca de la cordillera. [...] A
veces, los gavilanes se quejan y chillan, cruzan la quebrada perseguidos por grupos de
pequeños cernícalos. Esta ave ataca al cóndor y al gavilán en son de burla; les clava
las garras y se remonta; se precipita otra vez y hiere el cuerpo de su víctima.
Los
indios, en mayo, cantan un huayno guerrero:
Killinchu yau,
Oye,
cernícalo,
Wamancha yau, oye,
gavilán,
Urpiykitam kechoskayki voy a
quitarte a tu paloma,
Yanaykitam
kechoskayki. a tu
amada voy a quitarte.
Kechoskaykim, He de
arrebatártela,
kechoskaykim, he de
arrebatártela,
apasakmi apasakmi
me la
he de llevar, me la he de llevar
¡killincha!
¡oh cernícalo!
¡wamancha! ¡oh
gavilán! (181-182)
El
desafío de las aves inspira la situación de Ernesto. El personaje se enfrenta ante el
mundo desfavorable del Colegio como el duelo cotidiano de los animales contra la tierra
estéril. Este hecho comprueba el crecimiento de Ernesto que puede controlar y dirigir su
fuerza y energía interiores para dominar su alrededor evitando el odio y el miedo. El
sexto capítulo, Zumbayllu, no sólo marca el centro de la narración entre
las once partes que comprende en total, sino que también alude a la etapa decisiva de la
configuración del carácter del protagonista.
El
trompo zumbayllu testifica la conciencia asumida
por el autor en virtud del esbozo del mundo indígena. Cuando Abancay cae en la tensión
violenta por la invasión militar para controlar los amotinados en la provincia, Ernesto
recuerda la virtud mágica del juguete:
Llamé
a Romero.
-¡Romerito!
-le dije- ¿Podrías tocar ese carnaval del río Apurímac en tu rondín, conmigo, allá
en el patio de juego?
-¿Por
qué? -me preguntó
-Abancay
tiene el peso del cielo. Sólo tu rondín y el zumbayllu
pueden llegar a las cumbres. Quiero mandar un mensaje a mi padre. Ahora ya está en
Coracora. ¿Has visto que las nubes se ponen como melcocha, sobre los cañaverales? Pero
el canto del zumbayllu los traspasa. Al
mediodía, el winko hizo volar su canto y con
Antero lo empujamos, soplando, hacia Chalhuanca (333)
El
ejercicio de la narración a lo largo de la historia ilumina la naturaleza andina y el
encanto de los objetos ubicados alrededor de la vida cotidiana, como el caso del zumbayllu. Al mismo tiempo, los mezcla en una
categoría mítica para que puedan aumentar su intensidad en la narración. Un niño
supera los desafíos paso a paso, como venciendo los obstáculos en cada umbral de la
vida. Para Ernesto, la virilidad adquirida tras la iniciación no es un resultado de la
experiencia sexual durante la adolescencia. Su crecimiento como adulto independiente se
conforma como un conjunto de vida solidaria con la naturaleza que lo rodea. La fe en el zumbayllu demuestra el poder mágico de la
resonancia entre la naturaleza y la humanidad. Por ende, la naturaleza imaginaria y el
trompo encantado ayudan a la reconciliación del conflicto, tanto de la vida adolescente
como de la construcción interna del personaje, con una función pacificadora. Con esta
base, los capítulos posteriores pueden narrar las historias del pueblo, fuera de la
sociedad cerrada del Colegio.
IV
Como
hemos revisado en el segundo apartado del presente estudio, el
periodo iniciático equivale al ritual de separación del mundo asexuado, seguido de la
incorporación en el mundo de la sexualidad. El tema del sexo tiene una carga particular,
una connotación negativa en la narrativa de Arguedas, como afirma Vargas Llosa: El
sexo, sobre todo, reviste en la realidad ficticia formas temibles. Es descrito (en verdad,
inventado) con la sobrecogedora y enfermiza naturaleza que tiene en la literatura
puritana.[8]
La experiencia sexual ocupa una parte del relato, paralelo al de la violencia entre los
internos de la escuela. La presencia de una figura femenina en el patio, en el fondo donde
predominan la oscuridad y la inmundicia, engloba la percepción del sexo en la comunidad
escolar:
El
patio interior de recreo era de tierra [...] tras
de una pared vieja de madera, varios cajones huecos, clavados sobre un canal de agua,
servían de excusados. El canal salía de un pequeño estanque.
Durante
el día más de cien alumnos jugaban en ese pequeño campo polvoriento. Algunos de los
juegos eran brutales [...]
Durante las noches, el campo de juego quedaba en la oscuridad [...] Ciertas
noches iba a ese patio, caminando despacio, una mujer demente, que servía de ayudante en
la cocina. (216-217)
La
jerarquía del poder da como resultado la violencia cotidiana entre los muchachos, la cual
está penetrada en los juegos de las horas diurnas. La misma fórmula se aplica en la
transgresión sexual durante la jornada nocturna. En este caso, el problema del poder no
sólo se encuentra en la dinámica de ambos sexos, sino también en la de los hombres. La
brutalidad de la violencia sexual sirve como una herramienta para humillar a un ser
inferior:
-¡No!
¡No puedo! ¡No puedo, hermanito!
Lleras
había desnudado a la demente, levantándole el traje hasta el cuello, y exigía que el
humilde Palacios se echara sobre ella. La demente quería, y mugía, llamando con ambas
manos al muchacho. (219)
La
comunidad interna del Colegio funciona de la misma manera que una sociedad establecida.
Para Palacios, que pertenece al sector subordinado en términos de la dinámica de poder,
el mandato organizado por los mayores empieza como un tropel recreativo. Pronto, el abuso
sexual afecta al más pequeño que tiene su origen en el ayllu, convirtiéndose en una violación. El
tabú establece un mundo humano opuesto al animal con base en las normas de transgresión
(Bataille, 1976: 73). Este mecanismo de autocontrol y castigo culmina su función en la
escena vengativa del «Peluca»:
Luego,
él se repuso, y acercándose al sitio donde estaban los alumnos más grandes, lanzó un
juramento con voz firme y ardiente.
-¡Silencio,
kanras!. ¡Silencio!
[...] A
Romero le habló de forma especial.
-Tú,
a medianoche, en tu cama; acezando como animal con mal de rabia. ¡Aullando despacito!
¡Sólo el Llera y yo somos cristianos valientes! ¡Te vas a condenar, kanra! ¡Todos, todos ustedes van a
revolcarse en el infierno! (226)
El patio
interior enmarca la oscuridad, la brutalidad, el mal olor, la tierra sucia. Su condición
indica el sexo inconfesable: la violación de la opa y las masturbaciones. Las
connotaciones negativas del tema se encuentran en las escenas de reconciliaición más
allá de la repulsión tras el progreso dramático del crecimiento del protagonista que
culmina con la experiencia colectiva.
La
mayoría de los ritos iniciáticos entreteje una muerte ritual seguida de la resurrección
o de un renacimiento. La muerte iniciática significa el fin de la infancia y la ignorancia. En la ceremonia existe un paso que
simboliza la muerte del novicio, como una pseudo-muerte que puede estar representada en la
pérdida de conciencia:
Los
ritos de muerte iniciática se hacen más largos y complejos, a veces convirtiéndose en
auténticos escenarios dramáticos. En el Congo y en la costa de Loango, los muchachos de
entre, diez y doce años beben un poción que les torna inconscientes. (Eliade, 1958: 25)
En la
novela, este tipo de ritual aparece dos veces. Cada uno cumple su función ceremonial.
Primero, con la despedida del amparo paterno, Ernesto da el primer paso a la sociedad
peruana que contrasta con el recuerdo nostálgico:
Y mi
padre se puso de pie. El chalhuanquino me sirvió medio vaso de cerveza:
-Ya
está grandecito; suficiente para la ocación. ¡Salud!
Fue la
primera vez que bebí con mi padre. (195)
En la
cita de arriba, el acto de beber anuncia el abandono de la infancia, la separación de la
protección familiar. El segundo sella la madurez del adolescente:
Todos
tomaban, como en los días de fiesta, a costa ajena, hasta hartarse.
-¿Tú
quieres, muchacho? -me preguntó un mestizo que parecía ser un cargador del mercado.
-Sí
quiero -le contesté.
Me
alcanzó una jarra pesada; la levanté y la sostuve en alto con mucha dificultad, para
beber, mientras el mestizo y los de su grupo se reían. La chicha era fuerte y sentí que
me abrigaba. (286)
Esta vez
no se refiere al estado de pérdida de la conciencia, sino un brindis de la fraternidad.
Antes de esta escena, mediante la participación en el motín, Ernesto había
experimentado un regocijo vital y había aprendido la manera de compartir la vida con
otros. Había llegado el momento de la muerte ritual y del retorno:
Me
eché bajo la sombra de la columna y los árboles, y cerré los ojos. Se balanceaba el
mundo. Mi corazón sangraba a torrentes. Una sangre dichosa, que se derramaba libremente
en aquel hermoso día en que la muerte, si llegaba, habría sido transfigurada, convertida
en triunfal estrella [...] Yo no
lo pude ver. Estaba sumergido en un sopor tenaz e invencible.
Tarde,
al declinar el sol, una señora gorda, vestida de rosado, me despertó. Cuando abrí los
ojos, me humedecía la frente con un pañuelo empapado en agua. (283)
La
acción colectiva influye en la formación de la conciencia del personaje. La caída en un
estado de sueño profundo, que simboliza una pseudo-muerte, señala una transición en el
nivel de la mentalidad. En la primera mitad de Los
ríos profundos, Arguedas emplea el elemento sexual con fuertes dosis de violencia.
Sin embargo, una serie de experiencias de rebeldía acompañadas con el canto y la danza
logran recuperar el ánimo del protagonista libérandolo de la opresión social. La
potencia festiva le confiere la fuerza necesaria para apaciguar los ánimos negativos,
sustituyendo lo repulsivo por lo divino. Eliade aprecia la dimensión entre lo sagrado y
lo profano a través de la observación de la estructura de las fiestas:
El
hombre religioso siente la necesidad de sumergirse periódicamente en ese Tiempo sagrado e
indestructible. Para él, es el Tiempo sagrado lo que hace posible el otro tiempo
ordinario, la duración profana en la cual se desarrolla toda existencia humana. Es el
eterno presente del acontecimiento mítico lo que hace posible la duración profana de los
acontecimientos históricos. (Eliade, 1959: 55)
En la
novela, el grupo amotinado se marcha hacia Patibamba y se convierte en un desfile en el
que la gente estimula el ánimo con el canto y el baile, comulgando con la naturaleza:
Así,
la tropa se convirtió en una comparsa que cruzaba a carrera las calles. La voz del coro
apagó todos los insultos y dio un ritmo especial, casi de ataque, a los que marchábamos
a Patibamba. Las mulas tomaron el ritmo de la danza y trotaron con más alegría.
Enloquecidas de entusiasmo, las mujeres cantaban cada vez más alto y más vivo [...] Era ya
un pueblo el que iba tras de las mulas, avanzando a paso de danza. Las chicheras seguían
cantando con el rostro sonriente. (280)
Dentro del espacio temporal creado durante este
cortejo festivo, no cabe el miedo de muerte que le acababa de dar a la gente en las
ocasiones anteriores de los disparos, dado que la situación entera ya ha penetrado en el
mundo mágico en donde es posible la emancipación del instinto salvaje que se transforma
en sagrado gracias a la unión entre los participantes. Con la práctica festiva se
presenta la oportunidad para vencer el horror hacia la muerte abriendo el alma a los
ajenos.
Tras un
periodo de pruebas e instrucción, Ernesto se reintegra a la comunidad como adulto. La
madurez le permite quitar los temores del cuerpo ajeno. En lugar del sacerdote que
todavía está atrapado por la sombra del abuso sexual, el protagonista bautiza a la
opa muerta con el nombre de Marcelina:
-Padre
-le dije-. La opa Marcelina ha muerto. ¡De tifus, Padre! ¡Hágala sacar del Colegio!
[...] Yo
entré. Miré el rebozo de doña Felipa, con repentina alegría. Lo bajé del tronco y se
lo entregué a la cocinera. [...] La opa
palideció por completo. Sus rasgos resaltaron. Le pedí perdón en nombre de todos los
alumnos. Sentí que mientras hablaba, el calor que los piojos me causaban iba
apaciguándose; el rostro de ella embellecía, perdía su deformidad. Había cerrado ya
sus ojos, ella misma. (429-430)
La
presencia del rebozo de doña Felipa junto a la demente evidencia la función
de la solidaridad en la resurrección iniciática. La desaparición física de doña
Felipa y la muerte de Marcelina aseguran la aspiración del renacimiento en función del
sacrificio ritual.[9]
Gracias a la figura valiente, Ernesto descubre que el hombre forma parte integral de una
historia divina comunal, y confronta la autoridad de las palabras del padre con la fe en
la naturaleza:
-¡Di,
oye, demente! ¿Entraste a su cama?
-¡Padrecito!
-le volví a gritar, sentándome -¡Padrecito! No me pregunte. No me ensucie. Los ríos lo
pueden arrastrar, están conmigo. ¡El Pachachaca puede venir! (432)
La
muerte mística de los novicios no tiene connotación negativa. Por el contrario, su
muerte a la infancia, a la asexualidad, a la ignorancia se convierte en la regeneración
del ser humano Además, el protagonista asume la fuerza vital de la colectividad, es
decir, el ánimo de la epopeya histórica que se actualiza:
Miré
el ramo en su puerta, feliz, casi como un héroe; saqué las libras de oro de mi bolsillo.
¡Mi salida de Abancay estaba asegurada! Yo también, como ella en el cielo, me sentí
libre de toda culpa, de toda preocupación de conciencia. (447)
El
renacimiento de Ernesto sucede junto con la reconciliación entre la brutalidad y la
naturaleza que lo rodea. El sacrificio de otros aumenta el signifcado social en la
transición del rito de paso. La iniciación coincide con la aspiración rebelde de la
comunidad y aprende la justicia y la creencia interna inspiradas por la naturaleza que
engloba la historia y el espíritu del Perú.
V
El
suicidio de Arguedas culmina una vida dramática que configuraba el mundo ficticio en el
que retrataba la reconciliación posible entre dos realidades del país. En la obra
póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo
(1971), Arguedas no vacila en declarar la razón de escribir en función de una confesión
motivada para aliviar la carga psicológica de la situación sociocultural que rodeaba su
vida. Esta vez, el conflicto interior obliga al autor a que efectúe el ejercicio de
escritura para explorar su propia identidad y curar su cicatriz:
Y si
me curo y algún amigo a quien respeto me dice que la publicación de estas hojas
serviría de algo, las publico. Porque yo si no escribo y publico, me pego un tiro [...]
Escribimos por amor, por goce y por necesidad, no por oficio: Eso de planear una novela
pensando en que con su venta se ha de ganar honorarios, me parece cosa de gente muy metida
en las especializaciones. Yo vivo para escribir, y creo que hay que vivir
desincondicionalmente [sic] para interpretar
el caos y el orden [...] No es
una desgracia luchar contra la muerte, escribiendo. Creo que tienen razón los médicos. Y
los que me atienden a mí no me tratan como profesionales sino como semejantes. (Arguedas,
1971: 23-26).
Sus
obras previas intentaban buscar el equilibrio que suturara la herida del espíritu
peruano. Por lo tanto, la narrativa de Arguedas necesitaba un contrapunto en la ideología
dominante de los criollos que edificara el universo autóctono de los indios:
Creemos
que la integración de las culturas criolla e india, que evolucionaron paralelamente,
dominando la una a la otra, se ha iniciado por la insurgencia y desarrollo de las
virtualidades antes constreñidas de la triunfalmente perviviente cultura tradicional
indígena mantenida por una muy vasta mayoría de la población del país. (Arguedas,
1965)
El
movimiento del trompo zumbayllu nos hace
imaginar el vértigo y el encanto del juguete. La experiencia vivida entre dos culturas y
dos idiomas podría producir una sensación semejante al mareo. La impresión podría
sellar el fondo de la conciencia, o sea, de la subconsciencia. En este sentido, la
movilización del zumbayllu ofrece al
protagonista la oportunidad que le permite traspasar el estado de hipnosis. El
protagonista acepta positivamete la potencia del encanto, a pesar de que para él no son
sinónimos la autohipnosis y la relajación. De allí, podremos considerar que el
carácter principal será un sujeto en proceso que seguirá formando su propia identidad
entre la tensión vibrante, como lo hace el trompo en el relato.
El
ritual construye un puente entre la vida real y el arte. La transición mediante dicho
puente se ha realizado desde tiempos antiguos. En la época primitiva, el rito tenía un
fin concreto y práctico ya que el hombre cazaba, pescaba y sembraba. La naturaleza no era
otra que el poder absoluto. La ceremonia reflejaba el afán de sobrevivir. La narración
de Arguedas coincide con la evolución de este proceso. El tema de la iniciación conlleva
el concepto de renacimiento que se desarrolla de forma ritual y se extiende a la
resolución social. El ejercicio de escribir, para Arguedas, implica entonces la carga de
rito iniciático en virtud de la curación del individuo y del crecimiento de la
humanidad.
Bibliografía
Arguedas,
José María (1965), El indigenismo en el Perú, Indios mestizos y señores. Lima: Horizonte,
1985.
________
(1971), El zorro de arriba y el zorro de abajo, en
Obras completas, t. V. Lima: Horizonte, 1983.
________
(1958), José María, Los ríos profundos.
Madrid: Cátedra, 1995.
Bataille,
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Eliade,
Mircea (1958), Nacimiento y renacimiento: el
significado de la iniciación en la cultura humana, Miguel Portillo (trad.) Barcelona:
Editorial Kairós, 2001.
________
(1959), Lo sagrado y lo profano. Luis Gil
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URL:http://www.evergreen.loyola.edu/~tward/GP/libros/horas/horas19.html [con acceso el 26
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de José Mª Arguedas, Sincronía, verano.
URL: http://sincronia.cucsh.udg.mx/gonzalezserna.htm [con acceso el 25 de diciembre 2007].
Hubert, Henri y
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Mariátegui,
José Carlos (1925), El hombre y el mito, Obra política, México: Ediciones Era, 1979, pp.
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1925].
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Vargas
Llosa, Mario (1996), La utopía arcaica: José
María Arguedas y las ficciones del indigenismo. México: FCE.
[1]
Fue leyendo a Mariátegui y después a Lenin que encontré un orden permanente en
las cosas; la teoría socialista no sólo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que
había en mi energía, le dio un destino y lo cargó aún
más de fuerza por el hecho de encauzarlo. (Arguedas, 1971: 14).
[2]
El antecesor de la idea de Mariátegui fue Manuel González Prada. González Prada afirma
la cuestión del inido como económica y social: Nada cambia más pronto ni más
radicalmente laa psicología del hombre que la propiedad: al sacudir la esclavitud del
vientre, crece en cien palmos [
]
A la inversa del globo aerostático, sube más el que más pesa. Al que diga: la escuela, respondásele: la escuela y el pan. (González Prada, 1908).
[3]
Pero el hombre, como la filosofía lo define, es un animal metafísico. No se vive
fecundamente sin una concepción metafísica de la vida. (Mariátegui, 1925: 309).
[4]
De acuerdo con Mircea Eliade, el mito supone una construcción compleja, que refiere por
lo general a una historia sagrada que narra un acontecimiento sucedido durante un tiempo
primordial: Esos elementos fueron adoptados porque se creyó que los antepasados
recibieron las primeras revelaciones culturales de seres sobrenaturales. Y como las
sociedades tradicionales carecen de memoria histórica en el sentido estricto, sólo
fueron necesarias unas pocas generaciones, en ocasiones incluso menos, para que la
reciente innovación fuera investida con todo el prestigio de las revelaciones
primordiales. (Eliade, 1958: 5).
[5]
Van Gennep lui-même définissait les rites de passage comme des rites qui
accompagnent chaque changement de lieu, détat, de position sociale et
dâge. Pour faire ressortir le contraste entre état et
transition, jemploie état en y incluant tous ces autre
terme. Cest un
concept dune compréhension plus large que statut ou
function et il renvoie à nimporte quell type de situation stable ou
récurrente culturellement reconnue. (Turner,
1969: 95).
[6]
En adelante, se citarán únicamente las páginas entre paréntesis.
[7]
Entre otros estudios críticos sobre Los ríos
profundos, se halla un análisis sobre su estructura mítica: La novela de
Arguedas está montada sobre dos pilares estructurales de dilatada tradición literaria,
como son, por un lado, el motivo del viaje y por otro el del héroe adolescente que
protagoniza el tránsito de la infancia a la edad adulta. (González-Serna, 2002).
[8]
Seguimos las palabras de Vargas Llosa: Hacer el amor no es jamás en el mundo de
estos relatos una fiesta en la que una pareja encuentra una forma de plenitud, una acción
que enriquece y completa a la mujer y al hombre, sino un impulso gobernado por oscuras
fuerzas a las que es difícil desobedecer y que precipitan al hombre, cada vez que cede a
ellas, en un pozo de inmundicia física y moral. Las palabras que inevitablemente designan
a la vida sexual son «sucio» y «suciedad». (Vargas Llosa, 1974: 17-18).
[9]
Según la observación de Hubert y Mauss, el ritual de sacrificio es un evento estructural
que consiste en tres facetas: la entrada del sacrificador y el objeto, la transición
entre lo sagrado y lo profano, y la disolución de los participantes. Y el rito
tiene su función específica: In a word, just as personal sacrifice ensured the
life of the person, so the objective sacrifice in general and the agrarian sacrifice in
particular ensure the real and healthful life of things. (Hubert y Mauss, 1964: 75).