En las vueltas de El laberinto de la soledad,
de Octavio Paz
Yoon
Bong Seo
Universidad
de Guadalajara
El
impacto que ha tenido el ensayo de Octavio Paz en México y mucho más en el extranjero ha
sido desmesurado. Es frecuente encontrar, incluso hoy en día, estudios críticos que
toman como base los postulados de El laberinto de la soledad para analizar
conceptos y hechos históricos como la Revolución mexicana, la fiesta o el ser del
mexicano. En agosto del año 2000, se celebró un coloquio internacional con el tema: Por
El laberinto de la Soledad a 50 años de su publicación,
en la ciudad de México y con la representación de críticos y escritores de renombre.
Y
entre la larga lista que precede a este homenaje, podemos citar el artículo Las
formas de la violencia en Los recuerdos del porvenir(1990) de Cristina Galli,[1]
quien
analiza el punto de vista de la revolución en la novela de Elena Garro a partir de la
definición de la explosión revolucionaria mexicana como una portentosa
fiesta, según la definición que Octavio Paz da en su ensayo al final del capítulo
sexto, en De la Independencia a la Revolución.[2]
Y
el artículo de García Barragán en el que se mencionan con honores los textos de Samuel
Ramos, y aún más El laberinto de la soledad: En México, a partir de los
estudios de Samuel Ramos, Edmundo O'Gorman y Octavio Paz, especialmente del admirable
ensayo de este último, El laberinto de la soledad, publicado en 1950, se despierta
y aviva el interés por el tema, trasladándose al dominio literario. Los criterios son
diversos y opuestos. Se dice que el mexicano, como en todas las jóvenes naciones de la
América Hispánica y sus culturas, se halla en busca de su identidad, no enteramente
formada.[3]
Muchos críticos
no dejan de hacer alusión al texto de Paz en sus estudios sobre obra clásicas de la
literatura mexicana, como en Juan Rulfo, por ejemplo. Entre los que podemos citar se
encuentran Manuel Durán, quien se refiere a la obra calificándola de prosa
límpida, compacta del Laberinto de la soledad de Paz (que sigue siendo la mejor
presentación de México, libro indispensable para el que quiera acercarse a la cultura
mexicana).[4]
Aralia Arizmendi habla de la identidad perdida descrita espléndidamente por Octavio
Paz.[5]
Por su parte, Enrique Pupo Walker califica de geniales las meditaciones
de Octavio Paz cuando afirma que Pedro Páramo quizá más que ninguna
otra novela, emerge de los estratos más profundos de la cultura mexicana.[6]
Y
la referencia a los elogios podrían sucederse en una larga lista
Un
caso singular es también el estudio comparado de El laberinto de la soledad con la
obra del inmortal Rulfo que realiza Manuel Ferrer Chivite en El laberinto mexicano en /
de Juan Rulfo (Ed. Novaro, México, 1972). Estudio polémico que ha sido cuestionado
por otros críticos entre los que se encuentran Narciso Costa Ros.[7]
Ferrer
Chivite dice: en el camino de nuestra interpretación seguimos El laberinto de la
soledad de Paz, del que es cierto que entusiasmó a Rulfo.[8]
Esta afirmación dice tomarla de una entrevista que hizo Elena Poniatowska a Juan Rulfo,
en el año de 1958, en la que se dice:
PONIAT.
Oye, dicen que eres hijo de hacendado.
RULFO.
Yo soy hijo de Juan Nepomuceno Rulfo, y de María Vizcaino, hijo de gente adinerada que
todo lo perdió en la Revolución. Yo
pertenezco al mundo del proletariado. ¿Sabes
a qué escritor recomendé mucho para el Centro Mexicano de Escritores? A Tomás Mojarro.
[
] Ese muchacho sí que parece bajado del cerro a tamborazos; pero vas a ver, ese
sí va a dar qué decir. [
]
PONIAT.
Y Octavio Paz, ¿te
gusta?
RULFO.
¡Ah,
cómo no! ¡Me
encanta el Laberinto de la soledad! Oye Elena, ¿leíste
la tesis que hizo James Irby sobre la influencia de Faulkner en lo que escribo? Dice que
somos una bola de angustiados y desilusionados, una generación perdida, o podrida, o si,
bien a bien, y que ya dije todo lo que tenía
que decir, y de cualquier cosa que haga de ahora en adelante no será más que una
repetición de lo antes dicho. ¿Tú
crees?
En otras palabras, uno ya está quedado.
PONIAT.
No le hagas caso. En
las tesis siempre dicen cosas así para hacer creer que uno
es muy importante y sabe mucho...[9]
Según
Ferrer Chivite, en esa entrevista Rulfo manifiesta su admiración por El laberinto de
la soledad. Sin embargo, el tono de la charla es muy ligero y la alusión a la obra de
Paz está hecha muy de paso. Además de que las expresiones de admiración no muy usuales
en el vocabulario de Rulfo, cualquiera puede dudar sobre la intención de esa afirmación
ya que le sigue una crítica del mismo Rulfo- a la tesis de Irby sobre la
concepción pesimista del mexicano que también está presente en El laberinto de la
soledad.
Como dice
Anthony Stanton, no hay que dejar de señalar que la primera edición de este ensayo
apareció en 1950 en Cuadernos Americanos, y que, por lo tanto, el libro flotaba en
el ambiente intelectual, suscitando no pocas polémicas, mientras que Rulfo trabajaba en El
Llano en llamas y en Pedro Páramo.[10]
Octavio
Paz, a diferencia de otros intelectuales de su época, no vivió del todo el momento y el
ambiente más intenso de la preocupación sobre lo nacional en su país. Luego de ir a
España durante la guerra civil, regresa a México en 1937. Parte de nuevo a una estancia
a los Estados Unidos con una beca Guggenheim
de
1943 a 1945. Poco tiempo después de su regreso, sale a desempeñar cargos diplomáticos
en París de 1945 a 1951, y en Nueva
Delhi, Tokio y Ginebra de 1952 a 1953, al servicio del ministerio de Relaciones
Exteriores. Así pues,
la primera publicación de El laberinto de la soledad se encuentra en medio de una
serie de estancias fuera de su país.
El mismo Octavio
Paz corrobora la circunstancia anterior en su texto cuando dice: debo
confesar que muchas de las reflexiones que forman parte de este ensayo nacieron fuera de
México, durante dos años de estancia en los Estados Unidos,[11]
y agrega: recuerdo que cada vez que me inclinaba sobre la vida norteamericana,
deseoso de encontrarle sentido, me encontraba con mi imagen interrogante.[12]
Queremos
señalar dos circunstancias que pueden mediar la interpretación de este texto: 1) la
distancia del país del que se habla con la consabida nostalgia que el mismo autor marca a
lo largo del ensayo, y 2) el hecho de que el autor parte de los cuestionamientos de su
propia imagen.
La primera
edición data de 1950 y la diferencias entre ésta y la segunda edición, revisada y
aumentada de 1959, son principalmente de estilo y de matiz en el sentido de suprimir
ciertas afirmaciones. Como por ejemplo, el texto de 1950 decía:
César
Vallejo, se aproxima a la primera de estas dos concepciones. La ausencia de una mística
capaz de alimentar expresiones poéticas como las que nos propone Rilke, nos advierte
hasta qué punto la cultura moderna de México es insensible a la religión. En cambio,
dos poetas mexicanos...[13]
Y
en la segunda edición, en el mismo fragmento sólo dice:
César
Vallejo, se aproxima a la primera de estas dos concepciones. En cambio, dos poetas
mexicanos...[14]
Como
este ejemplo hay otros. Sin embargo, la diferencia más sustancial es el apartado final, La dialéctica de la soledad, que no aparecía en
la primera edición.
El
ensayo en su edición definitiva consta de ocho capítulos y un apéndice. Los cuatro
primeros -El pachuco y otros extremos, Máscaras mexicanas, Todos santos, día de muertos y Los hijos de la Malinche- asumen un tono
antropológico, filosófico y hasta psicologista por el análisis de actitudes y por la
inclusión de apreciaciones como: Un psicólogo diría que el
resentimiento....[15]
Los
dos siguientes -Conquista y Colonia y De la Independencia a la Revolución- tienen un
tono histórico, crítico histórico más precisamente, que recorre la historia de México
a través de sus luchas libertarias bajo el tópico de la orfandad (por la constante
ruptura con el pasado, según afirma) y de la búsqueda de una Forma: Los mexicanos
no hemos creado una Forma que nos exprese y que solucione el problema de las
instituciones.
En los dos
últimos La inteligencia
mexicana y Nuestros días- se asume un tono
crítico en lo político y, especialmente, en lo económico y social de la trayectoria
histórica
revisada en los capítulos anteriores. Realiza un balance de lo que pretendía lograr la
Revolución Mexicana y de la evolución del pensamiento filosófico en la línea de la
identidad.
El
apéndice La dialéctica de la soledad tiene,
más que todos los capítulos, un tono poético. La perspectiva se instala desde la
universalidad y entre las primeras afirmaciones se encuentra ésta: todos los
hombres están solos, ya no se trata únicamente de la preocupación por el
mexicano. Además, el carácter más acentuadamente poético propicia un tiempo y un
espacio míticos.
La expresión
simbólica traduce el esfuerzo del hombre para descifrar y dominar un destino que se le
escapa a través de las oscuridades de la soledad, en este caso, que lo envuelven. Por
ello, el símbolo dominante del texto, el laberinto, desarrollado con singular interés en
el apéndice determina un sentido particular sobre todos los capítulos anteriores.
El
símbolo del laberinto remite esencialmente a un cruce de caminos a través de los cuales
se intenta descubrir el camino que conduce al centro y a lo que en él se encuentra. En
este caso, según la propuesta de Paz, la existencia de un talismán o de un objeto
cualquiera capaz de devolver la salud o la libertad al pueblo, en el centro del recinto
sagrado...[16]
Pero
hay una circunstancia especial en este símbolo. El laberinto es una especie de viaje
iniciático que supone la presencia de un individuo cualificado, de un
elegido.[17]
Además,
el laberinto remite al ámbito de lo sagrado (aspecto sobre el que también se insiste
mucho en el ensayo de Paz). Es un símbolo de defensa que tiene la función religiosa de
defender lo secreto, lo sagrado, contra los asaltos del mal. El laberinto puede conducir
también al interior de sí mismo, y en este caso, desempeña la función de santuario
interior donde reside lo misterioso de la persona humana.
En
el apéndice La dialéctica de la soledad
podemos constatar que el autor tuvo conciencia plena de ceñirse a la significación del
laberinto cuando dice: Casi todos los ritos de fundación de ciudades o de
mansiones, aluden a la búsqueda de ese centro sagrado del que fuimos expulsados.[18]
Por
ello, señala que el sentimiento de la soledad es una nostalgia de espacio. En la primera
edición (de 1950), la alusión era más velada y sólo al final del capítulo séptimo se
decía: La Historia universal es ya tarea común. Y nuestro laberinto, el de todos
los hombres.[19]
La
mayúscula era para la Historia y el laberinto -con minúscula- permanecía en el terreno
de la realidad.
Sin
embargo, en la segunda edición se hace manifiesta una interpretación del símbolo -aquí
ya con mayúscula- en el terreno de lo mítico: se trata del mito del Laberinto, según
podemos leer: varias nociones afines han contribuido a hacer del Laberinto uno de
los símbolos míticos más fecundos y significativos: la existencia, en el centro del
recinto sagrado, de un talismán o de un objeto cualquiera, capaz de devolver la salud o
la libertad al pueblo; la presencia de un héroe o de un santo, quien tras la penitencia y
los ritos de expiación [...] penetra en el laberinto o palacio encantado; el regreso, ya
para fundar la ciudad, ya para salvarla o redimirla.[20]
Es
decir, un objeto sagrado por conseguir (¿la
identidad?), un hombre elegido y purificado (¿el
mexicano?) y el regreso liberador (¿para
México?).
Marcel
Brion señalaba, en 1952, a propósito de su estudio sobre el laberinto de Leonardo da
Vinci: La transformación del yo que se opera en el centro del laberinto y que se
afirma a plena luz a fin del viaje de retorno al término de este pasaje de las tinieblas
a la luz, marca la victoria de lo espiritual sobre lo material y, al mismo tiempo, de lo
eterno sobre lo perecedero, la inteligencia sobre el instinto, el saber sobre la violencia
ciega.[21]
Esto es, el triunfo en el sentido histórico y más allá de lo histórico.
En los años
cuarenta y cincuenta, en París se publicaron una serie de estudios que trataban sobre
éste y otros símbolos y fenómenos estéticos y religiosos, como el ya citado de Marcel
Brion, y además, Lart du monde, de L. Benoist (París, 1941); el Traité
d'histoire des religions (París, 1949) e Images et symboles (París, 1955), de
Mircea Eliade, y aunque un poco posterior, la obra colectiva sobre Lart magique
(París, 1957), que bien pudieron estar al alcance de un joven poeta como Octavio Paz
interesado por la mística y la poesía.
Ahora bien,
Octavio Paz no sólo utiliza este símbolo, sino que suma las significaciones de otros
para elaborar su propuesta sobre la búsqueda de identidad del mexicano. El mito que
subyace a su propuesta es el del Eterno Retorno, al cual Mircea Eliade dedica su libro Le
Mythe de lEternel (París, 1949).[22]
Y
juntamente con éste, otros motivos como el del paraíso perdido:
No
sólo hemos sido expulsados del centro del mundo y estamos condenados a buscarlo por
selvas y desiertos o por los vericuetos y subterráneos del Laberinto. Hubo un tiempo en
el que el tiempo no era sucesión y tránsito, sino manar continuo de un presente fijo, en
el que estaban contenidos todos los tiempos, el pasado y el futuro. El hombre, desprendido
de esa eternidad en la que todos los tiempos son uno, ha caído en el tiempo cronométrico
y se ha convertido en prisionero del reloj, del calendario y de la sucesión.[23]
De
igual manera, el mito de la Fiesta -también con mayúscula en el texto-, aparece con
singular importancia dado que éste aparece enlazado a su propuesta poética:
Cada
poema que leemos es una recreación, quiero decir: una ceremonia ritual, una Fiesta. El
Teatro y la Epica son también Fiestas, ceremonias. En la representación teatral como en
la recitación poética, el tiempo ordinario deja de fluir, cede el sitio al tiempo
original. [...] Por obra del Mito y de la Fiesta -secular o religiosa- el hombre rompe su
soledad y vuelve a ser uno con la creación.[24]
Poesía,
Teatro y Epica, todas juntas son la Literatura, para Octavio Paz. Tal parece que más que
resolverse por ofrecer una opción por lo nacional, su respuesta es estética y universal,
sólo para los iniciados.
Habría que
preguntarse si la combinación de estos mitos en torno a la definición de la Revolución
Mexicana no implican ya una mitificación y, por ende, una idealización del hecho
histórico mexicano. Octavio Paz afirma: toda revolución tiende a establecer una
edad mítica", y luego agrega que el eterno retorno es uno de los
supuestos implíciitos de casi toda teoría revolucionaria, para finalmente
concluir:
La
Revolución es una súbita inmersión de México en su propio ser. De su fondo y entraña
extrae, casi a ciegas, los fundamentos del nuevo Estado. [...] La Revolución es una
búsqueda de nosotros mismos y un regreso a la madre. Y por eso, también es una
fiesta.[25]
Porque,
según afirma con anterioridad, la originalidad del Plan de Ayala [de los
zapatistas] consiste en que esa edad de oro no es una simple creación de la
razón[26]
sino una realidad ejecutable, esto es, la solución al problema de la tierra, ya que la
Revolución consiste en un movimiento tendiente a reconquistar nuestro pasado,
asimilarlo y hacerlo vivo en el presente, un deseo de regresar al origen que es
fruto de la soledad y de la desesperación que surge de esa dialéctica
de soledad y comunión, de reunión y separación que parece presidir toda nuestra vida
histórica.[27]
Por otra
parte, Octavio Paz da muestra de estar al tanto de la bibliografía sobre el tema: Caso,
Vasconcelos, Ramos, Ortega y Gasset, Usigli, O'Gorman, Gaos, Zea y Uranga están presentes
en su texto, y muy posiblemente también algunos textos de los grupos antagonistas a la
determinación de los orígenes de lo mexicano.
A
partir del último punto, podemos decir que se percibe en el ensayo una critica tanto a
los mexicanistas como a los hispanistas. En Los hijos de la Malinche, dice:
Por eso la tesis hispanista, que nos hace descender de Cortés con exclusión de la
Malinche, es el patrimonio de unos cuantos extravagantes -que ni siquiera son blancos
puros-. Y otro tanto se puede decir de la propaganda indigenista, que también está
sostenida por criollos y mestizos maniáticos, sin que jamás los indios le hayan prestado
atención.[28]
Pero
si bien parece que él se suma a los que buscan los orígenes en la cultura prehispánica,
su desconocimiento sobre el tema lo hace cometer errores de apreciación y de
interpretación. Señalaremos algunas observaciones al respecto.
Cuando habla
del concepto de la vida y de la muerte en la filosofía náhuatl, dice: Del mismo
modo que su vida no les pertenecía, su muerte carecía de todo propósito personal.[29]
No
sólo se equivoca ya que la vida sí pertenecía a cada individuo y tenían plena
conciencia de ello, sino que ignora que fueron las reformas de Tlacaélel -de interés
político- las que les impusieron el deber de mantener la vida del sol mediante los
sacrificios humanos.
La
afirmación de Paz sobre la traición de los dioses aztecas, ¿Por
qué cede Moctezuma? [...] Los dioses lo han abandonado. La gran traición con que
comienza la historia de México no es la de los tlaxcaltecas, ni la de Moctezuma y su
grupo, sino la de los dioses,[30]
no
toma en cuenta que esta declaración fue uno de los argumentos para la justificación de
la imposición del cristianismo.
Sin
embargo, tal vez lo más delicado sea su tono de concluir de una manera tan determinante
la anterior idea que ha dado pie a sucesivas confirmaciones y adhesiones. Adolfo
Castañón, por ejemplo, justifica esta afirmación de Paz cuando dice: En la
cultura mexicana el pensamiento tiene múltiples raíces y vertientes: la idea del final
del ciclo es uno de los rasgos constitutivos substanciales en la idea misma del Tiempo
Mexicano y su orden, como parecen sugerirlo la leyenda de los cinco soles o la idea de la
consumación periódica del fuego viejo y del fuego nuevo. Sobre este trasfondo resulta
comprensible la idea de la traición de los dioses subrayada por Octavio Paz al explicar
cómo la Conquista fue no sólo un hecho externo ahistórico sino también y más aún un
hecho interno y mítico.[31]
Octavio
Paz ni siquiera tomó en cuenta que este punto de la historia de la religión náhuatl
merece un estudio más profundo de los códices que narran tal experiencia en tanto que no
todos fueron escritos después de la conquista, y por ello, no cuentan con la censura de
los religiosos misioneros.[32]
Una última cuestión es cuando habla de que
la muerte mexicana es estéril, no engendra como la de aztecas y cristianos, ¿a
quiénes
se refiere entonces como mexicanos si excluye a los aztecas? Si la muerte mexicana que es
estéril -lo cual también está por discutirse- no es la azteca, ¿significa
entonces que los indios no son mexicanos?, y si tampoco es la cristiana, ¿significa
acaso que los cristianos tampoco son mexicanos?
El
capítulo primero, El pachuco y otros extremos,
inicia la reflexión sobre el ser mexicano tomando un modelo que se encuentra escindido de
su suelo, de su ambiente, y en torno a esta figura plantea su tesis sobre la
soledad que estaría en lugar del sentimiento de inferioridad que Samuel Ramos
manejaba en El perfil del hombre y la cultura en México. En el apartado final,
Octavio Paz cierra sobre la misma idea de la soledad desde una perspectiva dialéctica de
lo histórico y lo mítico.
En los
primeros capítulos su marco de estudio es México y el mexicano, buscando siempre la
figura del otro con quien contrastar las diferencias que lo identifican. En
primera instancia, el otro es el norteamericano, y más adelante, el sudamericano, pero
luego el otro es el europeo, ante el cual ya no sólo le basta diferenciarse, sino que le
preocupa lo que crea, piense y diga de él: No somos francos, pero nuestra
sinceridad puede llegar a extremos que horrorizarían a un europeo, y luego agrega,
el esplendor convulso o solemne de nuestras fiestas, el culto a la muerte, acaban
por desconcertar al extranjero.[33]
El ensayo
ofrece otros muchos puntos de polémica. Por ejemplo, en lo que se refiere a la sociedad
mexicana que, para Paz, parece ser sólo la integrada por hombres, o acerca de su concepto
sobre lo moderno.
Otros
críticos se han encargado también de cuestionar, en algunas ocasiones de manera
profunda, este ensayo.
Carlos
Monsiváis en Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX, dice: El
laberinto de la soledad permanece. El libro fija un criterio cultural en su instante
de mayor brillantez, y su lenguaje fluido y clásico transmite la decisión de aclarar y
aclararse una sociedad a partir del examen (controvertible) de sus impulsos y mitos
primordiales. Por otra parte, agrega Monsiváis, muchas de sus muy
controvertibles hipótesis se han convertido en lugares comunes populares.[34]
Fernando
del Paso, por su parte, en la lección inaugural del Coloquio de Invierno, en 1992, hace
referencia a la publicación de El laberinto de la soledad de Octavio Paz, y lo
califica de sublime paradoja, porque señala: comenzamos a perder la
identidad antes de encontrarla.[35]
Lauro
Zavala ha fijado la atención en los estudios interdisciplinarios que se realizan en los
últimos años sobre el problema de la identidad. Entre
ellos, menciona como primer ejemplo de parodia en la escritura contemporánea
un texto que es también, según él, un ejemplo del empleo liminal de los mitos
culturales. La jaula de la melancolía de Roger Bartra, [que] fue originalmente
publicado en 1987. Zavala señala que ya desde la selección de este título
para el libro, Bartra cumple la intención de desconstruir los textos canónicos acerca de
la llamada identidad nacional. El título -afirma- puede ser leído como una parodia del
famoso libro de Octavio Paz, El laberinto de la soledad, originalmente publicado en
1950, considerado como el libro canónico sobre este tema.[36]
Queremos
incluir, además, un interesante comentario de Edgar Llinás que dice, a propósito de
estudios como el ensayo de Samuel Ramos y Octavio Paz, que una gran mayoría de los
estudios hasta ahora realizados sobre la identidad mexicana pecan de cierto negativismo.
Que sufrimos un complejo de inferioridad, que vivimos las consecuencias del pecado de la
Malinche, que como somos resultado de la mezcla entre el indio y el espanol... etc.,
etc... Estas auscultaciones, agrega Llinás, pudieron haber sido necesarias,
pero ya es tiempo de que demos un paso adelante, que asimilemos nuestro pasado, como dice
Zea, y en vez de pasar el tiempo como el consabido neurótico, repitiendo todas las cosas
por las cuales no servimos, nos concentremos en ser y hacer aquello que sí podemos ser y
hacer bien.[37]
Terminamos este
acercamiento con la respuesta que Octavio Paz da a la pregunta sobre la identidad que se
le hizo en una entrevista a finales de 1991: No me gusta la palabra identidad. Aún
menos la frase de moda: búsqueda de la identidad. Luego, Paz señala su
propia definición sobre la identidad de América latina:
Lo
que llamamos identidad y que antes, con mayor propiedad, se llamaba el carácter, el alma
o el genio de los pueblos, no es una cosa que se pueda tener, perder o recobrar. Tampoco
es una sustancia ni una esencia. América latina no es ni un ente ni una idea. Es una
historia, un proceso, una realidad en perpetuo movimient.
o
y cambio continuo. América latina existe en
la historia o, más bien, es historia: una sociedad de sociedades en un territorio enorme
rodeado de otras sociedades, todas en movimiento. Una sociedad es una cultura: un conjunto
de individuos, cosas, instituciones, ideas, tradiciones e imágenes. Una realidad sui
géneris pues no es enteramente material ni ideal. América latina es una cultura. No
es fácil definirla y ni siquiera describirla. [...] América latina es una realidad
verbal. O sea: una lengua. Y aquí quien dice lengua, dice visión del mundo.[38]
Nos interesa,
finalmente, mostrar cómo esta definición, cuarenta años después de El laberinto de
la soledad, ha variado significativamente y ha dejado atrás una serie de ideas y
conceptos míticos que se han seguido destacando y perpetuando en artículos, ensayos y
coloquios internacionales en los que se exalta el significado que para la definición de
la identidad del mexicano, significó la publicación de esta obra de Octavio Paz.
[1]
Cristina
Galli, Las formas de la violencia en Los recuerdos del porvenir, Revista
Iberoamericana, vol. 56, 1990, p. 223.
[2]
Octavio
Paz, El laberinto de la soledad, (2a. ed. revisada y aumentada, 1959), FCE,
México, 1992, pp. 132-134.
[3]
María
Guadalupe García Barragán, Principios de identidad nacional y cultural en los
orígenes de la literatura colonial mexicana, en Identidad cultural de
Iberoamérica en su literatura, Saúl Yurkievich (coord.), Alhambra, Madrid, 1986,
p.165.
[4]
Manuel
Durán, Juan Rulfo: La máscara y la voz, Insula, núms. 284-285, 1970,
p. 18. El elogio se repite en forma idéntica en Manuel Durán, Tríptico mexicano.
Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, SEP/SETENTAS, México, 1973, p. 21.
[5]
Aralia
L. Arizmendi, Alrededor de Pedro Páramo, Cuadernos Americanos,
núm. 2, 1971, p. 186.
[6]
Enrique
Pupo Walker, La creación de personajes en Pedro Páramo: notas sobre una
tradición, en Annali Istituto Universitario Orientale Napoli. Sezione Romanza,
núm. 1, 1972, p. 105.
[7]
Costa
Ros señala que Ferrer Chivite, además de no haber investigado seriamente la biografía
de Rulfo, no matiza suficientemente ciertas afirmaciones demasiado rotundas. Cf. Narciso
Costa Ros, El mundo novelesco de Pedro Páramo, Revista Chilena de
Literatura, núm. 11, 1978.
[8]
Manuel
Ferrer Chivite, El laberinto mexicano en/de Juan Rulfo, Novaro, México, 1972, p.
82, n. 7.
[9]
Elena
Poniatowska, En México, donde todo el mundo habla mal de todo el mundo, sólo se
salvan las dos ovejas negras de la literatura: Montes de Oca y Juan Rulfo, México
en la Cultura, núm. 509, 15 diciembre 1958, p. 10.
[10]
Anthony
Stanton, Estructuras antropológicas en Pedro Páramo, en Juan Rulfo. Toda
la obra, Claude Fell (coord.), UNESCO, Madrid, 1992 (Col. Archivos 17), p. 852, n. 3.
[11]
Octavio
Paz, op. cit., p. 12.
[12]
Idem.
[13]
Octavio
Paz, El laberinto de la soledad, Cuadernos Americanos, México, 1950, p. 64.
[14]
Octavio
Paz, El laberinto de la soledad, 2a. ed. revisada y aumentada, op. cit., p.
56.
[15]
Podemos
leer: me
parece que todas estas actitudes..., Ibid.,
p.
35 y p. 74 de la segunda cita inserta en el texto.
[16]
Ibid.,
p. 188.
[17]
Cf.
Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Diccionario de los símbolos, trad. Manuel
Silvar y Arturo Rodríguez, Herder, Barcelona, 1991, pp. 620-622.
[18]
Octavio
Paz, op. cit., p. 187.
[19]
Ibid.,
p. 155.
[20]
Ibid.,
p. 188.
[21]
Marcel
Brion, Leonardo da Vinci, apud Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, op.
cit., p. 622.
[22]
Queremos
recordar aquí que Octavio Paz estuvo en París de 1945 a 1951 y bien pudo estar cerca de
las publicaciones de Mircea Eliade y de algunos de los otros textos citados.
[23]
Octavio
Paz, op. cit., p. 188.
[24]
Ibid.,
p. 190.
[25]
Ibid.,
p. 134.
[26]
Ibid.,
p. 129.
[27]
Ibid.,
p. 132.
[28]
Ibid.,
p. 78.
[29]
Ibid.,
p. 49.
[30]
Ibid.,
p. 85.
[31]
Adolfo
Castañón, El evangelio y la literatura mexicana, en Simposio: Presente y
futuro de la literatura mexicana. Memoria, Julio Ortega y Dante Medina (coord.),
Universidad de Guadalajara-Lotería Nacional, Guadalajara, 1993, pp. 141-142.
[32]
Contemporánea
a la publicación de El laberinto de la soledad es la obra de Salvador
Toscano, sobre el arte precolombino de México y Centroamérica publicada en 1952, en la
que divide los códices en dos grupos: precolombinos y postcolombinos. José Alcina
Franch, en Códices mexicanos, Mapfre, Madrid, 1992, pp. 72-73, cita la
clasificación completa.
[33]
Octavio
Paz, op. cit., pp. 48 y 59, respectivamente.
[34]
Carlos
Monsiváis, Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX, en Historia
general de México, t. 2, (1a. ed., 1976), El Colegio de México, México, 1987, p.
1472.
[35]
Fernando
del Paso, La imaginación al poder, Nexos, núm. 171, 1992, p. 42.
[Coloquio de Invierno organizado por CONACULTA, UNAM y Nexos del 10 al 21 de febrero de
1992, en la ciudad de México.]
[36]
Lauro
Zavala, Hacia una teoría dialéctica de la liminalidad cultural: escritura
contemporánea e identidad cultural en México, en Filólogos y fronteras. El
pensamiento de Bajtín en el mundo contemporáneo, Ramón Alvarado y Lauro Zavala
(comp.), Universidad Autónoma Metropolitana-Nueva Imagen, México, 1993, p. 159.
[37]
Edgar
Llinás Alvarez, Revolución,
educación y mexicanidad,
UNAM, México, 1979,
p. 232.
[38]
Octavio
Paz, El baile de los enmascarados, en Sergio Marras, América Latina. Marca
registrada, Ed. Andrés Bello-Grupo Zeta-Universidad de Guadalajara, Barcelona, 1992,
p. 468. [Conversación con Octavio Paz, en París, el 18 de diciembre de 1991].