Sincronía Winter 2001


Cuentos de Victor Montoya, con traducción al inglés por Kathy Leonard


Víctor Montoya nació en La Paz, Bolivia, en 1958. Su infancia transcurrió en la población minera de Siglo XX-Llallagua, escenario constante de su mundo literario. En 1976, como consecuencia de sus actividades políticas, fue perseguido, torturado y encarcelado. Estando en el Panóptico Nacional de San Pedro y en el campo de concentración de Chonchocoro-Viacha, escribió su libro de testimonio Huelga y represión, hasta que en 1977, tras ser liberado de la prisión por una campaña de Amnistía Internacional, llegó exiliado a Suecia.

                Es egresado de la Escuela Superior de Profesores de Estocolmo, en cuya Institución Pedagógica cursó estudios de especialización. Dictó lecciones de quechua en institutos, coordinó proyectos culturales en una biblioteca municipal, dirigió Talleres de Literatura Infantil y ejerció la docencia durante varios años. Actualmente es colaborador de varias publicaciones en América Latina y Europa.

                Dirigió las revistas literarias Puerta Abierta y Contraluz. Obtuvo el premio de cuento breve del semanario Liberación, en 1988, y el primer premio de cuento de Escritores de la Escania, en 1993. Tiene cuentos traducidos y publicados en diversas antologías.

                Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos y del PEN-Club Internacional. Participó en el Primer Encuentro Hispanoamericano de Jóvenes Creadores, Madrid, 1985, y organizó el Primer Encuentro de Poetas y Narradores Bolivianos en Europa, Estocolmo, 1991. Se hizo merecedor de becas literarias del Fondo de Escritores y otras instituciones culturales.

                Su literatura refleja su pasado negro, con experiencias trágicas y traumáticas. Empezó a escribir como una compensación, no tanto porque le gustaba la palabra escrita, sino más bien por una necesidad existencial, consciente de que la obra de arte es buena si nace por una necesidad. Sus cuentos son una forma de vivir y quitarse la vida simbólicamente, como traslucen los cuentos “El escritor suicida” y “El revólver”. Su pesimismo es palpable, no sólo en estos cuentos mencionados, sino en la mayoría de sus obras.

                Reside desde 1977 en Estocolmo, donde se dedica íntegramente a la escritura.

 

 

 

Escritor suicida

                Esa mañana tomé la decisión de algo que tenía pensado desde hace tiempo: quitarme la vida a las doce en punto del mediodía.

                Me senté en la silla del escritorio y concluí el último capítulo de mi novela, que me requirió diez años de acopio de documentos y otros tantos años de trabajo obsesivo. Cuando puse el punto final, sentí que mi vida se vació como el tintero, y con la firme decisión de enfrentarme a la muerte, que me sonreía desde el otro lado de la vida, abrí el último cajón del escritorio, donde estaba la pistola de cacha negra, cañón de metal bruñido y cilindro giratorio, cuya recámara múltiple tendía una sola bala en el eje, lista para ser vaciada de un tiro. Por un instante contemplé la maravilla y el peligro de esa arma que me regaló mi padre la noche en que ocurrió ese suceso que iba a cambiar el curso de mi vida.

                Levanté la pistola, alargué el brazo y, poniendo el ojo en el punto de mira, la paseé por el cuarto; pero donde ponía la mirada, mi alma no encontraba más que un vertiginoso abismo de soledad y desesperanza. Entonces, abandonado de mí mismo, recogí el brazo y puse la boca del cañón contra mi sien. Quité el disparador, apreté el gatillo y... ¡¡¡PUM!!!... El impacto fue tan fuerte que, luego de sacudirme en el aire, me tumbó boca arriba. La sangre saltó a raudales y el olor de la pólvora impregnó el cuarto, ese cuarto que tenía el techo bajo y las paredes atestadas de libros, una puerta que daba a la calle y una ventanilla por donde se calaba un aire tan frío como la muerte.

                Pasó el tiempo y nadie indagó por el vacío que dejó mi ausencia, hasta que la policía me encontró tumbado en medio de un círculo de sangre seca, los sesos destapados y la pistola todavía en la mano, el cuerpo deformado por la obesidad y la barba apelmazada donde los bichos hicieron su madriguera.

                La policía, sin salir del estupor, constató que yo, en mi condición de escritor suicida, había dejado un montón de papeles sobre el escritorio y una nota que decía: "Que nadie llore sobre mi cadáver ni deposite flores en mi tumba. Que todos sepan que murió un hombre que no pudo encontrar la felicidad sino a través de la muerte...".

                Cuando la noticia saltó a la prensa: "Escritor suicida se quitó la vida a las doce en punto del mediodía...", los lectores se enteraron de que el protagonista de mi novela, hecha de realidad y fantasía, tuvo un desenlace más feliz que mi vida.

 

 

 

Suicidal Writer

                That morning I made the decision to do something that I had been thinking about for some time: to commit suicide at exactly twelve o'clock noon.

                I sat down in the chair in front of my desk and finished the last chapter of my novel that had taken me ten years of document collection and several more of obsessive work.  When I placed the final period, I felt my life empty out like an inkwell, and with the firm decision to confront death as it smiled at me from the other side of life, I opened the last drawer in my desk where the gun with the black handle rested. It had a barrel of polished metal and a revolving cylinder with a multiple chamber where a single bullet lay, ready to be emptied in one shot. For a moment I contemplated the marvel and danger of that weapon, given to me by my father on the night that was to change the course of my life.

                I lifted the gun, stretched out my arm, and looking through the sight, I walked with it around the room; but wherever my gaze fell, my soul encountered nothing but the vertiginous abyss of solitude and hopelessness. Then, abandoned by myself, I picked up the gun and put the mouth of the barrel against my temple. I took the safety off, pressed the trigger and . . .  BOOM!... The impact was so great that it lifted me in the air; I then landed on my back. Blood flowed and the scent of  gunpowder filled the room, that room with its low ceiling and walls crowded with books, with its door that opened onto the street, and its window through which seeped air as cold as death.

                Time passed and no one investigated the space that my absence had left, until the police found me lying amid a circle of dried blood, my brains blown away and the gun still in my hand, my body deformed by obesity and my beard matted where bugs had burrowed.

                The police, unable to overcome their astonishment, verified that I, as a suicidal writer, had left a pile of papers on my desk and a note that read: “Let no one cry over my body nor leave flowers on my grave. All should know that this man died because only in death could he find happiness. ”

                When the notice appeared in the press: “Suicidal writer takes life at exactly twelve o’clock noon...,” readers learned that the protagonist of my novel, created from reality and fantasy, enjoyed an ending that had been happier than my life.

 

 

 


El revólver

 


               El único recuerdo que guardo de mi adolescencia es el revólver Colt, cromado, calibre 38, que mi tío me dejó como herencia junto a una cartuchera de pecho, cuyas correas daban dos vueltas alrededor de mi cuerpo, por entonces con menos músculos que hoy y con más huesos por las privaciones de la vida. Con decir que dormía armado, lo digo todo. Por las mañanas, al despertar con los gritos de mi madre, jugaba con el revólver, contemplándolo contra la luz que penetraba por la ventana. Vivía obsesionado por su forma y tamaño, sin comprender cómo un objeto maravilloso podía trocarse en peligroso. Acariciaba la culata, hacía girar el tambor contra la palma de la mano y me apuntaba el cañón contra la sien, como quien jugaba a la ruleta rusa

               —¡No te apuntes así, porque eso que tienes en las manos no es juguete! —gritaba mi madre desde más allá de la puerta.

                —Así se apuntó tu tío y así lo mataron. Un disparo en la cabeza acabó con su vida…

 


                Entonces yo retiraba el revólver de mi sien y apuntaba contra la pared, imaginándome que de un balazo hacía volar por los aires el sombrero de mi adversario. Después soplaba el humo del cañón y, haciéndolo girar en el dedo, como lo hacían los cowboys, lo enfundaba en su cartuchera de cuero negro.

                A veces, sin ponerme siquiera los pantalones, me acercaba hacia la ventana. Apuntaba al primer peatón, simulaba el estampido de las balas con la boca y descargaba los seis tiros, mientras adentro, en la cocina, se escuchaba la voz de mi madre, hablando consigo misma como todas las mañanas.                   

                Con el tiempo, el revólver se convirtió en un amuleto contra los peligros. En su presencia me sentía más valiente y seguro, hasta que un día, mientras yacía todavía en la cama, el revólver apuntado contra mi sien, presioné el disparador sin quererlo y la bala me atravesó de lado a lado. La sangre manó a chorros y la vida se me atascó entre las paredes del pecho.

                Cuando mi madre volvió del mercado y presintió que yo seguía en la cama, mirando el techo desde el punto de mira del revólver, asomó la cara hacia la puerta y dijo:

                —Hora de ir al colegio…

                Escuché la voz como en sueño, me aferré al revólver como un niño que se abraza a su muñeco de peluche y me dispuse a enfrentar la muerte, con el revólver cargado por las manos del diablo.

                Mi madre, molesta por mi silencio, entró en el cuarto. Puso a prueba su autoridad y decisión irrevocables, y dijo enérgicamente:

                —¡Deja ya de jugar con el revólver y hacerte el muerto!…

                Mas al ver un reguero de sangre que se perdía entre las tablas machihembradas del piso, pegó un grito al cielo, tembló como gelatina y repitió entre sollozos:

                —¡¿Qué te dije?!… ¡¿Qué te dije?!…

 


The Revolver  The Revolver 

         The only memory that remains from my childhood is the chrome Colt revolver, 38 gauge, that my uncle left me as an inheritance along with a cartridge holder worn across the chest. Its straps wrapped twice around my body, because back then, due to life’s hardships, I was more bone than muscle.

         When I say that I slept fully armed, that says it all. In the mornings, awakening  to  my mother's yelling, I played with the revolver, contemplating it against the light that penetrated through the window. I was obsessed by its form and size, without understanding how such a wonderful object could become dangerous. I would stroke the handle and rotate the cylinder against the palm of my hand; I would then place the barrel against my temple, as if playing Russian roulette.

         “Don’t point it at yourself that way, because what you have in your hands is not a toy!” my mother would yell from the doorway. “That’s how your uncle aimed it and that’s how he died. A shot to the head put an end to his life.”

         So I would remove the revolver from my temple and point it toward the wall, imagining that with one shot I could make my opponent’s hat go flying through the air.  Then I would blow the smoke from the end of the barrel, and spinning the gun on my finger like a cowboy, replace it in its black leather holster.

         Sometimes, without even putting my pants on, I would approach the window, aim at  the first pedestrian passing by, imitate the explosion of bullets with my mouth, and shoot all six. Meanwhile, my mother´s voice could be heard in the kitchen, talking to herself like every other morning.                         

 


         With time, the revolver became a good luck charm against all danger. I felt braver and safer in its presence, until one day, while I was still in bed with the revolver pressed against my temple, I pulled the trigger without meaning to. The bullet passed right through me, blood spurted and my life stalled within my chest.

         When my mother returned from the market, with a feeling that I might still in bed, looking at the ceiling through the revolver’s sight, she stuck her head in the door and said: “Time to go to school.”  

         I heard her voice as if in a dream and clung to the revolver like a child hugging his teddy bear and prepared myself to face death, with the revolver loaded by the hands of the devil.

         My mother, annoyed by my silence, entered the room. She made her authority clear by vigorously stating: “Stop fooling around with that gun and playing dead!”

         But when she saw a trail of blood that trickled along the parquet floor tiles, she let out a blood-curdling scream and began to tremble like gelatin. Between sobs she repeated over and over: “What did I tell you?… What did I tell you?…”

 

 

Bibliografía de Víctor Montoya

 


Libros

Huelga y represión. Estocolmo, Suecia: Författares Bokmaskin, 1979.

Días y noches de angustia. Estocolmo, Suecia: Författares Bokmaskin,1982.

Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia. Estocolmo, Suecia: SIL, 1985.

Cuentos violentos. Estocolmo, Suecia: Ediciones Luciérnaga, 1991.

El laberinto del pecado. Malmö, Suecia: Ediciones Luciérnaga, 1993.

El eco de la conciencia. Malmö, Suecia: Ediciones Luciérnaga, 1994.

              Antología del cuento latinoamericano en Suecia. Borås, Suecia: Ed. Invandrarförlaget, 1995.

Palabra encendida. Borås, Suecia: Ed. Invandrarförlaget, 1996.

Glosario del lenguaje minero. Estocolmo, Suecia: Ediciones Luciérnaga, 1997.

El niño en el cuento boliviano. Estocolmo, Suecia: Ed. Föfattares Bokmaskin, 1999.

Cuentos de la mina. Estocolmo, Suecia: Ed. Föfattares Bokmaskin, 2000.

 

Cuentos incluidos en antologías

“Días y noches de angustia”. Cuento y poesía 1984. Ed. Universidad Técnica de Oruro. Oruro: Editorial Universitaria, 1985. 45-83.

“Pesadilla II”. Antología del cuento latinoamericano en Suecia. Ed. Víctor Montoya. Borås, Suecia: Invandrarförlaget, 1995. 101-104.

“Los cuatro deseos”. Cuentos mineros del siglo XX (Antología). Ed. Ricardo Pastor Poppe. Cochabamba: Los Amigos del Libro, 1995. 165-167.

“Pesadilla II”. Antología del cuento boliviano moderno. Ed. Manuel Vargas. La   Paz: Ediciones del Ventarrón, 1995. 49-52.

“Alptraum II”. Die Heimstatt des Tío.  Ed. Manuel Vargas. Zurich: Rotpunktverlag, 1995. 312-315.

“I Underlandet”. Möten med Sverige. Ed. Eva Dahlström. Stockholm: En Bok för Alla,1997. 82-88.

“Mord på natten”. Det Nya Landet. Ed. Tomas Lindelöws. Göteborg: Lindelöws Bokförlag, 1998. 61-65.

“Asesinato en invierno”; “En el país de las maravillas”. El libro de todos. Ed. John Argerich. Borås, Suecia: Invandrarförlaget, 1999. 62-71.

“La lagartija” (Murödlan), “La riada” (Översvämningen). Heterogénesis artistas y escritores latinoamericanos en Suecia hacia el año 2000. Eds. Miguel Gabard, Ximena Narea y Rubén Aguilera. Lund:  Heterogénesis, 2000. 18-19.

“Cándida, el negro y el perro”. Antología del cuento erótico boliviano. Ed. Jaime Iturri Salmón. La Paz: Alfaguara, 2001. 101-106.

 

 

 

 

Kathy S. Leonard, la traductora, obtuvo su doctorado de la Universidad de California, Davis. Es catedrática de idiomas y lingüística hispánica de Iowa State University, Ames. Tiene numerosas traducciones de narrativa latinoamericana en varias revistas y antologías. Es autora de las siguientes obras: Cruel Fictions, Cruel Realities: Short Stories by Latin American Women Writers (1997); Index to Translated Short Fiction by Latin American Women in English-Language Anthologies (1997); Fire from the Andes: Short Fiction by Women from Bolivia, Ecuador, and Peru (1998); Aurora (1999) (la traducción inglesa de La flor de “La Candelaria” por la boliviana Giancarla de Quiroga); Una revelación desde la escritura: entrevistas a narradoras/poetas bolivianas (dos tomos, 2001); y Bibliographic Guide to Latina and Chicana Narrative (de próxima aparición).

               Desde el año 1996 ha trabajado casi exclusivamente con autores bolivianos y su literatura. En 1998 recibió la beca Fulbright-Hays para una estadía en Sucre, Bolivia, donde hizo investigaciones literarias y culturales.


Return to Sincronía General Index

Return to Sincronía Winter 2001