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Primavera 1999 Indice Local

APROXIMACIONES A LA TRADICION ORAL LATINOAMERICANA


Víctor Montoya


La tradición oral latinoamericana, desde su pasado milenario, tuvo innumerables Iriartes, Esopos y Samaniegos,
que, aun sin saber leer ni escribir, transmitieron las fábulas de generación en generación y de boca en boca, hasta
cuando aparecieron los compiladores de la colonia y la república, quienes, gracias al buen manejo de la pluma y el
tintero, perpetuaron la memoria colectiva en las páginas de los libros impresos, pasando así de la oralidad a la
escritura y salvando una rica tradición popular que, de otro modo, pudo haber sucumbido en el tiempo y el olvido.

No se sabe con certeza cuándo surgieron estas fábulas, cuyos protagonistas están dotados de voz humana. No
obstante, es muy probable que fueron introducidos en América durante la conquista (siglo XVI), no tanto por las
huestes de Hernán Cortés y Francisco Pizarro, sino, más bien, por los esclavos africanos que fueron llevados como
mercancía humana, pues los folklorólogos detectaron que las fábulas de origen africano, aunque en versiones
diferentes, se contaban en las minas y las plantaciones donde existieron esclavos negros; los cuales, a pesar de
haber echado por la borda a los dioses de la fecundidad para evitar la multiplicación de esclavos en tierras
americanas, decidieron conservar las fábulas de la tradición oral y difundirlas entre los indígenas que compartían la
misma suerte del despojo y la colonización. Con el transcurso del tiempo, estas fábulas se impregnaron del folklore
y los vocablos típicos de las culturas precolombinas.

Algunas fábulas de la tradición oral son prodigios de la imaginación popular, imaginación que no siempre es una
aberración lógica, sino un modo de expresar las sensaciones y emociones del alma por medio de imágenes,
emblemas y símbolos. En tanto otros, de enorme poder sugestivo y expresión lacónica, hunden sus raíces en las
culturas ancestrales y son piezas claves del folklore, porque son muestras vivas de la fidelidad con que la memoria
colectiva conserva el ingenio y la sabiduría popular.

El folklore es tan rico en colorido, que Gabriela Mistral estaba convencida de que la poesía infantil válida, o la
única válida, era la popular y propiamente el folklore que cada pueblo tiene a mano, puesto que en él encontramos
todo lo que necesita como alimento el espíritu del niño. En efecto, los niños latinoamericanos no necesitan consumir
una literatura alienante y comercial llegada de Occidente con una caravana de príncipes, hadas y gnomos, ya que
les basta con oír las historias de su entorno en boca de diestros cuenteros, que a uno lo mantienen en vilo y lo
ponen en trance de encanto, sin más recursos que el timbre de la voz, los gestos del rostro y los movimientos de las
manos y el cuerpo.

Desde tiempos muy antiguos, los hombres han usado el velo de la ficción o de la simbología para defender las
virtudes y criticar los defectos; y, sobre todo, para cuestionar a los poderes de dominación, porque la fábula, al
igual que la trova en la antigua Grecia o Roma, es una especie de venganza del esclavo dotado de ingenio y talento.
Por ejemplo, el zorro y el conejo, que representan la astucia y la picardía, son dos de los personajes en torno a los
cuales giran la mayor cantidad de fábulas latinoamericanas. En Perú y Bolivia se los conoce con el nombre genérico
de "Cumpa Conejo y Atój Antoño". En Colombia y Ecuador como "Tío Conejo y Tía Zorra" y en Argentina como
"Don Juan el Zorro y el Conejo".

Los personajes de las fábulas folklóricas representan casi siempre figuras arquetípicas que simbolizan las virtudes
y los defectos humanos, y dentro de una peculiar estructura, el malo es perfectamente malo y el bueno es
inconfundiblemente bueno, y el anhelo de justicia, tan fuerte entre los niños como entre los desposeídos, desenlaza
en el premio y el castigo correspondientes.

Para que la moraleja y la nobleza de los diálogos adquieran mayor efecto, se ha recurrido al género de la fábula,
cuyos personajes, que nada tienen que envidiar a los de Occidente o a los dibujos animados de Walt Disney, son los
héroes de los niños latinoamericanos.

En la actualidad, las fábulas de la tradición oral, que representan la lucha del débil contra el fuerte o la simple
realización de una travesura, no sólo pasan a enriquecer el acervo cultural de un continente tan complejo como el
latinoamericano, sino que son joyas literarias dignas de ser incluidas en antologías de literatura infantil, por cuanto
la fábula es una de las formas primeras y predilectas de los niños, y los fabulistas los magos de la palabra oral y
escrita.

Cuentos de espantos y aparecidos

Los niños latinoamericanos, como todos los niños del mundo, nacen y crecen en un ámbito en el cual se transmiten
cuentos de espantos y aparecidos, capaces de superar a los cuentos crueles de los hermanos Grimm y Charles
Perrault. Así, en los cuentos provenientes de la tradición oral, la vida y la muerte tienen diversas interpretaciones;
y una de éstas, de carácter tanto pagano como cristiano, es la creencia popular de que el alma -o espíritu- sobrevive
a la muerte y que, tras el juicio final, unos van a disfrutar de la felicidad en el Paraíso y otros a sufrir los tormentos
entre las llamas del Infierno; más todavía, según el siquiatra Carl G. Jung, el alma -o psique- del inconsciente
humano, también forma parte de los elementos vivos de la naturaleza. Entre los pueblos primitivos, "cuya
conciencia está en un nivel de desarrollo distinto al nuestro, el alma (o psique) no se considera unitario. Muchos
primitivos suponen que el hombre tiene un alma selvática además de la suya propia, y que esa alma selvática está
encarnada en un animal salvaje o en un árbol, con el cual el individuo tiene cierta clase de identidad psíquica... Es
un hecho psicológico muy conocido que un individuo pueda tener tal identidad inconsciente con alguna otra persona
o con un objeto…Esta identidad toma diversidad de formas entre los primitivos. Si el alma selvática es la de
un animal, al propio animal se le considera como una especie de hermano del hombre. Un hombre cuyo hermano
sea, por ejemplo, un cocodrilo, se supone que está a salvo cuando nade en un río infestado de cocodrilos. Si el alma
selvática es un árbol, se supone que el árbol tiene algo así como una autoridad paternal sobre el individuo
concernido. En ambos casos, una ofensa contra el alma selvática se interpreta como una ofensa contra el hombre"
(1).

De cualquier modo, desde antes de la Era cristiana, se creía que el alma era algo intangible y que podía seguir
viviendo, en forma de fantasma o espíritu, tras el deceso del cuerpo. Es decir, una vez muerta la persona, su alma
se torna en un astro luminoso que se va al cielo o que, una vez condenado a vagar como alma en pena, vuelve al
reino de los vivos para vengar ofensas, cobrar a los deudores, castigar a los infieles y espantar a los más incautos.
Estos personajes de doble vida, amparados por la oscuridad, aparecen en pozos, parajes solitarios y casas
abandonadas, y su presencia es casi siempre anunciada por el aleteo de una mariposa nocturna, el relámpago del
trueno, el crujido de las maderas, el crepitar del fuego o el soplo del viento. Los difuntos se aparecen en forma de
luz cuando se trata de almas del Purgatorio y en forma de bulto negro o de hombre grotesco si se trata de almas
condenadas.

Algunas creencias dicen que las mujeres perversas se convierten en brujas o en sacerdotizas que mantienen
vínculos con las "fuerzas de las tinieblas" y que, a veces, pueden proceder como un demonio de la muerte, tal cual
se las representa en ciertos mitos, leyendas y cuentos de hadas. Otras supersticiones dan cuenta de que las brujas
se aparecen en forma de cerdo, caballo o perro, y que existen varias formulas para defenderse de estas arpías,
como colocar una cruz de fresno, una herradura y una rama de laurel en la puerta de la casa, o poner dos dedos en
cruz y decir: "Puyes". "Jesús, María y José" u otras palabras santas.

Según cuenta la tradición oral, las brujas se reunen en vísperas de San Juan y durante la Semana Santa; ocasiones
en las que se celebran ceremonias dirigidas por el Diablo. Allí se inician las novicias por medio de orgías sexuales,
en la que se incluyen niños y animales, y donde no faltan los rituales de canibalismo y magia negra. Unos dicen que
las comidas y bebidas que consumen las brujas están preparadas a base de grasa de niños recién nacidos, sangre
de murciélagos, carne de lagartijas, sapos, serpientes y hierbas alucinógenas; mientras otros dicen que los niños
que vuelan hacia las reuniones, montados en escobas, horquillas para estiércol, lobos, gatos y otros animales
domésticos, son adiestrados por el Lucifer llegado de los infiernos.

Desde antes de la conquista, los cuentos de espantos y aparecidos, arraigados en la creencia popular, han sido
difundidos de generación en generación. Por eso, "la tradición europea de brujas, duendes y fantasmas se mezclan
con la indígena y la africana de espíritus del agua, las selvas y los montes. Encontramos mujeres que vuelan en
barcos pintados en los muros, como la Tatuana en Centroamérica o la Mulata de Córdova en México; pequeños
duendes que enamoran a las niñas hermosas cantándoles coplas, como el Sombrerón en Guatemala; espíritus que
defienden la naturaleza y que castigan brutalmente a quien la daña, como la Marimonda en Colombia o el Coipora
en Brasil; barcos malditos que navegan sin encontrar puertos jamás, como el Caleuche en Chile o el Barco Negro
en Nicaragua; y están también las mujeres demoníacas que seducen a los hombres que andan lejos de sus casas.
Son mujeres hermosas, atractivas y extrañas. Cuando los hombres las abrazan, los espantan con su rostro de
calavera" (2). En los Andes se la conoce con el nombre de k¨achachola (chola hermosa), quien, ni bien
envilece al caminante más solitario y desprevenido, lo conduce a una galería abandonada de la mina o a la orilla del
río, donde lo seduce y abandona antes de que cante el gallo o despunte el alba. Muchos hombres que despertaron
de una embriaguez alucinante en las laderas de los cerros o en las orillas de los ríos, cuentan haberse encontrado
con la k¨achachola.

De las consejas coloniales, provenientes de la tradición oral, valga mencionar a los duendecillos de sombreros
alones y zapatitos de charol, que, según la creencia popular, son niños abortados o muertos antes del bautismo,
quienes, luego de ser sepultados, vuelven a buscar a sus seres queridos, y que, escondidos en las tinajas de agua o
chicha, lloran o ríen sin cesar, porque son muertos que conversan y conviven entre los vivos; a las brujas que
conservan su perenne juventud bañándose en sangre de vírgenes degolladas; a las calaveras que vuelan a la luz de
los relámpagos en carretas tiradas por caballos y conducidas por jinetes sin cabeza; a los espíritus malignos que
raptan niños desobedientes para hacer con sus huesos botones y con sus carnes exquisitos manjares; a los
fantasmas diabólicos y a otros personajes como el Supay o Tío (dios satánico de los socavones y dueño de los
minerales), que es un personaje creado y esculpido por los propios mineros, quienes, sentados alrededor de él,
masticando hojas de coca y bebiendo sorbos de aguardiente, le rinden pleitesía y le suplican que les depare el mejor
filón de estaño y, a la vez, les ampare de los peligros y la muerte.

De este modo, las fábulas, mitos, cuentos y leyendas sobre la creación del universo y del hombre -la misión
salvadora de las deidades, las tinieblas de la mítica Era del Chámakpacha, el hondo simbolismo de la Pachamama
(madre-tierra), las graciosas leyendas del Achachila (deidad mitológica de la teogonía andina), de la coca, la papa,
el tabaco y otros- provienen de la tradición oral y constituyen el cimiento de las culturas precolombinas. Asimismo,
junto a los mitos y leyendas que corren de boca en boca, desvelando sueños y sembrando el pánico entre los
creyentes, está la Chola sin cabeza, el Jucumari (oso) y el cóndor ("mallku", en aymara), del que se cuentan
historias estremecedoras o simples alegorías que exaltan su belleza, aparte de que el cóndor, por venir de las
alturas al igual que la lluvia, es el símbolo seminal y fecundador de la Pachamama.

De la época colonial de la Villa Imperial de Potosí, en Bolivia, procede el cuento del K’arisiri
(saca-manteca), un personaje con apariencia de fraile que deambulaba en las afueras de los caseríos, extrayendo la
grasa de los indígenas errantes (generalmente de la altura del hígado y los riñones), para luego usarla en la
elaboración de velas, ungüentos y curas maravillosas. Se cuenta que la mayoría de los afectados morían a
consecuencia de la precaria operación o quedaban enfermos de por vida. Además, tanto los indigenas como los
blancos y mestizos de la época, pensaban que el K’arisiri era un ser venido del más allá, aunque la palabra
"k¨ari", en aymara, significa mentira.

Los cuentos de espantos y aparecidos en la tradición oral andina son muestras de que la inventiva popular es capaz
de crear, con el golpe de la imaginación, personajes y situaciones que nada tienen que envidiar a los compiladores
de la tradición oral europea, donde destacan, entre otros, los hermanos Grimm en alemania y Charles Perrault en
Francia.

Mitos de la tradición oral

En las culturas andinas, como en todas las civilizaciones de Oriente y Occidente, los mitos juegan un papel
importante en la vida cotidiana de sus habitantes, quienes, desde la más remota antigüedad, dieron origen a una
serie de deidades que representan tanto el bien como el mal. Los mitos, en cierto modo, son la esencia de una
mentalidad proclive a las supersticiones y responden a las interrogantes sobre el origen del hombre y el universo.

Los mitos, al igual que las fábulas y leyendas, fueron llevados por los pueblos primitivos en sus procesos
migratorios y transmitidos de generación en generación, a través de la tradición oral y la memoria colectiva. El mito
no sólo enseña las costumbres de los ancestros, sino también representa la escala de valores existentes en una
cultura.

El mito, a diferencia de las leyendas, cuyos personajes existieron en algún momento pretérito de la historia, no
tiene un tiempo definido ni un personaje que existió en la vida real. De ahí que el mito, tradicionalmente, está
vinculado a la religión y el culto, porque sus personajes, admirados y adorados, son seres divinos, algo que tiene un
nombre basado en un credo pero jamás en una prueba concreta. Entre las divinidades aztecas encontramos a
Huitzilopochtli, que era el dios de la guerra; Tezcatlipoca (espejo humeante), dios del sol; Quetzalcoalt (la serpiente
pájaro), dios del viento, creador y civilizador; Tlaloc, dios de las montañas, de la lluvia y los manantiales. El mito
azteca de los cuatro soles refiere que los dioses crearon sucesivamente cuatro mundos; lluvias excesivas
destruyeron el primero, lluvias de fuego el segundo, terremotos el tercero; los hombres del cuarto fueron
convertidos en monos. Poseían una tradición del diluvio, del que se salvaron un hombre Coxcoxtli, y una mujer
Xochiquetzal, que repoblaron el mundo. Entre los mayas Itzamna, asociado al sol, era el dios civilizador, Kukulcán
(la serpiente emplumada) enseñó la agricultura y dio leyes justas. En la creación intervinieron los dioses Hunahpú,
Kukulcán y Hurakán. Tras varios intentos fracasados hicieron al hombre maíz. El fuego lo recibieron los hombres
de Hurakán, también llamado Tohil, en Guatemala.

Así como el cuento tiene un carácter profano, ya que tanto el autor como el lector lo conceptúan una suerte de
ficción, el mito tiene un tono religioso y sagrado, y, sin embargo, tiende a ser verdadero. En casi todas las culturas
se confunde el mito con la realidad, y se cree que los mitos de creación del universo son verdaderos, pues todavía
hay quienes aseveran que los elementos materiales que nos rodean fueron creadas por un ser supremo o por
espíritus extraterrenales. En el mundo andino, por ejemplo, la religión muestra alguna semejanza con el panteísmo,
en la medida en que Dios, principio y fin del universal, se confunde con la naturaleza.

Los mitos cosmogónicos, que explicaban el origen del mundo, los hombres, vegetales y animales, son diversos y
varían de sentido dependiendo de las características geográficas y ecológicas del lugar donde surgieron. En los
pueblos andinos, por citar un caso, los espíritus superiores que regían las fuerzas de la naturaleza y podían facilitar
al hombre su sustento, su seguridad y su propia supervivencia, actuaban en diferentes planos y con distintas
funciones; unos actuaban en el plano celeste, otros en la tierra y algunos en el mundo subterráneo, lugar de
procedencia y destino final de los hombres después de la muerte.

En el mito de creación de las culturas andinas, según refiere la tradición oral, el mundo fue reconstruido después de
un diluvio por el dios Wiracocha (divinidad suprema), quien, según refiere el mito, apareció con un vestido talar,
largas barbas y sujetando por la brida a un animal desconocido (una imagen que los indígenas confundieron con la
apariencia física de los conquistadores). Surgió del lago Titicaca, con la misión de formar el sol, la luna, las estrellas
y fijar su curso en el cielo. A continuación modeló en barro buen número de estatuas, mujeres y hombres, y las
animó para que poblaran la tierra. Con el transcurso del tiempo, los hombres olvidaron el mandato de su Dios
Padre, se enemistaron y cayeron en la esclavitud de sus bajas ambiciones. Entonces Wiracocha, asaltado por la
desesperación y la ira, volvió a salir de las aguas del lago Titicaca, se dirigió al Tiahuanaco y allí convirtió en piedra
a sus criaturas desobedientes, excepto a quienes huyeron hacia las montañas para vivir como tribus salvajes.
Wiracocha, no conforme con este desenlace, ordenó al Sol (padre de la humanidad), que enviara a la tierra a su hijo
Manco Cápac y su hija Mama Ocllo, con el fin de reformar a los rebeldes y enseñarles una vida civilizada.

Cuenta la leyenda que Manco Cápac llevaba un bastón de oro en la mano, para que allí donde ésta se hundiera se
quedara a fundar la ciudad sagrada. El bastón se hundió y desapareció para siempre junto al monte Wanakauri,
donde se echaron los cimientos del Cusco y donde Maco Cápac y Mama Ocllo comenzaron su obra civilizadora.
Así, la fundación del imperio de los incas se les atribuye a los hermanos y esposos Manco Cápac y Mama Ocllo,
quienes, según la tradición oral, no sólo eran de origen divino, sino también los padres de una de las civilizaciones
que se encontraba en pleno apogeo a la llegada de los conquistadores.

En la historiografía del siglo XVI se insiste en que los incas impusieron a todos sus súbditos una religión oficial, un
culto estatal que tenía como eje central la reverencia al Sol. En este sentido, valga aclarar que las leyendas y
tradiciones llegaron a constituir el corpus de su propia ideología religiosa. Y, aunque no se limitaron a imponer un
Estado teocrático, basada en el culto a las fuerzas de la naturaleza, ellos adoraban al Sol como su Huaca principal,
al considerarse sus hijos y descendientes directos. Junto al Inti (sol) estaba la Mama Quilla (madre-luna)), que
ocupaba un rango superior, asumiendo la protección de todo lo referente al universo femenino. En lugar secundario
estaban una serie de divinidades astronómicas, como la Illapa (trueno), la Nina (fuego) o la Pachamama
(madre-tierra o diosa de la fecundidad). También se adoraba al Supay (diablo), dios del mundo oscuro, subterráneo,
en honor al cual sacrificaban animales y vidas humanas (3).

De este modo, las fábulas, mitos, cuentos y leyendas, tanto de esencia quechua como de inspiración náhualtl,
guaraní o aymara, son claras preocupaciones del espíritu indígena por querer desentrañar las maravillas y los
misterios que les rodea y les espanta. El mito es el resumen del asombro y el temor del hombre frente a un mundo
desconocido; y, por supuesto, una rica fuente de inspiración literaria. De ahí que los mitos sobre la creación del
hombre y el universo, han sido arrancados de la tradición oral para ser incorporados en los libros de ficción como
"leit-motiv" y como un capítulo aparte en los textos de la historia oficial, puesto que los mitos andinos, que dieron
origen a las leyendas y los cuentos populares, son pautas que nos ayudan a explicarnos mejor la cosmovisión de las
culturas precolombinas de América Latina.

EL ORIGEN DE LOS MITOS

El mito (del gr. mythos, fábula) proviene de la tradición alegórica que tiene por base un hecho real, histórico o
filosófico. El mito es un relato fantástico, en el cual los dioses y los héroes, lo mismo que los animales y las fuerzas
físicas de la naturaleza, presentan propiedades humanas.

La misma palabra mitología sirve para designar el conjunto de mitos o leyendas cosmogónicas, divinas o heroicas
de un pueblo, pues los mitos poseen una intención fundamentalmente religiosa y pretenden explicar la
fenomenología natural en cuyo misterio no podían penetrar los hombres primitivos por procedimientos científicos.
El mito nace, por lo tanto, en el momento en que las concepciones fenoménico-religiosas del pasado, en un principio
accidentales y dispersas, se consolidan en formas concretas, personificadas, adquiriendo así peculiaridades
humanas.

Para explicar el origen de los mitos se han propuesto diferentes sistemas de análisis. Según la interpretación
alegórica de los filósofos jonios, los dioses eran la personificación de elementos materiales y fuerzas físicas (aire,
agua, tierra, sol, trueno, etc.) o de ideas morales (sobre todo las referentes al bien y el mal), ya que detrás de cada
mito se esconde la cosmovisión del hombre primitivo, quien, acostumbrado a la contemplación empírica de su
entorno y los fenómenos naturales, creía, por ejemplo, que el trueno era el bramido de un dios enfurecido o que el
sol era eclipsado por un monstruo a la hora del poniente. Este miedo a lo desconocido, que es la fuente inagotable
de toda religión, le llevó al hombre primitivo a crear seres sobrenaturales, entre ellos a Dios, pues el
desdoblamiento del mundo y el nacimiento de un mundo religioso, misterioso, con apariencia de encantamiento y de
magia, como diría Marx, tiene lugar cuando el hombre era una criatura miserable y abandonada en medio de las
fuerzas de la naturaleza, cuyas leyes ignoraba del todo. Por eso Marx afirma: "La religión es el sollozo de la
criatura oprimida, es el significado real de un mundo sin corazón, así como es el espíritu de una época primitiva de
espíritu".

Desde la más remota antigüedad se ha tratado de explicar e interpretar el origen y el contenido de los mitos. Varios
fueron los filósofos que alimentaron la teoría de que los dioses representados en los mitos eran personas
significativas para la colectividad; y que, por eso mismo, fueron endiosados. En el siglo IV a. de J.C., esta teoría fue
ratificada por el mitógrafo griego Evémero, quien, a través de un método de interpretación de los mitos, sostuvo
que los personajes mitológicos son seres humanos divinizados después de su muerte. Esta misma teoría, que
trascendió hasta nuestros días, fue adoptada durante la Edad Media por la Iglesia católica, a la que suministraba
una interpretación fácil del paganismo.

Los mitos, como los hombres, han pasado por un proceso evolutivo, en cuyo decurso se han deformado las
estructuras originarias o mitos primitivos. De ahí que su ininteligibilidad ha dado lugar a incontables
interpretaciones, con las que se ha intentado penetrar en un supuesto, o acaso real contenido esotérico. Empero,
sean sus narraciones fantásticas o no, lo cierto es que las mitologías, tomadas en sus formas más puras, constituyen
un documento inestimable para el investigador que se esfuerza en profundizar en la historia de los pueblos y sus
raíces étnicas (Ver Diccionario Enciclopédico Ilustrado Sopena, Tomo 3, Ed. Ramón Sopena, S A, Barcelona, 1979).

Las modernas revelaciones de las mitologías de Oriente, de América, de Africa y de Occidente, complicaron el
problema y crearon una mitología comparada que ha intentado clasificar y explicar el origen de estas creencias, ya
sea por una tradición común, de origen oriental, o por el estado psicológico del hombre primitivo, quien, por
experiencia empírica, creía que todo fenómeno material o físico, dotado de movimiento y fuerza propia, estaba
provisto de vida análoga a la nuestra. Es decir, una suerte de antropomorfismo primitivo que atribuía a los
fenómenos divinizados características humanas. Además, como es sabido, en el mundo del mito todo es posible. No
existe una frontera entre las divinidades y los hombres. Los dioses pueden comportarse como los simples mortales,
y éstos, a su vez, como dioses.

Ya dijimos que la mitología cuenta las aventuras cosmogónicas, divinas y heroicas de un pueblo, de los dioses y su
reino, sobre cómo fueron creados el sol, la tierra, la luna, los mares y los hombres, y cómo llegó la muerte. Los
mitos, aunque son relatos basados en hechos sobrenaturales, enseñan a los hombres lo que es bueno y lo que es
malo, y cómo deben de comportarse con los dioses y sus semejantes, aunque ellos mismos, los hombres, según el
relato bíblico, hayan sido creados por Dios a su imagen y semejanza.

Por otro lado, los mitos que explicaban el origen del mundo, de los hombres, de las plantas y de los animales, son
diversos y varían de sentido dependiendo de las características geográficas y ecológicas del lugar donde surgieron.
En los pueblos andinos, por citar un ejemplo, actuaban en diferentes planos y con distintas funciones una serie de
espíritus superiores, que regían las fuerzas de la naturaleza y podían facilitar al hombre su sustento, su seguridad y
su propia supervivencia como grupo.

En síntesis, los mitos son para los pueblos lo que la Biblia es para los cristianos o el Corán para los musulmanes,
una suerte de relatos sagrados, cuyos dioses y héroes tienen su origen en un momento pretérito de la historia.

Algunos compiladores de la tradición oral

En algunos países, aunque no existen escritores especializados exclusivamente en literatura infantil, hay quienes
hacen el esfuerzo de desempolvar y rescatar del olvido los temas y personajes provenientes de la tradición oral.
Entre los escritores argentinos, que han rescatado parte de ese infinito caudal, podemos mencionar a Julio
Aramburu, quien, en su libro "El folklore de los niños", recoge canciones y leyendas de acento norteño; en parte,
inspirado por don Juan Villafone, cuya obra, "El libro de cuentos y leyendas", narra las aventuras de "Don Juan el
Zorro".

En Bolivia, Antonio Paredes Candia publicó un pulcro volumen de relatos titulado "Cuentos bolivianos para niños",
que cuenta las andanzas de un zorro ladino, conocido con el nombre de "Atoj Antoño". El animal astuto, personaje
preferido de los fabulistas; en la primera parte del libro se burla de la ingenuidad de todos los animales y, en la
segunda, tropieza con un animal más listo que él, conocido con el nombre de Suttu, que es un conejo que trama sus
planes hasta vencer al zorro. El texto contiene expresiones y sonidos onomatopéyicos en el dulce lenguaje de los
quechuas y aymaras. Además, en Bolivia se encuentran tantos cultores de la fábula como compiladores de los
ingeniosos relatos que se escuchan en labios del pueblo. Baste mencionar la antología "Selección del cuento
boliviano para niños" de Hugo Molina Viaña, donde destaca el eminente folklorista Felipe Costa Arguedas, con el
cuento "La perdiz y el zorro". Toribio Claure hizo también intentos de adaptación del "Cumpa conejo", pero sin
lograr buenos resultados, ya que sus textos, sensiblemente, tuvieron un tratamiento demasiado didáctico, como
todos los textos de lectura y escritura de la literatura infantil, que en un principio estuvieron sometidos a la tiranía
de la pedagogía. Por suerte, a partir de los años 80, varios autores se han esmerado en hacer adaptaciones
literarias de la tradición oral y, asimismo, han considerado el grado de desarrollo lingüístico e intelectual de los
niños.

En Colombia prolifera el género de la fábula y tiene excelentes cultores. El escritor Rafael Pombo es, además de
precursor de la literatura infantil colombiana, el primero en haber dedicado mucho tiempo a la infancia, al igual que
Rubén Darío, José Martí, Gabriela Mistral y Juana de Ibarburu. Otro gran escritor es Euclides Jaramillo, quien,
orgulloso de su predilección por los cuentos populares ha publicado el libro "Cuentos del pícaro Tío conejo", entre
los que destaca "Tío conejo y Tía zorra muerta". Entre esa pléyade de fabulistas colombianos se cuenta a José
Manuel Marroquín, que fue Presidente de la república y reconocido autor de fábulas que recitan los niños en la
escuela no sólo porque tienen chispa, sino también porque es el género más tradicional de la literatura infantil
colombiana, que cada vez acrecienta su círculo de lectores.

En Ecuador, como en ningún otro país de Sudamérica, existe muy poca literatura destinada a los niños, y lo poco
que existe está adscrito a la educación como material didáctico. Empero, cabe mencionar la figura del "poeta indio"
Juan León Mera, quien, al margen de escribir cartillas educativas para jóvenes y niños, escribió el magnífico libro
"Poetas y cantores del pueblo ecuatoriano", en el cual recogió la tradición popular y el folklore de su tierra.
Especial mención merece su novela "Cumanda", que es una de las versiones de la leyenda "Virgen del Sol",
inicialmente escrita en verso. La novela romántica de Juan León Mera puede ser leída por niños y adultos, como
esas grandes novelas escritas por un Dickens, Tolstoi, Stevenson o Juan Ramón Jiménez.

El Perú cuenta con varios compiladores de la tradición oral, entre ellos, Arturo Jiménez Borja, quien dio a conocer
el libro "Cuentos y leyendas del Perú", selección que incluye títulos como "La culebra y la zorra", "El sapo y la
zorra", "El puma y el zorro" y el conocidísimo relato "El zorro y el cuy" (cuy: roedor oriundo del Perú, Ecuador y
Bolivia). Manuel Robles Alarcón tiene publicado el libro "Fantásticas aventuras de Atoj y el Diguillo", Marcos
Youri Montero el libro "Gauchiscocha" y Enriqueta Herrera el libro "Leyendas y fábulas peruanas", inspiradas en
los antiguos cronistas de indias, cuyas obras están salpicadas de preciosos relatos pertenecientes a la cultura
incaica, como la fábula "La zorra vanidosa". Otros autores que recrearon cuentos y fábulas de la tradición oral
peruana son: José María Sánchez Barra, Felipe Pardo y Aliaga, Mariano Melgar, José Pérez Vargas, César Vega
Herrera y Amalia Alayza de Ganio, quien, al igual que José María Arguedas y Ciro Alegría, se dedicó a relatar la
vida del hombre andino. El protagonista central de sus libros, "El pastorcito de los Andes" y "Las aventuras de
Machu Picchu", es un niño pastor que nos da a conocer, por medio de sus aventuras, las costumbres y leyendas de
la tierra peruana.

En Venezuela, los cuentos del Tío Tigre y Tío Conejo están entre los más conocidos de la tradición popular. El
primero en compilar estos cuentos fue Rafael Rivero Oramas, quien publicó en 1973 el libro "El mundo de Tío
Conejo", que tuvo un éxito inmediato entre los lectores adultos y niños, porque los cuentos, mitos, fábulas y
leyendas, provenientes de la tradición oral y la memoria colectiva, no conocen edades ni épocas, pero son joyas que
enriquecen el acervo cultural y literario de un pueblo.

BIBLIOGRAFÍA

1. Jung. Carl G.: "El hombre y sus símbolos", Ed. Paidós, Barcelona, 1995, p. 289.

2. Ver "Cuentos de espantos y aparecidos", Ed. Atica, Brasil, 1984, p. 6-7.

3. Diccionario Enciclopédico Ilustrado Sopena, Tomo 3, Ed. Ramón Sopena, S A, Barcelona, 1979.


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