Sincronía Spring 2010

 

La sal y el azogue, dos ingredientes indispensables en la minería virreinal: el caso de la Nueva Galicia en el siglo XVIII[1]

 

Alida Genoveva Moreno Martínez

Universidad de Guadalajara

 

Millares de hombres y animales pasan su vida en los caminos reales de Veracruz a México, de México a Acapulco, de Oaxaca a Durango y en los caminos de travesía por donde se llevan las provisiones a esas instalaciones situadas en regiones áridas e incultas.

Alejandro Von Humboldt [2]

 

 

La plata tuvo un lugar importante dentro de los intereses de la corona española, fue el mayor producto de exportación de América hacia la Península. El proceso de obtención de éste requirió de dos elementos indispensables: la sal y el azogue. Ambos necesarios para facilitar la separación de la plata de los trozos de roca. Sin embargo, hablar de minería colonial  no sólo es referirse al oro y la plata, también se encontraban las minas de mercurio y las salinas. En este trabajo se analizarán algunos aspectos relacionados con el abastecimiento de azogue y sal  a los centros mineros novohispanos.  La información se ha estructurado en tres partes, en la primera se aborda el acarreo de la sal hacia los reales mineros, en particular los ubicados en la Nueva Galicia. En la segunda sobre la producción minera en la Nueva España y  la tercera relacionada con el precio del azogue y su papel para la obtención de la plata.

En un primer momento el azogue era surtido desde la propia Península[3], pero los cargamentos llegaban con meses de retraso a las manos de los mineros americanos, lo que obligó a la Corona a permitir su búsqueda en las colonias. En el caso de la Nueva Galicia se localizaron yacimientos en la región de los Altos de Jalisco y en la Villa de Colima, pero no fueron tan ricos como se esperaba. A lo largo del periodo colonial el hallazgo de mercurio fue denunciado a las autoridades, pero la minería novohispana siguió dependiendo en gran medida de los cargamentos que llegaban de ultramar.

             

 

I. Las salinas en la Nueva Galicia: el bien público de la minería

 

Los mineros utilizaban la sal en los procesos de separación del metal y la roca. Combinando cloruro de sodio y azogue obtenían una mayor cantidad de plata pura, de ahí que a lo largo del periodo colonial se encuentren estos dos ingredientes como indispensables en las haciendas de beneficio. Los reales mineros de la Nueva España eran surtidos de sal por funcionarios de gobierno que estaban a cargo del Estanco de la Sal, a ellos se acercaban los mineros para adquirir y contratar los cargamentos que surtirían sus haciendas.

Por lo regular la sal se encontraban en los lechos de lagos salitrosos que durante el temporal de secas permitían extraerla, formando montones de sal que luego serían acarreados por los trabajadores a sitios techados, antes de la llegada de las lluvias. También se ubicaban en la orilla del mar, donde se aprovechaban los brazos de mar, es decir superficies planas y de poca profundidad para extraer la sal, donde se cerraban los accesos del agua salada y se dejaba que se evaporara. Cuando la sal se cristalizaba, en un periodo de dos a tres meses, la retiraban formando bloques a manera de ladrillos o panes que eran fáciles de transportar[4]. Posteriormente, los arrieros la cargaban en sus recuas de mulas hasta el establecimiento del Estanco de la Sal, ubicado en la capital, alguna villa o ciudad importante para ser vendida a los mineros.

En 1608 la ciudad de Zacatecas era la mayor productora de plata de la Nueva España,  contaba con veinte haciendas de beneficio y ochenta ingenios de molienda y sacar plata[5]. Todo esto es un indicador de la importante actividad minera que se daba en la zona, así como de la gran cantidad de azogue y sal que necesitaban las haciendas para obtener la plata. Todavía en 1752 seguía siendo célebre la riqueza argentífera de esta ciudad y sus minas, al mismo tiempo que se acentuaba la falta de agua para el consumo humano y la escasez de cereales como el trigo y el maíz, necesarios para alimentar a una gran población que aumentaba a medida que los hallazgos de plata requerían de más mano de obra.

El abasto de mercancías y productos básicos para el consumo de los mineros y sus familias, así como los implementos necesarios para la explotación de la plata, seguían siendo un obstáculo para los habitantes de esta región. Los escasos pastizales alrededor de los reales de minas, desalentaron que en sus alrededores se instalaran las estancias de ganado, lo que hubiera abaratado los costos y el precio de la carne, el cuero y sebo. Por ejemplo a principios del siglo XVII, las minas de Zacatecas contaban con cinco o seis estancias de ganado que las abastecían. Éstas se ubicaron al norte, hacia Fresnillo y Sombrerete en la frontera con la Gobernación de Nueva Vizcaya, donde las condiciones naturales eran más propicias para la cría de los animales.

            La sal que necesitaban los mineros del norte de la Nueva España era suministrada por siete salinas, cuatro de ellas se encontraban a lo largo de la costa del Pacífico: desde Acaponeta hasta Nauito. Las otras tres se ubicaban en las cercanías de Zacatecas, en lo que era conocido como “la Tierra Adentro”, es decir el camino y las poblaciones que se establecieron a lo largo de esta ruta que comunicaba a la ciudad de México con el Bajío, las minas de Zacatecas y las de Chihuahua hasta llegar a Nuevo México. Estas salinas se formaban con las escasas lluvias de verano que se concentraban en lagunas temporales.  Una de ellas era conocida como el Salitral, ubicada a catorce leguas de la ciudad de Zacatecas. Otra fue la del Peñol Blanco, principal fuente de abastecimiento para las haciendas de beneficio de las minas de Zacatecas y sus alrededores, ubicada a veinte leguas de ésta población. A principios del siglo XVII  esta región despoblada, era frecuentada por los escasos viajeros que se dirigían a Durango y Chihuahua, pero cuando la frontera del norte se fue colonizando, aumentó tránsito y con ello el acceso a las salinas se facilitó. Otras salinas importantes fueron las de Santa María, cercanas a las minas del Espíritu Santo, ellas dotaban de sal a las haciendas de los alrededores[6].

Las salinas eran propiedad del monarca español, por eso se decía que “eran salinas del Rey”. Estaban bajo la administración de un Alcalde Mayor, los indios de los asentamientos cercanos se encargaban de la recolección y acarreo de la sal. Cuando la sal no era muy fina ni blanca, se le conocía como saltierra; los mineros la consumían, aunque tenía mejor aceptación cuando el grano era pequeño.

            En la costa del Pacífico se establecieron salinas en los esteros y brazos de mar donde se obtenía la sal por medio de la evaporación del agua para después proceder a recolectar la sal cristalizada. Entre los sitios que utilizaban este procedimiento se encontraban las salinas del pueblo de Acaponeta, a diez leguas del pueblo de Ayotuzpa. En ellas trabajaban ciento ochenta indios, la sal que obtenían de los esteros era blanca,  anualmente producían dos mil fanegas; los principales consumidores eran las haciendas de beneficio y las minas. Otro sitio fue el pueblo de Chiametla,  donde “a unas seis leguas del promontorio de Ichcuinapa y a media legua del mar se encontraban unos esteros que salen del mar y en el tiempo de seca se cuaja”[7]. Estaban a cargo de ocho o diez vecinos españoles y cuarenta trabajadores indios, su producción anual era de doce o quince mil fanegas por año. Se vendía a los mineros y era apta para el consumo humano, por lo que también se ofertaba en las villas y pueblos de la Nueva Galicia, llegando hasta la ciudad de Guadalajara.

Las salinas más lejanas se encontraban en el pueblo de Nauito, a ciento cuarenta leguas de Guadalajara, cercanas a la villa de Culiacán. Conocidas como las salinas de Natoato y de Udicuto en los esteros colindantes con el mar, los trabajadores eran indios quienes recolectaban más de quince mil fanegas por año. Parte de la producción se vendía a los arrieros en cuatro reales la fanega[8], ellos a su vez se encargaban de distribuirla por las minas y haciendas del norte y occidente de la Nueva Galicia, otra parte era administrada por los funcionarios reales en el Estanco de la Sal.  Se decía que siguiendo la línea de la costa, a quince leguas del pueblo de Nauito estaban una salinas donde “los vecinos son pobrísimos”, habitadas por indios que recibían compradores para la sal de lugares muy distantes.[9] 

Salinas mencionadas en la Descripción Geográfica de los reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León de Alonso de la Mota y Escobar[10], siglo XVII

 

Nombre

Salinas

Población

Producción

Comercio

Distancia

Pueblo de Acaponeta

Salinas en esteros, sal blanca que benefician los indios

180 indios

Dos mil hanegas por año

La venden en otros lugares

Cercano al pueblo de Ayotuzpa, 10 leguas

Pueblo de Chiametla

Esteros que salen del mar, en el tiempo de seca se cuaja

8 o 10 españoles vecinos, 40 indios

Doce o quince mil hanegas

Se vende a los mineros y para el uso humano

Seis leguas del promontorio de Ichcuinapa, legua y media del mar

Pueblo de Nauito

Salinas de Natoato y de Udicuto, en los esteros

indios

Quince mil hanegas para arriba

Se vende a los recueros a cuatro reales la hanega y la llevan a las minas y la Nueva España

140 leguas de Guadalajara, cercanas a la villa de Culiacán

Otra salina a 15 leguas del pueblo de Nauito

Los vecinos son pobrísimos

Indios

No dice

Gran distancia de comercio

140 leguas de Guadalajara

El salitral

Despoblado, pero frecuentado por los pasajeros de carretas

No dice

No dice

No dice

14 leguas de Zacatecas

Salinas del Peñol Blanco

Son salinas del Rey

Alcalde mayor e indios, frailes agustinos

La sal no es muy fina ni blanca, la llaman saltierra

Se proveen las minas y haciendas de Zacatecas y sus comarcas

20 leguas de Zacatecas

Salinas de Santa María

Son salinas del Rey

Alcalde mayor e indios

 

Se provee a las minas

Delante de las minas del Espíritu Santo

Elaboró: AGMM

 

 

Las salinas del Zapotillo y el almacenamiento de la sal

La obtención de la sal no era una labor sencilla, principalmente por las condiciones climáticas y lo agobiante de las jornadas de trabajo. Las salinas que se localizaban en las partes bajas cercanas a la costa, eran las que mayor esfuerzo requerían. Los rayos del sol tropical, el calor húmedo, los insectos que se alojaban en los esteros y los efectos del agua salada sobre la piel de los trabajadores hacían que pocos quisieran estar en las salinas. La mano de obra que extraía la sal fue la nativa, principalmente indios de repartimiento que eran obligados a prestar servicio por algunas semanas al año, a cambio de un salario y alimentos. Pocos aceptaban de buena gana el traslado a los esteros, la mayoría trataba de retrasar su arribo a ellas. Estas condiciones hicieron que el trabajo en la recolección de la sal fuera errático, por lo regular faltaban manos para trasladar el producto a sitio seguro, principalmente cuando el temporal de lluvias se acercaba y los montones de sal estaban a la intemperie.

            El proceso para obtener la sal era el siguiente: una vez que los trabajadores indios acumulaban los cristales de sal en grandes montones, se dejaban secar al sol por unos días hasta que se evaporara la humedad que pudieran guardar. Después,  había que trasladarlos en costales al almacén de las salinas y esperar a que llegaran los arrieros con las mulas, quienes se encargarían de llevarlos al Almacén Real, donde los funcionarios distribuirían el cargamento entre sus clientes potenciales: los mineros, los plateros y los comerciantes de los pueblos y villas quienes la ofrecían para el consumo humano. Cuando había un acuerdo previo con los mineros,  los propios arrieros llevaban directamente la sal hasta las minas y haciendas de beneficio, ahorrándoles el traslado al Almacén Real.

 Una de las mayores dificultades con la que se toparon los funcionarios que estaban al frente de las salinas fue la de conseguir mulas para el traslado de la sal a los Almacenes Reales. Los documentos de la época indican que  para los arrieros y los dueños de los atajos de mulas el trabajo en las salinas tampoco era grato. La lejanía de las salinas de las rutas más transitadas, las condiciones del lugar donde estaban asentadas y la obligación establecida por los funcionarios reales con los arrieros de llevar tres viajes[11] completos  de sal hasta los centros donde se ubicaban los Almacenes Reales, hacía que pocos dueños de mulas se interesaran en trabajar para el Estanco de la Sal.  El acuerdo entre los funcionarios y los arrieros consistía en que dos viajes eran a cuenta de las arcas reales y el tercero en beneficio propio, es decir  ellos tenían la libertad de ofrecer los sacos de sal al mejor postor, por lo general tenían su mejor clientela entre los mineros del norte.

Sin embargo, este acuerdo no era del todo atractivo, los arrieros decían que empleaban mucho tiempo en surtir la sal y llevarla a su destino, preferían otro tipo de cargamento. Por estos motivos, el administrador de las salinas se enfrentaba a dos obstáculos, el primero conseguir quien tuviera el número de animales suficiente para acarrear la sal y el segundo tener almacenada la sal antes de que llegara el temporal de lluvias, de lo contrario el trabajo de varios meses se vería seriamente afectado, disolviéndose en el suelo el material que había sido acumulado con tanto esfuerzo.

            Durante el siglo XVIII las salinas del Zapotillo fueron una de las principales fuentes de abastecimiento de sal para los mineros de la Nueva Galicia. El Zapotillo formaba parte de la jurisdicción de Sentispac, se encontraba en las costas del Pacífico. En 1784 el administrador de las salinas, José Faustino Ruíz enfrentó una situación de emergencia porque no había trabajadores que guardaran la sal en costales y la trasladaran al almacén del Zapotillo; por otra parte tampoco conseguía recuas de mulas para llevar la sal hasta los Almacenes Reales. La búsqueda de mano de obra y arrieros inició a principios del mes de Abril, antes del comienzo del temporal de lluvias. En un primer intento escribió a los Alcaldes Mayores de la jurisdicción de la Barca, la Villa de San Juan de los Lagos, Ahualulco, Villa de Aguascalientes, Villa de Juchipila, Acaponeta, Guadalajara, Ahuacatlan, Xala, Ixtlán, pueblo de Tepic, Ameca y Santa María del Oro. En la carta les pedía que,

Se les haga saber a todos los dueños de mulas que quisieren sacar sal o para su uso, o para su venta que inmediatamente concurran a esta administración del Zapotillo a sacar las que puedan cargar, con la pensión solamente de echar un flete a los Almacenes o cuando más dos, el cual pagado llevarán dicho ingrediente con libertad a donde mejor cuenta les tenga.[12]

 

En su misiva, José Ruíz, comentaba a las autoridades que la escasez de sal que se padecía desde el año anterior en los pueblos y villas de la Nueva Galicia, se debía a que sólo habían conseguido diez atajos de mulas de la Audiencia de Guadalajara para llevar la sal a los Almacenes Reales,  y tenían entre ocho y diez mil cargas de sal en las marismas. Por la intervención de estos arrieros y algunos más de los lugares cercanos a la salina,  habían podido salvar gran parte del trabajo realizado. Sin embargo habían quedando a la intemperie unas novecientas cargas, de las cuales se habían podido utilizar una tercera parte, “no obstante que se puso el mayor esmero en resguardarlas en moyocales y quemarlas para que sufriesen menos la estación de aguas”.[13]

El administrador del Zapotillo esperaba que en esta ocasión, con la ayuda de los Alcaldes Mayores de las diferentes jurisdicciones, los propietarios y los arrieros de mulas se interesarían en acudir con rapidez a las salinas para levantar el cargamento de sal.  El administrador José Ruíz  se comprometía con los arrieros que las mulas no serían embargadas ni detenidas para llevar fletes a los Almacenes Reales, que sólo llevarían un viaje, a lo máximo dos  al almacén y una vez cumplida la tarea, quedarían en libertad de seguir con sus labores acostumbradas. El administrador debía cubrir la demanda de sal que requerían los mineros y las haciendas de beneficio de plata, así como la de los súbditos quienes requería sal para condimentar sus alimentos. Contrario a lo esperado, el transcurrir de los días y las semanas, le demostraría el poco interés de las autoridades y los arrieros para colaborar con las salinas.

Para tener una idea más aproximada del número de arrieros y mulas que transitaban por los lugares donde se había pedido la colaboración de los Alcaldes Mayores, el administrador de las salinas, José Ruíz,  solicitó una lista de los sujetos que tenían recuas de mulas para que se les advirtiera que en caso de no acudir a las salinas se les multaría con  veinticuatro pesos por omitir una orden del Rey[14]. El Alcalde Mayor de Ahuacatlan y los Tenientes de Xala e Ixtlan la elaboraron, incluyendo datos como el nombre de cada uno de los propietarios de mulas en su jurisdicción, el número de animales y el lugar donde se encontraban, es decir, si ya estaban en camino a las salinas del Zapotillo o si llevaban carga a otro lugar.

Por ejemplo, en el pueblo de Ahuacatlan localizaron treinta propietarios de mulas, entre ellos destacaba la familia Ibarra: Juan María, Narciso y Ambrosio, entre los tres poseían dos atajos de mulas y un atajo corto.  Los que tenían el  mayor número  de animales fueron José de Ynda  y Juan Francisco Iriarte, ambos con dos atajos de mulas[15]. El resto de los propietarios poseían un atajo, un atajo corto, otros sólo diez mulas, ocho mulas hasta llegar a los que tenían cuatro animales. De los treinta dueños de mulas, únicamente catorce declararon que  sus mulas iban en camino a las salinas del Zapotillo, y uno se dirigía a las salinas de la Palma. Otros siete dueños de mulas dijeron que sus atados se encontraban en la tierra caliente, otro participaba en la recaudación de los diezmos, uno más en Mezcaltitan, otros en el Rosario, en Sentispac, en el Real de San Francisco y tres más estaban en Ahuacatlan preparándose para salir al Zapotillo[16].

Mientras tanto, el Teniente Gregorio Rodríguez, informaba que en el pueblo de Xala había diez propietarios de mulas, entre ellos una mujer, Doña María Eugenia con doce mulas. Entre los dueños de los atajos de mulas fue común encontrar que padres e hijos o bien los hermanos compartieran la responsabilidad del cuidado de los animales y la arriería, por ejemplo Pedro Partida y su hermano Vicente tenían dieciocho animales, Manuel Partida y su padre contaban con nueve mulas, mientras que Esteban y su hermano poseían nueve[17]. La cantidad de mulas de un propietario a otro era variable, iban de los treinta a los dieciocho, doce, nueve, ocho, seis y hasta cuatro animales. La solicitud del administrador de las salinas del Zapotillo fue bien acogida en el pueblo de Xala, la respuesta de nueve propietarios de mulas fue alentadora, unos contestaron que “están prontas para salir para la sal”[18], “se están yendo a la sal”[19], “están aquí y prontas para ir a la sal”[20] o bien “están en las salinas”[21]. Sólo las seis mulas de  José Benítez “se fueron al algodón”[22].

            Desde el pueblo de Ixtlan, el Teniente Thomas Monroy reportó que había localizado a diecinueve propietarios de mulas. Aquí la diferencia entre los que tenían un gran número de animales y los que tenían pocos era bastante marcada. Por ejemplo, la familia Espinoza tenía noventa y dos animales, divididos entre los hermanos:  Ascencio Espinoza quien tenía cincuenta mulas,  Juan Espinoza treinta y Solano Espinoza doce.  Después José Juan Ramírez con  treinta mulas, Thomás Monroy con dieciocho y su hermano Francisco Monroy con doce. Los hermanos José y Gregorio Ibarra con diez animales cada uno, Joaquín Baldés con ocho, Juan Becerra con seis y Pedro Hernández con cinco mulas. De acuerdo con el reporte del Teniente Monroy, en el pueblo de Ixtlan estaban dispuestos a colaborar con el administrador de las salinas. Ocho de los propietarios dijeron que tenían sus animales en las salinas, las recuas  de otros siete estaban a punto de salir. Mientras que cuatro tenían sus animales en las minas  de Guanajuato y en la ciudad de Guadalajara, otros en  “Cuyutlan haciendo carga de algodón” y  uno más “se halla en la Yesca, [pero] en cuanto vengan las despacharé” al Zapotillo[23].

 A excepción de estos casos, la mayor parte de los Alcaldes Mayores tardaron bastante tiempo en responder al administrador del Zapotillo, mientras que otros guardaron silencio. Ante la falta de información por parte de las justicias de la Barca, San Juan de los Lagos, Aguascalientes, Ahualulco, Acaponeta y Ameca, así como la inminente llegada del temporal de lluvias y la escasa participación de los arrieros; el administrador José Faustino Ruíz cambió de estrategia,  en esta ocasión recurrió al apoyo de dos comisionados: José Balcarcel y José Gutiérrez, quienes tenían la misión de registrar los parajes de las inmediaciones y llevar el mayor número posible de mulas a las salinas del Zapotillo. En el recorrido del primero, José Barcarcel, encontró unos cuantos atajos de mulas, pero los propietarios dijeron que ya estaban comprometidas  “por diez días en las cales y arenas”[24], pero una vez que terminaran esta labor podían ir al Zapotillo. El segundo, José Gutiérrez, encontró un atajo de mulas, donde los arrieros se comprometieron a ir  a las salinas, pero para que no los pudieran localizar se ocultaron en otro sitio.

Ante estos resultados tan desalentadores, el administrador José Ruíz tuvo que cambiar su estrategia, empezó a correr la voz entre los arrieros diciendo que ya no se detenía a ninguno contra su voluntad, cualquiera que llegara al Zapotillo se le vendería sal sin detenerlo más que por un  flete a los Almacenes Reales. La noticia tuvo éxito, los arrieros de los montes y las serranías se acercaron a las salinas, llegando a cargar con sal hasta trescientas mulas por día[25]. De esta manera se logró surtir la sal que le solicitaban los mineros y los plateros.

Anteriormente se acostumbraba detener a los animales en las salinas y obligar a los arrieros a realizar los fletes, pero esto no daba resultado porque los arrieros abandonaban los atajos de mulas y se escondían: “fingiendo que se les huyen los compañeros, o se enferman, que se les perdieron las mulas u otras patrañas que estudian y de todas suertes se queda sin hacer el servicio,  y no se consigue nada, aunque uno los castigue”[26]. En cambio, la certidumbre de que ninguno sería molestado con el fleteo, hacia que acudieran gustosos a sacar la sal.

El 28 de Mayo de 1784 el administrador  José Ruíz recibió una carta de los comisionados, donde le anunciaban que habían conseguido que diez propietarios de mulas se comprometieran a enviar sus animales a las salinas. Entre ellos estaban: Doña Angela de Alejo en el Paso de las Flores de la jurisdicción de Ahualulco, quien enviaría a su encargado Juan Manuel Grajeda con dieciséis mulas; Juan Francisco Bejarano vecino de Etzatlan, que participaría con ocho mulas; Anastasio Orozco vecino de Cuquío, mandaría a su arriero José Antonio González con nueve mulas; Manuel González vecino de Amatlán, en compañía de su arriero José Gervasio irían con diez mulas; José Cordero vecino de Tequila con veinte mulas; el mayordomo Antonio Medina en representación de Vicente Rico, mandaría un atajo de mulas; José Vital arriero de Solano Espinoza y vecino de Ixtlán con doce mulas.  Finalmente, José Gabriel arriero de Manuel Villaseñor, vecino de Ameca con un atajo de mulas[27].

Mientras tanto, uno de los comisionados de las salinas del Zapotillo, José Barcalcel recorría el paraje del Tule y sus inmediaciones. Este era un lugar importante para el fleteo de la cal, concha, arena y sal.  En este sitio se reunían los arrieros que regresaban con sus animales cargados. Su objetivo era conseguir que parte de estos arrieros fueran a las salinas del Zapotillo. El comisionado Barcalcel consiguió ciento noventa mulas para las salinas en este paraje, entre ellos se encontraban: los hermanos Pedro y Marcelo Figueroa Guaracheño, quienes aportaron cincuenta mulas; Pedro José Palafox  vecino de Nochistlán con  veintiséis animales; José María Monroy y Antonio Ibarra, vecinos de Ixtlán con dieciocho mulas cada uno; Miguel de Ledesma, vecino de Yahualica dieciséis;  Antonio de Avila, vecino de Tepic  trece; José Melchor Robalcao, vecino de Yahualica doce; José Antonio Osigera, vecino de Mazamitla otras doce, y Marcelo Monte Negro vecino de Mecatan, con diez animales[28].

            Las salinas del Zapotillo no eran las únicas que tenían problemas para conseguir animales y trabajadores, una situación similar se presentaba en las salinas de Olita de la jurisdicción de Acaponeta. El 25 de abril de 1784 el administrador de esta salina, Bernardo Llanos,  escribió al Alcalde Mayor de Acaponeta para informarle  que el trabajo estaba atrasado porque no había mulas que llevaran la sal “para el plantío de los ranchos y de gente para los trabajos del rey que ahí se necesitan”. En la carta se ofrecía pagar un peso diario a los trabajadores “si estaban presentes en el encierro de las sales”[29], durante las semanas que durara el acarreo de la sal.

 

“Aunque las quite de donde las quitaré”

A pesar de que los dueños de mulas habían aceptado colaborar con las autoridades anunciando que pronto irían a las salinas del Zapotillo, los días pasaban y la llegada de los arrieros se prologaba, el temporal de lluvias se acercaba y con él aumentaba el riesgo de que la producción se perdiera definitivamente. Nuevamente el administrador, José Faustino Ruíz escribió a las autoridades de la ciudad de Guadalajara para ponerlos al tanto de la situación que se vivía en las salinas. Les explicó que los únicos que habían dado respuesta a su primera misiva habían sido el Regente de la capital de la Nueva Galicia, quien le había anunciado que ya iba en camino un arriero con dieciséis mulas, y le prometió conseguirle más; el Alcalde Mayor de Santa María le dijo que no tenía mulas en su jurisdicción, pero que tenía un comisionado en el camino real para que desviara a los arrieros hacia las salinas. Por estos motivos, el administrador, José Ruíz, pedía a las autoridades de Guadalajara que le proporcionaran unas siete u ocho partidas de soldados para que fueran a las poblaciones que aun no habían respondido sus cartas, y que escoltaran a los arrieros hasta las salinas del Zapotillo.

            El Regente de la Audiencia de Guadalajara, José Antonio Dávalos respondió que había recibido la solicitud a las ocho de la mañana y a las tres de la tarde ya había despachado tres partidas de soldados para que recorrieran los alrededores en busca de mulas. La tropa de soldados pasaría por los pueblos, haciendas o ranchos en donde se pensaba que había mulas, una vez localizados los arrieros y sus animales, tenían instrucciones de escoltarlos hasta las salinas, con el compromiso de que no serían detenidos en el Zapotillo, sino que deberían llevar dos viajes a los Almacenes Reales y el tercero lo podrían sacar por su cuenta, para que lo vendieran donde ellos quisieran. En caso de no acceder y negarse a bajar con sus animales a las salinas serían multados y “se les harán todos los cargos que se hallen por convenientes en atención a las pérdidas que experimentará la Real Hacienda por su omisión”[30]. El soldado a cargo de la misión elaboraría una lista con los nombres de los arrieros o dueños de mulas y el número de animales que fuera encontrado en el recorrido. Además, cada partida estaría encabezada por un cabo y dos soldados, que se irían quedando en los parajes idóneos para reunir a los arrieros y regresar a las salinas.

El primer grupo en salir de la ciudad de Guadalajara fue el del cabo Soltero y cuatro soldados, su itinerario sería San Luis, Mojarras, San Leonel, Santa María, Tetitan, Ahuacatlan, Xala, Ixtlan con sus ranchos, Santo Tomas, Zapote y sus agregados, Magdalena, Tequila, Amatitan y Guadalajara. La segunda partida estuvo encabezada por el cabo José Ubiarco y dos soldados, quienes recorrerían Compostela, San Pedro de la Lagunilla, San José del Conde, Camotan, San Felipe, San Marcos, Izatlan, Ahuacatlan y Ameca. El tercero al frente del cabo Macedonio Cázarez, pasarían por el Ingenio, Ixcuintla, Mancillas, Chilapa, Cuyotlan, Acaponeta y sus ranchos[31].

            Días después regresó al pueblo de Acaponeta el cabo Macedonio Cázares, quien informó a sus superiores que no había encontrado a los arrieros en los lugares que inspeccionó. Sólo se había topado con unos indios coras y sus mulas que se dirigían a comprar sal al Zapotillo, en los demás sitios que visitó los arrieros estaban ausentes. Localizó ocho atajos de mulas, es decir alrededor de ciento sesenta animales, pero no fue posible llevarlos al Zapotillo porque el Alcalde Mayor de Acaponeta recibió  una carta del administrador de las salinas de Olita y, éste  decidió enviárselas a él. Mientras, en el Zapotillo la situación se ponía cada vez más tensa, quedaban más de seis mil cargas en las marismas y había que ponerlas en un sitio seguro, a lo que había que agregar que  la venta de sal se había suspendido por la falta de mulas para transportarla fuera de las salinas[32].

             Sólo habían llegado cuatro mulas al Zapotillo, enviadas por el cabo Ignacio Soltero. Los arrieros que transitaban los caminos entre Guadalajara y las salinas eran poco afectos a trabajar en este lugar, preferían “entretenerse o esconderse hasta que oigan la voz de que ya llovió o se anegaron las marismas”, así no tenían que dirigirse al Zapotillo. Es decir, se presentaban cuando ya no eran necesarios. Previniendo esta conducta, el administrador José Ruíz, pidió una vez más a las autoridades que los soldados recorrieran los parajes para  conseguir las mulas indispensables, con lo que se evitaría la pérdida del trabajo de largos meses bajo el rayo del sol. A cargo de cada tropa estaría un cabo y ocho soldados. Para evitar que los arrieros se desviaran en el camino, un soldado los acompañaría de regreso al Zapotillo, con esto asegurarían su llegada en poco tiempo y no los treinta días o más que solían hacer los arrieros.

 En esta ocasión, la Audiencia de Guadalajara apoyó la solicitud de José Faustino Ruíz, quien encargó al sargento Antonio Escobar que junto con cinco soldados se dieran a la tarea de buscar arrieros y mulas en los caminos aledaños. Finalmente esta operación dio resultado, el 20 de Mayo de 1784, el soldado Bruno Martínez escoltaba dos atajos de mulas, uno de veintiocho animales y otro de veintisiete, propiedad de Ignacio Días de Sandia. Habían salido de Teocaltiche y se dirigían al Zapotillo, donde esperaban unirse a otras veintisiete mulas, propiedad de Juan José López, que saldrían  de Amatlan de Cañas.

 El 28 de Mayo de 1784 se recibieron noticias del soldado Francisco Ríos, anunciando que se dirigía a las salinas escoltando “un atajo de mulas vacío y otro a media carga”, propiedad de Juan Madrigales[33]. Por su parte, el cabo Juan Ignacio Soltero reportó que había embargado dos atajos de mulas en el pueblo de Amatitan a José Antonio Ramírez, vecino de Teocaltiche. El sargento Antonio Escobar y su escolta de cinco soldados estuvieron recorriendo los caminos del 27 de Mayo al 5 de Junio, a lo largo de unas ochenta leguas. El sargento informó que en esta expedición gastó cuatro reales por día, es decir durante los diez días que duró su misión recibió la cantidad de cinco pesos. El costo por la manutención de cada soldado fue de dos reales diarios, es decir un total de tres pesos[34].

            Desde San Blas fue comisionado José Ubiarco, Cabo de la Primera Compañía de Fusileros del Batallón Provincial de Milicias de dicho puerto, para que junto con dos soldados fueran al pueblo de Ameca a recoger todas las mulas que encontraran entre la costa y esa población,  para ser enviadas a las salinas y encerrar en los Almacenes Reales las sales que se encontraban en las marismas.  Los soldados conducirían a los arrieros y sus animales hasta el Zapotillo.

A medida que transcurrieron los días, el cabo Ubiarco elaboró una lista con el nombre de los dueños de mulas, la cantidad de animales y el lugar de origen. El 13 de Mayo, antes de llegar a Compostela, localizó a Salvador de León propietario de catorce mulas y a Thomás Gómez con diez animales, quienes se comprometieron a enviar sus recuas a las salinas. El 14 de Mayo en San Pedro Lagunillas, encontró a Domingo Arias al cuidado de dieciocho animales; en la hacienda de San José del Conde el cabo Ubiarco habló con el mayordomo Pedro Segueda quien “dijo que mandaría las que hubiera más formales”, enviando  al cargador Juan José Barbosa con nueve mulas.  El día 15 en el pueblo de Camotlan localizó a Domingo Ramos con once animales, los hermanos Agustín y Juan José Rosales del pueblo de Amatlanejo, así como Sebastián Bernal, “quienes quedaron de venir con las mulas que hubiera”[35].

El 16 de Mayo el cabo Ubiarco localizó al cargador José Antonio Hernández al cuidado de dieciséis animales en el pueblo de Ahuacatlan; el día 18 en Sayulapa a Juan Aspe, mayordomo de José Bonilla con cuarenta y nueve mulas, en Malinalco a Francisco Antonio Meza cargador de Antonio Estrada con treinta.  El día 19 en San Marcos de la Barranca a José Juan cargador de José Arcia con veinticinco y en la Cofradía al cargador Juan de los Santos con diez. En esa misma fecha en Izatlan encontró a Juan Rodríguez cargador de Juan Francisco Bejarano con ocho mulas. El día 20 en Ahualulco a José Macedo con trece y a Marcelo Falcón con diez. El día 24 en la Joya de la Magdalena a Toribio Zepeda cargador de José Salmón con veinticinco. El 25 de Mayo en la Quemada a Juan José López con siete y en Mochitiltic a Juan Ignacio Gutiérrez arriero de Joaquín Sedano con catorce mulas[36].  La misión del cabo Ubiarco fue exitosa, consiguió doscientas setenta y nueve mulas para las salinas del Zapotillo. En algunos de los lugares que recorrió no había mulas porque los arrieros las habían llevado a la tierra caliente. A su regreso al puerto de San Blas, el cabo José Ubiarco presentó la cuenta de los gastos realizados durante los dieciséis días que duró la búsqueda de mulas. Por cada día  gastó tres reales, lo que dio un total de seis pesos. Los dos soldados que lo acompañaron gastaron dos reales cada uno, es decir un total de ocho pesos. El grupo recorrió un total de ciento treinta leguas de ida y vuelta[37].

            Días después, un tercer grupo encabezado por el cabo Macedonio Cázares de la Compañía de Granaderos del Batallón de San Blas y dos soldados, salieron a recorrer los caminos de Sentispac y Acaponeta con el objetivo de recoger todas las mulas que pudieran para el trabajo en las salinas del Zapotillo. Bernardo Llanos, administrador de los Almacenes de la salinas de Olita, se enteró de la misión que estaba desarrollando el cabo Cázares, y escribió a la Real Audiencia de Guadalajara pidiéndoles que no sacaran mulas del pueblo de Acaponeta, porque eran necesarias para las salinas de Olita. Con esta acción el administrador logró conservar una parte de los animales para Olita, y la otra fue destinada al Zapotillo.

 

Sigue la búsqueda de recuas para las salinas

            En esta ocasión, el cabo Cázares tuvo mayor éxito que en su primer recorrido, encontró a varios arrieros y a los dueños de los animales, quienes se comprometieron a apoyar el trabajo en las salinas. En el pueblo de Chilapa localizó al bachiller Miguel del Haro, quien se disculpó ya que “no podía ministrarle dichas mulas, respecto a que como diezmero de este plan de tierra caliente, las tengo ocupadas en la junta de las semillas del diezmo, que tanto urge su colectación como que si no se colectan antes de caer el agua, se perderán en el campo”[38]. En el pueblo de Acaponeta encontró el mayor número de propietarios de recuas de mulas y animales. Gabriel Rubio tenía diez mulas, José María Ramos cuarenta, Doña Josefa Salazar veinte, Manuel de Silva era propietario de un atajo de mulas, Manuel Servúlo de Uribe tenía treinta mulas, Pedro Quinteros un atajo de treinta mulas, Sebastián Ramírez veinticinco, José Romero veinticinco, los hermanos Jerónimo y Domingo de Viera con veintiséis, el primero propietario de catorce y el segundo con doce mulas, Vicenta Medina con veinticinco y Juan Ignacio Pasayo con treinta y dos. En total, el cabo Cázarez logró reunir trescientos ocho animales para las salinas del Zapotillo,  aunque tuvo que dejar ciento setenta mulas en el pueblo de Acaponeta para el trabajo en las salinas de Olita. Una parte de estos atajos de mulas  se encontraban en la ciudad de Guadalajara y en otros lugares llevando carga, posteriormente irían a las salinas de Olita[39]. El recorrido del cabo Cázares y sus soldados duró doce días, reportaron a la Corona un gasto de veintiocho pesos y cuatro reales, repartidos en cuatro pesos y cuatro reales del cabo Cázarez, es decir tres reales diarios. A lo que había que agregar seis pesos de los dos soldados que lo acompañaron, repartidos en dos reales diarios por cada uno. A esto  había que agregar dieciocho pesos “de los bagajes en que fueron y volvieron a el pueblo de Acaponeta y pasajes en Paramita y la Laja”[40].

            Con estas acciones, las noticias que recibía el administrador de las salinas del Zapotillo eran alentadoras.  Además de los animales reportados por el cabo Cázares  y el cabo Ubiarco, el cabo Juan Ignacio Soltero y los tres soldados que lo acompañaban habían encontrado quinientas treinta mulas en su recorrido por la cordillera que unía Tepic con la ciudad de Guadalajara. Los pueblos que habían inspeccionado eran Ixtlan, Tepic, Tequila, Xala, Tepeje del Río, hacienda de Quelotitan, Teocaltiche, Ahuacatlan, Sentispac, Villa de Jerez, Ahualulco, Guadalajara, Santa María del Otro, Jalostotitlan, Ameca, hacienda de San Antonio y el pueblo de Amatitan donde consiguieron un número importante de animales para las salinas. El único inconveniente fue que el  Regente de Guadalajara decidió que las mulas que el cabo había embargado en esa ciudad fueran liberadas, contraviniendo lo acordado con el administrador de las salinas[41]. El cabo Soltero informó que la expedición realizada entre el doce de Mayo y el cinco de Junio de 1784 había tenido un costo de cincuenta y cuatro pesos y dos reales. En él incluyó los gastos de sus tres soldados: Severino Bermúdez, Antonio Patrón y Pío Ascensión, quienes habían recorrido ciento treinta y cinco leguas, además de la estancia en Guadalajara, la visita a las haciendas, la garita y la escolta de los arrieros y sus mulas hasta las salinas del Zapotillo[42].

            Un último intento por conseguir animales para llevar la sal a los Almacenes Reales, se llevó a cabo durante la segunda mitad del mes de Mayo de 1784. Se comisionó a Fernando Paín y a Simón Rubio para que recorrieran los parajes cercanos al Zapotillo, y localizaran a los arrieros y dueños de mulas que ocultaban a sus animales, evitando así el trabajo en las salinas. Uno de los principales temores de los arrieros y de los propietarios de los atajos de mulas, era que fueran retenidos durante muchos días en las salinas y no pudieran cumplir con los compromisos adquiridos con anticipación.  Los dos comisionados visitaron el Tule, Potreros de Chilapa y Autlan, donde siguieron el cauce del río y recorrieron los parajes e inmediaciones donde podrían encontrar mulas. Consiguieron cien mulas que encaminaron hasta el paraje de la Puerta, en la inmediaciones de la tierra caliente y el Zapotillo. Sin embargo, las recuas nunca llegaron a las salinas, los arrieros aprovecharon su conocimiento del terreno y se ocultaron con en él. Sin imaginar lo que pasaba, los comisionados seguían en su búsqueda, en el Real Vado del Guamuchil encontraron treinta y seis mulas y en Ahuacatlan veintiuna[43].

            A pesar del aparente éxito de las expediciones  por conseguir mulas para las salinas, los arrieros y sus recuas tardaban mucho tiempo en aparecer por el Zapotillo, preferían esconderse junto con sus animales con tal de no bajar a la tierra caliente, no importaban “las amonestaciones de las justicias, de los requerimientos que les hacen los soldados, ni de las órdenes que les comunican los comisionados (...) prometen de pronto venir a este paraje, luego se ariochelan y esconden en los montes y potreros más ocultos, tomando a partido el perder el tiempo sin trabajar”[44]. A medida que los días pasaban y la temporada de lluvias se acercaba, el administrador del Zapotillo se desesperaba. Nuevamente escribió a las autoridades para notificarles la crítica situación que vivían en las salinas, donde más de seis mil cargas de sal permanecían en la intemperie, sin medios para trasladarlas a los Almacenes Reales. La faena diaria requería que se levantaran setecientas cargas de sal y “no tenían ni siquiera quinientos animales para el acarreo”[45]. Además había un atraso de siete mil cargas de sal que no habían sido transportadas a los lugares de abasto, para ello requerían al menos de mil quinientas mulas antes de que comenzara a llover.

 Ante la negativa por parte de los dueños de mulas y los arrieros de proveer bestias de carga para las salinas del Zapotillos, el administrador José Faustino Ruíz pidió que se embargara todos los animales que encontraran y  “a los dueños,  arrieros o mayordomos que se negaran a ir, serían castigados con una pena de cincuenta azotes sí eran de color quebrado y en caso de ser españoles con la pena pecunaria y los días de cárcel que se consideren oportunos”[46]. Las mulas serían decomisadas y marcadas con el real hierro,  amarradas y llevadas a las salinas.

El paraje del Tule era un sitio donde se unían los caminos de la montaña, el valle y la costa. Era el paso obligado para llegar a las salinas del Zapotillo y un punto clave porque  los arrieros acostumbraban descansar en él, permanecían unos días mientras los animales se recuperaban del trayecto, y en lugar de dirigirse a las salinas huían hacia las montañas o los parajes de difícil acceso, donde se ocultaban hasta que llegaban las lluvias. De tal manera que “unas veces con el título de que se huyeron los arrieros, otras con el de que se perdieron las mulas, otras con el de que el sabanero no pareció con ellas a tiempo, y otras con infinitas fabulosas excusas”[47] no se acercaban al Zapotillo.

Además de las salinas del Zapotillo se encontraban la de las Palmas, las marismas de Chacalmaloya, San Andrés, Cantarranas y las salinas de Olita. Todas solicitaban mano de obra y animales de carga, pero los arrieros evitaban que sus animales fueran a la tierra caliente. Especialmente se negaban los hermanos Escalantes, quienes residían en la jurisdicción de Sentispac y tenían siete atajos de mulas, es decir unas doscientos ochenta mulas, pero por más requerimientos y solicitudes que les hicieron, siempre encontraron excusas para eludir el viaje a las salinas. Decían que “la cuadrilla de los Escalantes no está en esta jurisdicción, días ha que salieron con carga”[48]. El Alcalde Mayor de Acaponeta ordenó realizar un listado con el nombre de los propietarios de animales y su número; con esta información se supo que en Acaponeta había trescientas treinta mulas y cien se encontraban en camino a la ciudad de Durango transportando carga.

Mientras llegaban los tan esperados atajos de mulas, el administrador del Zapotillo decidió suspender la venta de sal, hasta que los arrieros se hicieran presentes y comenzaran el almacenamiento, se podría regular la venta. En una carta que escribió a las autoridades de la capital, José Faustino Ruíz anotó que “se hace preciso que vuestra merced me mande luego, luego doscientas mulas. En todo esto país no hay arbitrio para conseguirlas, en él todo han calmado los arrieros. Las mulas con que me quedé el otro día son pocas y estas están muy flacas, y no pueden dar abasto a la represa que se halla en dichas marismas”[49]. El 28 de mayo el administrador del Zapotillo fue informado que el almacén de Nuestra Señora de la Luz estaba cerrado, en él se habían guardado “mil ciento cincuenta y ocho cargas, una arroba y doce libras de sal”[50] y estaban empezando a llenar otro. Días más tarde, José  Ruíz recibió una carta donde le anunciaban que en fecha próxima, llegarían a las salinas trece  atajos de mulas que iban de la jurisdicción de Sentispac, a lo que se sumarían trescientas treinta y seis mulas que se habían encontrado entre Acaponeta, Guadalajara y las Palmas[51].

Finalmente, José Faustino Ruíz escribió una carta al Fiscal de la Real Hacienda en la ciudad de México, donde le comentó los trabajos y apuros que estaba pasando para conseguir mulas y la poca respuesta de los Alcaldes Mayores. Explicó que las autoridades que respondieron y lo apoyaron habían sido el Regente de la Real Audiencia de Guadalajara, el Teniente Coronel de Milicias del pueblo de Tepic, Don José Dávalos y el Alcalde Mayor de Sentispac y Don Antonio Severino del Valle. Los que contestaron, pero no “produjeron mayor efecto”[52] fueron: el Alcalde Mayor de Santa María del Oro, el de Acaponeta y la Villa de Aguascalientes. Mientras que las justicias de Lagos, de la Barca y Ahualulco ni siquiera respondieron a sus peticiones[53].

A pesar de los inconvenientes que se produjeron, la negativa de los arrieros por acudir a las salinas y la tardanza de las recuas de mulas, el administrador logró salvar buena parte de la producción del Zapotillo antes de que iniciara el temporal de lluvias. Con los arrieros que llegaron se resguardó gran parte de la sal en los Almacenes Reales, quedando protegida de las inclemencias del tiempo y al alcance de los mineros y plateros. Se cumplió el acuerdo prometido: las mulas hicieron dos viajes a los Almacenes Reales y en el tercero el propietario de las mulas tendría la opción de decir a quién o dónde venderlo.

Hasta que las autoridades de la Audiencia decidieron encomendar la tarea a las tropas de milicia  para localizar y escoltar a los atajos de animales hasta el Zapotillo, los dueños de mulas y los arrieros respondieron positivamente  al administrador de las salinas. Sin su intervención hubiera sido más complicado lograr que participaran en el transporte de la sal. Esta situación que se presentó a finales del siglo XVIII, fue algo recurrente, las condiciones de trabajo en las salinas hacían que pocos se interesaran en acercarse a ellas.

 

 

II. El azogue y la minería

Además de la sal, el azogue fue un ingrediente indispensable en el proceso para la obtención de la plata. Se encontraba en el subsuelo, en las vetas de cinabrio[54]. Durante el periodo colonial el azogue fue monopolio de la Corona, era manejado por funcionarios reales a través del Estanco del Mercurio. En un primer momento sólo se podía utilizar el de las minas de Almadén, en España, pero la fuerte demanda de este producto hizo que se permitiera extraer el azogue de las minas de Huancavélica en el Virreinato del Perú, así se logró abastecer el mercado americano y las necesidades de los mineros[55].

Una vez que se extraía el azogue de las minas, se depositaba en bolsas de cuero de cerdo que eran guardadas en vasijas de barro para evitar que se derramara. El azogue procedente de España se embarcaba a la Nueva España, el punto de llegada era el Puerto de Veracruz, ahí era recibido por los arrieros quienes lo acomodaban en las mulas, para iniciar el viaje hasta el Altiplano. En la ciudad de México el cargamento se guardaba en los Almacenes Reales para ser repartido a los reales mineros y haciendas de beneficio. El precio del azogue aumentaba a medida que se alejaba de la capital de la Nueva España. Varios factores se conjugaban, por ejemplo la distancia, el tiempo, los días o semanas de viaje, la temporada del año, así como la disposición de los arrieros y sus recuas de mulas. Cuando el azogue llegaba a los reales mineros del Norte como Sombrerete y Pinos en Zacatecas, Real de Catorce y San Pedro en San Luis Potosí,  el costo se había elevado  afectando el bolsillo de los mineros.

            Los mineros del territorio novohispano se quejaban porque el azogue frecuentemente escaseaba. Varios factores se conjugaban para que los cargamentos no llegaran a tiempo a su destino, por ejemplo la inseguridad del tránsito marítimo y los conflictos de la Corona con sus vecinos europeos. A todo esto había que agregar que durante el siglo XVIII la bonanza de las minas en el Virreinato del Perú, hizo que buena parte de los cargamentos destinados a la Nueva España se desviaran hacia el sur de América[56]. 

Esto hizo que los mineros novohispanos presionaran a las autoridades para que les permitieran buscar yacimientos de mercurio; tenían noticias que los indios lo utilizaban en sus rituales[57]. A finales del siglo XVIII se permitió que se explorara el subsuelo en busca de este recurso. En poco tiempo fueron denunciados varios yacimientos como el del Cerro de Santo Domingo en Cadereyta, Querétaro en 1798[58],  la mina de San Antonio de Padua en el Cerro de Ahupuispulas de la jurisdicción de Cuernavaca[59]; en la Nueva Galicia se localizaron sitios en la Villa de Lagos y la Sierra de Pinos[60], en Copala[61] y en la jurisdicción de  Sayula[62]. Sin embargo la vida de estas minas fue efímera, los yacimientos no tenían la capacidad para proveer las necesidades de los mineros y en poco tiempo se agotaron, por lo que nuevamente tuvieron que recurrir a  las importaciones. Es curioso notar que cuando la Corona arreglaba sus diferencias con Inglaterra, Francia y los Países Bajos, el comercio del azogue se restablecía con América; regresaba el monopolio real y se abandonaban las vetas descubierta en la Nueva España[63]. Pero si había conflictos, se incrementaba la búsqueda de yacimientos de mercurio en las colonias novohispanas.

A principios del siglo XIX, el viajero Alejandro de Humboldt, durante su estancia en la Nueva España tuvo la oportunidad de visitar algunas de las más ricas y famosas minas  como: la de Taxco la mina de plata más antigua explotada desde 1522; las  de la Sierra de Pachuca como el  Real de Morán, Real del Monte, la Regla, la Vizcaína, Xacal y Encino. En la mina de Regla observó el trabajo en la hacienda de beneficio, donde utilizaban el agua de la cascada de Santa María para mover las ruedas que molían el mineral. Visitó la ciudad de Guanajuato y las minas de la Valenciana, Mellado, Rayas, Villalpando, Belgrado y  el mineral de Santa Rosa. En el nordeste de Guanajuato observó  la veta de cinabrio llamada Lomo de Toro que pasaba por la Mesa de Cajones y la mina de mercurio de Nuestra Señora de los Dolores, localizada en la falda del cerro del Gigante[64].

Humboldt averiguó que antes de la llegada de los españoles, los plateros mexicanos más célebres eran los de Azcapotzalco y de Cholula, que el plomo y el estaño lo obtenían de las vetas de Taxco, el norte de Chilpancingo e Ixmiquilpan; que  el cinabrio se encontraba en las minas de Chilapan y era utilizado por los pintores.  Las armas, hachas, cuchillos y otros utensilios se elaboraban con el cobre de las montañas de Zacatollan y de Cohuixco. Cuando Humboldt estuvo en la Nueva España había unos quinientos reales mineros, es decir unas tres mil minas a lo largo del territorio, repartidas en treinta y siete distritos, y distribuidas a lo largo de las doce intendencias, en que se había dividido a la Nueva España, con la llegada de las Reformas Borbónicas[65].

 

El suelo, las rocas y las minas de la Nueva España

A finales del siglo XVIII se beneficiaban entre cuatro o cinco mil vetas en la Nueva España. Las vetas mexicanas se encontraban ordinariamente en rocas primitivas y en las de transición. Alejandro de Humboldt clasificó las rocas de las principales vetas de mineral que estaban produciendo, refirió que los pórfidos de México eran rocas eminentemente ricas en minas de oro y plata, que el feldespato común rara vez se presentaba en los pórfidos mexicanos, sólo era propio de las formaciones más antiguas, como las de Pachuca, Real del Monte y Morán. Esta roca atravesaba la veta aurífera de Villalpando, cerca de Guanajuato. Entre las rocas de transición que encerraban minerales de plata, se encontraba la piedra caliza del Real del Cardonal, de Jacala y de Lomo del Toro al norte de Zimapán[66]. Las vetas de plata del Real del Catorce, así como las del Doctor y de Xaschi cerca de Zimapán atravesaban la piedra caliza alpina. La caliza alpina y la de Jura encerraban las célebres minas de Taxco y las de Tehuilotepec en la Intendencia de México. La pizarra primitiva, la traumata y la piedra caliza alpina eran rocas que se encontraban en las principales vetas de Guanajuato, Zacatecas y Catorce[67].

Según Humboldt, en los centros mineros de México la riqueza se encontraba en una veta madre como ocurría en Zacatecas, Real del Monte y Guanajuato[68]. La veta madre tenía de ancho entre cuarenta y cuarenta y cinco metros, con una extensión de más de doce mil setecientos metros, como ocurría entre la mina de Santa Isabel y San Bruno hasta llegar a la mina de  Buenavista. Otra particularidad era que los yacimientos de oro y plata se encontraban entre los mil ochocientos y tres mil metros de altura. La mayor cantidad de plata estaba comprendida en los paralelos 21 y 24 grados y medio. Las minas de Guanajuato distaban en línea recta de las de San Luis Potosí  treinta leguas, de San Luis Potosí a Zacatecas había treinta y cuatro, de Zacatecas a Catorce treinta y una, mientras que de Catorce a Durango setenta y cuatro leguas[69]. Asimismo clasificó a las minas mexicanas en ocho grupos, el primero formado por los yacimientos más importantes, es decir los distritos contiguos a Guanajuato, San Luis Potosí, Charcas, Catorce, Zacatecas, Asientos de Ibarra, Fresnillo y Sombrerete. En el segundo se encontraban las minas situadas al oeste de la ciudad de Durango y las de la provincia de Sinaloa como los laboríos de Guarisamey, Copala, Cosala y del Rosario. El tercer grupo era el más septentrional formado por las minas de Parral, las minas de Chihuahua y las de Cosiguiriachic. El cuarto y quinto grupo incluían Real del Monte, Pachuca y Zimapan o del Doctor y las de Bolaños en la intendencia de Guadalajara. Las minas de Taxco y Oaxaca eran los puntos centrales del sexto, séptimo y octavo grupo. Mientras que los lugares que no tenían una explotación minera significativa se encontraban en la Intendencia de Puebla, en la de Veracruz, en las llanuras de la orilla izquierda del río del Norte y en Nuevo México[70].

A finales del siglo XVIII, la riqueza minera de la Nueva España se encontraba en unas cuantas minas, de ellas se obtenían los dos millones y medio de marcos de plata que anualmente se enviaban a Europa por los puertos de Veracruz y de Acapulco[71]. Los tres distritos mineros más importantes eran: Guanajuato, Zacatecas y Catorce que producían más de la mitad de plata de toda la Nueva España. Una sola veta, la de Guanajuato, generaba la cuarta parte de la plata mexicana. También había que considerar los cientos de pequeños reales mineros que se encontraban dispersos por toda la Nueva España y la Nueva Galicia, que aportaban el otro cincuenta por ciento de la plata.

Humboldt percibió la diferencia entre los grandes reales mineros y los reales pobres, refiere que “se encontraban confundidas las minas principales con otras de las que sólo se sacaba una corta cantidad de metal. La desproporción que había entre estas dos clases de minas era tan grande, que más de 19/20 de las minas mexicanas debían colocarse en la segunda, cuyo producto total probablemente no llegaba a doscientos mil marcos”[72]. Esto indica la importancia que tenían los reales mineros pobres en la producción de la plata, al sumar las aportaciones de todos ellos, tenían un peso significativo sobre la producción total.

Además clasificó a los distritos mineros de la Nueva España según la cantidad de plata que se sacaba de ellos. El cuadro que se presenta a continuación está basado en su apreciación. En él se indican trece distritos mineros y doce Intendencias, la de San Luis Potosí contaba con dos centros mineros: Ramos y Catorce[73]. En el caso de la Nueva Galicia sólo aparece el real de Bolaños, mientras que los pueblos de la Sierra Occidental no se les tomó en cuenta, porque desde sus inicios fueron clasificados como reales pobres, es decir aquellos cuya producción de plata en lo particular no era significativa, pero al sumar el total de todos estos pequeños centros mineros, ocupaban un porcentaje de casi el 50% en la producción total de la plata colonial.

 

 

 

NOMBRE DEL DISTRITO MINERO

INTENDENCIA

Guanajuato

Guanajuato

Catorce

San Luis Potosí

Zacatecas

Zacatecas

Real del Monte

México

Bolaños

Guadalajara

Guarisamey

Durango

Sombrerete

Zacatecas

Taxco

México

Batopilas

Durango

Zimapán

México

Fresnillo

Zacatecas

Ramos

San Luis Potosí

Parral

Durango

Elaboró: AGMM

 

Después del recorrido que Humboldt realizó por los centros mineros de la Nueva España, explicó que las vetas de Taxco, Tlalpujahua, Sultepec, Morán, Pachuca y Real del Monte en la zona del Altiplano, y  las de Sombrerete, Bolaños, Batopilas y el Rosario en el Norte y Occidente habían dado inmensas riquezas, pero menos uniforme que el de las minas de Guanajuato, Zacatecas y Catorce porque las vetas del mineral eran más irregulares, es decir en algunos momentos abarcaban varios metros y en otros se reducían, lo que influía con los periodos de bonanza y abandono de las minas.  El producto anual de los metales preciosos en la Nueva España a finales del siglo XVIII  alcanzaba la cantidad de veintitrés millones de pesos, repartidos de la siguiente manera[74]:

En plata  22 millones de pesos

En oro     01 millones de pesos

TOTAL   23 millones de pesos

 

            Con esto se demostraba que el oro no era abundante en la Nueva España. La producción de este metal apenas alcanzaba el millón de pesos, mientras que la plata llegaba a los veintidós millones de pesos.  De acuerdo con Humboldt la mayor parte del oro  provenía de terreno de aluvión, se sacaba por medio de lavaduras, es decir el que encontraban en los arroyos,  principalmente en la provincia de Sonora. En la provincia de Oaxaca eran más frecuentes las vetas de oro como las minas de Río San Antonio. El oro se podía presentar puro[75] o mezclado con los minerales de plata, como en las minas de Villalpando y la de Rayas cercanas a Guanajuato, en las del Sombrero de la intendencia de Valladolid, las de Guarisamey al oeste de Durango y las del Mezquital en la provincia de Guadalajara[76].

 

Obtención de la plata: fundición o amalgamación

Humboldt notó que los mineros de la Nueva España no seguían principios fijos en la elección de los minerales que debían ir a fundición o amalgamación[77]. En unos distritos se fundían los minerales mientras que en otros se amalgamaban. La abundancia de mercurio y la facilidad para obtenerlo era lo que decidía al minero a utilizar uno u otro método. Por lo general se fundían los minerales que contenían diez o doce marcos de plata por quintal[78]. Los que se amalgamaban debían ser triturados o reducidos a polvo muy fino[79], para que el mercurio los impregnara más fácilmente. La trituración era la operación que se hacía con mayor cuidado en casi todas las haciendas de beneficio, de ella dependía que se obtuviera el mayor rendimiento del azogue. Cuando los minerales eran muy piritosos se les quemaba al aire libre o bien, apilados sobre camas de leña como ocurría en las minas de Sombrerete. En las minas de Tehuilotepec se acostumbraba que una vez que el mineral se reducía a lama, se ponían en hornos de reverbero[80]. Sin embargo, el gran volumen del mineral que debía amalgamarse y la falta de combustible vegetal en los centros mineros de  la Nueva España,  hizo que la quema fuera costosa[81].

Otro método utilizado por los mineros novohispanos fue la trituración en seco, se hacía con ocho mazos que trabajaban al mismo tiempo, estaban movidos por ruedas hidráulicas, por caballos o mulas. El mineral una vez machacado o en granza, se pasaba por un gran cuero agujereado, una especie de criba; de ahí  se  reducía en los arrastres o tahonas a una harina muy fina. Las tahonas se dividían en sencillas o de marco, dependiendo del grosor del mazo[82]. Por lo común doce o quince tahonas se colocaban en fila, bajo un mismo soporte o cobertizo, se movían por medio de la fuerza del agua o de los animales. Estos últimos en turnos de ocho horas de trabajo. Una de estas máquinas podía moler en veinticuatro horas hasta trescientos o cuatrocientos kilogramos de mineral. La lama húmeda que salía de las tahonas se lavaba nuevamente en los estanques de deslamar. Cuando los minerales eran ricos como en la mina de Rayas de Guanajuato, no se  utilizaban las tahonas, sino una arena gruesa que llamaban jalsonte, entonces separaban los granos metálicos por medio de lavaduras, que más tarde fundían. Esta operación se conocía con el nombre de apartar polvillos[83].

En los casos en que el mineral de plata tenía un bajo contenido en oro, el proceso de amalgamación que seguían en la hacienda de beneficio era diferente: ponían  azogue en la pila donde se estaba moliendo el mineral, en la tahona se formaba una amalgama aurífera al mismo tiempo que el movimiento giratorio pulverizaba la piedra. En algunas haciendas de plata de la Nueva España como la de Regla, no se utilizaban las tahonas preferían el uso de los mazos, la lama que se formaba se pasaba por cedazos y tolvas. Esta técnica tenía sus inconvenientes, el polvo del mineral salía desigual y grueso, al amalgamarlo se levantaba una nube de metales que dañaba la salud de los jornaleros que lo preparaban. La lama humedecida se trasladaba de las tahonas al patio o galera de amalgamación[84]. Se colocaba la lamas en montones como si fuera una gran torta[85]. El método más utilizado por los mineros en la Nueva España era el de la amalgamación en patio, se preparaba a base de sal blanca, magistral o sulfato de hierro y cobre, cal y cenizas vegetales[86]. De ahí la importancia de las salinas y la distribución oportuna de la sal en las haciendas de beneficio.

El magistral era una mezcla de cobre piritoso o pirita y de hierro sulfurado, se quemaba durante unas horas en un horno de reverbero y  se enfriaba lentamente. Algunas veces los azogueros[87] añadían a las piritas un tanto de sal común durante el proceso de la quema, con lo que obtenían sulfato de sosa y muriato de cobre y hierro. En las minas del Real del Morán esta mezcla se utilizaba para preparar el magistral. Cuando se escaseaba la sal o los cargamentos tardaban tiempo en llegar a las haciendas de beneficio, la sustituían calcinando piedra de cal pura y apagándola con agua, aunque raras veces se sustituía la acción de las cenizas alcalinas de la cal. Otro método para obtener plata era el de la amalgamación en frío[88], se producía por el contacto de la lama humedecida con el azogue, la sal común, sulfatos de hierro y  cal. Se mezclaba la sal con la lama y se revolvía;  “dependiendo de la pureza de la sal se daba a cada quintal de lama diversa porción, desde dos y media a veinte libras; si la sal era de mediana pureza se tomaba un tres o cuatro por ciento de ella”[89].

Se denominaban metales salineros a los que requerían de mucha sal y en donde el mineral de plata se hallaba en granos gruesos. En estos casos se dejaba reposar el metal ensalmorado por algunos días, a fin de que la sal se disolviera y repartiera uniformemente. Si los metales estaban calientes, es decir en estado de oxidación y cargados de sulfuros de hierro y cobre o de muriato de plata, se añadía cal para enfriar la masa. A esta operación se  le llamaba curtir los metales con cal. Por el contrario, si las harinas parecían frías, se añadía magistral. Los azogueros atribuían al sulfato de hierro y cobre la propiedad de calentar la masa[90].

 Se dejaba reposar por unos días la mezcla para incorporar el azogue con la lama. La cantidad de mercurio se regulaba por la plata que se podía sacar de los minerales, por lo común se ponía en el incorporo o mixtura seis veces tanto mercurio como plata contenía la torta, por ejemplo para un marco de plata se calculaban de tres a cuatro libras de azogue, y al tiempo de echar éste o poco después, se añadía a la masa una porción de magistral según la calidad, o “según los grados de frialdad de los minerales”[91]. Se calculaban de una a siete libras de magistral por cada libra de mercurio, y si éste tomaba un color aplomado era señal de que la torta trabajaba, es decir que había comenzado la acción química. Para fomentar esta acción y aumentar el contacto de las sustancias, se removía la masa una y otra vez, “forzando veinte o más caballerías a correr en círculo sobre ella algunas horas, sea haciendo pisar las lamas por los jornaleros que están andando días enteros con los pies desnudos en estos lodos metálicos”[92]. El azoguero examinaba todos los días el estado de las lamas con una jícara de madera, es decir lavando una porción de la lama con agua,  por el aspecto que presentaba el mercurio y la amalgama juzgaba si la masa estaba demasiado fría o demasiado caliente. Cuando el mercurio tomaba un color ceniciento y se desprendía un polvo gris muy fino que se pegaba a los dedos, se decía que la torta tenía demasiado calor y se debía enfriar añadiendo cal. Si por el contrario el azogue conservaba su brillo metálico, aparecía blanco, cubierto de una telilla rojiza o de tornasol morado, o en lis dorada y parecía que no ejercía acción sobre la masa, se decía que la amalgama estaba demasiado fría, para calentarla había que agregar magistral[93].

Por espacio de dos, tres y aun cinco meses se contrapesaba la torta entre el magistral y la cal. Los efectos eran diferentes dependiendo de la temperatura de la atmósfera, la naturaleza de los minerales y el movimiento que se daba a las lamas. Si se creía que la acción era demasiado fuerte y que la masa trabajaba demasiado, se la dejaba quieta. En cambio si se quería acelerar la amalgamación y aumentar el calor, se repetían con mayor frecuencia el paso con los caballos o con hombres. Si la amalgamación se formaba demasiado pronto y se presentaba en forma de globulillos[94], se podía cebar la torta; entonces había que añadir nuevamente azogue con un poco de magistral y sal. Cuando el azoguero consideraba  que el mercurio estaba unido con  toda la plata que había en el mineral y que la torta había rendido, se echaban los lodos metálicos en tinas, unas eran de madera y otras de piedra. Se colocaban varios molinillos con aletas perpendiculares, haciéndolos dar vueltas en las tinas. Las partes terrosas y oxidadas salían a la superficie, mientras que  la amalgama y el azogue quedaban en el fondo de la tina. Era común que el agua arrastrara algunas gotas de mercurio, en las haciendas grandes varias mujeres indias se dedicaban a sacar el metal de las aguas del lavadero. Una vez que se separaba del azogue, la amalgama reunida en el fondo de las tinas del lavadero se prensaba a través de sacos, dándoles la figura de pirámides, que se cubrían con un crisol puesto boca abajo a manera de campana y la plata se separaba del azogue por medio de la destilación. Con este método se perdían entre once, doce o catorce onzas de mercurio por cada marco de plata que se obtenía[95].

Humboldt hizo notar que la producción de las minas de plata de la Nueva España estaba muy relacionada con el precio del mercurio que recibían de la Península. Cuando el azogue era abundante y barato había mayor cantidad de plata, cuando escaseaba el mineral se amontonaba en las haciendas esperando la llegada de este ingrediente. El precio del azogue en Europa aumentaba cuando había mayor demanda de él en las minas americanas. Anualmente en la Nueva España se consumían dieciséis mil quintales de mercurio[96]. Hasta 1770 la Nueva España recibía el mercurio de las minas de Almadén y Huancavélica pero el hundimiento en las obras subterráneas y la inundación en las de Almadén, hizo que se empezara a recibir azogue de la mina de Idra en Alemania[97].

Humboldt al consultar los archivos virreinales notó que el precio del azogue había descendido a lo largo del periodo colonial: de ciento ochenta y siete pesos el quintal durante el siglo XVI a cuarenta y un peso con dos reales en 1777. El precio se veía afectado por la distancia que separaba a la capital de los centros mineros, por ejemplo el quintal de azogue aumentaba entre dos o dos y medio pesos cuando llegaba a las minas de Guanajuato, a mayor lejanía el precio se incrementaba. Era necesario que las condiciones para obtener azogue fueran más equitativas, de tal manera que los mineros no vieran afectados sus intereses. Esto hacía mayor la brecha entre los mineros ricos y los mineros pobres, entre los que tenían capital para adquirir azogue y pagarlo a un precio elevado y los que necesitaban un habilitador que los financiara para obtener recursos e insumos. Esta situación era notoria entre los mineros de Taxco, Temascaltepec, Copala y la Sierra Occidental, quienes no tenían los medios para adquirir  mercurio, mientras que los dueños de las grandes haciendas de Guanajuato y de Real del Monte tenían recursos en abundancia para acceder al azogue[98].

En el siguiente cuadro se puede apreciar el descenso en el precio del azogue que notó Humboldt. El precio más elevado del azogue ocurrió a finales del siglo XVI, durante el gobierno del Virrey Luis de Velasco II, mientras que en la segunda mitad del siglo XVIII el precio bajó a una tercera parte. Quince años más tarde el costo del quintal de azogue descendió veinte pesos. Durante la administración del Intendente José de Gálvez y la aplicación de las Reformas Borbónicas en la Nueva España, se fijó un precio unitario: cuarenta y un pesos con dos reales para el quintal de azogue, es decir veinte pesos menos que en el periodo de 1767 y 1776. En 1777 el costo sufrió un repentino aumento de veintidós pesos, este incremento se debió a los problemas de las minas de Huancavélica y Almadén. Las minas de Idra en Alemania surtieron el azogue que requerían las haciendas novohispanas a un precio de sesenta y tres pesos el quintal[99].

 

PRECIO DEL AZOGUE

AÑO

Quintal de azogue en 187 pesos

1590, virrey Luis de Velasco II

Quintal de azogue en 82 pesos

1750

Quintal de azogue en 62 pesos

1767 a 1776

Quintal de azogue de Almadén en 41 pesos y dos reales

Quintal de azogue de Alemania 63 pesos

1777, intendente José de Gálvez, decreto real que fijó el precio del azogue

 

La Superintendencia General de Minas en España era la encargada de la venta del azogue en las tierras americanas. El ministro Antonio Valdés intentó regular él mismo y desde Madrid, la distribución del azogue para las minas de México. En 1789 encargó al virrey de la Nueva España que se elaboraran unas descripciones estadísticas de todas las minas que había en este amplio territorio,  y  que se enviaran  a la corte muestras de todas las vetas que estaban produciendo. Sin embargo no se llevaron a cabo las instrucciones ni la recolección de minerales. A pesar de los intentos de regular el azogue, pocas cosas cambiaron, el Virrey siguió supervisando los cargamentos llegados al Puerto de Veracruz.

A finales del siglo XVIII las minas de la Nueva España producían siete mil pesos de oro y dos millones y medio de pesos de plata, “cuyo valor medio es en todo veintidós millones de pesos”[100]. Humboldt atribuyó el incremento de la producción de plata en las minas de la Nueva España a varias causas, entre ellas: el aumento de la población principalmente en la zona del Altiplano, la aplicación de las  Reformas Borbónicas, la libertad de comercio entre las colonias americanas, la facilidad  para las minas de obtener a buen precio hierro y acero, la estabilidad en el precio del azogue, el descubrimiento de las minas de Catorce en San Luis Potosí y la Valenciana en Guanajuato, así como  la creación del Tribunal de Minería[101].

 

Para terminar

            Humboldt describió con detalle el procedimiento que utilizaban los mineros novohispanos para obtener la plata. Visitó las ciudades y minas más importantes, y accedió a información que pocos conocían. De esta manera presentó a la Nueva España y las tierras americanas como lugares donde la riqueza crecía en abundancia al mismo tiempo que fomentó el interés por incursionar en un territorio que había estado vedado para el mundo Occidental por espacio de trescientos años. Las carencias de los mineros pobres en contraposición con los mineros ricos fueron detectadas por el viajero, el abismo que separaba a las grandes minas y sus cientos de trabajadores de las pequeñas que eran operadas por unos cuantos.  Los métodos que describió para obtener la plata fueron utilizados a todo lo largo de la Nueva España, mientras que mineros pobres y ricos requirieron del azogue. En la Sierra Occidental la amalgamación por mercurio, el patio y la fuerza de caballos y mulas se pusieron en práctica durante el siglo XVIII. Estos pequeños reales conocían la tecnología y el método para aplicar, a pesar de la distancia que los separaba de los centro de producción más importantes. Las noticias con los adelantos y descubrimientos viajaban rápidamente a través de los caminos de la Nueva España y la Nueva Galicia, lo que determinaba que se aplicaran o no era el capital que tenían los dueños de minas para invertir en sus propiedades.

 

Sincronía Spring 2010

 

                                                                                                                                                                                          



[1] Este trabajo se presentó como ponencia en el Tercer Simposio Internacional de Tecnohistoria “Akira Yoshimura”, celebrado del 31 de agosto al 04 de septiembre de 2009 en el Acervo Histórico del Palacio de Minería de la Facultad de Ingenieria de la Universidad Nacional Autónoma de México. Quiero agradecer los comentarios y sugerencias de los compañeros que participan en el Seminario de Investigación del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara.

[2] Alejandro de Humboldt, Ensayo Político sobre elReino de la Nueva España. Estudio preliminar de Juan A. Ortega y Medina, México: Editorial Porrúa, 1984. 696 p.  (Colec. Sepan Cuántos; 39), p. 374

[3] Principalmente de las minas de Almadén  en España y posteriormente de las minas de  Huancavelica en el Perú, donde se extraía mercurio para abastecer el mercado americano.

[4] Román Gutiérrez, Román Gutiérrez, José Francisco. Sociedad y evangelización en Nueva Galicia durante el siglo XVI. México: INAH/Colegio de Jalisco/Universidad Autónoma de Zacatecas, 1993.  p. 66

[5] BNM, Mss 3064, Descripción de Indias, “Relación de Nuestra Señora de los Zacatecas, sacada de la información que por mandado del Consejo se hizo el año de mil y seiscientos y ocho”, ff. 84v-87v. Tomado de Román Gutiérrez, Ibid., p. 64

[6] Ibid., BNM, Mss 3064, Descripción de Indias, “Relación de Nuestra Señora de los Zacatecas, sacada de la información que por mandado del Consejo se hizo el año de mil y seiscientos y ocho”, ff. 84v-87v. Tomado de Román, p. 64

[7] Ibid., BNM, Mss 3064, Descripción de Indias, “Relación de Nuestra Señora de los Zacatecas, sacada de la información que por mandado del Consejo se hizo el año de mil y seiscientos y ocho”, ff. 84v-87v. Tomado de Román Gutiérrez, p. 64

[8] La fanega es una medida de volumen que equivale a dos almudes, contiene 48 cuartillos, o sea media carga. Como medida de capacidad equivale a 100 litros. Delia Pezzat Arzave. Guía para la interpretación de vocablos novohispanos. México: Archivo General de la Nación, 2001, pp. 91-92

[9] Ibid., BNM, Mss 3064, Descripción de Indias, “Relación de Nuestra Señora de los Zacatecas, sacada de la información que por mandado del Consejo se hizo el año de mil y seiscientos y ocho”, ff. 84v-87v. Tomado de Román Gutiérrez, p. 64

[10] Mota y Escobar, Alonso de la

                Descripción Geográfica de los Reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León. Reimp. Guadalajara: Gobierno del Estado de Jalisco/Universidad de Guadalajara, 1993

 

 

[12] AGN, Industria y Comercio, vol. 16, exp. 1, f. 2

[13] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 17

[14] Ibid, vol. 16, exp. 1, f. 12v

[15] Para la zona del Occidente de México y en especial el Estado de Jalisco, hablar de un atajo de mulas se refería a un número de treinta o cuarenta animales a cargo de varios arrieros. Manejar un número mayor era problemático y lento. Comunicación personal Dr. Carlos Moreno Uribe

[16] Ibid, vol. 16, exp. 1, f. 13

[17] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 13v

[18] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 13v

[19] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 13v

[20] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 13v

[21] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 13v

[22] Ibid, vol. 16, exp. 1, f. 14

[23]  Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 15

[24] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 19

[25] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 19v

[26] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 19v

[27] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 22

[28] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 23

[29] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 23

[30] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 29

[31] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 29-29v

[32] Ibid., vol., 16, exp. 1, f. 30

[33] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 35

[34] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 37

[35] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 37v

[36] Ibid., vol. 16, exp. 1, fs. 41-46

[37] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 47

[38] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 57

[39] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 50-52

[40] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 53

[41] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 55

[42] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 65

[43] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 65

[44] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 65v

[45] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 65v

[46] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 76

[47] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 76

[48] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 76

[49] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 86

[50] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 86v

[51] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 73

[52] Ibid., vol. 16, exp. f. 73

[53] Ibid., vol. 16, exp. 1, f. 90

[54] Durante la época prehispánica el cinabrio fue utilizado en los rituales funerarios, entre los mayas se acostumbraba cubrir el cuerpo de los personajes de la realeza. El cinabrio mineral de color estaba asociado a la muerte. Malvido, Adriana. La Reina Roja de Palenque. México: CONACULTA/INAH/Plaza Janés, 2006, p. 57.

[55] Hamnett, Brian R. Revolución y contrarrevolución en México y el Perú. México: FCE, 1978, pp. 349-384

[56] Hamnett, Ibid., pp.360

[57] Las culturas precolombinas conocían la propiedad del azogue para combinarse con el oro, lo utilizaban para dorar el cobre y recoger el oro contenido en los vestidos de la nobleza, reduciéndolos a cenizas en vasijas de arcilla. Los mineros alemanes empleaban el mercurio, no sólo en los lavaderos de las tierras auríferas, sino también para sacar el oro diseminado en las vetas. La amalgamación de los minerales de plata, que se usó  en México durante la colonia fue descubierta por un minero de Pachuca, Bartolomé de Medina en 1557. Nueve años más tarde, el canónigo Enrique Garcés comenzó beneficiar las minas de azogue de Huancavelica en el virreinato del Perú y en 1571, Fernández de Velasco introdujo la amalgamación mexicana en el Perú. Este tipo de amalgamación fue tan exitosa que para 1562, las minas de Zacatecas tenían treinta y cinco haciendas donde se separaba el mineral por medio del azogue.  Humboldt. Op Cit.,p. 373

[58] AGN, Ramo Minería, vol. 131

[59] Ibid., Ramo Minería, vol. 11

[60] Ibid., vol. 152 bis

[61] Ibid., vol. 164

[62] Ibid., vol. 165

[63] A finales del siglo XVIII, el Tribunal de Minería gastó más de 30 mil pesos para extraer el azogue de las vetas de San Juan de la Chica, pero duraron poco tiempo en producción. La paz de Amiens puso fin a tales empresas que parecían dar al trabajo de los mineros una dirección más útil para la prosperidad pública. Apenas se restablecieron las comunicaciones marítimas, regresó el monopolio de los mercados europeos en la compra de hierro, acero y mercurio. Alejandro de Humboldt, Op. Cit., p. 170

[64] Durante su estancia en la ciudad de México, Humboldt visitó el Seminario Metálico de Minería, el Jardín Botánico, la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, la Cátedra de Anatomía y la Universidad. Trabó amistad con Fausto Elhuyar, director de Minería, Andrés del Río antiguo condiscípulo suyo; con los alumnos de minería: Marino Jiménez, Casimiro Chowel, Ramón Fabié, Isidro Vicente Valencia, Rafael Dávalos, con el joven geómetra y geógrafo Juan José de Oteiza, J. J. Martínez de Lejarza y con Juan José Rodríguez, joven geólogo. Aprovechando estos contactos y el permiso del virrey para consultar los archivos,  inició la construcción de mapas y cartas de la Nueva España. El 7 de marzo de 1804 Humboldt se embarcó en el Puerto de Veracruz, rumbo a Cuba. El 6 de mayo de 1856 murió en la ciudad de Berlín, Alemania. Ibid., p. XL.

[65] La Nueva España fue dividida en doce Intendencias cuando se implantaron las Reformas Borbónicas, durante la segunda mitad del siglo XVIII. El propio Humboldt aseguraba que la información que obtuvo, tan precisa y en ocasiones detallada, se debió a que tuvo acceso a una memoria manuscrita dirigida por Fausto de Elhuyar, director del Tribunal General de Minas. Ibid., p. 325. Véase el Anexo 35

[66] Ibid., p. 329

[67] Ibid., p. 330

[68] En este sitio se habían obtenido en diez años más de seis millones de marcos de plata. Ibid., p. 331

[69] Ibid., p. 332

[70] Ibid., pp. 333-334

[71] Ibid., p. 331

[72] Ibid., pp. 331-332

[73] Ibid., p. 333

[74] Ibid., p. 334

[75] El oro puro era el que tenía menos ligadura de plata, hierro o cobre. Se decía que en las minas de Santa Cruz de Villalpando se obligaba a los mineros, al salir de su jornada de trabajo que se bañaran en grandes tinas, para evitar que se llevaran polvo de oro pegado en su cuerpo. Ibid., p. 335

[76] Ibid., p. 336

[77] La amalgamación era el proceso para extraer la plata de la roca, servía para sacar toda la plata de los minerales cuando se utilizaba mercurio. Era necesario que el azoguero fuera un experto, para conocer el momento exacto en que se debía de agregar a la torta, cal o sulfato de hierro. En Guanajuato se había logrado tener éxito con este proceso, amalgamaban minerales que tenían ¾ de onza de plata por quintal; en cambio en la hacienda de beneficio de Regla, cercana a Pachuca, las lamas se echaban al lavadero antes que el mercurio hubiera extraído la plata que contenía la torta. Entre los mineros y sus trabajadores corría el rumor de que el anterior propietario de la mina de la Vizcaína había arrojado gran cantidad de plata al río, al desechar los residuos del beneficio. Ibid., p. 381

[78] Ibid., p. 374

[79] También se les conocía con el nombre de harinas minerales

[80] También se les llamaba camalillos, por lo regular el horno tenía doce metros de largo sin chimeneas, con dos fogones

[81] En numerosos documentos coloniales se menciona la escasez de leña para las labores de la minería. Los bosques cercanos a los reales mineros fueron talados rápidamente, lo que ocasionó que los suelos se erosionaran y los manantiales se secaran. Esto se puede ver todavía en el paisaje que rodea a la ciudad de Zacatecas, Sombrete y Fresnillo, en el Real de Catorce, donde originalmente crecían álamos, encinos y robles. Actualmente sobreviven algunos manchones del arbolado que cubría la zona en época colonial.

[82] Si el mazo tenía de dos a cuatro gruesos de basalto se llamaban piedras voladoras, que giraban en un círculo de nueve a doce metros de circunferencia. Ibid., p. 374

[83] Ibid., p. 374

[84] El patio o galería tenía el piso cubierto con baldosas de piedra para conservar el mineral. Ibid., p. 375

[85] Con el nombre de torta se designaba al montón de lama humedecida que se dejaba expuesto al aire libre, muchas veces tenía de veinte a treinta metros de ancho y cinco o seis decímetros de espesor. Ibid., p. 375

[86] Ibid., p. 375

[87] También conocidos como operarios de la amalgamación

[88] También conocida como de patio y por crudo

[89] Ibid., p. 376

[90] Estas formas de preparación química de los minerales se conocían como ensalmorar y curtir con cal o magistral. Ibid., p. 376

[91] Ibid., p. 377

[92] Ibid., p. 377

[93] Ibid., p. 377

[94] También llamados pasillas o copos

[95] Es decir  1-4/10 a 1-7/10 kilogramo de mercurio por kilogramo de plata.  Este método era conocido por amalgamación en crudo y de patio, es decir, en frío sin quemar los minerales y poniéndolos en un patio al aire libre.  Ibid., p. 377

[96] Ibid., p. 379

[97] A principios del siglo XIX esta mina llegó a producir en un solo año más de veinte mil quintales de mercurio. Ibid., p. 382

[98] Ibid., p. 384

[99] Ibid., p. 384

 

[100] Ibid., p. 385

[101] En 1796 y 1797 la  producción de oro y plata llegó a su máximo, alcanzando la cantidad de  25,644,00 pesos el primer año y 25,080,000 durante el segundo. Ibid., p. 385