Sincronía Invierno 1996
LA APRECIACIÓN DEL CINE: DOCENCIA, PERIODISMO CRITICO Y ALGUNAS ENCRUCIJADAS
Alfredo Naime P.
Me es difícil un tono demasiado formal
después de casi 19 años de docencia de cine frente a jóvenes
universitarios; aunque no me dio precisamente risa aquella lejana
ocasión en que una estudiante me protestó airada, a gritos, el
que yo hubiese solicitado vieran --según sus propias palabras--
"una película tan porno y asquerosa como FANNY
HILL", cuando yo les había pedido en realidad que se
acercaran a ANNIE HALL.
Tampoco puedo ponerme muy serio cuando en todos
estos años --créanme-- lo he visto y escuchado todo de los
alumnos; entre otras cosas las más variadas respuestas a la
pregunta típica de los cine-debates, que como todos sabemos es ¿y
qué les pareció la película? Algunas de las respuestas
más favorecidas, verdaderas perlas del intelecto de su
fogosa juventud, puedo ofrecérselas aquí:
* está que no manches...
* no me gustó el final
* la verdad está de pelos
* como que su tema ya está
* me encantó, aunque me dormí un ratito... muy trillado
* la inefable me gustó y no me gustó
* pues como que le falta algo
* la consentida es una gringada...
...y, por supuesto, la contundente y
definitiva: profesor, me debes 15 varos.
De cualquier forma, tengo la impresión de que
quienes enseñamos cine, quienes escribimos o investigamos sobre
él --caso de muchos de los aquí presentes-- difícilmente nos
cambiamos por alguien. Y es que si ya de suyo la docencia, la
investigación, el periodismo y la difusión son muy atrayentes,
pues tanto más si relacionadas con esa vocación y magia que es
el cine.
Pero entremos en la materia objeto de esta
intervención: la apreciación del cine. Tan desmerecida en
tiempos en que --con patente analfabetismo-- se ha facilitado
"poner en imágenes" gracias a la accesibilidad del
video y a la ductilidad de la computadora, la contemplación
sigue siendo no obstante el rasgo común y mayoritario de quienes
se acercan al arte cinematográfico. Y es que finalmente, en
cuanto al cine, casi nadie realiza, pero casi todos aprecian.
Sucede sin embargo que en ese apreciar ronda
un afán que no es ya, en cambio, ni común ni mayoritario:
hacerlo con fundamento. En conseguirlo confluyen, no única pero
quizá sí primordialmente, la docencia y la crítica
cinematográficas, en busca de una difusión que, ya se verá,
encuentra no pocas encrucijadas.
"Al cine se le aprende viéndolo y
haciéndolo". Esta idea, escuchada en innumerables
ocasiones y que acepto, sólo parcialmente se aplica al gran
público dado que esta abrumadora mayoría jamás va a realizar.
Así, no queda sino limitarnos a su posibilidad de apreciación
y de ahí derivar a algunas ideas que espero confirmar como
centrales.
Como sabemos, nunca como ahora la gente ve
cine, pero nunca como ahora la gente va menos al cine.
Esto de inmediato suscita una primera pregunta: ¿cómo llamar
con cabalidad a esos millones de almas que con fuerza se acercan
a directores, actores, temas, géneros y tendencias por la vía
del "cine encarcelado", en donde el preso es la
película y la cárcel la televisión? La ambigüedad de
ciertas aventuradas respuestas es con lo que, insuficientemente,
se cuenta hasta el momento.
Algunos dirán que esa gran cantidad de
personas no son sino, también, "cinéfilos", dado que
lo que ven desde la comodidad de sus casas son productos del arte
cinematográfico. Piensan otros que deben considerarse
"videófilos", pues a despecho de que ven películas,
lo hacen bajo códigos y condiciones distintas, no precisamente
favorables. Y otra cuestión a dilucidar sería preguntarse, de
todos ellos, si lo que les atrae fundamentalmente de la
experiencia es una adicción tal al cine que son capaces de
soslayar las limitantes de verlo envasado, o una adicción tal a
la televisión que cualquier programación que ésta les ofrezca
les es suficientemente atractiva, trátese de cine o no.
Ahora bien, en tanto que docencia es uno
de los intereses en torno al cine de este documento, cabe el
detenerse a reflexionar cómo se manifiesta lo anterior en ese
público delimitado y específico que es el estudiante de cine
--de un centro de enseñanza cinematográfica o de una facultad
de Comunicación-- que teóricamente está en pos del dominio de
su oficio, su lenguaje, su ser real e implicaciones. Nos
estamos limitando, recuérdese, a la apreciación.
Es un hecho que gracias al video es posible que
los jóvenes estudiantes conozcan obras que, de otro modo,
serían inaccesibles (no hallables) o inmanejables (por falta de
condiciones para proyectarlas). Incluso, secuencias o fragmentos
seleccionados de los más valiosos filmes pueden ser --para su
análisis y lectura detallada-- repetidos, detenidos,
manipulados, hasta una especie de recreación cuya
autoría no está ya en el cineasta, sino en el concienzudo
observador. Todo esto, claro, redunda en beneficios para la
enseñanza del cine el en aula.
En sentido contrario, sin embargo, hay que
decir que el efecto de lo que así (en video) se ve en dichas
sesiones académicas, no es el mismo que se habría vivenciado
desde una pantalla cinematográfica. La razón es simple: cine y
televisión no son iguales, sino medios profundamente distintos.
A este respecto, el artículo "Psicofisiología del Cine y
la Televisión", de Dimitri Balachoff --aparecido en Image
Technology de marzo de 1992--, es aguda y profusamente
expresivo. Tanto, que una de las conclusiones es, más o menos,
que al ver películas por t.v. la gente no ve lo que cree ver,
sino sólo las sombras de la película.
Atendiendo a lo anterior, es comprensible una
degradación global en impacto, emoción, identificación,
afectividad, vivencia, que debe provocar sin duda que hasta el
más ávido estudiante se pregunte de dónde es que ha surgido la
inflamada pasión de su profesor de cine por este o aquel filme.
Concluirá de seguro que su mentor, simple y llanamente, ha
exagerado, y bastante. Bajo ese juicio, créanmelo, se hace
difícil cualquier proceso formativo que uno deseé basar en la
convicción.
A la luz de los patentes "pro" y
"contra" arriba expuestos, conocer cine en video se
constituye en una encrucijada; y creo será el purismo o
la desesperación de cada profesor la que habrá de
resolverla hacia uno u otro lado, desalentando o recomendando a
sus estudiantes en la confianza de acceder a los grandes ejemplos
cinematográficos por la videocassetera.
Antes de volver con algunas salidas a la
encrucijada anterior, permítaseme exponer una segunda en
relación con la docencia del cine. Veamos...
Sea cine-cine o cine en video, es un hecho que
el joven estudiante de cine se enfrenta a los grandes filmes
clásicos --sobre todo los que son auténticas lecciones
formales-- fuera de contexto. Es decir, le cuesta un esfuerzo
extra, muy agotador a veces, comprender qué tiene de especial
(¡ay, el exagerado de su profesor!) ACORAZADO POTEMKIN, EL
NACIMIENTO DE UNA NACION o CIUDADANO KANE. Como "hijos"
--sin casi conciencia de ello-- de la cultura audiovisual
contemporánea (espectacular, delirante, de alta tecnología), no
es extraño su desencanto ante obras maestras --magister dixit--
en las que, por más que buscan, no encuentran nada especial; al
menos no en una primera lectura.
Decía yo que este "síndrome
generacional" ocurre incluso en el caso de cine-cine, pero
es enormemente más patente en el aula frente a la película en
video, por las razones ya mencionadas en este mismo escrito. Así
pues, el docente se siente con frecuencia, mientras enfatiza o
explica alguna imagen, como un predicador en el desierto --un
desierto muchas veces repleto, curiosamente, de almas que en
verdad están interesadas-- en tanto que intuye la brecha
entre este público y aquel que en 1914, '25 o '41 veía
azorado y boquiabierto los logros que de Griffith, Eisenstein y
Welles arriba mencioné.
Está claro que si el profesor de cine tiene
conocimientos vastos, pero débiles templanza e imaginación, se
pone en riesgo de naufragar, las más de las veces renunciando a
una tarea que se le aparece de pronto como imposible: conseguir
que el alumno entienda la importancia de las imágenes a partir
de su propio contexto. Y si bien todos tenemos estudiantes
inspiradores, otros hay que harían claudicar al Santo Job.
Pero en verdad que, a despecho de este par de
encrucijadas reales (y por supuesto debe haber otras), no está
todo perdido. He aquí que, finalmente, el "público"
aludido y el arte cinematográfico son de una nobleza infinita;
tanta, que para uno no resulta difícil explorar alternativas e
intentar estrategias en busca de tropezarse menos en el proceso
de formación frente al cine.
Todo lo que va hasta el momento permite algunas
hipótesis para ser discutidas en las mesas de trabajo, y
apoyarlas u objetarlas resulta sólo un pretexto para encarar su
reflexión. Puesto que son hipótesis de trabajo y no
conclusiones, se vale que alguna sea antagónica de otra.
Procedo:
1) Para la docencia del cine, su presencia en
video es tan imprescindible, como prescindible para su
conocimiento cabal y su disfrute esencial. Es decir, se admite su
importancia como enorme conducto de difusión y como legitimador
del docente mientras habla, pero expuesto en "una prisión
de 21 pulgadas" (según idea de Billy Wilder) no lo muestra
en su ser esencial, con lo que sólo remite a él (acción
que, no obstante, en cierta medida zanja la frustración de disertar
sobre un ausente).
2) Es ilusorio suponer que gracias al video se
cumple en el aula una mejor formación cinematográfica. Tantas
son las diferencias de código y ambiente, que su aporte en el proceso no alcanza
a ser significativo. El invitado --el cine-- aparece
transformado por el recurso del video; así, ¿estará el proceso
educativo sustentado sobre bases firmes?
3) Ratificando que, como sea, como se consiga,
las dos maneras sólidas de aprender cine son viéndolo y
haciéndolo, debe entonces reconocerse que puntal para dicho
afán es, innegablemente, el recurso del video.
4) El principal obstáculo para el docente de
cine no estriba en otra cosa más que en la --radicalmente--
distinta "crianza" visual de las nuevas generaciones de
interesados en el cine, respecto de aquella de los cinéfilos de
las anteriores epocas de desarrollo.
5) Así como, con base en su tremendo arraigo
popular, no existen malos y buenos públicos de cine sino malas y
buenas películas, igualmente no hay estudiantes malos y buenos
de él, sino capacidades y estrategias adecuadas o inadecuadas
para su enseñanza.
Reitero: lo anterior son hipótesis de trabajo
en busca de desencadenar análisis grupales en foros como el que
nos ocupa. Ya veremos si la docencia del cine se beneficia de
caminos concretos que aquí, y a partir de ellas, puedan
generarse. Pero paso antes a la otra vertiente de mi
intervención, la crítica cinematográfica, que también ve
cómo su entorno debe arreglárselas con una que otra
encrucijada. Entrémosle...
La crítica cinematográfica, que se cumple por
la vía de cualesquiera de las modalidades del periodismo, es a
fin de cuentas un resultado más de la apreciación del cine;
pero de aquella a la que no le basta el mero disfrute, sino que
se ha impuesto como tarea valoración, explicación y
conclusiones del producto fílmico presenciado. En sentido
global, es quizá a partir de los 50's y los jóvenes escritores
franceses de los Cahiers du Cinemà que se entiende al
cronista cinematográfico más como un crítico de arte que como
mero relator de los aparentes méritos y deméritos de una
película.
Especialidad del periodismo, la
crónica-crítica fílmica debiera ejercerse por especialistas.
Pero como para crítico de cine no se estudia --y estudiar cine
para sólo garrapatear cuartilla y media parecerá ocioso a
muchos-- resulta que no siempre es así. Y puede que esté aquí
la primera encrucijada al respecto; quintaesencia de la difusión
orientada y la comprensión cabal del arte séptimo,
la valoración periodística del cine recae frecuentemente en
no-profesionales, quedando miles de lectores o escuchas expuestos
al azar de un chiripazo, de un desconcierto lastimoso, y hasta
del humor involuntario fruto de la falta de formación frente al
medio.
Ahora bien, el cronista de cine, sobre todo
aquel que no comprende ni dimensión ni límites de su trabajo,
suele permitir (o quedar a expensas de) que se le mire con
ópticas extremas: o como un Dios que representa la verdad
última y absoluta sobre la calidad cinematográfica, o como un
petulante que cree saberlo todo y enjuicia desde posturas
incomprensibles. Parecieran no existir matices intermedios en
este rango de imagen. Ambas posturas son igualmente imprecisas; y
tan míticas como conviene tanto a adoradores como a detractores.
Lo que parece acercarse a la verdad es que,
dado que no hay infalibles recetas para valorar un filme, quien
escribe de cine depende de su subjetividad, maneras y talento
para ir cosechando credibilidad. Y conseguirla es afán tan arduo
como el que más. Así, y porque las personas --hasta los
críticos-- son individuas, no se es tan bueno o malo porque sí
o por definición: arribar a la gloria o caer en el infierno
exige un proceso que cada pluma se va construyendo a fuerza de
agudeza (o no) en riesgosas, cuanto apasionadas, cuartillas.
Y de aquí desprendo una encrucijada más, en
relación con la crítica fílmica, para aquel apreciador
que desea ir sólidamente formándose frente al cine. Esta
encrucijada, de suyo distinta de la anterior, le está sin
embargo relacionada en cuanto a su preocupación de origen:
¿cuál es la crítica enterada, la que vale, y hasta dónde
vale? ¿cómo identificarla para depositarle mi confianza y/o
apoyarme en ella?
A manera de tratar de explorar respuestas para
estos cuestionamientos, permítaseme intentar una especie de Decálogo
del Crítico Etico --que es el buen crítico-- con la
esperanza de que algo oriente al respecto. Y se justifica porque,
no se olvide, el comentarista de cine --me refiero al
especialista-- es un autor cuya personalidad y capacidad (o
incapacidad) de "lectura" de las imágenes, han
acompañado a por lo menos cuatro generaciones de cinéfilos por
todo tipo de celuloide. Sea pues el decálogo:
* Dignificarás a tu actividad reconociéndole su dimensión exacta: ni es ley divina, ni es ejercicio ocioso o inútil por definición.
* Porque estás al nivel de tu público, comentarás con la modestia de esta perspectiva igualitaria; no con la soberbia de una falsa superioridad.
* Sólo comentarás los filmes que veas; cualquier otro "origen" referencial, si único, sustenta un fraude.
* Tu comentario destacará a la película, no a tu persona.
* Llegarás antes de la primera imagen o el primer crédito; te marcharás después de la última o último.
* La verdad de tu pluma tendrá como únicas rectorías la realidad de la película analizada y el respeto por el público que te sigue.
* La mayor bondad de tus apreciaciones no radicará en conceptos de bueno o malo, sino en reflexiones de por qué bueno o por qué malo.
* Tu trabajo se hace importante en los juicios que generas tras de una proyección, no en los prejuicios que te acompañan antes de ella.
* Lo que juzgas son eventuales valores o antivalores en la pantalla; simpatías y antipatías, conveniencias y amarguras personales, quedan aparte.
* Buscarás descubrir lo sutil y no repetir lo
evidente; en esto radica la valía de tu crónica en vez de su
superficialidad.
A manera de complemento, como antídoto
perfecto para la detestable vanidad, una aseveración en la que
creo por completo: el mejor crítico de cine es el tiempo; tiempo
que revaloriza todo aquello que alguna vez escribimos sobre un
film --sin dejarle reposar a él, sin respirar nosotros--
presionados por la prisa de entregar una opinión
"especializada" antes del cierre de edición. ¿Les
suena esto familiar?
Concluyo esta participación asumiendo mi
carácter de académico universitario convencido de que el cine
debe estar cada día más --y cada vez más sólido-- en las
Universidades. Cuando en la Universidad decimos a los alumnos que
una cinta "vale la pena", pareciera significar que la
consideramos capaz de desarrollar, en quien la ve, la creatividad
--una película se crea y se recrea-- y la interpretación
--de una situación política, social, económica, cultural,
etc.--. Pero en realidad el docente sólo facilita los marcos
teóricos (y sus modalidades) para la mejor comprensión de lo
que se ve. Y si en efecto es la Universidad el espacio en donde
uno se forma y crece en libertad, que sea entonces
el estudiante, en ejercicio de esa libertad, quien decida la
validez (ética, estética, verdadera) de aquella película que,
le hemos dicho, vale la pena.
Así, propongo en este foro que se incentive en
nuestras Casas de Estudios no sólo la docencia cinematográfica,
sino la reflexión de la relación cine-universidad a partir de
temas como: los porqués de la presencia del cine en la
Universidad; las características de la enseñanza universitaria
del cine; las posibilidades y alcances del cine argumental y
documental como apoyos académico y docente; las diferencias
propias del cine y el video, y las diferencias de su manejo en el
aula; el papel de las escuelas de cine en la formación de los
nuevos cineastas mexicanos destacados; la filmografía esencial para
la Educación Valoral Universitaria y sobre la Educación
Universitaria, y la bibliografía sobre la relación
Cine-Universidad y el peso de su presencia.
Ojalá que algo de lo aquí expuesto redunde en
algún tipo de beneficio para ustedes, que han tenido la
paciencia de escucharme.
Cd. de México, 26 de septiembre de 1996
1er. Encuentro sobre la Enseñanza y la
Investigación del Cine en México.
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