Congreso
Internacional de Sociocrítica
Univ. de Guadalajara México
5 al 7 de octubre del 2000
... la condición colonial consiste [...] en negarle al colonizado su identidad como sujeto,
en trozar todos los vínculos que le conferían esa identidad y en imponerle otros que lo
disturban y desarticulan, con especial crudeza en el momento de la conquista [Se trata de] la índole abigarrada de un sujeto que [...] resulta excepcionalmente cambiante y fluido, pero
también o mejor al mismo tiempo- del carácter de una realidad hecha de fisuras y
superposiciones, que acumula varios tiempos en un tiempo , y que no se deja decir más que
asumiendo el riesgo de la fragmentación del discurso que la representa y a la vez la
constituye.
Antonio Cornejo Polar
...
contradicciones fundamentales [...]
caracterizan al sujeto cultural
colonial. Despojado de sus derechos, exiliado para siempre de la que creía su patria [...] este sujeto descubre al mismo tiempo la vacuidad y
la soledad que se venía ocultando a sí mismo detrás de los señuelos de un supuesto
proceso de sincretismo.
Edmond Cros
Reúno acá la voz y la especulación de estos
dos estudiosos de la literatura y de la cultura cuyas indagaciones sintetizan una
concepción de larga trayectoria en el pensamiento occidental y, también, en la
crítica cultural latinoamericana[1], aquella que encuentra en
toda forma de manifestación humana los huellas de su propia memoria social, las marcas
indelebles de su contradictoria constitución histórica y la forma de extraversión de
sus insondables desencuentros. Para esta manera de concebir la producción social, en esa
memoria y en su discursivización, la realidad se propone como una ríspida
encrucijada entre lo que es y el modo según el cual el sujeto la construye como morada
apacible, espacio de contiendas o purificador, pero desolado valle de
lágrimas: como horizonte único y final o como tránsito hacia otras dimensiones
transmundanas (Conejo Polar, 1994:22).
Reúno acá la voz de estos dos
estudiosos que, según se desprende de sus escritos, se encuentran vinculados por un
idéntico compromiso ético con la sociedad a través del objeto de estudio, proponiendo
un lugar de riesgo para el discurso académico de Occidente y, en particular, de América
Latina. Los reúno porque me interesa como latinoamericana- poner en evidencia de
qué manera en nuestros días, en los que avanza la insignificancia
(Castoriades, 1996), se hace más imperioso que nunca asociar productivamente las
propuestas y las apuestas que marcan un posible rumbo descolonizador para las culturas
colonizadas.
Es más, la convocatoria que nos reúne
privilegia la discusión sobre la construcción del sujeto cultural colonial y
no es otro que ése el eje alrededor del cual han girado las indagaciones de Antonio
Cornejo Polar y el motivo central de las construcciones últimas de Edmond Cros. Se trata,
en ambos casos, de la instancia de culminación de un largo recorrido que, partiendo de
incitaciones distintas, arriban a similares encuentros. Mientras Cornejo Polar se pregunta
desde sus primeras indagaciones por la formación de la tradición literaria en su país,
es decir, por la generación histórica de la cultura nacional incorporando
sus olvidos (el gran grupo indígena), Edmond Cros como hispanista-
interroga a los textos de la cultura para descubrir en sus tramas profundas la génesis de
la memoria, en la que ocupa un lugar preeminente el rol de las formaciones sociales. Ambos
-situados en ese lugar de enunciación compartido- convergen en la visualización de las
formas por las que se constituye un sujeto cultural colonial múltiple,
complejo, heteróclito (Cornejo Polar)-, en el que subsiste la crisis inicial de identidad
(Cros) y que trasciende la cronología de la conquista, modalizándose durante la
modernidad ilustrada para reconvertirse, en los tiempos de la desesperanza posmoderna,
como reafirmación de aquel sujeto sujetado por voluntad de distintos pero
convergentes imperios.
Me interesa indagar en la crítica cultural latinoamericana por cuanto es en ella que se articula la alternativa sociocrítica tal como acá la sostenemos. Si sólo centramos nuestra atención en las perspectivas que más se han generalizado desde antes de la segunda mitad del siglo pasado, relevamos que todas ellas han centrado su interés en las formas por las que las prácticas sociales y discursivas de este lado del continente podían diferenciarse de las de las culturas fuertes, aquellas que las sometieron a larguísimos procesos de reproducción de sus formas de conocimiento y a sus lógicas de organización del mundo. Tales esbozos se propusieron a sí mismos como alternativas a la hegemonía institucionalizada y convalidada por los aparatos académicos y, a la vez, como políticas culturales de resistencia.
Este momento generativo es considerado
por Niel Larsen (1999) como la propuesta de un primer historicismo, en el que
se gestó la teoría de la dependencia iniciada con Mariátegui en el espacio de lengua
española y con O. de Andrade en el Brasil, para
desagregar[se] ya en los últimos escritos de Angel Rama (ibid) y en las propuestas
nacionales de Antonio Cándido. Sin duda, el pensamiento más revulsivo lo constituye la
gesta de Roberto Fernández Retamar quien, desde el marco de la revolución
cubana, incita a la construcción de una teoría literaria latinoamericana
(1995)[2] como instrumento de liberación intelectual que
acompañe adecuadamente a la definitiva independencia económica y política. Es, en
síntesis, la búsqueda de la autodeterminación intelectual a través de la construcción
de modelos regionales de conocimiento, proponiendo a la cultura popular como alternativa
de la metropolitana para romper, por esas vías, con
los lazos del colonialismo intelectual[3].
Pero esta propuesta, estrechamente
vinculada a los movimientos sociales y políticos de esos años, se vuelve sobre sí misma
y homogeiniza la complejidad cultural latinoamericana cerrándose en una especie de
nacionalismo defensivo, un nacionalismo latinoamericano. Esto es
posible, en gran medida, por la exaltación de los roles del crítico y del escritor que
aparecen como los formadores de la conciencia social y de la identidad, con un efecto real
en el imaginario colectivo. El latinoamericanismo -afirma el filósofo colombiano
Castro-Gómez- en tanto que conjunto de discursos teóricos sobre lo propio
elaborados desde la ciencia social e incorporados al proyecto decimonónico de
racionalización jugó como un mecanismo panóptico de disciplinamiento
social (1998: 200). A mediados del XX, se va delineando [...] desde la
letra un mito que todavía nos asedia (y nos construye) sin quererlo: el mito de la
América mágica [...] que ha sido apropiado por grupos (no letrados) de todos
los colores para legitimar y defender sus aspiraciones políticas (Ibid.: 202).
Todo ello, en muchos casos, adhiriendo
a los principios teóricos de la estética materialista y con algunas propuestas
metodológicas que adscriben al enfoque dialéctico
para postular la emergencia del hombre nuevo en un continente
liberado de la sociedad capitalista. Sin embargo, se trata todavía de la
apropiación de un paradigma que, en última instancia, sólo podía responder a la
cultura local con las formalizaciones de la vanguardia estética: las estrategias
transculturadoras a lo Rama, las realidades maravillosas a lo Carpentier o las fugas
mágicas a lo García Márquez no significaron mucho más, desde el punto de vista que
acá interesa, que las conciliaciones negociadoras ofrecidas por la teoría del mestizaje
que combatían.
Este primer historicismo y a pesar de su teleología- no rompe con los lazos que lo unen a la herencia colonial ya que se mantiene dentro de la epistemología que adjudica la producción de conocimiento sólo a las culturas centrales que tienen a las periféricas como su objeto y, por lo tanto, consideradas sólo con capacidad para recibir y reproducir el conocimiento ajeno (Mignolo, 1995).
Son, precisamente, los aportes de las teorías devenidas del pensamiento
posmoderno -uno de cuyos pilares de sostén es el relativismo cultural- los que incitan a
pensar en las condiciones de producción crítica y teórica en América Latina. Los
hallazgos de este discurso (posmoderno, poscononial, posoccidental)
parecerían proponer respuestas para la conflictividad de las culturas dependientes, una
vez más como propuestas salvadoras, por lo que resulta válido preguntarse
hasta qué punto no se trata de una nueva forma más enmascarada, menos abiertamente
agresiva- de generación de colonialismo intelectual.
Dentro de este paradigma emergen los Cultural Studies[4] que circulan desde mediados del siglo pasado, y colocan a los estudiosos de las culturas latinoamericanas en una nueva encrucijada, pues vienen a convalidar un posicionamiento que fue siempre marginal y alternativo y que, como tal, no encontró validación en el campo científico. Tal como se ofrecen desde la academia norteamericana para los estudios latinoamericanos en sus diferentes manifestaciones, significan un importante cambio desde la propuesta inicial inglesa, pues pierden su dimensión política de sustitución para las izquierdas después de la caída del Muro de Berlín, para transformarse en una herramienta meramente académica, cuando no de consecución de espacios de poder por la incorporación de las minorías al objeto de estudio. Esta concepción y estos procedimientos se han trasladado al espacio latinoamericano donde como tantas veces antes en su historia- se transforma en una moda intelectual, lo que pone en evidencia -parafraseando a W. Benjamin- su valor de mercancía.
Pero esta nueva moda no sólo trae consigo la obsolescencia, cuando no el olvido, de los grandes paradigmas críticos del s. XX (el fetiche de la muerte de los grandes relatos y, dentro de ellos, la del latinoamericanismo) sino también la exaltación del lenguaje, pues lo real se transforma en un mero juego discursivo con lo que la conflictividad social queda reducida a sus juegos. Es decir lleva a olvidar que como postulan Cornejo Polar y los estudios sociocríticos a la manera de E. Cros- el lenguaje es una forma de mediación, entre otras, por la que lo textual construye el mundo. Por aquella vía, los textos se leen en su mera inmanencia, se desarticulan de sus condiciones sociales y se transforman en abstracciones de las reales contradicciones del sujeto cultural que queda así desenmarcado de las políticas que condicionan su vida cotidiana.
Esta forma de aproximación a las producciones simbólicas es particularmente grave en espacios en los que la situación colonial tiene una existencia de larga duración. Porque como explicita el teórico argentino Walter Mignolo- la colonialidad del poder y del conocimiento no se reduce al período así llamado sino que se extiende hasta nuestros días, en un largo proceso de cambio de manos del mismo poder. Es esa fuerza la que produce la diferencia colonial en la que se genera un sujeto fracturado en su identidad, valorado negativamente por el discurso hegemónico que clasifica al mundo según un propio sistema geopolítico, de configuraciones raciales y de estructuras jerárquicas de comprensión y de conocimiento, según señalaba más arriba (Mignolo, 1999). Como argumenta también el sociólogo peruano Aníbal Quijano, la colonialidad geopolítica del poder y la dependencia histórico-estructural sólo pueden producirse desde una hegemonía eurocéntrica como perspectiva epistemológica (1997:117).
La nueva forma de colonialismo intelectual -la era global impulsada por el capitalismo de mercado- orientada a promover una sociedad de consumo, incrementa las diferencias entre centro y periferia, entre poderosos y sometidos, entre unos y otros, (aunque el discurso teórico quiere borrarlas), vaciando de sentido a la cultura para dejar el centro de la escena a la industria cultural y sus manipulaciones. Parecen cumplirse así, acabadamente, las proyecciones que sostenían los maestros de Frankfurt, situación que Castoriades describe casi apocalípticamente:
En el plano de la creación cultural [...] es imposible subestimar el avance
del eclecticismo, del collage, del sincretismo invertebrado y, sobre todo,
la pérdida de objeto y la pérdida de sentido, yendo a la par del abandono
de la búsqueda de la forma, la forma que es siempre infinitamente más
que forma [...] Se están realizando las profecías más pesimistas [...] Están siendo teorizadas en un conformismo autocomplaciente tan arrogante como estúpido... (1996: 249).
Las respuestas sociocríticas
en el fin del milenio
Ante
todo ello, se vienen articulando algunas respuestas positivas, las que se postulan desde un segundo historicismo[5],
y que buscan generar un sujeto social y gnoseológico descolonizado . Es desde aquí que se hace posible una
crítica a la situación colonial del conocimiento como la que realizaba más arriba; y
es, por lo tanto, donde se constituye el programa de Cornejo Polar, cuyos estudios de las
literaturas andinas en las que se intersectan conflictivamente más de dos universos
socio-culturales (1998: 16), se orienta desde tres núcleos problemáticos:
discurso, sujeto y representación que por cierto están honda y mutuamente
imbricados y se articulan, a la fuerza, con otros que tanto se instalan en la sociedad
misma cuanto en diversas dimensiones discursivo-simbólicas (Ibid.: 17).
Otros intelectuales latinoamericanos
obsediados por la necesidad de construir una ética de la crítica más allá del mero
textualismo posmoderno y de las restricciones ideológicas y metodológicas
del primer historicismo, adelantan también sus especulaciones. Pienso en las búsquedas
de desajenación de la cultura (como la significa el brasileño Roberto
Schwartz); en la incorporación de las prácticas culturales historizadas (a la manera de
Carlos Monsiváis en México); en las articulaciones y la constitución de las identidades
locales con pretensión de validez universal (en indagaciones como las que dirige el
argentino Ricardo Kaliman); en la metacrítica de orden ideológico-político (como la
generan el chileno Grinor Rojo y el boliviano Guillermo Mariaca Iturri); en la concepción
radial de la cultura (según las sugerencias del peruano Raúl Bueno); en los
desmantelamientos de la crítica moderna (a la manera del uruguayo Hugo Achúgar); en los
análisis etno-culturales (como los desarrolla el caribeño Edouard Glissan). Señalo
estas líneas a la manera de indicadores de este lugar de enunciación, como apuestas descolonizadoras dentro del segundo
historicismo. Estos desmantelamientos de la imagen construida por la crítica de la
modernidad han sido posibles desde un movimiento teórico que, fundamentalmente, afirma su
base histórico-materialista para reconocer el carácter enajenante que dominó el proceso
de su formación identitaria.
Nos encontramos, así, explorando la formación de este sujeto cultural con la colaboración de categorías explicativas como las que ofrece la actual teoría sociocrítica. Ésta se perfila hoy como una reconstrucción de los estudios ofrecidos por el materialismo histórico, pero reorientada a considerar la naturaleza y el estatuto de la escritura entendida como un engendramiento de formas y no como una creación condicionada por determinaciones externas, reductiva del sentido a la mera dimensión sociológica en la estrechez interpretativa de la lucha de clases. Al considerar al discurso como una estructura de mediación, la dimensión de lo social se entrama en las formas textuales que requieren ser leídas desde dentro, para reconocer el espacio de contradicciones en donde lo individual tropieza con las prescripciones y proscripciones preexistentes.
Renovada también por el aporte singular del psicoanálisis, esta mirada adquiere la posibilidad de aproximar estrategias de análisis que relacionan las construcciones anteriores sobre el imaginario social a las formas del inconsciente para generar, desde allí, un más adecuado proceso de hermeneusis. Ello posibilita, simultáneamente, reconocer en las formaciones socio-históricas , como solicita Cornejo Polar la índole abigarrada de un sujeto que [...] resulta excepcionalmente cambiante y fluido, pero también [...] del carácter de una realidad hecha de fisuras y superposiciones, que acumula varios tiempos en un tiempo , y que no se deja decir más que asumiendo el riesgo de la fragmentación del discurso que la representa y a la vez la constituye (1994).
Es la lectura de esa fragmentación discursiva lo
que abre una mirada atenta a las minorías
sociales, descentralizadora, que puede aproximar alternativas a los problemas
característicos de las culturas latinoamericanas. Al preguntarse por cómo lo social llega al texto
a cualquier tipo de texto- la
investigación responde orientando a la detección de los discursos sociales (forma de
decir el deseo) y del discurso social (por el que habla el sujeto de la cultura). Se
entiende que el (los) discurso(s) se pone(n) entonces, en texto, a la manera de un collage polifónico o
de un palimpsesto; por ello el trabajo sociocrítico requiere buscar la
condición de su legibilidad, indagando en los procedimientos por los que transforman y
absorben la discursividad social (Barei et al., 2000). Estas prácticas sociales y
discursivas dice Cros- pueden ser analizadas como conjuntos susceptibles de una aproximación semiótica y poner así de
manifiesto las articulaciones que las estructuran (1996: 157).
Pero, y en lo que concierne a los problemas que
se nos plantean en este fin de siglo, tal vez la categoría más relevante para los
intereses de las culturas latinoamericanas es la de representación histórica y
social que, junto a la de sujeto y a la de discurso, ya
explicitadas, desempeñan un papel fundador. (Cros, Ibid.: 158). En efecto, como también
postula Cornejo Polar
... el sujeto individual o colectivo no se construye en y para
sí; se hace, casi literalmente, en relación con otros sujetos, pero también (y decisivamente) por y en su relación con el mundo. En este sentido, la mímesis no se clausura en
su función re-presentativa de la realidad del mundo [...]; más bien, en cuanto construcción discursiva de lo real, en la mímesis el sujeto se define en la medida en que propone
como mundo objetivo un orden de cosas que evoca en términos de realidad
independiente del sujeto y que, sin embargo, no existe más que como el sujeto la dice [...] En otros términos, no hay mimesis sin sujeto, pero no hay sujeto que
se constituya al margen de la mímesis del mundo (1996: 22)[6].
La extensión de la cita se justifica
en la medida en que subraya la función mediadora del lenguaje y la importancia de lo
real-social en el seno mismo de las producciones simbólicas de la cultura. En tanto
materialista, esta propuesta crítica no postula la inexistencia de lo real; al contrario,
sostiene que sin lo real no hay valor textual, pero que la realidad no habla por sí
misma, sino tamizada por el filtro del lenguaje en sus múltiples códigos. Como sostiene
Cros, la noción de representación se reduce a las prácticas sociales, generadoras
ellas mismas de prácticas discursivas (1996:
157).
Es también por el lenguaje que la memoria se
construye en el texto, proponiéndose como núcleo activo desde donde se produce el
sentido en la interdiscursividad. Por eso el
texto es una producción semántica, a la vez individual y social, que redistribuye
(actualiza) textos anteriores en simultaneidad con lo real, articulando así
textualidad y socialidad.
Por otra parte, y dentro de la positividad de los aportes posestructuralistas, brinda a los investigadores un importante abanico de transformaciones. Estas van desde la ampliación del objeto de estudio de los especialistas en la disciplina tradicional llamada literatura, hasta la incorporación de otros tipos de soporte; desde la unidireccionalidad metodológica al abordaje transdisciplinario; desde la adscripción a nuevas confrontaciones epistemológicas, hasta la relocalización de valores como los de nacionalidad y pertenencia.
Así es posible estudiar, por ejemplo, la literatura y el cine como grandes textos sintomáticos de la conflicitividad social, extensibles a toda producción de carácter espectacular (ritos, fiestas populares, pictóricos) no considerados importantes por las culturas dominantes y, simultáneamente, sin caer en los clishés del discurso populista de nuestros días que pretende borrar las diferencias ideológicas entre cultura de elite y cultura popular; por lo contrario, se trata de sostener una más auténtica crítica de las ideologías. En Argentina, desde algunos grupos de trabajo, se vienen ofreciendo estudios de esta naturaleza que abren nuevos espacios para la explicación y la comprensión de las fuertes contradicciones que fracturan al sujeto cultural, mostrándolo como altamente heterogéneo[7].
Es
por ello que hoy estos enfoques se distancian tanto de las restricciones del marxismo
ortodoxo como del textualismo posmoderno, sin dejar de proponerse como una episteme
histórico-materialista y, al mismo tiempo, como una analítica del lenguaje.
* * *
Los estudios latinoamericanos, como he querido
exponer hasta aquí, pueden ofrecer -desde la perspectiva del segundo historicismo-
respuestas más ajustadas a los problemas que históricamente se generaron como
consecuencia de la situación colonial.
La esquizofrenia del sujeto latinoamericano de conocimiento que persiguió la identidad cultural y, al mismo tiempo, se mimetizó con el otro, con la(s) culturas(s) dominantes, le ha impedido relevar positivamente la diferencia desde la que podía reconocerse. Es con estas tomas de posición -que no reniegan de su tiempo sino que lo resignifican, incorporando al campo de estudio la heteróclita formación de las culturas- que los intelectuales latinoamericanos puedan asumir su responsabilidad ética dejando de considerarse despojado[s] de sus derechos [y] exiliado[s] para siempre de la que creía[n] su patria (Cros, 1997).
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[1] La crítica cultural o teoría crítica tiene un importante desarrollo en América Latina. En ella se produce una adhesión casi incondicional a los principios de la Escuela de Frankfurt sobre la base de una crítica de la negatividad y de clase dentro de la cultura industrial capitalista.
[2] Sus apelaciones se gestan en la decada del 60, se consolidan en los 70 y se mantienen con algunas pocas trasnformaciones exigidas por los tiempos, hasta el presente. Cfr. Palermo (2000).
[3] Cfr. también Mariaca Iturri (1993). Por su parte, Cornejo Polar organiza el preceso de producción crítica en tres grandes momentos: a) del cambio, por la vía revolucionaria de los 60, b) de la identidad latinoamericana buscada en la diferenciación y c) de la reivindicación de la heterogeneidad cultural y social (1995:12-13)
[4] Su genealogía nos remonta a la Inglaterra de 1956 de la mano de Raymond Williams, William Hoggart y Stuart Hall que en ese momento se distancian del marxismo dogmático para adoptar lo que llamaron uan versión compleja y crítica, abriéndose a formas del poestructuralismo y del posmarxismo (Cfr. Grüner, 1998).
[5] Sigo otra vez acá a Eric Larsen
[6] El destacado es mío.
[7] Silvia Barei (2000) orienta, en la Univ. de Córdoba, análisis de textos periodísticos, publicitarios, en historietas y en la red mediática. Ese mismo grupo había ya incursionado en producciones grupales como el teatro callejero. En la Univ. de Salta generamos estudios de textos periodísticos buscando en ellos la formación de la identidad local, a la vez que se analizan prácticas colectivas de carácter religioso y de intercambio comercial que van perfilando lo identitario en su génesis (Palermo e al., 1999; Palermo, 2000).
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