Sincronía Otoño 2000


Estructura mundial de la pobreza. Visiones, indicadores y políticas tras diez años de Desarrollo Humano


Miguel Ángel Mateo Pérez
Dpto. Sociología II. Ap. 99, E-03080
Universidad de Alicante (España)
Tel. +34965903400 ext. 2907

ma.mateo@ua.es


RESUMEN:

Desde hace algún tiempo venimos reflexionando sobre qué es la pobreza y cómo medirla. Y aunque nunca se ha llegado al consenso general, al menos por lo que respecta a la pobreza como realidad mundial, sí se ha llegado a una confluencia de discursos. Estos discursos sobre la pobreza mundial ,que desde 1940 hasta nuestros días afrontan el análisis de una realidad cambiante, han inducido las políticas de lucha contra la pobreza a ese nivel. Desde el Banco Mundial hasta el PNUD abordan desde diferentes posiciones su estudio y su prescripción. En este artículo se analizan cuatro visiones sobre la pobreza como realidad mundial para concluir con el análisis de la perspectiva del Desarrollo Humano cuando se cumple una década de su formulación teórica y empírica.


DISCUSIONES Y ALGUNAS PREGUNTAS.

Discutimos el concepto de pobreza en un momento histórico del sistema capitalista en el que precisamente las situaciones de exclusión son más visibles y evidentes que hace una década (Room 1995 ; Martínez 1999). Así nos lo muestran las estadísticas por ejemplo de la ONU. Y organismos internacionales nada sospechosos como el Banco Mundial preparan ya sus informes sobre la pobreza mundial de cara al 2000 (WB 1999).

Discutimos y no somos capaces de ofrecer una definición consensuada e integradora de la complejidad que supone el concepto de pobreza. Desde los países centrales vemos las relaciones entre renta (gasto, ingreso) del hogar o de la unidad familiar tradicional con estar o no estar dentro de un umbral que determina ser calificado como pobre. No es difícil el realizar el ejercicio para España, por ejemplo.(INE 1996) Tampoco lo es para el conjunto del planeta desde una perspectiva comparada (Gottschalk y Smeeding 1998). Varían las fuentes, pero la lógica es la misma. Pero no podemos comprender que en las economías de trueque (que dicho sea de paso, cada vez son menos) no tiene sentido hablar de diferencia de rentas como elemento clave para entender la insatisfacción de las necesidades. Pero quizá me estoy adelantando a cuestiones que más tarde retomaré.

La variable renta per cápita, por ejemplo o niveles de gasto e ingreso, es concebible precisamente desde nuestro punto de vista occidental. No tiene sentido la comparación entre unidades cuando las variables son operativizadas y entendidas (social y empíricamente) de formas distintas. Más aún cuando los datos agregados a nivel mundial, provienen de los estados (estadística y estado proceden de la misma raíz etimológica).

Es posible discutir los datos sobre niveles de educación (en particular sobre los años de escolarización y las tasas de fracaso escolar) proporcionados por el gobierno de Ghana. O por el boliviano. O por el español. Digamos que la educación universal no aparece definida e interpretada de la misma forma por los estados citados. Sin embargo, no utilizarlos tampoco es la solución. Una cuestión interesante que se desprende de los datos globales ofrecidos por los estados y recogidos por organismos internacionales, es que nos permiten muchas veces establecer pautas y consideraciones generales, (globales, como ahora se diría) que no tienen por qué despreciarse. Ese es el caso de los datos ofrecidos para las mujeres en el análisis global de su calidad de vida, por ejemplo.

Y aunque este trabajo no está orientado hacia la crítica (o alabanza) de los indicadores existentes para la caracterización de las realidades sociales en cuanto al desarrollo, no podemos negar la importancia de los éstos (en especial los sintéticos como el IDH o IPH) como inductores en la interpretación de la realidad. Y como elementos a tomar en cuenta a la hora de establecer estrategias políticas en la lucha contra el maldesarrollo.(Tortosa 1993)

Constatamos que el sistema mundial capitalista actual es tiene un componente estructural (entendido como regularidad en la complejidad y el cambio) de desigualdad sobre el que se fundamentan la mayoría de los procesos sociales (Wallerstein 1997, cap. 2). Es evidente que, si atendemos a visiones gráficas muy sintéticas y ya muy utilizadas, hay países centrales (ricos, norte), semiperiféricos (no tan ricos, no tan del norte) y países periféricos (pobres, sur). Y dentro de cada estado o país se reproduce el esquema en unidades subestatales y en otro tipo de unidades que no tienen que ver con el estado y que siguen cierta dinámica impuesta, por decirlo así, por el sistema mundial en sus interacciones y relaciones (Tortosa 1997a). El problema es, una vez más, la unidad de análisis, porque ni el estado es igual a la nación, ni la nación es igual a la sociedad ni la sociedad en su conjunto supone la representación abstracta de todos los grupos que en ella convergen.

La desigualdad, me gustaría subrayar su carácter de social, entre las unidades que tomemos como referencia, es una condición necesaria pero no suficiente para entender la pobreza (Mateo 1997; Tezanos 1999). Porque la asimetría, por ejemplo, en el PIBpc cuando comparamos estados, es reflejo del agregado y no sabemos cuál es su distribución entre los miembros de ese mismo estado (aunque es calculable mediante otros indicadores sintéticos como el índice Gini) y lo que parece más grave, no sabemos cuál es su traducción real en cuanto al bienestar de la población de referencia. Sí hay aproximaciones empíricas ya desde 1920 en las que se relaciona la pérdida de bienestar social con el hecho precisamente de la desigualdad (índice Dalton), aunque esto no es objeto de estas páginas.

No sabemos si realmente treinta dólares por persona y día en Angola permite obtener los insumos calóricos necesarios para una nutrición dentro de los parámetros de la FAO (3000 calorías para los hombres, 2200 para las mujeres). Muy probablemente estos insumos no se puedan obtener a través de un mercado monetario, únicamente accesible por las elites locales (Tortosa 1993, cap. 2) en clara concomitancia con los circuitos comerciales del resto de elites mundiales. Y la cuestión del consumo, como veremos más tarde y haciendo referencia al último informe sobre desarrollo humano del PNUD, es clave para entender los procesos de empobrecimiento.

Y dentro de esta confusión y crítica con respecto a la realidad empírica que nos rodea, tenemos la sensación, yo creo que compartida, de que la pobreza a escala mundial en esta década de los 90 que ya termina se ha incrementado cualitativa y cuantitativamente. La explicación a mi entender, puede ser doble, o triple, depende de diferentes autores (Castro y Facal 1996):

somos capaces de "ver" y estudiar mejor la pobreza, es decir, hemos conseguido hacer visibles aquellos pobres (¿personas?, ¿países?) que antes no lo eran gracias a los avances en las investigaciones empíricas e indicadores sintéticos. Muy probablemente esto último sea lo que nos gustaría pensar, pero a mi juicio, está más ligado al signo del ciclo Kondratiev y a las características de los ciclos depresivos que a los avances científicos en la materia; y/o

percibimos un mayor volumen de pobreza mundial precisamente por uno de los rasgos definitorios de la misma: su carácter de proceso. Ahora, a finales de los 90 contemplamos, como una eclosión de la nada, el proceso de empobrecimiento de millones de personas gestado desde hace dos décadas como mínimo, fruto precisamente de la propia estructura mundial desigual.(Chossudovsky 1997).

Si esto es así, si en los momentos de crisis, percibimos más claramente la pobreza (precisamente porque quienes se mantuvieron en los límites de la satisfacción de sus necesidades ven imposibilitadas las mismas) y además se culmina (y reproduce) un proceso generacional de empobrecimiento, es conveniente cuestionarnos nuestros puntos de partida y exhortarnos sobre las limitaciones y potencialidades de nuestros instrumentos de análisis.

CUATRO VISIONES SOBRE LA POBREZA A ESCALA MUNDIAL

Aunque la visión de un mundo de pobres y de ricos es ciertamente antigua (basta remontarse a las misiones y su objeto evangelizador –pobres de espíritu- y aplicado aunque caritativo –asistir al enfermo, alimentar al hambriento… etc.- ) o al reparto mundial en el XIX con el sistema de las colonias, tampoco es menos cierto que no se tiene una visión mundial de la pobreza hasta entrado el siglo XX.

Esto se debe, desde mi punto de vista, a la consolidación precisamente de la unidad de análisis: el estado; y a la producción sistemática y más o menos fiable de datos empíricos comparables.

Visión 1. La pobreza como una realidad mundial

La pobreza a escala mundial "se descubrió", por citar de manera literal las palabras de Sachs, hacia 1940 en los primeros informes del Banco Mundial (Sachs 1992,161). La pobreza en aquellas condiciones era entendida como una operación estadística de carácter comparado (siguiendo las indicaciones de su principal artífice, Colin Clark) que afecta a los ingresos per cápita de los diferentes estados. Desde esta perspectiva se deriva una estructuración mundial de la pobreza muy clara: países de mayor renta vs países de renta inferior. Y un país pobre es el que queda por debajo de un determinado nivel de renta o umbral. Esta perspectiva, lejos en la actualidad de estar en desuso, ha sido completada con aportaciones empíricas y teóricas y continúa siendo una de las principales fuentes de información y referencia para la descripción (y tristemente) también para el análisis de la pobreza (Fisher 1992).

Visión 2. La pobreza absoluta. Niveles mínimos de vida

Sin embargo, desde el propio Banco Mundial y hacia el final de los años 60 y durante los 70, se produce una reconducción en el término "pobreza". Hablamos de pobreza absoluta y de niveles de vida (consumo de bienes y servicios) sobre los que pesa una clara delimitación o franja a partir de la cual se es pobre. Célebre es la cita (del nada sospechoso McNamara): "para finales del siglo debemos erradicar la pobreza absoluta. Ello significa en la práctica la eliminación de la malnutrición y del analfabetismo, el descenso de la mortalidad infantil y el incremento de la esperanza de vida de forma equivalente a los estándares de los países más desarrollados" . A parte de las implicaciones a nivel internacional que tuvo (y tiene) esta visión sobre la pobreza, también en esa dirección se encuadraron los estudios de Ornati 1966 y las políticas públicas que para el caso de los Estados Unidos, se enunciaron como "War on Poverty", durante el gobierno de Johnson, con los efectos ya conocidos (Danzinger y Gottschalk 1995). Por lo tanto, aquellos países (o grupos) que no cumplan con un mínimo vital establecido según parámetros occidentales, serán pobres. Esto es especialmente relevante si lo entendemos dentro del contexto hegemónico de los EE.UU en el sistema mundial. Por cierto, en la actualidad los Estados Unidos continúan construyendo sus umbrales oficiales de pobreza desde una perspectiva absoluta. Y el Banco Mundial sigue ofreciendo las cifras de los países más pobres en función del 1$ per cápita clásico. El problema es que son los utilizados de forma general para la confección de las políticas sociales y de lucha contra la misma, cuando muchas veces habría que añadir matizaciones en los datos para acercarse a una realidad un tanto más compleja (Hareman y Bershadker 1998).

Visión 3. El "otro desarrollo".

Pero es en la década de los 70, y más en concreto sobre 1975, cuando se empieza a hablar del "otro desarrollo" en términos más cercanos a lo que hoy podemos considerar proceso de empobrecimiento o una definición más amplia de desarrollo. Casi como un discurso paralelo y antagónico al oficialista de instituciones como el Banco Mundial, sus postulados se basan en la liberación como axioma fundamental, está orientado hacia la satisfacción de las necesidades humanas, tanto materiales como no materiales. Se fundamenta en la búsqueda de un equilibrio ecológico y en los procesos endógenos de crecimiento y cambios estructurales, mediante la articulación de lo macro con lo micro e incorporando a los diferentes análisis cuestiones novedosas o no incluidas con anterioridad, como por ejemplo el sector invisible (Max-Neef 1986).

Las diferentes formas de conceptualizar la pobreza y su dimensión mundial que hemos propuesto en estas tres visiones, explican con bastante fidelidad que no fuera posible un consenso. Y precisamente las tres visiones sobre la pobreza mundial de donde se nutren los axiomas básicos del desarrollo humano, cuarta visión, ésta, sobre el proceso de empobrecimiento mundial.

Visión 4. Desarrollo humano

Si a través de las tres visiones anteriores sobre la pobreza como una cuestión mundial podíamos entender e interpretar mejor los indicadores que se utilizaron (y siguen utilizándose), no es menos cierto que nos ocurre un tanto igual con las políticas. Pero la realidad de la agenda política para la lucha de la pobreza global, no dejaba de ser un conjunto de propuestas basadas, una vez más, en la unidad de análisis: el estado.

Las tres visiones anteriores se completan con una cuarta, desarrollada a finales de los 80 y que ahora cumple un decenio de trabajo. La perspectiva del desarrollo humano (PNUD) sintetiza tres aspectos clave de la socialdemocracia como ideología política: renta, educación y sanidad.

Estos tres aspectos son el eje central mediante el cual se articula toda una propuesta de indicadores y políticas aunque, como bien sabemos, cada informe está dedicado a un aspecto más concreto del panorama mundial del desarrollo: mujer(1991,1995), pobreza humana(1997), consumo(1998)…

De todas formas, en el origen, el concepto de desarrollo humano se parece bastante más a la visión de la realidad de la pobreza mundial que llamábamos "el otro desarrollo". Cosa, por otra parte, lógica si tenemos en cuenta las propuestas de partida del PNUD. (Streeten 1994)

Pero llama la atención que los principales indicadores que conforman el IDH sean claramente, y una vez más, indicadores estadísticos con niveles de confianza bajos o muy bajos (con respecto a la credibilidad de los datos proporcionados por el estado de referencia).

Detengámonos un momento sobre los tres ejes del desarrollo humano entendido como ideología, como indicador y como propuesta de lucha contra la pobreza.

Ideología

El concepto de desarrollo humano, y evidentemente la forma de entender la pobreza mundial, sus rasgos y características, son de claro enfoque socialdemócrata. De esa manera hay que enmarcar el desarrollo humano, fruto de un momento histórico en el que el estado nación entra en crisis (en el norte) a la vez que se cuestionan los principios claros de las políticas generadas por el estado de bienestar europeo. No creo que esto provoque demasiada discusión. El problema, como veremos en el aspecto de prescripciones, es más que evidente.

Indicadores

EL IDH (índice de desarrollo humano), IPH (índice de pobreza humana) y otros de esa gama, como los índices de potenciación de género, por ejemplo, son índices sintéticos que recogen la información de diferentes indicadores de manera que su resultado está considerado de forma general.

Desde un punto de vista formal el IDH se establece como un indicador de intervalo [0,1], donde 0 es el mínimo desarrollo humano (situación de pobreza máxima, evidentemente)y 1 (situación de máximo desarrollo humano). Y aunque no es la única forma de tratar de medir el desarrollo (VVAA 1995) sí es una de las qué busca aunar diferentes dimensiones (evidentemente, siempre cuantitativas).

La principal ventaja (e inconveniente) pues es que podemos establecer una jerarquía casi visual sobre quien está mejor y quien peor. Resulta curioso que pasase exactamente lo mismo con la visión 1 sobre la pobreza(rentas, BM). De esta forma, es posible que se caiga una vez más en el dato curioso aprovechable por los medios de comunicación de masas y en la jerarquía internacional como estructura del mundo.

Incluso desde un punto de vista de la construcción del indicador (y siendo conscientes de las críticas epistemológicas de partida: occidentalismo, por ejemplo), algunos de los indicadores que resume el IDH tienen cierta multicolinealidad con otros que forman el indicador compuesto, esto es, educación (años de escolarización, tasas de alfabetismo), salud (esperanza de vida al nacer) y rentas (renta ajustada)

Pero aunque el IDH o IPH (IPH1/IPH2) o el que se prefiera, tenga limitaciones en su construcción, ciertamente supone un avance claro en la metodología de indicadores compuestos (Streeten 1998). Y no solo eso. Básicamente al tratar de aunar perspectivas empíricas como la renta, educación, variables ecológicas, sanitarias (esperanza de vida al nacer) se intenta modelizar la realidad social en su complejidad. El problema es que la realidad social no es únicamente estatal.

Políticas, prescripciones

Y si la realidad mundial no es únicamente estatal, las políticas para la reducción de la pobreza no pueden basarse únicamente en esta unidad. Recordamos la cumbre sobre Desarrollo Social en Copenhague y nos viene a la memoria el foro alternativo en el que las ONG’s mundiales que trabajan en temas de desarrollo plasmaban sus inquietudes y también su razón de ser.

El problema es un problema de óptica o de sistemas de análisis. El sistema macro (sistema mundial) formado por unidades que tradicionalmente se han denominado como estados-nación y que desde otros ámbitos se han visto como civilizaciones o imperios; y una serie de sistemas micro (sistema personal o como mucho, sistema comunidad o grupal) caracterizado por la complejidad. Aunar las diferentes perspectivas es una tarea bien difícil. (Tortosa 1997b; Hurtado 1997; en general: VVAA 1998). Más aún, cuando pensamos en los factores que condicionan las situaciones de pobreza en ambos sentidos (Moro 1999; PNUD 1999). Probablemente habría que empezar a hablar de un sistema de análisis intermedio. Pero para eso queda aún bastante camino.

De esta forma, las prescripciones para la lucha contra la pobreza tienen un carácter de "estatalidad" más que de globalidad evidente. Si cada estado debe luchar contra su pobreza (primera y segunda visión sobre la pobreza mundial), la estrategia a seguir desde los países centrales es la de ayudar, mediante inyecciones de capital o mediante ayudas puntuales de bienes materiales. La pobreza pues es una cuestión local, aunque globalmente comparable.

Sin embargo, desde la perspectiva del "otro desarrollo", las actuaciones sobre la pobreza deberían ser más sistémicas, aunque la óptica de este análisis, se refiera más a los niveles micro que los macro. Si se desea desarrollar a las personas (que abandonen su situación de pobreza, en definitiva) hay que promocionar (o no interferir) los mecanismos endógenos de su particularidad (Max-Neef 1994, Elizalde 1992).

¿Cuál es, a nuestro entender, la prescripción clara de los Programas de Naciones Unidas para el Desarrollo con respecto a la situación de la pobreza mundial?. La respuesta nos parece evidente: los estados deben diseñar estrategias en las que se combinen los esfuerzos por incrementar las rentas (y su distribución más equitativa), educación (nivel y calidad) y sanidad (atención y especialización). Todo ello cuando se hace cada vez más evidente la crisis del estado protector en los países del norte (que incrementan su pobreza relativa) y descubren como sus cohortes más jóvenes están cada vez más empobrecidas, inversión evidente en sociedades futuras más pobres (France y Wiles 1997).

Y aunque de esto se deriva un discurso en el que otra vez es el estado la unidad y agente, se producen llamadas de atención a la responsabilidad global de todos con respecto a las situaciones de pobreza. El informe del PNUD de 1998 así lo pone de manifiesto.

La cuestión no es buscar responsabilidades, yo creo que parecen bien claras, si no respuestas sistémicas a un problema global con efectos locales. Lo lastimoso es que las respuestas provengan de las buenas intenciones de los estados (donando porcentajes ridículos de sus PIBs totales) o de empresas especializadas en la ayuda internacional (ONG’s). Quizás en la actualidad se esté llegando a una especie de pacto tácito entre actores estatales y no estatales en la lucha contra la pobreza, por factores de puro egoísmo y supervivencia del propio sistema, aunque no tengo demasiado clara la dirección y la eficacia del mismo. Tiempo al tiempo (aunque en estos casos, supone la muerte de miles de personas diariamente a causa de su situación de miseria).

CONCLUSIONES. DISCUSIONES FINALES Y MÁS PREGUNTAS

La pobreza podríamos definirla como un proceso, antitético al desarrollo humano. Por decirlo de otra forma, entenderemos pobreza como la insatisfacción de las necesidades humanas básicas de forma involuntaria y prolongada. Esto significa que hay personas en estadios más agudos del proceso de empobrecimiento (o si se prefiere, son más visibles porque sus condiciones de vida material y no material así lo procuran) y un volumen ingente de personas están dentro precisamente de ese proceso.

Nacer pobre, vivir pobre y morir pobre resume bien el primero de los casos. Nacer en una familia de clase media, padecer los efectos de la polarización del mercado de trabajo, morir pobre, resume el caso de la pobreza en los países del norte.

Sin duda, para el 2000 la población pobre en el mundo sea mayor que la actual. Y así lo pondrán de manifiestos los informes de organismos internacionales, con mejores o peores indicadores de la realidad, tomando los estados como referente y con magníficos técnicos trabajando en la mejora precisamente en metodología de índices sintéticos.

Peor lo tiene el niño de Sierra Leona (que no sabe que su esperanza de vida, si sus condiciones sociales –estatales- no varían, será de apenas 34 años).

No sé si realmente será un problema de enfoques o de visiones, pero tras 10 años en los que se han acentuado los procesos de exclusión mundial y en los que se ha profundizado en el proceso de empobrecimiento mundial (registrado de mejor o peor forma por investigaciones como la del PNUD desde 1990) ¿no será una ironía hablar precisamente de desarrollo humano?


NOTAS

* El autor agradece a José María Tortosa su lectura atenta, aunque los errores que se pudieran cometer son, evidentemente, de quien suscribe estas líneas.


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NOTA BIOGRÁFICA

Miguel Ángel Mateo Pérez, es en la actualidad profesor de Estructura Social Contemporánea en el Departamento de Sociología II de la Universidad de Alicante (España). UA, AP. 99 E-03080. Alicante, España. Email: ma.mateo@ua.es. Ha centrado su labor investigadora en las implicaciones metodológicas y conceptuales de la pobreza y la exclusión social. Su última publicación aborda el proceso de empobrecimiento desde la perspectiva de género.


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