Risa, burla y escarnio: el apodo una herramienta para desenmascarar.
Harriet Quint
VI Congreso de la Sociedad Internacional de los estudios del humor Luso HispanoUniversidad de Guadalajara, 26 a 27 de septiembre 2002
Todos los pueblos tienen una peculiaridad espiritual que los distingue de otros. México, además de sus mitos muy particulares que demuestran respeto, cierto miedo o dependencia como el mito del presidencialismo, del paternalismo gubernamental o el guadalupano- tiene algunos rasgos culturales marcados por la burla que trascienden la seriedad y llevan al humorismo. Basta recordar el día de muertos, que aquí es motivo de risa, sátira y diversión, día en el que se regalan calaveras de azúcar, con el nombre de la persona escrita con pintura vegetal roja en la frente, día que se presta para ir al panteón y velar a los muertos escuchando música alegre a todo volumen, o en el que se componen rimas jocosas para destacar los malos hábitos de familiares o amigos. Dentro de esta tradición cultural se encuentra también la costumbre de poner apodos o sobrenombres. El apodo tiene esta ingeniosa cualidad de desenmascarar a las personas, porque resalta de manera mordaz, sobre todo los defectos de un amigo, compañero, familiar o superior.
Es interesante observar que no en todas las culturas se practica este hábito. Por ejemplo, yo que nací en Rumanía, país en el que conviven varias nacionalidades, puedo decir que esta costumbre es desconocida entre los rumanos, alemanes y húngaros. Ni siquiera el sobrenombre de Vlad Tepes, (teapâ en rumano significa estaca), principe de Valaquia, conocido en la historia de Rumania como el gobernante más sanguinario, cruel pero el más justo y excelente estratega, a quien la cultura occidental confunde con Drácula, bastó como para que en Rumania se perpetuara la tradición del apodo. Estados Unidos de Norteamérica, país vecino de México, tampoco la practica.
El apodo heredado de la tradición española, recibe aquí en México un toque particular marcado por la idiosincrasia, el temperamento festivo de la gente, que busca un motivo de risa todos los días. El apodo forma parte de la vida cultural del mexicano, se usa en todas las clases sociales, en todas las edades, casi de manera instintiva. Sin tener conocimientos teóricos, un niño es capaz de poner un apodo. Como la hija de cinco años de una amiga, a la que por su piel morena le pusieron el apodo Zapote. La palabra sonó muy feo a su oído y la molestó mucho. Cuando a su pregunta le explicaron el por qué de este sobrenombre, ella bautizó a sus ofensores Plátanos. Interesante aquí la asociación que hace la niña, de contestar también con el nombre de una fruta.
El hábito de poner apodos se aprende al mismo tiempo con la lengua y de la misma manera. Sin embargo, se puede decir, que el entendimiento de estos sobrenombres depende del contexto social y cultural de un país, o una región. En internet se encuentra un diccionario de apodos (1) elaborado por un habitante de Madridejos, en Toledo, España. A los lugareños les dicen Barrudos, por el barro que arrastró el río Amarguillo en Consuegra en una inundación que tuvo lugar el siglo pasado. Al revisar la lista alfabética de este diccionario, resaltan nombres que no son usuales en México y carecen de sentido para nosotros. Por ejemplo: "Pachana", "Juanlora", "Comogato", "Indiano", "Gagarza". La comprensión, y como resultado la gracia de un apodo, dependen por un lado de la anécdota, que al no ser divulgada le resta el sentido del humor, y por otro lado de la idiosincrasia de una región. Sacado de este espacio cultural el apodo nos asombra en lugar de causarnos risa.
De aquí surge también la pregunta de qué tan funcional es un diccionario de apodos, de reunirlos en orden alfabético y divulgarlos como si fuera un recetario o una lista de nombres cristianos. A diferencia del nombre de pila, que los padres escogen muchas veces porque les agrada la combinación de los sonidos, o porque el nombre les parece interesante, o es tradición familiar, o así se llama su futbolista favorito, el apodo tiene otra razón de ser. No se escoge por ninguno de estos motivos mencionados. Para poner un sobrenombre se necesita mucho ingenio, fantasía y capacidad de asociación, porque el apodo tiene un significado, resalta de manera humorística un defecto y con eso en cierta manera marca a la persona, se usa casi como un estigma.
Esta investigación sobre los apodos se encuentra en sus inicios, es por eso que en primera instancia se presentará una propuesta de clasificación de los mismos, en cuanto a los motivos que se tiene para usarlos, de dónde se toman y cuál es la función que desempeñan. Las muestras se han tomado de la zona metropolitana de Guadalajara. Quisiera aprovechar este espacio para agradecer a mis hijos, amigos y a todas las personas entrevistadas, los ejemplos y las anécdotas que me proporcionaron, y también para confesar que, nunca antes una investigación me ha divertido tanto como esta.
Según el motivo, los apodos se pueden clasificar en varios tipos:
Los apodos que resaltan una actitud o una característica de la personalidad de un individuo tienen la peculiaridad de definir de manera breve, exacta y contundente algún defecto o elogio. De este modo a una mujer engreída le dicen Lady Di; al muchacho que le gusta filosofar y en el que predomina el sentido abstracto le dicen Sócrates; Nerd, Trucha o Lumbreras es el joven que en lugar de vivir despreocupado su vida escolar, es un empedernido de la lectura, y sabe las respuestas a todas las preguntas del profesor; Sara, de sarampión, la que se les pega a todos, es la joven coqueta que abusa de la compañía de los muchachos; la mujer púdica que se sonroja y protesta en contra de los chistes pelados que se cuentan en su presencia es la Santurona; el avaro al que le gusta divertirse a costa ajena es el Gorrón .
Los apodos más comunes son los que nombran una característica física. A los flacos se les dice: Seis en Punto (por las manecillas del reloj que forman una línea), Canelitas porque parecen una barra de canela, Escopeta garbancera o Cigarrillo; los gordos se apodan Bodoque, Panzón o Gordo, y si tiene el cabello rubio es el Gordo Güero; a los que les hizo falta la hormona del crecimiento se les llama: Enano, Taca (está cabrón que crezca), Taconcito, Tacón (porque usa botas o zapatos de plataforma), Chaparro; los de tez morena son el Moreno, Morete, el Negro, el Prieto, el Bananas (porque el plátano cuando madura se mancha de negro), el Zapote, el Cerote por la similitud colorística con las heces, René (de renegrido) o el Ocho (porque el ocho en el billar es la bola negra); los de tez blanca son el Güero, la Güera o el Muerto; al cojo le llegan a decir Punto y coma; el de cabello abundante y largo es el Greñas o el Pelucas; el que acaba de perder una apuesta y se tuvo que rapar le dicen el Pelón o Rapas; al que tiene los párpados medio cerrados porque es miope las malas lenguas le dicen El poca luz; al que nunca se le pegaron los modales que exigen las normas sociales es el Bistec, por pedazo de animal, o el Tractor, porque vino a sustituir al buey; el que perdió una oreja en una riña es el Taza.
Los apodos que a la hora de nombrarlos siempre van seguidos de la pregunta ¿por qué? son los que se ponen por una situación particular o un acontecimiento único y son los que llevan una anécdota chistosa.
Un niño gordito que no quiso obedecer a su madre y utilizar bloqueador solar, después de un día en la playa recibió el apodo de Chipotle.
Un dirigente con resfriado, que en un campamento Scout no utilizó su paliacate como pañuelo, fue bautizado por los intrépidos e ingeniosos muchachos como la Aspiradora.
Un poeta marginado, medio ciego por los efectos del alcohol barato, que caía de sorpresa en las presentaciones de libros donde se ofrecía vino de cortesía, y pasaba puntualmente en todas las quincenas a cobrarnos su parte de nuestro sueldo era el Chubasco.
La compañera de trabajo de origen alemán, que utilizaba playeras sin brasier llegó un día empapada a la oficina. Su imagen de ninfa mojada a la que le traslucían eróticamente los senos a través de la playera, provocó en mis compañeros, a la velocidad de un rayo, la asociación con la Tetona Mendoza, personaje del cómic El Santo y la Tetona Mendoza. Pero el apodo no se quedó así, sino que en una pausa que hicieron en sus risas para tomar aire, la bautizaron la Teutona Mendoza.
El apodo se aplica también cuando se repiten ciertas situaciones o una persona acostumbra usar la misma palabra. El torpe que tropieza a cada rato es el Ata (de atarantado); el egocéntrico que empieza cada frase con el pronombre personal en primera persona es el Yoyo; el enamorado del alcohol es el Chupes; y el fanático de la fotografía es el Flash o Tacataca.
En algunos casos los apodos son hasta hereditarios. Y como se trata de niños recién nacidos, el diminutivo que adorna el sobrenombre, lo hace todavía más gracioso. Así, a la hija del Veneno le dicen la Venenita, el hijo del Pollo nace con el apodo Pollito, y el hijo del Pelón es el Peloncito.
Cuando los jóvenes bachilleres originarios de algún pueblo o ciudad provinciana deciden seguir sus estudios universitarios en Guadalajara, lo primero que reciben de bienvenida es un nuevo apodo. De este modo hay apodos gentilicios como: el Sayula; el Atenquillo (de Atenquique), el Chicali (de Mexicali), el Mazatleco (de Mazatlán) o el Tequila.
Saliendo del plano individual, donde el apodo figura como nombre propio, en el plano colectivo designa a un grupo de personas que tienen las mismas características o que ejercen la misma profesión:
Los emigrantes mexicanos que buscan el sustento de su vida asegurando la agricultura de los Estados Unidos son los braceros (2), cuando cruzan nadando el Río Bravo son los mojados, y una vez establecidos en territorio norteamericano son los chicanos. Los que facilitan el transporte ilegal son los coyotes o polleros, y los ciudadanos de Estados Unidos de Norteamérica son en una palabra los gringos o gabachos.
Los soletros son los cotorros y las solteras las cotorras.
Los soldados son llamados guachos.
Los policías son conocidos como cuicos, y los de tránsito que dirigen el tráfico o nos sentencian con una multa son los tamarindos (porque antes su uniforme era de color café), o los mordelones.
Los abogados por sus habilidades retóricas son llamados leguleyos y los huisacheros son los que estafan a la gente.
Los homosexuales son conocidos también como mariquitas, cuarentayuno, mayate, pulmón, o puñal.
El hijo no programado que llega de milagro a una familia numerosa es el piloncito. Debe su apodo al hecho de que los comerciantes en el siglo pasado regalaban a sus clientes un pilón de azúcar como incentivo por su compra. De esta manera el más pequeño de una familia es considerado en nuestra sociedad religiosa un regalo y una bendición.
La gente que vive en ciertas regiones del país, también reciben un apodo gentilicio: los del D.F. son los chilangos, los de Guadalajara son los tapatíos, y los de Veracruz son los jarochos.
Dicen que del apodo nadie se escapa. Además de un fenómeno cultural este ritual de poner un apodo es un fenómeno social también. Es necesario pertenecer a un grupo tanto para recibir un apodo como para otorgarlo. Los lazos familiares o amistosos que unen a las personas en una colectividad confieren la suficiente confianza y se prestan para otorgar los sobrenombres. Una persona solitaria, asilada nunca le va a dar un apodo a otra, seguramente porque para reír se necesitan por lo menos dos, y el sobrenombre siempre va a causar gracia en los padrinos y no en el bautizado. Entonces el momento de máxima diversión colectiva, es el instante en el que por asociaciones ingeniosas, inspirado por una musa pícara y traviesa a alguien se le ocurre un sobrenombre. Las carcajadas no se dejan esperar y de este modo todos pasaron un rato agradable.
Por la misma función que tiene el sobrenombre de desenmascarar de manera satírica un defecto, hay quienes aceptan su apodo y hay quienes no lo hacen. El apodo aceptado sustituye el nombre de la persona y se convierte en su identificación. Cuando el marido habla por teléfono, la esposa, terminada la conversación pregunta -¿quién era? -Sergio, dice el hombre. -¿Quién es Sergio?, dice la mujer. -Pues Yayo, no te acuerdas de él, dice el marido. -Ah Yayo, quien iba a pensar que se llama Sergio, concluye la esposa. El nombre de pila sólo sirve entonces para llenar formularios oficiales y tramitar el pasaporte, porque entre amigos, familiares y compañeros sólo tiene validez el sobrenombre.
Los niños desde chiquitos se curten en la aceptación de un apodo. En los primeros años de primaria hay quienes llegan llorando de disgusto a su casa buscando el consuelo de la madre, porque les pusieron un nombre "bien feo". Pero entre más se niegan a aceptarlo, sus compañeros chacharacheros se vuelven más insistentes en nombrarlo así y el afectado termina por aceptar la desgracia.
Los apodos que no se aceptan, los clandestinos, se susurran con un guiño cuando la persona se presenta en el escenario. Ya viste, llegó la Tumbahombres y el nombre casi se diluye en las risitas que siguen. Los apodos que se aplican a los superiores en muchos casos son desconocidos por estos. El profesor se entera por casualidad, después de algunos años, que en la escuela le decían Nazi; la maestra no sabe que le dicen Dálmata (por perra y manchada), y si lo sabe disimula el disgusto o, si tiene sentido del humor, se divierte con la ingeniosidad de sus alumnos; el arzobispo de Guadalajara y Cardenal, Juan Sandoval Iñiguez quién sabe, si sabe que le dicen el Gaznate; Martha Sahagún la primera dama del país cada vez que aparece en televisión es nombrada La Dulce Poly. Los presidentes de la República tampoco han sido perdonados por la algarabía del pueblo: López Mateos era el López Paseos; Díaz Ordaz era el Jetón o Quejetas; Echeverría era el Pedo que entró por un bocón (Díaz Ordaz el presidente anterior) y salió por un portillo (López Portillo el presidente que lo sustituyó); López Portillo era el Perro porque prometió defender el peso como perro; Salinas de Gortari era el Orejón, el Ratón o Pelón; y Ernesto Zedillo era el Condón, porque vino a cubrir al Pelón.
¿De dónde se toman los apodos? Para seleccionar un apodo, se necesita, además de mucho sentido del humor y capacidad de asociación también cierto bagaje cultural: conocimientos filosóficos, para llamar a alguien Sócrates; ser cinéfilo para atribuirle a alguien las características heroicas de un personaje, como He Man, Machiste, Capulina, Viruta, Matute, Rambo, Tarzan; ver televisión para estar al tanto de los comerciales y poder llamar a una muchacha latosa "Nivea", porque "es la lata que va donde quiera". El reino animal es un terreno del que con mucha predilección se escogen apodos. El mecanismo es similar al de la fábula, nada más que en sentido inverso. Si en la fábula se atribuyen características humanas a los animales, en el apodo se atribuyen características de los animales a los humanos. De este modo la esposa agotada de la rutina diaria bautiza a su marido Zancudo, porque cuando apaga la luz empieza a dar guerra; el amigo chaparro, gordo y feo es el Sapo; el vecino de dientes grandes es el Caballo; el compañero que gesticula con las manos mientras platica es el Pulpo; el niño hiperactivo es el Chapulín o Piojo; el joven extrovertido y platicador es el Perico; y a veces se toman ejemplos de otros idiomas también, como Mini Bee (la pequeña abeja), es decir el muchacho al que se le olvidó crecer. Los prototipos también sirven de inspiración para poner un sombrenombre: Don Juan es en una palabra el hombre mujeriego, Maquiavelo es el déspota. Interesantes también son las deconstrucciones: el Avión es una persona de labios gruesos y viene de labión. La "b" labial se cambia en "v" labiodental y la "l" se pierde en la pronunciación; el Villa Escondida es el gordo que tiene la hebilla de su pantalón cubierta por la barriga (hebilla se convierte en villa); y el que se presenta sin invitaciones a las fiestas es el Solovino, donde se contraen las dos palabras "solo" y "vino".
Burla y escarnio con la intención de desenmascarar con agudeza algún defecto son características del apodo. Su finalidad es pícara, estimula la asociación irónica en el inventor y mide el umbral del humor en el afectado. Tiene también esta gran particularidad de encerrar de manera concisa, en una sola palabra, en una sola imagen, un universo de significados. Con su enorme poder descriptivo el apodo espolea nuestra imaginación, e invariablemente nos causará risa, siempre y cuando no seamos los afectados.
NOTAS
[1] Diccionario de Etnología. Los 1,333 motes del Tío Barrudo, Madridejos, Toledo, España, [madridejos.net/apodos.htm], [9.08.2002].
[2] José Manuel Valenzuela Arce explica que les decían braceros a los trabajadores legales que fueron a los campos estadounidenses bajo el convenio conocido como Programa Braceros de 1942 a 1964; en Mojados y chicanos, Mitos mexicanos, compilador Enrique Florescano, México, Santillana, 1995, p. 157.