Muerte y conciencia social en El luto humano, de José Revueltas
Mtro. Yoon Bong Seo
Universidad de Guadalajara
Si me invitan a morir lejos digo que no,
que mi sitio es el de la muerte
aquí donde todos los planetas lloran
y los niños están con las plantas
esperando que amanezca. (1)
"El reciente triunfo de José Revueltas es un orgullo para México"(2). Así recibe la crítica la segunda novela de José Revueltas cuando ésta resulta premiada en el Segundo Concurso Literario Latinoamericano organizado por la editorial neoyorquina Farrar & Rinehart, con el auxilio de la oficina de Cooperación Intelectual de la Unión Panamericana y de otras entidades culturales de América. Aun cuando no había salido a luz, se habla ya de El luto humano como "una realización plena de conciencia, de técnica y de contenido" (3), y se promete que una vez publicada se dará una crítica que trate de explicar o de difundir los recursos que se guardan en sus páginas.
La novela marca un hito en la narrativa mexicana y la crítica prometida aún está en proceso dada la profundidad y complejidad ideológica del contenido y de la estructura del relato. El presente estudio ofrece una revisión de la mayor parte de la crítica que se le ha hecho hasta el momento, seguida de un acercamiento al texto en el que mostraremos otras perspectivas de interpretación en lo que se refiere al motivo de la MUERTE en relación con el concepto que el autor presenta del HOMBRE, de la SOCIEDAD y de su VISIÓN DEL MUNDO.
I
En la más temprana crítica sobre El luto humano, Alí Chumacero dice: "José Revueltas expone sin explicar el más oscuro México nuestro, y se apega a lo que sus ojos miran y su oídos oyen. Un México áspero y tierno hasta el suicidio. De esta manera el escritor se condena o se salva junto con el pueblo que describe." (4).
Por vez primera, Revueltas habla de un México que antes no había aparecido en la narrativa mexicana. Su estilo, aunque imperfecto, articuló una serie de elementos que fueron base fundamental para sus sucesores -Yáñez, Rulfo, Fuentes-.
La muerte se yergue y nos introduce en una nueva dimensión que lleva al lector al mundo más íntimo del ser mexicano. La conciencia política y social entra en el juego literario a través de una red metafórica que oscila entre lo histórico y lo mítico. Los planos espacio temporales se ponen al servicio de la palabra que se escribe, que se pronuncia, en busca de un nuevo universo.
El luto humano ofrece un título y una construcción del sistema simbólico que son una buena entrada para el estudio de la novela. Así lo han mostrado críticos como Helia A. Sheldon (5), quien ha revisado, en un nivel más profundo, los elementos simbólicos y míticos en su propio espacio y tiempo. El texto teje una red de mitos y símbolos, que ante el mundo "intelectual", y ante nuestros ojos, es metafórica, pero que en la conciencia del mundo que Revueltas presenta, es realidad.
Estamos ante la palabra que es la realidad y el objeto mismo, dentro de un texto que no es mitológico, sino novelesco. En el lenguaje mítico, la palabra es acción. Y el problema que precisamente preocupa a Revueltas es ése: la falta de la acción que corresponde o que debe corresponder al pensamiento.
Antoine Rabadán (6) revisa el material movilizado en la novela tomando como base la dualidad espacio temporal del presente y del pasado. Edith Negrín (7) retoma el estudio de Rabadán en lo que se refiere a los planos temporales y revisa, por su parte, el papel del narrador que focaliza el conflicto temporal y espacial, en función de la perspectiva ideológica del autor.
A la inversa de lo que ocurre en el presente, el plano del pasado está informado por la historicidad. Integrados los fragmentos, presentan un panorama de la historia del siglo XX en momentos significativos: los años finales de la dictadura porfirista, la lucha armada de la revolución de 1910, la guerra religiosa protagonizada por campesinos mexicanos, entre 1926 y 1929; la estabilización del sistema político surgido de la Revolución.(8)
El plano del presente se mueve en un tiempo y espacio míticos, en donde reina la muerte. La muerte que no es el acto de morir, sino "lo anterior al morir, lo inmediatamente anterior", como dice el texto. No obstante, conforme avanza la novela, sucede que la muerte para el autor es dinámica, es movible. La muerte como la vida presentan la estabilidad de la inestabilidad y su equilibrio consiste en un reposo que es sólo apariencia.(9)
¿Y el futuro? Rabadán afirma, "la ahistoricidad esencial del presente, al anular el tiempo, anula el porvenir" (10). Y resume, "el vector pasado es un intento por mantener las posibilidades de liberación humana", según dice Rabadán, se trata de "una estructura abierta que aborta; el vector presente es la conciencia de este 'aborto': es una estructura cerrada de la que la esperanza de liberación ha sido desterrada" (11).
El mundo del hombre ya no es el mundo de la naturaleza. El hombre ya no puede ver el mundo a través de ella. Y más aún, la naturaleza se vuelve en su contra, y deja aparecer un sustrato "de mitemas, ritos, imágenes y símbolos arquetípicos en una doble dimensión, local, y universal [...] [que] se nutre copiosamente de las mitologías indígenas de México, de la judeo cristiana y en menor grado de la clásica griega"(12). Ruffinelli destaca también este rasgo innovador: "El luto humano elige la parábola y un denso sistema de referencias bíblicas, como raramente se había visto antes en la narrativa mexicana" (13).
Adalbert Dessau señala, respecto de lo anterior, que "la trama sirve de base a la verdadera preocupación de Revueltas: la representación literaria de los elementos fundamentales del carácter nacional mexicano, así como de sus efectos sobre la reciente historia de México", logrando que todo el libro sea "la representación de una metafísica de la muerte, que estaría arraigada en el subconsciente del pueblo mexicano" (14). Sin embargo, afirmamos con Ruffinelli que "Revueltas dotó a su escritura de un movimiento sin pausa que lo conducía de un lado al otro, de la tradición a la modernidad a la tradición" (15).
El mayor impacto de la novela fue el contenido ideológico que el autor plasmó en ella. La segunda novela de José Revueltas, El luto humano, fue publicada en 1943, a muchos críticos les pareció que indicaba el enorme potencial del autor. También hizo pensar que un novelista políticamente comprometido podía escribir una novela sin renunciar a sus convicciones ni a su arte" (16). Y además del compromiso ideológico, el estilo novedoso, el cual, más que ser valorado, fue criticado.
II
"¿Hay algún hecho excepcional que te obligue a tratar la muerte con tanta intensidad como lo haces en El luto humano?" pregunta Vicente Francisco Torres a José Revueltas. Y éste responde: "La muerte para mí es una cuestión completamente íntima y próxima. No me importa morir en este instante, ahorita mismo que estamos haciendo la entrevista. La muerte para mí es un problema secundario, de tal modo que abordo cualquier peligro; la muerte no me interesa en lo absoluto, es una sensación natural y te puedo decir que en cierto modo la amo" (17).
Ante la respuesta un tanto desconcertante sobre el amor que Revueltas siente por la muerte, Torres insiste, "¿Entonces no hay ningún hecho concreto que te haya obligado a tratar la muerte así?", y Revueltas responde: "No, es que yo amo la muerte. He estado en peligro de morir varias veces, pero nunca me ha inquietado, es decir, acepto la muerte como cualquier instante de la vivencia humana". Revueltas agrega, "Yo sentía la muerte como lo más natural; es una consecuencia de tus actos. Me parecía bien y me parece bien en cada momento. Lo que pasa es que huir de la muerte es un fariseísmo: amar la vida es una canallada". Y concluye su respuesta en tono apasionado: "Amarte, tomarte como si fueras un vaso de la divinidad, agarrarte de los brazos, agrillarte de las piernas, ¡no, absolutamente! Tú eres un vaso de la vida que es dialéctica y que es muerte" (18).
La muerte como consecuencia de los actos del hombre y la aceptación de la vida como un proceso dialéctico, son las dos pautas principales que conforman el carácter protagónico de la MUERTE en El luto humano.
La muerte se integra como un personaje más, en un primer momento -"La muerte estaba ahí, blanca, en la silla, con su rostro...[...] La muerte estaba ahí en la silla"- (19) para luego dar un salto cualitativo y adquirir un carácter polisémico y superior al de los demás personajes.
Se inicia, entonces, una lucha por tratar de asimilar el fenómeno que envuelve a los personajes. El fenómeno que no es sino la muerte que se presenta en sus múltiples facetas de significación. Luego, el reto se reduce a un problema de conocimiento. Conociendo a la muerte es como se logra reducirla a su justo lugar. Eso lo saben los personajes, en un cierto grado, pero no pueden asimilar del todo tal conocimiento, porque primero se debe superar la negación del hombre que padecen para luego superar la negación de la muerte.
Revisaremos, en primer término, las definiciones o los caracteres que el mismo texto nos da de la muerte. Cuando la muerte ya no está en la silla "pero tampoco, oh Dios, en aquel cuerpo fallecido" se nos dice que "la muerte no es morir, sino lo anterior al morir, lo inmediatamente anterior, cuando aún no entra al cuerpo y está, inmóvil y blanca, negra, violeta, cárdena, sentada en la más próxima silla" (p. 9). Esta definición nos ubica, temporalmente, en el momento de la pérdida de la conciencia del moribundo. Volveremos luego sobre este punto.
Cuando se alude al cura y a su crisis, se habla de "su iglesia viva, sin ubicación, junto a la muerte mexicana que iba y venía, tierna, sangrienta, trágica" (p. 37). El carácter folklórico se suma al concepto metafísico de la muerte, concepto que adquiere dinamismo cuando se dice que "Chonita estaba en movimiento, pues la muerte es móvil y avanza un milímetro por mes, o por año, o por siglo. Bajo la piel las entrañas movíanse hacia su disolución y los tejidos caminaban y las manos dejaban de ser manos" (p. 46). Dinamismo esencial que transforma la naturaleza del individuo, y que según hubieran sido "sus actos" -como dijo antes Revueltas- puede llevarlo a un proceso de exaltación o de degradación, como es el caso de los personajes de nuestra novela: "Pues toda la vida es acumulación de desprecios hasta que sobreviene el desprecio final, el gran desprecio que es la muerte" (p. 105).
Ahora bien, la muerte como proceso vital penetra el cuerpo humano para devolverlo a su naturaleza original -"polvo eres..."- que en este caso irá más allá y lo transformará en piedra: el endurecimiento máximo de la tierra; la negación total de la vida, "había muerto ya en más de la mitad y pronto su corazón estéril iba a quedar fijo, oxidado, dentro de la muralla de piedra" (p. 115). "Resultaba tan extraña la sensación [de convertirse en piedra] que Úrsulo no pudo menos que preguntarse si eso era morir, si eso era su propia muerte" (p. 171).
En la novela, los elementos de la naturaleza entran en combinación para destruir al hombre que ya no es capaz de estar por encima de ella. El proceso de degradación, de petrificación, de animalización -en ciertos símiles- lo despoja de su poder sobre el mundo. Especialmente la tierra y el agua se combinan con la muerte en contra del hombre. La tierra y el agua, vitales para el campesino, que fueran las carencias que motivaran la Revolución de 1910 y que vieran momentáneamente su esplendor en el periodo de vigencia del Sistema, en vida de Natividad -quien es asesinado por Adán, que significa "tierra", "barro"-.
Tierra y agua. Coatlicue y Tláloc. "El luto humano es la desolación de una noche, la noche en que muere la hijita de Úrsulo y Cecilia" (20). Noche en que los dioses más antiguos del mundo prehispánico adquieren su condición de "demonios" cuando se han violado sus principios. Las tinieblas, según afirma también Rabadán, son la negación de la visión lúcida de lo real, el símbolo de la enajenación como incapacidad para tener una conciencia clara de la realidad (21).
En un ensayo de 1957 Revueltas dice: "... así como la realidad correspondiente al mundo físico tiene un movimiento incesante, del mismo modo la realidad de la naturaleza y del hombre, este último como parte de la sociedad de un lado y del otro como parte de la sociedad y de la historia, se rigen por las mismas leyes del movimiento en general" (22). Edith Negrín comenta al respecto que el verdadero desastre del pueblo y la muerte de sus habitantes se produce cuando se separan de su tierra y renuncian a buscar otra (23).
La tierra, que en esta novela adquiere su mayor dimensión polisémica -respecto de los demás textos de Revueltas-, entra en juego con la comunidad, la identidad, la religión, la historia y la patria, en una combinatoria compleja en la que los elementos, en dinamismo constante, se aproximan, complementan, imbrican o confunden en diversos momentos de la narración (24).
Así pues, la muerte elabora su propio ambiente, y el viento a su servicio se transforma en "el Norte [que] daba golpes sobre la noche. Y el cielo no tenía luz, apagado, mostrando enormes masas negras que se movían espesamente, nubes o piedras gigantescas, o nubes de piedra" (p. 12). De nuevo la imagen de la "piedra" que, como antes señalamos, podría interpretarse como el extremo de la tierra sin vida: "Era una arena como si el viento se hubiera vuelto sólido y sus extrañas materias, su vivo oxígeno, también se hubieran muerto, dispersándose en piedra múltiple e infinita" (p. 13).
Si la muerte de la tierra inicia el proceso de decadencia del pueblo de El luto humano, la llegada del agua, tan anhelada en un momento, se convierte en el arma que los aniquilará. "El río, serpiente de agua negra y agresiva, sucio de tempestades, con su lecho de fuera en la agitada superficie" (p. 15), no será otro que "la muerte, [la cual] tomaba con frecuencia esa forma de reptil inesperado" (p. 47).
Y para completar el concierto fúnebre, "el viento tenía una manera de golpear, con la arena, con el agua. Una manera terca y sombría. De país seco y sombrío" (p. 17), y el "sol enfermo que de pronto estaba ahí en el cenit, reblandecida su fuerza por las nubes grises; sol nocturno, fantasmal" (p. 122), "como el sol de los náufragos y la luna, a la vez, siniestra, amarillo sol enfermo de azafrán" (p. 123). Ante esa nueva fuerza de la naturaleza, el hombre que "tenía miedo del río, del Diluvio", tenía también "miedo de los elementos. Del fuego y del aire" (p. 32).
La muerte avasalla el universo de la novela, y es por sus ojos que debemos mirar el nuevo cosmos: "La tierra había perdido el alba; una lucha angustiosa se libraba de la tormenta contra la aurora, del gigantesco saurio de la tempestad contra la espada, como al principio de este sistema de odio y amor, de animales y hombre, de dioses y montañas que es el mundo" (p. 35). Se repite la historia que vivió la madre de Cecilia durante su embarazo, "era la naturaleza frente al hombre solo" (p. 74). Era la muerte que "ahora estrechaba sus anillos y era el río. Su deslizarse cauteloso se oía sobre las piedras, con rumor de escamas líquidas, de piel acuática" (p. 48).
Y es en esa noche que hunde a los últimos peregrinos que emigran en su cerrado círculo sin salida que "se duda entonces de la existencia del hombre y aún de la propia tierra: rodeado de tinieblas, el espíritu se abandona a un errar sin fin, perdido, sin esperar nada" (p. 226).
En fin, el texto confiere a la muerte una serie de caracteres definitorios que propician el enfrentamiento de la naturaleza contra el hombre. La naturaleza amenaza al hombre con el hambre por la sequía, luego, la destrucción por la inundación, y finalmente, la muerte de los personajes. Desaparece la armonía hombre/naturaleza. El ambiente se torna cruel y hostil, ¿sería una interpretación de la sociedad oscura políticamente de su momento?
El luto humano hace patente la presencia de cinco elementos: agua, metal, tierra, fuego, aire, de manera semejante al pensamiento oriental y homólogo al Quinto Sol de los aztecas. El mundo se ha vuelto un caos, y al igual que en la mitología antigua, en la relación de los cinco elementos, la vida y la muerte existen permanentemente.
Ahora bien, surge la duda, ¿qué significa la muerte entre los elementos? Los elementos -la naturaleza- son la base de la sociedad. Si la naturaleza estuviera en armonía en la conjunción de sus elementos, equivaldría a la paz y a la prosperidad. El luto humano es, pues, la negación de este principio social.
Antes de pasar al proceso de comprensión de la muerte, detengámonos un poco en el personaje "humano" más complejo y menos estudiado por la crítica: Chonita.
Helia A. Sheldon afirma, "la muerte de Chonita está ya prefigurada, nace al morir el sol y en el cielo huye una bandada de pájaros negros. Chonita, Encarnación, es esperanza de vida, de resurrección" (25). Si aceptamos esta interpretación, Chonita estaría representando la posibilidad de un salto cualitativo a una "nueva" vida que necesariamente tendría que pasar por la catarsis de la muerte, ya que para todos los personajes de El luto humano, lo importante no era la vida de Chonita, incluso Calixto recuerda que el nacimiento de la niña no les causó la menor impresión, la vida no era importante. Lo realmente importante era la muerte, cuando ya no se es nada, sino un lazo más allá de todo que unía los destinos profundamente.
Antoine Rabadán, por su parte, señala a Chonita como "el símbolo de la muerte objetiva, como aniquilamiento del ser. Chonita, la niña muerta, cuya función en la novela es la de materializar la muerte de la esperanza y anticipar el porvenir trágico que espera a todos los personajes" (26).
Antes de tomar postura, revisemos lo que nos dice el texto mismo. Chonita, muerta, interrumpe la cadena de asesinatos que supuso la muerte de Natividad: "Y no podían matarse [Úrsulo y Adán], estando ahí, el uno frente al otro, sólo porque una muerte, físicamente extraña a los dos, los separaba" (p. 18). Si el sentido profundo de la muerte parece tan lejano de la conciencia de Úrsulo, sí comprende "que si Adán no lo mataba era únicamente porque su hija, la hija de Úrsulo, había muerto, y hoy iban juntos por el cura" (p. 25). "Úrsulo hubiese querido matar ahí mismo a Calixto, pero imposible. Chonita, y ahora, además, Cecilia, lo impedían como cadenas. Era de cadena, de hierro, este cuerpo de Chonita" (p. 84).
Chonita representa otra faz de la muerte, "la muerte, que los separaba, hoy los unía con su tregua silenciosa. De no ser porque la niña estaba muerta y Cecilia velando el cuerpecito, este encuentro de hoy se resolvería en seco" (p. 36). Chonita, entonces, representa una muerte que evita los asesinatos inútiles y los premeditados, porque la muerte que realmente interesa destacar es la muerte interior. "Eran ellos los muertos; los que comparecían ante el pequeño cadáver, tribunal helado con pies, con labios y un vestido amarillo. Ahí estaba él juzgándolos desde su altura. Limitado y duro, breve en su dimensión, era el escándalo de la muerte" (p. 47).
El cadáver de Chonita marca un hito en el texto. "Se habían roto todas las ataduras con el pasado. Su hija de yeso era como la cruz límite que en los pueblos señala las últimas casas. Adelante de ella sólo la tempestad" (p. 56). Todos tendrían que sufrir y soportar como en una prueba catártica, sin temer ya pues iban con el cadáver como guía: "Envolvieron el cadáver en el sarape y después Calixto lo ató con una soga fina. Era preciso salvarlo de la muerte, como tal vez a todo lo demás, de ser posible, que quedaba ahí en el cuarto: los recuerdos, los objetos" (p. 65. El subrayado es mío).
Chonita, que era apenas "un bultito de ropa, un molote textil, de sarape, de tejidos, con un pequeño rostro amarillo, la muertecita abrigada, manuable, tan grande todavía", era "tan grande con su muerte viva, con su muerte aún sin morir" (p. 75). Podríamos pensar que en ella se encierra la conciencia límpida que aún puede resurgir. Chonita, "Existía, quemaba, presente y muerta" (p. 125), "representaba mucho aquel cuerpo habitado por la muerte. No era un cuerpo ocasional, sino profundo; un proceso sombrío" (p. 172).
Pero, el final de la novela contradice todo lo anterior al señalarnos que "Chonita había muerto muchos, muchísimos años antes, fruto misterioso de la desesperanzada tierra" (p. 299), y por ese carácter misterioso, tal vez no tan contundentemente desesperanzado. En este punto, consideramos que si la obra ofrece las dos posibilidades de interpretación -argumentadas por Sheldon y Rabadán-, es porque su carácter de obra "abierta" -en el sentido de Eco- y que en su carácter de texto literario nunca ofrece una significación única y cerrada, sino que deja participar al lector en el juego de su ficción.
Con respecto a su proyección en un nivel socio histórico, podríamos pensar que Chonita ofrece una esperanza en tanto que representa la posibilidad de conformar un sistema en el que el pensamiento socialista trascendiera a la praxis; y si consideramos el sinnúmero de vicisitudes que Revueltas contempló en su experiencia personal al respecto, tendríamos que inclinarnos por la visión trágica que ofrece Antoine Rabadán.
Se ha hablado de la estaticidad del relato, en cuanto a fábula se refiere; sin embargo, los personajes, "guiados" por el cadáver vivo de Chonita, son "agonistas" en la medida en que vuelven a su interior y tratan de encontrar el sentido de su existencia, dado el punto extremo que viven. "¿Qué sentido encerraba aquello frente a todo lo muerto, frente a todas las cosas muertas y sin resurrección?" (p. 24). Se establece entonces, una lucha agónica por comprender ese algo que los somete, viene entonces el esfuerzo por comprender la MUERTE y lo que ella trae consigo.
Cecilia, dice el texto, "enseguida también alcanzó a comprender que ella estaba impedida; que ella no podía moverse cuando la muerte se hallaba tan cerca de la pequeña cama, ahí, en la silla" (p. 10). La lucidez de Cecilia contrasta con la actitud de Úrsulo, quien "permaneció fijo en su lugar mirando con atontada pena a la verde, a la azul muerte de la silla" (p. 10). La diferencia se marca con mayor claridad en la mirada de Cecilia, quien sabe que "la muerte sólo existe sin Dios, cuando Dios no nos ve morir. [...] Estas palabras que eran una brasa, ya habían sido dichas por los ojos de Cecilia, cuando la muerte estaba ahí, blanca, y una respiración invadía el cuarto, moviendo sus paredes y las paredes de todo" (p. 14). Mientras que Úrsulo sólo "comprendía obscuramente las relaciones turbias que se establecen entre el amor y la muerte, o entre el odio y la muerte" (p. 60) al observar la actitud de Calixto hacia Cecilia.
Sin embargo, la lucidez no es total en ninguno de los personajes del presente y la incertidumbre se traduce en miedo. Miedo tal vez a la muerte, pero no a la muerte de ellos, "sino a la muerte general, dueña de la noche" (p. 53). Ese miedo los lleva a la huida, pero también esa oportunidad se les cierra, porque "se cree a veces que huir de la muerte es mudar de sitio, alejarse de la casa o no frecuentar el recuerdo; no puede comprenderse que la muerte es la sombra del cuerpo, el país, la patria, la sombra, adelante o atrás o debajo de los pasos" (p. 64).
La muerte les pesa por su propio ser y por la de la mermada sociedad a la que se aferran. Antes mencionamos que el texto dice que la muerte llega antes del momento de morir, cuando el agónico pierde la conciencia; sobre este punto, Jerónimo es un caso particular. Por efectos de la embriaguez, no tiene la posibilidad de lucidez y se le considera de hecho, un muerto. Y es gracias a él que el texto nos muestra el grado de enajenación individual en que habían caído, pues, dice, "al ver que caía Jerónimo, todos suspiraron con descanso. Felizmente había muerto" (p. 98). Un "felizmente" lleno de ironía, si se quiere, o de desahogo por tener un peso menos que sobrellevar a cuestas en su inútil huida.
"La muerte, compulsión y obsesión vital y creativa, -había escrito José Revueltas en uno de sus cuadernos de trabajo el 10 de febrero de 1949- me atrae más seductoramente. Hay sólo una reserva: el dolor que causaría a todos los que me aman, si hay algunos que me amen verdaderamente" (27). Seducción que podría ser interpretada como una opción libre del suicidio, cuando éste es la única salida posible.
En el caso de El luto humano, el narrador nos dice: "De no morir aquellos hombres, suicidaríanse, a tal grado se había hecho noción dentro de sus almas la muerte: la deseaban e iban hacia ella con pasos fatales y seguros: nada más deseaban solemnidad, una solemnidad interior que les diese tiempo de recibirla familiarmente, amorosamente, dentro de la casa inexorable del cuerpo. Ella entraba sin causar miedo, y jamás podría oírseles un grito, un lamento, mientras, poco a poco, se deslizase por las habitaciones resignadas" (p. 124). Esta actitud revelaría el fruto del esfuerzo por comprender su muerte y la muerte de su mundo: "En palabras distintas, el enigma eterno de conocer cómo responde el ser humano frente a la muerte, hecho tentador, magnífico y que atrae con poder inaudito" (p. 183).
Si pensamos en cuál de los personajes es el que mira el caer de su mundo de manera más cruel y profunda, diríamos que el cura; ya que, además de encontrarse en la absoluta soledad, único en su mundo, único en su Iglesia, tiene más conciencia que el resto de los personajes de ese presente en caos. Es por eso que de él se dice: "Huyó entonces aterrorizado, pues el pavor de la muerte circulaba por sus venas. Siempre tuvo miedo de morir, un gran miedo". Y lo que sigue a continuación, merece ser subrayado: "Sentía que la muerte era como una vida especial, hiperbólica, de la conciencia; una vida en que tan sólo la conciencia, sin limitaciones físicas ni sociales ni terrenales, actuaba para desnudar sin remedio el espíritu del hombre, penetrándolo como nadie lo había penetrado jamás" (p. 279).
Siguiendo la línea anterior, podemos entonces establecer la comparación con la ignorancia del sentido de la muerte. Se dice que "Úrsulo estaba muerto, Úrsulo hallábase caído en el abismo, sin una existencia real desde que el río empezó a desbordarse, desde que el agua les empezó a llegar a las rodillas" (p. 72), es decir, cuando no alcanza a comprender que sin el funcionamiento del Sistema, del que era líder Natividad, no sería posible la subsistencia de la comunidad.
Adán, el asesino por excelencia, una vez muerto, "ya no sentía, su única actividad era la de ignorar todo. Todo, cielo, agua y nubes. La muerte era la ignorancia" (p. 289). La muerte es la ignorancia. ¿La ignorancia es la muerte? ¿Estaremos ante la verdadera definición de MUERTE para Revueltas? Paralela a esta pregunta surge otra cuestión, si la muerte es la ignorancia, ¿qué papel juega la inclusión de la dimensión mítica de la muerte, aludiendo a tres mitologías: náhuatl, cristiana y griega?
Al referirse a Úrsulo y Adán, el narrador dice que "descendían de la adoración por la muerte, de las viejas caminatas donde edades enteras iban muriendo, por generaciones, en busca del águila y la serpiente" (p. 23); clara alusión al mito fundacional de los aztecas, cuyo dios principal era Huitzilopochtli.
En la larga reflexión sobre la frase de Cristo, "que los muertos entierren a sus muertos", el autor califica de absurdas las palabras evangélicas. Palabras, que al fin, "eran como una definición obscura y cierta. Los muertos entierran a sus muertos en este país." Apropiación del mito que confiere a los muertos "una calidad viva y superior. De pronto eran ya, consagrados e inmortales, actitud, salvación, renuncia. Y este país era un país de muertos caminando, hondo país en busca del ancla, del sostén secreto" (p. 31).
El Sueño, hermano de la Muerte, y ambos, hijos de Nictimene -diosa de la noche-. "Era el sueño que ya rompía toda la relación anterior; era el nacimiento de la muerte, del manantial que brota, nuevo y eterno, sin que antes haya existido otra cosa, y aquí, en la muerte sin pasado, creárase todo, para todo, también, terminar" (pp. 84-85).
Sin dejar de pensar en la última cuestión, tenemos que la presencia de la mitología náhuatl junto con la cristiana que son la base del sincretismo religioso del mexicano, y que la alusión a la mitología griega representa la cultura clásica, base del pensamiento occidental civilizado.
Retomando las preguntas antes planteadas, la muerte como ignorancia estaría contemplando, no sólo a la masa del pueblo "iletrado" e "incivilizado", sino al pueblo mexicano con sus diferentes estratos socioculturales inclusive la élite intelectual que siempre marginó la obra y la presencia de nuestro escritor.
Porque, la presencia viva de la muerte en El luto humano va más allá de la sola interpretación mítico simbólica. Se vale precisamente del poder creador que la palabra adquiere cuando se trata de un mito para cuestionar la sociedad en que surge. Y así, podríamos hablar de un "sentido social" de la muerte.
Edith Negrín señala que no es casual que el niño muriera estrellado contra la vía del ferrocarril, pues éste era el emblema de la incipiente industrialización del país, del progreso a que aspiraba la dictadura porfirista. Y afirma además que a partir de esta escena se establece una relación que va a ser constante en la obra, la pérdida de la tierra equivale a la pérdida de la identidad y conduce a la muerte. En el contexto de la trama, el fallecimiento del niño simboliza el final de la raza indígena, final que supone el nacimiento de una nueva raza. Y agrega que la hermana del niño, Antonia, única sobreviviente de la familia, tiene una existencia signada por la necrofilia "rodeada por la muerte, hecha por la muerte" (p. 92). Pero, ella va a tener un hijo, fecundada por un hacendado español (28). Antonia "estaba hecha por la muerte: la muerte de los suyos, la muerte de su tiempo, y algo fatal y resignado la hacía esperar" (p. 93). Una raza que nacía marcada por el destino: "Eran ataúdes sus cuerpos, de madera corriente, árboles muertos, sin capacidad alguna para florecer" (p. 126).
Ahora bien, ¿qué papel tiene entonces un texto como El luto humano que muestra, como nunca antes, una realidad en la que triunfa la ignorancia sobre la conciencia? Una posible respuesta sería: la revelación. Un apocalipsis, que como revelación, descubriera el caos y alentara a la sociedad en miras a un futuro que, aunque negado en la novela, pudiera hacerse patente en el pensamiento del lector.
El luto humano surge en el mismo año en que ven la luz dos obras de carácter utópico en México: Rendición de Espíritu. (Introducción a un Nuevo Mundo), de Juan Larrea (29), y Ganarás la luz, de León Felipe (30). Dos años antes, Eugenio Ímaz, también exiliado español, publicó su artículo "Topía y utopía" como prólogo a Utopías del Renacimiento (31). Es decir, el ambiente literario se encontraba inmerso en una serie de obras que pretendían encontrar una solución a la crisis mundial del momento, y que hallaron acogida entre el grupo intelectual que asiló culturalmente a los refugiados españoles.
Ante esta influencia del ambiente literario, no sería extraña la intención de Revueltas de marcar su obra con un carácter antagónico a la corriente, escogiendo, además, una dirección que supusiera mayor trabajo intelectual. Nos referimos a una proyección apocalíptica de su novela.
Cioran, en su obra Histoire et utopie se pregunta: "Est-il plus facile de confectionner une utopie qu'une apocalypse? L'une et l'autre ont leurs principes et leurs poncifs. La première, dont les lieux communs s'accordent mieux avec nos instincts profonds, a donné naissance à une littérature autrement abondante que n'a fait la seconde. Il n'est pas donné à tout le monde de tabler sur une catastrophe cosmique, ni d'aimer le langage et la manière dont on l'annonce et la proclame" (32). Así pues, la posibilidad no parecería tan arbitraria, considerando que Revueltas destacó además como un innovador de estructuras textuales. La cita siguiente puede ayudarnos a validar nuestra propuesta interpretativa:
Descúbrese en ocasiones que la muerte es muy posterior a la muerte verdadera, como la propia vida, a su vez, muy anterior a la conciencia de la vida. Ocasiones luminosas que apenas si se dan. [...] Momentos donde se da el prodigio de la especie y en un hombre solo, abatido por la revelación, muéstrase la memoria del hombre entero. Se descubre que en el principio fue lo inanimado, la turba en reposo y fría ya, y una memoria que duele en el entendimiento, recuerda al hombre su condición de sílice o de mármol. (pp. 88-89)
"Un hombre solo" que sería Natividad. "Abatido por la revelación" de la praxis del triunfo revolucionario. Se le revela la memoria del hombre entero, es decir, del ser humano en su dimensión universal. Revelación -apocalipsis- que entra en combinación final con el símbolo último de la muerte. La muerte definitiva. Los zopilotes que aparecen a partir de la mitad del relato encarnan la imposibilidad del ser enterrados, del volver a la tierra, del volver a su origen. Sólo Natividad, "hoy, bajo la tierra, salvaríase también de los zopilotes" (p. 298).
"Un grupo de zopilotes, desde la altura, giraba tercamente, atraído por el olor de carroña que se desprendía del cuerpo de Chonita. Descenderían aquellos zopilotes de manera fatal, animales ruines en espera de la impotencia del hombre, aun antes de que los náufragos murieran. Entonces, sin fuerzas para combatir, aquellos seres desamparados dejaríanse roer las entrañas lentamente, sin voluntad, que oponer, Prometeos perdidos" (p. 140). Impotencia por la pérdida de la conciencia, ante el zopilote que representa "la victoria de la muerte", que queda como "un rey, el rey de la creación" (p. 295).
Ruffinelli dice, "como los picotazos no descritos de los zopilotes, este final es también una congelación novelística, [...] la incitación para el lector, la alusión a un futuro más justo que no le corresponde al narrador describir dado que aún no existe, sino apenas sugerir, poniendo en su esfuerzo de comunicación el germen de una inquietud superior, transformando así su novela en indicador, en índice y en praxis" (33).
Pero, más allá de ese simbolismo, se nos dice que los zopilotes, "reunidos ahí analizaban penetrantemente, cual si nada se les pudiese ocultar, ni el pensamiento, y fueran dueños del destino. Conocía, sin duda, lo que estaba pensando Úrsulo y acaso esperasen nada más a que terminara de pensarlo. Así con respecto a Marcela, a Calixto, a Cecilia" (p. 295). ¿Qué sucede? Que los zopilotes son los poseedores del conocimiento.
"Nada ignoraban los zopilotes, ni eso siquiera, negros y crueles. Rincón por rincón conocían toda la existencia. No era de hambre que iban a morir los náufragos" (p. 296), sino de la falta de ese conocimiento. "La muerte era la ignorancia". Y, en cambio, "los zopilotes conocían todos los secretos del corazón" (p. 297).
El verdadero problema que nos plantea la muerte, nos ha sido revelado: el problema de la conciencia, el problema del conocimiento. "Los buitres están en un extremo y el hombre en el opuesto. El hombre va hacia ellos y se defiende con la tierra o el fuego, al morir. Ellos esperan. Su turno está escrito" (p. 297).
III
En una de las reseñas de El luto humano, se lee: "Muerte, siempre muerte tras cada pensamiento, acechando a cada hombre, enseñoreando el odio, la importancia, el grito histórico del valor menguado y retardado acaso por circunstancias incidentales y transitorias" (34). Ya antes vimos que sí es "siempre la muerte", pero no la misma muerte siempre. Veremos ahora lo que hay detrás de cada pensamiento, de cada hombre y la importancia del carácter histórico del pasado en contraposición con el presente mítico que llamamos así por ser atemporal.
Los socialistas piensan que el dueño de la historia de este mundo es el hombre; él puede cambiar el destino de su vida. Antes, las personas pensaban que Dios decidía el destino del hombre, y tenían que obedecerlo en el camino de su vida, también dada por Dios. Así como un esclavo tenía que vivir como un esclavo y no podía resistirse en nada contra la sociedad o contra ese sistema de clases. Revueltas nos confirma lo anterior cuando dice, "ves tú que mis prostitutas no son prostitutas en sí, sino que están en medio de contradicciones, en medio de luchas" (35), y luego agrega, "ver el fenómeno de la mujer enajenada que enajena. No hay peor enajenación del hombre que ir con una prostituta. [...] Me parece que la suprema enajenación del sexo está en la prostituta, porque entras al comercio, a la ignominia, entras al no ser del hombre" (36).
En El luto humano, se cuestiona la conciencia histórica y la realidad social, y para hacerlo se recurre al plano ahistórico y a una situación límite del hombre: la de la revolución traicionada y la del pueblo despojado. Pero su análisis va más allá, la raíz social no es superficial, y como Dostoievski, Revueltas penetra hasta lo más profundo del alma humana. José Agustín opina, "Revueltas sabía ver la luz brillantísima de la existencia misma, y esto surgió como otro gran tema recurrente -al igual que Lowry y, otra vez, Dostoievski-: la lucha de la luz contra la oscuridad, de la conciencia en su estado incipiente pero ya luminosa contra lo desconocido, lo instintivo, lo inconsciente. por tal motivo a Revueltas siempre le preocupó el Caos y la Muerte, pues sólo de ellos podía surgir el orden y la vida" (37).
José Revueltas hábilmente inicia su obra allí donde todo se aniquila, cuando todos van muriendo y sus recuerdos, desnudos, sin reserva, se fijan un momento en sus cerebros. En la crisis, empieza la novela que ha de ser la agonía de cada uno de los personajes y con sobriedad y lirismo amoroso por esa pobre gente, va descubriendo el cauce eslabonado de la historia.
Úrsulo, carente de la ideología, sin inquietudes sociales ni políticas, sin metas ni propósitos, pero con una obstinación tenaz de arrogarse el amor de Cecilia y la aureola de Natividad, se instaura como su sucesor.
Úrsulo y los demás personajes del presente están enajenados en la medida en que no perciben la realidad del mundo tal cual es, lo que les impide orientarse hacia la emancipación de la humanidad con respeto a la naturaleza.
Adán es el símbolo, llevado al extremo, de la enajenación de su pueblo dividido por el individualismo desmedido de la ideología capitalista. De ahí el carácter significativo de su encuentro con Natividad, quien es portador de un mensaje de fraternidad en el que el valor fundamental es la colectividad.
Pero, veamos lo que nos aporta el texto mismo: "el hombre es también agua que corre y desemboca, que colecta barro e impurezas en su transcurrir, materias con mancha y otras inmaculadas" (p. 19). Esta cita revela un concepto del hombre que no es, en absoluto, pesimista. Es más claro aún en el fragmento siguiente, que corresponde exactamente, al momento en que ascienden a la azotea, cuando parecería que estarían en el borde de la máxima desesperanza:
Se abandona la vida y un sentimiento indefinible de resignación ansiosa impulsa a mirar todo con ojos detenidos y fervientes, y cobran, las cosas, su humanidad y un calor de pasos, de huellas habitadas. No está solo el mundo, sino que lo ocupa el hombre. Tiene sentido su extensión y cuanto la cubre las estrellas, los animales, el árbol. (p. 139)
La determinación negativa de ciertos personajes, como Adán, "hecho de una liturgia compacta, sangrienta, cuyo rito era la negación por la negación misma", tiene justificación, pues "Adán era la impotencia llena de vigor, de indiferencia cálida, la apatía activa. Representaba a las víboras que se matan a sí mismas con prometeica cólera cuando se las vence. A todo lo que tiene veneno y es inmortal, humilladísimo y lento" (p. 30).
Lo que sí rechaza claramente Revueltas en su concepción de hombre es la degradación por enajenación, que lo anula en su ser y lo manda después de la muerte, "a ese reino sin luz, sin tiempo, sin espacio, sin ideas, sin manos y sin ojos, que es la nada. Sin ojos para ver y sin alma con qué darse cuenta de que no se ve" (p. 235). Y porque Adán representa la enajenación en grado sumo, es que le resulta desesperante el contacto con Natividad: "como un ciego a punto de ver, pero que no puede atravesar la línea imponderable, fantástica, que existe entre las tinieblas y la videncia" (p. 246).
Los excesos que la muerte revela en Adán llegan a lo inhumano, "en su yo interno forjábanse elementos de una naturaleza extraordinaria, elaborados con materiales más allá del hombre mismo: violencia ciega, señorío sobre el destino, capacidad de destrucción sin límites" (p. 184).
La degradación de Calixto inicia en el momento del final de la Revolución, cuando "el odio se apoderó de su alma" y dice el texto que "aborrecía a los que, merced a este milagro de las joyas, ya no eran sus iguales; a los descalzos, a los desnudos. Que murieran; que desaparecieran" (p. 153). Las joyas como símbolo del régimen anterior, como símbolo del poder, que en el momento de cambiar de manos transforma a quien lo posee y lo ejerce.
Sin embargo, en conflicto con su visión personal del hombre -en vías de su propia cosmovisión-, Revueltas presenta el pesimismo de su visión sobre la realidad y así afirma por medio de su narrador: "De todas maneras era difícil penetrar en el yo íntimo del hombre, en sus designios. ¿Mentía, amaba, odiaba, era capaz de sufrimiento? Imposible responder" (p. 221). Pero, aunque afirma que "la multitud es una suma negativa de los hombres [que] no llega a cobrar jamás una conciencia superior. Es animal, pero como los propios animales, pura, mejor entonces, peor también, que el hombre" (p. 286), el reconocimiento de sus limitaciones como escritor son una muestra evidente de su honestidad intelectual, y con ello, la visión que ofrece en su novela, adquiere el prestigio de su pluma y de su pensamiento.
Revueltas declara en una entrevista: "La vida social y política, la lucha, me han servido para impregnarme de la realidad del país, porque yo soy no un escritor comprometido, soy un escritor ¡dentro del compromiso! Yo no me comprometo desde fuera, soy simplemente una gente comprometida desde dentro: mi vida es la Revolución, y otra expresión de mi vida es la literatura" (38). No obstante el patente compromiso, el nombre de José Revueltas ha sido a menudo olvidado cuando se habla de novelas que trabajan el tema de la Revolución desde una nueva perspectiva como lo harían después Yáñez, Rulfo y Fuentes. El luto humano presenta una imagen de la Revolución desde varios puntos de vista, ofreciendo con ello, la posibilidad de que el lector se instale por encima de todos, logrando así el fenómeno de la "desmitificación" del hecho social más decisivo en este siglo de la historia de México.
El narrador dice, "la Revolución era eso; muerte y sangre. Sangre y muerte estériles; lujo de no luchar por nada sino a lo más porque las puertas subterráneas del alma se abriesen de par en par dejando salir, como un alarido infinito, descorazonador, amargo, la tremenda soledad de bestia que el hombre lleva consigo" (p. 245).
Adán se pregunta, "¿en qué Revolución creía Natividad y de qué manera?" (p. 245). Porque "su revolución era otra. Era aquella que podía encerrarse en su primer impresión, cuando, a los dieciséis años de edad, anduvo sirviendo bajo las órdenes de cierto general fusilado más tarde" (p. 240); "era la suya una revolución elemental y simple, con una venas extrañas y una ansiedad" (p. 244).
Natividad cuenta, "tres días anduve perdido y sin encontrar la Revolución..." Y el narrador agrega, "¡Encontrar la Revolución! Como si la Revolución fuese una persona, una mujer, y se la buscase, tangible, física, delimitada" (p. 239).
Para Calixto, que "era un hombre para quien ninguna época de su vida como aquella de la Revolución, había sido tan espléndida. La Revolución eran las joyas" (p. 165).
Revolución "confusa" que trajo consigo otra, cuando "la Revolución, por su parte, hízose, digamos, de una Iglesia. Fue éste un período mucho más trágicamente confuso que otros" (p. 271).
En fin, la Revolución queda más ampliamente representada en
"aquel grupo de soldados revolucionarios perdido en la inmensa geografia de México, [que] se convirtió en un grupo de hombres en derrota, perseguidos, huyendo". Y por ello se afirma, sin lugar a dudas, "aquello no era la Revolución; aquello no era nada: caminar tan sólo caminar, caminar. [...] Pero, ¿dónde el sentido de las cosas? ¿Dónde la tierra? Caminar, caminar sin descanso" (p. 231). Un caminar sin rumbo definido igual que el éxodo circular y sin fin de los protagonistas.
José Agustín señala, respecto de este proceso, que El luto humano responde cabalmente "al requerimiento de una desmitificación y desacralización de las ideas revolucionarias, para quitarles la pasión religiosa y dejarlas en el plano objetivo que les corresponde" (39).
No es extraño que ya un texto como El luto humano, publicado en plena reacción poscardenista, provoque el recelo y la desaprobación de sus compañeros de partido, a quienes no podían menos que alarmar las conexiones "pesimistas" de la novela, en abierta contradicción con el optimismo a ultranza del llamado "realismo socialista" (40). Evodio Escalante toca un punto importante en su crítica: el problema del cuestionamiento del referente histórico, y más si recordamos que se encontraba en su apogeo el desempeño intelectual de los españoles asilados por Cárdenas (41).
Por su parte, Edith Negrín afirma: "si la militancia política de Revueltas estuvo vertebrada por la convicción de que los hombres hacen su historia, sus textos literarios muestran una tensión entre esta premisa y su cuestionamiento. Tal tensión se convierte en centro generador de la literatura revueltiana" (42).
Del material histórico, mítico y social, Revueltas enajena el dato relevante, esencial, para que el lector pueda captar de una forma más efectiva el movimiento de desenajenación que como escritor imprime a la realidad. Ya acercándose al momento culminante del final, surge con fuerza el cuestionamiento: "¿Por qué todo era injusto? ¿Qué iba a ser del pueblo? ¿Dónde estaba su Historia? Odio. Odio. Odio. Odio. Odio. Odio. Cincuenta clases de odio. Odio santo y otros" (p. 281).
¿Y qué hay de la dualidad antagónica historia/mito? El mito, en esta novela, según señala Sheldon, es desvirtuado, el narrador recalca con insistencia que el grupo ha perdido su carácter humano, "eran basura náufragos, basura terrible, inferiores en la escala zoológica a los zopilotes" (43). La intención del autor pareciera ser proclamar su indignación contra una sociedad que produce individuos fragmentados psicológicamente, carentes de valores espirituales e ideológicos. Y el mito está en función de esta intención.
Revueltas presenta el mito al igual que se presenta en la novela contemporánea. La preocupación de los años veinte es la búsqueda del ser, y su manifestación estructural es la búsqueda, búsqueda y circularidad que constituyen dos modelos míticos básicos estructurantes de la narrativa de El luto humano. La relación de la muerte con el tiempo mítico es muy importante. Al describir sucesos que ocurren después de que la persona ha muerto, por ejemplo, o en un mundo donde cada persona o cosa está muerta, el escritor fuerza al lector a una comprensión más profunda de los caracteres de los sucesos los cuales son eternos y de infinita duración e importancia. Los hechos son percibidos sin tener ningún punto de referencia con el tiempo cronológico. Además, el tiempo mítico y el espacio mítico llevan a una percepción completamente diferente de la realidad.
Sin embargo, los orígenes de las circunstancias que condenan a los personajes en sus últimos momentos tienen su origen en el pasado. Esto es, un pasado histórico que, para ser valorado, está proyectado en su realidad mítica. Así, tenemos que la muerte de Chonita pudo estar condicionada por la exigencia de La Borrada, "¡Pero no quiero tener hijos!" (p. 197); que la miseria de los campesinos -indígenas y mestizos- se agudizó con la traición de los ideales revolucionarios del líder que el mismo texto exalta: Zapata, con su "¡Tierra y Libertad!"; que el fracaso de la comunidad se debió a la sofocación de la huelga y al asesinato de Natividad; y así podríamos seguir enumerando más circunstancias.
Mijaíl Bajtín dice: "el pasado épico es absoluto y perfecto. Es cerrado como un círculo, y todo en él está completamente elaborado y acabado. En el universo épico no hay lugar para lo imperfecto, para lo imposible de resolver, para lo problemático" (44). Podríamos interpretar entonces, que la inclusión de elementos míticos en el plano novelesco, en especial el mito fundacional de los nahoas -el águila devorando una serpiente-, y del mito de Quetzalcóatl -origen cultural asumido por los mexicas-, supone el cuestionamiento del pasado épico, de los orígenes del mexicano, como raza mestiza y dominada por la cultura que se mezclaría con la indígena. De igual manera, las deidades del panteón azteca incluídas en el texto en forma homóloga con ciertos personajes, participan del cuestionamiento al pasado mítico mexicano que fuera violado por el sometimiento y el mestizaje del español.
Natividad no hace su entrada en la novela hasta bien avanzada su lectura, se presenta a través de los recuerdos de otros personajes y su figura es magnífica en la perspectiva del narrador. "Natividad era un hijo de las masas; en ellas nutría su poderosa fe. Las masas repartían el pan de la Historia y de este pan alimentábase Natividad. ¿Cómo iba a morir nunca?" (p. 287).
Junto a este personaje el escritor no reprime el deseo de figurar en su propia obra: "-¡Pues mi general ya está cansado de lo que pasa por aquí, en el Sistema -dijo el ayudante-. Primero la agitación sembrada por José de Arcos, Revueltas, Salazar, García y demás comunistas. Luego ese líder, Natividad" (p. 175).
Se habla y se percibe a ese personaje, "como si Natividad fuese poderoso y múltiple, hecho de centenares de hombres y de mujeres y de casas y voluntades" (p. 247). La llegada de Natividad, portador de un mensaje de esperanza, como lo sugiere su nombre y lo comprobará su comportamiento, coincide con el auge económico de la comarca. El Sistema de Riego, revolución social y humana cuyo líder es Natividad, adquiere en la obra una dimensión a la vez cósmica y humana, una dimensión totalizadora que significa el desarrollo de las capacidades creadoras en el hombre.
Con la implantación del Sistema, la "utopía" encuentra su lugar. Antes hablamos ya de la posibilidad de una intención apocalíptica de la novela que contrastara con la tendencia utopista de textos contemporáneos a ella. Sin embargo, ante la figura de Natividad, podemos reconsiderar nuestra propuesta, a la luz del pensamiento de Adolfo Sánchez Vázquez (45), en la crítica que realizara al socialismo científico (46).
Adolfo Sánchez Vázquez señala que ya en los tiempos modernos la utopía se interna en el campo de lo posible. En la utopía renacentista, lo que carece propiamente de lugar, de topos, es la acción, el esfuerzo práctico transformador (47). Y el utopismo revolucionario teórico y práctico, a diferencia del reformista, quiere la nueva sociedad a partir de un acto total y definitivo: la revolución (48). El utopismo, con su doble faz -reformista y revolucionaria- se presenta como un hecho histórico en el proceso práctico y real de la lucha por una nueva sociedad, y en el proceso teórico por la fundación de un socialismo no utópico que Marx -y sobre todo Engels- llamarán científico (49).
En algunas de las "once tesis no utópicas sobre la utopía", escogidas en función de nuestro estudio, Sánchez Vázquez afirma en su segunda tesis que el deseo de la utopía es deseo de realización y, hasta donde es posible, deseo de contribuir prácticamente a realizarla. En El luto humano, la participación de Natividad en el Sistema, y de la Revolución concebida en el pensamiento revueltiano, son muestras del deseo de la praxis.
En la cuarta, señala que "la utopía es una construcción imaginaria de la sociedad futura, pero hunde sus raíces en el presente" (50). El utopismo viene a ser una especie de compensación de las limitaciones históricas del presente. El gran problema de los personajes de nuestra novela es el presente histórico, ya que su vivencia, su "protagonismo" ha sido desplazado a un campo "ahistórico". Además, se trataría de "hundir sus raíces", y ya mencionamos que el otro problema que se cuestiona es precisamente el de los orígenes.
"El utopismo es un producto histórico necesario", afirma en la quinta tesis. La determinación de la utopía por el presente y su relación inversa con el desarrollo histórico hacen de ella un producto imaginario, pero no casual o arbitrario, sino históricamente necesario (51). La obra está marcada, en su nivel del pasado, por esta constante preocupación de la inserción en el desarrollo histórico. Y así, porfirismo, revolución, revolución cristera, cardenismo, están claramente presentes en la cronología del pasado.
La séptima tesis dice: "La utopía tiene una existencia real, efectiva; la utopía es, a la vez, topía". Queremos subrayar que, lejos de no hallarse en ninguna parte, se halla en un lugar y forma parte del mundo real. La utopía es una idea que se aspira a realizar, aunque el resultado del proceso de realización sea el fracaso o la impotencia. Pese a este resultado, la utopía genera una práctica. La utopía, por ello, como práctica es topía, sin dejar de ser -con su fracaso e impotencia- utopía (52). Caben aquí las palabras de Mannheim cuando dice que "el camino de la historia conduce de una topía, por encima de una utopía, hacia otra topía" (53).
En la tesis novena, Sánchez Vázquez apuesta por la utopía en cuanto que la utopía revela un hueco que la ciencia no puede llenar. La utopía implica una doble relación imaginaria: con el futuro y el presente (54). Así pues, en las ciencias sociales, donde este conocimiento tiene peculiaridades que limitan la previsión científica, aunque no la anulan, las utopías ocupan el hueco que las ciencias no pueden llenar.
La tesis undécima enuncia: "Los utopistas se han limitado a imaginar el mundo futuro de distintos modos; de lo que se trata es de construirlo" (55). Como interpretación al margen de la praxis y no fundada en el conocimiento de lo real, la utopía tiene que quedarse en una interpretación ilusoria del mundo que, por lo tanto, no puede contribuir decisivamente a una transformación radical de la realidad. Por ello, la contemplación de una visión utópica en Revueltas queda validada desde el punto de vista de Sánchez Vázquez sobre el socialismo utópico. Y más allá de la sola posibilidad utópica, el reconocimiento de una revelación, de la concepción de El luto humano como un apocalipsis que permitiera un salto dialéctico a una nueva realidad.
El mundo mexicano, la sociedad mexicana, a principios de los años cuarenta, en manos de los "triunfadores de la Revolución" dejaba mucho que desear, según la visión de Revueltas, y por ello, daba también mucho para denunciar.
Natividad es un personaje fundamental en el plano del pasado, pero la muerte lo es más en el pasado y en el presente, porque será ella la que dé la posibilidad de "revelación", "porque -dice el texto- ocurría que, próximo a la muerte, se le revelaba la esterilidad monstruosa de su existencia, cuyos propósitos, ahora, aparecíanle sin sentido. Todo su pasado era un error triste donde no hubo un solo momento de victoria. Palpándose el pecho, hasta su mano llegaba la sequedad del alma. Alma amurallada con círculos infinitos, del uno al mil, del mil al millón, sin luz dentro, con tinieblas atroces que no dejaban ver, que no dejaban respirar" (p. 100).
Los personajes que viven el presente, que encarnan en sus cuerpos el luto humano, no tienen voz -en la medida en que pesa sobre ellos el discurso del narrador-, pero que sí tienen un pasado en su memoria que les permitiría la conformación de su imagen en un nuevo tiempo y espacio; pero la muerte, que les da la oportunidad de despertar su memoria, se las niega al contemplar que ya son sólo "basura humana".
Bajtín plantea este problema como la "metáfora auditiva" del otro. La tragedia del pueblo es, no sólo no tener voz, sino carecer de memoria. Al ser obligados a la servidumbre y al ser despojados de los elementos que sostenían su vida comunal, han sido despojados también de su memoria, y con ello, de la posibilidad de encontrar un origen que los defina. "En esta novela señera de la literatura contemporánea de México -señala Sheldon-, Revueltas pulsa una de las cuerdas más íntimas de la ontología del mexicano, la ausencia de una noción clara sobre su origen y destino" (56).
En este punto de la memoria, Revueltas lanza otra de sus atrevidas "innovaciones" estructurales. La novela convoca, en cierto momento, el sonido y la voz de una cultura indígena, enmudecida pero viva, que no encuentra su voz para despertar la memoria y rescatarse en sus valores. "Y en seguida repitió la frase en lengua indígena donde, tal vez por la melodía silbante y quebrada del idioma no se transparentaba cólera alguna. Las vocales, como sin esqueleto cuando van solas, en esta lengua cobraban un ritmo lleno de proporción y gracia, merced a las consonantes, tes, eles y equis, puestas ahí con empeño de música" (p. 189).
El problema de la memoria escindida se extrapola a la raza mestiza que trae consigo la falta de una conciencia de su ser como humano y como miembro de una sociedad. "Tenía Adán esa sangre envenenada, mestiza, en la cual los indígenas veían su propio miedo y encontraban su propia nostalgia imperecedera, su pavor retrospectivo, el naufragio de que aún tenían memoria" (p. 19).
"Las imágenes de los lenguajes son inseparables de las imágenes de las concepciones y de sus portadores vivos: la gente piensa, habla y actúa en un ambiente histórico y social concreto", afirma Bajtín (57). En estos términos podemos interpretar el fenómeno bicultural que intenta representar Revueltas. Aunque no llega a pronunciarse la palabra en náhuatl, el indígena tiene voz y su discurso repercutirá en la praxis: dar muerte al contratista. El narrador asume el discurso del indígena y lo coloca en el mismo plano que al discurso "civilizado":
El orador se detuvo en seco. Relampagueaban sus ojos por el esfuerzo que hacía para convencer a la masa dura y bárbara, [...] los tres o cuatro indios que tenían de pronto y nebuloso y pesado interés en el problema rodearon, estrechándolo, al orador. [...] Este diálogo era oportuno para desconcertar a los esquiroles, así que el orador elevó la voz con el propósito de ser escuchado por todos. [...] De un salto el orador se colocó frente al contratista de esquiroles [...] lo tomó del cuello propinándole terrible bofetón. [...] Los cuatro indígenas se miraron entre sí y el mismo viejo anterior trepóse al montículo. -Compañeros, señores huelguistas -exclamó en español para en seguida comenzar a expresarse en su lengua con dirección a otros indios. (pp. 252-254)
Este intento, lleno de matices "dialógicos", como diríamos con Bajtín, se encuentra ya muy avanzada la novela. Así pues, su inclusión no puede ser ocasional. Se ha recorrido ya la mayor parte del relato y el autor ha considerado que es momento oportuno para esbozar una nueva posibilidad: dar voz a los que fueron despojados de ella. Con este elemento, Revueltas confiere a su texto una nueva dimensión novelesca que se suma a la larga lista de innovaciones que aportará a la narrativa hispanoamericana.
Porque, aunque las palabras existen entre una enumeración que define a los marginados -"Rostros, puños, voces, ojos, dientes, cabezas, palabras, brazos, pómulos, mentones, gritos, pechos, eso era la multitud" (p. 255)-, aún hace falta la articulación en frases de esas palabras, que den cuenta de la existencia de una clase que también pertenece a la sociedad.
Y en lo que respecta a nuestros personajes del presente novelesco, tenemos que la muerte que abre la memoria da paso, en primer término, al recuerdo del nacimiento o los orígenes más remotos del personaje. En Cecilia, es una memoria que casi se diluye, "una memoria táctil, del suceso: recuerdo casi vegetal de emociones reflejas, el miedo, por ejemplo, o el dolor. Memoria como luces con sangre, cual si se golpeara los ojos cerrados" (p. 75). Y en el sacerdote, que "ya no podía recordar más. Ni siquiera las hazañas bestiales de los propios soldados cristeros", porque la muerte como "piedra se aproximaba al corazón y moríase el cuerpo" (p. 120). Este recurso de la muerte que arrebata el último vestigio de memoria para penetrar en el cuerpo en forma de petrificación, será retomado por Rulfo para dar con él muerte a Pedro Páramo.
La muerte y la vida en El luto humano son peregrinar. El peregrinar es interpretado, psicológicamente, como una nostalgia de la madre perdida y se manifiesta profusamente en la Biblia y en algunos códices prehispánicos. Recordemos la inclusión del mito de Quetzacóatl y con ello, su partida que lleva a la extinción los más altos ideales éticos y culturales del mundo mesoamericano. En la novela se nos dice: "El mexicano tiene un sentido muy devoto, muy hondo y respetuoso, de su origen. Hay en esto algo de obscuro atavismo inconsciente" (p. 225).
En síntesis, diremos que el presente de la novela se caracteriza por el divorcio insuperable entre la conciencia y la práctica; lo que lleva a mantener al pueblo en la enajenación más absoluta que lo conduce a la muerte, y el pasado en una trágica lucidez que desintegra la posibilidad histórica también en la muerte.
La única posibilidad que queda abierta al hombre, una vez que ha perdido la memoria y la posibilidad de ser en ese mundo, es el amor: "Úrsulo miró con fijeza los ojos de Cecilia por ver si encontraba una chispa nueva de regreso. Si iban a morir. Por ver si ella lograba darse cuenta de todo aquello y de que, juntos en espera de la muerte, podrían haber futuros últimos minutos para amarse fundamentalmente, como pocas veces se puede sobre el mundo" (p. 63). Posibilidad que Úrsulo guardaba en lo más profundo de su ser, y que esperaba encontrar respuesta en el interior de su mujer. Porque, Úrsulo como Revueltas, buscaba en lo más íntimo del hombre, ya que "aun cuando fueran derrotados, algo les decía, muy dentro, sin que oyeran nada, que la salvación existía, si no para ellos para eso sordo, triste y tan lleno de esperanza que representaban" (p. 88).
IV
En la conformación de una nueva cosmovisión cabe el preguntarse por el papel que desempeña el factor sobrenatural en ella. Como ya antes dijimos, el hombre ya no depende de Dios como de un destino inquebrantable y su relación con él se establece en otros términos. El dios del pensamiento revueltiamo, evoca en primera instancia en El luto humano, la figura de un dios prehispánico: "como antes los viejos sacerdotes en la piedra de los sacrificios, a Dios, a Dios en cuyo seno se pulverizaron los ídolos esparciendo su tierra, impalpable ahora en el cuerpo blanco de la divinidad" (p. 9), y de esa visión asimila el carácter destructor de la divinidad sobre el hombre: "Y Dios golpeando el cielo, la terrible bóveda obscura, sin estrellas" (p. 13).
En El luto humano, el cuestionamiento mayor está al presentar el hecho histórico de la Revolución Cristera. Revueltas destaca y equipara la crueldad tanto de los cristeros como de sus opositores. "La religión de los cristeros era la verdadera Iglesia, hecha de todos los pesares, de todos los rencores, de toda la miseria de un pueblo oprimido por los hombres y la superstición" (p. 39). "Porque ni la Iglesia Romana ni la del Cisma dependían de Roma, en realidad. Eran ambas una sola iglesia; una iglesia de la nostalgia, de la resignación y de la muerte" (p. 40). Y la imagen sanguinaria de la revuelta le servirá de fuente de inspiración para otros textos: "No creen únicamente en Cristo, sino también en sus cristos inanimados, en sus dioses sin forma. En ellos Cristo se inclinaba sobre la serpiente aspirando su veneno, consubstancial y triste" (p. 28).
El concepto de la religión en la novela, corresponde a un "Cristo del aire, repetición de la lanza, [que] no dejaba sino un crepúsculo humano de tejidos mortuorios, presente sin afirmarse, golpe sombrío desde un cielo inconcebiblemente alto y lejano" (p. 35). "El Cristo de esta tierra era un Cristo resentido y amargo" (p. 38).
Así pues, "Dios era aquello que ocurría en los corazones, con todo lo que encerraba: lágrimas y vida; muerte y creación" (p. 76). Sólo que en esta nueva creación, dios no tendrá el papel protagónico. En la nueva cosmovisión que vislumbra la novela, se supera la filiación fanatizada del mexicano por la religión. Defenderá ahora sus más profundos valores, porque según Revueltas, los que murieron en este texto, al igual que el sacerdote, "si defendía a dios era porque en él defendía la vaga, temblorosa, empavorecida noción de sentirse dueño de algo, dueño de Dios, dueño de la Iglesia, dueño de las piedras, de algo que jamás había poseído, la tierra, la verdad, la luz o quién sabe qué, magnífico y poderoso" (p. 274).
Castañeda ha encontrado una analogía entre Revueltas y Gorostiza. El gran cantor de la muerte que fuera del grupo de los "Contemporáneos" y contemporáneo también de Revueltas. El dios de ambos autores es un dios que gime, que expulsa a través del llanto un amargo dolor, es un dios que se repite estérilmente. "Lleno de mí, sitiado en mi epidermis por un Dios inasible que me ahoga" dice Gorostiza, mientras que Revueltas afirma: "La tierra entera no había sido desde el principio sino una inmensa cámara helada, un refrigerador de Dios, donde todos morirían de asfixia y de frío" (58).
No nos detendremos más en este aspecto, dado que la concepción de Revueltas sobre la divinidad está subordinada a la de la muerte, a la del hombre y no es el centro de su nueva cosmovisión.
Desde que en 1943 se publicara El luto humano, la literatura mexicana ya no sería la misma: formal y esencialmente trascendería a un plano universal. José Revueltas trasciende al igual que otros muchos escritores ilustres, no por juzgar fría y desapasionadamente la actualmente tan deteriorada y precaria condición humana, sino por pretender reivindicarla. Se trata de una laboriosa empresa de conciencia que, todavía más allá del planteamiento exclusivamente literario, supone el más abierto y transparente ejercicio de conducta personal: se predica con el ejemplo. (59).
Revueltas concibe su obra a partir de la enajenación del escritor y "de la dirección que por sí mismo asumen los materiales mediante el impulso de su propia naturaleza". Esta actitud no es opuesta, sino complementaria al hecho de que de los elementos constitutivos más importantes de la narrativa de Revueltas sea su conciencia de escritor, su ética. Pues, como dice Sara Sefchovich, "José Revueltas es el caso extremo de la literatura de conciencia y compromiso en los años cuarenta". Y agrega, "el de Revueltas es un pensamiento profundamente histórico y político, que se quiere enfrentar al cambio e incluso criticar a quienes luchan por él -a la izquierda-" (60).
El problema último de El luto humano es la realidad incontrastable de un mundo desintegrado. Como en una mutilada tragedia absoluta del hombre incapaz de tener conciencia, y si la tiene, imposibilitado de ponerla en práctica, incapaz de modificar la naturaleza del mundo. De la fábula que se relata en El luto humano sólo queda al final el fracaso de un grupo de seres, cuyo porvenir, contradictoriamente, se encontraba en el pasado. A partir de esta obra, para Revueltas, el tiempo de la evocación ha terminado. Comienza el de la angustia, dura e incierta adivinación del futuro, en su práctica ensayística y en sus futuras obras.
A partir de esta obra, para la narrativa mexicana se abre un horizonte de posibilidades gracias a esa evocación de la realidad de México, gracias al cuestionamiento de problemas que por primera vez la pluma de un escritor se atrevió a plasmar.
"El arte y la filosofía y las ciencias son los instrumentos de emancipación del hombre, de desalienación, de deseo, de desenajenación -afirma Revueltas-. Tenemos entonces, en ellos, una puerta abierta. Pero, precisamente, esta tendencia a la tecnificación apunta directamente sus baterías contra el arte y la ciencia puros. Entiéndase que yo digo arte y ciencia puros. No porque los desprenda de sus deberes con la sociedad. Sino porque los eleva a un nivel del conocimiento libérrimo. Con toda la libertad posible. Sin dejar de contarse con la sociedad contemporánea ni tratar de transformarla críticamente. Esos son los puntos de salida. Pero son también los objetos objetivos a quienes apunta la desenajenación del hombre con mucho mayor vigor" (61).
NOTAS
1. José Revueltas, "En este sitio", La Palabra y el Hombre, núm. 23, 1977, p. 4. E.A.G., "José Revueltas", Letras de México, núm. 2, 1943, p. 10. Idem. Alí Chumacero, "José Revueltas", Letras de México, núm. 24, 1944, p. 5. Helia A. Sheldon, Mito y desmitificación en dos novelas de José Revueltas, ed. Oasis, México, 1985. Antoine Rabadán, El luto humano de José Revueltas o la tragedia de un comunista, ed. Domés, México, 1985. Edith Negrín, "El narrador José Revueltas. La tierra y la historia", Revista Iberoamericana, núm. 55, 1989, pp. 879-890. Ibid., p. 884. Cf. José Armando Castañeda González, La muerte en el pensamiento de José Revueltas, Tesis de licenciatura, UNAM, México, 1988, p. 89. Antoine Rabadán, op. cit., p. 48. Ibid., p. 64. Helia A. Sheldon, op. cit., p. 63. Jorge Ruffinelli, José Revueltas, ficción, política y verdad, Universidad Veracruzana, Xalapa, 1977, p. 53.14
Adalbert Dessau, La novela de la revolución mexicana, trad. Juan José Utrilla, FCE, México, 1986, p. 381. Jorge Ruffinelli, "José Revueltas: la narración oblicua", La Palabra y el Hombre, núm. 46, 1983, p. 4. Cf. John S. Brushwood, México en su novela, FCE, México, 1987, p. 52. Vicente Francisco Torres, "José Revueltas: La muerte es un problema secundario", en Los escritores, Proceso, México, 1981, [Entrevista, 10 de abril de 1978], p. 197. Idem. José Revueltas, El luto humano, Ed. México, México, 1943, p. 7. Cito por esta edición y en adelante sólo se indicará la página entre paréntesis. Carlos Eduardo Turón, "La iconoclastia de José Revueltas", Cuadernos Americanos, núm. 2, 1970, p. 113. Cf. Antoine Rabadán, op. cit., p. 36. José Revueltas, apud Jorge Ruffinelli, art. cit. 5. Cf. Edith Negrín, art. cit., p. 889. Cf. Idem. Helia A. Sheldon, "El arquetipo femenino en El luto humano de José Revueltas", Comunidad, núm. 9, 1974, p. 393. Antoine Rabadán, op. cit., p. 58. José Revueltas, apud Arturo Melgoza Paralizábal, Modernizadores de la narrativa mexicana: Rulfo, Revueltas, Yáñez, Katún, México, 1984 [Premio de Periodismo Cultural], p. 28. Cf. Edith Negrín, art. cit., pp. 885 y 887. Juan Larrea, Rendición de Espíritu. (Introducción a un Nuevo Mundo), 2 vols. Cuadernos Americanos, México, 1943. León Felipe, Ganarás la luz, Cuadernos Americanos, México, 1943. Eugenio Imaz, "Topía y utopía", en Utopías del Renacimiento, FCE, México, 1941. Cioran, Histoire et utopie, Gallimard, París, 1960, p. 142. Jorge Ruffinelli, op. cit., p. 62. P.J.F., "José Revueltas. El luto humano. (Premio Nacional de Literatura) 1943", Rueca, núm. 6, 1943, 61. Vicente Francisco Torres, op. cit., p. 192. Ibid., p. 193. José Agustín, "El luto humano", Revista de Bellas Artes, núm. 29, 1976, 61-62. Vicente Francisco Torres, op. cit., p. 191. José Agustín, art. cit., 62. Cf. Evodio Escalante, José Revueltas: una literatura "del lado moridor", Principia, Universidad Autónoma de Zacatecas, 1990, p. 11. Vid. supra. Edith Negrín, art. cit., 880. Helia A. Sheldon, op. cit., p. 90. Mijaíl Bajtín, Teoría y estética de la novela, trad. Helena S. Kriúkova y Vicente Cazcarra, Taurus, Madrid, 1989, p. 461. Adolfo Sánchez, homólogo de Revueltas en cuanto a praxis del pensamiento se refiere, declara: "una truncada práctica literaria [...] me llevó a problematizar cuestiones estéticas, y una práctica política me condujo a la necesidad de esclarecerme cuestiones fundamentales de ella y, de este manera, casi sin proponérmelo, me encontré en el terreno de la filosofía. No fue, pues, para mí, la entrada en la filosfía el producto de una elección puramente teórica y, menos aún, académica". Adolfo Sánchez Vázquez, "Mi obra filosófica", en Praxis y filosofía. Ensayos en homenaje a Adolfo Sánchez Vázquez, eds. Juliana González, Carlos Pereyra y Gabriel Vargas Lozano. Grijalbo, México, 1985, p. 436. Adolfo Sánchez Vázquez, Del socialismo científico al socialismo utópico (1a. ed. UNAM, 1971). Era, México, 1981. Ibid., p. 10. Ibid., p. 14. Ibid., p. 15. Ibid., p. 17. Ibid., p. 18. Ibid., p. 20. Karl Mannheim, Ideología y utopía, trad. Salvador Echavarría, FCE, México, 1941, p. 174. Adolfo Sánchez Vázquez, op. cit., p. 21. Ibid., p. 24. Helia A. Sheldon, art. cit., p. 390. Mijaíl Bajtín, op. cit., p. 419. Cf. José Armando Castañeda, op. cit., p. 43. Cf. Arturo Melgoza Paralizábal, op. cit., pp. 35 y 48. Sara Sefchovich, México: país de ideas, país de novelas, Grijalbo, México, 1987, pp. 129 y 131. José Revueltas, apud. Arturo Melgoza Paralizábal, op. cit., p. 33.Regresar Sincronía Otoño 2000
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