Charles Baudelaire: La inmediatez desvanecida.
Departamento de Letras
Universidad de Guadalajara
El mal y la modernidad
¿Y qué hay en el abismo? El
cielo y el infierno. Esa boda macabra que William Blake consagra y rebautiza con un sólo
nombre: poesía. Sombra y luz, presencia y destierro de la condenación eterna donde el
poseso andará errante por el mundo con el legado de Caín, bendición de Dios cuyo
castigo no fue sino la regeneración de la realidad. Y surge el hombre como un asombro de
la sangre, con el prodigio de caminar la oscuridad para ser amamantado en la rebeldía.
Entonces la pugna se
engendra. Dios, por un lado, con su omnipresencia trata de redimir al hombre, y Satán,
por otro, busca salvar al hijo de Dios de las perversiones que ha heredado de la moral. De
esta batalla cruel emana el rebelde del desasosiego: el Poeta. Y la lucha se vuelve
más encarnizada porque ahora la Belleza ha de ser la disputa entre Dios y Satán, pero
este último, señala Baudelaire, "...representa el complemento de Dios, con quien
formaría un sólo ser si el universo entero no se viera desgarrado por la tensión del
dualismo absoluto" (Baudelaire, 1995:22) Para Baudelaire el Mal brota natural y
espontáneo, mientras que el Bien no es natural, mejor dicho, es artificial y con reglas
preestablecidas. El Bien y el Mal comparten un mismo objetivo, buscan equilibrar las
emociones y conocimientos del hombre, se trata de la Redención como fundamento de la
vida. Nada hay sin la balanza de las pasiones, y Dios y Satán no son más que un todo.
Luego, ¿qué hay en el Bien?
La santificación del Mal, la belleza de lo maligno, lo moral de lo inmoral, la oscuridad
que habita la claridad para ser más que el reflejo del otro, porque el Bien ha sido
ultrajado por las sociedades, porque el Bien se ha moralizado, y la obligación moral,
dice Enrique López Castellón (citado en Baudelaire, 1995:18), "se identifica con la
necesidad de ser mandado, castigado o querido" Charles Baudelaire comentó que el
Bien son las órdenes despóticas y autoritarias que se emiten al sujeto, tal vez por eso
Satán toma el trono de los malditos y los desterrados, se convierte en representante y
mediador ante Dios. El Mal, por este conducto también, habrá de crear conocimientos,
porque la destrucción, como indica Henry Miller (1983, 30) acompaña a la creación. Es
necesaria, entonces, la convivencia con los demonios porque de esa forma se comprende la
naturaleza del hombre. Así lo vio Baudelaire cuando abrió los ojos a la poesía un 09 de
abril de 1821, en el París que van dejando Voltaire y Rousseau. Un París de ideas
contradictorias que pasan de la tradición feudal al individualismo apasionado de mano del
espíritu racional, práctico y centralizador.
Baudelaire hereda las ideas
del clasicismo que busca el centro entre la razón y la sensibilidad que nunca habrá de
encontrar porque, cómo un barco, se mueve de un lado a otro. Berkeley y Hume llegan al
patíbulo del pensamiento filosófico francés mientras que los primeros textos
románticos harán nido en Rousseau. Se trata de la literatura de la sensibilidad y el
naturalismo, cruzando, claro, la literatura científica y filosófica. Se va formando,
escribe Robert G. Escarpit, una "élite de técnicos y científicos como Buffón, que
tratan de saciar la curiosidad de sus contemporáneos."(Escarpit, 1986:70) Una
estrategia que habrá de consolidar Denis Diderot con la publicación de la Encyclopédie.
Francia, de pronto, se ve
sorprendida por el avance vertiginoso de Inglaterra, quiere añadir al sinónimo que ya
porta, es decir, al de libertad, el de avance tecnológico. Las calles de París se
inundan de luces, la vieja arquitectura da paso al hierro que se funde al modo de la
construcción de los griegos, entra en vigencia la modernidad acompañada de la
arquitectura del vidrio. Se inicia lo que habrá de caracterizar a la época moderna: la
mezcla de lo antiguo y lo moderno, ese nuevo sincretismo de imágenes del progreso y
la masificación. Baudelaire se encuentra, dice Walter Benjamin (1970, 134), "con
la mirada del exiliado. Se trata de la visión del paseante, cuya forma de vida representa
con un resplandor conservador, la desesperada vida venidera de los habitantes de las
grandes ciudades".6 Es el crecimiento de la industria, es el paso a la riqueza, a
la máquina y al negocio. La burguesía prospera y las reglas morales son defendidas
desde sus trincheras. El Bien comienza su decadencia, se comercializa y se vuelve
vulnerable.
Charles Baudelaire no acepta
por completo la modernidad, se maravilla de ella pero no está convencido, así lo
manifiesta en "Mi corazón al desnudo", cuando escribe que no existe "Nada
más absurdo que el progreso, puesto que el hombre, como lo prueban los hechos
cotidianos, es siempre semejante e igual al hombre, es decir, se encuentra siempre en
estado salvaje" (Baudelaire, 1982:31), y
continúa con una pregunta desgarradora: "¿Qué representan los peligros del monte y
la pradera comparados con los choques y conflictos cotidianos de la civilización?"
El modernismo ofrece la cosecha de la estética, una estética importante pero que será
con el tiempo sopesada por la burguesía que la habrá de adoptar. Baudelaire rechaza las
reglas que rigen al arte, se burla de los inspirados y grita: "¡Atrás la musa
académica! ¡Para nada quiero a esa vieja mojigata." Nosotros, dice, "obreros
literarios, debemos ser precisos, debemos encontrar la expresión absoluta, o bien
renunciar a la pluma y ser unos chapuceros..." (Baudelaire, 1982:52) Este poeta,
llamado maldito o representante de la literatura "negra", recibe al lujo
industrial, las tiendas elegantes, los pasajes con luz de neón. Vive el imperio de
hierro. La modernidad suntuaria, la modernidad que recibe y rechaza al mismo tiempo. Este
poeta se enamora de la prostituta, de la mujer cadavérica y voluptuosa, casi mágica, y
se burla de la moral, ese elemento comercializado por el modernismo como bien lo aclaró
Paul Verlaine.
A Verlaine le corresponde
llamar a ese grupo de estetas Los poetas malditos, porque en 1884 publica un libro
que lleva ese nombre, donde incluye a Tristan Corbiére, a Stephane Mallarmé, a Villiers
de L'Isle-Adam, a Marceline Desbordes Valmore y a Arthur Rimbaud. Sin embargo, Baudelaire
es el antecedente de la poesía maldita francesa. Esos Hombres, menciona Henry Miller
(1983, 42), están profundamente unidos al espíritu de la época, a los problemas
subyacentes que la acosan y le dan su tono y carácter. " ¿Y en qué consiste ese
carácter? En que están repletos del feroz odio contra la provinciana vida y la
burguesía moral y monótona. De pronto ponen en duda las ideas estéticas que sólo
proponen los temas bellos y comienzan a escribir de la fealdad física, emocional y
espiritual con una valentía extrema que pone a temblar a las buenas conciencias de la
época.
Son poetas que viven la
soledad, la angustia, la desesperanza, la náusea, la muerte. Son poetas que se enfrentan
a Dios y hablan con él como se habla con el compañero de parranda, y ya entrados en
tragos lo interrogan y lo zarandean con la blasfemia, no para dudar de su existencia, sino
para afirmar que sí existe, pero es como todos, repleto de pasiones y defectos.
La ausencia presencial: la
dualidad en pequeños poemas en prosa
Los poetas malditos avanzaron
portando la bandera del romanticismo: l'artpourl'art. Como una forma de defender
al arte y al hombre de la tecnificación de las ideas y de las emociones, era preciso,
para ellos, ser poetas de la acción y de la vida. Hicieron lo que Miller (1983, 42)
dijera mucho tiempo después: "Poco importa que perdamos al poeta si salvamos la
poesía." El mismo Baudelaire alguna vez mencionó que sin pan se podría vivir tres
días, pero sin poesía, nunca.
Charles Baudelaire se verá
entre dos corrientes, pero saldrá hacia una: La poesía verdadera, la auténtica, la que
habrá de ser rechazada por los hombres de su tiempo, la poesía maldita. En los Pequeños
poemas en prosa nos dice que "Ser malo es siempre cosa imperdonable, pero hay
algún mérito en saber que se es malo; lo que constituye un vicio irreparable es el vicio
de hacer el mal por necedad." (Baudelaire, 1941:40) Porque ser poeta no es fácil, se
deben tener condiciones extraordinarias para percibir la maldad de la sociedad que lo
expulsa a cada momento y que lo ve ajeno a su propio odio. Baudelaire es un poeta que
escribe desde el lado "oscuro" del hombre, es un adorador de las "fuerzas
satánicas", es un vidente maldito que pone el poema en la llaga putrefacta de Dios y
de los hombres. Es el poeta que "ha dotado el Arte de un estremecimiento nuevo"
como lo expresó Víctor Hugo.
Oscuridad o luz, Dios o
Satán, la belleza o la fealdad, el odio o el amor, todo emerge en un cataclismo
domesticado, erupciona con la salvaje omnipotencia de la contemplación, así es
Baudelaire, un espejo que abofetea y se nutre de la melancolía, un hermano de la
sangre poética, una víctima de la embriaguez multiplicada, un abismo olvidadizo como
imagen de sí. Baudelaire (citado por Sartre, 1994: 22) escribe: "No puedo apenas
imaginar (¿es que sería algo así como un espejo encantando mi propio cerebro?) un tipo
de Belleza sin la presencia de la Desdicha. Baudelaire es otro y a la vez el mismo,
es lo inmediato que se desvanece para dar paso a una imagen que se representa a sí
misma. Tyms (citado por Durán, 1991:15) acota que el doble es el eterno presente que nos
recuerda nuestra moralidad. Se trata de una duplicación, una dualidad en la persona, un
otro en el pensamiento, que vía la obra literaria, el escritor, crea un personaje para
hablar de sí. Y Baudelaire lo reconoce cuando dice: "Soy otro, diferente de todos
vosotros que me hacéis padecer. Podéis perseguirme en mi carne, no en mi
alteridad." (Sartre, 1994:15) Entonces el poeta se desdobla para sentirse protegido
por sus propias palabras. Pero, ¿hasta dónde es el autor o el personaje el que habla?
¿Dónde las palabras del poeta se desvanecen para dar oportunidad de hablar a ese otro
que no es el autor, sino su obra?
Todorov (1987, 85-98) indica
que se trata de una imagen mental del mundo real, y Baudelaire va por las múltiples
facetas de la dualidad, pasa por el doble especular, el existencial, el intelectual, el de
autor, etcétera. Pero rompe con una características de los dobles, o sea, el doble ve
reflejado sólo lo que le gusta de sí mismo; Baudelaire, sin embargo, en sus dobles ve
lo que no le gusta de sí mismo, disfruta de lo que para otros sería desagradable,
pútrido, repugnante; todas estas características hacen de los dobles del autor de Las
flores del mal, dobles sorprendentes.
En el poema VI (Cada cual con
su quimera) aparece un doble en autor, es decir, existe un conflicto entre el autor
y sus personajes que terminan por llevar al autor a la duda o a la desintegración. El
poema narra cómo unos hombres marchan encorvados cargando a cuestas enormes Quimeras, Baudelaire
escribe:
Interrogué
a uno de los hombres a dónde iban de aquel modo. Me repuso que no sabía nada, ni él ni
los demás; pero que, evidentemente, iban a alguna parte, ya que los impulsaba una
necesidad invencible de andar.
Describe que ninguno de
aquellos viajeros parecía irritado, por lo contrario, consideraban que la Quimera (el
animal feroz) pegado a sus espaldas era parte de sí mismos. Continúa diciendo:
Y
durante algunos instantes me obstiné en querer comprender aquel misterio; pero no tardó
en apoderarse de mí la Irresistible Indiferencia, y me quedé más gravemente abatido que
ellos mismos con sus abrumadoras Quimeras.
Las figuras de los
hombres-personajes son posibles aspectos que Baudelaire comparte consigo mismo. Jacinto
Luis Guereña (citado en Baudelaire, 1982, 11) dice que este poeta considera que se vive
mejor como víctima, y que "tras las horas, acaso dionisíacas y bienaventuradas, se
hunde la voluntad en abismos y deseos de embriaguez olvidadiza". El escritor de Pequeños
poemas en prosa nos dejó dicho que la realidad sólo se halla en los sueños, y al
igual que el Conde Lautréamont va a la imaginación para encontrarse con ese otro rostro
que nos persigue en los momentos en que nuestras almas errantes disputan la
subordinación del Ser.
Existen muchos elementos que
son duales, tales como el espejo, la imagen, la sombra, los lentes, el agua, los sueños y
la voz. El espejo es un indicio del doble especular, este doble se desarrolla en
el plano atemporal y mágico, en los procesos de reflexión y conclusión de los hechos,
tal como sucede en el poema XL (El espejo), donde un personaje se acerca y observa en un
espejo:
Un
hombre horrendo entra y se mira al espejo.
-¿Por
qué te miras al espejo si no te has de ver en él más que con desagrado?
Existe una relación entre
personaje-autor que se proyecta hacia el personaje-lector. Es una comunicación
encuadrada, es decir, el personaje-autor se transforma en juez que reflexiona, ya no
para interrogar al personaje, sino para a partir de allí poner al descubierto al
lector. Este elemento ya lo había empleado de manera directa en el poema dedicado Al
lector del libro Las flores del mal cuando dice: "-hipócrita lector-mi
semejante-mi hermano."
El doble especular o mágico es
un protagonista que se ve reflejado y el reflejo se convierte en compañía que comprende
y alienta, tal como concluye este poema de Baudelaire:
-Señor:
según los principios inmortales del 89, todos los hombres son iguales en derecho; luego
tengo derecho de mirarme. Con agrado o con desagrado, eso es cosa que sólo concierne a mi
conciencia. En nombre del buen sentido, yo tenía razón, sin duda; pero desde el punto
de vista de la ley, él estaba en lo cierto.
Jean-Paul Sartre (1994)
señaló que Baudelaire se examinaba a sí mismo intentando descubrir su imagen, es un
espía, continúa diciendo Sartre, de sus deseos y sus cóleras y con ellos va a lo más
profundo de su naturaleza. Baudelaire presenta la metáfora (alegoría) como la
búsqueda de uno mismo, como si fuera un desprendimiento hacia un mundo feliz y liberado
de todo para llegar al origen. ¿Dios, la moral, la fe y la esperanza en el hombre? Tal
vez.
Este poeta es escritor de
lucidez, emocional y auténtico, supo llegar al fondo de la podredumbre de la sociedad, se
la mostró y restregó en el propio rostro, y por eso fue juzgado y nombrado poeta
maldito. Pero, ¿acaso no fue más que un hombre sensible que descubrió lo más humano
de Dios? ¿Acaso no fue la creatividad y la melancolía lo que salva a los hombres de su
época? Una cualidad más de la poesía de Baudelaire es la ironía e inteligencia con
que muestra las deficiencias de los hombres. En el poema VIII (El perro y el frasco) nos
muestra al doble intelectual, este doble es el reflejo del conocimiento la
sabiduría, donde la conciencia muestra la realidad exterior. El pensamiento hace
corresponder la realidad interior del poema con la otra realidad, la que vive el autor.
Este poema compara al personaje-perro con el público, hace una traslación hacia un
nuevo personaje: perro-público. En el texto se lee:
-Mi
lindo perro, mi buen perro, mi querido pichito, acércate y ven a respirar un excelente
perfume, comparado con la mejor perfumería de la ciudad.
-¡Ah,
miserable can! Si te hubiera ofrecido un frasco de excrementos, los habrías husmeado
con delicia, y quizás devorado. Así tú, indigno compañero de mi triste vida, te
pareces al público...
Aquí se presenta el elemento
lúdico, ¿a quién se dirige Baudelaire, al personaje-perro o al lector? Esa capacidad
intelectual cambia al personaje-perro en uno nuevo; pasa del personaje-perro-público a
otro: el personaje-perro-público-lector, o sea, usted o yo, ¿quién más?
En el doble intelectual la
conceptuación se traslada al lenguaje de las imágenes. La realidad se presenta' como un
reflejo artístico, gracias a que éste traspone la imaginación. Sartre (1994, 13)
menciona que Baudelaire "experimentó que era otro por el brusco descubrimiento de
su existencia individual, pero al mismo tiempo afirmó y asumió esta alteridad con
humillación, rencor y orgullo". Enrique López Castellón (citado en Baudelaire,
1982:34) mencionó que el poeta Baudelaire disfrutó el privilegio incomparable de
poder, a su gusto, ser él mismo o ser otro: "como esas almas errantes en busca de un
cuerpo, entra, cuando lo desea, en el personaje de cada cual." Así lo muestra en el
poema XXXI (Las vocaciones) donde se observa un doble existencial.
El doble existencial tiende
hacia la búsqueda de la identidad, de lo ontológico. El protagonista siente miedo,
pesadumbre, inseguridad de saberse otro en un lugar distinto e indefinido. La conciencia
imaginativa crea y vive la imagen creada, pero disminuye, se adormece y desvaría,
entonces se produce un rompimiento interno y se proyecta la parte dolorida y rechazada.
Este doble representa la metáfora de la propia identidad, de la búsqueda de uno mismo.
El poema "Las vocaciones" nos describe cómo el personaje principal escucha a
cuatro personajes (niños) conversar de sus aventuras recientes. Uno de ellos platica lo
que observó cuando fue al teatro. Otro, que había permanecido distraído hasta el
momento, tomó la palabra para decir repentinamente:
-¡Miren,
miren allá lejos!
¿Lo ven? Está sentado en aquella nubecilla aislada, en aquella
nubecilla de color de fuego, que anda lentamente. Él también parece que nos mira.
Los demás no pusieron
atención y mientras uno de ellos dijo: "¿Qué tonto es, con su manía de Dios, que
sólo él puede ver?" E hizo una reunión más íntima para hablarles de su aventura
en aquel mesón en que pasó la noche, en la cama, al lado de la niñera. El último de
los niños les dijo:
...Dios
no se ocupa de mí ni de mi aburrimiento y no tengo criada guapa que me arrulle. Suelo
creer que encontraría gusto en andar siempre adelante, en línea recta, sin saber a
dónde, sin que a nadie le cause inquietud, y en ver siempre nuevos países. Nunca estoy
en ningún sitio, y siempre creo que estaría mejor en otra parte que no allí donde
estoy.
Y continúa describiendo cómo
en la feria de su pueblo llegaron tres personas altivas, andrajosas, con señales de no
necesitar a nadie. En esta conversación el personaje niño asume el papel de los tres
andrajosos y vive en la imaginación la vida que éstos llevan. Aquí aparece el doble
existencial. Es decir, un personaje asume la vida de otros personajes y la disfruta como
si fuese la suya propia. Al final se da cuenta que no es posible y cae en una tristeza
enorme, como si ello creara un vacío en la propia personalidad. Pero el problema no queda
allí, sino que el personaje principal, el que está escuchando la conversación se
identifica con la historia del último de los niños y dice:
Tenía
en los ojos y en la frente ese no sé qué precozmente fatal que suele alejar la
simpatía, y que, ignoro por qué, excitaba las mías hasta el punto de que se me ocurrió
por un instante la peregrina idea de tener un hermano que yo mismo no conocía.
El personaje principal, de
pronto, se transforma en el doble ontológico de uno de los personajes, en cuya historia
ya se había convertido en un personaje distinto. Este doble existencial vía la
conciencia imaginativa del personaje narrador vive la imagen creada por uno de los
personajes y se identifica con ella.
Baudelaire plantea la
realidad como una dualidad complementada por la imaginación. Esa subjetividad que se
manifiesta en los hechos extremos de las emociones: Dios/Satán o el Amor/Odio. Una
dualidad que unificada crea el equilibrio y la perfección que el poeta soñaba para el
hombre. Siempre tuvo la necesidad del otro, tal vez por eso le escribe a la madre
diciéndole: "Yo permanecía siempre vivo en ti [
] tú eras únicamente mía.
Eras un ídolo y un camarada a la vez."(citado por Sartre, 1994:12). Los dobles
existentes en Pequeños poemas en prosa muestran al Baudelaire renovador de la
poesía, al artista prodigioso, al vidente y al poeta, al místico que encontró en la
poesía el ideal y el estremecimiento, y ¿por qué no?, la permanencia en la historia
de la literatura. Encontró en el Malla realización del Bien, encontró en Satán la
presencia de Dios y, en la inmoral, la más santa moralidad. Fue el solitario rebelde que
caminó de la mano de los demonios, de la podredumbre, del odio y el amor. Teófilo
Gautier (prologo, Baudelaire, 1941) dijo que "La lectura de Pequeños poemas en
prosa [
evocaba en nosotros un mundo
ignoto de figuras olvidadas." Baudelaire inaugura con Pequeños poemas en prosa una
nueva forma de escribir poesía, señala el camino hacia el "poeta maldito" que
todos llevamos dentro y, codo a codo, como dice Miller, estaremos nadando, muy pronto y
de golpe, el vidente y el hombre común, hacia el cielo del poeta.
Bibliografía
BAUDELAIRE, Charles (1941) Pequeños
poemas en prosa, tr. Anselmo Jover Peralta, Argentina: Sopena, 1944.
---------------------- (1995)
Las flores del mal, tr. e introd.. Enrique López Castellón, Madrid: M.E.
Editores.
DURÁN, Francisco (1991) El
doble en la literatura Latinoamericana, Durango: UJED.
ESCARPIT, Robert (1986) Historia
de la literatura francesa, México: FCE, (Breviarios).
MILLER, Henry (1983) El
tiempo de los asesinos. Un estudio sobre Rimbaud, tr. Roberto Bixo, Madrid: Alianza,
(El libro de bolsillo).
PRIETO, Francisco (1996)
El buen dios y su oponente el diablo en MD, vol. 11, núm. 8, México:
MD.
SARTRE,
Jean-Paul (1994) Baudelaire, tr. Aurora Bernárdez, España:
Alianza.
TODOROV, Tzvetan (1987) Introducción
a la literatura fantástica, tr, Silvia Delpy, México: Premiá.
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