Sincronía Invierno 2001


Romanía, Gitanía, Bohemía

Emilio García Gómez
Universidad de Valencia (España)
Emilio.Garcia@uv.es


 

El nomadismo, las deportaciones en masa y las modificaciones de las fronteras han alterado sustancialmente el habitat de numerosos grupos de población a lo largo de la historia. Algunos núcleos étnicos como los kurdos carecen de territorio propio al haber sido repartido entre los estados hegemónicos circundantes. Pero si repasamos la geografía del planeta, no resulta difícil encontrar un espacio que vaya asociado a un pueblo concreto del que recibe su nombre. Azerbayán, por ejemplo, es la tierra de los azeríes, Armenia de los armenios, Abjazia de los abjazos, Kurdistán de los kurdos, Moldavia de los moldavos. Otros pueblos o tribus como los achumawi de California mantienen su nombre e incluso siguen ocupando sus tierras ancestrales, aunque éstas no sean identificadas con una toponimia específica. En teoría sería factible construir una nación para todos ellos, como hicieron los negros de Estados Unidos adquiriendo terrenos en lo que hoy es Liberia y dotándose de un estado; o como han intentado, aunque sin lograrlo, los indios norteamericanos en Dakota bajo el liderazgo de Russell Means.

Existe, sin embargo, una población transnacional, la de los rom (romaníes, gitanos) -calculada en 12 millones de personas, aunque no hay un censo fiable-, de la que se conocen sus posibles orígenes, sus asentamientos pasados y presentes, sus manifestaciones lingüísticas y culturales y su organización social, pero no el nombre de la tierra que pudiera darles cobijo como antaño, dada su dispersión por todos los rincones del planeta. Sobre ellos se ha hablado tanto, se han escrito tantas páginas, se han tomado tan extraordinarias medidas políticas de carácter represivo y se han generado tantos mitos y leyendas que excede nuestra capacidad de comprender la verdadera dimensión de la realidad. Da la impresión de que determinadas familias étnicas reúnen una serie de rasgos exclusivos de su estirpe y transmitidos de generación en generación, aunque sabemos sin ningún género de dudas que no es cuestión de herencia genética, sino de conducta social.

Se dice, por ejemplo, que los gitanos se multiplican como las hormigas, no tanto por su fecundidad como por su interminable dispersión; que sus hijos pequeños contribuyen sustancialmente al mantenimiento de la economía familiar; que poseen facultades metagnómicas (en realidad son grandes conocedores de la sicología humana); que dominan el arte de la cartomancia y la quiromancia, así como la interpretación de las luces y las sombras en sus bolas de cristal; que venden piedras y amuletos de la suerte para el juego y el amor; que descubren el paradero de los objetos robados; que sanan con sortilegios y hierbas medicinales -llamadas sastarimaskodrabaró- a las personas y las bestias enfermas, especialmente las acémilas, que siempre han constituido una fuente de ingresos; que son despiadados con sus enemigos invocando su maldición; que, a su vez, se libran de los malos augurios metiéndose un trozo de pan en el bolsillo; que raptan, compran y venden niños; que tienen una larga tradición de canibalismo y de vampirismo; que no reconocen obediencia ante nadie ni profesan religión alguna excepto por propio interés. “Nosotros los gitanos”, escribe el poeta romaní italiano Spatzo (Vittorio Mayer Pasquale), “sólo tenemos una religión: la libertad.” Se dice que viven de la rapiña limpiando los campos de sus frutos y vaciando casas, iglesias y ermitas; que trafican con animales y drogas; que reciclan cualquier cosa por inservible que sea; que emplean un código secreto para comunicarse entre sí; que practican la promiscuidad, aunque, como contraste, mantienen una estructura familiar compacta y endogámica, enmarcada por extensiones no directamente emparentadas, como la antigua kumpania; que son, en fin, una raza indomable, inescrutable, infatigable, inasimilable e inexterminable, tan temida como odiada.

Uno de estos mitos habla de que cómo los gitanos comenzaron a atravesar Europa portando las cartas del Tarot, presumiblemente obtenidas por los caballeros templarios de los sarracenos, que, a su vez, las recibieron de la India por medio de los árabes. Se cuenta también que los gitanos eran depositarios del simbolismo religioso de los antiguos egipcios. Tras la destrucción de Alejandría, los sacerdotes de Serapis se agruparon para preservar sus ritos. Sus descendientes, los gitanos, que hablaban una antiquísima lengua secreta, iniciaron su éxodo por el mundo trayendo consigo los libros más sagrados rescatados del incendio de la gran biblioteca, entre los cuales se hallaba el libro de Enoch. Por tal motivo se les atribuye una especial competencia para la magia y las ciencias ocultas. Algunas de sus ocupaciones tradicionales -hojalateros, plateros, caldereros, forjadores de cuchillos, agujas, clavos y herraduras- están íntimamente relacionadas con el fuego. Dada su fama de rateros -con frecuencia injustificada-, se atribuye a una gitana la sustracción de uno de los cuatro clavos preparados para la crucifixión de Jesucristo, causándole un sufrimiento añadido. También corre la leyenda de que, habiéndose ordenado crucificar a Jesús, ningún herrero quiso fabricar los clavos conociendo el destino de los mismos. Preguntados los gitanos, se ofrecieron a hacerlo. Por tal motivo recibieron el castigo de andar errantes para el resto de sus vidas.

La mayoría de los tabúes intraétnicos obedecen a la superstición y, por tanto, a la ignorancia o el temor ante las consecuencias de hechos puramente biológicos. Como el cuerpo de la mujer posee, según ellos, dos partes, una noble -de cintura arriba- y otra innoble o impura (marimé) -de cintura abajo, es decir, la zona donde se produce la menstruación-, tradicionalmente las gitanas han evitado mostrar las piernas vistiendo faldas largas hasta los pies, bañándose en agua corriente y lavando su ropa aparte de la de los hombres. Otras creencias responden a estímulos de tipo higiénico, como recoger el agua de beber del punto más alejado del río corriente arriba. Respecto al celo que mantienen para salvaguardar sus costumbres arcanas y evitar al mismo tiempo la contaminación y la discriminación de los gadje o gadjikané -gachós, sociedad no gitana-, las graves consecuencias son el analfabetismo endémico, calculado en un 95%, y la automarginación.

Los historiadores todavía siguen formulando hipótesis sobre las fechas y las posibles causas de la diáspora, la primera gran migración de los gitanos desde la India, aunque sí se conocen las fechas de su llegada a Europa, a finales del siglo XIV y principios del XV. Es probable que la expansión musulmana por el subcontinente asiático en el siglo XI empujara a las distintas poblaciones y ejércitos organizados para la defensa de la región hacia otros lugares. Quienes habían sido un pueblo sedentario se convirtieron en nómadas -”gente que camina y hace caminar, sin cansarse, todo aquello que se les antoja”, dice Don Quijote-. Tenemos, sin embargo, la clave del origen indostano de la etnia gracias al auxilio de la lingüística, que ha definido claramente la consanguinidad del romaní y el tronco indoeuropeo. Así nos encontramos con numerosos vocablos procedentes del sánscrito, el marati y las distintas variedades que se hablan en el Punjab, como chiricli (pájaro), nak (nariz), bal (pelo), rup (dinero), panjo (agua), dyago (fuego), jer (casa), calo (negro), terno (joven), tud (leche), grea (caballo), etc. No obstante, han circulado absurdas hipótesis sobre su posible ascendencia ibérica -emparentados así con los vascos-, asiria, atlántide y, por su complexión cobriza, hasta amerindia.

Su presencia en Europa inicialmente fue bien acogida. Jacobo V de Escocia (siglo XV) firmó un pacto con un patriarca local para que le ayudara con sus hombres armados a recuperar “Egipto Menor” (Epiro, en la costa de Albania y Grecia). Con el tiempo cambiarían las actitudes de los distintos gobiernos, recelosos del régimen de vida de aquellas gentes. Cuando una rama de gitanos llegó a Inglaterra, Enrique VIII lanzó severos edictos contra ellos, describiéndoles como gente sin ley ni oficio que se autodenominaban egiptanos y que vagaban en grandes caravanas. Muchos fueron condenados a la horca por el simple hecho de ser gitanos.

La entrada en España tuvo lugar por Barcelona el 11 de junio de 1447; desde allí se dispersaron por la península. Fernando de Aragón el católico, Carlos V, Felipe II y Felipe V no dudaron en ordenar su expulsión del territorio. Lo mismo hizo Francisco I en Francia, imponiéndoles penas de flagelación, amarrando con grilletes a los hombres y rapándoles la cabeza a las mujeres. En la asamblea de los estados de Orleáns en 1561 todos los gobernadores recibieron la orden de exterminarlos “por el hierro y por el fuego”. Desde el siglo XVI, daneses, noruegos, suecos y finlandeses no les permitieron cruzar la frontera, confiscando todo barco que trajera gitanos y emitiendo decretos de deportación en los siglos XVII y XVIII. En 1578 se prohibió en Polonia darles cobijo bajo graves sanciones; en los Países Bajos, reinando Carlos V, se ordenó su expulsión o, si se negaban a ella, su ejecución; Maximiliano I les vetó la entrada acusándoles de espiar para los turcos. En la antigua Moravia y en Bohemia se adoptó la práctica de cortarle una oreja a toda mujer gitana que encontrasen. Muchos fueron deportados a las colonias europeas de América y Australia. Las ordenanzas salidas de las cortes de José II de Alemania y Carlos III de España les prohibían hablar su jerga, llamada jerigonza -supuesta metátesis de zingueronza, o lengua de los zíngaros- y vestirse a su manera tradicional. En el XVII los gitanos acabaron siendo esclavizados en Valaquia y Moldavia hasta su emancipación en 1856. En Hungría, hasta bien entrado el siglo XX, dada su fama de ladrones, se les prohibía entrar en las ciudades y sólo se les permitía permanecer en los pueblos hasta un máximo de dos días. Numerosos fugitivos de las leyes antigitanas en diversos países se refugiaron en los bosques, lo que dio origen a nuevas leyendas sobre sus prácticas caníbales. George Borrow (1843) cita algunas oscuras leyendas que levantó Juan de Quiñones (1632) acerca de esta sangrienta costumbre. Una de ellas recoge el testimonio de un juez de Jaraicejo (Cáceres) que participó en el interrogatorio bajo tormento de unos gitanos que supuestamente habían devorado a una gitana en el vecino bosque de Las Gamas.

A pesar de las persecuciones, las agrupaciones de gitanos fueron especialmente numerosas en Hungría y Transilvania. En 1761 la reina de Hungría inició un proceso legal para asimilar a la etnia, facilitándoles instrumentos de labranza, prohibiéndoles vivir en tiendas, expresarse en su idioma y tañer sus instrumentos musicales, excepto en fechas señaladas. También obligó a los niños y a los adolescentes a asistir a la escuela, frecuentar la iglesia y salir del núcleo familiar para aprender un oficio. En algunos lugares aparecen como mercenarios en distintos ejércitos o regimentados de forma autónoma, como en Castilla y Aragón que, en 1618, vivieron horrorizadas el paso de 800 gitanos saqueándolo todo como auténticos forajidos. Cuando los serbios se rebelaron contra los turcos hallaron en los gitanos unos excelentes aliados y combatientes.

Los gitanos han recibido distintos nombres en diferentes lugares: entre los moros y los árabes eran conocidos como harami o charami (ladrones), por su inclinación al robo; en Bujaria (región a caballo de Uzbekia, Kazajia, Tadzhikia y Turkmenistán) djiajii (“chachi”); en Hungría se les designaba como czigány, faraoitas (pharaoh nepek, pueblo del faraón) y romungro. Los gitanos armenios reciben los nombres de bosa o lom, éste último equivalente al dom que se les daba en Palestina. En Francia se hablaba de ellos como bohémiens (originarios de Bohemia), manouches (“personas”), rômes o gitanes; en la región francesa de Camargue se les llama caraques. En Portugal y España son conocidos como gitanos (contracción de “egiptanos”). Aquí también se les ha llegado a conocer como béticos, moradores de las cuevas de Guadix y Granada, aunque hoy se les identifica mejor como húngaros, zíngaros y muy especialmente calés. Esta palabra procede del indostaní kâlâ, que significa “negro”, en alusión a su tez oscura, que en Europa se asociaba al demonio. Hay un dicho en yiddish (judeo-alemán) según el cual “el mismo sol que blanquea la ropa oscurece la piel de los gitanos”. La palabra calé ha dado paso a caló, un dialecto del castellano lexicalizado con términos romaníes.

En Macedonia se les conoce por giupci y en Grecia por gyphtos y athinganoi (“intocable”), siendo este último vocablo una falsa etimología para zingari, en referencia a una supuesta secta religiosa asentada en Frigia y Tracia (Asia Menor) que rehuía el contacto con los extraños y que luego se aplicó a los que se dedicaban a las artes de la adivinación. En Alemania se les da el nombre de zigeuner y sinti. La expresión alemana Zigeunernacht (“noche de los gitanos”) hace referencia a la ejecución por gas y posterior cremación de 4.000 gitanos internados en el campo de Auschwitz-Birkenau el 14 de agosto de 1944. Aunque Hitler no pudo encontrar argumentos para eliminar a los gitanos basándose en sus principios de pureza aria, habida cuenta que éstos formaban parte de uno de los pueblos más antiguos de la raza indoaria, el número de miembros de la etnia asesinados por los nazis alegando su inferioridad como especie no nórdica y sub-humana asciende a un millón y medio.

En Inglaterra el sustantivo de referencia común es gypsy (de Egyptian, egipcio); en Holanda heidenen (idólatras); en Siria dom y madjub; en Turquía tschingenès; en Rusia, Transilvania, Moldavia y Valaquia tzigani. En Noruega, Dinamarca, Suecia y Alemania se pensaba que pertenecían a la familia de los tártaros asiáticos, por lo que les conocían como tatere, tattare o tater-pak. Tanto en Noruega como en Suecia reciben otros nombres como vandriar (itinerantes), tavringar, dinglare, romanisæl y resande. En Rumania, con una populosa comunidad étnica, se les ha conocido por muchos nombres en función de sus distintas ocupaciones: argentari (plateros), calderari, kalderash (caldereros), ferari (herreros), cutitari (afiladores de cuchillos), lautari (músicos, teniendo en cuenta que sus instrumentos preferidos han sido el laúd, la guitarra y el violín, junto con los de percusión), ursari (domadores de osos) y salahori (constructores de casas). Algunos de los nombres que han recibido en distintos paises evocan su posible origen o son simples variantes fonéticas y trasliteraciones del mismo apodo: agarenos, (hijos del Agar, moabitas), asdingi, astingi, azingani, biadjaks, cadindi, caird, cali, carasmar, churara (de churi, cuchillo), ciagisi, cingari, cingesi, cinquanes, daias, dandari, dardani, faraones, filistinos, gadjar, gindani, gingari, harami, kieldering, kieni, korbut, luri (como la lengua de los nómadas iraníes del mismo nombre), nadsmoends-folk, pagani, romani o romaní, romcali, romnicai, roumouni, sani, sarracenos, secani, siah-indus, sicani, siculi, siguni, sindi, sinti, sloier-pak, splinter-pak, spukaring, tsani, tshigani, tsigani, vangari, zath, zechi, zendji, zeygeunen, zidzuri, ziegeuner, zigenner, zindcali, zinguri, zogori, zoth. Hoy todos esos términos -algunos de los cuales son despectivos y discriminatorios- han sido sustituidos formalmente por el sustantivo rom, que significa “hombre” o “marido” (plural roma, femenino romni), para designar a todos los gitanos con independencia de su nacionalidad o país de estancia. En la ortografía oficial, la palabra rom y sus derivaciones aparecen en mayúscula y escritas con doble “r” -Rrom, Rroma, Rromni-.

Hay una denominación oficial para la tierra de los gitanos, Romanestán, a imagen y semejanza de Kurdistán, que no es un Estado, pero nos parece mejor rebautizarla (en español) como Romanía, Gitanía, Bohemía o Tsiganía, un lugar etéreo, sin espacio físico ni trazado lineal que abarca países tan diferentes como Afganistán, Albania, Alemania, Argentina, Armenia, Australia, Austria, Bosnia-Herzegovina, Brasil, Bulgaria, Chile, Colombia, Dinamarca, Egipto, Eslovaquia, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Gales, Gran Bretaña, Grecia, Hungría, India, Irán, Iraq, Italia, Kazajstán, Letonia, Libia, Macedonia, México, Moldavia, Noruega, Países Bajos, Polonia, Portugal, República Checa, Rumania, Rusia, Suecia, Suiza, Siria, Turquía, Ucrania, Uzbekistán y Yugoslavia. Los nombres propuestos son inútiles como referencia geográfica, pero al menos nos dan una idea de ese eje imaginario sobre el que gira una comunidad de individuos bien distribuidos por todo el mundo y fácilmente reconocibles entre sí por grande que sea la distancia que les separe, compartiendo durante siglos numerosas tradiciones y costumbres como la itinerancia, hablando el mismo lenguaje -aunque se halla fragmentado en múltiples variantes dialectales y subdialectales o sustituido por las lenguas superestrato de la región donde habitan- y, sobre todo, poseer un profundo instinto de supervivencia mediante estrategias de adaptación a las inclemencias ambientales.

Hoy se calcula que sólo un 5% de los gitanos europeos siguen siendo nómadas, pero en el pasado, los mismos poderes que les castigaban por negarse a fijar su residencia en un lugar les prohibían acampar y establecerse de forma permanente. Los decretos españoles emitidos desde el siglo XVIII contra vagos y maleantes -mayormente gitanos- lograron arrinconar a la etnia en ghettos urbanos, aunque nunca se les permitió vivir en grandes grupos. De la misma manera que se les impedía vivir y vestirse con arreglo a sus costumbres, también se les negó la propiedad de caballos o tierras. Con una clara voluntad de apartarles de la vida social y religiosa, así como de acabar con la raza, se llegó a prohibirles casarse entre sí.

Para la sociedad moderna el pueblo gitano forma parte de una contracultura, lo que significa que están condenados al desprecio y la marginación, y, por tanto, son objeto de represalias y de clichés. Distintos autores no han tenido reparos en declarar que en su jerga no existen términos equivalentes a “cálido”, “hermoso”, “deber”, “leer”, “escribir”, “peligro”, “propiedad”, “tiempo”, “verdad” y “silencio”. Hancock (1966) recuerda que los intercambios léxicos son habituales en todas las lenguas del mundo y a nadie puede sorprender que las variantes romaníes hayan incorporado numerosos vocablos de otras lenguas. Pero además denuncia la falta de rigor de muchos autores que no se detienen a comprobar sus fuentes y elabora una amplia lista de palabras romaníes y sus sinónimos que demuestran la invalidez de los argumentos empleados:

cálido: tatichosimós, táblipen

hermoso: sukár, múndro, rínkeno, jakhaló, orchíri, pakváro y otras

deber: musajipé, vója, vuzhulimós, udzhilútno, udzhilipé, kandipé, slúzhba, kandimós, thoximós, vudzhlipé

leer: dzhin, gin, chit, giláb, drab

escribir: ram, jazd, lekh, pisú, pisát, chet, skur, skrij, chin

peligro: strázhno

propiedad: májtko, arachimáta, sersámo, trjábo, butjí, aparáti, kóla, prámi, dzhéla, dzhélica, joságo, starimáta, icharimós, astarimós, theripé

tiempo: vaxt, vákti, vrjámja, chéros

verdad: tachipén, chachimós, vortimó, siguripé y otras

silencio: míro, mirnimós

Soravia (1984) ha establecido la siguiente clasificación de los dialectos romaníes con arreglo a su base étnica:

1) grupo del Danubio representado por los kalderash, lovara y curara;

2) grupo balcánico occidental que comprende a istrios, eslovenos, javates y arlija;

3) grupo sinto: eftavagarja, kranarja, krasarja y eslovaco;

4) grupos rom de Italia central y meridional;

5) grupo británico: romaní galés (ya desaparecido) y anglo-romaní;

6) grupo fínico;

7) grupo greco-turco;

8) grupo ibérico: caló o hispano-romaní.

Por su parte, la base de datos conocida como Ethnologue enumera 15 lenguas romaníes, a saper, el anglo-romaní del Reino Unido, el caló de España, el domari de Irán, el lomavren de Armenia, el romaní balcánico de Yugoslavia, el romaní báltico de Polonia, el romaní carpático de la República Checa, el romaní fino-caló de Finlandia, el romaní sinte de yugoslavia, el romaní valaco de Rumania, el romaní galés del País de Gales, el romano-griego de Grecia, el romano-serbio de Yugoslavia, el romaní travinger de Suecia y el danés errante de Dinamarca.

Desde el punto de vista exclusivamente étnico hay cuatro naciones o tribus rom: los churari, los kalderash, los lovari y los machavaya, con otros subgrupos denominados bashaldé, boyash, calé o gitanos, luri, manush, romungro, rudari, sinti, ungaritza y xoraxai. La clasificación de las distintas familias romaníes se viene haciendo, no obstante, con arreglo a sus variantes lingüísticas: los domari, residentes en Europa Oriental, los lomavren, de Centro-Europa, y los rom de Europa Occidental. Existe una comisión de la Unión Internacional Romaní encargada de codificar un dialecto estándar común para todos los rom, aunque las posibilidades de culminar el proceso con éxito son bien escasas; hasta los más optimistas son conscientes de que una lengua natural no se puede construir ni unificar en un despacho. Parece más lógico y realista adoptar uno de los dialectos ya existentes y más extendidos como el romaní haciéndolo pasar de una versión eminentemente verbal, como la que ha tenido hasta ahora, a otra literaria, con una gramática y un diccionario destinados a su normalización como idioma nacional rom. Con todo, hay que superar enormes obstáculos para asegurar el conocimiento del romaní por todos los miembros de la nación gitana; la mayoría sólo hablan la lengua del país donde residen en cualquiera de sus versiones y ni siquiera la escriben. ¿Cómo, entonces, pueden acceder al romaní, que para ellos será una lengua extranjera sin ninguna utilidad y que les expone por partida doble a nuevos riesgos de discriminación?

El éxodo romaní y sus estancias temporales en distintos lugares al oeste de la India han modificado sustancialmente los dialectos que trajeron consigo. Aunque prácticamente en ningún lugar fueron asimilados por las culturas locales, es comprensible que se vieran obligados a aprender las lenguas que oían sin olvidar en principio las suyas propias, aunque posteriormente éstas se vieron afectadas por un proceso natural de relexificación a partir de las variedades superestrato. Este fenómeno constituyente por contacto es común a todas las lenguas, sean o no de cultura. De este modo se ha podido reconocer el itinerario del idioma romaní por sus incrustaciones armenias, como por ejemplo grast (caballo), persas (ambrol -pera-, angustri -anillo-), eslavas (ledome -congelado-), griegas (drom -camino-, kokalo -hueso-), etc. Los diversos dialectos eslavos, el magiar, el rumano, el alemán o el español han influido notablemente en las variantes romaníes, alterando profundamente su estructura sintáctica y morfológica y terminando por ocupar su lugar, hasta el punto de que del idioma original indostaní sólo quedan formas híbridas aisladas y desde luego dialectizadas en el seno de los distintos continuos lingüísticos indoeuropeos occidentales.

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Bibliografía consultada:

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Grimes, B.F. (ed.) (2000), Ethnologue. Languages of the World. 14th edition. Dallas, Texas: Summer Institute of Linguistics.

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Soravia, Giulio (1984), A Wandering Voice: The language of the Gypsies. UNESCO Courier, Oct 1984.

Sutherland, Anne (1986), Gypsies: The Hidden Americans. Prospect Heights: Waveland.

Tong, Diane (ed.) (1996), Gypsies: A book of interdisciplinary readings. New York: Garland.


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