Juan José Arreola: un ulises en búsqueda del unicornio
Guillermo Schmidhuber de la Mora
Universidad de Guadalajara, México
Definir a una persona es difícil, pero definir a Juan José Arreola es más que imposible, empeño de similar envergadura que definir la personalidad de Sor Juana Inés de la Cruz. Todo hombre o mujer tiende a querer alcanzar la sabiduría, la bondad y la belleza, como valores máximos de una sociedad, pero únicamente algunos humanos se acercan a un campo que, por el momento, calificaré de mítico. En esta presentación pretendo comparar al maestro Arreola con dos mitos antiguos: el mito de Ulises y el mito del unicornio. No sé si lograré mi afán, ya que me siento perdido en el laberinto de los recuerdos de mi convivencia con él, bordado de imágenes queridas y hasta hoy no compartidas con el papel.
Viajar es actividad de todos los humanos. Salir de su ciudad natal para buscar algo fuera de terruño en destino de muchos. Sin embargo, los viajes del maestro Arreola han sido documentados y pertenecen a la memoria colectiva del mundo intelectual mexicano. Salió de su original Zapotlán, en tren, en el último día del año 1936, cuando tenía 18 años. Sin embargo, nunca logró olvidar su lugar de origen. como él mismo lo llegó a confesar:
Nunca creí querer tanto a Zapotlán. En mi pueblo he sufrido mucho y no he podido nunca pasear por sus calles el estandarte de un gran amor. ¿Me creerá usted si le cuento que algunas noches sufro por Zapotlán más de lo que sufrí en la más acerba noche que me proporcionó un desengaño amoroso? Zapotlán ha resultado para mí la novia más difícil de olvidar.
Sus estudios de actor bajo la dirección de Fernando Wagner. La puesta de Nuestra Natacha, de dramaturgo español Alejandro Casona, en la Universidad Obrera de México. La amistad con gente del mundillo cultural de ciudad de México, especialmente con Rodolfo Usigli y Xavier Villaurrutia. Su experiencia como actor en el Teatro de Media Noche, un experimento para atraer público al teatro de búsqueda, en los mismos espacios del teatro comercial, cuando terminaban las funciones de vil entretenimiento.
Se muda a Manzanillo: "Huí de México como de una Sodoma, pensé que nunca más iba a volver. Pensé en casarme con una muchacha de provincia y convertirme en carpintero como mi abuelo Salvador. Deseaba profundamente llevar una vida completamente pueblerina y pacífica" (110). Sólo estuvo tres meses con su familia en Manzanillo; de agosto a octubre de 1940. Luego con apoyo de su padre, volvió a Zapotlán. En diciembre de 1940 escribe su primer cuento formal, "Noche de Navidad," que fue publicado por El Periódico Vigía de Zapotlán el 1 de enero de 1941. En febrero de ese año vuelve a caer en la tentación de alejarse de su pueblo: va de nuevo por carro a ciudad de México en compañía de dos primos y regresa a los quince días. Luego enferma gravemente. Fue entonces cuando conoció a Pablo Neruda en Zapotlán y pudo constatar lo que era un poeta consagrado.
Regresa a Guadalajara en 1942 y consigue trabajo en el Periódico El Occidental. En 1944 se casó con Sara Sánchez Torres. Un año después conoce a un joven escritor, Juan Rulfo, y ambos se convierten en lo que calificaban de "la yunta de Jalisco".
En 1944 visitó Guadalajara La Comedie Française para presentar tres obras en el Teatro Degollado, venía encabezando la compañía teatral el afamado actor francés Louis Jouvet . Terminó la temporada y se perdió la gira en otros países. En Julio de 1945 el actor francés le envió una carta invitándolo a estudiar actuación a Paris. A pesar de su reciente matrimonio, viaja a Paris entre 1945 y 1946. La última noche antes de su salida duerme en el teatro en la cama de Virginia Fábregas, ya que la celebre actriz tenía que recostarse entre escena y escena para descansar sus débiles piernas en una cama colocada cerca del escenario. En ese país encontró a Rodolfo Usigli, nuevamente, y a Octavio Paz con su inseparable esposa, Elena Garro. Con ella entabló una amistad que duró toda la vida, pero no así con el poeta, a quien trató con lejanía prudencial.
Arreola regresa a México e inicia su trabajo editorial en Fondo de Cultura Económica e inserta su amplísima labor de intelectual en el México contemporáneo, donde logró un nicho de reconocimiento y cariño por lectores y públicos. Fue entonces cuando colaboró con el movimiento de Poesía en voz alta, corría el año de 1956, Octavio Paz presentó su única obra de teatro y Arreola fue nada menos que Rapaccini, el protagonista paciano. Allí volvió a ver a Elena Garro, quien estrenó varias de sus piezas en Poesía en Voz Alta.
Su obra no es basta ni prolija, como prosista destaca Varia invención, 1949, Confabulario, 1952, y su única novela La Feria, 1963. Aunque siempre escribió poesía, fue hasta 1996 que edita Antiguas primicias, en la editorial del estado cuando yo era Secretario de Cultura de Jalisco. También escribió teatro y guardó cuando menos dos obras dramáticas sin editar.
Fue un hombre que cambió la palabra escrita por la palabra oral. Volvió a ser el juglar, el narrador épico que traía las noticias en las épocas en que no había medios de comunicación. No le bastó con las letras, necesitó la palabra bien dicha y mejor pronunciada, como un actor/ literato que más que sujetar el término en el papel, dejaba voladoras las palabras. Nadie en México ha legado a hacer del hablar mayor literatura, lo prueban sus exitosos programas de televisión, su jocosa intervención como comentarista en el mundial de fútbol. Él mismo me contó que Televisa había perdido rating al televisar los partidos y Azcárraga decidió cambiar la jugada televisiva presentado una nueva forma de narrar el evento. Tal fue el éxito que los ratings regresaron favorables y el maestro Arreola logró sus honorarios y en premio un viaje por Europa en compañía de su familia. Comenzó hablando de balón-pie y terminó jugando fútbol con las palabras.
Como Ulises regresó a Ítaca, y así Juan José Arreola regresó a su Jalisco de origen. Llegó a personificar al poeta urbano, necesario en toda ciudad que se precie de serlo, tanto en Guadalajara, como en Ciudad Guzmán, toponimia que nunca utilizó porque habían rebautizado a su Zapotlán y no lo aprobaba, mejor cantaba el nombre de su pueblo natal con las palabras paladeadas. En Guadalajara fue director de la Biblioteca Pública de Jalisco.
Hice varios viajes con el maestro Arreola. A Colima: "Yo sueño con un Jaliscolimán porque somos realmente una entidad geográfica étnica y moral". Cuando se negó a ir a la Universidad de Colima para recibir el doctorado honoris causa, poniendo como condición que lo llevara yo. Posteriormente se negó a ir a Zacatecas para recibir el Premio López Velarde, salvo que yo lo acompañara. Y yo tuve que cortar todos mis compromisos para acompañar al maestro. Él iba en la parte delantera de la camioneta, al lado del chofer, nos servía vino blanco y tiento que cargaba en su portafolio. Primero maldecía por haber aceptado y nos reclamaba que no reconocíamos que era un viejo y se sentía cansado. Luego la conversación incitada por preguntas hacía que se transformara y recobrara su percepción de poeta, para deleitarnos con una conversación sabia y colorida. A veces Claudia, la hija del maestro, nos cantaba en varios idiomas. Tanto mi esposa Olga Martha como yo recordaremos esos viajes toda la vida.
Como secretario de Cultura me tocó organizarle dos homenajes en Guadalajara, a los 79 años, por error de suma, y a los 80 años por merecer la celebración de la fecha. En ambas ocasiones se conjuntaron personalidades y amigos tanto de la capital como de Jalisco. Los eventos tuvieron como marco la hermosísima capilla del Hospicio Cabañas. El público llenó el espacio y aplaudió cariñosamente a su artista. Cuando me vi en la necesidad de leer un texto en su homenaje, decidí recurrir a la creatividad más que a la sabiduría. Escribí una Carta a Juan José Arreola, como si yo hubiera sido un amigo de juventud en Zapotlán, antes de su partida. Cuando leí la carta noté cómo los ojos del poeta, tan poco orientados al llanto, dejaban correr varias lágrimas. Cuando terminé la lectura me dijo, "cómo sabes tantas cosas de mí". Toda la información salía de sus propios libros, de aquellos párrafos que yo consideraba autobiográficos. Aquí incluyo es carta:
Querido Juan José:
No se acostumbra mandar cartas a los amigos del pueblo. No hay cartero que lleve la correspondencia a Atenquique, ni a San Gabriel y Comala, pero tú te has ido mas lejos. Te fuiste a Guadalajara y me dicen que quieres irte más lejos, a otros países. Aquí en Zapotlán todos te echamos de menos, siempre sentiremos que hay un vacío. Por mi parte, sentiré que La feria no será tan alegre. No sé si todos los que aquí viven te recordarán con tanto cariño como yo. Todo sea por Dios.
Fue una verdadera lástima que no hicimos la primera comunión juntos, tú te comiste una galleta y yo sí guarde el ayuno. Siempre recordaré que crecimos juntos, compartiendo los juegos, cierto es que tú creabas los juegos, pero yo era el que los jugaba contigo.
Compartíamos los dulces cuando llegaban de Colima y hasta compartimos regaños, cuando eras tú el que más los merecía. Como cuando fuimos al convento de San Francisco y nos hallaron con una niña. No estábamos ni siquiera en párvulos, íbamos nomás a acompañar a tus hermanas más grandes. Era el tiempo en que jugábamos el juego de tú tía Jesusita: "Cuando vayas a comprar carne, no compres de aquí, ni de aquí, ¡Solo de aquí!" y de repente nos hacía cosquillas debajo del arca. Pero nosotros cambiamos el juego, ¿te acuerdas?, comenzábamos desde el tobillo e íbamos subiendo por la pierna de las niñas despacito. Así fuimos creciendo.
Un día nos corrieron de la escuela porque hicimos un ejercicio de palabras de dos sílabas, que al juntarlas hacían malas palabras.
Zapotlán ya es una ciudad civilizada, con zona de tolerancia, caseta de policía y toda la cosa. Hoy viernes 29 de septiembre de 1934 supe que partiste. No pude asistir a tú cumpleaños el 21 de septiembre, los dos cumplimos 16. Tú y yo ya somos todo un hombre. Tú madre me dijo que te habías ido en el tren a Guadalajara. No llegamos ni a despedirnos. Zapotlán te quedo chiquito, como un día te quedará chiquito el horizonte tapatío.
En el tren que te fuiste no ibas solo. En tú maleta llevabas algo más que ropa, cosméticos y libros. Entre tus manos y tú corazón está ubicada tú memoria. En ella nos llevas a muchos que seguiremos pensando en ti. Allí llevarás los aromas de nuestro pueblo, los sonidos que señalan las horas, los sabores policromos de la pitaya, el sabor misterioso del arrayán y la guayaba, los sabores de las cocadas afrutadas, sobre todo la de piña que tanto te gusta, y también la cocada borracha y el rey de las cocadas, el alfajor. Y sobre todo el olor sabroso y refrescante del agua de lima.
También te llevas los murmullos, los ecos del cómo hablamos por acá. Nunca podrás olvidar las sonrisas de Alicia, Ofelia, de Conchita y de Luz. Ellas siempre te hicieron más caso que a mí, por eso yo debiera ser el que pensara en irme lejos. Por más que andes lejos, llevarás en tú nariz el olor de trenza de mujer joven.
Estoy cierto que nunca se te podrá olvidar Zapotlán, aunque llegues a ciudades grandes como Guadalajara, nuestra capital, y ¿por qué no? París y Madrid, y otras que ni yo mismo no sé cómo llamarlas. En ese pedazo de tierra en donde Dios quiso que iniciaras la vida, descubriste la poesía, algo que a pesar de lo mucho que has ayudado, no llego a comprender. Aquí en Zapotlán fuiste actor en el teatro que está al lado de la iglesia.
Aquí también conociste la flora y la fauna, por ejemplo, los sapos que tanto te llaman la atención y que dices que son corazones tirados al suelo. También las aves de rapiña y el zopilote real, el búho y las pequeñas aves. Lástima que no tengamos camélidos, boas, focas, cebras, jirafas, hipopótamos y rinocerontes, y otras bestias de partes alejadas del mundo por las que siempre sentiste una gran fascinación, explícame por qué tienes haber tantos animales, ¿No te bastan los caballos, los burros y las gallinas? A mí, estos me bastan y me sobran. Ésos que te gustan tanto, ni siquiera te los puedes comer.
Aquí en Zapotlán aprendiste a declamar y a hablar dibujando las letras en los labios. Yo nunca pude y hablo trapajoso como tantos de aquí. A pesar de que juntos aprendimos de memoria las poesías de Rubén Darío, de Enrique González Martínez y de Pablo Neruda, tú sí las comprendes y escribes cosas que se le parecen.
Juntos conocimos a ese gran señor Neruda en su visita a Zapotlán. Guarda siempre el soneto que escribió sobre Zapotlán. Nunca lo pierdas, y cada vez que lo encuentres, léelo de nuevo y piensa en nosotros.
Adiós, Juan José, te vas y nada será igual para mí. ¿Con quién voy a acompañarme para irme a confesar? Ya no te podré contar los pecados que oigo que otros confiesan. Tú te vas a hacer famoso como los toreros, mientras yo me dedicaré a la tierra y el maíz, y me casaré con alguna de las que hoy todavía suspiran por ti.
Sin ti todo será diferente, ya nadie me podrá descubrir la belleza de las cosas, como la pitaya que antes me las comía sin verlas, pero tú me enseñaste a contemplarlas primero, después a besar su carne y, por último, a plantarles la mordida. Todo lo hermoso seguirá aquí, pero no habrá quien lo nombre. De ti aprendí a agudizar mis sentidos, pero nunca aprendí a nombrar las cosas.
Adiós amigo, cuando escribas algo, mándame una copia, para saber si por aquellas tierras hay los colores, los sabores y los animales de aquí. Vive muchos años y un día regresa a nuestro pueblo. Ese día será grande para Zapotlán y tú regresarás no sólo a tú pueblo, sino también a tu infancia. Te recordaré siempre.
Tu mejor amigo zapotlanense.
Entre los momentos más intensos de mi vida literaria, debo citar las visitas a la casa del maestro y las comidas con él y con sus hijas Claudia y Fuensanta. El maestro poco comía de las viandas preparadas por Claudia, pero yo no hacía ningún desprecio. El vino tinto y a veces el blanco pasaba por nuestros paladares y hacía chispeante la conversación.
Arreola me escribíó en septiembre de 1996 un texto apoyándome en mis labores de Secretario de Cultura 1995-2001: "Guillermo, te confieso aquí que desde que volví a Guadalajara, mi vida se ha vuelto un agasajo continuo... Y el encontrar aquí tu amistad y protección es un homenaje continuo pero sí, no tengo más remedio que emplear la famosa palabra porque tu labor al frente de nuestras acciones culturales merece mi aprobación y apoyo incondicional. Tú sabes como y, cuán difícil es difundir la cultura oficialmente. Porque la cultura y su trasmisión vienen a ser hechos individuales e íntimos. Gracias, Guillermo, por forma parte, contra viento y marea, de un equipo de personas inteligentes y trabajadoras que aman a partir de Guadalajara, Jalisco, y de sus pueblos, a México entero y a la cultura que es a un tiempo individual y universal".
El tiempo voló. Luego vino su enfermedad a consecuencia de una operación para bajarle la presión acuosa en el cerebro que le dejó en coma por muchos meses y, posteriormente, en un letargo con momentos de lucidez. Luego sobrevino su muerte. Así como sus viajes fueron llevados a crónicas, su muerto fue altamente comentada por los medios en todo México. Asistí ya muy noche al velatorio y lo encontré lleno de gente. La universidad lo recibió en el Paraninfo para un homenaje póstumo; su familia y algunos amigos lo acompañamos a una misa acompañada con coros fúnebres. Cuando vi partir la carroza para la cremación y únicamente Orso, su hijo, y yo estábamos a su lado, pensé en lo pasajero de la vida. En el Ulises que iniciaba su último viaje. En el amigo muerto que nunca volvería a utilizar la palabra. Cuando me subí al automóvil, en el radio tocaban el tristísimo adagietto de la 5ª sinfonía de Mahler y por primera vez en ese día se me rasaron los ojos en lágrimas.
Como Ulises que fue a la guerra de Troya y pasados muchos años regresó a los lugares en donde había pasado su niñez y su primera juventud, así Arreola había pasado por la vida, en una hégira literaria que rebasaba el vivir de todos los mortales. Como mítico Ulises recorrió los tiempos y los espacios, pero al final cuando regresó a su Ítaca de infancia, su Jalisco le ofreció su mortaja terrenal.
En 1952 Arreola pintó un unicornio como si fuera una pieza de ajedrez. Hoy que ha muerto, he llegado a pensar que persiguió a la palabra como si fuera ésta un Unicornio. Un animal imaginario que nunca existió pero al que le han dedicado muchos libros grandes pensadores. El unicornio es más real que muchos de los animales de la zoología científica, porque pertenece a la zoología fantástica. Cambió la palabra para comunicarse cotidianamente por la palabra escrita, y posteriormente cambió la palabra literaria por la palabra oral como epítome de la comunicación. Así un niño nacido en la provincia mexicana, llegó a ser escritor y prototipo del intelectual, todo por el amor a la palabra. Amor que lo instó a convertirse en un hombre comparable a Ulises por la movilización geográfica, y a un alquimista por trasmutar la palabra con magia, convirtiéndola en un ser extraordinario, tanto como un unicornio. ¡Viva por siempre Juan José Arreola!