Sincronía Invierno 2001


Suicidios y/en un cuento de Borges

Yoon Bong Seo y Claudia Macías

Universidad de Guadalajara


 

La imagen de lo llamado tradicionalmente "oriental" ha quedado plasmada indeleblemente en la literatura modernista de la América hispana, durante las dos últimas décadas del XIX y en las primeras del siglo recién concluido.

Los autores se interesan por el exotismo de países del "lejano oriente" que provee de material y ambientación a cuentos y poemas. Julián del Casal con Kakemono (1892) incorporó a la corriente modernista el japonesismo, cuyo cultivador más devoto en Hispanoamérica fue Juan José Tablada, el cual introdujo en México el haikai.

Siguiendo las huellas de Tablada, tenemos a un poeta también mexicano, Efrén Rebolledo, con su libro Rimas japonesas, de 1909. En Cuba, los hermanos Carlos Pío y Federico Uhrbach habían seguido el ejemplo de Casal en su libro Gemelas, de 1894. Aunque de manera esporárica, otros poetas cultivaron temas japoneses; entre ellos, Leopoldo Lugones, en su composición "Estampas japonesas" publicada en Las horas doradas en el año 1922.(1) Y esta actitud de mirar hacia el otro lado del Pacífico seguirá como constante en algunos escritores hispanoamericanos, aun después de la época del cisne y del azul.

Un poco más adelante, entre 1934 y 1935, encontramos al gran Jorge Luis Borges escribiendo sus primeros relatos, algunos de ellos bajo el hechizo de lo "oriental", más allá de los límites que pudieron haberse impuesto los modernistas, y en franco camino de fidelidad a su propia estética. El fruto de esos dos años es su libro intitulado Historia universal de la infamia, de 1935.

La peculiaridad de este libro es que, como señala Borges (y el lector está en libertad de creerle o no tratándose de Borges), prácticamente los nueve textos que lo integran tienen como referencia relatos recogidos de la tradición oral, como el Libro de las 1001 Noches, el Libro de Patronio, o los cuentos persas, por ejemplo, y dos de ellos tienen claras reminiscencias orientales. Por ejemplo, el cuento de La viuda Ching, pirata, en el que Borges escoge de entre las mujeres corsarias, que según afirma han existido, "la más longeva" que surcó las aguas de Asia, desde el Mar Amarillo hasta los ríos de la frontera del Annam: "la aguerrida viuda de Ching".

Todos los cuentos presentan títulos sugestivos por la adjetivación y definición que utilizan para presentar a sus protagonistas: "atroz", "impostor", "asesino", "incivil". Este último adjetivo le corresponde al relato sexto de la Historia universal de la infamia del que nos ocuparemos enseguida: El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké.

El texto inicia con un retrato que destaca el carácter despreciable del infame en cuestión: "El infame de este capítulo es el incivil maestro de ceremonias, Kotsuké no Suké, aciago funcionario que motivó la degradación y la muerte del señor de la Torre de Ako y no se quiso eliminar como un caballero cuando la apropiada venganza lo conminó."(2)

Según señala Borges dentro del mismo cuento, el relato tiene como base la "Historia Doctrinal de los Cuarenta y Siete Capitanes", referida por A. B. Mitford, a quien cita de nuevo al final del libro como recopilador de Tales of Old Japan, London, 1912.

La historia comienza en la primavera de 1702 cuando el señor de la Torre de Ako tiene que prepararse para recibir y agasajar a un enviado imperial. Dice el texto que "dos mil trescientos años de cortesía habían complicado angustiosamente el ceremonial de recepción" (p. 278), razón por la cual se hace imprescindible el envío de un representante del emperador, que era el maestro de ceremonias Kotsuké no Suké, para vigilar la precisión del protocolo.

Durante la preparación de la ceremonia, el infame maestro hace gala de su despotismo y llega al grado de humillar al dueño de la Torre al obligarlo a inclinarse ante él para atarle la cinta del zapato. El señor de la Torre, aunque indignado, acepta y ejecuta la orden, y al término sólo recibe un insulto a cambio. La paciencia llega al límite y el caballero saca su espada y marca en la frente al maestro. Esta acción lo hizo merecedor de un juicio ante el tribunal militar el cual lo condenó al suicidio.

La autoejecución se realiza en el patio central de la Torre de Ako, sobre una tarima de fieltro rojo. El señor de la Torre "se abrió el vientre, con las dos heridas rituales, y murió como un samurai [...] Un hombre encanecido y cuidadoso lo decapitó con la espada: el consejero Kuranosuké, su padrino." (idem.). El relato cuenta que en esa misma noche, cuarenta y siete de sus capitanes, al mando del consejero Kuranosuké, planearon su venganza.

Luego de una inteligente estrategia, logran que el maestro de ceremonias elimine la posibilidad de un ataque a su persona y despida a la mitad de sus guardias. Entonces, una noche del invierno de 1703, los cuarenta y siete capitanes atacan el palacio de Kira Kotsuké no Suké y, luego de someter la resistencia, encuentran escondido al maestro de ceremonias al que identifican por la cicatriz en la frente. Le ruegan que se suicide, "como un samurai debe hacerlo" (p. 280), pero en vano le propusieron la salida más decorosa a su rango: "Era varón inaccesible al honor" (idem.).

Los cuarenta y siete capitanes viajan de regreso con la cabeza del enemigo y se someten al juicio de la Suprema Corte por sus acciones. El fallo "es el que esperan: se les otorga el privilegio de suicidarse" (p. 281). Todos lo cumplen y son sepultados en el mismo recinto que su señor.

¿Cuáles son los símbolos que destacan en este relato?

1. La gravedad de la falta que motivó el primer suicidio es a causa de un símbolo: "El enviado representaba al emperador, pero a manera de alusión o de símbolo: matiz que no era menos improcedente recargar que atenuar". (p. 278) Y el maestro de ceremonias, paradójicamente enviado "para impedir errores harto fácilmente fatales" (idem.), era un funcionario de la corte de Yedo y, por lo tanto, compartía la dignidad real.

2. La ausencia de sangre. En un relato en donde ocurren más de cuarenta muertes "sangrientas", no hay derramamiento de sangre explícito:

a) Cuando se suicida el señor de la Torre de Ako sobre una tarima de fieltro rojo, "los espectadores más alejandos no vieron sangre porque el fieltro era rojo." (idem.).

b) Durante el ataque de venganza a la mansión del infame maestro de ceremonias, sólo se habla de "las porcelanas infamadas de sangre" (p. 280).

c) Al suicidarse los capitanes, el texto dice: "Todos lo cumplieron, algunos, con ardiente serenidad, y reposan al lado de su señor". (p. 281).

d) La única vez que se hace mención a la sangre es para señalar la herida de Kotsuké no Suké: "El señor de la Torre sacó la espada y le tiró un hachazo. El otro huyó apenas rubricada la frente por un hilo tenue de sangre…" (p. 278).

De dichos símbolos podemos señalar que el texto destaca el suicidio como inherente a una arraigada tradición de honor y, además, como un acto limpio, pulcro, digno de los nobles caballeros, ya que el incivil maestro no acepta suicidarse y muere degollado en manos de los capitanes.

En términos de estilo, destacan en el cuento tres momentos.

1. La escena del suicidio del señor de la Torre de Ako se presenta como todo un espectáculo con matices cinematográficos al marcar la distancia de los espectadores:

"En el patio central de la Torre de Ako elevaron una tarima de fieltro rojo y en ella se mostró el condenado y le entregaron un puñal de oro y piedras y confesó públicamente su culpa y se fue desnudando hasta la cintura, y se abrió el vientre, con las dos heridas rituales, y murió como un samurai, y los espectadores más alejados no vieron sangre porque el fieltro era rojo." (p. 278)

El ritmo marcado por la reiteración con "y" le da solemnidad al momento.

2. La escena del asalto al palacio del maestro de ceremonias es de singular belleza por la manera tan sucinta y pulcra de describirla:

"el descenso arriesgado y pendular por las escaleras de cuerda, el tambor de ataque, la precipitación de los defensores, los arqueros apostados en la azotea, el directo destino de las flechas hacia los órganos vitales del hombre, las porcelanas infamadas de sangre, la muerte ardiente que después es glacial: los impudores y desórdenes de la muerte." (p. 280)

La ausencia de verbos la convierte en una pintura "dinámica" y "sonora" en donde podemos contemplar las sogas que se mueven y el disparo de las flechas, así como el sonido del tambor de ataque.

3. El momento intitulado "El testimonio", tiene la peculiaridad de romper el tiempo en que se venía narrando la historia en general. Cuando los capitanes han satisfecho su venganza, el tiempo cambia repentinamente al presente:

"En un caldero llevan la increíble cabeza de Kira Kotsuké no Suké y se turnan para cuidarla. Atraviesan los campos y las provincias, a la luz sincera del día. Los hombres los bendicen y lloran. El príncipe de Sendai los quiere hospedar, pero responden que hace casi dos años que los aguarda su señor. Llegan al oscuro sepulcro y ofrendan la cabeza del enemigo.

La Suprema Corte emite su fallo. Es el que esperan: se les otorga el privilegio de suicidarse." (p. 281)

El cambio se mantiene hasta el momento en que se habla del tributo que hoy en día se ofrece a la memoria del señor de la Torre y de tan valientes y leales capitanes. Con ello, el texto actualiza la historia y nos acerca a un presente en el que el lector se convierte en testigo presencial de los hechos.

Así, pues, el tema central y recurrente de principio a fin en esta historia es el suicidio, y el suicidio al estilo de los guerreros antiguos del Japón. Cuando el samurai cometía algún error grave debía realizar el ritual del suicidio para mantener y proteger su honor, el de su amo, su familia, su comunidad y el de su patria. Con el permiso de su amo, el guerrero se hacía el harakiri con gran satisfacción. Una de las dos espadas que llevaban siempre consigo cortaba su viente en dos movimientos, uno vertical y otro horizontal. Entonces, el amigo de mayor confianza, en señal de amistad lo decapitaba para poner fin al sufrimiento. El harakiri durante siglos fue el símbolo de lealtad, de honor, de confianza y de patriotismo.

Durante la Segunda guerra mundial, muchos pilotos militares japoneses llamados kamikase se suicidaron atacando los portaaviones de los Estados Unidos en el Océano Pacífico. Sacrificaban sus vidas, como modernos samurais con gusto por su patria. Caían en el Pacífico y desaparecían como kakuras, las flores nacionales del Japón.

Volviendo al texto de Borges, podríamos creer o no que se trata de un hecho histórico, que por su dramatismo habría pasado a formar parte de la tradición oral que lo transformó en leyenda. Pero lo que no podemos dejar de ver es la visión de la infamia que Borges nos presenta desde otra cultura, y la glorificación del suicidio por el honor.

Lo que sí es verdad es que, a dos siglos de dicho suceso, en pleno siglo XX, nos encontramos no sólo con los héroes al estilo japonés de la Segunda guerra mundial, sino que podemos señalar en la historia de la literatura japonesa moderna y contemporánea que la práctica del suicidio fue abrazada por sus más ilustres representantes.

El 24 de julio de 1927, Akutagawa, el escritor más brillante de la literatura moderna japonesa, se suicida con el sentimiento de "una vaga inquietud", en una época de crisis, ansiedad, incertidumbre y terror. El drama de Akutagawa que lo lleva al suicidio es la debilidad del hombre sucumbiendo a la realidad de los hechos, realidad convulsionada que vivió el Japón de los años veinte.

El 19 de junio de 1948, fue encontrado el cuerpo sin vida de Osamu Dazai, quien seis días antes había puesto voluntariamente fin a su vida arrojándose, junto con su amante, a las aguas de un canal de desagüe de las afueras de Tokio. Dazai, una de las figuras cumbres de la narrativa japonesa contemporánea, alcanzó la consagración en los años de la inmediata posguerra, en el marco de una sociedad devastada material y espiritualmente por una guerra feroz y prolongada de la cual, a tres años de finalizada, sólo quedaban ruinas.

El 16 de abril de 1972, Yasunari Kawabata, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1968, era encontrado muerto en su estudio de Zushi con un tubo de gas en la boca. Kawabata se suicida en un marco social radicalmente distinto del que había propiciado el suicidio de los dos escritores antes mencionados. Japón era ya un pueblo que gozaba de una franca prosperidad aunque basada en el bienestar material y el conformismo.

Cerraremos esta necrología citando un suicidio que no siguió el camino trivial, si podemos llamarlos así, del agua o del gas, sino que echó mano del espectacular rito de muerte tradicional del Japón casi no practicado en tiempos modernos: el harakiri. Se trata de Yukio Mishima. El 25 de noviembre de 1970, el polémico escritor, acompañado de un grupo de jóvenes con los que integraba la paramilitar Sociedad del Escudo, irrumpió en el Regimiento Oriente de las Fuerzas de Autodefensa en el barrio de Ichigaya, en Tokio, y tras someter a los oficiales, reunió a los soldados en una explanada y les dirigió una arenga que terminaba diciendo: "...Teníamos la ilusión de que sólo las Fuerzas de Autodefensa conservaran el espíritu del Japón auténtico, del alma del guerrero del Japón antiguo".(3) Y para dar fuerza a sus palabras, Mishima se abrió el vientre con una espada corta y uno de sus asistentes cumplió con el deber de decapitarlo.

El Japón, con su exotismo contagió los prestigiados círculos de escritores franceses que influirían de manera decisiva en los modernistas hispanoamericanos. El honor de los guerreros del siglo XVIII inspiró a Borges a rescatar y reescribir un texto que, como dice él mismo, no tiene final "porque los otros hombres, que no somos leales tal vez, pero que nunca perderemos del todo la esperanza de serlo, seguiremos honrándolos con palabras." (p. 281). Valga nuestro acto de honor también a la memoria de los escritores del Japón contemporáneo.

 

NOTAS:

1. Cf. Max Henríquez Ureña, Breve historia del modernismo. FCE, México, 1978.

2. Jorge Luis Borges, El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké, en Prosa completa, vol. 1, Bruguera, Barcelona, 1980, p. 277. Citamos por esta edición y en adelante sólo indicaremos la página entre paréntesis.

3. Kazuya Sakai, Japón: hacia una nueva literatura. El Colegio de México, México, 1968, p. 98. Véase también, Atsuko Tanabe, Antología de la narrativa japonesa de posguerra. Premiá editora, México, 1989.


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