Sincronía Invierno 2000


LA REPRESENTACION DEL ACTO PSICOANALITICO EN LA OBRA DE MATILDE PONS

Arnulfo Eduardo Velasco


A través del tiempo, y desde su surgimiento y teorización básica en la obra de Sigmund Freud, el psicoanálisis ha establecido un complejo sistema de relaciones con la obra de arte y con nuestra concepción de la misma. Sobre todo porque ya el padre fundador de este sistema de pensamiento se planteaba el problema estético como uno de los temas fundamentales en el camino de la comprensión de la psique humana. Sin embargo, y a pesar de la complejidad del problema, podemos considerar que las relaciones que el psicoanálisis ha establecido con respecto al arte (y la literatura en particular) pueden ser visualizadas en su conjunto a partir de dos vertientes distintas:

1. Como una propuesta de estudio del texto artístico, aplicando a éste los métodos de análisis que originalmente se desarrollaron con vista al tratamiento de los trastornos de la personalidad de los seres humanos y que funcionan habitualmente como "lecturas" de los signos visibles del comportamiento con el propósito de descubrir el funcionamiento sustentador de la personalidad. La obra de arte también es concebida como un objeto "en clave", cuyo funcionamiento real sólo es perceptible a través del análisis. Los primeros intentos en esta línea se vieron dañados por el hecho de haber sido realizados por psicoanalistas con un conocimiento apenas básico del arte o los estudios literarios. Sin embargo, y en vista de que, como ya mencionamos, el psicoanálisis considera a la psique misma como una especie de "texto", a últimas fechas se ha logrado un mejor desarrollo y resultados más efectivos con esta metodología, al plantearse acercamientos menos simplistas (y menos enfocados al desciframiento de supuestos símbolos).

2. Como la constatación del hecho, demasiado evidente, de que el psicoanálisis, con el paso del tiempo, se ha convertido en un componente fundamental de nuestra cultura, hasta el punto de adquirir las características de un elemento básico dentro del contenido y la elaboración de una gran cantidad de obras de arte contemporáneas. Casi desde el inicio, algunos artistas intentaron apropiarse del lenguaje, las técnicas y la teoría psicoanalíticas para utilizarlas en la creación de su obra. El caso de los surrealistas es evidente, pues muchos de ellos incluso llegaron a utilizar el texto de La interpretación de los sueños de Freud como una especie de manual creativo (el hecho de que Freud señalara que estos artistas no habían entendido en realidad el sentido de su obra es un hecho secundario). En la actualidad nos damos cuenta de la forma como muchos escritores retoman, de manera consciente o inconsciente, el universo del psicoanálisis en sus obras para estructurar o dar sentido a sus relatos. Esto no es esporádico o casual, pues incluso el arte popular (por ejemplo, el cine comercial estadounidense) acostumbra emplear el "pretexto psicoanalítico" como justificación de algunas de sus producciones, con resultados no siempre muy adecuados (debido a menudo a la escasa documentación o a interpretaciones simplistas).

Sin embargo, en ambos casos se debe tomar en cuenta el aspecto ideológico que la práctica del psicoanálisis puede llegar a adquirir en el contexto de una práctica social concreta. De acuerdo con las concepciones de Lacan cuando el psicoanálisis se reduce a una terapéutica

tiende hacia la magia y lo no-enseñable; se convierte en una práctica religiosa. Pero cuando evoluciona hacia el dogma, se convierte ya sea en una religión, ya sea en una Iglesia, ya sea en un saber universitario. (1)

Esta "mitologización" de la ciencia psicoanálitica es lo que a menudo se transparenta en los textos literarios que funcionan a partir de ella, y lo que a menudo, en forma consciente o no consciente, estos acercamientos terminan denunciando. La figura del psicoterapéuta a menudo adquiere, en los textos de ficción, una funcionalidad clara y no muy positiva, al asumir dentro del texto las funciones de un censor o de incluso el sacerdote autodesignado dentro un abstruso sistema mágico-religioso. En la obra de la escritora Matilde Pons el tema del psicoanálisis procede, evidentemente, de una experiencia directa. Pero lo importante para nosotros es comprender la forma como es "puesto en escena" a través de la representación del proceso mismo del tratamiento y las relaciones (de amor y de odio) que se establecen, en clave de ficción, entre los terapeutas y su paciente.

En este caso nos referimos concretamente a la novela La palabra me sonó extraña (2), donde se desarrolla, en una forma narrativa bastante compleja, una historia muy anclada en la práctica misma del psicoanálisis. En este libro se nos presenta un momento clave de la vida de la protagonista, en el cual, a través de una serie de rupturas existenciales, su realidad vital adquiere una nueva significación y una dirección nueva. Una de esas rupturas está anclada en la relación con su psicoanalista. En realidad, toda la novela está casi literalmente narrada desde el diván del psicoanálisis, pues Matilde, el personaje del relato, se encuentra en la situación de una paciente que reconsidera su vida desde las circunstancias concretas de un análisis realizado en un momento determinado (si bien no concluido) para darle un enfoque nuevo a su existencia y poder retomarla con nuevos propósitos, enfrentando simultáneamente las dos experiencias traumáticas del divorcio y de un cambio de terapeuta (y su relación amorosa con el primer analista). La novela plantea un juego formal en cuanto hay dos focalizaciones desde las cuales se reconsidera la experiencia vivida: una es el momento mismo del análisis, cuando Matilde pondera tanto su vida pasada como el presente de la relación con su marido; el otro, es el presente mismo del relato, cuando algún tiempo después de ese primer análisis la protagonista reconsidera los hechos del mismo y replantea desde un ahora lo que fue su relación con el psicoanalista. Estos dos niveles se confunden naturalmente y hay un juego constante de temporalidades entre los diferentes pasados y los dos presentes (la protagonista en el diván; la protagonista reconsiderando y juzgando la experiencia del tratamiento).

Es evidente que, dentro del relato, la figura clave viene siendo la del padre en todos sus posibles avatares, pues el padre real de la protagonista, el ginecólogo, el marido (Juan E.) y los dos psicoanalistas (apodados por la narradora el doctor Stop y Grand-Père), se van turnando, a lo largo de la narración, para asumir el rol de figura paterna y obligar a la protagonista a replantearse, una y otra vez, la significación del deseo sexual ante una figura masculina impositiva, a menudo terrible, que se concretiza a menudo en una amenaza de violación física o intelectual. Incluso el hecho psicoanalítico mismo aparece connotado dentro del relato como una forma de erotismo más o menos perverso, como un desgarramiento de la intimidad que por momentos parece innecesario y no destinado a producir ningún resultado positivo, incluso ligeramente absurdo o tan sólo determinado por el deseo de los terapeutas de ejercer un control de macho dominante o incluso producir dolor y angustia en su paciente. Esta imagen surge obviamente de la visión misma de la persona sometida a tratamiento, quien entra en el mundo del psicoanálisis con todas las resistencias propias de quien ha desarrollado, a lo largo de una vida, una muy compleja elaboración psíquica que sirve de fundamento y protege una conformación neurótica. El dolor propio al tratamiento es asimilado por tanto a una acción libidinal con un claro componente sádico por parte del terapeuta, cuya funcionalidad sería producir gratificación en el analista y no necesariamente mejoría en el paciente.

Dentro del relato la relación se complica porque la relación amorosa ente Matilde y el Doctor Stop, que en un principio parecería tener simplemente la connotación propia del proceso de transferencia que lleva al paciente a desarrollar actitudes de afecto o de odio hacia el psicoanalista, se llega a convertir en un verdadero affair entre los personajes. Vale la pena señalar que, de acuerdo con la teoría clásica, la transferencia es un elemento recurrente (según algunos investigadores, indispensable) del tratamiento psicoanalítico, pues en esta reacción afectiva del paciente puede reactivar un sistema de relaciones establecidas por el individuo con uno de sus progenitores (o con ambos). Se supone que por ello esta reacción no representa la realidad de la situación analítica presente, y el terapéuta no debe confundir ese afecto o ese odio con sentimientos reales hacia su persona, sino considerarlos como reactivaciones de sentimientos dirigidos hacia otra figura que él viene a representar dentro del proceso del tratamiento (3). Sin embargo, desde el inicio mismo del psicoanálisis la transferencia ha significado una de las instancias más delicadas y difíciles de controlar (y más sujetas a debate) del proceso. Precisamente en los inicios del movimiento psicoanalítico se planteó un debate con respecto a la actitud del psicoanalista húngaro Sandor Ferenczi, quien no sólo permitía sino incluso estimulaba el desarrollo de relaciones afectivas con sus pacientes. De acuerdo con Peter Gay (4), el mismo Sigmund Freud se manifestó totalmente en contra de este tipo de práctica y "el método empleado por Ferenczi con sus pacientes le impresionaba como una invitación al desastre". Sin embargo, es cierto que más a menudo de lo que se piensa los terapéutas desarrollan relaciones en exceso personales con algunas personas sometidas a tratamiento y que en ocasiones pueden derivar en actos de intimidad sexual. Si bien la mayoría de las asociaciones psicoanalíticas consideran esto último como una grave transgresión de la ética profesional (5).

En la novela Matilde ama y odia alternativamente al Doctor Stop y mucho del relato funciona como un ajuste de cuentas, recurriendo incluso a la parodia del tratamiento (haciendo una supuesta inversión de los roles, en la cual la paciente analiza al terapeuta) (6) y dedicando cierto espacio a la exposición de los errores y fragilidades de ese falso padre. Indudablemente, la funcionalidad de la transferencia se hace evidente desde el momento en que el Doctor Stop se transforma en un padre en el cual la protagonista puede al fin poner en escena sus deseos reprimidos de encontrarse en una situación erótica con o ante la figura paterna. Pero se trata de un padre mucho más asequible, menos agresivo y menos digno del temeroso respeto que imponen otras figuras paternas. El marido, Juan E., por ejemplo, es demasiado la figura del macho, con sus actitudes de paternidad castrante (valga la expresión), que simplemente sirve para perpetuar la enfermiza relación familiar que es una de las posibles causas de los problemas psíquicos de la protagonista.

Por otra parte, el sexo, a través de todo el relato, funciona como una de las claves de lectura, pero siempre visualizado como una instancia traumática y nunca como un satisfactor. El sexo connota culpa desde el inicio, desde la secuencia (digna de la mejor tradición psicoanalítica) en la que la niña observa (oculta en un ropero) el acto sexual de sus padres, pasando por la humillación de la adolescente que es sometida a un examen ginecológico para constatar su virginidad, el desconocimiento total de la mujer casada de su propia realidad fisiológica (a pesar de ser madre de ocho hijas), las actitudes ofensivas del marido que la hacen perder el respeto de su propia corporeidad, el intento de seducción del ginecólogo, etc. Todo esto crea un contexto donde el hecho sexual es necesariamente visualizado como una transgresión que implica (y necesita) la manifestación de un castigo. Como muchos pacientes de la vida real, la protagonista de este relato casi termina aceptando la agresión ajena como una manifestación de la culpa propia.

En ese sentido, dentro de la novela, la relación afectiva desarrollada con el psicoanalista cumple una función positiva (lo cual no necesariamente ocurriría en la realidad), pues le permite a la protagonista tomar conciencia de su "deseabilidad" como persona humana, de su capacidad de ser la seductora del padre y no solamente la víctima de los deseos del mismo, de sus posibilidades de tomar decisiones ante hechos concretos y negarse en un momento determinado ante el deseo del otro, o asumirlo. E incluso a rebelarse en contra de la culpa impuesta por padres, esposos... o psicoanalistas.

En La palabra me sonó extraña, por tanto, se nos ofrece una especie de parábola sobre la forma como un ser humano puede llegar a asumirse como persona. Ciertamente se trata de un recuento doloroso sobre un proceso que, antes que nada, connota un enfrentamiento violento en contra de estructuras mentales impuestas por toda una tradición cultural. La rebelión en contra del padre por parte de Matilde es el elemento básico de una liberación. Y, por supuesto, dentro del relato la figura del padre es asimilada a la figura masculina en general. El hombre como represor y metafórico castrador de la realidad femenina. Parte de este proceso de rebelión pasa evidentemente a través de la parodia e incluso de la caricatura. El psicoanálisis llega incluso a ser visto como uno más de los instrumentos empleados por el padre para perpetuar su posición de poder, convirtiendo a la hija, que se niega a seguir siéndolo, simplemente en un nuevo avatar de la persona sometida: la paciente en el diván. Esto resulta claro en la definición que se hace del psicoanálisis dentro de la novela:

Fenómeno impalpable, que podría llamarse también teorías indemostrables de resultados asombrosos. (p.145)

O cuando se define la "falta de autenticidad" como

La posición del psicoanalista respecto del psicoanalizado. (Idem)

Los arrebatos de la protagonista en contra de sus terapeutas, su representación a menudo caricatural de estos, son elementos que se integran a la necesaria revaloración de su yo, de otra forma doblegado por la sapiencia de los mismos. Incluso su relación el Doctor Stop, a partir del momento que comienza a ser dirigida y controlada por ella, es un medio que le permite revalorizarse a sí misma al colocar a la figura representativa del poder en un nivel de semidependencia. Todo ello le permite, al final del relato, enfrentar a la figura del marido, dialogar con él de igual a igual e incluso en un momento someterlo a juicio. Quizá son resultados demasiado tempranamente adquiridos, pero de cualquier forma ilustran a la perfección el proceso de formación del yo que Matilde vive en esta historia.

Dentro de la línea de la parodia merece mención un breve cuento incluido en la novela, donde se describe a una pareja de un señor y una señora "Freud" muy típicos de la región central de México (pues incluso utilizan el localismo "jitomate" para referirse al tomate), enfrentados sobre una cuestión de simbolismo. El rojo de la sopa de tomate le parece a este "Freud" como un posible hecho simbólico e intenta descubrir las motivaciones de su mujer al prepararla. Sin embargo, para ella se trata de un hecho mucho más simple: es tan sólo una sopa de tomate. En cierta forma este breve relato recuerda la frase del verdadero Freud cuando uno de sus discípulos le pregunto si los cigarros (a los cuales era muy afecto el doctor Sigmund) eran un símbolo fálico. Claramente molesto, Freud contestó: "a veces un cigarro es simplemente un cigarro". Los excesos analíticos a menudo deben ser controlados con constataciones de ese tipo.

De cualquier forma La palabra me sonó extraña de Matilde Pons es un interesante intento de poner en escena la compleja relación que nuestra cultura ha producido entre los profesionales de la salud mental y sus pacientes. Una relación que no siempre, por desgracia, contribuye al beneficio real de esos pacientes.

NOTAS:

1) Elisabeth Roudinesco: Lacan: esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento; Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 504. regresar

2) México, Plaza y Valdés, 1989, 171 pp. regresar

3) Howard C. Warren (editor): Diccionario de psicología; México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 365. regresar

4) Freud: una vida de nuestro tiempo; México, Paidós, 1989, p. 642-643. regresar

5) No es posible generalizar, pero evidentemente puede tratarse de un abuso de la transferencia normal, cuando el terapéuta la utiliza para llevar al paciente a creer que el objeto de su amor es el psicoanalista mismo y no la figura representada por éste. En ese caso se trata de una forma de violación, pues aunque el paciente parezca consentir en el acto sexual, está siendo llevado a éste por medio de un forzamiento psíquico. regresar

6) Curiosamente, también forma parte de la teoría de Ferenczi esta concepción de "análisis mutuo". Al parecer, cuando un paciente reclamaba el derecho a analizarlo, Ferenczi reconocía la existencia de su propio inconsciente y llegaba incluso a revelar detalles de su pasado. (Peter Gay: Opus cit., p. 644) Sin embargo, Freud tampoco se manifestó favorable a esta técnica. regresar

 


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