Sincronía Invierno 2002


Algunas notas sobre la formación de un ensayista: La obra del joven Jorge Luis Borges

Arnulfo Eduardo Velasco


Considerar la obra de Jorge Luis Borges desde el punto de vista de su labor como joven ensayista nos puede obligar, en parte, a hacer abstracción de muchas de las consideraciones comúnmente establecidas con respecto a este autor. Pues el Borges de la madurez a menudo se nos ha impuesto como el arquetipo absoluto de toda la obra de este creador, y como el modelo a partir del cual se le debe pensar y analizar. Un modelo que, por otra parte, a menudo se resume en una serie de esquemas más o menos simples, estructurados sobre términos como "cosmopolita" o "laberíntico". En realidad, la escritura de Borges es, como todas las obras realmente importantes, algo que va más allá de una serie de palabras clave. Es una propuesta compleja en sí misma, dentro de la cual es posible encontrar una serie de desarrollos que, en ocasiones, incluso están determinados por las circunstancias cambiantes de la integración del artista en la realidad social y su propia evolución intelectual. En el caso de sus escritos de juventud, Borges aparece como un escritor en constante enfrentamiento con el lenguaje mismo, con el cual sostiene una relación ambigua de fascinación y desconfianza. Sin embargo, su obra ensayística de esa época nos muestra también una cierta recurrencia de muchos de los esquemas establecidos en su escritura posterior y nos señala la constancia de una serie de obsesiones e incluso de ciertas manías. La evolución del escritor es un reflejo de la conformación de una determinada forma de relacionarse con el lenguaje y con la forma como éste describe o representa la realidad.

Por otra parte, y como es ampliamente conocido, Borges viene siendo uno de esos autores que tienen la costumbre de rescribir y reconsiderar sus obras del pasado, replanteando la significación de las mismas desde la perspectiva de nuevas consideraciones sobre la escritura que fue desarrollando con el tiempo. Por tanto, sus textos fueron, durante toda su vida, una obra en proceso, un algo que se iba haciendo y rehaciendo con el paso de los años. Así, algunos sus primeros libros publicados fueron objeto de fuertes reescrituras, y otros incluso de un rechazo total y de una negación, a pesar de contener ya elaboraciones que el autor iba a continuar utilizando posteriormente. Lo cual obliga a considerarlos desde perspectivas particulares. Puede ser significativo, por otra parte, que los tres libros que fueron violentamente rechazados en épocas posteriores por Borges, que se negó toda su vida a reeditarlos, eran colecciones de ensayos.

Sus primeros libros ciertamente estaban determinados en gran parte por los dictámenes del movimiento ultraísta, con el cual el joven Borges se identificaba y que él mismo había definido en una especie de manifiesto publicado por la revista Nosotros en diciembre de 1921. Según el escritor, los cuatro principios ultraístas básicos venían siendo:

1. Reducción de la lírica a su elemento primordial: la metáfora.

2. Tachadura de las frases medianeras, los nexos y los adjetivos inútiles.

3. Abolición de los trebejos ornamentales, el confesionalismo, la circunstanciación, las prédicas y la nebulosidad rebuscada.

4. Síntesis de dos o más imágenes en una, que ensancha de ese modo su facultad de sugerencia. (1)

Nos damos cuenta que, al margen de un mayor pudor en el manejo de todas estas fórmulas, la obra posterior de Borges puede, de cualquier forma, relacionarse todavía con ellas. Por supuesto, en un primer momento encontramos a un joven escritor dispuesto a llamar la atención recurriendo a un cierto extremismo, cuando el autor más maduro prefiere no mostrar demasiado públicamente sus medios creativos y dejarlos en un nivel subyacente, ya no como los fines mismos de la creatividad sino simplemente como medios. También se ha señalado que en sus primeros libros Borges ya no era totalmente un ultraísta en sentido estricto, pues su escritura tendía a una mayor moderación que la de la mayoría de los autores vanguardistas contemporáneos suyos. Sin embargo, con un claro control autocrítico, las fórmulas de su escritura seguirían siendo toda su vida las que en aquella época atribuía a los ultraístas, manejadas simplemente en forma mucho más elegante y discreta, y sin tratar de ponerlas en primer término. El mismo escritor señalaba al respecto:

Me temo que el libro [Fervor de Buenos Aires, su primer libro de poesía] era un budín de pasas: había demasiadas cosas allí. Y sin embargo, mirándolo ahora en perspectiva, creo que nunca me aparté mucho de ese libro. Siento que todos mis textos subsiguientes sólo han desarrollado temas que estaban inicialmente allí; siento que durante toda mi vida he estado rescribiendo ese único libro. (2)

También es significativo que ese libro de poesía no fue eliminado de la edición de sus Obras completas, como otros de los cuales el escritor renegó posteriormente. Sin embargo, es verdad que en ediciones posteriores los textos contenidos en esta colección fueron sometidos a revisiones violentas, eliminando varios y modificando notablemente los que permanecieron dentro del libro. Incluso, en 1969, se permitió compensar todos los cortes realizados agregando tres creaciones nuevas.

En 1925, Borges publica dos libros: uno de poesía, Luna de enfrente, y otro de ensayos, Inquisiciones. El primero es más afortunado en el sentido de que tiene un destino similar al de Fervor de Buenos Aires: fue víctima de detalladas revisiones en épocas posteriores pero de cualquier forma fue considerado como digno de ser incluido dentro de las Obras completas. Inquisiciones, en cambio, fue un hijo rechazado y durante mucho tiempo un libro imposible de conseguir, pues Borges se negaba a cualquier posibilidad de reedición e hizo todo lo posible para destruir todos los ejemplares existentes de esta obra. Según Rafael Olea Franco (3), en la Biblioteca Houghton de Manuscritos y Libros Raros de la Universidad de Harvard se conserva un ejemplar de la edición original de Inquisiciones que contiene una inscripción manuscrita (y en inglés) del mismo Borges que dice: "Me siento avergonzado de este libro". Sin embargo, después de su muerte, imperativos de tipo estrictamente comercial han hecho que sus herederos pasen por encima de los deseos del escritor y reediten éste y otros libros rechazados. Esto, en sí, no es totalmente negativo, pues los pone al alcance de los investigadores interesados en la escritura borgeana. Para comprender a un escritor a menudo es de fundamental importancia el estudiar sus textos primerizos, pues nos ayudan a entender de mejor manera su posterior evolución. Pero no resulta muy adecuada la manera de publicarlos, en un formato y con la apariencia de un libro de amplia difusión, poniéndolos al alcance de todos los lectores sin indicaciones precisas sobre cuál es la significación de estos textos y desde qué punto de vista deben ser leídos. Al no indicar que se trata de textos de juventud (posteriormente rechazados por el escritor) se puede producir el equívoco de hacer creer al lector que se trata de una obra más en el contexto de la producción de Borges, al mismo nivel que las obras que este autor consideraba adecuadas y representativas de su escritura. Para un lector no especializado, pueden representar el origen de una mala percepción de la obra de este autor y ser causa de notables malentendidos.

En realidad, obras de este tipo deben publicarse con un fuerte aparato crítico, de forma de permitir al lector especializado trabajar con ellas e indicar al lector común que no se trata simplemente de un libro más del autor, sino de una obra de formación. La edición del Tamaño de mi esperanza publicada por Alianza Editorial(4) incluye un breve prólogo de María Kodama donde se comenta el rechazo de Borges a ese libro en épocas posteriores (pero sin explicarlo convincentemente). En cambio la edición de Inquisiciones publicada por Seix Barral(5) se limita a señalar, en la contraportada, que se trata de una "obra de juventud, publicada en 1925, y nunca reeditada hasta ahora", sin indicar que el autor posteriormente la había desconocido. Como señala Olea Franco, "es urgente disponer de una edición seria y académica de uno de nuestros ‘clásicos’"(6). Con el fin de ubicar cada una de sus obras en el contexto correcto y evitar que la reedición de estos libros se convierta en el equivalente de la costumbre de ciertas familias de hacer públicas las anécdotas embarazosas de la intimidad de ciertos hombres famosos.

Ciertamente no se puede negar el interés real e incluso la calidad de estos primeros libros de ensayos de Borges. En el caso de Inquisiciones se perfila ya la notable inteligencia del autor, al tratar una amplia variedad de temas con algunos atisbos ya de su genialidad habitual. Incluso muchos temas que en épocas posteriores van a seguir formando parte de su acervo intelectual, como viene siendo el caso de la obra de Quevedo o de sir Thomas Browne. Pero también es evidente que en este libro encontramos al tipo de escritor del cual posteriormente Borges haría una denuncia total y del cual renegaría con violencia. Un texto tardío como el famoso "El otro", en el cual el escritor viejo se encuentra con su yo joven, se entiende mejor desde la perspectiva de la evolución del individuo, al cual los años llevan a convertirse en otro, distinto al que fue. Por ello Borges señala:

Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversación de personas de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos. Éramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el diálogo. Cada uno de los dos era el remedo caricaturesco del otro. (7)

Efectivamente, el Borges joven y el Borges viejo vienen siendo dos personas notablemente distanciadas en su concepción teórica de lo literario, y en las cuales existen dos visiones opuestas de la escritura. Por lo cual no necesariamente se habrían entendido o se habrían llevado bien de haber tenido la oportunidad de tratarse.

Lo cual no quiere decir, sin embargo, que el joven haya sido un escritor sin interés y muy por debajo del viejo. En realidad, se trata simplemente de dos autores con una concepción diferente del lenguaje y de sus posibilidades comunicantes. Mucho más alambicado que el viejo, el joven gusta de crear términos y emplearlos a su manera, iniciando el libro con declaraciones como ésta:

La prefación es aquel rato del libro en que el autor es menos autor. Es ya casi un leyente y goza de los derechos de tal: alejamiento, sorna y elogio. La prefación está en la entrada del libro, pero su tiempo es de posdata y es como un descartarse de los pliegos y un decirles adiós. (p. 7)

Sin embargo es también capaz de producir muy bellas frases, en las cuales ya se encuentra contenido todo el poder poético del Borges posterior, al estilo de "los zaguanes antiguos en cuya hondura es límpido el patio como una firme rosa" (p. 66). Pero en ocasiones también se deja enredar en su propia prosa y produce fragmentos que al viejo le debieron parecer totalmente abstrusos:

He advertido que en general la aquiescencia concedida por el hombre en situación de leyente a un riguroso eslabonamiento dialéctico, no es más que una holgazana incapacidad para tantear las pruebas que el escritor aduce y una borrosa confianza en la honradez del mismo. (p. 93-94)

Nos damos cuenta de que este joven escritor podía estar mucho más cerca, por momentos, de los jóvenes autores vanguardistas de su tiempo que del prosista en el cual se iba a convertir con los años. La figura de Carlos Argentino Daneri, el barroco escritor paródico que aparece en "El Aleph", quizá está demasiado cercano a ese yo extremista y verboso que Borges aprendió posteriormente a reprimir, y de cuya supresión obtuvo la fuerza para desarrollar la impresionante transparencia de su escritura. Sin embargo, muchas de las reflexiones y propuestas de este joven a nosotros nos parecen tener la fuerza suficiente como para poder seguir siendo consideradas, al margen de la opinión del viejo. El joven Borges reflexiona adecuadamente sobre las cuestiones mismas del lenguaje y hace afirmaciones sobre la creatividad poética con las cuales muchos autores posteriores, que no coincidían con el Borges de la vejez, estarían sin embargo de acuerdo:

Ya no basta decir, a fuer de todos los poetas, que los espejos se asemejan a un agua. Tampoco basta con dar por absoluta esa hipótesis y suponer, como cualquier Huidobro, que de los espejos sopla frescura o que los pájaros sedientos los beben y queda hueco el marco. Hemos de rebasar tales juegos. Hay que manifestar ese antojo hecho forzosa realidad de una mente: hay que mostrar a un individuo que se introduce en el cristal y que persiste en su ilusorio país (donde hay figuraciones y colores, pero regidos de inmovible silencio), y que siente el bochorno de no ser más que un simulacro que obliteran las noches y que las vislumbres permiten. (p. 32)

Por supuesto, este fragmento nos evoca a Lewis Carroll, con el cual Borges siempre mantuvo una relación casi fraternal. Pero no podemos menos que señalar que muchos años después, en 1940, otro poeta, Jean Cocteau, iba a convertir en imágenes cinematográficas la alucinación del hombre que atraviesa un espejo en su película Orphée.

Los dos libros siguientes son excluidos radicalmente de su propia obra por Borges. Se trata de El tamaño de mi esperanza, publicado en 1926, y El idioma de los argentinos, publicado en 1928, ambos volúmenes de ensayos. Del primero vale la pena comentar que una de las razones posibles de su exclusión es que Borges no alcanzó a percibir, en su momento, que el título se prestaba a juegos de palabras, sobre todo de tipo obsceno. Una ingenuidad que solamente alguien como este escritor, tan ajeno a menudo a las consideraciones de la sexualidad, podía haber cometido en un país latinoamericano. Como señala María Esther Vázquez:

Más allá de las intenciones de su autor, el título cayó mal, se suscitaron bromas de mal gusto. En 1945, apenas dieciocho años después de aparecido el libro, José Sebastián Tallon, el autor de Las Torres de Nuremberg, las recordaba. Incluso le contó al poeta Horacio Armani que se hacían gestos obscenos indicando el tamaño de la esperanza. (8)

Por su parte, el mismo Borges llegó a afirmar lo siguiente:

Hay un libro mío bastante bochornoso llamado El tamaño de mi esperanza. He pasado buena parte de mi vida quemando ejemplares de ese libro y he llegado a pagar sumas verdaderamente altas por ellos. Cuando esté muerto alguien desenterrará ese libro y dirá que es lo mejor que yo haya escrito. (9)

Aparte de la magnífica ironía en su juicio sobre la posteridad, que se basa en el hecho indudable de que muchos críticos hacen afirmaciones basadas en el simple propósito de llevar la contra y de hacerse notar por ser creadores de alguna teoría totalmente en oposición a las consideraciones hasta el momento admitidas sobre la obra de un autor o una determinada época literaria, en estas palabras de Borges se percibe la gran insatisfacción que resentía ante sus primeros trabajos ensayísticos. Indudablemente en la base de ello está, como ya comentamos, su lenguaje, que en esos primeros textos en prosa se hace ver como mucho menos controlado que en los textos poéticos. En muchas ocasiones vemos como la frase se complica por el simple placer de la complicación, lo cual va totalmente en contra de la poética que posteriormente iba a determinar el trabajo de este autor. Sobre todo porque su prosa posterior tiene tendencia a buscar el despojamiento formal y a expresarse en la forma más directa posible. Y, en el caso de El tamaño de mi esperanza, nos encontramos también con una escritura que intenta integrarse en un determinado "criollismo", utilizando términos e incluso elementos ortográficos que evoquen el habla del pueblo argentino. Sobre la influencia que en Borges tuvo la tendencia nacionalista argentina de principios de siglo se puede consultar el ya citado libro de Rafael Olea Franco. A nosotros nos interesa señalar que en esas manipulaciones del lenguaje era difícil que el Borges posterior supiera encontrarse. A pesar de que en ocasiones logra efectos notables, como cuando muestra a los ángeles recién creados por Dios en el acto de "balconear la tierra nuevita que apenas eran unos trigales y unos huertos cerca del agua" (p. 68), o cuando asegura que el Santos Vega de Hilario Ascasubi y el Tabaré de Juan Zorrilla de San Martín son libros "de segura bostezabilidá" (p. 65). Por otro lado, este libro también contiene fragmentos de gran calidad, sobre todo cuando el joven escritor se propone reflexionar sobre la funcionalidad misma del lenguaje poético y afirma, entre otras cosas que

[...] los sustantivos se los inventamos a la realidad. Palpamos un redondel, vemos un montoncito de luz color de madrugada, un cosquilleo nos alegra la boca, y mentimos que esas tres cosas heterogéneas son una sola y que se llama naranja. [...] Todo sustantivo es abreviatura. En lugar de contar frío, filoso, hiriente, inquebrantable, brillador, puntiagudo, enunciamos puñal; en sustitución de alejamiento de sol y profesión de sombra, decimos atardecer. (pp. 52-53).

Ciertamente, y por momentos, podemos lamentar que ambos escritores (el joven y el viejo) no hayan sabido compartir el espacio físico de un solo cuerpo y sobrevivir en escrituras independientes. Pues el joven Borges era, sin lugar a dudas, un autor capaz de propuestas interesantes.

El idioma de los argentinos fue, como ya se mencionó, otro de los libros posteriormente desdeñados por el escritor. Borges tan sólo autorizó que se reeditara, en alguna ocasión, el ensayo que da titulo al libro, y sólo a causa de la insistencia de algunos amigos. Pero todo lo que hemos dicho de los dos anteriores tiene también aplicación en esta obra. También aquí encontramos un escritor desigual, pero con fragmentos que merecen la permanencia. Tan sólo para dar un ejemplo:

Nuestra desidia conversa de libros eternos, de libros clásicos. Ojalá existiera algún libro eterno, puntual a nuestra gustación y a nuestros caprichos, no menos inventivo en la mañana populosa que en la noche aislada, orientado a todas las horas del mundo. Tus libros preferidos, lector, son como borradores de ese libro sin lectura final. (10)

Algo quizá significativo e importante es que por esta época el escritor argentino conoce y comienza a tratar a Alfonso Reyes, el intelectual mexicano que llegó a Buenos Aires para fungir como embajador en la Argentina. La influencia que la obra de Reyes pudo tener sobre la escritura de Borges es un tema abierto al debate. Se sabe que ambos autores acostumbraban almorzar los sábados y enfrascarse en larga discusiones literarias. Y el mismo Borges aseguraba que fue gracias a la influencia de Reyes que él pudo desprenderse del estilo neobarroco de su primeros textos para acceder a una especie de clasicismo modelado sobre la escritura del mexicano. En su Ensayo autobiográfico admite haber aprendido de Reyes mucho acerca de la simplicidad de la expresión y la manera directa (11). Como sea, se puede advertir a partir de esta época una forma de renovación en el léxico y la forma de construir de Borges, que lo van a llevar a convertirse en el escritor que todos nosotros conocemos, rechazando las complejidades consideradas como innecesarias por él mismo. Personalmente creo que en Reyes encontró una fórmula que, de cualquier modo, le resultaba necesaria y a la cual tarde o temprano habría llegado.

Casi como consecuencia de ello, en 1930 publica un curioso libro, Evaristo Carriego, una obra que toma como pretexto la biografía de un poeta popular que había sido amigo de su familia, cuando Borges todavía era un niño, para hacer una evocación del ambiente de los barrios argentinos, y sobre la cual el autor señala:

[...] cuando empecé a escribir mi libro, me ocurrió lo mismo que le había ocurrido a Carlyle cuando escribió su Frederick the Great. Cuanto más escribía, menos me interesaba mi protagonista. Yo había comenzado a hacer un biografía convencional, pero en ese camino me interesé cada vez más por el viejo Buenos Aires. (12)

El resultado, que fue reeditado posteriormente (en 1955) con el agregado de nuevos capítulos, entre ellos una "Historia del tango", ya tiene una escritura diferente a la de los ensayos anteriores. En esta ocasión el escritor se enfoca sobre todo a la evocación de un ambiente y una época. Igualmente se integra, como señala Emir Rodríguez Monegal (13), en una tendencia básica de la escritura de Borges: la descripción del destino de un hombre. Esta fórmula es el sustrato de muchos de los textos creados por este autor, dirigidos a repensar, a través del ejemplo de un ser humano concreto, el sentido y el propósito del destino de la humanidad y la forma como los hombres nos integramos en el universo y nos volvemos significantes por medio de una trascendencia que nos permite ir mucho más allá de nuestra individualidad. Para Borges los personajes históricos (y los seres humanos) son algo más que individuos, y equivalen a símbolos o arquetipos que se integran dentro de un complejo juego de interrelaciones dirigido por alguna incomprensible trascendencia. Existe en este escritor una obsesión de considerar el destino humano como algo trascendente que se integra en un mapa mayor, establecido por algún ser o destino incomprensibles, pero donde todo se ubica en su lugar preciso para ser contemplado por una mente superior a través de una perfección para nosotros incomprensible. Una concepción a la vez terrible y magnífica, pero que tiene la cualidad de concederle una razón de ser incluso a las peores desgracias de la humanidad.

En 1932 publica un libro de ensayos, Discusión, del cual no se va a permitir renegar en épocas posteriores. Muy significativamente en este libro incluye una "Vindicación de la cábala", señalando desde ese momento la importancia que ese tema va a tener dentro de su escritura. En este texto señala, al referirse a todos los juegos de permutación y desciframiento utilizados en la interpretación cabalística, que "burlarse de tales operaciones es fácil, prefiero tratar de entenderlas" (14), estableciendo así su propia actitud intelectual y marcando un modelo para cualquier investigador interesado en los pensamientos ajenos y en la historia de las ideas. Por otra parte, así señala claramente su preocupación por intentar entender el sentido de todas las búsquedas esotéricas y, de alguna forma, reaprovecharlas en su obra personal y posterior. A este respecto, es muy importante señalar es que una de las creencias ocultistas que mayor influencia ejercieron sobre Borges es sin lugar a dudas la llamada Cábala. En algunas ocasiones el escritor argentino elucubraba sobre una posible ascendencia judía de su familia (tanto el apellido Borges como el Acevedo de su familia materna eran comunes entre los judíos portugueses) (15). Pero su interés en las teorías cabalísticas iba más allá de consideraciones de tipo familiar, pues ha sido compartido por muchos otros escritores interesados simultáneamente en las cuestiones del lenguaje y una concepción mágica extremadamente compleja para intentar explicar la realidad vivida. Por otro lado, Discusión ya es un libro netamente borgeano, donde el lector va encontrando, de ensayo en ensayo, muchas de las obsesiones y maravillas a las cuales nos tiene acostumbrado este autor, pero explicitadas en ese lenguaje transparente y casi intangible que le resulta propio.

Ya en 1936 aparece otro libro fundamental: la colección de ensayos titulada Historia de la eternidad. Este libro es el ejemplo perfecto de una concepción de la escritura que juega sobre los límites de la ambigüedad. Vale la pena señalar que los cuentos de Borges a menudo tienen la forma característica del ensayo, y muchos de sus ensayos están concebidos de tal forma que pueden hacer creer al lector que se trata en realidad de cuentos. Esa ambigüedad puede ser desconcertante para muchas personas, que esperan encontrar siempre un límite bien definido que separe la ficción de la realidad. Para Borges este límite no parece existir, o al menos no estar perfectamente bien definido. Y muchas de sus bromas literarias consisten en conducir al lector por una zona imprecisa donde ficción y realidad se confunden o se entremezclan. En este caso el texto más significativo, en este aspecto, viene siendo "El acercamiento a Almotásim", presentado al final del libro como una especie de nota bibliográfica, donde Borges se permite hacer la descripción de una obra con una serie de precisas referencias y citando incluso lo que otros autores han dicho al respecto de ella. Tan convincente resulta que al parecer hombres tan cultos como Adolfo Bioy Casares y Emir Rodríguez Monegal cayeron en la trampa y fueron a solicitar el libro en dos diferentes librerías en dos ciudades distintas (16). No dudaría que todavía en la actualidad haya personas buscando The Approach to Al-Mu’ta-sim de Mir Bahadur Alí en diferentes bibliotecas y librerías a lo ancho del mundo. Por supuesto, lo que sería extraordinariamente borgeano es que alguien terminara descubriendo un ejemplar de esa obra.

En general podemos señalar que en los ensayos de Borges lo que resulta especialmente sorprendente desde el inicio es esa muy original mezcla de erudición con la capacidad imaginativa para deconstruir el detalle erudito e implementar imaginativamente para paliar las deficiencias del conocimiento. De Borges se puede decir, con plena justicia, la frase de "que lo que no sabe, lo inventa". Pero, en su caso, allí reside gran parte de su genialidad.

Por supuesto, Borges es, en muchos aspectos, un ser humano que se define a través y por medio de la escritura. Una escritura que a menudo ni siquiera es la propia. Borges se define a través de sus lecturas y a través de una memoria de individuo que, sin embargo, habrá de trascender su existencia personal. Su labor ensayística se desarrolla en gran parte a partir de esta concepción particular del poder de la palabra. En muchos de sus ensayos lo que domina es la curiosidad y un claro deseo de entender la palabra de los otros. A menudo, los hechos le interesan menos que las palabras con las cuales estos hechos son narrados. Y su fascinación por el detalle irónico o la información no convencional puede determinar toda la escritura de un texto.

Todo esto se fue, por supuesto, conformando paulatinamente, a través de intentos no siempre aceptados en épocas posteriores. Pero el resultado final está a la vista y resulta difícil, en el momento actual, la significancia a nivel de toda la escritura en lengua castellana.

 

NOTAS:

1. César Fernández Moreno: La realidad y los papeles; Madrid, Aguilar, 1967, p. 495.

2. Un ensayo autobiográfico; Barcelona, Galaxia Gutenberg - Círculo de Lectores – Emecé, 1999, p. 57.

3. El otro Borges, el primer Borges; Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 1993, p. 18.

4. Madrid, 1998. Todas las citas de este libro se harán a partir de esta edición.

5. México, 1994. Igualmente, todas nuestras citas serán de esta edición.

6. Ibid., p. 20.

7. El libro de arena, en Obras completas III (1975-1985); México, Emecé, 1989, p. 15.

8. María Esther Vázquez: Borges a contraluz; Madrid, Espasa-Calpe, 1989, p. 102.

9. Citado por James Woodall: La vida de Jorge Luis Borges:
hombre en el espejo del libro
; Barcelona, Gedisa, 1999, p. 28.

10. El idioma de los argentinos; Madrid, Alianza Editorial,     1998, p. 94.

11. Un ensayo autobiográfico, op. cit., p. 63.

12. Ibid., p. 62.

13. En su excelente libro Borges, una biografía literaria;     México, Fondo de Cultura Económica, 1987.

14. Discusión, en Obras completas I (1923-1949); Buenos Aires,     Emecé, 1989, p. 209.

15. J. Woodall: Opus cit., p. 52.

16. M. E. Vázquez: Opus cit., p. 155.


Sincronía Invierno 2002

Sincronía Pagina Principal