Intercambios y coincidencias culturales entre Asia y América: Un acercamiento a las culturas regionales
Yoon Bong Seo
Universidad de Guadalajara
El fenómeno de la aculturación, del inglés acculturation, denomina el proceso de adaptación a una cultura, o de recepción de ella, de un pueblo por contacto con la civilización de otro más desarrollado. Frente al vocablo aculturación, el cubano Fernando Ortiz propone el uso del término transculturación y lo presenta de la siguiente manera: "entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque éste no consiste solamente en adquirir una cultura, que es lo que en rigor indica la voz anglo-americana aculturación, sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse una parcial desculturación, y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse neoculturación".(1)
Dicho concepto de las influencias y las transformaciones culturales nos permite ver el punto de vista latinoamericano del fenómeno, y revela una resistencia a considerar la cultura propia y tradicional, que recibe el impacto externo que habrá de modificarla, como una entidad solamente pasiva o incluso inferior, destinada a las mayores pérdidas, sin ninguna clase de respuesta creadora.
Revisando este proceso con respecto a la actitud que se asume en la capital y en las provincias, señalaremos que se cumplen dos procesos sucesivos:
1. El que tiene lugar en la capital o, principalmente, en los puertos que es donde la influencia externa gana sus mejores batallas, y
2. El que se realiza en las culturas regionales del interior como respuesta al impacto de la transculturación que proviene de la metrópoli.
Entonces, podríamos distinguir la diferente respuesta o reacción a la cultura hispana que se vivió en ciudades como México y Manila; en lugares como la región huichola y la tarahumara, y en los territorios de pueblos tribales como los isneg de Luzón, los manobo de Mindanao y los tasaday, todos ellos unificados después en las Filipinas.
En el proceso de transculturación podrían identificarse tres etapas:
1. Una parcial pérdida de la cultura que puede alcanzar diversos grados y afectar variadas zonas trayendo consigo siempre la pérdida de componentes considerados como obsoletos.
2. La incorporación de la cultura externa.
3. El esfuerzo de recomposición mediante el manejo de los elementos que sobreviven de la cultura originaria y los que vienen de fuera.
Pero el anterior diseño no considera los criterios de selección y de invención que se deben considerar en todos los casos de movimiento cultural, ya que ese estado da cuenta de la energía y la creatividad de una comunidad cultural. Si está viva, cumplirá esa selectividad, sobre sí misma y sobre el aporte exterior, y efectuará invenciones con un arte de combinación adecuado a la autonomía del propio sistema cultural.(2)
Podríamos decir, incluso, que el proceso de selección es una búsqueda de valores más fuertes, capaces de enfrentar el impacto de las culturas, por lo cual se puede ver también como una tarea inventiva, como una parte de la neoculturación de que habla Fernando Ortiz, trabajando simultáneamente con las dos fuentes culturales puestas en contacto.
Entonces, se puede decir que hay pérdidas, selecciones, redescubrimentos e incorporaciones, y que estas operaciones se resuelven dentro de una reestructuración general del sistema cultural, que es la función creadora más alta que puede cumplirse en un proceso intercultural.
En el terreno de lo pragmático, diremos que el proceso de selección de la transculturación trae como consecuencia el deseo de independencia, de originalidad y de representatividad que se traduce en movimientos ideológico sociales como el indigenismo mexicano, que tienen como meta última, mediante un esfuezo de descolonización espiritual, la definición de la propia identidad.
Sin embargo, ¿podemos hablar propiamente de un proceso de transculturación entre México y el oriente? Con la conquista de México se inicia el intercambio de experiencias culturales entre América y Europa, y al extenderse la expedición española a través del Pacífico se marcó una nueva época en el mundo.
El tornaviaje de la expedición del adelantado Miguel López de Legazpi y de Fray Andrés de Urdaneta (habiendo salido del Puerto de La Navidad en 1564) hizo posible el contacto entre Asia y la Nueva España, hoy México, en forma directa. Y dicho contacto cambió la visión de ambos mundos.
A menos de un año de la conquista de México y antes del establecimiento de la base de expansión hispana en Filipinas, el poeta Bernardo de Balbuena inmortalizó en su poema Grandeza mexicana el encuentro de tres continentes: Europa, Asia y América, no sólo en el orden político y económico, sino en lo que él llamó "un mundo entero en trato y disciplina".(3)
Los siglos XVI y XVII, especialmente, fueron los del comercio de las sedas, especias y porcelanas, y fueron también los siglos del Renacimiento, de las nuevas tierras, costumbres y naturalezas que despertaron en Europa la nostalgia por el antiguo esplendor de Grecia y Roma.
Pero antes de entrar en la reflexión sobre la naturaleza del proceso de intercambio y de transculturación que se generó con este encuentro de mundos tan distintos y culturas tan diversas, revisemos lo que podemos llamar los antecedentes del proceso de interrelación cultural.
Aunque Octavio Paz califica de "hipótesis infundada" a las "indudables analogías entre ciertos rasgos de la civilización americana, la china y las del sudeste de Asia" que pudieron ser "consecuencia de inmigraciones y contactos culturales entre ambos continentes",(4) lo cierto es que la cultura prehispánica de México presenta aspectos comunes con la cultura antigua de Asia.
Antes de la llegada de los españoles, los indígenas usaban ya algunas especies de acupuntura con espinas de maguey. Los sabios asiáticos eran muy semejantes a los tlamatinime mexicas en lo que se refiere a normas y principios tales como las ideas religiosas, el uso de las hierbas medicinales y los conceptos médicos, la adivinanza según sus calendarios, la numerología, etcétera.
En el Popol Vuh se habla de las épocas de la creación del mundo y de la profecía sobre el fin de éste, con gran coincidencia con las palabras de los sabios de Asia.(5) Y en la zona occidental de México, los huicholes conservan hoy en día conceptos médicos y filosóficos muy semejantes a los del oriente. Veamos algunos ejemplos de ello.
Para los huicholes, el iyari es el corazón, que además de ser un órgano físico tiene un aspecto inmaterial en cuanto a pensamientos y a memoria se refiere; tucari es la vida y la energía vital. Estos dos elementos juntamente con kipuri, al alma humana, y nierca, el poder de la visión sobrenatural, forman los cuatro principios de la visión huichola del cuerpo humano.
En Asia, donde también ha existido la acupuntura desde años inmemoriales y su práctica permanece hasta nuestros días, se tiene como principio la meditación que se basa en la teoría de la energía vital y en los canales y puntos por donde ésta pasa, que sería el equivalente al tucari de los huicholes.
Los curanderos huicholes y los de otras tribus americanas, al igual que los maestros orientales de Filipinas, Japón, China y Corea- manejan el poder del tucari, del kipuri y del nierca para curar enfermedades, y esta terapia es de más alto nivel que la acupuntura. Y con certeza podemos decir que al iniciarse la relación con el oriente en el siglo XVI, aumentaron en México las influencias asiáticas de manera directa.
Otra área de puntos en común es la numerología. Los antepasados, tanto orientales como occidentales, manejaron los números en función de la vida cotidiana. En el oriente, la acupuntura, la música antigua, el baile tradicional y las artes marciales tienen su base en la teoría del número. La numerología de los mexicas tiene su base en el movimiento; los números significan los fenómenos de la energía, del dinamismo, la generación, la destrucción y la construcción del universo. De igual manera ocurre en la numerología del oriente.
A través de la tradición oral, el primer imperio de Corea, Hangug, heredó un texto denominado Cheonbukyeong, el libro sagrado celestial. Su contenido está expresado en ochenta y una letras y es difícil de entender su significado con precisión. El libro empieza con el número uno y termina con el número uno. La complejidad de los conceptos de este libro es parte de la esencia del mismo, por el hecho de constituir el núcleo de la filosofía asiática que no permite traducción alguna y que encierra en ella la explicación del universo a base de números. Este texto es la fuente del I Ching y, posteriormente, del Taoteking, más conocidos en occidente.
Por otra parte, en la cultura náhuatl, los tlamatinime llegaron a una explicación del mundo que coincide en mucho con los principios asiáticos. En el concepto de la divinidad azteca, Ometéotl (Ome: dos, téotl: dios; principio dual) es uno y dos a la vez. Es una existencia que tiene dos caracteres: Ometecuhtli y Omecíhuatl, y por multiplicación se da origen a cuatro Tezcatlipocas, cada uno de los cuales se relaciona con un punto del espacio, con un color y con una función específica constituyendo la base de la mitología azteca. Uno es dos y es cuatro.
En coincidencia con el planteamiento náhuatl, en el libro del I Ching se explica un sistema de numerología en el que de uno nace dos (Yin-Yang), de dos nace cuatro (Yangeui), de cuatro nace ocho (ocho trigramas), de ocho nace sesenta y cuatro (sesenta y cuatro hexagramas). Y así hasta el infinito. En el principio, en la ley de la producción, del nacimiento, siempre está la función de dos caracteres, dos existencias, Yin-Yang que tiene a su vez los caracteres de Yin-Yang. Uno es dos y es cuatro.
El número cuatro funciona en la cultura náhuatl como base para multiplicar, para generar. Los hijos de Ometéotl, los cuatro primeros dioses, son fuerzas en tensión y sin reposo. Llevan en sí mismos el germen de la lucha. En un afán de predominio, cada uno tratará de identificarse con el Sol, para regir entonces la vida de los hombres y el destino del mundo. En cada edad de la tierra predomina uno de ellos, simbolizando a la vez un elemento del universo y uno de los cuatro rumbos del mundo. El número cuatro posee las virtudes del equilibrio, de la armonía y de la estabilidad. Su función es estructurante. Cuatro rumbos del universo: norte, sur, este, oeste; cuatro elementos fundamentales: tierra, viento, agua, fuego. Cuatro puntos en la ruta del sol: dos equinoccios y dos solsticios (primavera, verano, otoño, invierno); cuatro miembros del cuerpo: dos manos y dos piernas; cuatro intentos en la creación del hombre antes de la definitiva en la cosmogonía mexica, etcétera.
Los números están también presentes en el pensamiento de los mexicas en lo que se refiere al nacimiento de los hombres. Cuando un niño nacía, consultaban el calendario porque pensaban que Ometéotl decidía la fecha de nacimiento y el destino de cada hombre. Entre los asiáticos ocurre algo semejante. La aplicación de las ideas del I Ching permite adivinar el destino de la vida analizando las fecha de nacimiento de las personas.(6)
Incluso hoy en día, la mayoría de los habitantes del oriente acude a oír las palabras de los expertos de esta ciencia de adivinanza cuando nacen sus hijos, y muchas veces, para decidir su nombre. El número tiene un significado misterioso que puede ser la clave para conocer las relaciones antes descritas.
La teoría de Ojaeng -teoría del movimiento de los cinco elementos- es la filosofía de la ciencia de la naturaleza, la regla o ley del proceso de desarrollo del universo y del hombre. Cualesquiera de los cinco elementos de la naturaleza puede ser el primero dentro del proceso de circulación, y cada uno es el generador del que le sucede. Son cinco elementos que destruyen y equilibran la existencia. El número cinco, entonces, simboliza la superación por el movimiento, la inestabilidad, la ruptura, la turbulencia, la disgregación y el cumplimiento del proceso infinito de generación.
Los tlamatinime pensaban, a su vez, que los cuatro puntos cardinales se completaban por un quinto punto: el centro. El cinco estaba formado por los cuatro rumbos y el centro; cinco soles, cinco puntos de la pirámide. Cinco son las principales categorías cosmológicas que se implican en la narración de los soles o etapas de la creación del universo. Los aztecas vivían en el Quinto Sol (Nahui Olli: cuatro movimiento) en el momento de la conquista.
La conquista española se llevó a cabo mediante los métodos más bárbaros de sometimiento de la población indígena, generando una violenta y drástica imposición de la cultura colonizadora. Y después, por medio de España, llegaron a lo que hoy es México las culturas de Italia, Francia, Inglaterra y de la propia Península Ibérica con un status de superioridad que no ayudó mucho a establecer un diálogo con las culturas locales.
Por su parte, en el contacto con las tierras más allá del Pacífico, luego de quedar establecida la ruta hacia esas tierras, el intercambio cultural no se no se hizo esperar. Agustinos, franciscanos, dominicos y jesuitas partieron para desarrollar su tarea de evangelización. Además, esta expansión hacia el oriente respondió a la necesidad que sentían los países del norte y del oeste de Europa de encontrar un camino directo para comerciar con Asia por cuestiones históricas ya bien conocidas.
En 1571, Miguel López de Legazpi consiguió eliminar los vestigios de un gobierno nativo de considerable influencia musulmana y establecer un nuevo centro administrativo español en Manila. Así, pues, el carácter específico de esta expansión fue comercial, militar, político, cultural y religioso.
El puerto de Acapulco, que se había fundado para enlazar la capital novohispana con el Pacífico y con las costas del sur, pronto se convirtió en la terminal de la travesía hacia Manila, mientras que el puerto de La Navidad se fue quedando en el olvido. Casi toda la carga de la famosa Nao de China era de origen chino; el comercio con ese país marcó el perfil económico de Filipinas. Hasta el siglo XVIII, Manila fue la intermediaria del intercambio entre China y la Nueva España. Además, dicha ciudad tenía relaciones comerciales con diversas regiones del oriente, de tal suerte que los galeones exportaban a Acapulco los más variados productos de esas zonas.
La carga del galeón varió con el tiempo, pero casi siempre fue seda en una gran variedad de tejidos y modelos, gasa, tafeta, etcétera. También artículos ya elaborados como medias, faldas, colchas, pañuelos. Más de un siglo después, también llevaban telas y productos de algodón de la India, así como alfombras persas que, juntos con los tapetes chinos formaban un importante artículo del comercio del galeón.
En el cargamento se incluían, además, piedras preciosas sin tallar y desmontadas, pelas y artículos pequeños de marfil, jade, jaspe, bronce, platos de oro y plata, cajas y escritorios finamente tallados y enorme variedad de objetos de porcelana. Igualmente había especias, traídas a Manila desde las Molucas, de Java y de Ceylán. En los últimos tiempos se añadieron cigarros, y , no obstante las prohibiciones, en más de una ocasión el galeón llevó esclavos.(7)
Entre los productos tropicales que la nao de China transportaba, se contaba la canela, el mango, el jengibre, frutos que pronto, por la similitud del clima, pudieron ser cultivados también en la Nueva España. De igual forma, el aguacate, el camote, la papaya, el tabaco se convirtieron en cultivos asiáticos. Ello constituyó un gran estímulo a la creatividad culinaria por la transmisión de ingredientes.
Los intercambios culturales tuvieron un grado de influencia que no llegó a imponer plenamente un proceso de transculturación en los pueblos del oriente, con excepción de Manila y otras ciudades filipinas que fueron las más occidentalizadas en esa época. No obstante, por diversas razones geográficas y socioculturales, el idioma español no arraigó nunca en Filipinas de un modo comparable a lo ocurrido en América, pese a que su presencia en aquel archipiéelago fue casi tan temprana como en dicho territorio y a que el dominio español perduró hasta fines del siglo XIX.
En otras direcciones culturales, podemos hablar del gusto popular por las peleas de gallos que fueron transmitidas desde Malaysia a Filipinas, y de ahí a la Nueva España, constituyéndose después en un elemento propio de la cultura mexicana que dio origen a los famosos y concurridos palenques. El uso del rebozo, como parte del atuendo tradicional de la mujer mexicana, parece haberse derivado de los llamados "chales de la India" o del "mantón de Manila".
En Corea, durante los siglos XVI y XVII llegó de América el tabaco y pronto se incorporó a las costumbres de los pobladores. Incluso, la palabra tabaco cambió a dambago, y luego se convirtió en dambae, que es el nombre con el que se le conoce actualmente en Corea. Es común que en las leyendas y cuentos infantiles se empiece el relato diciendo: "En la época antigua, cuando los tigres fumaban dambae ". En el siglo XVI, llegó también el chile a Corea proveniente de México. El chile es ahora indispensable en la mesa coreana, y podemos decir que el coreano come más picantes los alimentos que los habitantes de América, incluso que los mexicanos.
Antes nos preguntamos si es posible hablar propiamente de un proceso de transculturación entre México y el oriente, y la respuesta no podría ser tan simple. En las diversas épocas y en diversas regiones hemos podido mostrar, muy someramente, que el impacto del encuentro cultural es desigual. Así pues, una respuesta única sería injusta ya que la interrelación de las culturas orientales y occidentales ha marcado rasgos signficativos en ambas que las hacen reconocerse como copartícipes del gran enigma que encierra la dinámica cultural universal.
NOTAS
(1)Fernando Ortiz apud. Angel Rama, Transculturación narrativa en Amérca Latina, México, Siglo XXI, 1982, pp. 32-33.
(2)Cf. Angel Rama, op. cit.
(3)Bernardo de Balbuena, Grandeza Mexicana, México, UNAM, 1979, p. 43.
(4)Octavio Paz, Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo, México, Joaquín Mortiz, 1987, p. 43.
(5)Popol-Vuh. Antiguas historias del quiché, trad. Adrián Reginos, FCE, México, 1953.
(6)Para lo referente a la cultura náhuatl, cf. Angel Ma. Garibay K. Poesía náhuatl, México, UNAM, 1964; Miguel León-Portilla, La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, UNAM, México, 1983; Miguel León-Portilla, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, FCE, México, 1987; Birgitta Leander, In xochitl in cuicatl. Flor y canto. La poesía de los aztecas, CONACULTA-INI, México, 1991; Yoon Bong Seo, Las ideas en la literatura náhuatl, tesis de maestría, Universidad de Guadalajara, 1990. Para la cultura oriental, cf. Dongeuibogam, Kyoyukdoseo, Seoul, 1994; Dehakumdobo, Federación de Kendo de las Univesidades de Corea, Seúl, varios números; I Ching, FCE, México, 1984, entre otros.
(7)Cf. Guillermo Tardiff, Historia general del comercio exterior mexicano, México, SRE, 1968, p. 77.