Sincronía Fall 2007


Pedro Páramo, de Juan Rulfo y La viuda, de Hwang Sun Won: En busca de los orígenes

Yoon, Bong-Seo

Universidad Nacional de Seúl


1. Introducción

En un famoso relato podemos leer:

Un día antes de morirse me dijo que yo tenía madre. [...] Me dio su nombre y el nombre del pueblo. Apenas cumplido el rito del quinto día, vine para acá. Pero ya mi mamá no es de este mundo. (Hwang, 1953: 59)

Y en otro también famoso texto dice:

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. (Rulfo, 1955: 149)

La primera cita corresponde al cuento La viuda (1953) del escritor coreano Hwang Sun Won, y la segunda a la novela Pedro Páramo (1955) del escritor mexicano Juan Rulfo. La semejanza de las citas es sorprendente. Tanto La viuda como Pedro Páramo se publicaron en la década de los años cincuenta. Hwang Sun Won y Juan Rulfo, escritores igualmente comprometidos con la sociedad de su momento, presentan en estos textos una sociedad viva y dinámica que no teme cuestionar la tradición que ha pesado sobre ella durante muchos años.

Hwang Sun Won nace en 1915, en Corea del Norte y muere en Corea del Sur en el año 2000. Juan Rulfo nace en 1918, en un poblado del sur de Jalisco, y muere en 1986. Hwang Sun Won escribe La viuda cuando Corea todavía era colonia japonesa. Juan Rulfo escribe Pedro Páramo en el momento en que se vive la etapa posrevolucionaria de México.

Hemos escogido el sector femenino de dicha sociedad para el análisis y para guiar la interpretación consiguiente. Tomaremos a las dos mujeres del texto coreano: la señora Han y la señora Park, y a otras dos del texto de Rulfo: Dolores Preciado y Susana San Juan. Cuatro voces femeninas que entran en diálogo con el lector y con el acto de creación del texto mismo.

2. Las dos viudas

El texto de Hwang Sun Won tiene como actores centrales a dos viudas. La descripción de la primera viuda abre el cuento y un narrador nos dice: "La señora Han se jactaba siempre de que ningún hombre le había tocado ni un solo pelo. Del cuerpo, ni hablar." (49). Comprometida a los quince años queda viuda antes de casarse ya que, "por mala suerte el prometido se cayó de un árbol y falleció sin poder contraer matrimonio" (ídem). La joven viuda vive tres años de luto y luego su padre la envía a la otra familia en calidad de nuera. Porque, como dice el texto, "un vasallo no debe tener dos reyes al mismo tiempo, ni una mujer dos maridos." (ídem). Al tiempo de la enunciación del discurso, la viuda virgen tiene setenta años y "vive como una ‘viudita’ honrada" (ídem).

La viuda Han "veía a los hombres como si fueran unos seres inmundos" (ídem) y no permitía que ningún hombre se le arrimara. En cierta ocasión en que cae enferma y encarga a su sobrino nieto que la sepulten en la montaña de la familia, éste le indica que ya han seleccionado el lugar y que es precisamente al lado de su esposo. Ella responde tajantemente:

-No. Sería razonable estar a su lado; sin embargo, hasta esta edad de 70 años he conservado mi virginidad, y aunque después de tanto tiempo ni sus huesos estarán allí, aun así, allí ha estado un hombre." (52)

La segunda viuda, protagonista del relato, se casó a los diecisiete años con un cuñado de la señora Han, cuando éste tenía sólo doce años de edad. Al segundo año de matrimonio, el niño-esposo muere víctima de una epidemia. La viuda Park guarda luto con su vestimenta blanca tres años y se queda a vivir con la familia de su esposo ayudando en el trabajo del campo por más de veinte años, hasta que sus suegros mueren.

La viuda Park tiene una historia completamente opuesta a la de la señora Han y ella misma la cuenta a ésta como si se tratara de otra persona. Cuenta cómo se deja seducir por un pariente de su esposo que llega a trabajar en el campo de sus suegros y queda embarazada:

Una noche la viuda se despertó, al sentir que se había abierto la puerta. La pobre se quedó estupefacta al oír una respiración fuerte. Asustada, trató de sentarse, pero fue imposible. Era un hombre. Ella quiso gritar, pero un olor de agua con tierra no se lo permitió; se sintió indefensa. […]

Cuando llegó la otra primavera, el sauce llorón de la orilla del arroyo reverdeció. Cuanto más verde se ponía, tanto más se abultaba el vientre de la viuda." (54-55)

La naturaleza se alegra del embarazo de la joven viuda y sus suegros que lo han notado también, permiten que continúe en la casa. El hombre le propone huir del lugar y ella lo rechaza ante la posibilidad de manchar aún más el honor de la familia. Cuando el niño nace –el pequeño estaría condenado a ser arrojado al río o desde una montaña–, el suegro permite que viva y aconseja al hombre que lo entregue a una sobrina que recientemente había perdido a su hijo recién nacido. El hombre se va con el niño; al año lo recoge, lo lleva consigo y desaparecen del relato.

3. Una sociedad de hombres

La viuda virgen aborrece a los hombres y mediante su rechazo niega también lo que representan. Odia la vida en sociedad, vive sola, no soporta a los niños y su única amiga es la otra viuda. La viuda Han cuestiona la tradición que pesaba sobre las mujeres, especialmente del medio rural, en aquellos años en que se vivía con gran escrúpulo el confucianismo. En esa sociedad, en una familia era costumbre convivir bajo el mismo techo desde los abuelos hasta los nietos, y las mujeres vivían sometidas siempre a la voluntad del padre, luego a la del esposo y a la muerte de éste, a la voluntad de la familia del esposo.

Corea tiene tradiciones religiosas y filosóficas milenarias que han determinado fuertemente la cultura, la sociedad y el modo de mirar el mundo. El chamanismo es la base sobre la que se fueron implantando las otras religiones. En la era Silla (57 a. C. - 935 d.C.) las grandes influencias culturales del budismo y del confucianismo se introdujeron a través de China. La fe budista causó entonces un profundo impacto en todos los aspectos de la sociedad, convirtiéndose en la primera guía filosófica en la esfera política hasta la llegada del período Choson, a fines del siglo XIV. En ese momento, el confucianismo fue más ampliamente aceptado por la clase gobernante y, a su vez, fue transmitido al pueblo convirtiéndose en la ideología predominante.

La mentalidad confucianista –jerarquía, disciplina, piedad filial, sacrificarse por los otros, corresponsabilidad, figura del líder, búsqueda del bienestar de la familia, grupo, nación– fungía como organizadora de la conducta de los individuos. Dos principios fundamentales orientan el pensamiento del confucianismo. Primero, la idea de que el individuo es parte de un conjunto, y este último es el predominante. Segundo, el principio jerárquico del padre sobre el hijo, del hombre sobre la mujer, del superior sobre el inferior.

El confucianismo ofrecía al estado el fundamento filosófico, la estructura social, civil, de protocolo e incluso el sistema educativo. Su incidencia tuvo un papel clave especialmente durante los siglos XV y XVI. Durante los siglos siguientes la influencia japonesa impulsó diversas corrientes de confucianismo. Importantes valores inculcados por esta corriente son, por ejemplo, la relación con los miembros de la sociedad en función de su edad y su sexo, nivel educativo y económico, el respeto a los ancianos, la estabilidad social, el desarrollo espiritual y el recuerdo a los antepasados. (cf. Yoo, 1992: 18-23).

La piedad filial y las virtudes de la mujer –dos valores centrales en la ética confuciana– son temas comunes en las novelas clásicas del periodo Choson. Sin embargo, en la narrativa de los años cuarenta –y a partir de ella– son dos valores que se cuestionan profundamente.

El planteamiento de la viuda Han está marcado por la exageración de su caso, ya que ella ni siquiera estuvo casada y gozaba con el profundo respeto que todos los coreanos mantienen –incluso hoy en día– por los más ancianos de la familia: "Todos los familiares, sobre todo los mayores, le daban un trato especial. Ella era la mayor de todos, y además, de la familia del primogénito." (50-51). No obstante, llega a preguntarse más a sí misma que en diálogo con la otra viuda:

–Pero, ¿para qué sirve vivir tanto tiempo? Ya no hay alegría en esta vida, y no me entristece dejar este mundo.

–Pero tú has llevado una vida sin preocupaciones.

–Eso sí. Nunca he tenido algo vergonzoso.

La señora Park dejó de hacer el ovillo, y dijo:

–Habrá muy pocas viudas que hayan vivido como tú.

Luego pensó, mirándola, y añadió:

–Es que hay otras viuditas diferentes. (52-53)

Aunque hemos calificado de exagerada su situación, era usual encontrarse con viudas como ella, ya que el texto nos dice que no era el único caso: "Como todas las viudas vírgenes, tenía la espalda recta, buena vista, buen olfato y buen oído." (51).

En la segunda viuda se presenta el cuestionamiento a la tradición que exige guardar el honor de la familia de cualquier circunstancia que pudiera mancharlo, incluso propiciando la muerte de un inocente. Cuando descubre que está embarazada, la viuda piensa en el suicidio y en el aborto: "la viuda pensó que la solución sería la muerte: ahogarse en el agua, ahorcarse, o tomar lejía…" (54), y al nacer el niño, como decíamos antes, estaba condenado a ser sacrificado.

Sin embargo, en el caso de la viuda Park, la presencia del hombre se dignifica ante la mirada de la mujer. El suegro permite que el niño viva y le busca un hogar de adopción, y al morir le pide perdón por haberle arruinado la vida:

Unos días antes de morir, el suegro la llamó y le dijo:

–Yo he cometido un pecado. Entonces sólo pensaba en el honor de mi familia. Cuando más tarde me di cuenta de lo que había hecho, lo busqué por todas partes, pero todo fue en vano. ¡Cuánto habrás sufrido en tu vida! –Asomaron lágrimas a los ojos hundidos del suegro.

–No, señor. (57)

Por su parte, el seductor es un hombre bueno, justo y trabajador que protege a su hijo y que cuida de él hasta su muerte. La viuda Park responde al anciano negando su sufrimiento y se niega también la felicidad en dos ocasiones; primero con el padre de su hijo, al rechazar la propuesta de huir juntos, y al final al no querer presentarse ante su propio hijo como madre. La mujer queda sola dejando huérfano al hijo que había ido a buscarla. Conviene señalar que el padre era huérfano también, según dice el propio texto: "Era él sin duda. El pariente de su esposo que había venido a trabajar en la primavera de ese año. Era huérfano y después de mucho tiempo había vuelto allí." (54).

4. Dos mujeres de Pedro Páramo

El clásico de Rulfo nos cuenta la historia del cacique Pedro Páramo desde su infancia hasta su muerte, y con él, la muerte del pueblo dominado. En un relato que surge de ultratumba, la voz de Juan Preciado, el hijo que vuelve a buscarlo, nos cuenta lo poco que sabemos de su propia historia y de su madre, ambos abandonados aun cuando constituían la única familia ‘legítima’ de Pedro Páramo. Dicha voz se combina con la de un narrador externo y omnisciente ‘al servicio’ del cacique que nos pone al tanto del camino que recorre y de las estrategias que pone en juego el protagonista para adueñarse de la Media Luna: "Como quien dice, toda la tierra que se puede abarcar con la mirada" (152).

Dueño de toda la tierra y de lo que en ella habita, Pedro Páramo puede disponer de toda mujer de cualquier condición –casada, soltera, joven o madura– que se le antojara. Pero el texto de Rulfo nos revela solamente el nombre de dos de las muchas mujeres que tuvo Pedro Páramo: Dolores Preciado y Susana San Juan.

Dolores Preciado es la única esposa legítima en la historia del cacique. Pedro Páramo desea casarse con ella por conveniencia económica y, no obstante que la propuesta de matrimonio le llega por boca de Fulgor Sedano, el capataz, Dolores Preciado acepta radiante de felicidad aunque sabe que difícilmente su matrimonio perdudará:

"¡Qué felicidad! ¡Oh, qué felicidad! Gracias, Dios mío, por darme a don Pedro." Y añadió: "Aunque después me aborrezca." (180)

Dolores Preciado tiene un hijo de Pedro Páramo al año de su matrimonio, el cual llevará en el futuro el apellido de ella y no el de su padre. Juan Preciado es el hijo que lleva marcado en su nombre el abandono del padre y la orfandad consiguiente. Dolores vive al lado de su esposo maltratos y humillaciones permanentes:

"¿Cuántas veces oyó tu madre aquel llamado? ‘Doña Doloritas, esto está frío. Esto no sirve.’ ¿Cuántas veces? Y aunque estaba acostumbrada a pasar lo peor, sus ojos humildes se endurecieron." (162. Las comillas son del texto.)

Pedro Páramo aprovecha un suspiro de Dolores:

" –¿Por qué suspira usted, Doloritas?

" –Quisiera ser zopilote para volar a donde vive mi hermana.

"–No faltaba más, doña Doloritas. Ahora mismo irá usted a ver a su hermana. Regresemos. Que le preparen sus maletas. No faltaba más. (163)

Se deshace de ella y la envía a Colima con todo y su hijo: "–¿Pero de qué vivirán?", le pregunta meses después Eduviges Dyada, la amiga de Dolores, "–Que Dios los asista." (ídem), le responde el cacique. Así, Dolores y Juan Preciado salen de la vida de Pedro Páramo para siempre.

La otra mujer, y la más importante en la vida de Pedro Páramo, es la viuda Susana San Juan. Pedro Páramo, enamorado de ella desde niño y una vez que se ha consolidado como el dueño absoluto de tierras y vidas, hace todo lo que está a su alcance para traerla consigo:

"Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti. (Las comillas pertenecen al texto.)

Cuando Pedro Páramo por fin logra tenerla consigo, Susana San Juan se evade de su realidad y vive en sus sueños ajena al mundo y al amor de Pedro Páramo. Susana vive entregada en delirio a su difunto esposo Florencio, hasta su muerte.

5. Dos mujeres contra un cacique

Dolores Preciado simboliza la tradición de la esposa sumisa que debe obedecer a su marido a ciegas. Siempre lo trata de ‘usted’ y nunca lo puede interpelar. Cuando se atreve a poner en tela de juicio dicha tradición al abandonar a su marido –no obstante que Pedro Páramo lo deseaba, a fin de cuentas es ella quien lo deja– y sostenida en su orgullo no regresar nunca más, se ve condenada al abandono que ella misma prodigó y junto con ella su hijo:

Vivíamos en Colima arrimados a la tía Gertrudis que nos echaba en cara nuestra carga: "¿Por qué no regresas con tu marido?", le decía a mi madre.

–¿Acaso él ha enviado por mí? No me voy si él no me llama. […]

" –Lo comprendo. Pero ya va siendo hora de que te vayas.

" –Si consistiera en mí. (163)

A pesar de no tener en sus manos la decisión de volver, según ella misma lo dice, lo cierto es que detrás de su actitud lo que se nos revela es un carácter fuerte y lleno de orgullo que la mantiene a distancia. ¿Qué gana con ello? Gana la salvación de su hijo. Paradójicamente, la condena de la distancia que libremente decidió y que vive respecto del cacique, los mantiene a ella y a su hijo lejos de la influencia y del dominio de Pedro Páramo.

Si recordamos al único hijo que el texto nombra con el apellido paterno, Miguel Páramo, encontraremos a un joven que goza de cuanta mujer se le antoja y que atropella sin piedad –a semejanza de su padre en ambos casos– y que, como consecuencia de su desenfrenada vida, encuentra la muerte en una de sus aventuras. Una muerte trágica y dolorosa que Pedro Páramo no puede reclamar a nadie.

Juan Preciado, en cambio, hereda la mansedumbre de su madre y sus ojos:

Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver. […] …Mi madre. (150)

La manera de ver la vida de Juan Preciado es semejante a la de su madre, y el amor que siente por ella se trasluce no sólo en el suspiro de la cita anterior ("…Mi madre") sino en el deseo de encontrarse con ella después de la muerte:

Me acordé de lo que me había dicho mi madre: "Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz." Mi madre… (153-154)

Susana San Juan cuestiona con mayor fuerza el inquebrantable poder del cacique. En México, el autoritarismo tiene muchas facetas y muchos años de historia, e incluso sigue vigente hoy en día como una tradición en ciertos sectores de la sociedad mexicana. El mayor castigo del cacique es, aquí, la imposibilidad de tener lo que más desea. Puede y alcanza a tenerlo todo: toda la tierra, todos los bienes, todas las mujeres que desea, todos los hombres a su servicio, todo el control del movimiento revolucionario; pero a una mujer, al amor de su vida, nunca los consigue plenamente.

La figura de Susana San Juan siempre envuelta en recuerdos voluptuosos es el castigo que día a día recibe Pedro Páramo:

Mientras Susana San Juan se revolvía inquieta, de pie, junto a la puerta, Pedro Páramo la miraba y contaba los segundos de aquel nuevo sueño que ya duraba mucho. […]

Si al menos fuera dolor lo que sintiera ella, y no esos sueños sin sosiego, esos interminables y agotadores sueños, él podría buscarle algún consuelo. Así pensaba Pedro Páramo, fija la vista en Susana San Juan, siguiendo cada uno de sus movimientos. (233-234)

Susana San Juan es "una mujer misteriosa e inalcanzable", dice José de la Colina en un breve pero clásico estudio sobre este personaje (Colina, 1965: 19). Un ser que se aferra a vivir en un pasado con muy pocos momentos de felicidad. En ese pasado está el mar y un hombre, Florencio, con quien vivió una apasionada relación. Susana, viuda, se refugia en sus recuerdos y Pedro Páramo está fuera de ese pasado que Susana San Juan sueña con insistencia.

La resistencia de esa mujer, del único ser que Pedro Páramo no ha logrado hacer suyo, "corrompe todo el poder del cacique, erosiona lentamente su voluntad" (Colina, 1965: 21). A partir de la muerte de Susana San Juan, todo comienza a morir pedazo a pedazo como prefiguración de la muerte del cacique que se narra al final del relato. Pedro Páramo ordena que el duelo de las campanas por la muerte de su amada se prolongue sin interrupción durante tres días:

Comenzó a llegar gente de otros rumbos, atraída por el constante repique. De Contla venían como en peregrinación. Y aun de más lejos. [...] llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. [...] hasta hubo serenatas. Y así poco a poco la cosa se transformó en fiesta. (247)

La tradición del duelo por los difuntos se convierte en una convocatoria para la fiesta, a pesar de Pedro Páramo.

6. Cuatro mujeres en dos imágenes

Si retomamos el hilo de la historia de la viuda Park, recordaremos que el hombre desaparece del relato llevándose a su hijo. Cuarenta años después de este suceso, llega un joven forastero al pueblo y busca a una mujer que corresponda con la descripción que le dio su padre antes de morir. En este texto, la misma mujer recibe y atiende a su hijo –que ya tiene tres hijos y dos hijas– pero le oculta su identidad:

Una tarde de verano, después de terminada la cosecha de papas, cuando iba a preparar la cena alguien la estaba esperando en la puerta. Era un joven que solicitaba hospedaje por una noche. No era raro tener esa clase de huéspedes, ya que su casa estaba a la entrada de la aldea.

Después de saborear la sopa de papa, el forastero la felicitó por ella y luego sacó un cigarro. Cuando él preguntó si vivía una tal señora en el lugar…, a ella le tembló el corazón. Con manos temblorosas agrandó la llamita de la lámpara. […] Él, creyendo que la vieja no le oía bien, le preguntó otra vez si existía tal señora…

–Hace tiempo que se murió. –La viuda estaba temblando.

–¿Cuándo?

–Hará ya cuarenta años. (57-58)

El sacrificio de la viuda Park tiene como fundamento la confesión que le hizo su suegro al morir en donde le pide perdón por haberla sacrificado en aras del honor de la familia. Ella, fiel a su tradición, no se permite la felicidad y calla ante su propio hijo y permanece muerta ante sus ojos. El texto nos dice que toda esa noche la viuda lloró por su hijo y por sus nietos:

La viuda sólo pudo dormir a la madrugada. Soñó que estaba rodeada de nietos, que eran como los sapitos, gritando, cantando. Ella, involuntariamente, se alejaba y se alejaba de ellos. Lloraba por su destino. (59)

En el texto de Hwang Sun Won, el motivo del hijo que a la muerte del padre va en busca de la madre representa la problematización de la sociedad patriarcal coreana. Ante la figura paterna tan rígida que gobierna la familia, la madre ejerce el papel conciliatorio que da abrigo, cariño y protección a los hijos en el hogar. Pero el hombre realmente no encuentra a su madre. El motivo de la orfandad nos lleva, entonces, más allá del solo planteamiento de la estabilidad familiar en términos sociales y llega al plano de la problemática existencial: la búsqueda de la madre como símbolo de la búsqueda de la identidad, la madre como la tierra de nacimiento a la que tal vez no se podrá volver.

La guerra civil y la situación política de la división de las Coreas afectaron e hicieron crisis en los valores familiares y sociales. La ficción literaria refleja aquí el costo emocional de la posguerra en Corea. La red filial estabilizadora que ofrecía la gran familia tradicional está ausente dejando a los personajes solos en su propia lucha.

En Pedro Páramo, la búsqueda del padre tiene implícito un factor socio histórico que se origina desde la conquista, según señalan los críticos. Juan Preciado es hijo legítimo de Pedro Páramo y lleva el apellido de su madre como si fuera ilegítimo. La tradición patriarcal de perpetuar el apellido se rompe. Pero, al igual que en el texto coreano, detrás de la búsqueda del padre está también de algún modo la búsqueda de la madre, Dolores Preciado:

–¿No me oyes? –pregunté en voz baja.

Y su voz me respondió: –¿Dónde estás?

–Estoy aquí, en tu pueblo. Junto a tu gente. ¿No me ves?

–No, hijo, no te veo.

Su voz parecía abarcarlo todo. Se perdía más allá de la tierra.

–No te veo. (195)

El regreso de los hijos, ya sea por buscar a la madre o al padre, la búsqueda como motivo simboliza el regreso al origen, como ya dijimos antes. Todo cuestionamiento de un principio fundamental, como lo es la tradición en este estudio, supone un retorno a lo más profundo del ser para, desde ahí, revisar y replantear las creencias del grupo social.

Si definimos tradición como la herencia cultural, esto es, la transmisión de creencias de una a otra generación, llegará un momento en que se impondrá el análisis de la actitud tradicional de los individuos de una sociedad determinada. Revisar si el individuo considera los modos de ser y de comportarse que ha recibido o va recibiendo del ambiente social como su propio modo de ser, o si es consciente que son los del grupo social al que pertenece.

En el cuento coreano, el hijo no encuentra a su madre. En el texto mexicano, el hijo no encuentra a su padre. ¿Triunfan la tradición del honor y la tradición del poder absoluto del caciquismo? ¿Pueden aceptarse las críticas que señalan a ambos textos como pesimistas? No. Estos dos autores si algo más tienen en común es, precisamente, su visión comprometida y optimista de la sociedad en que viven y que cuestionan.

La viuda Park y la viuda Susana San Juan frente a la viuda virgen y Dolores Preciado –de alguna manera también viuda por vivir siempre sin marido a causa del abandono– representan una opción muy optimista de la mujer haciendo alusión a un factor sumamente complejo tanto en la sociedad coreana como en la mexicana de los años cuarenta y cincuenta: la sexualidad y el placer sensual.

Si bien hay una viuda virgen que envejece sin que la toque ningún hombre y una mujer que aunque con un hijo vive aislada del contacto de los hombres, están la viuda Park que no sólo tiene un hijo fuera del matrimonio, sino que experimenta el placer de la seducción; dice el texto:

Era un joven alto, enjuto y callado, que no se metía con nadie. […] Algunas veces, en el patio, los dos se encontraban frente a frente. Entonces la viuda veía en él las ardientes miradas que jamás recibió de su esposo. Ella se ponía colorada y su corazón latía rápido. (54)

Y está Susana San Juan que en su delirio sueña con Florencio en un continuo placer sensual dentro del mar:

"–En el mar sólo me sé bañar desnuda –le dije. Y él me siguió el primer día, desnudo también, fosforescente al salir del mar. […]

"–Volví yo. Volvería siempre. El mar moja mis tobillos y se va; moja mis rodillas, mis muslos; rodea mi cintura con su brazo suave, da vuelta sobre mis senos; se abraza de mi cuello; aprieta mis hombros. Entonces me hundo en él, entera. Me entrego a él en su fuerte batir, en su suave poseer, sin dejar pedazo.

"–Me gusta bañarme en el mar –le dije. (229)

Y los hijos representan el fin de la tradición que subyugó a sus madres. En La viuda, el hijo que vive y que ya tiene tres hijos y dos hijas, representa la esperanza para la mujer de una prolongación de su propia vida fuera del espacio geográfico, temporal y social que la aprisionó a ella. En Pedro Páramo, el hijo que vuelve, Juan Preciado, muere. Y con él, la posibilidad de continuar con la tradición del poder absolutista que podría haber heredado.

En el dominio de la filosofía, el apelar a la tradición implica el reconocimiento de la verdad de la tradición misma. Desde este punto de vista, la tradición resulta una garantía de verdad y, a veces, la única garantía posible. En este sentido la entendió Aristóteles, quien en numerosas ocasiones apela a la tradición y la considera garantía de verdad (Cf. Aristóteles, Metafísica, libro XII, cap. 8).

Así pues, el cuestionamiento que la sociedad puede hacer sobre la tradición que ella misma legitima, supone un compromiso que Hwang Sun Won y Juan Rulfo aceptaron asumir en las circunstancias históricas y políticas que les tocó vivir, pese a las consecuencias que ello supone y a las repercusiones en la sociedad a la que brindaron y devolvieron sus textos.

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