Género y teoría literaria feminista: herramientas de análisis para la aproximación social desde la literatura

Gender and feminist literary theory: analysis tools for the social approach from the literature

Recibido: 17/03/2016
Revisado: 17/03/2016
Aprobado: 15/05/2016

         

Cándida Elizabeth Vivero Marín

          Departamento de Estudios de Género
CUCSH/Universidad de Guadalajara
elizabeth_vivero@hotmail.com
       

RESUMEN
El presente artículo estudia la manera en la que el género atraviesa el análisis y estudio del texto literario, basado en las nociones de corporalidad y subjetividad. Asimismo, se plantean los primeros esbozos para la construcción de una metodología de análisis literario a partir del género, la cual no debe dejar de lado el sentido artístico del texto literario, por lo que debe considerar tanto la esfera estética como la social en aras de llevar a cabo un estudio profundo de los elementos que lo constituye.

PALABRAS CLAVE: Género, teoría literaria, corporalidad, subjetividad.

ABSTRACT
This paper examines the way in which gender is a very important part of the analysis and study of the literary text, based on the notions of corporality and subjectivity. Also, it considers the first sketches for the construction of a methodology of literary analysis from gender, which should not ignore the artistic sense of the literary text, so it should consider both the aesthetics and the social sphere in order to conduct a thorough study of the elements that constitute the analysis.

KEY WORDS: Gender, literary theory, corporality, subjectivity.

   

Introducción.
El análisis y la crítica de la literatura como discurso simbólico, capaz de dar cuenta de la realidad social y de transformarla, se ven enriquecidos con la inclusión de los estudios de género y de la teoría literaria feminista en tanto que ambas áreas del conocimiento intentan explicar el texto literario a partir de elementos extratextuales, sin perder de vista lo intrínseco de la producción artística.
            El género contribuye así a plantear una nueva dinámica de aproximación crítico-analítica a partir del lenguaje, las estructuras y los recursos retóricos, presentes en las obras literarias, ya que propone que estos elementos se implican necesariamente en la conformación de la realidad social. De igual forma, la teoría literaria feminista presupone el efecto estético del texto literario en correspondencia con las subjetividades que atraviesan los cuerpos sexuados y que determinan la producción y recepción de la literatura.
            De esta forma, el objetivo de este artículo es reflexionar, desde un punto de vista teórico-conceptual, las aportaciones tanto de los estudios de género como de la teoría literaria feminista en el análisis y crítica de los textos literarios en tanto que permiten abrir la obra artística a su dimensión social y a su capacidad de transformación de las mentalidades.

Cuerpo, subjetividad y lenguaje
Señala Ana Rosa Domenella, en su artículo “De los estudios de género a la teoría queer: un trayecto entre cuerpos sexuados y cuerpos textuales. Una mirada desde la literatura latinoamericana”, que el paso del feminismo a la teoría queer ha sido casi lógico porque:

El feminismo siempre ha cuestionado el carácter natural de los géneros masculino/femenino, afirmando su construcción social y cultural. Pero el queer va más allá, afirmando que los rasgos sexuales sobre lo que se erigen estas construcciones sociales son artificiales. Según Monique Wittig (años 70-80), tanto las diferencias sexuales como las de género se crean dentro de un sistema económico, político y social determinados, que producen un discurso creador de identidades sexuales aceptadas como las normales o naturales frente a las otras sexualidades, que se convierten en perversas, inmorales o innaturales-patológicas. Wittig concebiría el sexo (hombre-mujer) como una consecuencia de las relaciones de poder. (2011, p. 37)

Este cuestionamiento a la construcción natural de los géneros, tanto por parte del feminismo como de la teoría queer, tiene su parangón en la teoría literaria feminista, sobre todo en lo que se refiere al cuestionamiento de la centralidad de la estructura del texto literario y la objetividad de los conceptos. Es decir, la teoría literaria feminista, tal como sucede con los estudios de género y la teoría queer, ponen en entredicho la naturalidad de las abstracciones conceptuales y priorizan la subjetividad dentro de las estructuras y del acercamiento teórico. Para estas teorías, los sujetos sexuados se aproximan no sólo como críticos, sino también como creadores y receptores al texto para dotarlo de una significación que se conecta con lo social. Esta concepción tiene su base en las consideraciones que, de acuerdo con Antonio M. López Molina, ponen énfasis en la noción de cuerpo como creador del mundo:

[…] el cuerpo (sujeto) se convierte en el centro, órgano y creador de nuestro mundo, entendido este como el conjunto de significaciones en virtud de las cuales las cosas y los acontecimientos adquieren un sentido y se convierten en objetos […] mi cuerpo es mundo y lo es de una manera privilegiada, en el sentido de que yo construyo mi mundo desde mi cuerpo: «mi cuerpo precontiene la simbólica del mundo, es decir, precontiene in nuce las significaciones de lo que el mundo es y puede ser para mí precisamente porque yo soy. No simplemente tengo – un cuerpo concreto con unas posibilidades determinadas». (2012, pp. 58-59)

La teoría literaria feminista, los estudios de género y la teoría queer, parten entonces de la noción de corporalidad o, mejor dicho, de lo que López Molina retoma como cuerpo fenoménico, distinto al cuerpo objetivo o sensible:

Este es el cuerpo [fenoménico o sentiente] que se me ofrece en la experiencia, al mismo tiempo que la posibilita; cuerpo como realidad vivida, cuerpo habitado por la conciencia, cuerpo como quicio de nuestra inserción en el mundo, cuerpo que nunca podrá ser objetivado del todo […]. El cuerpo es el vehículo de todas las significaciones; no es objeto, sino posibilidad de todo objeto. No nos interesa la idea de cuerpo, sino el cuerpo en su realidad, el cuerpo que vivimos en la experiencia. (2012, p. 55)

De ahí que el cuerpo fenoménico sea un almacén de significaciones “en constate acrecentamiento; es un esquema generador de significaciones desde el gesto más elemental hasta el lenguaje más elevado […]. El cuerpo es el instrumento gracias al cual construimos […] un mundo cultural” (López Molina, 2012, p. 56). En ese sentido, entonces, el cuerpo sexuado, del que se ocupan las teorías aquí señaladas, será no sólo el depositario sino también el creador de dicho mundo cultural y simbólico. Lo que interesa a la teoría literaria feminista, en ese terreno, no es el cuerpo sensible que vive y sufre la hexis corporal que, de acuerdo con Pierre Bourdieu, determina el estar-en-el-mundo de los sujetos:

No existe mejor imagen de la lógica de la socialización […] que el conjunto de gestos, posturas y palabras –desde las simples interjecciones a los latiguillos favoritos –que inmediatamente […] despiertan, gracias al poder evocador de una némesis corporal, un universo de sentimientos y experiencias familiares. Los actos elementales de la gimnasia corporal […] están cargados de valores y significados sociales que funcionan como una sencilla metáfora capaz de evocar un universo de relaciones con el mundo y, a través de él, un mundo entero. (Bourdieu cit. por Linda McDowell, 1999, p. 70)

Sino que se ocupa del cuerpo fenoménico por medio del cual se crea el conocimiento:

El cuerpo es el lugar y presencia de la realidad, pues es el ámbito propio del conocimiento senso-perceptual; la perspectiva de mi ver y conocer el mundo está esencialmente predeterminada por mi modo de ser mi cuerpo: la yoidad subjetual es primariamente una yoidad corporal. De ahí que mi cuerpo no sea un objeto de tantos en el mundo, sino que es el origen y centro de un mundo humano, de un mundo de significaciones; mi presencia corporal es una presencia mundana. Cuerpo y mundo no solo se oponen sino que se complementan: nuestra corporalidad se extiende a las cosas y las cosas solo se me hacen presentes y reales en mi corporeidad. En definitiva, mi cuerpo es mundo y lo es de una manera privilegiada, en el sentido de que yo construyo mi mundo desde mi cuerpo. (López Molina, 2012, pp. 58-59)

Por  ello, cuando Hélène Cixous (2001) afirma que la mujer es más cuerpo que escritura, está reafirmando al cuerpo como espacio de reivindicación y de apropiación del mundo, aunque no tanto de constructor de ese mundo donde interviene la subjetividad que, dicho sea de paso, constituye algo más que un simple rasgo psicologista  ya que:

[…] tiene que ver tanto con los deseos conscientes e insconscientes como con el sexo, el propio cuerpo, las percepciones, la sensibilidad, la inteligencia, la imaginación, la salud, etcétera: de manera esquemática puede hablarse de una especie de arquitectura interior que determina las formas de aprehender la realidad (López González, 1995, p.14).

Aún más, la subjetividad, como base del mundo de la vida como señala López Molina, se convierte en “suelo originario de toda actividad científica” pues aparece como fundamento para todas las ciencias objetivas:

El mundo de la vida […] es condición subjetiva de todo conocimiento, incluido el de las ciencias objetivas. Frente al mundo de la naturaleza y de la ciencia, el mundo de la vida aparece como un ámbito subjetivo y autoevidente. Con él señala Husserl el reino de los fenómenos subjetivos olvidados, ámbito de las evidencias originarias fuente de todas las construcciones teóricas y objetivas, incluidas todas las ciencias objetivas. (López Molina, 2012, p. 50)

La subjetividad, enmarcada en el mundo de la vida, es el fundamento de todo saber y dicha subjetividad sólo es posible gracias a un cuerpo sensible que traslada la experiencia vivida en un fenómeno de conocimiento. La yoidad corporal permite, así, formular conocimiento y construir simbólica y culturalmente el mundo gracias a la subjetividad trascendental: “su aplicación sistemática posibilita la aparición de la actitud propia de la fenomenología, la del «espectador desinteresado», propia de una conciencia que está más allá de todas las condiciones histórico-relativas de la formación de la subjetividad humana” (López Molina, 2012, p. 51). En ese contexto, el cuerpo sexuado es capaz de recuperar su experiencia y expresarla a través de un lenguaje que evidenciará en última instancia la carga cultural de la hexis corporal que ha vivido. Esto es, el sujeto autor/a que vive en el mundo, convierte la experiencia mundana en una experiencia estética que, al estar mediada por un lenguaje, que a su vez responde a una serie de condicionamientos sociales, culturales e históricos, las transmite por medio de determinadas estructuras y giros lingüísticos. La intencionalidad de entablar una comunicación con el lector, de que el mensaje llegue al mayor número de receptores, obliga al autor/a a ceñirse a una serie de reglas:

Todo comportamiento está sometido a reglas que deben ser refrendadas por unos interlocutores que entienden esas reglas. Si no es así ese comportamiento no es comunicable, puesto que pertenece al uso privado del lenguaje. De acuerdo con Wittgestein, los sujetos solitarios no pueden seguir por sí mismos una regla. (López Molina, 2012, p. 68)

Es ahí donde la hexis corporal entra en juego, pues dichas reglas no sólo se comparten a nivel del lenguaje, sino también a nivel social. El sexismo en el leguaje, como retoma Julia Kristeva (1995), determina los giros lingüísticos aceptados para los sujetos sexuados de tal forma que para las mujeres serán admitidas determinadas expresiones, mientras que para los hombres, otras. Esa condición, dada por un cuerpo que habita el mundo y que construye el mundo, es indispensable para mantener las reglas y hacerse comprensible a los demás:

El sentido de una regla consiste en que el sujeto A no cambie jamás su contenido, y el único modo de comprobar que el sujeto 'A' sigue la regla es que un sujeto 'B' sancione la práctica de esa regla. Solo así puede darse el caso de que 'A' cometa desviaciones como errores sistemáticos. Ello implica que yo mismo no puedo estar seguro de seguir una regla si no se da la situación de que yo pueda someter mi comportamiento a la crítica del otro, y de llegar con ese otro a un consenso acerca de cómo seguir la regla, lo cual supone y significa que el otro dispone de la misma competencia que yo para seguir una regla. (López Molina, 2012, p. 69)

Ciertamente, en esta cita, López Molina remite a Ludwig Wittgestein y al sentido de seguir una regla de lenguaje común para los interlocutores, sin embargo, considero que es posible llevar a cabo el traslado de esta situación a un contexto como el que nos ocupa en tanto que, como se ha señalado anteriormente, el cuerpo fenoménico construye el lenguaje y dicho cuerpo, en tanto cuerpo sensible, recibe en su ser sexuado una serie de imperativos sociales a los que debe ajustarse en aras de seguir a las normas que le garanticen una vida viable. (1) Ceñirse a las reglas implica, así, no sólo seguir la estructura dada por la gramática, sino sobre todo por la pragmática que, dicho sea de paso, tampoco es una totalidad acabada pues, como el mismo López Molina refiere al hablar del Tractatus: “el lenguaje no es algo acabado, estructurado, codificado ('cálculo lógico', 'lenguaje ideal'), sino que es un continuo estar haciéndose, es producto de usos, costumbres e instituciones, es producto social” (López Molina, p. 68).
            De esta manera, en tanto producto social, el lenguaje responde a una serie de patrones fijados por la hexis corporal, la cual determina la vivencia de las experiencias y es clave fundamental para la formación de la subjetividad. El mundo de la vida, como lo señala Husserl, se convierte en la base del conocimiento y del saber que, en este caso, se refiere al discurso artístico-literario. Los rasgos lingüísticos, que diferenciarían a los sujetos en su proceso creativo, son por consiguiente igual de artificiales que la construcción de identidades genéricas, pues tanto unos como otros responden a una serie de regulaciones que ven en la corporalidad un espacio a conquistar en tanto territorio que marca las singularidades: (2)

La conciencia encarnada en el cuerpo o el cuerpo concienciado representa un capítulo fundamental en la historia de la crítica de la filosofía de la conciencia, bajo la forma de un carácter situado de la razón. Si Descartes excluyó el cuerpo de la subjetualidad, los filósofos del cuerpo lo han reintegrado en esa subjetualidad e incluso han hecho del cuerpo el sujeto fundamental de algunos niveles o modalidades de conocimiento. Con ello se abandona la concepción del sujeto trascendental en su sentido kantiano-husserliano y se acepta una razón sin trascendencia, esto es, se acepta que conocer es un proceso de constitución y que el agente principal de ese proceso de constitución es el sujeto, lo interpretado no como un yo puro, desmundanizado, sino como un ser mundano, experiencial y socializado. En último término, es el cuerpo el que me distingue, individualiza y automatiza entre los otros seres mundanos, incluso frente a los otros hombres. (López Molina, 2012, p. 60)

Dicha individualización, por medio del cuerpo, se traslada al discurso expresivo que los sujetos emplean en el texto literario y que los distingue unos de otros. No obstante, las reglas de las que ya hablábamos, así como la hexis y el consecuente sexismo, obligarán a los sujetos a someterse a determinados parámetros que evidencian toda una carga ideológica en torno al género y a otras cuestiones extratextuales. Es ahí donde, de acuerdo con Jacques Derrida, el centro escapa a la estructura misma y se coloca fuera de ella:

Justo por eso, para un pensamiento clásico de la estructura, del centro puede decirse, paradójicamente, que está dentro de la estructura y fuera de la estructura. Está en el centro de la totalidad y sin embargo, como el centro no forma parte de ella, la totalidad tiene su centro en otro lugar. El centro no es el centro. (1989, p. 384)

Si bien el texto literario se erige a partir de una serie de centralidades, o funciones como las denomina Roland Barthes (1996), (3) ello no significa que la estructura no responda a un conjunto de reglas que están más allá de lo meramente textual, en este caso en particular del género y los perfomativos sociales. De hecho, al ser un producto social, el texto literario refuerza en muchas ocasiones dichos performativos, marcando para los individuos una serie de pautas de conducta y de comportamientos que los inducen a actuar el género de determinada manera. De esta forma, inmerso en una cadena de significaciones dadas por un cuerpo fenoménico, el texto literario cierra el círculo de la comunicación al constituirse como un acto de habla perlocutivo y no sólo locutivo, pues re-produce el efecto que le dio origen.
            De lo anterior se colige que, en efecto, el lenguaje al ser un producto social y estar enmarcado en la posibilidad de verdad, construye junto con el sujeto corporeizado el mundo y, en consecuencia, la realidad. Es decir, como se ha señalado anteriormente, el sujeto-cuerpo no sólo está en el mundo sino que es el mundo y sus actos de habla, incluyendo la escritura, hacen posible el estado de cosas que representa, pues su pensamiento, atravesado por la subjetividad y el mundo de la vida, expresa los objetos que a su vez determinan al sujeto. En esta reciprocidad es donde se re-producen los patrones de conducta que dictan el deber-ser para los cuerpos sexuados:

La condición de posibilidad de toda representación es la presencia de una forma lógica compartida entre pensamiento/lenguaje-realidad: «Lo que cualquier figura, sea cual fuere su forma, ha de tener en común con la realidad para poder siquiera –correcta o falsamente- figurarla es la forma lógica, esto es, la forma de la realidad». Toda figura (das Bild) es una representación de un estado de cosas, cuya posibilidad ella misma (pensamiento/lenguaje) contiene. (López Molina, 2012, p. 67)

Si se cumple, por tanto, esta condición entre pensamiento/lenguaje-realidad, tenemos una implicación de la realidad en lo representado, lo cual indica que en dicha forma de figuración no se hace sino continuar con los patrones de conducta impuestos en el orden social de género. Sin embargo, aun cuando se intente eliminar esta representación subvirtiendo o trastocando las normas de comportamiento, el diálogo con el orden se vuelve a establecer ya que toda proposición tiene un sentido, el cual es dado por la forma lógica de la figuración. Esto no quiere decir de ninguna manera que no se puedan transformar las normas impuestas, sino que, como señala Derrida, en esa ausencia seguirá latiendo la presencia del orden al cual se responde; en otras palabras, subyace en la ausencia una presencia de aquello a lo que no se alude que determina, en última instancia, el significado (cfr. Derrida, 1995).
            Por todo lo hasta aquí expuesto, podemos decir que el cuerpo y la subjetividad juegan un papel fundamental para la construcción de conocimiento y, en el caso de la literatura, para la representación de mundos posibles. Asimismo, la experiencia vivida por el cuerpo, y un cuerpo sexuado, determina los giros lingüísticos y la formulación lógica que realiza en el texto literario en tanto que se encuentra determinado por la hexis corporal y por las reglas a las que debe someter su acto de habla. La construcción de las identidades genéricas, como bien señala la teoría queer, son artificiales en tanto que carecen de una esencialidad o naturalidad puesto que todo, incluyendo el lenguaje mismo, es un producto social y, por ende, cultural. ¿Cómo pueden entonces la teoría literaria feminista y los estudios de género contribuir a un acercamiento social desde la literatura? En el siguiente apartado intentaré responder a esta interrogante.

Esbozos para una metodología de género
Como ya hemos visto en el apartado anterior, la corporalidad y la subjetividad son los fundamentos para toda ciencia, incluyendo la científica. Planteado el hecho de que toda experiencia vivencial debe convertirse en una subjetividad trascendental para llegar a un saber, no es difícil comprender la estrecha relación que guardan la teoría literaria feminista y los estudios de género con un acercamiento social desde la literatura.
            Así, iniciada en los años setenta del siglo XX, la teoría literaria feminista se dividió en dos grandes escuelas, a saber: la francesa y la estadounidense o anglosajona. La primera, con un enfoque más teórico-conceptual, intentó responder a la pregunta de si existía o no una escritura femenina, con herramientas lingüísticas, psicoanalíticas y desconstructivistas. La segunda, con un enfoque más social y cultural, tuvo a bien recurrir a la historia, al canon y a la enseñanza como fuentes de explicación de las diferencias escriturales. De esta forma, ambas contribuyeron a explicar las causas de las diferencias, y posteriormente las convergencias, entre la escritura femenina y masculina.
            No obstante, el esencialismo achacado a estas posturas, en torno al mantenimiento de una dualidad basada en la diferencia natural entre hombres y mujeres, permitió un nuevo acercamiento al fenómeno de la escritura a partir de los estudios de género. Polemizado en muchos sentidos, el término “género” fue finalmente aceptado en español en su connotación de constructo social a partir de la diferencia sexual e incursionó en el terreno de la literatura desde el estudio de las representaciones del deber-ser y el deber-hacer para hombres y mujeres. En ese terreno, Teresa de Lauretis señala que:

I. El género es (una) representación, lo que no quiere decir que no tenga implicaciones concretas o reales, tanto sociales como subjetivas, para la vida material de los individuos. Todo lo contrario.
II. La representación del género es su construcción, y en el sentido más simple se puede afirmar que todo el arte y la cultura occidental es el cincelado de la historia de esa construcción.
III. La construcción del género continúa hoy como en épocas anteriores […] continúa, aunque menos obviamente, en la academia, en la comunidad intelectual, en las prácticas artísticas de vanguardia y en las teorías radicales y hasta, por cierto o especialmente, en el feminismo.
IV. En consecuencia, paradójicamente, la construcción del género es también afectada por su deconstrucción […]. Porque el género, como lo real, es no sólo el efecto de la representación sino también su exceso, lo que permanece fuera del discurso como trauma potencial que, si no se lo contiene, puede romper o desestabilizar cualquier representación (de Lauretis, cit. por Domenella, 2011, pp. 31-32)

El género entonces, como representación y construcción, atraviesa al arte y la cultura occidental, como lo apunta de Lauretis, y marca las prácticas artísticas, incluyendo la literatura. De ahí que, primero para la teoría literaria feminista y después para los estudios de género, el texto literario responde a toda una carga social pues se entiende que la obra artística responde a un conjunto de normas extratextuales (como lo pueden ser la hexis corporal, ya señalada) que determinan las estructuras de lenguaje empleadas a nivel estructural y lingüístico. Dichas determinaciones, cargadas de una ideología, se filtran en el texto literario a nivel de las representaciones y de la selección de recursos poéticos o narratológicos. En ese aspecto, narratólogas feministas como Susan Lanser, Mária Minich Brewer y Susan Winett, por citar a algunas, conciben una implicación entre las estructuras narrativas y el cuerpo sexuado, equiparando la producción del placer textual con el sexual:

Robert Scholes […] afirma que “el arquetipo de toda ficción es el acto sexual”; por su parte, Peter Brooks […] describe en el orgasmo masculino las fases (narrativas) del “despertar”, la “apetencia” y la “descarga”. De aquí resulta que el placer del texto deriva únicamente de representaciones del placer masculino.
¿Qué sucede –se pregunta Winnett- con el placer del texto en el caso de las mujeres? Siguiendo con la misma analogía, así como el placer sexual de las mujeres presenta múltiples opciones, que no tienen que ver (o pueden elegir no tener nada que ver) con los procederes masculinos, el placer del texto para las mujeres puede estar muy alejado de las nociones de representabilidad cruciales en Brooks, Scholes, y seguramente muchos otros. (Winnett cit. en Gutiérrez Estupiñán, 2004, p. 132)

Asimismo, se equipara la producción de significado en el texto con la corporalidad y, en consecuencia, con la subjetividad, ya que Minich Brewer sostiene que:

The mimetic representation of reality, narrative omniscience, identity, ideological thesis, the logic of causality, plot, space and time –in short, historical representation. […] Yet the persistent narrativity in contemporary literature assumes forms so radically altered that they elude analyses that take narrative to be determined by one model alone, the anachronistic model of the universal subject´s self-presence in the unity of space, time, and teleology (Brewer, 1995, p. xix).

La narratividad, para esta teórica, se encuentra asociada a la auto-presencia del sujeto universal que, en términos de género, alude implícitamente al sujeto-masculino, por lo que Brewer critica este supuesto universalismo que, como ya hemos visto, intenta ser objetivo sin tomar en consideración la subjetividad y, en consecuencia, la experiencia vivencial del cuerpo sensible. De ahí que para Brewer, es necesario alejarse de esa supuesta atemporalidad que establecería un orden a partir de una noción androcéntrica donde la intriga o trama (plot), es el eje fundamental de la estructuración narrativa. En esa misma línea, Lanser señala que las experiencias masculinas se trasladan al texto, desechando las historias que carecen de dicha intriga o trama al calificarlas en términos negativos. Sin embargo, dicha descripción no logra dar cuenta de la riqueza de muchos de los textos escritos por mujeres que intentan dar sentido a su mundo donde la conquista y la aventura, por ejemplo, no tienen una significación mayor:

Las teorías de la trama suponen que las acciones textuales están basadas en las hazañas (intencionales) de los/las protagonistas; suponen un poder, una posibilidad, que pueden ser inconsecuentes con lo que las mujeres han experimentado tanto histórica como textualmente, y quizás incluso inconsecuentemente con los deseos de las mujeres. Una crítica radical como la de Mária Brewer sugiere que se ha entendido la trama como un discurso del deseo masculino explicándose a sí mismo a través de las narraciones de aventura, proyecto, empresa y conquista, el discurso del deseo como separación y dominio.
Si los conceptos narratológicos al uso no describen adecuadamente los textos escritos por mujeres, o algunos de ellos, lo que necesitamos es una revisión radical de las teorías de las trama. (Lanser, 1996, pp. 282-283)

De esta forma, desde la narratología, se cuestiona la aproximación teórica a la estructuración, evidenciando con ello, tal como lo señalamos anteriormente, que el centro de la estructura se encuentra dentro y fuera de ella misma, pues responde no únicamente a la construcción de sentido en sí mismo, sino sobre todo a las experiencias vividas en ese cuerpo fenoménico que las traslada a nivel estético. Ahora bien, la teoría literaria feminista, al igual que los estudios de género y la teoría queer, pone en tela de juicio el binarismo sobre el que se basa la teoría literaria en general, abriendo el texto a una comprensión social en tanto que a partir del lenguaje escrito, entendido como un acto de habla perlocutivo, se transmiten las normas a seguir para los cuerpos sexuados, construyendo, por medio de las representaciones, el ideal de género que permite mantener el orden social.
            Por su parte, Consuelo Meza Márquez considera que la literatura coadyuva en la implementación del orden social de género a partir de cuatro esferas de representación, a saber: la sexualidad, la reproducción, la producción y la socialización. De tal suerte que los roles de la identidad femenina y masculina tradicionales, son inculcados a través de las instituciones que las llevan a cabo en el nivel de lo simbólico. La escuela, la empresa editorial, el canon, los premios literarios, las ferias de libro, entre muchas otras instituciones, son vías por medio de las cuales la literatura se distribuye y retransmite dichas identidades (cfr. Meza Márquez, 2000, p. 53). No obstante, Meza Márquez concibe la posibilidad de subversión del orden por medio de las utopías literarias feministas, formuladas a partir de los textos mismos:

Se considera el espacio del imaginario colectivo implícito en las utopías literarias como uno sumamente fértil para explorar las estrategias de subversión y negociación con las mujeres en ese trayecto que va de la mujer emocionalmente dependiente a una que, logrando resignificar los símbolos institucionalizados o tradicionalizados, le da un nuevo sentido a la acción subjetiva construyendo nuevas imágenes de mujer que tienden hacia la autonomía. (2000, p. 53)

Así, la literatura se convierte en un espacio de contestación y de ruptura con lo socialmente establecido, abriendo la posibilidad a la subversión a partir de la subjetividad al recrear otras posibilidades de convivencia y de experiencia para los cuerpos sexuados. El vínculo que se establece entonces con lo social, se refuerza pues el nivel simbólico deja sólo de retransmitir para construir otras realidades que al ser posibles dentro del texto literario, se proyectan hacia el exterior de éste para transformar el mundo de la vida.
            ¿Cómo se puede entonces llegar a la comprensión de lo social a partir de la literatura?, ¿de qué manera puede utilizarse el género como categoría de análisis en el texto literario? Considero que para llevar a cabo un estudio de lo social, sin dejar de lado el nivel artístico que caracteriza al texto literario, pueden aplicarse los siguientes pasos:

  1. Identificación de las estructuras más significativas: análisis del tipo de narrador empleado, estudio del tiempo en la narración, identificación de los espacios y su distribución dentro de la historia, secuencias narrativas;
  2. Identificación de las figuras y tropos más relevantes: empleo de metáforas, imágenes, metonimias, símbolos, alegorías, ironías y parodias; uso de comparaciones y símiles;
  3. Identificación de las representaciones de género a nivel de los personajes: utilización de pares dicotómicos como son cultura/naturaleza, mirada/tacto, acto heroico/universo doméstico;
  4. Identificación de discursos que transmiten una carga ideológica: representación de discursos políticos, religiosos, artísticos, sociales, filosóficos, educativos, por medio del discurso directo e indirecto;
  5. Interpretación del conjunto: explicación del empleo de estas categorías a la luz de una interpretación social de género.

Para llevar a cabo dicho acercamiento, será necesario hacer uso de distintas herramientas teóricas y metodológicas como son: análisis del discurso, narratología, desconstrucción, teoría literaria feminista y estudios de género. Asimismo, con este primer esbozo de aproximación metodológica, se pretende abordar el texto literario a partir del acercamiento de género para ligarlo a lo social partiendo del lenguaje, las estructuras y las representaciones. Ciertamente, el modelo es apenas un primer planteamiento de los elementos que podrían incluirse en este tipo de aproximación analítica, y aún harían falta por profundizar en muchas de las líneas, sin embargo, pongo a consideración estas líneas de reflexión que pueden contribuir a abrir el estudio del texto literario a otras esferas extratextuales como es el género. No basta, entonces, con llevar a cabo un análisis con perspectiva de género, sino que es necesaria una lectura más profunda y atenta a las implicaciones sociales que se perciben en el texto y cómo éste, a su vez, contribuye a la reproducción de dichas construcciones o bien, como lo apunta Meza Márquez, ayudan a desestabilizar las normas y el orden social del género al permitir otras representaciones y otro uso del lenguaje y las estructuras en el texto.
            De ahí que sean necesarios una serie de pasos que vayan desde lo general y las estructuras superficiales, hasta lo particular y las estructuras profundas. Las herramientas metodológicas serán, en ese sentido, diversas y complementarias, llegándose a hacer uso de elementos estructurales y aun semióticos, pero siempre bajo la óptica de la contribución al análisis del texto. Igualmente, por lo vasto de los campos de aplicación, se vuelve indispensable considerar uno o dos aspectos clave a estudiar: sea el lenguaje, el nivel estructural, o el nivel de representación. Si bien es cierto que, en términos reales los tres aspectos se involucran e implican mutuamente, también es verdad que en la práctica, llevar a cabo un estudio exhaustivo de cada uno, resulta abrumador. Por ello, será aconsejable preponderar alguno de estos elementos que pueden complementarse con observaciones o puntualizaciones al resto.
            Una metodología así construida, permite no separar el nivel estético del texto literario del contexto social al cual, de muchas maneras, se está respondiendo desde la ficcionalización. Estos son, pues, una serie de apuntes y trazos generales que tendrán que irse ajustando y perfeccionando en aras de establecer una metodología de análisis que considere el género como eje primordial de la construcción de sentido.

Conclusión
A lo largo de este trabajo se retomó la noción de cuerpo fenoménico y la subjetividad como conceptos clave de una epistemología basada en la experiencia y la corporalidad, por medio de la cual se construyen los significados. Como resultado de un orden social, el lenguaje y los productos derivados de éste, incluyendo la literatura, dan cuenta de procesos de socialización que se inscriben a nivel simbólico y que contribuyen a la perpetuación de ciertos esquemas de comportamiento para los cuerpos sexuados. El género, entendido como una más de las construcciones sociales, se inscribe en el texto artístico a nivel lingüístico, estructural y de la representación, ya que se sitúa como un centro fuera de la estructura que ordena el uso de determinadas expresiones, recursos retóricos y narratológicos, pero también la configuración de las atmósferas, los espacios, los tiempos y los personajes.
            El género, y la teoría literaria feminista, permiten así un acercamiento a lo social a partir del análisis de los textos literarios, aunque debe tomarse en cuenta que en el proceso puede perderse de vista la dimensión artística que caracteriza a la literatura, Por ello, es imprescindible que en el acercamiento desde el género, no se dejen de lado elementos importantes tanto en la construcción de sentido, como en la producción de una experiencia estética. Dichos elementos, dados por la retórica y la estilística a partir de las figuras y los tropos, tienen que formar parte sustancial de los análisis centrados en el género, pues de lo contrario se estaría sólo haciendo un recuento de problemáticas sociales que colocarían al texto literario en el terreno meramente sociológico. La contribución del género, por lo tanto, no debe olvidar la dimensión artística y estética inherente al texto literario, sino permitir la apertura hacia lo social dentro de determinados límites de análisis. El proceso, sin duda, es arduo y apenas se comienzan a insinuar algunos recursos de orden teórico-metodológico que contribuirían al estudio del género a partir de la literatura. No obstante, una vez perfilado, el esfuerzo habrá valido la pena.

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[1] Pienso aquí en la afirmación de Judith Butler en torno a la norma y la viabilidad de la vida, de acuerdo con los perfomativos sociales que obligan a los sujetos a actuar el género en aras de ser reconocidos. El deseo de reconocimiento, que subyace a esta sujeción, es lo que lleva a los individuos a aceptar y reproducir el género. Cfr. Judith Butle, Deshacer el género, 2006.
[2] Aquí pienso en lo que Linda McDowell señala en torno al cuerpo como territorio, a saber: “un cuerpo es un lugar […] su forma de presentarse ante los demás y de ser percibido por ellos varía según el lugar que ocupan en cada momento” (McDowell, 1999: 59), y este presentarse y ser percibido no sólo tiene que ver con el estar-en-el-mundo, sino con el comunicarse en él por medio de la palabra sea oral o escrita.
[3] Según Barthes, en “El análisis estructural del relato”, no todas las funciones tienen la misma importancia dentro del relato pues las hay que son verdaderos nudos y otras que sólo fungen como catálisis. Así que, al referirme a las funciones como sinónimo de centralidades, pienso en las que sirven de auténtico nudo a los relatos y, por ende, son la base de la estructura.

         
   
 
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