LA FUGA COMO ARTE ESCRITURAL:EL GRAFOCENTRISMO EN LAS MEMORIAS DE FRAY SERVANDO TERESA DE MIER
Víctor Barrera Enderle
1. EL CORPUS
Surgidas y detonadas como justificaciones discursivas sobre la elaboración de ciertos textos, que intentaban confrontar algunos cánones religiosos, las Memorias de Fray Servando Teresa de Mier (Monterrey, 1763- México, 1827) representan, más que el testimonio de un hombre en acción (que sin duda lo son), la interpretación y la legitimación de una escritura, o, más bien, de una escrituralidad, es decir, de un universo donde toda referencia es textual y por lo tanto, simbólica. Sin embargo, desde sus biógrafos más connotados: José Eleuterio González (Gonzalitos) y Artemio de Valle-Arizpe, hasta sus coterráneos Alfonso Reyes y Rafael Garza Cantú, la construcción de sujeto se ha centrado, principalmente, en las acciones y repercusiones del Dr. Mier pues "...los grandes hombres son un timbre de gloria y un bello adorno de las naciones que los produjeron: sus biografías vienen á ser la parte más amena, útil é instructiva de la historia..." (1) Así, la elaboración del personaje del Padre Mier pronto levantó revuelo por sus hazañas y maniobras escapistas. O, en el caso contrario, se describía al Padre Mier como un "chiflado" con tendencia a la fantasía, a quien habría que leer "risueñamente".(2) Fue el propio Gonzalitos quien "estructuró" el corpus de las Memorias ( aunque, en 1856, Manuel Payno había publicado algunas partes en su Vida de Fray Servando Teresa de Mier), al rastrear y organizar los papeles del Padre Mier y los configuró de la forma (cronológicamente) como han llegado hasta nuestros días, incorporando algunas cartas que el fraile regiomontano escribió al cronista de indias Juan Bautista Muñoz, desde Burgos en 1797 (y que ya antes, en 1875, habían sido publicadas en México por la Imprenta El Porvenir, y en 1879 por J. E Dávalos) , es decir antes de la redacción de sus memorias, y que el doctor González publicó once años después de su Biografía, en 1887. Este material fue definitivamente el que utilizó Alfonso Reyes (de hecho, los ejemplares existentes en la Capilla Alfonsina, que pertenecían a su colección particular, poseen todavía las anotaciones y correcciones marginales hechas probablemente por don Alfonso) para la edición de las Memorias realizada por la Biblioteca Ayacucho de la Casa Editorial América, en Madrid, en 1917. También son la fuente primaria de la edición de Antonio Castro Leal para la editorial Porrúa, en 1946.(3)
Fue a partir de la lectura de su famoso sermón del 12 de diciembre de 1794 (también conocido como "El sermón de la colegiata"), en la Basílica de Guadalupe ante el arzobispo y el virrey, cuando la situación del fraile regiomontano dio un vuelco impresionante; su fama de gran orador y su prosa docta lo habían llevado del espacio privado (el convento de los dominicos) al público, de la reflexión a la articulación. Tras la lectura y difusión del sermón (el cual fue inicialmente recibido con halago), vino la censura desde las altas esferas eclesiásticas, ocupadas, obviamente, por peninsulares, específicamente, por el arzobispo Haro. Esta es la detonación de la "Apología", documento inicial de las Memorias, cuyos complementos son: la "Relación de lo que sucedió en Europa al Doctor Don Servando Teresa de Mier después que fue trasladado allá por resultas de lo actuado contra él en México, desde julio de 1795 hasta octubre de 1805", el "Manifiesto apologético" (que cubre hasta 1820) y la "Exposición de la persecución que ha padecido desde el 14 de junio de 1817 hasta el presente de 1822 el doctor "
2. UN MILAGRO "SUBVERSIVO"
La acusación inicial recae en la negación de la tradición guadalupana al dar por falso el origen instantáneo de la pintura de la virgen, y en especular un origen más antiguo y más polémico: la presencia de Santo Tomás en el nuevo mundo años antes de la conquista, lo cual daba al traste con la misión evangelizadora que justificaba la empresa de la Conquista. Fray Servando había preparado su sermón, ayudado por un diletante, aficionado a las "antiguallas" mexicanas y devoto guadalupano, el licenciado Borunda. Su fin consistía en decir algo nuevo sobre el tema. El mito guadalupano, recordemos, tomó mayor fuerza en el siglo XVIII, con los cuadros de Miguel Cabrera, los estudios de Bartolache y el reconocimiento eclesiástico; apenas un siglo antes, en 1648, se habían llevado acabo las investigaciones pertinentes para dar fe del milagro del Tepeyac. Fray Servando indaga en las fuentes y no encuentra documento que de fe a la milagro, por lo que aventura otra hipótesis que pretende hacer de la manta guadalupana un jeroglífico, un texto prehispánico, de origen cuasi-bíblico: la capa de Santo Tomás. El asunto resultó en un "disparate teológico", a decir de Alfonso Reyes; sin embargo, cabría preguntarse que otras cosas hay detrás del famoso sermón, sobre todo en su argumentación. Como sabemos el sermón no fue impreso sino hasta 1879 por J. E. Hernández y Dávalos en su Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de México. Su fama, empero, cundió prontamente en todas las esferas públicas de la capital de la Nueva España. La acusación de negar la tradición guadalupana se tomaba, en México, como antinatural, es decir, como contraria al ideal criollo de patria. A pesar de la negación de tal hecho por parte de Fray Servando, lo cierto es que se inició una disputa política que involucraba, o al menos así lo interpretó el fraile regiomontano, un asunto de identidad, o mejor dicho, una lucha identitaria: la inteligencia americana vs. la imposición peninsular, representadas respectivamente por el Dr. Mier y el arzobispo Haro. Este es el primer desplazamiento, o fuga escritural, que hace fray Servando, de hecho inicia su Apología remitiéndose a la situación del poder en las "Sagradas Escrituras": "Poderosos y pecadores son sinónimos en el lenguaje de la Escritura"(4) . De esta forma, coloca su situación en el terreno textual, es una especie de deslinde que empieza a configurar dos mundos por donde nuestro autor se moverá, diferenciándolos por su conocimiento de uno e inocencia del otro, a saber: en el mundo de la escritura será un experto y se sentirá respaldado por la tradición gráfica; en el mundo de lo oral, que abarca las relaciones cotidianas, se describirá como inocente y fatuo. Esta dualidad será la constante en la escritura de las Memorias, creando un discurso doble, muchas veces contradictorio y en pugna.
La apología del sermón consta de dos proposiciones: en la primera se intenta demostrar que el evangelio ha sido predicado en América por Santo Tomás muchos años antes que la Conquista, y, en la segunda, que fue la madre de dios, conocida por los indios gracias a Santo Tomás o Santo Tomé, la que se veneraba en el cerro del Tepeyac en tiempos precortesianos. La primer proposición implica una audacia contra la hegemonía peninsular en el clero novohispano, pues, además de invalidar la justificación moral de la conquista, usurpaba a los españoles el derecho a predicar el evangelio; la última proposición hacía equivalentes a la Tonantzin nahúalt con la virgen María y a Santo Tomás con Quetzalcóalt; para probar esto último, el Padre Mier recurre a la etimología, pero utilizada e interpretada a su manera, haciendo un análisis fonético-etimológico insospechado que lo lleva a afirmar que México significa "el lugar donde es adorado Cristo". Ahora bien, ante la acusación arzobispal, Fray Servando recurre a una estrategia discursiva consistente, cabría decir, en una vuelta de tuerca, pues, al manifestar que Santo Tomás había estado en América y había dejado, como prueba, un lienzo con la Virgen impresa, no hacía sino profetizar la Conquista. De esta forma, decreta el conocimiento del evangelio por parte de los indígenas y justifica el nombre de Nueva España, ya que en su lectura del encuentro de estas dos culturas, basaba principalmente en textos dominicos (5), los españoles notaron, en la expedición de Grijalva a Yucatán, que los indígenas veneraban cruces. Lo que hizo a Cortés hacer la petición al rey de la nominación de "Nueva España" a esta nueva tierra.
Al "arrancarle" la patente de la conquista espiritual a la corona española, Fray Servando incurría en una heterodoxia en el discurso religioso peninsular. Si bien, la Apología pretende justificar, aunque para lograrlo tenga que caer en la contradicción, las dos tesis, tanto la propuesta por él, es decir, la de la presencia de Santo Tomás en América, como el mérito evangelizador de la Conquista. Al justificar su teoría, el Padre Mier daba más "importancia" a la empresa conquistadora, pues la coloca en el grado de "profecía cumplida", en pocas palabras, la "incorpora" a la Escritura y, al hacerla texto, la valida tácitamente (aunque luego, cuando su situación es irreversible y después de la lectura de Bartolomé de las Casas, la condena como un acto incivilizado). Es el paso de la acción a la historia gráfica. De allí que dedique gran cantidad de páginas a negar la participación de Juan Zumárraga en el milagro del Tepeyac, pues éste no dejó testimonio escrito de dicho evento, incluso lo culpa de la destrucción de buena parte de la escritura indígena, convirtiéndolo en promotor de la actual ignorancia del pasado precortesiano. En pocas palabras, crítica la política peninsular de borrar la presencia indígena (negándole la "historia"): " ¿Hasta cuándo cesarán estas operaciones verdaderamente escandalosas para destruir nuestros monumentos, privarnos de los sudores de nuestros sabios e impedirnos el conocimiento de nuestras antigüedades pretextando la religión?(6)
Su defensa se centra, entre otras cosas, en la doble moral del discurso religioso, que, por un lado, intenta destruir los rastros de la religión prehispánica y, por otro, permitía la utilización de ceremonias, ritos, escrituras sagradas y demás simbologías en la difusión del evangelio, como el caso de la tradición guadalupana. "En una palabra: yo haré ver que la historia de Guadalupe incluye y contiene la historia de la antigua Tonantzin, con su pelo y lana, lo que no se ha advertido por estar su historia dispersa en los escritores de las antigüedades mexicanas. Y así, una de dos: o lo que yo prediqué es verdad o la historia de Guadalupe es una comedia del indio Valeriano [...] Más diré: si lo que prediqué no es verdad, la imagen de Guadalupe sería una de las prohibidas en el decreto del Segundo Concilio Mexicano, por haberse mezclado en su pintura rasgos mitológicos de los aztecas..."(7)
Acto continuo, rastrea las fuentes primarias: Sahagún, Díaz del Castillo, Torquemada, Zumárraga, los cronistas indígenas, el informe del virrey Martín Enríquez, sin encontrar mención alguna sobre el suceso. En este punto promueve otra tesis: el desplazamiento de un texto de ficción a la tradición religiosa. Su hipótesis alimenta la posibilidad de que la leyenda de la aparición del Tepeyac provenga de una comedia escrita por el indio Valeriano en la segunda mitad del siglo XVII, más de treinta años después del supuesto milagro de 1531. La obra de valeriano se inscribiría dentro de las estrategias evangelizadoras. Así, la Apología, sin proponérselo, vuelve a atacar la autoridad y la veracidad del clero peninsular al denunciar la falsedad de una fe atribuida originalmente al pueblo indígena, y cuyo germen sería una comedia.
La corroboración de esta hipótesis se basa en la fecha en que se hizo pública la leyenda guadalupana:1648, y donde interviene el bachiller Miguel Sánchez, capellán de Nuestra Señora de los Remedios y el licenciado Lazo, quien la hizo imprimir en "mexicano", aunando al apoyo de Fernán Alba, cronista indio, quien "justificó" gráficamente la aparición. Al referirse a la tradición oral indígena, la otra "fuente" de la leyenda guadalupana, Fray Servando la desacredita, pues la palabra (no la escritura) era tomada por falsedad y constitutiva del mito del "indio falseador". Esta denuncia es fuerte: culpa a la Iglesia, si ésta no acepta que su sermón fortificaba la tradición guadalupana, de trasladar una ficción literaria (como lo es la comedia de Valeriano, que hacía una analogía de la libertad de los judíos a través de Moisés y la aparición de dios y sus leyes, con el la relación entre Juan Diego y la virgen) al seno de sus creencias. De esta forma, denuncia la construcción de la leyenda, a través de las incoherencias y anacronías que padece, verbigracia: los antecedentes son tomados de la supuesta aparición de la virgen a un niño pastor en 1550; el anacronismo de la fecha del milagro: 12 de diciembre de 1531, cuando el propio Zumárraga, testigo primordial, se encontraba en España; y, sobre todo, el nombre de Guadalupe, de origen árabe y cuyos sonidos ("g" y "d") eran impronunciables en a lengua mexicana (de nuevo el análisis fonético).
3. LAS PASIONES VERSUS LA INOCENCIA
Después de articular su defensa, el Padre Mier deja establecido otra oposición importante: las pasiones vs. La inocencia. En ella, el fraile pasa de la sapiencia a la inocencia, es decir, deja el plano textual para incorporarse al oral; al trato social-cotidiano. La estrategia se invierte: el arzobispo ordena su encierro y le prohíbe la escritura, atacándolo con un edicto, que le despoja de su grado de doctor en teología (grado más importante que cualquier título nobiliario), además, lo condena a diez años de destierro y prisión en el convento de las Caldas, en España. Al convertirse en la Inocencia, el fraile regiomontano describe con rigor el despotismo peninsular: denuncia su desprecio para todo lo americano, incluyendo la propia tradición guadalupana, su rencor hacia la inteligencia americana; asimismo, comienza lo que yo llamo el "desencanto de Occidente", que se hará más patente durante su larga estancia en Europa. Es en este espacio de la Inocencia, cuando recurre a la única referencia que le podía servir: Bartolomé de las Casas. Aquí el asunto pasa de una polémica personal al de conciencia insurgente. El discurso de Las Casas (especialmente el de la Brevísima relación de las destrucción de las Indias) fue el primero en contradecir la misión de la Conquista, además de ser el principal promotor de las Leyes de Indias, texto fundamental en la escritura servandina. Otro texto importante es el del Concilio de Trento, sobre todo en lo referente a las limitaciones de los obispos y arzobispos, que le sirve para denunciar el poder de Núñez de Haro.
La Apología termina dejando en claro las dos lecturas en pugna sobre el sermón, mientras que para el Padre Mier, su texto se refería a una historia particular, sobre la cual era su deseo aportar algo más, en pocas palabras, profundizar más en los estudios sobre asuntos mexicanos, el alto clero novohispano, en su perspectiva, lo tacha de negar un asunto de teología sagrada para poder acusarlo de herejía y desacreditarlo. La cuestión se lleva hasta el escándalo. La argumentación sobre la inocencia, tanto del autor como del sermón, no descuida un sólo detalle y, se podría decir, lo que se inició como una reafirmación de la tradición guadalupana terminó en su casi total negación, si se confirmaba que era una imposición más de "conquista espiritual". La investigación documental sobre el milagro del Tepeyac lo lleva casi a afirmar su inexistencia, y así lo manifiesta en sus Cartas al cronista de Indias, Juan Bautista Muñoz, quien por esas fechas (1794) había preparado un estudio sobre la aparición de Guadalupe, aunque este diálogo académico no se efectúa sino hasta 1797, cuando Fray Sevando estaba preso en las Caldas.
De esta forma, la defensa hecha en la Apología es plenamente textual, y no se sale del campo de la grafía, del documento. Creo que si bien lo expuesto en el sermón sí era un "disparate teológico", la argumentación apologética es de suyo elocuente, y sus estrategias discursivas empiezan a colocar su escritura del lado de la luz racional del siglo XVIII, pero bajo un modo discursivo propio, cuya enunciación responde a la situación particular de un mundo en formación. Es aquí donde la idea y el concepto de nación empiezan a cambiar. La diferencia entre el español y el criollo, aumenta con la discriminación cultural, que el Padre Mier padece en carne propia. No sólo su escrito es denigrado, sino su grado académico, desvalorizando el peso epistémico de su palabra. Por ello, es interesante encontrar denominaciones en su escritura como "nuestra América", que apunta ya, tanto a la separación peninsular, como a la de la América sajona. Y el término es utilizado muchos años antes que Francisco Bilbao y muchos más que José Martí. Utilizar el nombre de América es en sí subversivo porque para la corana española y la Iglesia estos territorios seguían siendo las Indias Occidentales, apoyando férreamente el error colombino, que Vespucio puso en evidencia con sus viajes.
Entonces, lo que comienza como defensa del honor ( "Forzado por la necesidad de defender mi honor, voy a escribir estos argumentos..."(8) ), se convierte en la demarcación de un espacio otro, nuestra América, donde el despotismo ya no cabía, principalmente por la toma de conciencia de la intelectualidad criolla, y que llegaría a su estado mayor con el grafocentrismo, categoría semiótica-cultural de la que me ocuparé más adelante. La estructura paternalista chocaba ahora con una madurez americana que reclamaba, es decir que hablaba (escribía) ya, describiendo su espacio en el diálogo con Occidente. Fray Servando reclama un lugar para su escritura. En este sentido, su discurso es liberal, pero no anticlerical. Su liberalismo es moderado en cuanto pretende cierta libertad, pero exige ciertas dependencias, mismas que legitiman su pertenencia a Occidente. Su postura es denominada por Lorenzo Zavala como "rutinero constitucional", es decir "aquel que hubiera deseado que todos los bienes que recibieran las Américas, proviniesen de las Cortes"(9). Todavía en 1813, durante la redacción de la Historia de la revolución de la Nueva España, defiende al rey y a las cortes; claro que esto cambió después de la consumación dela independencia, cuando rechaza absolutamente toda forma monárquica, representada entonces en la figura de Agustín de Iturbide; sin embargo, nunca llegó al federalismo completo, sino a un centralismo moderado. Lo que se ve aquí es el germen de un ideal político que intenta conciliar las doctrinas del viejo derecho español, de procedencia tomista, con las ideas liberales esparcidas por la ilustración y la revolución francesas. En este punto es muy interesante el rastreo de las fuentes que realiza Jesús Reyes Heroles en la ideología servandina: Blanco White (redactor de El Español, periódico londinense al que Fray Servando "un americano"- envía sus Cartas en 1811), Jovellanos (a quien recurre para tratar de conseguir audiencia ante el rey), Martínez Marina, Puffendorf, Heineccio, Almies y Joaquín María y Mendoza, quienes, de una u otra forma, siguen la corriente jusnaturalista racional, o el derecho natural de las gentes. Pues para Fray Servando, el origen del imperio español es contractual, y el rey ocupa su cargo por convención social; de allí la importancia de las Cortes como principio regulativo. Esta es, básicamente, la postura ideológica del Padre Mier durante sus primeros años en España, en este momento, el de la "Relación", su escritura presenta otra perspectiva.
4. LA CRÓNICA INVERSA O UN AMERICANO SE DECEPCIONA DE OCCIDENTE
Su llegada al "viejo mundo" lo coloca en una situación especial: la de extranjero, y más precisamente: la del viajero proveniente del mundo nuevo, del espació que en un principio significó la ampliación utópica del universo, en cuanto a lo disímil o incompatible con la visión judeo-cristiana, y que en ese momento representaba un "estadio primitivo", donde reinaba la exhuberancia y no la sabiduría.
El destierro respondía, podríamos decir, a un debate teológico, a una discusión intelectual, lo cual propició que varias instancias se cerraran ante él , pero, al mismo tiempo, "elevó" su categoría de interlocutor, siendo esto poco común en los americanos que visitaban Europa.
De esta manera, el "Manifiesto apologético" describe inicialmente todas las artimañas "arzobispales" para impedir la defensa del fraile regiomontano. El destierro era el silencio. Prohibidos la cátedra , los sermones y la escritura, el futuro del Padre Mier era más bien oscuro, a pesar de sus pretensiones de llegar ala máxima instancia: el rey. Esta pretensión obedecía a la visión criolla del imperio español, creada a distancia y en ausencia, a base de discursos y de leyes. El rey era el gran ausente en la América Española, su lugar no lo ocupaba el virrey, ni la Audiencia, sino la ley escrita, de allí la importancia del grafocentrismo en la estructuración político-social-cultural de nuestros países. El andamiaje político, así como la organización social y cultural se articulaban en torno a los círculos letrados, que eran las instancias inmediatas a los órganos de poder,y así es posible reconocer los grandes relatos existentes en la formación de los países latinoamericanos: el catolicismo(10) , la oligarquía, el ejército y el liberalismo decimonónico. En todos ellos, el intelectual ha jugado un papel importante y constitutivo; de hecho, ha mantenido siempre su puesto, pese a las constantes crisis políticas.
Fray Servando, llega a España con una lectura previa, donde, supuestamente, era el lugar de enunciación de todos los valores culturales importantes. Su estancia en la Península coincide con los momentos más importantes de la Revolución Francesa: con la era del terror, y con la caída de los jacobinos. Y en España, en julio de 1795, Godoy (quien realmente llevaba el mando del imperio español, bajo la sombra de Carlos IV) firmaba la paz con Francia en Basilea, dando inicio a un periodo de cierta calma, pero bajo la tácita influencia de los gobiernos franceses, sobre todo desde la asunción como emperador de Napoleón.
En la Península, el papel de enemigo de la persona y la escritura servandina recae en León, un covachuelo y representante del odio del arzobispo Haro. León es la pieza necesaria en el discurso binario servandino, donde el Padre Mier representa, como hemos dicho, la Inocencia en la esfera oral.
Aquí comienza lo que yo llamo la crónica inversa, o la descripción (decepción) de un americano español en las metrópolis. Da inicio, asimismo, la lucha de Fray Servando por llegar a una auditoria con el rey, para salvar su honor intelectual y hacer escuchar su voz en la máxima instancia de la monarquía española. En el convento de las caldas realiza su primera fuga, dándole razón al arzobispo Haro, quien había advertido a los peninsulares: "Decía, pues, el arzobispo, lo primero, que yo era propenso a la fuga."(11) Tras las fugas están las recapturas y las nuevas prisiones, de esta manera pasa a San Pablo de Burgos, donde descolla por sus habilidades intelectuales y vive, aunque preso, de sus misas. Su fama la justifica gracias a sus estudios literarios; la educación humanística, tan olvidada en España, era, según su perspectiva, la única vía para el " bien escribir" y la "sana" exposición de los juicios. Su habilidad intelectual sorprende por provenir del hábito de los dominicos, tan menospreciados y tildados de ignorantes en el "viejo mundo". Su pretensión era contactar a Jovellanos, pero León, el enemigo en esta crónica, intercepta su correspondencia y lo "despoja de sus títulos y documentos, dejándolo indefenso en la esfera de la oralidad.
La crónica inversa (otra fuga escritural) principia con su lucha contra la burocracia real, dominada por la intriga y los intereses de los covachuelos, que ponía en evidencia la "ausencia" del rey (presencia meramente simbólica). De cualquier forma, el fraile regiomontano consigue que un consejo de tres teólogos le den la razón en la defensa de su sermón: principal motivo de sus tribulaciones. Esto es un supremo logro en el nivel textual, pues confirmaba la fuerza y el peso de su escrituralidad. Sin embargo, poco le sirve en la esfera de lo oral, pues la férrea oposición de León continua . Ante tal dificultad, Fray Servando, asume que su única salida es la fuga: "Entonces vi que no había otro remedio contra mi persecución, que lo que Jesucristo aconsejó a sus discípulos:<cum persecuti fuerint vos in hac civilitate, fugite in aliam>."(12)
Su nuevo fin era llegar a Roma (el lugar de enunciación del discurso religioso), pasando por Francia, para conseguir la secularización por parte del Papa. Su entrada a Francia representaba el choque con el anticlericalismo ilustrado-liberal, al cual enfrenta con inteligencia y razonamiento. Su primera "victoria" intelectual y teológica la logra al llegar cerca de la frontera y "derrotar" a un rabino. En París, entra en contacto con dos intelectuales hispanoamericanos: Francisco Zea y Simón Rodríguez; esta clase de encuentro propiciaba el ensanchamiento de la propia visión de los hispanoamericanos sobre su territorio, pues la comunicación entre las colonias era casi nula. Rodríguez era quizá el más importante pedagogo de la América española, y gran difusor de la educación popular; se encontraba en Francia desterrado por sus ideales políticos, y junto al padre Mier abrieron una escuela para la enseñanza del castellano. De estas empresa y uniones resultó una traducción , hoy perdida, del Atala, de Chateubrand, donde todavía se manifiesta una visión desvirtuada del nuevo mundo. En la capital francesa, también conoce a Humboldt, quien acababa de regresar de su famoso e intenso viaje por las Américas. Estos encuentros (aunados a los posteriores con Blanco White) dan forma a la visión panamericana del Padre Mier. En mi opinión, es Rodríguez quien lo pone al tanto de la efervescencia insurgente en Venezuela, misma que defenderá con ahínco años después en sus Cartas de un americano (1811); puesto que antes de Rodríguez estaban la actividad difusora de Francisco Miranda y los empeños insurgente de Manuel Gual y José María España, y el español Juan Bautista Picornell, participantes en la conspiración que estalló en la Guarira en julio de 1797, la cual pretendía la separación total del estado español, iniciando con la negación de la autoridad del rey Carlos IV. La posición de americano en Europa, convierte a Fray Servando en un defensor del nuevo mundo, se reconoce mexicano, y la denominación "Nueva España", le parece ahora una imposición; entonces, abraza, con cierta medida, una forma de "neoaztequismo", común por esos días y que implicaba la negación de la presencia española en la formación cultural y política de los nuevos estados. Reconoce, así, la otredad indígena y la "acepta" como parte constitutiva de su ser (llega incluso a afirmar ser descendiente directo de Cuahtémoc); sin embargo, no es, según mi perspectiva, más que otra fuga escritural, una estrategia discursiva para valorar su lugar de enunciación. El concepto de nación se amplía, aunque la estructura y visión de mundo sigan siendo eminentemente occidentales.
A estas alturas, su escritura refleja ya un convencimiento del deterioro y degradación del imperio español y su carácter parasitario respecto a las colonias. Evidentemente hay un análisis político y un conocimiento de los errores y las faltas que la monarquía, en su despotismo ilustrado, ha incurrido al "regalar" parte de santo Domingo y Luisiana a los franceses, faltando así a las cédulas reales. Tampoco pasa desapercibida la naciente ambición yanqui en la escritura servandina: "Lo cierto es que los angloamericanos se han apoderado hasta la Florida Oriental, cuya capital es San Agustín, y han puesto su fuerte en Clayborne, a sesenta leguas de nuestras poblaciones de Tejas. No tardarán mucho en hacerse dueños de las Provincias Internas de Oriente y llegar hasta México, por razón natural".(13) A esta afirmación llega, obviamente, después de haber pasado por los Estados Unidos durante su excursión insurgente de 1817, que culminó con su captura en Soto la Marina, donde también cayó el caudillo español Francisco Javier Mina, "discípulo" de Mier, a manos de Joaquín Arredondo.
Otro aspecto importante de la escritura servandina es la religión, entendida como supraestructuración de mundo, más que como representación de una realidad metafísica. Francia le muestra un espacio clerical decadente, "arrasado" por el torbellino de la Revolución, y en Roma se desilusiona ante una burocracia antiquísima, colmada de intrigas palaciegas. La Iglesia era la otra gran institución y, como sucedía con el imperio español, la corrupción y el deterioro hacían más difícil la concreción de su nuevo propósito: la secularización, sin embargo, en esta ocasión sí logra su cometido. Ahora bien, este "recorrido por Occidente", le da la oportunidad de hacer un inventario de usos y costumbres de estos pueblos "civilizados": desde el vestuario, hasta la conducta de las mujeres, del clero y del bajo pueblo, llegando a la conclusión de la existencia de una diversidad cultural que daba al traste con el supuesto homogéneo occidental, descrito en América a través de la escritura.
En Roma estaban los jesuitas americanos expulsados de las colonias por Carlos III y sus reformas borbónicas. Ellos fueron los primeros en "construir" ese otro espacio de enunciación, que recrearon desde su destierro. Fray Servando, sin embargo, tenía ciertas desavenencias para con los jesuitas (le disgustaba su tendencia a la organización político-social); pero les reconocía el mérito de cultivar los estudios humanísticos y la escritura. Es interesante su lectura de La historia antigua de México, de Clavijero, ya que hace una crítica de la descripción de Las Casas hecha por el autor para "lisonjear a los españoles". Aunque reconoce la fama de Lacunza.
Al regresar a España, su oposición es ya patente: le disgusta sobremanera la ignorancia del pueblo peninsular y la explotación de América. En un acto desafiante invierte los valores: acusa de barbarie al pueblo español (crónica inversa): "¿No tiene razón el arzobispo de Malinas cuando dice que España se cuenta en Europa por un error de geografía?"(14) Una nueva prisión, sin embargo, le esperaba: los Toribios de Sevilla, de la cual escapa el día de San Juan de 1804 y presencia la Batalla de Trafalgar en la que Nelson derrota a la maltrecha marina española. Son esos los peores años de la monarquía española, la sombra de Napoleón pesa cada vez más sobre las cortes y más precisamente sobre Godoy, su desprestigio alienta la esperanza de libertad de los intelectuales americanos. Es muy probable, que en este punto la idea de la emancipación fuera un proyecto en ciernes en la escritura servandina. Sin embargo, esto no le impidió colaborar, como capellán o cura castrense del Batallón de voluntarios de Valencia, durante la invasión francesa que dejó por un tiempo acéfalo al imperio español. Cuando Fernando VII vuelve a su corte, Fray Servando intenta visitarlo sin éxito, pero, en cambio, recibe en Francia "el supremo honor literario de Europa", al ser miembro del Instituto Nacional de Francia, siendo el primer americano en ocupar ese puesto.
5. LA INSURGENCIA LETRADA
Sigue luego un hueco que "esconde" los años en Portugal y en Londres, oquedad en la se pierden impresiones de momentos fundamentales en su escritura (como un posible encuentro con Andrés Bello). Creo que este silencio escritural responde al tiempo de la enunciación: recordemos que las Memorias fueron escritas, en su mayor parte en 1817, es decir, cuatro años antes de la consumación de la independencia y mientras él estaba preso en las cárceles de la Inquisición, e inmediatamente después del fracaso de la expedición a Soto la Marina.
En Londres redacta su Historia de la revolución de Nueva España, cuyo fin según nos cuenta, consistía en una defensa de la posición de México (Anáhuac) ante los sucesos de 1808, además de una defensa a favor del rey. Pero, en mi opinión, la redacción de la Historia... era la legitimación intelectual del movimiento armado, encumbrándolo con la elaboración de la Constitución de Apatzingán (documento al cual se remite en su Memoria político-instructiva, de 1821), texto que consolida los ideales insurgente (Morelos-Quintana Roo), y al que equipara con la Constitución de las Cortes de Cádiz. Asimismo, en la capital británica, entra en contacto con Javier Mina, cuyo objetivo era, según nos cuenta el propio Padre Mier, "...establecer, si podía, el sistema liberal de la Constitución en México, o darle la libertad que una vez establecida en algún punto de los dominios españoles tan principales como México, correrá todo su horizonte. En América, decía, se ha de libertar a Europa."(15) Como la escritura de las Memorias (en especial la del "Manifiesto apologético") se escribe, como ya mencionamos, entre 1817 y 1821, desde la cárcel y sin la certidumbre de un triunfo seguro, Fray Servando es muy cuidadoso de no dar muchas noticias sobre su relación con Mina, ni de su expedición a Soto la Marina, sobre la cual, de hecho, manifiesta su desaprobación. El arribo a Soto la Marina era absurdo, por lo despoblado y lejano de la capital, pero advierte la terquedad se Mina en este respecto. Antes de partir a su expedición, en Galveston, conoce al caraqueño Mariano Mantilla, activista insurgente, completando de esta forma su visión de la insurgencia venezolana al mando Simón Bolívar, discípulo tanto de Andrés Bello como de Simón Rodríguez.
La capitulación en Soto la Marina lo somete a los designios de su coterráneo Joaquín Arredondo, quien lo lleva, en un tortuoso camino (que le causa una fractura en el brazo derecho) hasta la ciudad de México. Es durante los siguientes tres años (1817-1820), que se dedica de lleno a la escritura. Y nuevamente se repiten los actores de su escrituralidad: una nueva acusación por parte de los círculos de poder (las "Pasiones"), esto es, la usurpación del cargo de obispo durante su excursión en Soto la Marina. Naturalmente, una nueva fuga escritural articula su defensa: la documentación de los reglamentos episcopales sobre los hábitos de los obispos, es tal su elaboración y exposición que concluye arguyendo su derecho a ser obispo. Y nuevamente acude a un documento: la Constitución de Cádiz para exigir su fuero e impedir que el virrey ejecutara cualquier acción en su contra: "Protesto, pues, contra esa autoridad reunida, desconocida y reprobada en la Constitución: pido conforme a ella mi fuero, y mi fuero solo; y en todo caso ser oído, tintero, papel, procurador y abogado para defenderme."(16)
La negación y descrédito del poder del virrey de Apodaca viene a ser el siguiente paso en el rechazo a la concentración del poder en una sola persona . Su lucha contra el despotismo se agudiza después de la consumación de la independencia, al concretarse el imperio de Agustín de Iturbide.
Finalmente, las Memorias terminan con la "Exposición de la persecución desde el 14 de junio de 1817, hasta el presente de 1822", donde también se narra la persecución post-independencia, suscitada por sus fuertes críticas a la figura de Agustín de Iturbide, que representaba el regreso a un sistema patriarcal y despótico, contrario al orden de la letra. Las últimas líneas, al igual que las iniciales, presentan al protagonista desgastado por las pasiones del poder. Él no se sale del campo de la palabra, de la grafía. La fortísima subversión de su discurso lo convierte en un catalizador de las nuevas perspectivas políticas, pues, por una parte, articula las nociones clásicas del derecho romano, de la escritura de los Padres de la Iglesia, y del derecho español, y, por otra, el modo ejemplar discursivo de la modernidad ilustrada, que coloca en el centro a la razón ordenadora, núcleo regidor de los futuros proyectos de nación, y cuya estructura se verifica en la nueva organización política que tendría como órgano principal a la constitución: documento máximo de la "representatividad" de un pueblo. El discurso servandino que promueve y defiende siempre la ley impresa, no concuerda, en cambio, con la teoría de la democracia popular, pues ésta se inclina más por la eliminación de la elite ilustrada, dando prioridad a la "voz" del pueblo en lugar de la palabra impresa.
6. EL GRAFOCENTISMO EN LA CONSOLIDACIÓN DE LA SEMIOSIS INSURGENTE
Cabría situar la escritura de Fray Servando en una fase posterior al proceso alfabetizador de la cultura colonial denominado por Walter Mignolo como "semiosis colonial"(17), y que yo "amplío" con el término "grafocentrismo", que sería el resultado inmediato de este proceso de alfabetización cultural, creando un orden letrado (descrito por Ángel Rama en su Ciudad letrada ) jerarquizador, guiado por la "razón ordenadora". El grafocentrismo es una condición socio-cultural en cuanto constituye una "elite" constante en los círculos de poder; es signo de distinción cultural, que si bien es propio de casi todas las culturas (sobre todo las de Occidente), en nuestra América ( y en México, en especial) adquiere dimensiones propias, las cuales van más allá de las distinciones de tipo racial ( y aquí Benito Juárez e Ignacio Altamirano son dos ejemplos claros) y se constituyen en factores simbólicos trascendentes del ser social (licenciado, doctor, arquitecto, etc.), de allí el afán servandino por mantener su grado doctoral, al que equipara con su condición de hidalgo. El grado académico da peso epistémico a la palabra, a la escritura. La memoria, un genero discursivo visto por el canon literario como "menor", cobra relevancia por provenir de un letrado y por surgir de la polémica causada por un texto, como el sermón, que no es más que un ensayo o interpretación teológica, y se traslada del ámbito privado al público. Desde esta perspectiva, las Memorias se convierten en texto canónico en la formación cultural latinoamericana, y así se le recepciona en la agencia crítica hispanoamericana, sobre todo a partir de los festejos del Centenario de la Independencia, cuando una nueva generación de críticos (Henríquez Ureña, Reyes, González Peña, etc.) se abocan a la labor de "fundar" nuestra tradición literaria, dejando como prueba de ella obras como la Antología del Centenario, la Historia de la literatura mexicana y, en el caso regional, Algunos apuntes para la cultura en Nuevo León, donde la escritura servandina es vista como constitutiva de nuestra independencia cultural.
7. LAS MEMORIAS Y EL CANON
Pero, ¿cuáles son las incorporaciones de un texto como las Memorias en la literatura (escritura) latinoamericana? Primera, reafirmar la tendencia alfabetizadora en el proceso semiótico insurgente, donde, a pesar de la ruptura, primero de la España acéfala invadida por Napoleón, luego de la monarquía restaurada, se perseguía la consolidación de las dos tendencias ideológicas que estuvieron en pugna durante todo el siglo XIX: el liberalismo a la mexicana y el intento por preservar los relatos hispánicos: el catolicismo y la división social jerarquizada. Las Memorias son parte inicial de la renovación político-ideológica desde el ámbito religioso por parte de los criollos novohispanos (Hidalgo quien hizo una lectura parecida del manto guadalupano durante su lucha insurgente-, Morelos, Ramos Arizpe) que, en cierta medida, busca la eliminación y negación de la parte político-militar, representada por el imperio español, pero, al mismo tiempo, manteniendo el "lazo" con la Iglesia, la cual, siguiendo a Enrique Dussel (18), sería una ideología supraestructural y, por lo tanto, un problema eminentemente político, pero como supraestructura ofrecería, igualmente, una imago mundi como proyección de un orden matafísico superior. De esta forma, el sermón servandino no niega (explícitamente) ese orden metafísico defendido y articulado por la Iglesia católica, pero sí rechaza implícitamente la ideología supraestructural que la sustenta: la explotación colonial hecha por la monarquía española.
Desde esta lectura, las Memorias son, también, la defensa de una interpretación teológica hecha desde el nuevo mundo, lo cual representa una apropiación de ciertos modos discursivos ejemplares de Occidente (el discurso judeo-cristiano con la incorporación de los grandes relatos del mundo grecolatino y el discurso jurídico-moral del mundo hispánico) y de ciertas nociones del mundo simbólico precortesiano, trasmitidos a través de los huehuetlatolli (recogidos, interpretados y trasmitidos por Sahagún y otros) que fueron "alfabetizados" en el proceso de semiosis colonial referido por Mignolo, creando un discurso otro, cuyo lugar de enunciación es un espacio germinal, nuevo, heterogéneo y en plena transformación. El grafocentrismo, como grado extremo de la alfabetización busca la homogeneidad, la unidad identitaria y cultural. Es el estigma de la letra. Y en ese sentido, Fray Servando es un poseído por la letra, es su única defensa y su mejor arma.
Ahora bien, la construcción de las Memorias obedece a la persecución de ciertos objetivos: demostrar la validez de su sermón; conseguir ser escuchado por el rey; ir a Roma y lograr la secularización; volver a México en campaña, etc., y si bien la mayor parte de los objetivos se centra en la acción, en el desplazamiento físico, el fin último es hacer valer su palabra, incluso recuperarla. En este sentido, el texto servandino podría leerse como la legitimación de la palabra americana, verdadera protagonista de la obra. Es legitimación en cuanto apela a nuestro derecho a ser interlocutores en la cultura occidental. Así, las Memorias responden a dos falsas lecturas sobre América, a saber: la exhuberancia y la barbarie. El Padre Mier se convierte, a los ojos de Europa, en el "salvaje ilustrado", en un desacreditador de los mitos americanos, y representante de la nueva realidad: la inteligencia americana. La imago mundi creada aquende el Atlántico y, por lo mismo, cargada de una fuerte dosis de subversividad al promover la autonomía intelectual, que, en definitiva, intenta terminar con el discurso paternalista, tanto de la Iglesia como de la monarquía.
De esta manera, lo que originalmente se escribe como una defensa a una argumentación textual, se convierte, al mismo tiempo, en un campo de cultivo de una buena parte de las ideas que habrían de regir durante la formación política decimonónica hispanoamericana: la construcción de una identidad forzosamente distinta a la española, en la cual cabría la incorporación de la interpretación (vía alfabetización) del orden simbólico prehispánico, como estrategia para construir un carácter eminentemente antiespañol. Igualmente, la apropiación de ciertas nociones más "cercanas" a la idea de modernidad: la razón como centro, incluso del discurso teológico. Si bien, el liberalismo implícito en la escritura servandina no es radical, sí terminó por rechazar la concentración de poder en una sola persona (sea el rey, o el papa, incluso), haciendo de su escritura un texto revolucionario y constitutivo del canon de la literatura de Independencia.
8. LAS MEMORIAS COMO GÉNERO DISCURSIVO
Ahora, una lectura "literaria" de las Memorias podría buscar otros elementos igualmente importante. Si bien, en principio se trata de un texto no fictivo, sus estrategias narrativas dan cuenta de una construcción que bien podríamos llamar literaria en el sentido de la elaboración y descripción de situaciones y acciones (y creaciones) de personajes. Visto así, las Memorias serían un aporte a la germinación de una auténtica expresión americana. Y aquí retomo la pregunta formulada anteriormente: ¿cuáles serían los aportes de este texto a la literatura latinoamericana? Antes que nada, el uso de la primera persona: función característica de la novela, y siendo este género eminentemente moderno, la aparición del "yo" en nuestra letras es de suyo significativo. Recordemos que la censura colonial prohibía la publicación y difusión de novelas; la irrupción de este género fue tardía en nuestra América: 1816, con la publicación de la primera parte de El periquillo sarniento. Es interesante, por otro lado, ver que ambos textos (El periquillo y las Memorias) fueron escritos en momentos muy cercanos y bajo el yugo de las postrimerías del virreinato. La enunciación del "yo" implica un punto de hablada: una cronotopía precisa. Las Memorias son de suyo elocuentes en el planteamiento de la trama: en un momento específico, el 12 de diciembre de 1794, la lectura de un sermón, escrito por un criollo ilustre, provoca la ira de los representantes de la imposición. Se inicia la lucha contra la adversidad, contra el despotismo ignorante. Inteligencia vs. Poder. A diferencia de la novela picaresca, aquí el protagonista no es un pícaro o un antihéroe, es un intelectual: un escritor. Aquí el protagonista podría ser la representación del grafocentrsimo o la búsqueda del intelectual americano por ocupar un lugar en la elaboración de los nuevos estados (19).
También podría leerse como una novela de educación o Bildungsroman, en el sentido en que el carácter del protagonista no permanece estático, sino presenta una evolución (intelectual, en este caso): la toma de conciencia de la pertenencia a un estado por crearse. Este proceso de desarrollo presenta una "unidad dinámica"(20) de la imagen del protagonista. Sin embargo, el proceso en este caso es singular, pues parte de la intolerancia intelectual y "obliga" al protagonista a ir descubriendo ( y denunciando) el trasfondo de la cultura impuesta: la ignorancia y la corrupción. Su choque con el mundo "civilizado" es decepcionante, no existe correspondencia con lo leído. El camino va desde el idealismo juvenil hasta la madurez, sólo que aquí, a diferencia de la Bildengsroman, al final no hay resignación o renuncia a los ideales, sino proposición y defensa.
9. A GUISA DE CONCLUSIÓN
La cuestión ahora recae sobre la necesidad de crear categoría discursivas propias, que den cuenta de nuestra producción. En general, esta búsqueda ha sido una preocupación básica para la independencia cultural hispanoamericana. A pesar de ello, la recepción de textos como las Memorias se ha hecho ya sea bajo la luz del positivismo ( como el caso de Rafael Garza Cantú), donde se lee a la figura de Fray Servando como un héroe inmaculado, cuya constante fue la emancipación de México; o bien con la incorporación al canon literario como género menor (González Peña: Historia de la literatura mexicana); salvo el caso excepcional de Edmundo O´gorman (prólogo a Fray Servando Teresa de Mier. Antología), quien hizo una inteligente lectura de los textos servandinos y supo ubicarlos en la discusión cultural de la historiografía mexicana decimonónica.
La tarea pendiente es, pues, la relectura de nuestro canon, la exigencia de la incorporación de nuevas voces, de nuevos géneros, que den cuenta cabal de nuestra "urgente ansia de expresión" (parafraseando a Henríquez Ureña). La escritura latinoamericana es una fuga constante que se desplaza (huye) entre los modelos impuestos por Occidente y las voces que la conquista y la alfabetización no lograron callar del todo, en una especie de transculturación escritural, articulada desde un locus de enunciación doble: el espacio americano y la apropiación de los modos discursivos ejemplares de Occidente. La fuga escritural es un búsqueda por la independencia cultural y la legitimación epistémica de la inteligencia americana. Y, en este aspecto, Fray Servando Teresa de Mier se constituye como un prócer de nuestras letras, en un perseguidor de una expresión propia, pero no aislada del resto del mundo. Su escritura es, asimismo, testimonio de la consolidación de un proceso semiótico-cultural: el grafocentrismo, que será el sustento ideológico de esta búsqueda en pos de nuestra expresión crítico-teórica. De allí que los desplazamientos (fugas) de la escritura servandina continúen siendo tan productivos en la actualidad.
Notas
1. González, José Eleuterio. 1876 Biografía del benemérito mexicano D. Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra, Imprenta de José Saenz, Monterrey.
2. Como es el caso del escritor procatólico Alfonso Junco en El increíble Fray Servando.
3. Está será la edición sobre la cual trabajaré.
4. Memorias. 1946. Vol. I. P. 3.
5. Principalmente en las obras de Fray Gregorio García, de Fray Antonio Calancha y, posterior y fundamentalmente, en Fray Bartolomé Las Casas.
6. Ob. Cit. P.53. El subrayado es mío.
7. Ibid. Pp. 43-44.
8. Ibid. P. 54.
9. Reyes Heroles, Jesús.1985. El liberalismo mexicano. SEP, México. P. 37.
10. Para ampliar más en esta cuestión se puede revisar el excelente libro de Ángel Rama: La ciudad letrada.
11. Ob.cit. P. 210.
12. Ibid. P. 230.
13. Ibid. T. II. P. 26.
14. Ibidem. P. 213.
15. Ibidem. Pp. 253-254.
16. Ibid. P. 287.
17. Mignolo, Walter. "Alfabetización y literatura: los Huehuetlatolli como ejemplo de la semiosis colonial", en Conquista y contraconquista. 1994. Pp.21-29.
18. Dussel, Enrique.1977. Religión.
19. Por cierto, durante el siglo XIX, y más precisamente, durante el desarrollo de las naciones independientes, la condición grafocéntrica fue una constante: Bello, Sarmiento, Mitre, Ramírez, Altamirano, Sierra, Bilbao, etc. Igualmente lo fue en la consolidación de los gobiernos latinoamericanos del siglo XX: Vasconcelos, Henríquez Ureña, Mariátegui, Martínez Estrada, etc.
20. Bajtín, M.M. 1997. Estética de la creación verbal, Siglo XXI, México. P. 212.
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